martes, 30 de abril de 2019

ALMUD.ORGI- HOMILIA DEL PAPA FRANCISCO DE HOY

Homilía del Papa Francisco en Santa Marta Martes, 30 de abril de 2019 Acabamos de leer en el Evangelio (Jn 3,7-15): «Jesús dijo a Nicodemo: tenéis que nacer de nuevo». Entonces «Nicodemo le preguntó: ¿Cómo puede suceder eso?». Una pregunta que también nosotros nos hacemos. Jesús habla de “renacer de lo alto” y ahí está el vínculo entre la Pascua y el renacer. Solo podemos renacer de ese poco que somos, de nuestra existencia pecadora, con la ayuda de la misma fuerza que hizo resucitar al Señor: con la fuerza de Dios y, por eso, el Señor nos envió al Espíritu Santo. ¡Solos no podemos! El mensaje de la Resurrección del Señor es el don del Espíritu Santo y, de hecho, en la primera aparición de Jesús a los apóstoles, el mismo domingo de la Resurrección, les dice: «Recibid el Espíritu Santo». ¡Esa es la fuerza! No podemos nada sin el Espíritu, pues la vida cristiana no es solo comportarse bien, hacer esto, no hacer aquello. Podemos hacer eso, hasta podemos escribir nuestra vida con “caligrafía inglesa”, pero la vida cristiana renace del Espíritu y, por tanto, hay que dejarle sitio. Es el Espíritu quien nos hace resurgir de nuestras limitaciones, de nuestras “muertes”, porque tenemos tantas, tantas necrosis en nuestra vida, en el alma. El mensaje de la resurrección es el de Jesús a Nicodemo: hay que renacer. ¿Y cómo se deja sitio al Espíritu? Una vida cristiana, que se dice cristiana, pero que no deja espacio al Espíritu ni se deja llevar por el Espíritu es una vida pagana, disfrazada de cristiana. El Espíritu es el protagonista de la vida cristiana, el Espíritu –el Espíritu Santo– que está con nosotros, nos acompaña, nos transforma, vence con nosotros. Continúa el Evangelio: «Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre», es decir, Jesús. Él ha bajado del cielo. Y Él, en el momento de la resurrección, nos dice: «Recibid el Espíritu Santo», será el compañero de la vida cristiana. Por tanto, no puede haber una vida cristiana sin el Espíritu Santo, que es el compañero de cada día, don del Padre, don de Jesús. Pidamos al Señor que nos dé esa conciencia de que no se puede ser cristiano sin caminar con el Espíritu Santo, sin actuar con el Espíritu Santo, sin dejar que el Espíritu Santo sea el protagonista de nuestra vida. Así pues, hay que preguntarse qué lugar ocupa en nuestra vida, porque –repito– no puedes caminar por una vida cristiana sin el Espíritu Santo. Hay que pedir al Señor la gracia de entender este mensaje: ¡nuestro compañero de camino es el Espíritu Santo!

lunes, 29 de abril de 2019

VIDEO BEATIFICACION - LA RIOJA 2019

HOMILIA DE LA BEATIFICACION DE ENRIQUE ANGELELLI Y COMPAÑEROS

Diócesis de La Rioja – ARGENTINA Beatificación de Monseñor Enrique Angelelli, de los Sacerdotes Carlos Murias y Gabriel Longueville y del laico Wenceslao Pedernera HOMILÍA Excelentísimo Cardenal Ángelo Becciu Prefecto de la Congregación para la Causa de los Santos La Rioja, sábado 27 de abril de 2019 “Este es el día que hizo el Señor: Alegrémonos y regocijémonos”. Queridos hermanos y hermanas, La invitación que la Liturgia nos renueva constantemente en este tiempo de Pascua, encuentra hoy en nosotros, reunidos en el solemne rito de la beatificación de cuatro mártires, una respuesta particularmente pronta y alegre. Nos alegramos y nos regocijamos en el Señor por el don de los nuevos Beatos. Son hombres que han dado valientemente su testimonio de Cristo, mereciendo ser propuestos por la Iglesia a la admiración e imitación de todos los fieles. Cada uno de ellos puede repetir las palabras del libro de la Apocalipsis, proclamadas en la primera lectura: “Ya llegó la salvación, el poder y el Reino de nuestro Dios y la soberanía de su Mesías” (Ap 12,10): el poder de Cristo resucitado, que, a lo largo de los siglos, por medio de su Espíritu, continúa viviendo y actuando en los creyentes, para impulsarlos hacia la plena realización del mensaje evangélico. Conscientes de esto, los nuevos Beatos siempre contaron con la ayuda de Dios, incluso cuando tuvieron que “sufrir por la justicia” (1Pe 3,14), de modo que siempre estaban dispuestos a defenderse delante de cualquiera que les pidiese razón de la esperanza que ellos tenían (cfr 1Pe 3,15). Se ofrecieron a Dios y al prójimo en un heroico testimonio cristiano, que tuvo su culmen en el martirio. Hoy a la Iglesia se complace en reconocer que Enrique Ángel Angelelli, Obispo de La Rioja, Carlos de Dios Murias, franciscano conventual, Gabriel Longueville, sacerdote misionero fidei donum, y el catequista Wenceslao Pedernera, padre de familia, fueron insultados y perseguidos a causa de Jesús y de la justicia evangélica (cfr Mt 5, 10-11), y han alcanzado una “gran recompensa en el cielo” (Mt 5,12). “¡Felices ustedes!” (Mt 5,11; 1Pe 3,13). ¿Cómo podríamos no escuchar dirigida a nuestros cuatro Beatos esta sugestiva manifestación de alabanza? Ellos fueron testigos fieles del Evangelio y se mantuvieron firmes en su amor a Cristo y a su Iglesia a costa de sufrimientos y del sacrificio extremo de la vida. Fueron asesinados en 1976 [mil novecientos setenta y seis], durante el período de la dictadura militar, marcado por un clima político y social incandescente, que también tenía claros rasgos de persecución religiosa. El régimen dictatorial, vigente desde hacía pocos meses en Argentina, consideraba sospechosa cualquier forma de defensa de la justicia social. Los cuatro Beatos desarrollaban una acción pastoral abierta a los nuevos desafíos pastorales; atentos a la promoción de los estratos más débiles, a la defensa de su dignidad y a la formación de las conciencias, en el marco de la Doctrina Social de la Iglesia. Todo esto, para intentar ofrecer soluciones a los múltiples problemas sociales. Se trataba de una obra de formación en la fe, de un fuerte compromiso religioso y social, anclado en el Evangelio, en favor de los más pobres y explotados, y realizado a la luz de la novedad del Concilio Ecuménico Vaticano II, en el fuerte deseo de implementar las enseñanzas conciliares. Podríamos definirlos, en cierto sentido, como “mártires de los decretos conciliares”. Fueron asesinados debido a su diligente actividad de promoción de la justicia cristiana. De hecho, en aquella época, el compromiso en favor de una justicia social y de la promoción de la dignidad de la persona humana se vio obstaculizado con todas las fuerzas de las autoridades civiles. Oficialmente, el poder político se profesaba respetuoso, incluso defensor, de la religión cristiana, e intentaba instrumentalizarla, pretendiendo una actitud servil por parte del clero y pasiva por parte de los fieles, invitados por la fuerza a externalizar su fe solo en manifestaciones litúrgicas y de culto. Pero los nuevos Beatos se esforzaron por trabajar en favor de una fe que también incidiese en la vida; de modo que el Evangelio se convirtiese en fermento en la sociedad de una nueva humanidad fundada en la justicia, la solidaridad y la igualdad. El Beato Enrique Ángel Angelelli fue un pastor valiente y celoso que, nada más llegar a La Rioja, empezó a trabajar con gran celo para socorrer a una población muy pobre y víctima de injusticias. La clave de su servicio episcopal reside en la acción social en favor de los más necesitados y explotados, así como en valorar la piedad popular como un antídoto contra la opresión. Icono del buen pastor, fue un enamorado de Cristo y del prójimo, dispuesto a dar su vida por los hermanos. Los sacerdotes Carlos de Dios Murias y Gabriel Longueville fueron capaces de individuar y responder a los desafíos concretos de la evangelización siendo cercanos a las franjas más desfavorecidas de la población. El primero, religioso franciscano, se distinguió por su espíritu de oración y un auténtico desapego de los bienes materiales; el segundo, por ser hombre de la Eucaristía. Wenceslao Pedernera, catequista y miembro activo del movimiento católico rural, se dedicó apasionadamente a una generosa actividad social alimentada por la fe. Humilde y caritativo con todos. Estos cuatro Beatos son modelos de vida cristiana. El ejemplo del Obispo enseña a los pastores de hoy a ejercer el ministerio con ardiente caridad, siendo fuertes en la fe ante las dificultades. Los dos sacerdotes exhortan a los presbíteros de hoy a ser asiduos en la oración y a hallar, en el encuentro con Jesús y en el amor por Él, la fuerza para no escatimar nunca en el ministerio sacerdotal: no entrar en componendas con la fe, permanecer fieles a toda costa a la misión, dispuestos a abrazar la cruz. El padre de familia enseña a los laicos a distinguirse por la transparencia de la fe, dejándose guiar por ella en las decisiones más importantes de la vida. Vivieron y murieron por amor. El significado de los Mártires hoy reside en el hecho de que su testimonio anula la pretensión de vivir de forma egoísta o de construir un modelo de sociedad cerrada y sin referencia a los valores morales y espirituales. Los Mártires nos exhortan, tanto a nosotros como a las generaciones futuras, a abrir el corazón a Dios y a los hermanos, a ser heraldos de paz, a trabajar por la justicia, a ser testigos de solidaridad, a pesar de las incomprensiones, las pruebas y los cansancios. Los cuatro Mártires de esta diócesis, a quienes hoy contemplamos en su beatitud, nos recuerdan que “es preferible sufrir haciendo el bien, si esta es la voluntad de Dios, que haciendo el mal” (1 Pe 3,17), como nos ha recordado el apóstol Pedro en la segunda lectura. Los admiramos por su valentía. Les agradecemos su fidelidad en circunstancias difíciles, una fidelidad que es más que un ejemplo: es un legado para esta diócesis y para todo el pueblo argentino y una responsabilidad que debe vivirse en todas las épocas. El ejemplo y la oración de estos cuatro Beatos nos ayuden a ser cada vez más hombres de fe, testigos del Evangelio, constructores de comunidad, promotores de una Iglesia comprometida en testimoniar el Evangelio en todos los ámbitos de la sociedad, levantando puentes y derribando los muros de la indiferencia. Confiamos a su intercesión esta ciudad y toda la nación: sus esperanzas y sus alegrías, sus necesidades y dificultades. Que todos puedan alegrarse del honor ofrecido a estos testigos de la fe. Dios los sostuvo en los sufrimientos, les ofreció el consuelo y la corona de la victoria. Que el Señor sostenga, con la fuerza del Espíritu Santo, a quienes hoy trabajan en favor del auténtico progreso y de la construcción de la civilización del amor. Beato Enrique Ángel Angelelli y tres compañeros mártires, ¡rogad por nosotros! Cardenal Ángelo Becciu Prefecto de la Congregación para la Causa de los Santos La Rioja, sábado 27 de abril de 2019 _________________ Oficina de Prensa Conferencia Episcopal Argentina

HOMILIA DOMINGO TERCERO DE PASCUA cC (5 de mayo 2019)

DOMINGO TERCERO DE PASCUA cC (5 de mayo 2019) Primera: Hechos 5, 27-32.40-41; Salmo: Sal 29, 2. 4-6. 11-12a. 13b; Segunda: Apocalipsis 5, 11-14; Evangelio: Juan 21, 1-19 Nexo entre las LECTURAS Cada Domingo (como dicen los textos) debería ser, una experiencia de encuentro con el Señor, con consecuencias concretas en el estilo de vida durante toda la semana… y así todas las semanas del Año. ¿Quiénes somos la comunidad cristiana?: a) somos unos creyentes -pecadores, pero creyentes- que nos reunimos cada primer día de la semana (el Domingo) en torno a Cristo Jesús; b) escuchamos su Palabra y nos alimentamos de Él mismo, en el Pan y Vino consagrados; c) alzamos la mirada hacia el Cielo, prefigurado en esa asamblea del Apocalipsis, que celebra con entusiasmo el triunfo del Señor, así nos unimos a sus himnos de victoria (por ejemplo, el Santo Santo Santo que lo cantamos en unión con los ángeles y los santos). Y a continuación… d) nos sentimos «enviados» para vivir la Caridad en nuestras ocupaciones diarias, como signo profético en medio del mundo, para dar testimonio de esta «aparición pascual» de nuestro Señor, y ser, en nuestros ambientes, levadura, fermento y sal: un espacio de libertad, de esperanza y de entrega fraterna. Signos, nosotros mismos, del Señor Resucitado. Si es así, echaremos las redes y no será en vano… y el mundo exclamará: ¡ES EL SEÑOR! Temas... La misión de la Iglesia. Cada evangelista muestra, a su manera, la misión universal de la Iglesia. San Juan en el evangelio de hoy recurre, siguiendo su estilo propio, a los símbolos. a) El mar como imagen del mundo y del conjunto de los hombres. b) Era común -en tiempos de Jesús y del evangelista-; e igualmente común, al menos entre griegos y romanos, la imagen de la nave... Los primeros cristianos, basándose en algunos textos del Nuevo Testamento (Lc 5,3; Mt 8, 23; Mc 1,17; Jn 21, 1-14), hablaron de la nave de la Iglesia. c) Hay otro símbolo que es exclusivo de Juan… al número de peces recogidos: 153. (Es conocido que, en la cultura contemporánea de Jesús, el símbolo numérico tenía un gran valor y era usado con no poca frecuencia. Ciento cincuenta y tres indica plenitud y totalidad. Se suele explicar de dos modos: 1 + 3 + 5 es igual a 9, que siendo múltiplo de 3 subraya la plenitud en grado sumo (3x3). Otro modo de explicar el valor pleno y total de este número es el siguiente: el múltiplo de 12 es 144; si a 144 sumamos 9 obtenemos 153. Es una manera de acentuar todavía más la totalidad). En resumen, la misión de la Iglesia, en el mar del mundo, no es otra sino la de ser pescadores de todos los hombres sin excepción y llevarlos al puerto seguro de la fe y de la eternidad. d) A esta imagen de la nave y de la pesca, sigue a continuación otra: la del pastor y las ovejas. Jesucristo, Buen Pastor, encomienda a Pedro: "Apacienta mis ovejas". Ezequiel había hablado del Dios como Pastor de Israel; ahora Jesús recurre a la misma imagen para hablar de sí mismo como Pastor de la Iglesia, y da a Pedro su misma misión. Buen Pastor es aquél que cuida, ama, protege, llama (Palabra) y apacienta a sus ovejas, y las defiende de los lobos hasta dar la vida (ser comido en la Eucaristía) por ellas. La misión de Pedro y de los pastores en la Iglesia es acompañar/ayudar para que todas las ovejas alcancen la salvación de Dios. Llamados a realizar la misión. En los Hechos de los Apóstoles (primera lectura) se realiza la misión mediante la predicación. Los apóstoles han predicado a Jesucristo, sobre todo el grande misterio de su muerte y resurrección, y las redes comienzan a llenarse de peces. Es tal la eficacia de la predicación, que las autoridades judías se asustan y meten a los apóstoles en la cárcel. "Pero Pedro y los apóstoles respondieron: Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres". Quien ha recibido la misma misión de Jesucristo, ¿podrá renunciar a ella? ¿podrá igualarla a cualquier otra misión en la vida? A los apóstoles les parece imposible, y no tienen miedo a pagar cualquier precio por realizar su misión. Pero no se puede llevar a cabo la misión sin el culto, particularmente la actitud de adoración hacia Jesucristo, el Cordero degollado. "Digno es el Cordero degollado, de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza" (segunda lectura). Para que la misión de los apóstoles se realice plenamente, la predicación tiene que desembocar en el culto y del culto nace la misión (Concilio Vaticano II, beato mártir Enrique Angelelli). Conocer que Cristo ha muerto y resucitado por nosotros, sin llegar a adorarle como nuestro Dios y Señor, es dejar incompleta la misión, es no misionar. Sugerencias… La misión en el mundo. El mundo ha llegado a ser, en nuestros días, una aldea global. Para los medios de la información, de las finanzas, de las ideas y de las redes sociales, no existen fronteras. Una celebración/ceremonia pontificia puede verse/seguirse simultáneamente en cualquier rincón de la tierra y, gracias a internet, puedes entablar un chat sobre cualquier tema con hombres y mujeres a miles de kilómetros de distancia de tu habitación. Los cristianos, mediante todos estos instrumentos, entramos en contacto con personas que tienen otra visión de la vida, que viven según otros modelos de existencia, que practican otra ‘religión’ y aceptan otras creencias. Este fenómeno puede suscitar cierto estado de crisis en los discípulos misioneros (católicos)… puede, incluso hacernos caer en un cierto relativismo religioso… pero puede ser por mejor UNA ESTUPENDA OCASIÓN para poner en práctica, en grandísima escala y con los medios más avanzados, la misión universal de la Iglesia. ¿Cuándo ha tenido la Iglesia más medios para predicar a Cristo desde los tejados, con sus numerosísimas antenas? Estamos quizá ante el desafío histórico más imponente en la obra misionera universal de la Iglesia. Esta gran misión universal no la llevan a cabo unos pocos misioneros en tierras no evangelizadas; la puede llevar cualquier cristiano, tú mismo la puedes llevar adelante, desde tu casa o desde tu despacho, desde el lugar de trabajo o de descanso. Se ve claro que la misión universal de la Iglesia requiere que cada cristiano sea un hombre creyente que ame a Dios y a los demás como Cristo nos enseñó, y esté preparado para dar razón de la esperanza a quien se lo pida: en la calle, en la oficina, o en internet… en su vida, dando la vida… intentarán callar a los cristianos, pero no podrán callar el Evangelio (beato Carlos Murias, mártir). El culto de adoración. Tal vez se ha puesto el acento en Jesucristo amigo, maestro, modelo en cuanto hombre igual que nosotros, y se ha dejado un poco en el silencio la figura de Jesucristo, como nuestro Dios y Señor, el Cordero sacrificado que nos redime. Estas u otras razones, tal vez cada uno conozca muchas otras, han hecho bajar el sentido cristiano de la adoración. Esta semana debería ser una ocasión magnífica para renovar y recuperar el espíritu de adoración debida a Jesucristo. Nos dice el catecismo: "Por la profundización de la fe en la presencia real de Cristo en su Eucaristía, la iglesia tomó conciencia del sentido de la adoración silenciosa del Señor presente bajo las especies eucarísticas" (CEC 1379). ¿No habrá que avivar y reavivar la conciencia de esta presencia de Jesucristo Dios en la Eucaristía? El mismo catecismo añade en el no. 2145: "La predicación y la catequesis deben estar penetradas de adoración y de respeto hacia el nombre de Nuestro Señor Jesucristo". ¡Un momento de reflexión y examen para los catequistas y predicadores! El mundo, para renovarse, tiene necesidad de una Iglesia más adorante. María, Virgen y Madre, ruega por nosotros y acompáñanos en la misión… ven con nosotros a caminar… Área de archivos adjuntos

jueves, 25 de abril de 2019

historia del hombre (Ap 22,13), ya sea individual o colectiva; y sobre todo la certeza de que este Alguien es Amor, el Amor hecho hombre, el Amor crucificado y resucitado, el Amor siempre presente en medio de los hombres. Él es el Amor eucarístico. Es fuente inagotable de comunión. Es el único a quien podemos creer sin la más mínima reserva cuando nos pide: “¡No tengáis miedo!”. 7. San Francisco de Sales (1567-1622), obispo de Ginebra y doctor de la Iglesia. OC, t 9, p.290s (Trad. ©Evangelizo.org). «La paz sea con ustedes» Los apóstoles y los discípulos de Nuestro Señor, como hijos sin padre y soldados sin capitán, habiéndose retirado llenos de temor en una casa, el Salvador se les apareció para consolarlos en su aflicción, y les dijo « ¿Por qué tienen miedo y están afligidos? Si es la duda de que lo que les prometí sobre mi resurrección no va a ocurrir, la paz sea con ustedes, permanezcan en la paz, que la paz se haga en ustedes, porque he resucitado. Miren mis manos, toquen mis heridas; soy yo, no teman, la paz sea con ustedes»… Como si quisiera decir: « ¿Qué tienen mis apóstoles que están todos temerosos y llenos de miedo? ahora ya no tienen por qué, pues les he adquirido para ustedes la paz que les doy. No solamente mi Padre me la debe porque soy su Hijo, sino también porque la he comprado al precio de mi sangre y de estas llagas que les muestro. De ahora en adelante, no sean cobardes ni temerosos, pues la guerra ha terminado. Tuvieron razones de temer durante los días pasados cuando vieron que me latiguearon…, cuando me golpearon, cuando me coronaron de espinas, cuando me hirieron desde la cabeza hasta los pies y que me clavaron en la cruz. Sufrí toda clase de oprobios, de desamparos y de ignominias…Pero ahora no teman más, que la paz sea en sus corazones, porque he salido victorioso y he vencido a todos mis adversarios: he vencido al diablo, al mundo y a la carne…Hasta esta hora les he dado varias veces mi paz, ahora les muestro como la adquirí…Todo lo que doy a mis más queridos, es la paz; por eso, la paz a ustedes, y a todos los que creerán en mí.» 8. San Pedro Crisólogo (c. 406-450) obispo de Ravenna, doctor de la Iglesia. Sermón 81 (frm trad.evangelizo.org©). «Él mismo estaba allí, en medio de ellos, y les dijo: ‘La paz sea con ustedes’» La Judea en rebelión había ahuyentado la paz de la tierra…y sumido el universo en su caos primordial…Entre los discípulos, también persistía la guerra; la fe y la duda tenían una furiosa confrontación entre ellas…Los corazones, lugar en el que la tormenta desplegaba su rabia, no podían encontrar ningún remanso de paz, ningún puerto en calma. Frente a ese espectáculo, Cristo, quién sondea los corazones, quién ordena a los vientos, quién domina las tempestades y quién por medio de un solo signo cambia la tormenta en un cielo sereno, los fortaleció de su paz diciendo: “¡La paz sea con ustedes! Soy yo; no teman nada. Soy yo, el crucificado, el muerto, el sepultado. Soy yo, su Dios que por ustedes se volvió hombre. Soy yo, vivo entre los muertos, venido del cielo al corazón de los infiernos. Soy yo. No un espíritu revestido de un cuerpo, sino la verdad misma hecha hombre. Soy yo y la muerte me huyó, los infiernos me temieron. En su espanto, el infierno me proclamó Dios. No tengas miedo Pedro, tú que me negaste, ni tú Juan que huiste, ni todos ustedes que me abandonaron, que sólo pensaron en traicionarme, y que aun viéndome todavía no creen en mí. No teman, soy yo. Los he llamado por la gracia, los he escogido por el perdón, los he sostenido por mi compasión, los he llevado en mi amor, y los tomo en este día por mi bondad.".

lunes, 22 de abril de 2019

HOMILIA II DOMINGO DE PASCUA o DOMINGO DE LA DIVINA MISERICORDIA cC (28 de abril 2019)

II DOMINGO DE PASCUA o DOMINGO DE LA DIVINA MISERICORDIA cC (28 de abril 2019) Primera: Hechos 5, 12-16; Salmo: Sal 117, 2-4. 22-27a; Segunda: Apocalipsis 1, 9-11.12-13.17-19; Evangelio: Juan 20, 19-31 Nexo entre las LECTURAS Cristo, "el Viviente" "el Misericordioso". Así lo "ve" san Juan en el Apocalipsis y en el Evangelio. También a nosotros, hoy, en este Domingo el Señor nos muestra, en la Iglesia, sus llagas. Son llagas de misericordia. Es verdad: las llagas de Jesús son llagas de misericordia. «Por sus llagas fuimos sanados» (Is 53,5). Jesús nos invita a mirar sus llagas, nos invita a tocarlas, como a santo Tomás, para sanar nuestra incredulidad. Nos invita, sobre todo, a entrar en el misterio de sus llagas, que es el misterio de su amor misericordioso. Así lo experimentan los primeros cristianos de Jerusalén. "Yo soy el que vive; estuve muerto, pero ahora vivo para siempre" dice el Hijo de hombre a san Juan en la visión (segunda lectura). El Viviente se aparece a los discípulos atemorizados para infundirles paz, encomendarles la misión y otorgarles el Espíritu (Evangelio). El Viviente, el Misericordioso continúa operando signos y prodigios en medio del pueblo por medio de los apóstoles (primera lectura) y nos invita a ser testigos delante de todos… como dice el salmista: Que lo digan los que temen al Señor: ¡es eterno su amor! Temas... Sugerencias… El Día del Señor. Como los discípulos aquel auténtico primer día de la semana, también nosotros hacemos la ‘experiencia’ del encuentro con Cristo resucitado cada Domingo… y a la vez experimentamos la fuerza de la resurrección que, gracias al Espíritu que habita en nosotros, nos empuja hacia el Cielo… pues Domingo a Domingo, como peldaños de una escalera, vamos al Cielo, al banquete de la boda del Cordero, de quien decimos antes de comulgar: “no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme”. La celebración de la Misa Dominical es el momento -y a la vez el lugar- donde la experiencia de la resurrección se hace posible. Reunidos alrededor del Altar, celebrando el memorial del Señor, significamos y somos como nunca Iglesia, asamblea de hombres y mujeres que viven el misterio pascual y que salen con el compromiso de seguir viviéndolo y dando testimonio de Su presencia viva en el mundo mediante la práctica de la caridad, las obras de misericordia. - Las lecturas que proclamamos nos descubren la importancia que se da a esta experiencia dominical. La primera experiencia que hacen los discípulos del Señor resucitado tiene lugar el mismo Domingo de la resurrección: Aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: Paz a ustedes. El grupo de ‘los que tienen miedo’ se convierte en comunión de alegría, gracias a la presencia del Señor que había sido crucificado: Les enseñó las manos y el costado. Y es en la intimidad-comunión donde se experimenta a Jesús. El que no está no hace la experiencia, como Tomás, por más que pertenezca a los Doce. - Por eso, a los ocho días -el Domingo siguiente (hoy)-, Jesús se les vuelve a presentar… y esta vez sí está santo Tomás con el grupo, y Jesús resucitado, le pide a Tomás que toque y vea, EN ESE GESTO nos pide que maduremos la fe en la aceptación de la palabra apostólica, don de Dios. Palabra de Dios que nos conducirá por el camino del testimonio -el martirio- como nos ha dicho Juan en la lectura del Apocalipsis y que nos dijo la Iglesia en la Misa (ayer) en que fueron beatificados los “mártires riojanos”. También nos descubre -con el testimonio de vida del beato Enrique Angelelli y compañeros mártires- y nos hace compartir, en Jesús, las penas, la paciencia y los dolores (la vida misma) con los hermanos… El Domingo, el día del Señor, es cuando el Espíritu se apodera de nosotros y nos da la gracia para ser mártires/testigos todos los días hasta el fin de los días, como lo fueron, también, los apóstoles. Regalos del resucitado. El Espíritu es el primer fruto de la Pascua del Señor y el que da la plenitud. Juan sitúa en la tarde de Pascua, en el primer encuentro de los discípulos con el Resucitado, la donación del Espíritu Santo. Anticipamos que para Pentecostés también leemos la primera parte del evangelio de hoy. Lo que hay que recordar es que el gran don del Resucitado es el Espíritu. El Espíritu Santo nos impulsa a las obras de la caridad, las obras de misericordia. Esta memoria del Espíritu, aliento de la nueva creación, ha de ser más intensa en el tiempo que transcurre entre la Pascua y Pentecostés, especialmente cuando celebramos y recordamos los sacramentos de la iniciación cristiana que, por obra del Espíritu, nos hace criaturas nuevas. Esto concuerda con la oración colecta de la Misa de hoy en la que pedimos comprender mejor "la inestimable riqueza del bautismo que nos ha purificado, del espíritu que nos ha hecho renacer (Confirmación) y de la sangre que nos ha redimido (Eucaristía)". La donación del Espíritu por parte del Resucitado incluye la misión, como sucede también al final del evangelio: "Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo". Los discípulos son enviados a continuar la misión del Hijo de Dios, muerto y resucitado, misión que éste recibió del Padre. El Espíritu hará efectiva esta misión para destruir el reino del pecado y de la muerte, desvaneciendo el pecado, haciendo una creación nueva, en la que resida la "paz" eternamente, la "paz" que es un don mesiánico por excelencia y que el Resucitado comunica también hoy, de entrada, a sus discípulos. Felices los que creen sin haber visto. “San Bernardo, en su comentario al Cantar de los Cantares (Disc. 61,3-5; Opera omnia 2,150-151), se detiene justamente en el misterio de las llagas del Señor, usando expresiones fuertes, atrevidas, que nos hace bien recordar hoy. Dice él que «las heridas que su cuerpo recibió nos dejan ver los secretos de su corazón; nos dejan ver el gran misterio de piedad, nos dejan ver la entrañable misericordia de nuestro Dios». Es este, hermanos y hermanas, el camino que Dios nos ha abierto para que podamos salir, finalmente, de la esclavitud del mal y de la muerte, y entrar en la tierra de la vida y de la paz. Este Camino es Él, Jesús, Crucificado y Resucitado, y especialmente lo son sus llagas llenas de misericordia. Los Santos nos enseñan que el mundo se cambia a partir de la conversión de nuestros corazones, y esto es posible gracias a la misericordia de Dios. Por eso, ante mis pecados o ante las grandes tragedias del mundo, «me remorderá mi conciencia, pero no perderé la paz, porque me acordaré de las llagas del Señor. Él, en efecto, “fue traspasado por nuestras rebeliones” (Is 53,5). ¿Qué hay tan mortífero que no haya sido destruido por la muerte de Cristo?» (ibíd.). Con los ojos fijos en las llagas de Jesús Resucitado, cantemos con la Iglesia: «Eterna es su misericordia» (Sal 117,2). Y con estas palabras impresas en el corazón, recorramos los caminos de la historia, de la mano de nuestro Señor y Salvador, nuestra vida y nuestra esperanza”. (Papa Francisco).

lunes, 8 de abril de 2019

HOMILÍA DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR cC (14 de abril 2019)

DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR cC (14 de abril 2019) Primera: Isaías 50, 4-7; Salmo: Sal 21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24; Segunda: Filipenses 2, 6-11; Evangelio: Lucas 22, 14 – 23, 52 Nexo entre las LECTURAS ¡El dolor! Realidad histórica y designio de Dios. Aquí está el centro del mensaje del Domingo de Ramos. El Siervo de Yahvéh (primera lectura) sufre golpes, insultos y salivazos, pero el Señor le ayuda y le enseña el sentido del dolor. San Pablo, en el himno cristológico de la carta a los filipenses (segunda lectura), canta a Cristo que "se despojó de su grandeza, tomó la condición de esclavo". En la narración de la pasión según san Lucas, Jesús afronta sufrimientos indecibles e incontables, a la manera de un esclavo, pero sabe que todo está dispuesto por el Padre y por ello confía al Padre su espíritu. Por eso decimos con fe que el dolor es redentor. Temas... HUMILDE y MANSO. Se abre la Semana Santa con el recuerdo de la entrada triunfal de Cristo en Jerusalén, que se verificó exactamente el Domingo antes de la pasión. Jesús, que se había opuesto siempre a toda manifestación pública y que huyó cuando el pueblo quiso proclamarlo rey (Jn 6, 15), hoy se deja llevar “en triunfo”. Sólo ahora, que está para ser llevado a la muerte, acepta su aclamación pública como Mesías, precisamente porque muriendo en la cruz será, plenísimamente mostrado, Mesías, el Redentor, el Rey Vencedor. Acepta ser reconocido como Rey, pero como un Rey con características inconfundibles: humilde y manso, que entra en la Ciudad santa montado en un asnillo, que proclamará su realeza solo ante los tribunales y aceptará que se ponga la inscripción de su título de rey solamente en la cruz. La entrada jubilosa en Jerusalén constituye el homenaje espontáneo del pueblo a Jesús, que se encamina, a través de la pasión y de la muerte, a la plena manifestación de su Realeza divina. Aquella muchedumbre aclamante no podía abarcar todo el alcance de su gesto, pero la comunidad de los fieles que hoy lo celebramos (repetimos) sí podemos comprender su profundo sentido. «Tú eres el Rey de Israel y el noble hijo de David, tú, que vienes, Rey bendito, en nombre del Señor... Ellos te aclamaban jubilosamente cuando ibas a morir: nosotros celebramos tu gloria, ¡oh Rey eterno!» (MR). HONRAR LA PASIÓN DE CRISTO. La liturgia invita a fijar la mirada en la gloria de Cristo Rey eterno, para que los fieles estemos preparados para comprender mejor el valor de su humillante pasión, camino necesario para la exaltación suprema. No se trata, pues, de acompañar a Jesús en el triunfo de una hora, sino de seguirle al Calvario, donde, muriendo en la cruz, triunfará para siempre del pecado y de la muerte. Estos son los sentimientos que la Iglesia expresa cuando, al bendecir los ramos, ora para que el pueblo cristiano complete el rito externo «con devoción profunda, triunfando del enemigo y honrando de todo corazón la misericordiosa obra de salvación» del Señor. No hay un modo más bello de honrar la pasión de Cristo que conformándose a ella para triunfar con Cristo del enemigo, que es el pecado. La Misa nos introduce plenamente en el tema de LA PASIÓN. La profecía de Isaías y el salmo responsorial anticipan con precisión impresionante algunos de sus detalles: «Ofrecía la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba. No oculté el rostro a insultos y salivazos» (Is 50, 6). ¿Por qué tanto sumisión? Porque Cristo, bosquejado en el Siervo del Señor descrito por el profeta, está totalmente orientado hacia la voluntad del Padre y con Él quiere el sacrificio de sí mismo por la salvación de los hombres: «El Señor Dios me ha abierto el oído; y yo no me he rebelado ni me he echado atrás» (ib 5). Por eso le vemos arrastrado a los tribunales y de éstos al Calvario, y allí tendido sobre la cruz: «Me taladran las manos y los pies, puedo contar mis huesos» (Sal 22, 17-18). A esto se reduce el Hijo de Dios por un solo y único motivo: el amor; amor al Padre… cuya gloria quiere resarcir, y amor a los hombres, a los que quiere reconciliar con el Padre. ANONADAMIENTO (Kénosis). Sólo un amor infinito puede explicar las desconcertantes humillaciones del Hijo de Dios. «Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo» (Flp 2. 6-7). Cristo lleva hasta el límite extremo la renuncia a hacer valer los derechos de su divinidad; no sólo, los esconde bajo las apariencias de la naturaleza humana, sino que se despoja de ellos hasta someterse al suplicio de la cruz, hasta exponerse a los más amargos insultos: «A otros ha salvado y él no se puede salvar. ¡Es el Mesías, el rey de Israel! Baje ahora de la cruz para que lo veamos y creamos» (Mc 15, 31-32). Al igual que el Evangelista, la Iglesia no vacila en proponer a la consideración de los fieles la pasión de Cristo en toda su cruda realidad, para que quede claro que Él (según nuestra manera de hablar), siendo verdadero Dios, es también verdadero hombre, y como tal sufrió; y anonadado en su humanidad atormentada, tanto que no se cree su naturaleza divina, se hizo hermano de los hombres hasta compartir con ellos la muerte para hacernos partícipes de su divinidad. «Cristo por nosotros se sometió incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso, Dios lo levantó sobre todo, y le concedió el “Nombre-sobre-todo-nombre”» (MR) Del máximo anonadamiento se deriva la máxima exaltación; hasta como hombre, Cristo es nombrado Señor de todas las criaturas y ejerce su señorío pacificándolas con Dios, rescatando a los hombres del pecado y comunicándonos su vida divina. Sugerencias... Hoy es Domingo de Ramos, hoy empieza la semana más importante para nosotros -los católicos- durante el presente año. En la culminación de esta semana tendremos la Vigilia Pascual, la magna solemnidad con la cual el pueblo creyente celebra la victoria de Jesucristo, victoria sobre la muerte, sobre el demonio, sobre el pecado. Agradecidos con Dios que nos permite llegar a este momento, tal vez lo primero que podamos hacer es evaluar cuál ha sido nuestra Cuaresma como verdadero examen de conciencia porque nuestra primera actitud en la Semana Santa debe ser de humildad… seguramente hemos podido practicar en alguna medida el ayuno, la oración y las obras de misericordia, pero si hemos fallado, si nos hemos quedado cortos, por favor que nuestra actitud sea humilde. El pueblo hebreo recibiendo a Jesucristo en Jerusalén mostró esa humildad arrojando sus capas ante Cristo que entraba a la ciudad sobre un humilde borrico, arrojando así esas capas ellos estaban mostrando la infinita superioridad del que entra como Rey glorioso, así también llega Cristo a nuestra vida y así también es necesario que nuestro corazón humilde se postre ante Él para proclamarlo Rey, “¡tú eres el Rey de mi vida!”; esta es la primera actitud a la que nos convoca el Domingo de Ramos. En segundo lugar en este Domingo se proclama integra la Pasión del Señor, es uno de los dos días en todo el año en que se lee completa la Pasión del Señor, el otro día es el Viernes Santo. La lectura de la Pasión del Señor hemos de recibirla como una gran declaración del amor divino, y a la vez como una denuncia clarísima del pecado del mundo. Leer la Pasión del Señor es encontrar la traición de los amigos del Señor, la virulencia y la sevicia de sus enemigos, la indiferencia de un sistema judicial que finalmente se hace cómplice, la gran capacidad de manipulación que tienen algunos líderes falsos y la gran irresponsabilidad de las multitudes que así se dejan seducir de los grandes líderes (es un año electoral y a esto lo experimentamos más que otras veces). Todos estos mensajes nos están mostrando hasta dónde llega el pecado del mundo, porque nosotros de muchas maneras también nos hemos dejado manipular, nosotros, como Pedro o como Judas, también hemos negado a Nuestro Maestro, nosotros, como Pilato, muchas veces nos hemos lavado las manos, no solamente ante el honor de Cristo sino también ante la gloria de Dios y ante el dolor de nuestros hermanos (recordemos y recemos por la Vida… queremos la Vida, las dos vidas). Por eso la Pasión de Cristo es un recorrido por lo que podríamos llamar “lo peor” dentro de la humanidad, pero a la vez es un canto a la bondad gratuita, a la misericordia inagotable del Dios que ha venido a nuestro encuentro. Domingo de Ramos, Domingo para agradecer las maravillas del amor de Dios, para leer la Pasión del Señor, Domingo para escuchar esta proclamación de fe, y Domingo por supuesto para preparar al GRAN DOMINGO, el próximo Domingo, el Domingo de la Pascua. Si es verdad que hoy encontramos a Cristo en su dolor, ese dolor no es el final de la historia, la victoria está cercana y por eso a lo largo de estos días de Semana Santa, vamos a caminar como pueblo creyente, hasta llegar al Cenáculo en la institución de la Eucaristía, del Sacerdocio y de la Caridad… hasta llegar al calvario en la acción litúrgica de la Pasión del Señor, pero sobre todo para llegar hasta las puertas del sepulcro y allí recibir a Cristo glorioso y resucitado. María, Madre de Cristo y de la Iglesia, ruega por nosotros.

lunes, 1 de abril de 2019

HOMILIA Quinto Domingo de CUARESMA cC (7 de abril 2019)

Quinto Domingo de CUARESMA cC (7 de abril 2019) Primera: Isaías 43, 16-21; Salmo: Sal 125, 1-6; Segunda: Filipenses 3, 8-14; Evangelio: Juan 8, 1-11 Nexo entre las LECTURAS Yo estoy por hacer algo nuevo (Is 43, 19). La NOVEDAD es sin duda uno de los puntos salientes de los textos litúrgicos de hoy. El profeta, en lenguaje poético, lleno de imágenes sorprendentes y audaces, evoca un nuevo éxodo y una nueva liberación (primera lectura). La mujer ‘adúltera’, que leemos en el evangelio, descubre en la actitud de Jesús una novedad nunca vista, la respeta, la libera y transforma. San Pablo se confronta con la absoluta novedad del misterio de Cristo, y por eso todo lo tiene por basura con tal de ganar a Cristo y vivir unido a Él (segunda lectura). Con el salmista alabamos incesantemente, en todo tiempo, al Señor; su alabanza está siempre en nuestros labios. En Dios tenemos puesta nuestra esperanza: Él es nuestra felicidad, es todo. La Virgen María nos ayuda a rezar, ella se sentía dichosa y feliz viendo las maravillas del Señor y expresamos con ella: "¡El Señor hizo -por ellos- grandes cosas!» ¡Grandes cosas hizo el Señor por nosotros y estamos rebosantes de alegría!" Temas... "Tampoco yo te condeno". Curiosamente todos los textos de la Misa de hoy remiten al futuro, a la salvación de Dios que crea algo nuevo y hacia la salvación a la que nos dirigimos. Y esto precisamente como introducción a la semana de pasión y santísimo Triduo Pascual. Pero justamente aquí se realiza lo nuevo, la salvación definitiva; y toda nuestra vida consistirá en dirigirnos hacia esta acción de Dios. El evangelio nos muestra a pecadores que, en presencia de Jesús, se permiten acusar a una mujer pecadora. Jesús, que aparece escribiendo en el suelo, está como ausente. Sólo dos veces rompe su silencio: la primera vez para reunir, a acusadores y acusada, en la universalidad de la culpa (…el que no tenga pecado… que tire la piedra); y la segunda para -como nadie puede ya condenar a otro- pronunciar su perdón. Ante su mudo sufrimiento por todos, toda acusación deberá enmudecer también, pues «Dios nos encerró a todos en desobediencia», no para castigarnos, como querrían los acusadores, sino «para tener misericordia de todos» (Rom 11,32). No se debe condenar a los pecadores públicos porque Él ha sufrido por todos para conseguir el perdón del cielo para todos, y por esta razón ya nadie puede condenar a otro ante Dios. «Olvidándome de lo que queda atrás». Pablo, en la segunda lectura, está totalmente conquistado por este perdón de Dios otorgado mediante la pasión y resurrección de Cristo. Comparado con esta verdad, nada tiene ya valor: todo es abandonado como «desperdicio» para participar del misterio de la pasión y resurrección de Cristo. El apóstol sabe que esto, que ya ha sucedido, es nuestro verdadero futuro, hacia el que nos dirigimos directamente, sin mirar a derecha o izquierda, mirando siempre hacia delante, con los ojos puestos en la «meta». Porque esta meta está ya presente -el hombre ha sido ya «alcanzado» por Cristo»-, sigue corriendo como si aún no la hubiera conseguido (Pablo subraya esto dos veces). El cristiano no mira hacia atrás, sino siempre hacia lo que está por delante: toda su existencia recibe su sentido de esta carrera. Si corremos al encuentro de Cristo, todo mirar atrás, hacia una falta del pasado, para afligirse por ella, sólo puede hacernos daño, pues la falta está ya perdonada. "Miren que realizo algo nuevo". Ya el Antiguo Testamento había hecho de este mirar hacia delante un mandamiento: «No se acuerden de las cosas pasadas» (primera lectura). En Israel era una costumbre profundamente arraigada recordar el comienzo de la salvación, la salida de Egipto: ciertamente pensando que hacer memoria del comienzo podía fortalecer la fe en el Dios que camina actualmente con el pueblo. Pero Dios no quiere que Israel permanezca cautivo de este recuerdo del pasado, pues Él promete algo nuevo, y es ciertamente algo que «ya está germinando», cuya presencia se puede «notar», al igual que en la Nueva Alianza el Espíritu Santo que se otorga a los creyentes será una «prenda» de la vida eterna. De este modo Dios traza un camino para Su pueblo, a través del desierto, hacia la vida eterna; y para nosotros, que estamos redimidos, traza un camino que conduce a la bienaventuranza eterna. Sugerencias... Lo nuevo es Cristo. Al ir cerrando este tiempo cuaresmal, después de caminar cuarenta días en el desierto de nuestro mundo interior, de pronto nos encontramos con la presencia de Cristo que arroja luz y agua sobre nuestro corazón y nuestra vida. Hemos dejado al otro lado del desierto nuestro «todo», un esquema y un modo de pensar, un estilo de vivir, mas ¿cuál es nuestra ganancia? Y respondemos con Pablo: «Todo lo estimo pérdida, comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús. Por él lo perdí todo, y todo lo estimo desperdicio con tal de ganar a Cristo y existir en él, no con una justicia mía -la de la ley- sino con la que viene de la fe de Cristo...» Al entrar al desierto cuaresmal se nos pidió despojo total, descalzarnos y cambiar de vida, caminar sin equipaje y sin defensas. Y eso, a veces, da miedo. ¿Es que se nos conducía a la muerte? De alguna manera, sí. A morir a nosotros mismos, para «llegar a la resurrección», al renacimiento del hombre- nuevo en Cristo. Ahora, en la semana final de la Cuaresma, se nos llama a la total purificación para que Cristo, muerto y resucitado, nos inunde y nos vista con su luz (para morir a lo viejo, y resucitar a lo nuevo, una vida nueva en la práctica de las virtudes. «Miren que realizo algo nuevo; ya está germinando, ¿no lo notan?». ¿Queres ser nuevo en Cristo, en la novedad de Cristo? Beata Virgen María, ruega por nosotros ...

HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

  VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024) Primera : Isaías 52,13 – 53,12;  Salmo : Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25;  Segunda :...