martes, 19 de febrero de 2019

HOMILIA DEL Domingo Séptimo del TIEMPO ORDINARIO cC (24 de febrero de 2019)

Domingo Séptimo del TIEMPO ORDINARIO cC (24 de febrero de 2019) Primera: 1 Samuel 26, 2. 7-9. 12-14. 22-23; Salmo: Sal 102, 1-2. 3-4. 8 y 10. 12-13; Segunda: 1 Corintios 15, 45-49; Evangelio: Lucas 6, 27-38 Nexo entre las LECTURAS… El discurso de Jesús en la montaña capta hoy nuestra atención. La enseñanza es profunda y novedosa: Jesús invita a sus discípulos a amar a los enemigos (Ev). Tal enseñanza era desconocida por el mundo judío y extraña para el mundo griego. Era una novedad que expresaba el amor con el que Dios ama a los hombres. Esta enseñanza se expresa en dos sentencias de Jesús: traten a los demás como quieren que ellos los traten, es decir no trates a los demás como ellos te traten a ti, sino como tú quisieras ser tratado por ellos; y la segunda sentencia reza así: sean misericordiosos como el Padre de ustedes es misericordioso, que nos revela el grande amor de Dios Padre. La primera lectura nos presenta precisamente a David que perdona a Saúl cuando lo tenía a punto para matarlo (1L). David, figura del Rey mesiánico, muestra entrañas de misericordia ante sus enemigos. Por su parte, Pablo nos habla del primer Adán (el hombre creado) y el último Adán (Cristo). Aquí se revela la gran vocación del hombre a ser un hombre nuevo en Cristo (2L). Invitados a la magnanimidad. Temas... Traten a los demás como quieren que ellos los traten. Esta sentencia se presenta al final de una serie de exhortaciones de Jesús sobre el modo de tratar a los demás. "Hay que amar a los enemigos", es decir, no se puede seguir a Jesús si se aplica, como norma suprema, la ley del talión: ojo por ojo... No se puede seguir a Jesús si se guarda rencor, resentimiento, odio y deseo de venganza. Todo esto denigra la dignidad humana. Y, sin embargo, con qué facilidad nosotros y todos los hombres somos presas de estos sentimientos. ¡Cómo nos cuesta perdonar! No solo cuando alguien haya cometido contra nosotros ultrajes y daños irreparables, sino aun cuando simplemente han sido descuidos, faltas de atención. El egoísmo, en la naturaleza herida de la humanidad, es una pasión grande que brinca por todas partes. Es pues, imprescindible pasar del "hombre viejo", el primer Adán, al hombre nuevo, el último Adán, Cristo mismo. Ejemplo de este paso los tenemos y los hemos experimentado: recordemos a aquel joven que en la vigilia de Tor Vergata en el año 2000, año del gran Jubileo, y por tanto, del gran perdón, perdonaba en público -en presencia del Papa san Juan Pablo- a los asesinos de su hermano. ¿Cómo es posible llegar a un amor de esta naturaleza? Sólo es posible en Cristo, cuando Cristo ha tocado el íntimo del corazón y habla a la persona y le revela el verdadero camino de la felicidad. Aquel muchacho había pasado del rencor al amor, tendía una mano a los asesinos de su hermano y se tendía una mano a sí mismo. El perdón lo condujo al amor. Hoy, purificada la memoria, puede caminar por las rutas de la vida con esperanza. Si él no hubiese perdonado, hoy su memoria infectada sería fuente de amargura, de desesperación, de rabia. El santo Papa Juan Pablo II en su mensaje del 1 de enero de 1997 decía: "es verdad que no se puede permanecer prisioneros del pasado: es necesaria, para cada uno y para los pueblos, una especie de ‘purificación de la memoria’, a fin de que los males del pasado no vuelvan a producirse más. No se trata de olvidar todo lo que ha sucedido, sino de releerlo con sentimientos nuevos, aprendiendo, precisamente de las experiencias sufridas, que sólo el amor construye, mientras el odio produce destrucción y ruina. La novedad liberadora del perdón debe sustituir a la insistencia inquietante de la venganza. Pedir y ofrecer perdón es una vía profundamente digna del hombre y, a veces, la única para salir de situaciones marcadas por odios antiguos y violentos". De aquí, pues, nace la máxima de gran alcance: traten a los demás como quisiera que a mí me trataran. Si deseo que me traten con respeto, debo tratar con respeto; si quiero ser amado, debo amar; si quiero ser comprendido y perdonado, debo aprender a comprender y perdonar. Está máxima es sumamente práctica y de gran actualidad, supone sin embargo, una profunda renuncia de sí mismo… y muy bien lo expresan los santos, especialmente san Francisco de Asís. Supone que el "yo egoísta" no es el centro de la personalidad y de los propios intereses, sino el "tú". No puede haber plena realización de la persona si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás. Por lo demás la experiencia nos dice que quien no perdona, poco a poco se amarga la vida y los resentimientos empiezan a corroer su alma. Sean misericordiosos como el Padre es misericordioso. Importa mucho ver el término de comparación: el Padre es misericordioso. Sabemos que el Padre es misericordioso porque Cristo nos ha revelado el rostro del Padre. Lo sabemos porque Cristo, muriendo en la cruz y resucitando, nos ha dicho cuán valioso es el hombre a los ojos del Padre. Lo sabemos porque la parábola del Hijo pródigo en su sencillez, nos anuncia verdades magníficas al mostrarnos cómo nos recibe el Padre eterno cuando volvemos a su hogar. Así, pues, nadie desespere, nadie se abandone, nadie lance por la borda su vida: el Padre es misericordioso y la prueba es su Hijo Jesucristo en quien tenemos acceso a Él y mucho nos los repitió el Papa Francisco. Quien hace experiencia honda de esta paternidad, es capaz, a la vez, de expresar esta paternidad ante el mundo. Esos son los santos al estilo de Francisco de Asís, San Maximiliano Kolbe, Madre Teresa, Santa Teresa de Lisieux... Ellos han tenido una experiencia profunda de que Dios es Padre y que cuida de todas y cada una de sus creaturas, especialmente del hombre, creado a su imagen y semejanza. Ellos, lo santos, descubren a Cristo en todos los hombres, porque el Verbo al encarnarse se ha unido de algún modo a todo hombre. Ellos se sienten solidariamente hermanos de todos los hombres, porque se sienten hijos del Padre. Sea pues, la consigna: MISERICORDIA. Que nuestras entrañas se revistan de misericordia para ver nuestra propia vida y para ver la vida del prójimo. Todos tenemos necesidad de misericordia. En la canonización de Sor Faustina Kowalska (30 de abril de 2000), san Juan Pablo II decía: "No es fácil, en efecto, amar con un amor profundo, hecho de un auténtico don de sí mismo. Este amor se aprende en la escuela de Dios, al calor de su caridad divina. Fijando la mirada sobre Él, sintonizando con su corazón de Padre, nos hacemos capaces de mirar a los hermanos con ojos nuevos, en una actitud de haber recibido todo gratuitamente y para compartirlo con los hermanos, una actitud de generosidad y de perdón". ¡Todo esto es misericordia!. Sugerencias... Aprender a perdonar desde pequeños. Aquí las familias tienen un gran campo de acción. Son ellas las que van formando el corazón de sus hijos. No cabe duda que en los años tiernos de la infancia el corazón es más moldeable. En este corazón se puede ir formando una gran capacidad de amor y perdón, pero por desgracia, también se pueden ir alimentando rencores y rencillas. Educar en el amor misericordioso, en el perdón a los otros hermanos o niños de la escuela. Educar en el amor a la verdad, a la justicia, en la capacidad de experimentar misericordia por el pobre, por el que sufre, por el enfermo. Los niños, paradójicamente, pueden ser muy crueles con sus compañeros menos dotados física o intelectualmente, cuando no están educados en el verdadero amor. La canonización de los niños de Fátima ha puesto en evidencia que es posible la santidad para los pequeños. La generosidad. Un alma generosa es una alma que da sin medida, un alma que no calcula su entrega, sino que se dona hasta donde le alcanzan sus fuerzas. Estas almas las conocemos son los “santos de la casa de al lado” dice el Papa Francisco: los que ayudan en la parroquia, los voluntarios que anda girando el mundo ayudando en servicio social, los médicos que no le ‘cobran’ a los pobres, los docentes que tienen una paciencia ilimitada con sus alumnos. En fin, personas generosas existen y son las que sostienen el mundo. En cada uno de nosotros existe esa persona generosa que quiere vivir así "donándose sin cesar". Sin embargo, también en cada uno de nosotros existe la contrapartida, el hombre que quiere vivir sólo para sí. Enfrentemos la noble batalla para hacer vencer la generosidad por encima del egoísmo. Nuestra Señora del amor y del servicio, ruega por nosotros.

HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

  VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024) Primera : Isaías 52,13 – 53,12;  Salmo : Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25;  Segunda :...