martes, 28 de noviembre de 2017

HOMILIA 2 Primer Domingo de ADVIENTO cB (03 de diciembre 2017)

Primer Domingo de ADVIENTO cB (03 de diciembre 2017)
Primera: Isaías 63, 16b-17. 19b; 64, 2-7; Salmo: Sal 79, 2ac. 3b. 15-16. 18-19; Segunda: 1Corintios 1, 3-9; Evangelio: Marcos 13, 33-37
Nexo entre las LECTURAS
Actitud vigilante entre la espera y la esperanza: aquí está el tema de las lecturas. El evangelio repite por tres veces: "estén prevenidos", porque no saben cuándo llegará el momento, cuándo llegará el dueño de la casa. En la primera carta a los corintios, Pablo habla de esperar la manifestación de nuestro Señor Jesucristo, que "los mantendrá firmes hasta el fin". La bellísima invocación a Dios del llamado ‘tercer’ Isaías (primera lectura) expresa el deseo de que el Señor irrumpa con su poder en la historia, como si se tratase de un nuevo Éxodo, recordando que "Tú, Señor, eres nuestro padre… y Tú, nuestro alfarero".
Temas...
El día del Señor. En el adviento la tradición de la Iglesia ha unido dos venidas: la del Verbo en la debilidad de la carne, que celebramos en Navidad, y la del Señor en la majestad de su gloria, que pertenece, en cuanto al tiempo y al modo de realizarse, al misterio escondido en el Padre. Entre ambas hay un hilo de continuidad: la venida histórica de Jesús preanuncia y anticipa en cierto modo su venida última, al final de la historia; quien sale con gozo al encuentro de Jesús en el misterio de su nacimiento, no tiene motivo para temer o desesperar del encuentro definitivo con Cristo glorioso, Señor del universo y de la historia. Para el fiel cristiano, el día del Señor no tiene que estar revestido de escenas y miedos atenazadores, paralizantes, ni deslumbrantes. Con san Pablo, el cristiano está seguro de que "el Señor nos mantendrá firmes hasta el fin, para que nadie tenga de qué acusarnos en el día de nuestro Señor Jesucristo" (segunda lectura). El día del Señor nos llama a la responsabilidad de cara al misterio infinito de la encarnación y de la redención.
Certeza e ignorancia. La revelación de Dios nos habla de la certeza de la última venida de Jesús, al final de los tiempos. Entonces no tenemos duda, ¡vendrá! Dios nos ha dejado en oscuridad respecto al tiempo y a la manera en que tendrá lugar la parusía. Dios no se revela para satisfacer nuestra curiosidad ni para arrancar de nuestra alma la saludable esperanza… se revela para nuestro bien y para nuestra salvación. La ignorancia sobre el cuándo y el cómo nos mantiene en estado de alerta y vigilancia, es lo que Jesús nos dice en el Evangelio.
Abandono en las manos del Padre. Junto a esta actitud evangélica, el texto de Isaías nos propone la actitud de abandono filial, pues Dios es nuestro padre y libertador, nuestro alfarero y nosotros somos su arcilla. Una actitud que se obtiene y configura de manera especial en la plegaria. Este espíritu filial hace gritar al profeta con envidiable confianza: "¡Ojalá rasgases el cielo y bajases”! Cinco siglos después el deseo se convertiría en realidad con la Encarnación del Verbo. Cuando en los designios de Dios esté determinado, el cielo volverá de nuevo a rasgarse y aparecerá el Hijo del hombre para juzgar a vivos y muertos y para establecer definitivamente su reinado de justicia, de amor y de paz (Liturgia del Domingo pasado).
Sugerencias...
¡VigilanciaLlega la Navidad. En nuestra sociedad corremos el peligro de "pasar bien" la Navidad, como se pasan bien las vacaciones o un día de fiesta nacional. Es decir, vamos quizá a la Misa, porque "tradición obliga", adornamos nuestra casa con un arbolito de luces y un belén, festejamos en familia con un buen banquete, vemos en televisión algún programa relativo a las fiestas navideñas, hacemos hermosos regalos a nuestros amigos y seres queridos y recibimos regalos de ellos, reavivamos los lazos familiares en torno al hogar...¡todas ellas, cosas buenas! Pero la sustancia de la Navidad, el misterio más sublime de la historia: Dios entre nosotros, Enmanuel, se nos escapa como agua entre los dedos de las manos o se diluye como el humo en nuestra mente superficial y poco propensa a la meditación profunda de las cosas que realmente valen la pena. Hoy la liturgia nos dice: ¡Atentos! Vigilen para no perder la ocasión de meditar en algo importante, de valorar debidamente el misterio que vamos a celebrar.
¡VigilanciaSomos pecadores. No sabemos ni el día ni la hora en que vendrá el Señor al término de la historia, pero sí conocemos su venida en Belén. No vivamos no ocupados y ajenos del todo al Niño divino de Belén y al Señor de la gloria. Somos pecadores y por eso llevamos en nosotros la herencia al pecado y la posibilidad de atender al llamado de Dios. No dejemos de vigilar y que la llegada del Señor nos encuentre preparados, engalanados con el vestido adecuado para entrar en la boda. Somos pecadores: y la Navidad nos recuerda que el Hijo de Dios se ha hecho hombre para redimir al hombre de la esclavitud del pecado ¡Recordemos! ¡Vigilemos! Que la venida histórica de Dios entre los hombres reavive nuestra conciencia y nuestra necesidad de salvación. La Navidad no es sólo tiempo para sentimientos de ternura, de intimidad, de fiesta; lo es también para despertar del letargo nuestra conciencia y "hacer nacer" a Dios en nuestro corazón.
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HOMILÍA 1 Primer Domingo de ADVIENTO cB (03 de diciembre 2017)

Primer Domingo de ADVIENTO cB (03 de diciembre 2017)
Primera: Isaías 63, 16b-17. 19b; 64, 2-7; Salmo: Sal 79, 2ac. 3b. 15-16. 18-19; Segunda: 1Corintios 1, 3-9; Evangelio: Marcos 13, 33-37
Nexo entre las LECTURAS
Actitud vigilante entre la espera y la esperanza: aquí está el tema de las lecturas. El evangelio repite por tres veces: "estén prevenidos", porque no saben cuándo llegará el momento, cuándo llegará el dueño de la casa. En la primera carta a los corintios, Pablo habla de esperar la manifestación de nuestro Señor Jesucristo, que "los mantendrá firmes hasta el fin". La bellísima invocación a Dios del llamado ‘tercer’ Isaías (primera lectura) expresa el deseo de que el Señor irrumpa con su poder en la historia, como si se tratase de un nuevo Éxodo, recordando que "Tú, Señor, eres nuestro padre… y Tú, nuestro alfarero".
Temas...
El día del Señor. En el adviento la tradición de la Iglesia ha unido dos venidas: la del Verbo en la debilidad de la carne, que celebramos en Navidad, y la del Señor en la majestad de su gloria, que pertenece, en cuanto al tiempo y al modo de realizarse, al misterio escondido en el Padre. Entre ambas hay un hilo de continuidad: la venida histórica de Jesús preanuncia y anticipa en cierto modo su venida última, al final de la historia; quien sale con gozo al encuentro de Jesús en el misterio de su nacimiento, no tiene motivo para temer o desesperar del encuentro definitivo con Cristo glorioso, Señor del universo y de la historia. Para el fiel cristiano, el día del Señor no tiene que estar revestido de escenas y miedos atenazadores, paralizantes, ni deslumbrantes. Con san Pablo, el cristiano está seguro de que "el Señor nos mantendrá firmes hasta el fin, para que nadie tenga de qué acusarnos en el día de nuestro Señor Jesucristo" (segunda lectura). El día del Señor nos llama a la responsabilidad de cara al misterio infinito de la encarnación y de la redención.
Certeza e ignorancia. La revelación de Dios nos habla de la certeza de la última venida de Jesús, al final de los tiempos. Entonces no tenemos duda, ¡vendrá! Dios nos ha dejado en oscuridad respecto al tiempo y a la manera en que tendrá lugar la parusía. Dios no se revela para satisfacer nuestra curiosidad ni para arrancar de nuestra alma la saludable esperanza… se revela para nuestro bien y para nuestra salvación. La ignorancia sobre el cuándo y el cómo nos mantiene en estado de alerta y vigilancia, es lo que Jesús nos dice en el Evangelio.
Abandono en las manos del Padre. Junto a esta actitud evangélica, el texto de Isaías nos propone la actitud de abandono filial, pues Dios es nuestro padre y libertador, nuestro alfarero y nosotros somos su arcilla. Una actitud que se obtiene y configura de manera especial en la plegaria. Este espíritu filial hace gritar al profeta con envidiable confianza: "¡Ojalá rasgases el cielo y bajases”! Cinco siglos después el deseo se convertiría en realidad con la Encarnación del Verbo. Cuando en los designios de Dios esté determinado, el cielo volverá de nuevo a rasgarse y aparecerá el Hijo del hombre para juzgar a vivos y muertos y para establecer definitivamente su reinado de justicia, de amor y de paz (Liturgia del Domingo pasado).
Sugerencias...
¡VigilanciaLlega la Navidad. En nuestra sociedad corremos el peligro de "pasar bien" la Navidad, como se pasan bien las vacaciones o un día de fiesta nacional. Es decir, vamos quizá a la Misa, porque "tradición obliga", adornamos nuestra casa con un arbolito de luces y un belén, festejamos en familia con un buen banquete, vemos en televisión algún programa relativo a las fiestas navideñas, hacemos hermosos regalos a nuestros amigos y seres queridos y recibimos regalos de ellos, reavivamos los lazos familiares en torno al hogar...¡todas ellas, cosas buenas! Pero la sustancia de la Navidad, el misterio más sublime de la historia: Dios entre nosotros, Enmanuel, se nos escapa como agua entre los dedos de las manos o se diluye como el humo en nuestra mente superficial y poco propensa a la meditación profunda de las cosas que realmente valen la pena. Hoy la liturgia nos dice: ¡Atentos! Vigilen para no perder la ocasión de meditar en algo importante, de valorar debidamente el misterio que vamos a celebrar.
¡VigilanciaSomos pecadores. No sabemos ni el día ni la hora en que vendrá el Señor al término de la historia, pero sí conocemos su venida en Belén. No vivamos no ocupados y ajenos del todo al Niño divino de Belén y al Señor de la gloria. Somos pecadores y por eso llevamos en nosotros la herencia al pecado y la posibilidad de atender al llamado de Dios. No dejemos de vigilar y que la llegada del Señor nos encuentre preparados, engalanados con el vestido adecuado para entrar en la boda. Somos pecadores: y la Navidad nos recuerda que el Hijo de Dios se ha hecho hombre para redimir al hombre de la esclavitud del pecado ¡Recordemos! ¡Vigilemos! Que la venida histórica de Dios entre los hombres reavive nuestra conciencia y nuestra necesidad de salvación. La Navidad no es sólo tiempo para sentimientos de ternura, de intimidad, de fiesta; lo es también para despertar del letargo nuestra conciencia y "hacer nacer" a Dios en nuestro corazón.

miércoles, 22 de noviembre de 2017

CRISTO REY DE REYES


HOMILIA II Último domingo del tiempo «durante el año». JESUCRISTO, REY UNIVERSAL, Solemnidad. cA (26 de noviembre 2017)



Último domingo del tiempo «durante el año». JESUCRISTO, REY UNIVERSAL, Solemnidad. cA (26 de noviembre 2017)
Primera: Ezequiel 34, 11-12. 15-17; Salmo: Sal 22, 1-3. 5-6; Segunda: 1 Corintios 15, 20-26. 28; Evangelio: Mateo 25, 31-46
Nexo entre las LECTURAS… Temas… Sugerencias…
La Iglesia, después de haber conmemorado en el curso del año litúrgico los misterios de la vida de Cristo a través de los cuales se cumple la obra de la salvación, en el último Domingo dei año se recoge en torno a su Señor para celebrar su triunfo final. Cuando vuelva como Rey glorioso a recoger los frutos de su redención. Este es en síntesis el significado de la solemnidad de hoy.
La Liturgia de la Palabra presenta hoy tres aspectos particulares de la realeza de Cristo. La segunda lectura (1 Cr 15, 20-26a. 28) pone en evidencia su poder soberano sobre el pecado y sobre la muerte. Cristo muerto y resucitado para la salvación de la humanidad es la «primicia» de los que, habiendo creído en él, resucitarán un día a la vida eterna. En efecto, «si por Adán murieron todos» a causa del pecado, por Cristo todos volverán a la vida» (lb 22) gracias a su resurrección. La victoria sobre la muerte -último enemigo de Cristo- coronará la obra de salvación: y al fin de los tiempos, cuando los muertos resuciten, Cristo podrá entregar al Padre el reino conquistado por Él, reino de resucitados que cantarán eternamente las alabanzas del Dios de la vida. Así toda la creación que el Padre sometió al Hijo para que la librase del pecado y de la muerte, ya completamente redimida y renovada, será sometida y devuelta por el mismo Hijo al Padre, «y así Dios lo será todo en todos» (lb 28) y será glorificado eternamente por toda criatura.
La primera lectura (Ez 34, 11-12. 15-17) subraya por su parte el amor de Cristo Rey. Vino a la tierra a establecer el Reino del Padre no con la fuerza del conquistador, sino con la bondad y mansedumbre del pastor: «Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas siguiendo su rastro. Como un pastor sigue el rastro de su rebaño cuando se encuentran las ovejas dispersas, así seguiré yo el rastro de mis ovejas» (ib. 11-12). Cristo fue el buen pastor por excelencia, solicito en guardar, apacentar, defender y salvar el rebaño que el Padre le confió. Y como los hombres estaban dispersos y alejados de Dios y de su amor, Él los buscó, como busca el pastor las ovejas descarriadas, y los curó, como venda el pastor las ovejas heridas y cura las enfermas (ib. 16). Además, para devolverlos al amor del Padre, dio su vida. Después de una entrega tal, bien puede Cristo decir, mirando su rebaño: «Yo voy a juzgar entre oveja y oveja, entre cabra y macho cabrío» (ib 17). Cristo Rey-Pastor será un día Rey-Juez.
Es éste el tercer aspecto de su realeza, el juicio, desarrollado ampliamente en el Evangelio (Mt 25, 31-46). «Cuando venga en su gloria el Hijo del Hombre y todos los ángeles con Él, serán reunidas ante Él todas las naciones. Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de los cabritos» (ib. 31-33). El Hijo del hombre, que vino en humildad y sufrimiento a salvar el rebaño que el Padre le confió (pesebre en Belén), volverá Rey glorioso al final de los tiempos a juzgar a los que fueron objeto de su amor. ¿Sobre qué los juzgará? Sobre el amor; porque el amor es la síntesis de su mensaje, el móvil y fin de toda su obra de salvación. El que no ama se excluye voluntariamente del reino de Cristo y el último día verá confirmada para siempre esa exclusión. El juicio sobre el amor será muy concreto (podemos tener en cuenta el mensaje del Papa para la primera jornada mundial del pobre); no versará sobre palabras sino sobre hechos: «Tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber...» (ib. 35). Aunque Rey glorioso, Jesús no olvida que se ha hecho nuestro hermano y premia como hechos a Él los más humildes actos de caridad-misericordia realizados con el más pequeño de los hombres: «reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo» (ib. 34). El amor, síntesis del cristianismo -y de la humanidad-, es la condición para ser admitidos al reino de Cristo que es reino de amor. El que ama no tendrá nada que temer del juicio de Cristo Rey de Amor.

HOMILIA 1 Último domingo del tiempo «durante el año». JESUCRISTO, REY UNIVERSAL, Solemnidad. cA (26 de noviembre 2017)

Último domingo del tiempo «durante el año». JESUCRISTO, REY UNIVERSAL, Solemnidad. cA (26 de noviembre 2017)
Primera: Ezequiel 34, 11-12. 15-17; Salmo: Sal 22, 1-3. 5-6; Segunda: 1 Corintios 15, 20-26. 28; Evangelio: Mt 25, 31-46
Nexo entre las LECTURAS...
Jesucristo, rey-pastor y juez de la historia y del universo: éste es el gran final del ciclo litúrgico y de la historia de la salvación que hemos recorrido a lo largo del mismo. Rey, Pastor y juez de todas las naciones y de todos y cada uno de los individuos (evangelio). Rey-pastor preanunciado por el profeta Ezequiel, en sustitución de los malos reyes, que usufructuaban abusivamente del rebaño (primera lectura). Rey, que habiendo sometido a sí todo, entregará el reino a su Padre para que Dios sea todo en todos (segunda lectura).
Temas...
La consumación del Reino, en el designio de Dios. No sabemos cuándo el reino universal de Dios llegará a su término histórico y último, pero creemos con seguridad y certeza de que tendrá lugar. Cristo, al final de los tiempos, dará consumación a su realeza. La consumación del Reino tendrá lugar con la consumación de la historia y el fin universal, con lo que Dios constituirá, en sus providenciales designios y con su poder infinito, unos cielos nuevos y una tierra nueva en que habite la justicia. Cristo rey y juez, en su juicio, reconocerá y aceptará el buen o mal uso que el hombre hizo de la libertad, por la que se obedeció amorosamente a su reino o por la que se rebeló contra él y se puso al servicio del tentador. En el reino de Dios, el hombre ya no tendrá que preocuparse por la comida y la bebida, como en este mundo, sino que será un reino de verdad y de gracia, de justicia, de amor y de paz. Un reino edificado libremente por los hombres, sostenidos con la ayuda de la gracia, y agradecidos a nuestro rey y señor.
Ante este misterio de nuestra fe se pueden adoptar actitudes diversas. Hay quienes toman una actitud de duda: "demasiado hermoso para ser verdad", suelen decir. O de despreocupación, pues son muchas las cosas en que ocuparse en la tierra para estar pensando en algo "desconocido" y ahora fuera de nuestro alcance. Y están también quienes consideran eso de Cristo rey y juez, eso de juicio final, como algo "mítico", ya superado y pasado de moda. ¿No es verdad que esas actitudes no cristianas pueden darse entre los mismos cristianos? A veces hay cristianos paganos (cfr.: Francisco, papa) ¿Qué pasa con la fe cristiana en el juicio, en el infierno, en el purgatorio, en el cielo? ¡Momento importante esta fiesta de Cristo Rey para quitar el polvo a estas verdades ‘tan antiguas’ y siempre tan originales y llenas de sorpresas! La actitud y la fe cristianas nos vienen enseñadas en la segunda lectura: "Después tendrá lugar el fin, cuando, destruido todo principado, toda potestad y todo poder, Cristo entregue el reino a Dios Padre" y en el evangelio: realizar obras de misericordia, tanto corporales como espirituales, porque el rey-juez-pastor nos juzgará por nuestro amor al prójimo motivado por nuestro amor a Dios.
Sugerencias...
El cristiano tiene que personalizar la fe, encarnarla en su propia vida, pero ha de personalizar y encarnar la fe de la Iglesia, tal como se nos presenta en el Credo, en los sacramentos, en los mandamientos y en el padrenuestro, como oración del creyente (el Papa Francisco en la catequesis del miércoles 19.11). No es correcto "fabricar" la propia fe, perdiéndose la unidad de los cristianos, unidad de fe y de costumbres. El reino y el reinado de Cristo, ya aquí en la historia, y luego en el ámbito de la eternidad, es algo objetivo, que no está a merced de lo que piense cada cual. Está claro que la eternidad no es un invento, una hija de la imaginación o de la creatividad humanas, tiene la objetividad austera, pero firme y segura, de la fe.
El reino y reinado de Dios es también una realidad temporal e histórica. Dios reina en el cosmos, en cuanto éste ha sido creado al servicio de un designio divino en favor del hombre. Dios reina, de modo muy especial, en la Iglesia, aunque ciertamente no sólo en ella. Reina en los hombres, cuando en ellos reina la verdad, la justicia, la inocencia, la solidaridad, la santidad de vida... Es importante que nosotros, cristianos, reconozcamos, promovamos el reinado de Cristo en la humanidad, en la Iglesia, en el cosmos. Estamos todos invitados por el mismo Cristo a trabajar por extender y dilatar las fronteras internas (las existentes en el interior de cada hombre) y externas (la extensión espacial y temporal) del reino. Puede ser provechoso para los cristianos celebrar con gran solemnidad esta fiesta última del ciclo litúrgico: mediante una buena preparación para que la gente participe y viva la fiesta con más conciencia e intensidad de fe, mediante la memoria de tantos hombres y mujeres que murieron, por ejemplo en México, gritando: "¡Viva Cristo Rey!", mediante un mejor conocimiento de que el reino de Cristo es un reino de amor, de justicia y de paz.

martes, 21 de noviembre de 2017

Rezar algún misterio de gozo.

MEDITACIÓN SOBRE LA PRESENTACIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN
I. Desde los tres años de edad, es decir, lo más pronto que puede, María se consagra al servicio del Señor. Sus padres la ofrecen con gusto a Aquél que se las había concedido accediendo a sus plegarias. ¡Dichosos los que desde tierna edad comienzan a servir a Dios! ¿Qué esperas tú para darte a Dios? Dale todo lo que tengas; nada perderás en el cambio, porque Él se dará a ti enteramente. Es un cambio ventajoso abandonar todo por un bien que es superior a todo (San Bernardo).
II. María, en este día, ofrece al Señor todo lo que tiene, todo lo que puede hacer, y todo lo que es; en una palabra, se da a Él sin reserva. ¿Imitas a María, tú que das a Dios una partícula de tu corazón y que lo reservas por entero para el mundo y para ti mismo? Quieres dividir tu corazón entre las creaturas y Dios; es imposible. ¡Señor, es tardar demasiado no darme a un Señor tan bueno! Os ofrezco mi cuerpo y mi alma, todo lo que tengo, todo lo que puedo y todo lo que soy.
III. María se consagra para siempre al servicio de Dios, y si sale del Templo es solamente porque Ella es el templo vivo en que debe habitar Jesús. ¿No es verdad acaso que te has presentado alguna vez a Dios para servirlo? Pero, cobarde de ti, pronto te has cansado de servir a un Señor tan bueno: te has retractado, con tus acciones, de la promesa que le habías hecho! Virgen Santa, preséntame a tu Hijo muy amado; quiero ser todo de Él hasta el fin de mi vida. En un cristiano, no es el comienzo, sino el fin lo que merece elogios (San Jerónimo).

miércoles, 15 de noviembre de 2017

Manuel, el pequeño guerrero

Manuel, el pequeño guerrero que compartió dos espinas de la corona con Jesús

Papaboys.org
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La conmovedora historia de un niño italiano que ofreció su cáncer por la salvación de los demás

Manuel Foderà fue un niño italiano que, a sólo 9 años, dejó la vida terrena para alcanzar la vida celeste, por un tumor muy grave que lo afligía. Un niño alegre, sociable, bromista, como él mismo se definía, que estaba convencido de tener una gran misión que cumplir en nombre de Dios: dar a conocer y amar a su gran amigo Jesús.
Cuenta el sacerdote Ignazio Vazzana, quien lo visitaba asiduamente en el hospital de Palermo, que el pequeño muchas veces no lograba entender las cosas que Jesús le revelaba. Por ejemplo, un día le preguntó: “¿Por qué Jesús me dice siempre esta frase: tu corazón no es tuyo, es mío, y yo vivo en ti? No entiendo que quiere decirme”. Padre Ignazio se dio cuenta, reflexionando después, de que aquellas palabras reflejaban la frase de San Pablo en Galatas 2,20 “…y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”
Manuel decía que Jesús le había donado el sufrimiento, y que era necesario, porque tenían que salvar el mundo juntos, y que Jesús lo había proclamado “guerrero de la Luz”.
Padre Ignazio recuerda con mucha conmoción ver a Manuel con un gran sentimiento de pecado cuando iba a confesarse, y era tan grande, que a veces estallaba en lágrimas durante la confesión misma.
También recuerda que tenía una gran devoción por la Sagrada Eucaristía. Cada vez que la recibía se cubría su rostro y permanecía así por casi 20 minutos en absoluto silencio. Este era el momento culminante de la Comunión, porque entraba en diálogo de manera espontánea con Jesús, como dos amigos íntimos. El sacerdote le preguntaba si veía directamente a Jesús a lo que respondía que no lo veía físicamente, pero sentía su voz en su corazón.
Don Ignazio fue su guía espiritual los dos últimos años de vida del niño, y nos cuenta que “Manuel siempre luchó como un verdadero guerrero, a imitación de Cristo, hasta entregar su vida por la salvación y la conversión de todos”.
“Aún recuerdo muy vivamente la gran capacidad de soportar el dolor que tenía, sólo por amor a Jesús. La madre me llamó en diversas ocasiones para que intentara convencer a Manuel a tomarse, por lo menos, el Paracetamol y así aliviar los grandes dolores que tenía. Él me respondía que quería esperar un poco más antes de tomárselo, porque Jesús necesitaba su sufrimiento en ese día para salvar las almas”.
“Hacia el final, después de una gammagrafía, los médicos se dieron cuenta que tenía dos masas tumorales en la cabeza. Sin saberlo, Manuel nos reveló que Jesús le había hecho un gran regalo. En esos días Manuel tenía dolores de cabeza muy fuertes y no sabía realmente qué tenía”.
“Un día, tras recibir la Comunión estalla en un llanto y confía a su madre, y después a mí, lo que Jesús le había dicho. Nosotros le habíamos preguntado qué le pasaba, puesto que lloraba, y él nos dijo que Jesús le había hecho un regalo especial y al ser feliz lloraba por esto: Jesús le había entregado dos espinas de su corona y ahora las tenía en su cabeza. Yo me quedé estupefacto ante sus palabras, porque humanamente esto es inexplicable. Hubo una coincidencia perfecta en los hechos: dos masas tumorales y las dos espinas de la corona de Jesús, como don, en su cabeza”.
Dos meses antes de morir, en una noche de terrible sufrimiento, dijo a su madre Enza: “Eres mi único testigo verdadero. Tendrás que escribir muchos libros sobre mí para que todos puedan conocer mi historia”. No fue fácil para ella mantener su promesa, por tanto dolor después de la partida de su hijo pero al final ganó el amor, el mismo que mantuvo unidos día y noche a madre e hijo, desde el momento de la concepción hasta su renacimiento en el Cielo.
El 20 de julio de 2010 Manuel subió a los Cielos y del diario que escribió Enza durante la larga agonía nace la conmovedora biografía: “Manuel. Il piccolo guerriero della Luce”. Un libro con muchas enseñanzas de este pequeño amigo de Jesús que, como dijo Don Pierino Fragnelli, obispo de Trapani: “Desde su cama, en hospital como en casa, Manuel nos ha enseñado la lección de la confianza en la vida que no muere”.

VIVA CRISTO REY



martes, 14 de noviembre de 2017

Domingo trigésimotercero del TIEMPO ORDINARIO cA (19 de noviembre de 2017)

Domingo trigésimotercero del TIEMPO ORDINARIO cA (19 de noviembre de 2017)
Primera: Proverbios 31, 10-13. 19-20. 30-31; Salmo: Sal 127, 1-5; Segunda: 1 Tesalónica 5, 1-6; Evangelio: Mt 25, 14-30
Nexo entre las LECTURAS
Trabajar para dar fruto -en el Reino de Dios-, en esta frase puede condensarse la Liturgia de este Domingo. Hacer fructificar los talentos recibidos para realizar el encargo del que se nos pedirá luego cuenta (Evangelio). Trabajar para hacer el bien en el temor de Dios, como la mujer buena y hacendosa del libro de los Proverbios (primera lectura). Trabajar, no dormir, puesto que somos hijos del día y de la luz (tiempo en el que se puede trabajar), y no de la noche ni de las tinieblas (segunda lectura).
Temas...
La espiritualidad del trabajo. El trabajo es un don de Dios para que el hombre madure plenamente hasta alcanzar la Vida Eterna. El trabajo no es, entonces, opcional, sino un deber y derecho, una ley inscrita por Dios en nuestra dignidad de hombres y de bautizados. El cristiano trabaja, a imagen de Dios y a imagen de Jesucristo, que siempre trabajan (Jn 5,17). De Jesús nos dirá el Concilio Vaticano II: "Trabajó con manos de hombre". Así es como el trabajo señala la superioridad y el señorío del hombre sobre la creación, y la subordinación de la creación al bien material y espiritual del hombre; es pecado anteponer la creación al hombre. Es verdad que el hombre ha de actuar sobre la creación con responsabilidad y teniendo en cuenta el bien integral del hombre y de la humanidad presente y futura. Si el trabajo es un don, también lo son los instrumentos (cualidades, habilidades, aptitudes, circunstancias, relaciones...) que Dios otorga a cada uno para llevar a cabo el propio trabajo. La espiritualidad del trabajo permite que veamos la vida como misión, para realizar la tarea que Él nos ha encomendado, que en común es ‘amar y servir’. El hombre dignifica el trabajo, no el trabajo al hombre.
Las dimensiones del trabajo. Está la dimensión creyente del trabajo: trabajo porque creo. Creo en que Dios me ha dado una labor que realizar para vivir; creo sobre todo en el valor redentor del trabajo, unido al misterio de Cristo redentor. Otra dimensión es la psicológica: el trabajo es el camino de desarrollo de las propias aptitudes y cualidades, es camino de satisfacción después de la labor bien hecha, es, en definitiva, camino de realización personal. No puede faltar la dimensión ética, es decir, la sumisión voluntaria y, si es posible, gozosa, a la ley "natural" del trabajo, al deber de poner en juego todos nuestros "talentos" para servir mejor a la sociedad y a nuestros hermanos, los hombres, sin distinción de credos ni de etnicidades. Finalmente, tengamos en cuenta la dimensión espiritual. El trabajo no es sólo habilidad y fatiga, es antes que nada fuente de virtud y camino de santidad. Mediante el trabajo, el espíritu humano se afina más y más, se abre a la providencia divina que no deja de actuar en el mundo, reconoce su competencia y al mismo tiempo su limitación y pequeñez ante la grandeza de la obra de Dios creador y de Jesucristo redentor.
Sugerencias...
- Todo hombre, todo cristiano con más razón, tiene que rechazar la pereza. Pereza entendida como no hacer lo que se tiene obligación de hacer, como pérdida voluntaria e irresponsable del tiempo, como dejarse arrastrar por la inclinación a la inactividad: ‘ese descansar por estar cansado de haber descansado’. Una cosa es el legítimo descanso, que cada uno ha de procurarse, y otra la pereza, que cada uno ha de tratar de rechazar con decisión. El legítimo descanso es voluntad de Dios, la pereza es un vicio. El legítimo descanso restaura las fuerzas gastadas por el trabajo, la pereza no hace sino incrementar la tendencia a la pereza.
- Somos tentados a dejarnos arrastrar por la pereza: los estudiantes sobre todo cuando no quieren estudiar y rendir bien; en una familia, cuando sus miembros están poco dispuestos a efectuar los trabajos domésticos; los funcionarios y profesionales: cuando llegan tarde al trabajo, cuando hacen lo menos posible y quieren ‘ganar’ lo más posible; cuando ponemos excusas o depositamos la culpa de lo que no sale bien en los demás…
- Se trabaja para compartir, ante todo, con la propia familia la paga recibida o los bienes producidos. Además, se puede compartir y ayudar a la sociedad, sobre todo en los más necesitados y abandonados por las instituciones sociales. Trabajar, también, estudiando, instruyéndose, haciendo cursos de catequesis u otros para compartir la propia fe (algo a lo que no pueden renunciar sin daño para los hijos los padres de familia, los educadores de los niños y adolescentes...). Trabajar en la parroquia, que es la familia de todos los que a ella pertenecen, y en la que todos son necesarios y tienen una tarea que llevar a cabo. Trabajar en grandes y en pequeños proyectos, propios o de otras personas, para cambiar en mejor nuestro entorno mediante un esfuerzo común y constante por lograr el nivel de ecología moral y espiritual que se desea. Trabajar para buscar, crear fuentes de trabajo para tantos jóvenes que no lo encuentran y están deseando tener su primer trabajo. Trabajar por la santidad y conversión de todos y para llegar a todos con el anuncio del Reino.
Nuestra Señora del Trabajo y del Si, ruega por nosotros.

HOMILIA Domingo trigésimotercero del TIEMPO ORDINARIO cA (19 de noviembre de 2017)

Domingo trigésimotercero del TIEMPO ORDINARIO cA (19 de noviembre de 2017)
Primera: Proverbios 31, 10-13. 19-20. 30-31; Salmo: Sal 127, 1-5; Segunda: 1 Tesalónica 5, 1-6; Evangelio: Mt 25, 14-30
Nexo entre las LECTURAS
Trabajar para dar fruto -en el Reino de Dios-, en esta frase puede condensarse la Liturgia de este Domingo. Hacer fructificar los talentos recibidos para realizar el encargo del que se nos pedirá luego cuenta (Evangelio). Trabajar para hacer el bien en el temor de Dios, como la mujer buena y hacendosa del libro de los Proverbios (primera lectura). Trabajar, no dormir, puesto que somos hijos del día y de la luz (tiempo en el que se puede trabajar), y no de la noche ni de las tinieblas (segunda lectura).
Temas...
La espiritualidad del trabajo. El trabajo es un don de Dios para que el hombre madure plenamente hasta alcanzar la Vida Eterna. El trabajo no es, entonces, opcional, sino un deber y derecho, una ley inscrita por Dios en nuestra dignidad de hombres y de bautizados. El cristiano trabaja, a imagen de Dios y a imagen de Jesucristo, que siempre trabajan (Jn 5,17). De Jesús nos dirá el Concilio Vaticano II: "Trabajó con manos de hombre". Así es como el trabajo señala la superioridad y el señorío del hombre sobre la creación, y la subordinación de la creación al bien material y espiritual del hombre; es pecado anteponer la creación al hombre. Es verdad que el hombre ha de actuar sobre la creación con responsabilidad y teniendo en cuenta el bien integral del hombre y de la humanidad presente y futura. Si el trabajo es un don, también lo son los instrumentos (cualidades, habilidades, aptitudes, circunstancias, relaciones...) que Dios otorga a cada uno para llevar a cabo el propio trabajo. La espiritualidad del trabajo permite que veamos la vida como misión, para realizar la tarea que Él nos ha encomendado, que en común es ‘amar y servir’. El hombre dignifica el trabajo, no el trabajo al hombre.
Las dimensiones del trabajo. Está la dimensión creyente del trabajo: trabajo porque creo. Creo en que Dios me ha dado una labor que realizar para vivir; creo sobre todo en el valor redentor del trabajo, unido al misterio de Cristo redentor. Otra dimensión es la psicológica: el trabajo es el camino de desarrollo de las propias aptitudes y cualidades, es camino de satisfacción después de la labor bien hecha, es, en definitiva, camino de realización personal. No puede faltar la dimensión ética, es decir, la sumisión voluntaria y, si es posible, gozosa, a la ley "natural" del trabajo, al deber de poner en juego todos nuestros "talentos" para servir mejor a la sociedad y a nuestros hermanos, los hombres, sin distinción de credos ni de etnicidades. Finalmente, tengamos en cuenta la dimensión espiritual. El trabajo no es sólo habilidad y fatiga, es antes que nada fuente de virtud y camino de santidad. Mediante el trabajo, el espíritu humano se afina más y más, se abre a la providencia divina que no deja de actuar en el mundo, reconoce su competencia y al mismo tiempo su limitación y pequeñez ante la grandeza de la obra de Dios creador y de Jesucristo redentor.
Sugerencias...
- Todo hombre, todo cristiano con más razón, tiene que rechazar la pereza. Pereza entendida como no hacer lo que se tiene obligación de hacer, como pérdida voluntaria e irresponsable del tiempo, como dejarse arrastrar por la inclinación a la inactividad: ‘ese descansar por estar cansado de haber descansado’. Una cosa es el legítimo descanso, que cada uno ha de procurarse, y otra la pereza, que cada uno ha de tratar de rechazar con decisión. El legítimo descanso es voluntad de Dios, la pereza es un vicio. El legítimo descanso restaura las fuerzas gastadas por el trabajo, la pereza no hace sino incrementar la tendencia a la pereza.
- Somos tentados a dejarnos arrastrar por la pereza: los estudiantes sobre todo cuando no quieren estudiar y rendir bien; en una familia, cuando sus miembros están poco dispuestos a efectuar los trabajos domésticos; los funcionarios y profesionales: cuando llegan tarde al trabajo, cuando hacen lo menos posible y quieren ‘ganar’ lo más posible; cuando ponemos excusas o depositamos la culpa de lo que no sale bien en los demás…
- Se trabaja para compartir, ante todo, con la propia familia la paga recibida o los bienes producidos. Además, se puede compartir y ayudar a la sociedad, sobre todo en los más necesitados y abandonados por las instituciones sociales. Trabajar, también, estudiando, instruyéndose, haciendo cursos de catequesis u otros para compartir la propia fe (algo a lo que no pueden renunciar sin daño para los hijos los padres de familia, los educadores de los niños y adolescentes...). Trabajar en la parroquia, que es la familia de todos los que a ella pertenecen, y en la que todos son necesarios y tienen una tarea que llevar a cabo. Trabajar en grandes y en pequeños proyectos, propios o de otras personas, para cambiar en mejor nuestro entorno mediante un esfuerzo común y constante por lograr el nivel de ecología moral y espiritual que se desea. Trabajar para buscar, crear fuentes de trabajo para tantos jóvenes que no lo encuentran y están deseando tener su primer trabajo. Trabajar por la santidad y conversión de todos y para llegar a todos con el anuncio del Reino.
P. BETO

lunes, 6 de noviembre de 2017

HOMILIA DEL Domingo trigésimosegundo del TIEMPO ORDINARIO cA (12 de noviembre de 2017)

Domingo trigésimosegundo del TIEMPO ORDINARIO cA (12 de noviembre de 2017)
Primera: Sabiduría 6, 12-16; Salmo: Sal 62, 2-8; Segunda: 1 Tesalónica 4, 13-18; Evangelio: Mt 23, 1-13
Nexo entre las LECTURAS
Los textos litúrgicos nos invitan a tener una actitud de vigilancia en el mundo para llegar felices a la eternidad de Dios: "Vigilen, porque no saben el día ni la hora" (evangelio). Esta es la actitud propia del sabio, porque "meditar en la sabiduría es prudencia consumada, y el que por ella se desvela pronto estará libre de inquietud" (primera lectura). Así podremos concluir nuestra vida en paz, y estar siempre con el Señor (segunda lectura).
Temas...
La vigilancia es la virtud de los que esperan. Es propio de las esperanzas humanas estar atento, mirar hacia el horizonte del futuro, pero es más propio todavía de la esperanza cristiana. La esperanza cristiana se lleva a cabo tanto dentro de la historia, como sobre todo más allá de la historia. Dentro de la historia es la esperanza en la gracia y misericordia de Dios, es la esperanza en el progreso espiritual, es la esperanza en una conversión continua y creciente hasta el término de la vida, es la esperanza en la fidelidad y santidad de la Iglesia que nunca fallarán... Más allá de la historia es la esperanza en la posesión de Dios, tan deseada en nuestra vida terrena, y por fin realizada. Es la esperanza del abrazo del PADRE y de la comunión de los santos, satisfaciendo en plenitud el anhelo universal del amor fraterno, que abarca ahora todos los tiempos y todos los espacios. Es la esperanza en la consumación definitiva y gloriosa de la historia de la salvación, trazada por Dios desde la eternidad y finalmente cumplida.
La esperanza cristiana está estrechamente relacionada con otras virtudes. En primer lugar, con el amor, porque se espera lo que se ama y lo que se desea poseer total y definitivamente en el amor. Está muy unida a la oración, según la misma enseñanza de Jesús: "Vigilen y oren, para no entrar en tentación" (Mt 26, 41), sobre todo en la tentación extrema de la apostasía y pérdida de la fe. Se relaciona además con la virtud de la prudencia, sobre todo ante la tentación. La tentación forma parte de la trama humana, pero el trato con ella requiere de mucha prudencia. Si Adán y Eva en el paraíso, si David desde la terraza de su casa, si Pedro en el palacio de Anás... hubiesen realmente "vigilado", ¿habrían caído en la tentación? Finalmente, la vigilancia implica la virtud de la fortaleza para realizar eficazmente lo que el amor, la oración y la prudencia nos dictan como más conforme con la voluntad de Dios.
El premio a la vigilancia cristiana. Primeramente, el banquete con Cristo: "las que estaban preparadas entraron con él a la boda" (evangelio). Es decir, la intimidad con Dios vivida ya aquí en la tierra y llevada a su culminación en el cielo. Luego, la participación en el "triunfo" de Cristo, que entrará en la Jerusalén celeste como el Rey de reyes y el Señor de los señores. Participación, por tanto, en el poder y la gloria de Cristo, Señor de la historia y del universo. Y desde luego, un gozo indescriptible e inimaginable aquí en la tierra, pues sobrepuja toda capacidad mundana y cualquier gozo de este mundo palidece ante el júbilo de la gloria celeste. En todo esto esperamos y para lograrlo: vigilamos. Nos esforzamos para lograrlo, con la ayuda de la gracia, cada uno de nosotros individualmente, y a la vez en comunión, todos, como Iglesia en camino hacia la meta y premio de nuestra esperanza.
Sugerencias...
¿Es actual y necesaria la esperanza entre los fieles cristianos? Ciertamente hemos de responder: es muy necesaria. Necesaria frente al mundo interior de nuestras pasiones, que tratan de sobreponerse y explayarse en nuestro interior sin control y sin disciplina. Es también necesaria frente a las ideologías y a la mentalidad de la época, no siempre favorables de la virtud, de los valores y de la vida cristiana. Mucha ha de ser la vigilancia ante los medios masivos de comunicación y redes, antiguos y nuevos, para ponerlos al servicio de la información y educación del hombre y del cristiano, y no al servicio de su desinformación e inmoralidad. Se requiere también vigilancia de los padres respecto al ambiente escolar de sus hijos y a las amistades que frecuentan, porque un mal amigo es malo para un hijo. Vigilancia, por último, sobre el ambiente profesional en que se pasan largas horas del día, y que puede influir negativamente en ciertos casos respecto a nuestros valores y decisiones morales.
¿Por qué estar vigilantes? ¿Qué es lo que induce a los cristianos a la vigilancia? Ante todo, la simple conciencia de la atracción natural que el mal ejerce sobre todo hombre, también sobre el cristiano. Además, la necesidad de discernimiento para separar el bien del mal, la paja del trigo, el trigo de la cizaña, de modo que podamos escoger el bien y evitar el mal en toda ocasión.
Vigilancia en la esperanza… especialmente en la esperanza en el más allá, es decir, en el Cielo y en todo lo que el Cielo significa, según la enseñanza del catecismo de la Iglesia. ¿Hablamos, en nuestra predicación, o como guías de las almas, de la realidad, misteriosa pero verdadera, del Cielo? ¿Hacemos deseable a los cristianos, con nuestra predicación, el reino de los cielos? O, ¿acaso somos responsables de que lo consideren irreal o la culminación del aburrimiento? A lo largo del año la liturgia de la Iglesia nos ofrece varias ocasiones para hablar del Cielo: la fiesta de todos los santos, el día de todos los difuntos, la fiesta de la Ascensión del Señor y de la Asunción de la Virgen Santísima, algunos Domingos del tiempo ordinario, Misa por algún hermano difunto... El propio testimonio cristiano, ¿eleva la mirada de los fieles hacia la esperanza y la certeza del cielo?

HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

  VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024) Primera : Isaías 52,13 – 53,12;  Salmo : Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25;  Segunda :...