jueves, 10 de agosto de 2017

HOMILIA PARA EL 15 DE AGOSTO-

Solemnidad de la Asunción de la VIRGEN MARÍA (15 de agosto de 2017)
PrimeraApocalipsis 11, 19a; 12, 1-6a. 10ab; Salmo: Sal 44, 10bc. 11-12. 15b-16; Segunda: 1Corintios 15, 20-26;Evangelio: Lucas 1, 39-56
Nexo entre las LECTURAS
Toda la celebración de hoy tiene un color de victoria y de esperanza que nos va muy bien: en medio de un mundo sin demasiadas perspectivas, cuando, confuso en muchos aspectos y especialmente por la dictadura del relativismo reinante, los cristianos celebramos la victoria de María, la Madre de Jesús y de la Iglesia, y nos dejamos contagiar de su alegría, nexo de las lecturas y centro de la Solemnidad. Teniendo en cuenta que ésta es una de las fiestas más grandes de la Virgen, todo el estilo de la celebración, de las moniciones y de la homilía y las actividades de los cristianos el 15, deberían mostrar nuestra alegría por la obra que Dios ha hecho en la Virgen y por lo que esto supone de esperanza para nosotros. ¡Vivamos de manera muy festiva esta Liturgia y este día!
Temas...
La victoria de Cristo Jesús: Cristo Resucitado, tal como nos lo presenta Pablo, es el punto culminante de la Historia de la Salvación, del plan salvador de Dios. Él es la "primicia", el primero que triunfa plenamente de la muerte y del mal, pasando a la nueva existencia. El segundo y definitivo Adán que corrige la culpa del primero.
La Virgen María, como primera cristiana, como la primera salvada por Cristo, participa de la victoria de su Hijo: es elevada también Ella a la gloria en cuerpo y alma. Ella, que supo decir su "sí" fundamental a Dios, que creyó en Él y le fue plenamente obediente en su vida ("hágase en mí según tu Palabra"), es glorificada, como primer fruto de la Pascua de Jesús, asociada a su victoria. En verdad "ha hecho obras grandes" en Ella el Señor.
La fiesta de hoy presenta el triunfo de Cristo y de su Madre en su proyección a todos nosotrosa la Iglesia y en cierto modo a toda la humanidad. María, como miembro entrañable de la familia eclesial, condensa en sí misma nuestro destino. Su "sí" a Dios fue, en cierto modo, en nombre de todos nosotros. El "sí" de Dios a Ella, glorificándola, es también un "sí" a todos nosotros: nos señala el destino que Dios nos prepara a todos. La Iglesia es una comunidad en marcha, en entrega constante contra el mal: pero la Mujer del Apocalipsis, aunque directamente sea la Iglesia misma, es también de modo eminente la Virgen María, la Madre del Mesías y auxilio constante para la Iglesia contra todos los "dragones" que luchan contra ella y la quieren hacer callar. Al celebrar la victoria de María, celebramos nuestra propia esperanza, porque como diremos en el prefacio: "ella es figura y primicia de la Iglesia que un día será glorificada; ella es consuelo y esperanza de tu pueblo, todavía peregrino en la tierra".
Fiesta mayor de esperanza en tiempos difíciles. La imagen de comunidad en lucha que aparece en el Apocalipsis la estamos viviendo también en nuestra generación. En su encíclica ("Señor y dador de vida") san Juan Pablo II se extraña de que el mundo pueda prescindir sistemáticamente de la presencia de Dios en su vida y condena la insensatez del ateísmo, del materialismo, o sea, de la cerrazón a las verdades y valores trascendentes que afectan a la realización misma del hombre. Los tiempos que vivimos son difíciles. El evangelio de Jesús no sólo es no apreciado, sino muchas veces explícitamente marginado o perseguido. Hoy, y mirando a la Virgen, celebramos la victoria. La Asunción nos muestra que el plan de Dios es plan de vida y salvación para todos y que se cumple, en Cristo, en nuestra familia, la Iglesia y en la humanidad ¡Gracias, Madre por animarnos y alegrarnos y cuidarnos en la entrega!
Sugerencias...
La Asunción es un grito de fe en que es posible esta salvación. Es una respuesta a los pesimistas y a los perezosos. Es una respuesta de Dios al hombre materialista y secularizado que no ve más que los valores económicos o humanos: algo está presente en nuestro mundo, que trasciende de nuestras fuerzas y que lleva más allá. El destino del hombre es la glorificación en Cristo y con Cristo.
El hombre, cuerpo y alma, está destinado a la vida. Esa es la dignidad y futuro del hombre. Por eso en la Misa de hoy pedimos repetidamente que también a nosotros, como a la Virgen María, nos conceda "el premio de la gloria" (oración de la vigilia), que "lleguemos a participar con ella de su misma gloria en el cielo" (oración del día). Estamos celebrando nuestro propio futuro (optimistas) realizado ya en María.
Nuestro Magníficat: la Eucaristía. Los Domingos, y también otros días (preceptos) como hoy que la Iglesia considera muy importantes, la comunidad cristiana se reúne y entona a Dios su alabanza y su acción de gracias. Como la Virgen prorrumpió en el canto del Magníficat, así nosotros expresamos nuestra alegría, con fe y esperanza, por lo que Dios hace, en cantos, en aclamaciones y, sobre todo, en la Plegaria Eucarística. Es nuestra respuesta a la acción de Dios: nuestro "Magníficat" continuado. Y no sólo damos gracias, sino que en la Eucaristía participamos del misterio pascual, la Muerte y Resurrección de Cristo, del que la Virgen ha participado en cuerpo y alma, y así tenemos la garantía de la vida: "quien come mi Carne y bebe mi Sangre tendrá la vida eterna, y yo le resucitaré el último día" (Jn 6.). La Eucaristía nos invita a mirar y a caminar en la misma dirección en la que nos alegra hoy la fiesta de la Asunción.
María, Hija de Sión, Madre de misericordia, ruega por nosotros.
HOMILIA DE UN SACERDOTE AMIGO

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