lunes, 21 de diciembre de 2020

HOMILIA Misa de NAVIDAD (25 de diciembre 2020)

Misa de NAVIDAD (25 de diciembre 2020) Primera: Isaías 52, 7-10; Salmo: Sal 97, 1-6; Segunda: Hebreos 1,1-6; Evangelio: Juan 1, 1-18 Nexo entre las LECTURAS Las lecturas del día de Navidad se centran, todas ellas, en el misterio escondido en la eternidad de Dios. Temas... El Don de Dios. La liturgia de la misa de Navidad comienza entonando una letra de Isaías que dice: "Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado". Y estas palabras, que nos introducen en el gozo de la fiesta, sirven también sin duda para interpretar su misterio. La Navidad aparece así, de pronto, como un don de Dios, el mayor de todos porque nos da a su propio Hijo. En la oración colecta se dice que Jesús, el Hijo que nos ha sido dado, ha querido compartir con nosotros la condición humana, y, más adelante, en la oración después de la comunión, se afirma que "nos ha nacido el Salvador para comunicarnos la vida divina". Navidad: el Hijo de Dios toma nuestra vida para darnos la suya. El nacimiento de Jesús en Belén significa que Dios está de nuestra parte. Queremos decir que ya no es un Dios lejano y frente a nosotros para juzgarnos, sino el Dios-con-nosotros y en favor nuestro: el Emmanuel. En Jesucristo y por Jesucristo ha hecho suya la causa del hombre ha empeñado su palabra en la salvación del mundo. La Palabra de Dios. Todo cuanto los hombres podamos imaginar o decir acerca de Dios por nuestra cuenta no significa nada, no vale nada. Porque a Dios nadie lo ha visto nunca y es inaccesible a todas las especulaciones humanas, de manera que sólo podemos conocerlo si El nos habla y nos dice quién es y qué quiere ser para los hombres. A diferencia de la religión o la filosofía, que pretenden escalar el cielo y sorprender a Dios en su misterio, el evangelio es la buena noticia de que Dios ha querido bajar a la tierra para sorprendernos a todos con su palabra. Jesucristo es la Palabra de Dios hecha carne, la Palabra y la presencia de Dios en el mundo, la revelación de Dios. Ahora podemos conocerlo. Por medio de esta Palabra, que confunde a los sabios y llena de gozo a los humildes. Dios se comunica a los creyentes. Cuantos reciben esa Palabra reciben al mismo Dios y son hijos de Dios, entran así por la fe en el ámbito de una solidaridad y de una convivencia divina que es pura gracia y no depende en absoluto de los vínculos de la carne y de la sangre. Relaciones-Humanas: convivencia cristiana, convivencia humana: La comunión con Dios en Jesucristo nos advierte que debemos configurar nuestras relaciones humanas según el modelo de nuestras relaciones con Dios. Porque a veces parece que la vida consiste en comprar y vender, el hablar de esto y de aquello, y no alcanzamos a ver que la salsa de la vida, la gracia y la misma felicidad, es dar y recibir y hablarse con todos. De modo que lo que llevamos entre manos y entre lenguas no tiene sentido alguno si no es un pretexto para el amor y el encuentro de las personas. Si queremos humanizar la convivencia, habrá que descubrir de nuevo la importancia del don y la palabra. Y tendremos que aprender a ser generosos para dar y recibir por encima de la justicia; sí, también a recibir por encima de la justicia. Porque esto es un modo de ser generosos con uno mismo y con el que nos da lo que no podemos merecer. Superemos los esquemas y las reglas del mercado y de la propaganda. Hagamos de la palabra algo más que un código para almacenar y expender información útil, hagamos de ella comunión y encuentro personal. Dejémonos sorprender a los otros con nuestro amor en la vida cotidiana. Porque todo esto es Navidad: si Dios nos ha dado a su Hijo y nos ha dirigido la Palabra, si se ha acercado a todos nosotros y nos ha sorprendido con su amor, también nosotros debemos acercarnos los unos a los otros no para traficar, sino para convivir fraternalmente. Resumiendo. Navidad es el amor de Dios que se avecina a los hombres con su Don y su Palabra, con el regalo de su Hijo. Por eso debemos acercarnos los unos a los otros y convertir las relaciones de estilo ‘mercantil’ y de ‘simple justicia’ en relaciones personales y de amor fraterno. Sugerencias... La fiesta de Navidad es tan rica en luces, en sentimientos, en ideas, en motivos de reflexión y estudio, que es preciso detenernos un momento, dado nuestro interés por recibir los tesoros que la Iglesia, la liturgia, la evocación de los misterios del Señor, ofrecen a nuestras almas. Ordinariamente consideramos la Navidad en su aspecto humano. La narración evangélica es suficiente para suscitar en nosotros una fascinación literaria; es tan bella, encantadora y persuasiva. Se puede reconstruir el prodigioso acontecimiento con todo su atractivo humano, su poesía, sus cantos, sus cuadros sencillos y maravillosos, tan verdaderos, tan elocuentes, que nuestra devoción ha hecho del Pesebre, reconstruyendo la Navidad en nuestras casas y familias, con el fin preciso de evocar cuanto aconteció en Belén. Se trata, sin embargo, de las escenas humanas, sensibles de la Navidad, pero no son las únicas. Detrás de éstas hay otra, inmensamente profunda, misteriosa, rica, que debe atraer no precisamente nuestros ojos humanos, sino nuestro espíritu, nuestra mente. Es el aspecto más verdadero y devoto de la Navidad; nos lo presenta de forma especial la Misa del Día, y podríamos definirlo como la Teología de la Navidad, con los divinos resplandores que en ella se encierran. El Misterio de la Encarnación. ¿Qué hay tras la escena externa del Pesebre? La Encarnación, Dios que baja a la tierra. Esta es la sublime realidad; basta su simple enunciación para encender y nutrir nuestra meditación para siempre. El primer comentario será una palabra, sencilla y también rica, tanto que despierta en las almas una ferviente contemplación llena de gozo. ¿Qué es la Navidad? Es la Encarnación, es la venida de Dios a la tierra. Esto es: podemos ver a Dios que entra en la escena del mundo, ¿cómo y por qué? Cualquiera que tenga un poco sentido de la realidad que nos rodea, del universo, queda ciertamente admirado de su grandeza inconmensurable, de la arcana ciencia que lo ha dirigido. Las leyes que se reflejan en este universo son tan variadas, complejas e infalibles, que nos ofrecen, sí, una imagen del Creador, pero una imagen que nos deja llenos de consternación y casi de temor. Son tan inexorables estas leyes del universo, tan insensibles, tan fatales, que a veces nos dejan incapacitados para poner en el vértice, sobre ellas, a un Dios personal, a un Dios que siente, que habla, que nos conoce, a nosotros invitados al diálogo precisamente con las normas maravillosas que regulan lo creado. Pero hay un punto en el complejo de la gran realidad que nosotros podemos conocer, y este punto brilla hoy de una forma especial, es la Navidad. En Navidad Dios aparece en su infinita caridad: se muestra a Sí mismo. ¿De qué forma, de qué manera? ¿En la del poder, en la de la grandeza, en la de belleza? No; el Señor se ha revelado como amor, como bondad. “Dios amó tanto al mundo que le dio a su Hijo unigénito”. El corazón del Omnipotente se abre. Tras la escena del Pesebre está la infinita ternura del Creador que ama. En una palabra, está la bondad infinita. Dios, que nos ama, quiere entablar un diálogo con los hombres, establecer con nosotros relaciones de familiaridad. Quiere que lo invoquemos como Padre nuestro; se convierte en nuestro hermano y quiere ser nuestro huésped. Es la Santísima Trinidad que infunde sus rayos a aquellos que tienen ojos para distinguir y capacidad para comprender y admirar, de esta forma, el misterio patente de Dios. Efusión infinita de la divina bondad. ¡La bondad de Dios! ¡Dios es bueno! Este es el mensaje de Navidad; éste es el tema de reflexión que conviene para todos. Que recuerden continuamente la bondad de Dios, y que cada uno de nosotros ha sido recordado y amado en Cristo. Cristo es el centro que irradia las riquezas de la benignidad del Señor, y un rayo, si nosotros lo queremos aceptar, se refleja desde Cristo hacia nosotros. Cada uno de nosotros ha de sentir hoy cómo ha sido amado por Dios. La bondad de Dios se interesa por todas las creaturas humanas, y despierta, a su vez, un acto de gozo, alegría, canto, gratitud. Por ello es inagotable el himno de gloria a Dios por su excelsa bondad, por su infinita misericordia. ¿Pero —es la principal e inefable deducción— cuando pensamos que somos amados, no sentimos que se modifica toda nuestra psicología? Un niño si descubre que sus padres le aman, crece en docilidad afectuosa, y cuando uno, en el curso de su vida, siente, se percata de que alguien le quiere, endereza en esa dirección el camino de su existencia. Una transformación análoga se da en el ámbito espiritual. Si descubrimos que somos amados por Dios, encontramos la orientación precisa de nuestra vida. ¡Qué fácil es, entonces, que nuestro culto se transforme en una piedad ardiente y nuestra ‘religión’ muestre una activa caridad, que tenga necesidad de expandirse, y que el deber sagrado deje de ser un yugo diario impuesto a nuestras almas, sino un respiro, un deseo de efusiones, el anhelo por llegar al diálogo supremo con Dios, que, a través de Cristo, pregunta, habla, afirma que nos ama! La gran alegría de sentirse amado por Dios. Conducidos por un sendero tan luminoso es fácil también mejorar nuestro modo de vivir, nuestras costumbres. La carta de san Pablo a Tito que hemos leído en la Misa de Nochebuena nos indica, deduciéndolo de la Encarnación, el programa de nuestra peregrinación: “Sobria, justa y piadosamente vivamos, aguardando la bienaventurada esperanza, y la gloria del gran Dios y Salvador, Jesucristo”. Así es como se ha de vivir en cristiano, si es que hemos comprendido que el Señor nos ama. Y también, nosotros que somos tan pobres, egoístas y tenemos miedo de perder el tesoro de la vida y de que otro nos lo arrebate, cuando nos sentimos amados por Dios nos hacemos generosos, y la prodigalidad de lo poco que tenemos se hace casi instintiva. En una palabra: somos capaces de amar a los demás, de hacer el bien y ser caritativos, porque hemos intuido el secreto de Dios, que es Caridad. Por tanto, habiendo recibido su grande e infinito don, seremos, por nuestra parte, ministros de caridad y de bien. Esto es la Navidad, esta es la reflexión que todos nos proponemos, con la dicha y alegría de conocer la riqueza de la bondad de Dios y saber que Él nos ama.

HOMILIA Misa de NOCHEBUENA (24 de diciembre 2020)

Misa de NOCHEBUENA (24 de diciembre 2020) Primera: Isaías 9, 1-6; Salmo: Sal 95, 1-3. 11-13; Segunda: Tito 2, 11-14; Evangelio: Lucas 2, 1-14 Nexo entre las LECTURAS Nacimientos. Sí, también la resurrección es un nacimiento; pues aun cuando como solemnidad litúrgica se encuentre todavía muy lejos, viene incluida, sin embargo, en la solemnidad de Hoy, de la Navidad. Porque la resurrección es, a su vez, un nacimiento. Nacimiento de la tumba, que da plena perfección al nacimiento del seno de la Virgen. Encontramos al Cristo Niño en el pesebre y mejor aún, al Cristo resucitado, así lo muestra la liturgia de esta noche (la Eucaristía, Él vivo). El Apóstol nos invita a nacer para la vida eterna, el encuentro definitivo. Por la resurrección Cristo se muestra como Señor de la creación y punto central de todo el cosmos. En el Resucitado se complace el Padre celestial en contemplar la imagen ya madurada de la creación: el hombre. Por eso es muy natural que la liturgia de esta noche, al celebrar el primer nacimiento de Cristo, de la Virgen, evoque también la mística presencia de su segundo nacimiento, la Pascua. Detrás de la imagen del Niño, como Iglesia vemos resplandecer la gloria del Hombre y del Vencedor, y al tiempo que escuchamos las palabras de los pastores: “Vamos a Belén”, oímos también la palabra del Señor: “Miren, subimos a Jerusalén” (Lc 18, 31). Este es, pues, el “HOY vendrá y nos salvará”. Viene a salvarnos. Temas... El Amor lo hizo posible. Isaías, que nos ha acompañado a lo largo de este precioso adviento, ahora nos invita a entrar en la navidad. Es el idóneo servidor de la casa de Dios que hoy nos abre la puerta y nos deja entrever el tamaño de las promesas que nuestro corazón ha venido acunando con paciencia y cierto temor. ¡Gracias, Isaías, gracias! La primera lectura, pues, deja claro un hecho: Jesús está entre nosotros, ante todo, como cumplimiento de las promesas hechas a nuestros padres. La fidelidad de Dios se ha hecho carne en Jesús. Pero esa fidelidad tiene una raíz más profunda: el amor. Esta es la gran lección de la Navidad: la fidelidad brota del amor; y el amor que es amor es fiel. Una paz sin límites. Entre las numerosas promesas del anuncio del profeta hay una que nos enamora: "la paz no tendrá límites" (Is 9,7). El reino de David se hizo famoso porque en aquel tiempo Dios puso "paz en sus fronteras" (Sal 147,14). Ya era algo maravilloso y memorable: un límite para el mal. Lo que ahora se anuncia es mejor: la victoria sobre la maldad. No se trata de tener a los enemigos a raya, se trata de desaparecer la amenaza misma de la acechanza del mal. Cristo trae la paz sin límites. ¿Por qué no vemos llegar esa paz? Porque se nos muestra como un proceso y es porque la llegada de Cristo -que trae esta paz- es la de su retorno y no solo la de su nacimiento en nuestra carne. Tal vez la explicación es otra. Esa paz, aunque tendrá su plenitud en el desenlace de la historia humana, al retorno de Cristo, ya tiene su inicio en todo lo que hizo y padeció Cristo. Su mansedumbre, su ofrenda de sí mismo, su amor que acoge son genuinas expresiones de una paz que no se deja vencer por el mal. El mismo Niño que padece un nacimiento tan sufrido padece una muerte de espanto. Y en ambos extremos la paz de su alma se deja sentir. Esa es la paz sin límites: la que sigue siendo paz en medio de la tribulación, el desaliento, la burla y la deshonra. La Gracia de Dios se ha manifestado. La segunda lectura resume bien el regalo de la Navidad: "la gracia de Dios se ha manifestado" (Tito 2,11). Sabíamos que Dios nos amaba, lo habíamos oído, ahora lo ven nuestros ojos (cf. Sal 48,8). ¡Los ojos del Niño nos dejan ver el rostro del amor! Es litúrgicamente bien significativo el texto que la Iglesia ha escogido. ¡El día mismo de Navidad se proclama la Pasión del Señor! Se ha manifestado la gracia, en la ternura de ese cuerpecito; pero, sobre todo: se ha manifestado la gracia en las llagas de ese Cuerpo en la Cruz. No podemos celebrar la querencia del Niño sólo porque es niño: le amamos porque nos ama, y nos ama para salvarnos. Lejos de una explosión de estéril afectuosidad que poco deja, la Navidad es el comienzo contemplativo del misterio de un amor que se dona hasta el extremo. La Hostia, Cuerpo suyo de Belén y del Calvario, está ahí para recordárnoslo cada día. Sugerencias... Navidad. Tanto en el evangelio de Lucas, que se lee en la misa de medianoche, como en el de Juan, que se lee en la del día, se insiste en un dato sorprendente. Lucas afirma que cuando José y María llegaron a Belén no encontraron posada, teniendo que cobijarse fuera del pueblo, en una gruta. Por su parte, Juan da testimonio de que “vino a los suyos y los suyos no lo recibieron”. Hoy celebramos la Navidad, recordamos aquella primera navidad, en que Dios-hombre nació en el mundo y el mundo que no quiso recibirlo. Hoy celebramos la navidad en un mundo que, después de tantos siglos, también parece no tener sitio para Dios. Parece que, en este mundo, al que viene Jesús, no hay sitio para todos (rezamos para que no aprueben la interrupción voluntaria del embarazo). No hay vivienda para los sintecho, no hay trabajo para los parados, no hay alimentos para los que se mueren de hambre, no hay sitio para los migrantes, no hay respeto hacia los diferentes... y por precariedad, casi que no hay ayuda suficiente para los que sufrimos las consecuencias del COVID-19 y de la cuarentena. En este mundo falta caridad, falta amistad social, falta solidaridad, falta hospitalidad y parece sobrar egoísmo, indiferencia, insolidaridad. Encarnación. Navidad es la conmemoración del nacimiento de Jesús, el hijo de Dios que nace en Belén. Es un misterio de encarnación. Dios se hace hombre, toma nuestra condición con todas sus consecuencias hasta la muerte, para que nosotros podamos asumir la condición de hijos de Dios, con todas sus consecuencias, también de inmortalidad y resurrección. Es un misterio, pues, de solidaridad, que funda una nueva relación de Dios con los hombres, y debe fundar también una nueva relación de solidaridad entre los hombres. En Jesús, Dios se hace solidario de nuestra causa, para que todos seamos en Jesús solidarios en la causa de los hombres (Concilio Vaticano II), sobre todo, la de los pobres y excluidos. Dios está con nosotros, por nosotros, para nosotros, a fin de que también nosotros estemos los unos con los otros, por los otros, para todos. Presencia. Que Dios esté con nosotros no significa que Dios esté contra los otros. Y mucho menos que los creyentes nos arroguemos una predilección divina ‘contra’ otros pueblos o religiones. Al contrario, Dios con nosotros significa que Dios está en todos los seres humanos, está en nosotros para que seamos útiles a los otros, pero está también en los otros para que le respetemos y escuchemos y amemos. De modo que nuestras relaciones interpersonales, las relaciones sociales, debemos ir conformándolas según esta nueva perspectiva de Navidad, como relaciones de solidaridad, de amistad social, de disponibilidad, de colaboración y de ayuda hacia todos, pero de modo especial hacia aquellos que más necesitan de nosotros. Pesebre. A los primeros testigos de la Navidad, los pastores, les dieron los ángeles esta señal: “encontrarán un niño en pañales y acostado en un pesebre”. Dios se deja ver, sobre todo, en la debilidad, en la pobreza y en la candidez de un niño. Al hacerse niño se ha puesto al alcance de nuestro cariño y de nuestra ternura. Pero los niños pueden ser también fáciles víctimas de nuestra violencia y desconsideración. De ahí la posibilidad de descubrirlo y amarlo y servirlo en los pobres, con los que ha querido identificarse; pero de ahí también el riesgo de que pasemos de largo, de que no lo veamos o no queramos verlo, e incluso de que lo rechacemos. Jesús, que es la Palabra de Dios, se ha hecho apenas balbuceo en el niño de Belén, y se hará silencio al morir en la cruz. Así se ha puesto en su sitio, para indicarnos el nuestro, el último lugar, a la cola, al servicio de todos. Que para eso estamos, para servir, para ser útiles, para amar. Solidaridad. La encarnación, la Navidad, al descubrirnos la solidaridad de Dios con el hombre, funda también la solidaridad entre los hombres. Frente a la cultura de la competitividad, que amenaza con convertir la convivencia en una lucha sin cuartel de todos contra todos, debemos sentar las bases de una nueva cultura, la de la amistad social, que nos predisponga a todos en favor de todos. Más allá de la competitividad, entendida y practicada como selectiva y eliminatoria de los débiles, hay que apostar por la competencia, entendida y practicada como capacitación para un servicio cada vez mejor y más operativo y con todos. Se trata de ir convirtiéndonos de nuestra cultura con todos los rasgos de inhumanidad que ha ido adquiriendo con la violencia, la explotación, la exclusión, la hostilidad y hostigamiento... a la nueva vida con rasgos nuevos de humanidad, de ayuda mutua, de ‘buen samaritano’, de comprensión y respeto, de amor y de servicio, de tolerancia y cooperación, de solidaridad, de caridad. Podemos preguntarnos: ¿Cómo celebramos la Navidad 2020? ¿Qué celebramos, la Navidad o las navidades? ¿Un acontecimiento de salvación o unos días de vacaciones, de tradición cultural o solo recuerdos de días de niño y reunión de familiares? ¿Creemos de verdad que el Señor está con nosotros? ¿Con quién estamos nosotros? ¿Con Dios o con el dinero? ¿Con los ricos o con los pobres? ¿Con los poderosos o con los débiles? ¿Vivimos la encarnación? ¿Estamos encarnados con nuestro mundo? ¿O tratamos de vivir al margen de todo, a nuestro modo? Navidad es solidaridad, ¿somos solidarios? ¿Sólo en las grandes ocasiones? ¿Lo somos cada día, en los detalles, siempre y son todos? ¡Feliz NAVIDAD!

HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

  VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024) Primera : Isaías 52,13 – 53,12;  Salmo : Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25;  Segunda :...