lunes, 17 de octubre de 2022

HOMILIA Domingo Trigésimo del TIEMPO ORDINARIO cC (23 de octubre de 2022).


 Domingo Trigésimo del TIEMPO ORDINARIO cC (23 de octubre de 2022).

Primera: Eclesiástico 35, 12-14. 16-18; Salmo: Sal 33, 2-3. 17-19. 23; Segunda: 2Timoteo 4, 6-8. 16-18; Evangelio: Lucas 18, 9-14

Nexo entre las LECTURAS…

Para darnos a conocer cuál ha de ser la actitud que debemos de tener para con Dios y los hombres, la Liturgia de este Domingo presenta la "justicia y oración", que se unen muy bien en las lecturas de hoy y unifican la enseñanza del Señor en su palabra de amor (de misericordia) y salvación. Estamos llamados a ser orantes y justos.  En la parábola, del Evangelio, tanto el fariseo como el publicano oran en el templo, y Dios muestra su justicia (amor) y sólo el último es justificado. El autor de la primera lectura, aplica la justicia divina a la oración y enseña que Dios, justo juez, no tiene acepción de personas y por eso escucha la oración del oprimido... así lo rezamos (también) con el salmista: “Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha”. Finalmente, san Pablo confía en Timoteo manifestándole sus sentimientos y deseos más íntimos: "Me aguarda la corona de la justicia que aquel Día me entregará el Señor, el justo juez" (Segunda lectura).

Temas...

Actitudes del ORANTE ante Dios. La oración, que es un “estar y conversar” entre personas que se aman. Hace bien tanto al que ora como a Dios que es quien recibe la plegaria. Fijemos la atención en el ORANTE que está ante Dios. ¿Cuáles son las actitudes orantes que en la liturgia nos muestra Dios (hoy)?

En primer lugar, una observación de traducción. Tanto el fariseo como el publicano oran de pie, aunque la traducción litúrgica no lo diga del publicano. Era ésta la postura que adoptaban los judíos para dirigirse a Dios. No es, pues, la postura lo que hace cuestionable la actitud del fariseo. El adjetivo "erguido" de la traducción litúrgica no parece exacto. Por lo que respecta ya al texto, su sentido es muy claro desde que el propio autor ha explicitado la finalidad de la parábola. Se trata de una parábola crítica, dirigida a los que son buenos y ‘se lo creen’, de manera peyorativa. Se mueve dentro del terreno de la oración, cuya necesidad veíamos el Domingo pasado, de manera particular con el ejemplo de la Viuda que recurre al Juez de manera insistente. De nuevo un fariseo y un publicano, es decir, un bueno y un malo en la apreciación social. De nuevo un cambio de papeles en la apreciación divina. "Hay últimos que son primeros y primeros que son últimos". Otra cosa sorprendente en la historia que Jesús cuenta es que tanto el fariseo como el publicano se sirven de los salmos a la hora de hacer su oración. Este hecho hace más profunda y compleja la enseñanza misericordiosa de la misericordia del Señor.

Seguimos... desde hace varios Domingos nos las tenemos que ver con textos ‘exclusivos de Lucas’, es decir, que no existen en los otros evangelistas. Y un denominador común a muchos de ellos es la actuación positiva de personas social y religiosamente descalificadas (ambos aspectos estaban estrechamente relacionados). Son los marginados, los etiquetados, los excluidos, los de la periferia, diría el Santo Padre. ¡Qué actualidad tiene esta enseñanza! y corremos el riesgo de echar por tierra el alcance de este hecho cuando consideramos a fariseos y publicanos como personas de un pasado judío. Perdemos fácilmente de vista que Lucas no escribía sólo mirando hacia atrás sino también hacia adelante. Fariseo y publicano son también personajes, encarnan tipos de religiosidad continuamente reeditables. El fariseo encarna al personaje consciente de su buen comportamiento, que compara y enjuicia en base precisamente a su cumplimiento. No es tanto un personaje orgulloso cuanto un personaje “que reza y se comporta desde sus derechos”. Exige porque cumple. Los mismos salmos, formas tradicionales de oración, parecen darle la razón: se sirve de ellos para dirigirse a Dios.

Verdad y humildad… Nada de lo que le dice a Dios es mentira. El fariseo, en definitiva, es el personaje de los derechos, de la necesidad, de la rigidez y “cortedad de mente”. El fariseo parece que quiere que Dios sea fariseo no Dios. El publicano encarna al personaje consciente de su situación que incluye su mal comportamiento. Por ello mismo ni compara ni enjuicia, sencillamente se muestra y pide perdón, sirviéndose también de los salmos. El publicano es el personaje de la súplica arrepentida, de la entrega y la espontaneidad, de la fluidez de corazón, como dice el Papa de los santos de la puerta de al lado. El publicano quiere que Dios sea Dios y se alegra vivamente de eso y confía en Él. No es él el problemático, como tampoco lo era el hijo menor o pródigo, ni el mismo Lázaro que estaba a la puerta del rico… el problemático y difícil es el fariseo, el hijo mayor o cumplidor, el rico de espléndidos banquetes.

El texto de hoy nos descubre unas áreas de la personalidad religiosa mucho más hondas que las de la simple soberbia o humildad. Nos asoma el complejo e intrincado mundo de las motivaciones… de lo que hay en el corazón (pues eso es lo que sale de cada uno), aquello que de verdad se esconde tras lo que pensamos o decimos cuando oramos. La oración es ciertamente necesaria, pero ¡atención a la oración! Lo que rezamos es lo que creemos. Por eso, la corona que Pablo espera no es fruto del mérito personal, sino justicia (misericordia) de Dios para con él y para con todos los que son imitadores suyos en el servicio al Evangelio (Segunda lectura).

 

Sugerencias...

- La parábola de los dos hombres que subieron al templo a orar, el fariseo y el publicano, nos muestra cuál es la oración que une con Dios. Ya el lugar que ocupa cada uno de ellos en el templo muestra la diferencia. Uno en la parte delantera, como si el templo le perteneciera, el otro en cambio se queda «atrás» como si hubiese traspasado el umbral de una casa que no es la suya. El primero ora «junto a sí» (aquí traducido y suavizado con la expresión «en su interior»): en el fondo no reza a Dios, sino que se hace a sí mismo una enumeración de sus muchas virtudes, presumiendo que, si él mismo las ve, Dios no podrá dejar de verlas, de tenerlas en cuenta y de admirarlas. Y hace esto distinguiéndose precisamente de «los demás hombres», que no han alcanzado su presunto grado de perfección. Transita por un camino que conduce directamente al encuentro de sí mismo, pero ése es precisamente el camino que lleva a la pérdida de Dios. El publicano, por el contrario, no encuentra en sí más que pecado, un vacío de Dios que en su oración de súplica («ten compasión de este pecador») se convierte en un vacío para que lo llene Dios. El hombre que tiene como meta última su propia perfección, no encontrará a Dios; el que tiene la humildad de dejar que la perfección de Dios actúe en su propio vacío –no pasivamente, sino trabajando con los talentos que se le han concedido– será siempre un «amigo» para Dios.

- El pobre en este caso (textos) no es el que no tiene dinero, sino el que sabe, con la ayuda de la gracia, que es pobre en virtud, que no corresponde a lo que Dios quiere de él. Pero, de nuevo, este vacío no basta, sino que más bien se precisa: el pobre que sirve a Dios «consigue el favor del Señor». Se trata de un servicio en la humildad del «siervo pobre», pero no de la espera ociosa del «negligente y holgazán» que esconde bajo tierra su talento. Es el servicio que se presta sabiendo que se trabaja con el talento regalado por Dios, y que se confía para que realmente produzca frutos para el Señor. A este pobre Dios le hará «justicia» como «juez justo/misericordioso» que es.

- Si tomamos la segunda lectura, que muestra a Pablo en prisión y ante los tribunales, él es el pobre que no tiene ya ninguna perspectiva terrena, porque su muerte es inminente, y que sin embargo «ha combatido bien su combate», no sólo cuando era libre, sino también ahora, en su pobreza actual, pues todos le han abandonado (como el testimonio de vida que conocimos en el santo Cura Brochero y otros muchos, ahora san Artémides Zatti, enfermero de la Patagonia). La autodefensa de Pablo ante el tribunal se convierte precisamente en su último y decisivo «anuncio», el mensaje que oirán «todos los gentiles». Al dar gloria sólo a Dios (como el publicano del templo), el Señor le «salvará y le llevará a su reino del cielo». El publicano que sube al templo a orar queda «justificado», Pablo recibe la «corona de la justicia», y ciertamente, como él mismo repitió incansablemente, no de su propia justicia, sino de la justicia de Dios.

Virgen Purísima, ruega por nosotros.

HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

  VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024) Primera : Isaías 52,13 – 53,12;  Salmo : Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25;  Segunda :...