lunes, 11 de mayo de 2020

HOMILIA DOMINGO SEXTO DE PASCUA cA (17 de mayo 2020)

DOMINGO SEXTO DE PASCUA cA (17 de mayo 2020) Primera: Hechos 8, 5-8; Salmo: 65, 1-3a.4-7a.16.20; Segunda: 1Pedro 3, 15-18 o bien 4, 13-16; Evangelio: Juan 14, 15-21 o bien 17, 1-11a Nexo entre las LECTURAS Este sexto Domingo del tiempo pascual prepara y en cierto modo anticipa la fiesta de Pentecostés. La liturgia nos presenta a Jesús prometiendo el Espíritu, ese mismo Espíritu que le devolvió a la vida, y que en nombre de Jesús los apóstoles comunican a los samaritanos bautizados. "Yo rogaré al Padre para que les envíe otro Paráclito, para que esté siempre con ustedes", promete Jesús en el evangelio. San Pedro en su primera carta dice: "Cristo en cuanto hombre sufrió la muerte, pero fue devuelto a la vida por el Espíritu" (segunda lectura). Y san Lucas en los Hechos de los Apóstoles presenta a Pedro y a Juan "orando por los bautizados de Samaria, para que recibieran el Espíritu Santo" (primera lectura). Temas... (Juan 14, 15-21) En la historia de la salvación hay una sucesión armoniosa en la actuación del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo en beneficio siempre de la salvación del hombre. El Padre es el origen y fuente de toda iniciativa salvífica. En su amor envía a su Hijo para redimir al hombre y devolverle su condición filial. Una vez que el Hijo realizó su misión en la tierra, es enviado el Espíritu (otro Paráclito) para que acompañe al hombre en su peregrinar por este mundo hacia el Cielo. La liturgia de hoy nos presenta la promesa, hecha por Jesús a los discípulos, de enviarles el Espíritu Santo, para que esté siempre con ellos. ¿Para qué Jesucristo les hace esta promesa? Para que los discípulos no se sintieran huérfanos, ya que Jesús estaba por ir a la muerte y regresar a la casa del Padre. Jesús les dice: "No los dejaré huérfanos, volveré a estar con ustedes" (evangelio), pero no físicamente como lo conocieron en la historia sino mediante su Espíritu. El Espíritu Santo, que Jesús promete, es ante todo el (otro) Paráclito, es decir, consolador, abogado, animador e iluminador en el proceso interno de la fe, como lo fue Él (primer Paráclito). Los discípulos y primeros cristianos experimentarán en Pentecostés, de una manera especial, esta presencia poderosa e iluminante del Espíritu. Es también el Espíritu de la verdad, de la revelación de Dios al hombre, con la que Dios ilumina toda la existencia humana y le da su verdadero significado y razón de ser. Esta verdad será plenamente acogida por los discípulos, proclamada, confesada, y también defendida ante la 'mentira' del mundo, ante los ataques de la falsedad de la mente y del corazón humanos. Es además el Espíritu que da la vida, que devuelve a la vida a Jesús (segunda lectura) y vivifica a los cristianos que creen en el Evangelio, como los habitantes de Samaria (primera lectura); el Espíritu da la vida de Dios, esa vida que, como la zarza ardiente vista por Moisés a los pies del Sinaí, no se consume ni se apaga jamás. El Espíritu es, finalmente, el impulsor de la evangelización tanto de los judíos como de los samaritanos y paganos. Por eso, los comentaristas de los Hechos de los Apóstoles suelen hablar de tres "Pentecostés": el de los judíos en Jerusalén (Hch 2), el de los samaritanos en Samaria (Hch 8) y el de los paganos en Cesarea marítima (Hch 10). Con la recepción del Espíritu Santo se pone en movimiento la evangelización, la proclamación del Evangelio y la agregación de otros muchos hombres a la comunidad de los creyentes en Cristo. De este modo, el Espíritu hará realidad las palabras de Jesús: "El que me ama será amado por mi Padre; también yo lo amaré y me manifestaré a él". Los santos saben y experimentan que Dios cumple sus promesas. Para los primeros cristianos, ésta fue una verdad indiscutible, objeto de experiencia. Bien, las promesas de Dios se siguen cumpliendo también hoy entre los hombres. Claro que hemos de ser muy conscientes de que Dios no nos promete una 'felicidad a la carta', como a veces quisiéramos los hombres; ni un 'mundo' o una 'Iglesia' sin problemas o libres de toda incoherencia; ni unos hermanos cristianos intachables, impecables, siempre con la bondad y la sonrisa en el rostro; tampoco nos promete liberarnos de la calumnia, la persecución, la indiferencia, los malos tratos, o incluso el martirio. Nos promete ‘únicamente’ el Espíritu, Su Espíritu, y con Él nos da la capacidad para ser felices de un modo nuevo, ajeno a la mentalidad del mundo; nos da la mirada limpia para ver al mundo y a la Iglesia con fe, con optimismo, con paz, con amor; nos da un corazón generoso para abrirnos y acoger a nuestros hermanos en la fe tal como son, con sus debilidades y miserias, con sus cualidades y virtudes, con su fe, su amor y su esperanza auténticos; nos da la gracia de buscar la verdadera liberación, que es primeramente interior y espiritual, y que desde dentro trabaja por conseguir toda otra liberación de los males de este mundo. Temas... (Juan 17, 1-11a) Jesús implora el Espíritu. El evangelio (opcional) de hoy contiene el comienzo de la gran plegaria de Jesús al despedirse de este mundo y podemos comprenderlo, en el sentido de los días previos a Pentecostés, como una oración de Jesús al Padre para pedirle que envíe al Espíritu. Jesús pronuncia esta oración en el momento de pasar de este mundo al Padre: «Yo ya no voy a estar en el mundo, voy a ti» (v. 11). Ya le había sido dado «el poder sobre toda carne», pero sólo podía revelar a unos pocos el nombre del Padre y con él la vida eterna. Jesús tiene que rezar por ellos, ahora que se va; y lo hace para que comprendan realmente lo que significa ser uno en Él como Él es uno con el Padre. Comprender eso sólo será posible mediante el envío del Espíritu, y este envío sólo será posible a su vez cuando Jesús haya «coronado su obra» y transmitido el Espíritu Santo a su Iglesia. Seguramente Jesús pronunció esta oración antes de su pasión, pero la oración conserva su eterna validez, dado que Él es en todo tiempo «nuestro defensor ante el Padre» (1 Jn 2,1), precisamente también en lo que se refiere al Espíritu Santo que ha prometido enviar a los suyos de parte de su Padre (Jn 15, 26). La Iglesia reza para implorar el Espíritu. La Iglesia hace (en la primera lectura) lo que Jesús le ha mandado: como discípulos de Jesús, junto con María, algunas mujeres y los hermanos de Jesús, los apóstoles «se dedican a la oración en común» para implorar el Espíritu prometido. No tenemos ningún derecho a menospreciar esta orden expresa del Señor, oremos implorando el Espíritu Santo. Este, como Espíritu Santo que es, sólo puede entrar en los que son «pobres en el espíritu» (Mt 5,3), es decir: en aquellos que tienen su propio espíritu vacío y limpio o lo vacían para hacer sitio al Espíritu de Dios. La oración de la comunidad reunida implora esta pobreza (con ocasión de la cuarentena esta pobreza se nos nota más y nos hace bien) para tener sitio para la riqueza del Espíritu. No deja de ser maravilloso que María, el receptáculo perfectamente pobre del Espíritu Santo, se encuentre entre los que rezan para completar con su oración perfecta toda oración raquítica e imperfecta. Por medio de ella la invocación del don del cielo se torna perfecta y es oída infaliblemente. La Iglesia que ama es la que mejor reza. La carta de Pedro (segunda lectura) añade una nota más. Repite una de las bienaventuranzas del Señor: «Si los ultrajan por el nombre de Cristo, dichosos ustedes»; y añade inmediatamente: «porque el Espíritu de la gloria, el Espíritu de Dios, reposa sobre ustedes». Es que el padecimiento de la humillación por amor a Cristo es ya, en sí, una oración para implorar el Espíritu, una oración que es escuchada al instante. Sí, es una oración que quizá hace ya que no soportemos nuestros padecimientos en el abatimiento o en la rebelión o en la pandemia, sino en el Espíritu de Dios. Esto, que visto con los ojos del mundo es una vergüenza, no debe ser percibido por el cristiano como algo de lo que hay que «avergonzarse»; el cristiano debe saber más bien que es precisamente, así como da gloria a Dios. Los Hechos de los Apóstoles lo confirmarán en muchos pasajes, así como las vidas de los múltiples santos que han existido a lo largo de la historia de la Iglesia. En efecto: es siempre la Iglesia perseguida y humillada la que puede rezar más eficazmente para implorar el Espíritu. Sugerencias... Puesto que Dios cumple sus promesas, nuestras comunidades han de ser comunidades gozosas y seguras en su fe (Papa Francisco, E. Gaudium). Sin querer cerrar los ojos al mal existente (cuarentena/pandemia y las mismas fake news), la promesa de Dios continúa actuándose y realizándose en medio de la comunidad. Si no la percibimos, ¿no será que nuestra fe es débil, y quizá enfermiza y que DEBEMOS pedir ayuda a Dios? Por otra parte, sin dejar a un lado las dudas y perplejidades de los cristianos en la concepción y vivencia de su fe, la presencia del Espíritu de la verdad debe confortar a la comunidad cristiana y proporcionarle una gran solidez en su fe. Nuestra fe no se apoya en los hombres, por más geniales que sean, ni en los ángeles, sino en el Espíritu mismo de Dios, que es Espíritu de Verdad, que es el Maestro Interior (otro Paráclito) que fortifica y garantiza la revelación de Dios y la respuesta de fe (martirial) a esa revelación. Temas... (otra) Cristo sigue presente. Nos quedan dos semanas ‘de Pascua’, hasta el Domingo 31 de mayo, en que la concluiremos con la solemnidad de Pentecostés. El Domingo próximo celebraremos lo que parece la "ausencia" del Señor, su Ascensión. Pero ¿es de veras una ausencia? Las lecturas de hoy nos han asegurado que Jesús sigue presente en medio de nosotros, aunque no le veamos (nosotros, los que vivimos prácticamente ya en el año 2020, pertenecemos a aquellos de los que Jesús habló a Tomás: los que creen sin haber visto). Jesús nos ha dicho en el evangelio que, a pesar de que "vuelve al Padre", sigue estando con nosotros: "no los dejaré huérfanos", "yo sigo viviendo", "Yo estoy con mi Padre, ustedes conmigo y yo con ustedes". Recordemos que las palabras de despedida el día de la Ascensión serán: "Yo estoy con ustedes todos los días". El Señor Resucitado nos está presente de muchas maneras: en la misma comunidad reunida en su nombre, en la Palabra que nos comunica, en sus sacramentos, y de modo particular en ese Pan y Vino (consagrados) que Él ha querido que fueran nuestro alimento para el camino. Y también en la persona del prójimo: "Lo que hicieren a uno de ellos, a mí me lo hacen". Si somos conscientes de esta presencia continuada del Señor Resucitado en nuestra vida, todo adquiere otro color y se nos llena de mayor confianza y optimismo la historia personal y comunitaria. ¡Vayamos con alegría a practicar las obras de misericordia! En tiempos de tormenta por el COVID-19 y las leyes de protección esto es aún mas urgente y necesario… El Espíritu, el don que nos hace el Resucitado. Empieza, de manera peculiar, a aparecer en las lecturas otro protagonista que llena de sentido nuestra vida y hace posible esa presencia del Señor Jesús: el Espíritu Santo que Él nos ha prometido y nos ha enviado. Oímos de Él en la primera lectura, que los creyentes de Samaria reciben el Espíritu por el ministerio del diácono Felipe y de los apóstoles, en lo que hoy llamamos, podemos decir, los sacramentos de la iniciación: el Bautismo y la Confirmación. De nuevo, en la segunda lectura, Pedro nos decía que Cristo, dándonos un ejemplo definitivo de entrega, bajó a la muerte, "pero volvió a la vida por el Espíritu". Y, por fin, Jesús, en la última cena, prometía a los suyos, como hemos leído en el evangelio, que nos enviaría su Espíritu como defensor y maestro de la verdad, un Espíritu que estará siempre con nosotros, que vivirá con nosotros y estará con nosotros. El Espíritu, alma de la Iglesia. El Espíritu es el que anima —también ahora— a la comunidad cristiana. Es como su alma, su motor interior. El misterio y la razón de ser de la Iglesia radican sobre todo en la presencia de Cristo y en la acción vivificadora de su Espíritu. Él es el que suscita y llena de su gracia a los ministros ordenados, signos de Cristo en y para la comunidad. En las lecturas de hoy aparecían diáconos predicando y bautizando, y los apóstoles comunicando más plenamente el don del Espíritu a los bautizados. Los ministros ordenados siguen también hoy, animando la comunidad, guiando su oración, presidiendo la celebración de sus sacramentos, evangelizando, atendiendo a los enfermos, construyendo fraternidad. Es una misión noble y difícil la que intentan cumplir: y es el Espíritu de Cristo Resucitado el que les da luz y fuerza para ello. Él es también el que anima a la comunidad entera, moviéndola interiormente, empujándola a la acción misionera y caritativa en medio de la sociedad, haciendo surgir en ella ideas e iniciativas de todo género, enriqueciéndola con sus dones de amor, de verdad, de alegría. Haciéndola una comunidad no conformista, sino trabajadora, testimonial, preocupada por la justicia y la promoción de todos. ¿No es obra del Espíritu el Concilio Vaticano II y todo lo que le ha seguido de renovación? ¿no es obra del Espíritu las obras de Misericordia que muchos cristianos están obrando en todo el mundo? Y ¿no es obra del Espíritu la paciencia fuerte de muchos cristianos laicos que padecen con fe y caridad el no poder acercarse a la Comunión Sacramental? Él es quien da eficacia a los sacramentos que celebramos: el Bautismo, en que renacemos del agua y del Espíritu; la Confirmación, que es el don del Espíritu por el ministerio del obispo de la diócesis; la Eucaristía, en que invocamos al Espíritu sobre el pan y el vino para que él los convierta en el Cuerpo y Sangre de Cristo; la Reconciliación penitencial, en que el Espíritu nos llena de su vida y su gracia... Él suscita la alegría del Matrimonio y de la consagración Sacerdotal. Él es quien da fuerza a cada cristiano, para que podamos ser fieles al estilo de vida evangélico que nos ha enseñado Cristo Jesús. Pedro nos invitaba en su carta a que tengamos ánimos, a que nos mantengamos firmes a nuestra identidad cristiana en medio de un mundo que posiblemente no nos ayuda a ello. Si ya en aquellos tiempos había contradicción entre los criterios evangélicos y los de la sociedad, igual ahora. Y nos proponía el mejor ejemplo: el mismo Cristo Jesús, que tuvo que sufrir persecución, hasta la muerte, pero fue resucitado por el Espíritu, y ahora vive triunfante junto a Dios. También ahora, el Espíritu nos quiere comunicar a cada uno de nosotros la Pascua, la vida nueva de Cristo, llena de energía, de alegría, de libertad, de creatividad ¿Será verdad que, al cabo de estas siete semanas de fiesta en torno al Resucitado, también nuestra vida de cada día será más pascual?

HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

  VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024) Primera : Isaías 52,13 – 53,12;  Salmo : Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25;  Segunda :...