lunes, 7 de septiembre de 2020

HOMILIA Domingo vigesimocuarto del TIEMPO ORDINARIO cA (13 de septiembre de 2020)

Domingo vigesimocuarto del TIEMPO ORDINARIO cA (13 de septiembre de 2020) Primera: Eclesiástico 27, 30-28, 7; Salmo: Sal 102, 1-4. 9-12; Segunda: Rom 14, 7-9; Evangelio: Mateo 18, 21-35 Nexo entre las LECTURAS El perdón es el tema sobresaliente (nexo) en las lecturas de este Domingo. La Primera Lectura nos habla de la actitud que el israelita debía adoptar ante un ofensor. El texto sagrado anticipa, de algún modo, la petición del Padre Nuestro en el evangelio: perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden. El autor considera la inevitable caducidad de la vida terrena, la muerte de los vivientes y la consiguiente corrupción. Esta meditación le hace ver que es vano adoptar una actitud de ira y de venganza en relación con nuestros semejantes. ¿Qué misericordia seremos capaces de pedir a Dios el día del juicio, si nosotros mismos nunca ofrecimos esta misericordia a los demás? Por ello, la venganza, la ira y el rencor son cosas de pecadores. No caben en un hombre creyente. La postura sabia, por el contrario, consiste en refrenar la ira, observar los mandamientos y recordar la alianza del Señor. La idea de fondo es profunda: aquel que no perdona las ofensas recibidas, no recibirá la remisión de sus pecados. En el evangelio el tema se propone nuevamente en la parábola de los deudores ‘insolventes’. Jesús nos muestra que delante de Dios, no hay hombre justo que esté libre de débito. Más aún, expresa con vigor y firmeza que no hay quien pueda solventar la deuda contraída por los propios pecados. Si Dios, en su infinita misericordia, ha tenido compasión de nuestras miserias, ¿no debemos hacer nosotros lo mismo en relación con nuestros semejantes? (Evangelio). La carta a los romanos, por su parte, nos presenta la soberanía de Cristo, Señor de vivos y muertos. Si vivimos, vivimos para el Señor, si morimos para el Señor morimos. Nosotros no podemos constituirnos en dueños de la vida y de la muerte, ni tampoco en jueces de nuestros hermanos (2da lectura). Que bueno, si aprendemos de esta Liturgia a vivir mejor esta cuarentena y la llamada ‘post cuarentena’. Temas... El perdón es una de las modalidades del amor. Una de sus más exigentes. Porque en la convivencia humana en general, y en las distintas formas de convivencia familiar o comunitaria, pueden surgir problemas, malentendidos, discusiones e incluso ofensas entre las personas. En este caso, un cristiano está llamado a la reconciliación. Y el camino de la reconciliación pasa por el reconocimiento del propio pecado y/o por el perdón al ofensor. San Pablo exhortaba a los cristianos al perdón mutuo, siendo Cristo la clave de este perdón: “como el Señor los perdonó, perdónense también ustedes” (Col 3,13). De la misma forma que el amor tiene distintas dimensiones y alcances (amor entre los esposos, amor a los familiares, a los conocidos, a los compañeros de trabajo), y el amor cristiano alcanza dimensiones universales, pues no conoce límites, encontrando en el amor al enemigo, al que no se lo merece, su alcance más universal, también el perdón cristiano tiene distintas dimensiones y un alcance universal. El perdón no tiene límites. A Jesús le formulan una pregunta sobre los límites del perdón: ¿cuántas veces hay que perdonar? Pregunta muy lógica y humana. Jesús responde que, para sus seguidores, el perdón no tiene límites, puesto que hay que perdonar siempre y en toda circunstancia. No es fácil el perdón, como tampoco es fácil el amor. Pero hace feliz. El auténtico amor y el auténtico perdón son gratuitos. Por eso su alcance es universal. Lo que tiene precio es siempre limitado. Y lo más interesante: el perdón no es un favor que hacemos el ofensor, es un bien que nos hacemos a nosotros. El primer beneficiario del perdón es el que perdona. Una cosa sobre la parábola de hoy. Pues los títulos con los que recordamos algunas parábolas pueden desorientar. Así ocurre, por ejemplo, con la conocida como parábola del hijo pródigo. Espontáneamente nuestra mirada se dirige a este hijo. Cuando así ocurre vamos mal orientados. Porque el protagonista de la parábola del hijo pródigo no es ninguno de los dos hermanos. Ellos no son nuestro punto de referencia. Nuestra mirada debe dirigirse al Padre, que representa a Dios que ‘acoge’ a todos los que están alejados de Él, a los dos hermanos que están fuera de casa, y quiere que los dos participen en el banquete que prepara para todos. Lo mismo ocurre con la parábola que hoy hemos escuchado. El protagonista no es ninguno de los dos siervos. Nuestra mirada debe dirigirse al verdadero protagonista, que es el rey. Rey que perdona “lo que no está en los papeles”, y, además, que perdona incondicionalmente al que no puede pagarle de ninguna manera. Este rey debe atraer nuestra mirada. En él podemos ver al Dios que en Jesucristo se revela, Dios que perdona sin condiciones, que acoge a los pecadores, Dios de misericordia y de bondad. Dios se revela en su Hijo Jesús, que en la cruz perdona a sus enemigos. Jesús, el verdadero rey (“rey de los judíos”), en la cruz, no solo perdona, sino que se convierte en el abogado defensor de sus asesinos: “perdónalos, porque no saben lo que hacen”. La parábola de hoy nos invita a identificarnos con este sorprendente rey perdonador. Hay un problema. No por parte del rey que perdona sin condiciones, sino por parte del destinatario del perdón. Porque el perdón, como el amor, necesitan ser acogidos, para producir su efecto transformador. ¿Y cuando son acogidos? Cuando se transmiten. El problema del siervo llamado inicuo es que no ha sabido acoger el perdón. La prueba está en que no lo transmite, no lo comparte. Por eso, en la oración de Jesús se nos recuerda que, para ser de verdad perdonados, para que el perdón nos cambie y produzca efectos transformadores, necesitamos perdonar nosotros también a los que nos ofenden. Es el reino de la misericordia el reino que Jesús quiere que se fortalezca en nuestros corazones, en nuestra manera de vivir y de convivir, que no es vivir unos con otros SINO uno para otros: al hacerlo nos identificamos con el Padre celestial. A Él tenemos que mirar, a este rey de la parábola que lo representa, para identificarnos con él. El tema de la liturgia de hoy es de una sorprendente actualidad. En nuestro mundo abundan expresiones de rechazo e intolerancia. Las denuncias por delitos de odio (según tenemos experiencia en algunos casos de la cuarentena) aumentan. Abundan los delitos de xenofobia, racismo y violencia doméstica. Desde las tribunas políticas se predica la intolerancia y se lanzan falsedades sobre colectivos no deseados (por ejemplo, los inmigrantes… o ‘el gobierno anterior’…). Los cristianos estamos llamados a “ir contra corriente del mundo sin Dios”, y a contrarrestar las olas de violencia e intolerancia con hechos y palabras de acogida, comprensión, misericordia y perdón. Feliz quien recibe perdón. Cien veces feliz quien aprende a perdonar. Sugerencias... En el Antiguo Testamento se contienen en germen todas las verdades que luego, predicadas por Cristo, florecen en el Nuevo. A veces es más que un germen, es un verdadero anticipo del Evangelio, como puede verse en la primera lectura de este Domingo, que habla del ‘deber del perdón’: «Perdona las ofensas a tu prójimo, y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas. ¿Cómo puede un hombre guardar rencor a otro y pedir la salud al Señor? No tiene compasión de su semejante, ¿y pide perdón de sus pecados?». Si al antiguo pueblo de Dios se le pedía ya tanto, no menos se le puede exigir al nuevo, que ha escuchado las enseñanzas del Hijo de Dios y le ha visto morir en cruz implorando perdón para sus verdugos. Jesús perfeccionó la ley del perdón extendiéndola a todo hombre y a cualquier ofensa, porque con su sangre ha hecho a todos los hombres hermanos y, por lo tanto, prójimos los unos para los otros y ha saldado los pecados de todos. Por eso cuando Pedro, convencido de que proponía algo exagerado, le pregunta si debe perdonar al hermano que peque contra él hasta siete veces, el Señor le responde: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete» (Mt 18, 21-22). Expresión oriental que significa un número ilimitado de veces, equivale a ‘siempre’: ya usado en la Biblia en el canto feroz de Lamek, que se jacta de vengarse de las ofensas «setenta veces siete» (Gn 4, 24). En ese contexto dicha fórmula indica la invasión tremenda del mal. Pero si el mal es inmensamente prolífico, el bien debe serio al menos otro tanto, porque Jesús emplea la misma expresión. para enseñar así que el mal ha de ser vencido por la bondad ilimitada que se manifiesta en el perdón incansable de las ofensas. Pensándolo bien, resulta una obligación desconcertante, casi inquietante. Para hacerla más accesible: Jesús la ha ilustrado con la parábola del siervo despiadado. Su enorme deuda -diez mil talentos- condonada tan fácilmente por el amo, y su increíble dureza de corazón, pues por la exigua suma de cien denarios echa en la cárcel a un colega suyo, permiten intuir enseguida una vendad mucho más profunda. oculta en la parábola; la cual representa la misericordia infinita de Dios que ante el arrepentimiento y la súplica del pecador perdona y cancela la más grave deuda de pecados, y, por otra parte, ejemplifica la mezquina estrechez del hombre que, estando tan necesitado de misericordia, es incapaz de perdonar al hermano una pequeña ofensa. Aunque por el orgullo y el espíritu de venganza inserto en el hombre caído, pueda a veces costar mucho perdonar. es siempre condición indispensable para obtener el perdón de los pecados. No hay escapatoria, para los amigos del Cordero que queremos participar del Banquete del Cordero: o perdón y ser perdonados. o negar el perdón y no ser perdonados. «Lo mismo hará con ustedes mi Padre del cielo -concluye la parábola-, si cada cual no perdona de corazón a sus hermanos. Retorna la admonición de la primera lectura: -Piensa en tu fin y cesa en tu enojo; recuerda los mandamientos, y no te enojes con tu prójimo.... y perdona el error. Son lecciones que deben ser muy meditadas y que deben inducir a hurgar en el propio corazón para ver si anida en él algún resentimiento o mal querencia contra un solo hermano. No en vano nos ha enseñado Jesús a orar así: perdónanos… así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. El perdón, en los mártires, nos ayuda a comprender mejor esta enseñanza y nos alientan a autentificar nuestro amor y deseo de pertenecer al Señor.

HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

  VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024) Primera : Isaías 52,13 – 53,12;  Salmo : Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25;  Segunda :...