lunes, 31 de mayo de 2021

HOMILIA Solemnidad del SANTÍSIMO CUERPO y SANGRE DEL SEÑOR cB (06 de junio 2021) AUTOR: de la IGLESIA PARA LA IGLESIA

Primera: Éxodo 24, 3-8; Salmo: Sal 115, 12-13. 15-16. 17-18; Segunda: Hebreos 9, 11-15; Evangelio: Marcos 14, 12-16.22-26 Nexo entre las LECTURAS La alianza -o pacto- es el centro de referencia de los textos litúrgicos. La alianza sellada con la sangre de Cristo es el corazón del culto y de la vida de la Iglesia: "Ésta es mi sangre, la sangre de la alianza, que se derrama por muchos" (evangelio). Esta alianza está prefigurada en la que ahora se llama “antigua alianza” sellada con sangre de novillos: "Ésta es la sangre de la alianza que el Señor ha hecho con ustedes, según las cláusulas ya dichas" (primera lectura). La alianza en la sangre de Cristo perpetúa la presencia de Dios entre nosotros y purifica a la humanidad de todos sus pecados "para poder dar culto al Dios vivo" (segunda lectura). Temas... La Iglesia Vive de la Eucaristía. El Jueves Santo del año 2003, san Juan Pablo II nos regaló un precioso texto sobre la Eucaristía, como alimento del Pueblo de Dios. Entresacamos algunas preciosas meditaciones… Si con el don del Espíritu Santo en Pentecostés la Iglesia nace y se encamina por las vías del mundo, un momento decisivo de su formación es ciertamente la institución de la Eucaristía en el Cenáculo. Su fundamento y su hontanar es todo el Triduo Pascual, pero éste está como incluido, anticipado, y "concentrado" para siempre en el don eucarístico. En este don, Jesucristo entregaba a la Iglesia la actualización perenne del misterio pascual. Con él instituyó una misteriosa "contemporaneidad" entre aquel Triduo y el transcurrir de todos los siglos. La Iglesia vive del Cristo eucarístico, de Él se alimenta y por Él es iluminada. La Eucaristía es misterio de fe y, al mismo tiempo, "misterio de luz". Cada vez que la Iglesia la celebra, los fieles pueden revivir de algún modo la experiencia de los dos discípulos de Emaús: "Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron" (Lc 24, 31). La Eucaristía, presencia salvadora de Jesús en la comunidad de los fieles y su alimento espiritual, es de lo más precioso que la Iglesia puede tener en su caminar por la historia. Así se explica la esmerada atención que ha prestado siempre al Misterio eucarístico, una atención que se manifiesta autorizadamente en la acción de los Concilios y de los Sumos Pontífices. ¿Cómo no admirar la exposición doctrinal de los Decretos sobre la Santísima Eucaristía y sobre el Sacrosanto Sacrificio de la Misa promulgados por el Concilio de Trento? Aquellas páginas han guiado en los siglos sucesivos tanto la teología como la catequesis, y aún hoy son punto de referencia dogmática para la continua renovación y crecimiento del Pueblo de Dios en la fe y en el amor a la Eucaristía. Misterio de la Fe. La Iglesia ha recibido la Eucaristía de Cristo, su Señor, no sólo como un don entre otros muchos, aunque sea muy valioso, sino como el don por excelencia, porque es DON DE Sí mismo, de su persona en su santa humanidad y, además, de su obra de salvación. Ésta no queda relegada al pasado, pues "todo lo que Cristo es y todo lo que hizo y padeció por los hombres participa de la eternidad divina y domina así todos los tiempos...". Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía, memorial de la muerte y resurrección de su Señor, se hace realmente presente este acontecimiento central de salvación y "se realiza la obra de nuestra redención". Este sacrificio es tan decisivo para la salvación del género humano, que Jesucristo lo ha realizado y ha vuelto al Padre sólo después de habernos dejado el medio para participar de él, como si hubiéramos estado presentes. Así, todo fiel puede tomar parte en él, obteniendo frutos inagotablemente. Ésta es la fe de la que han vivido a lo largo de los siglos las generaciones cristianas. Ésta es la fe que el Magisterio de la Iglesia ha reiterado continuamente con gozosa gratitud por tan inestimable don. Deseo, una vez más, llamar la atención sobre esta verdad, poniéndome con ustedes, mis queridos hermanos y hermanas, en adoración delante de este Misterio: Misterio grande, Misterio de misericordia. ¿Qué más podía hacer Jesús por nosotros? Verdaderamente, en la Eucaristía nos muestra un amor que llega "hasta el extremo" (Jn 13, 1), un amor que no conoce medida. La eficacia salvífica del sacrificio se realiza plenamente cuando se comulga recibiendo el cuerpo y la sangre del Señor. De por sí, el sacrificio eucarístico se orienta a la íntima unión de nosotros, los fieles, con Cristo mediante la comunión: le recibimos a Él mismo, que se ha ofrecido por nosotros; su cuerpo, que Él ha entregado por nosotros en la Cruz; su sangre, "derramada por muchos para perdón de los pecados" (Mt 26, 28). Recordemos sus palabras: "Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí" (Jn 6, 57). Jesús mismo nos asegura que esta unión, que Él pone en relación con la vida trinitaria (Domingo pasado), se realiza efectivamente. La Eucaristía es verdadero banquete, en el cual Cristo se ofrece como alimento. Cuando Jesús anuncia por primera vez esta comida, los oyentes se quedan asombrados y confusos, obligando al Maestro a recalcar la verdad objetiva de sus palabras: "En verdad, en verdad les digo: si no comen la carne del Hijo del hombre, y no beben su sangre, no tienen vida en ustedes" (Jn 6, 53). No se trata de un alimento metafórico: "Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida" (Jn 6, 55). Sugerencias... «Esta es mi sangre, sangre de la alianza». Jesús envía a dos discípulos (en el evangelio) para que preparen la cena pascual, pero en realidad no tienen mucho que hacer porque el propio Jesús lo había previsto ya todo y les había dado las instrucciones oportunas. Del mismo modo nos encarga a nosotros una cierta preparación de la Eucaristía, pero todo lo esencial es configurado por él mismo: sólo él es el centro y el único contenido de lo que se celebra. En este centro la comunidad no tiene nada que «hacer»; este centro es para ella siempre algo completamente imprevisible y grandioso: que Jesús toma un pan ordinario y lo parte diciendo: «Tomen, esto es mi cuerpo». Y casi más incomprensible aún es lo otro: que tome el cáliz y lo dé a beber a sus discípulos con estas palabras: «Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos». Dice esto cuando todavía está sentado a la mesa con ellos, con lo que anticipa ya el derramamiento de su sangre. Y como habla de la «sangre de la alianza», Jesús remite al origen de la alianza en el Sinaí, de la que se informa en la primera lectura, pero muestra también cómo esta Antigua Alianza queda ampliamente superada en una «Nueva Alianza» (1 Co 11,25); la segunda lectura indicará la distancia que existe entre aquel comienzo y esta plenitud. Pero ambas lecturas muestran que Jesús, mediante la institución de la Eucaristía, lleva a plenitud la obra de su Padre, y esto en el Espíritu Santo, pues él mismo se ofreció como sacrificio en la cruz «en virtud del Espíritu eterno» (Hb 9,14). Por eso la solemnidad del Cuerpo y de la Sangre del Señor es una fiesta eminentemente trinitaria. «Tomó Moisés la sangre... diciendo: Esta es la sangre de la alianza». La alianza que Dios ofrece al pueblo en la primera lectura ha sido aceptada por éste unánimemente («a una»). Se ha convertido en una alianza recíproca. Para sellar ritual y oficialmente su seriedad, su indisolubilidad, se inmolan novillos cuya sangre es derramada por Moisés como mediador entre Dios y el pueblo: la mitad sobre el altar de Dios y la otra mitad, tras la lectura del documento de la alianza, sobre el pueblo. Las palabras explicativas: «Esta es la sangre de la alianza», recuerdan una relación de fidelidad similar a la que se establece cuando dos hombres concluyen entre sí una «fraternidad de sangre», pues cada uno da al otro lo más íntimo y vivo de sí mismo. Pero a esta fraternización del Sinaí le falta todavía un último elemento: la sangre que se derrama sobre el altar y sobre el pueblo es sangre de animal. La segunda lectura descartará este elemento extraño («la sangre de machos cabríos y de becerros») y lo sustituirá por la sangre de aquel que en su persona es tanto Dios como hombre. «El mediador de una alianza nueva». La Antigua Alianza, indisoluble en cuanto tal, se consuma cuando el mediador definitivo aparece ante el Padre «con su propia sangre», expía todas las infidelidades de los socios humanos del pacto y, porque «en virtud del Espíritu eterno» puede ofrecerse a Dios como sacrificio, «consigue la liberación eterna». Si Jesús nos ha legado este su eterno sacrificio no sólo para recibirlo, sino también para «hacerlo»: «Hagan esto en memoria mía» (1 Co 11,25), nosotros tendríamos que realizar este «hagan» con sumo respeto y fervor. Corazón eucarístico de María, ruega por nosotros. San José, ruega por nosotros.

HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

  VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024) Primera : Isaías 52,13 – 53,12;  Salmo : Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25;  Segunda :...