martes, 28 de marzo de 2023

HOMILIA DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR cA (02 de abril 2023)

 DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR cA (02 de abril 2023)

PrimeraIsaías 50, 4-7; Salmo: Sal 21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24; Segunda: Filipenses 2, 6-11; Evangelio: Mateo 26, 3-5.14 – 27, 66

Nexo entre las LECTURAS

En este Domingo con la procesión simple o solemne se conmemora el ingreso de Jesús en Jerusalén. El evangelio que se proclama al inicio de la procesión pone de relieve que Jesús es el “Hijo de David”, importante título mesiánico, y subraya que éste es un Rey humilde, justo y victorioso que restaurará la ciudad de Jerusalén. El clima de la procesión es festivo y es una anticipación profética del triunfo definitivo de Cristo sobre el pecado y la muerte en su misterio pascual.

Después, la liturgia está envuelta en un ‘manto’ de sufrimiento, pero sabemos y creemos que el mensaje no está ahí, sino en la acción misteriosa, misericordiosa y sublime de Dios en medio del dolor, del sufrimiento y de la muerte. En el tercer canto del siervo de Yahvé escuchamos: "El Señor me ayuda, por eso soportaba los ultrajes" (primera lectura). En el himno cristológico de la carta de san Pablo a los Filipenses se nos dice: "Por eso Dios lo exaltó y le dio el nombre que está sobre todo nombre". Y en el relato de la pasión, Jesús ora a su Padre: ‘Si es posible, que pase de mí este cáliz –de amargura–; pero no sea como yo quiero, sino como quieres tú’; y en el momento de entregar su espíritu, Jesús, el evangelista escribe: "El velo del templo se rasgó en dos partes de arriba abajo; la tierra tembló y las piedras se resquebrajaron...", signos todos de la manifestación de Dios al final de los tiempos, según la mentalidad judía. Importa resaltar que el sufrimiento no es un contrasentido, un error de cálculo de la acción creadora, es consecuencia del pecado original y en “Semana Santa”, Dios se nos revela en Cristo como Señor del sufrimiento dándole sentido al sufrimiento diario que ofrecemos por amor uniéndonos a la Pasión del Señor.

Temas...

Situación: En la estructura litúrgica del Domingo de Ramos encontramos una anticipación de lo que celebraremos en los días del Triduo Pascual. Puesto que la celebración del misterio pascual contiene dos aspectos de muerte y de vida, fracaso y triunfo, los ritos del Domingo de ramos se estructuran en torno a dos ejes: procesión aclamatoria en honor de Cristo, lectura solemne de la pasión de Cristo en la Misa.

Debemos tener en cuenta la distinción de ambos aspectos así como su mutua dependencia. Antes de adentrarnos en la celebración de la Pascua de Cristo, nos detenemos a considerar que Jesús es Rey.

La procesión. La Cuaresma ha sido un camino de conversión que la Iglesia ha realizado con Cristo-cabeza en su ascensión hacia la ciudad de Jerusalén. Ahora llega el momento de hacer el ingreso solemne en la ciudad santa. Cristo mismo está presente en la procesión por medio de la cruz que precede el caminar de los fieles; está presente en el evangelio que se proclama al inicio mismo de la procesión; está presente, finalmente, en quien preside la liturgia procesional. Esta procesión es un símbolo hermoso de cómo Cristo camina con cada uno de los hombres en su peregrinar hacia la patria definitiva. La promesa bíblica encuentra también aquí un hermoso significado: “Yo estaré con ustedes”.

Al mismo tiempo, la procesión de los fieles se dirige hacia Cristo que se inmolará en el Altar. La proclamación de la pasión según san Mateo nos hará ver el camino de afrentas que Jesús tuvo que soportar por amor de nosotros, hombres pecadores. La mirada de los fieles, por lo tanto, se dirige con amor a Cristo, amigo de nuestras almas, Cordero inmolado que ha dado su vida en rescate nuestro. San Bernardo comenta que en la procesión se representa la gloria celeste, mientras que en la Misa se hace claro cuál es el camino para llegar a ella. Si en la procesión vemos con claridad la meta hacia la que debemos llegar, es decir, la patria del cielo, la pasión nos hace ver el camino y las condiciones que son necesarias: la persecución, la obediencia humilde, la pasión dolorosa. El ideal sería descubrir ambas realidades: patria celeste y camino para llegar a ella, en su dimensión cristológica. Cristo que camina con nosotros, Cristo que camina delante de nosotros abriéndonos la puerta de los cielos, Cristo que camina y sufre y padece en nosotros que somos su cuerpo.

La fe en Cristo en la pasión de San Mateo. En Mateo descubrimos una perspectiva cristológica. Jesús afirma claramente ante el Sumo Sacerdote que Él es el Mesías, el Señor y que en Él se cumplen las promesas del Reino y se instaura una nueva alianza. (26, 64) Él se muestra dueño de sus acciones y se ofrece libremente al sacrificio por amor. En Getsemaní podría llamar una legión de ángeles (26, 53), pero no lo hace, va libremente a cumplir la voluntad del Padre. La corona de espinas, el manto púrpura, el bastón puesto en su mano, todo esto pondrá de relieve, paradójicamente, su majestad y realeza. En su pasión Cristo es rey y reina. A través de sus sufrimientos es Rey y salva a los hombres. ¡Cristo Rey nuestro!

 

Sólo Mateo presenta los eventos de la pasión en términos escatológicos: el temblor de tierra, la obscuridad, los sepulcros abiertos... La cortina del templo se rasga simbolizando que los sacrificios de la antigua alianza han sido superados por un sacrificio excelente y que ha sido constituida la nueva alianza entre Dios y los hombres por la sangre de Cristo. Esa cruz que está en el centro de la historia es al mismo tiempo el fin de la historia.

Sugerencias...

La vida humana es un camino en el que descubrimos el valor de la cruz. El ingreso festivo de Jesús en Jerusalén sugiere a nuestra reflexión muchos momentos de la existencia humana. Momentos de alegría, de plenitud, de amistad sincera, de realización personal. Momentos en los que se experimenta más vivamente el amor de Dios, la cercanía y cariño de los seres queridos, la belleza de la vida. Sin embargo, en este caminar de la existencia humana advertimos también momentos de tristeza, de pérdida, de dolor, de fracaso. Una enfermedad, la muerte de un ser querido, una pena moral, una incomprensión... Todo ello nos indica que nuestra Patria definitiva no se encuentra aquí, sino que esta vida, que es en sí misma bella y digna de ser vivida, no es sino el inicio de una vida que ya no conocerá el dolor. Todo esto nos recuerda que somos peregrinos hacia la posesión eterna de Dios y que debemos siempre seguir caminando sin rendirnos ante el cansancio, la fatiga, las penas o los pecados de esta vida. Caminar siempre, avanzar siempre para alcanzar la felicidad eterna que, de algún modo, ya se inició en esta tierra por la fe en Cristo Jesús. No rendirnos ante el tedio de la vida, sino asumir con paz que el camino de la felicidad pasa por la cruz; pero no por cualquier cruz, sino aquella que se vive por Cristo, con Cristo y en Cristo. Se trata de saber descubrir en nuestra vida los “ingresos festivos” en Jerusalén para ensanchar nuestro corazón y caminar por las vías del Señor. Pero al mismo tiempo, disponer el alma para vivir la cruz de cada día, los dolores domésticos, las penas cotidianas con amor, con serenidad, unidos a Cristo.

La educación de la infancia, la Jornada Mundial de la Juventud. Una segunda reflexión se sugiere al ver a los “niños hebreos” que agitan los ramos al paso de Jesús. Se trata de considerar la importancia de educar en la fe y en los valores cristianos a nuestra niñez, a los juveniles y jóvenes. Quizá las generaciones jóvenes están hoy más expuestas que en otras épocas, al influjo negativo de los medios de comunicación y al amplísimo mundo de las redes sociales. Vivimos en una cultura de la imagen que imprime sellos indelebles en el alma de los pequeños (y hasta de los grandes): imágenes de violencia, de injusticias, de lucha entre los hombres, de terror... van dejando sin duda una huella.

Cada cristiano (discípulo misionero) debe sentirse responsable ante esta situación, debe sentir el anhelo de imprimir en el corazón de los que vienen detrás, no sólo imágenes positivas que les ayuden a vivir y esperar, sino también contenidos de fe, de esperanza de amor que los sostengan cuando lleguen a la edad madura. Esta tarea es responsabilidad principalísima de los padres de familia, que forman su hogar como una Iglesia doméstica donde se aprende la fe. Cada niño es como un tesoro que pertenece a Dios y que el mismo Dios ha puesto bajo el cuidado y protección de sus padres. Sin embargo, se trata de una responsabilidad en la que participan también todos los que intervienen en el camino educativo: los profesores, los catequistas, los párrocos...  Dediquemos, como lo hacía el Cura de Ars, una parte no indiferente de nuestro tiempo a la catequesis infantil porque ésos, que hoy son los niños que agitan los ramos de olivo en el atrio de nuestras iglesias, serán los que mañana –lo hacen desde ahora– predicarán el evangelio, formarán comunidades cristianas, entregarán su vida en consagración a Dios, educarán hijos y transmitirán la fe y los valores. “Arte de las artes es educar un niño”. Eduquemos a los niños como lo hacía Jesús: dirijámoslos por las sendas de la virtud, por el amor a la verdad superando toda mentira, por el camino del desprendimiento personal para que sepan darse a los demás.

Un peligro no pequeño de nuestra sociedad es un excesivo individualismo y egocentrismo que recluye a la persona en sí y le impide ser feliz y realizarse en la vida. Aprendamos a valorar los recursos infantiles: ellos, los pequeños, constituyen un ejército de apóstoles por su sencillez, por su amistad íntima y espontánea con Jesús, por su capacidad de lanzarse a grandes empresas sin temor. Los mayores también tenemos que aprender grandes cosas de esos pequeños que agitan traviesos sus ramos en medio de nuestras parroquias…

lunes, 13 de marzo de 2023

HOMILIA Cuarto Domingo de CUARESMA cA (19 de marzo 2023)

 Cuarto Domingo de CUARESMA cA (19 de marzo 2023)

Primera: 1 Samuel 16, 1b.5b-7.10-13a; Salmo: Sal 22, 1-6; Segunda: Éfeso 5, 8-14; Evangelio: Jn 9, 1-41

Nexo entre las LECTURAS

Los caminos de Dios, distintos de los nuestros… ese parece ser el nexo. La primera lectura nos hace leer un

gran regalo de Dios a su pueblo: un rey según su corazón, David. Es una lección de Dios a su pueblo:

además de tomar Él la iniciativa, sorprende a todos, no eligiendo al hijo mayor, al más alto y fuerte, sino a

un muchacho débil, en quien nadie había pensado. Los instrumentos más débiles son los que parece elegir

Dios a lo largo de la historia. Es un modo desconcertante de actuar… En el evangelio, Él elige a un Ciego y

por medio de él nos conduce a la Luz y a la Vida. También ahora, ya más cerca la fiesta anual de la Pascua,

vemos a un hombre de pueblo, hijo de un obrero, pobre, que no pertenece a la nobleza ni a las clases

sacerdotales: pero Él es el Enviado de Dios, y el que con su muerte (aparentemente un fracaso trágico) salva

a la humanidad. Los planes de Dios son distintos de los nuestros, ciertamente. El Salmo nos invita a cantar a

Dios como nuestro Pastor y mostrar nuestra confianza en Él.

En el mundo helenístico, Éfeso como Corinto, eran ciudades cosmopolitas, famosas, ilustres por su cultura y

por su refinamiento 'espiritual'. Según san Pablo, los cristianos son los hijos de la luz, los paganos de Éfeso

pertenecen más bien al reino de las tinieblas que hay que desenmascarar, para que las ilumine Cristo

(segunda lectura).

Temas…

Situación: Hemos escuchado hoy, como el Domingo anterior, un largo texto del evangelio que nos ha

contado (ahora) la historia de un HOMBRE QUE SE ENCONTRÓ A CRISTO EN SU CAMINO, Y SALIÓ

TRANSFORMADO de ese encuentro. El Domingo pasado fue la samaritana, que iba a sacar agua del pozo,

y se encontró con que Jesús le ofrecía un manantial de agua que no se terminaría nunca, el agua

renovadora, capaz de dar una vida nueva, que venía del propio Jesús. Y hoy, de nuevo, nos encontramos

con la historia de un hombre que busca: un ciego de nacimiento, que buscaba la luz.

«Para que los que no ven, vean, y los que ven, se queden ciegos». La historia de la curación del ciego de

nacimiento termina con esta alternativa: el que reconoce que debe su vista, su fe, a Cristo, llega, por la pura

gracia del Señor, definitivamente a la luz; pero el que cree que ve y que es un buen creyente por sí mismo y

sin deber nada a la gracia, ése es ya ciego y lo será siempre. Es lo que Jesús dice al final a los fariseos: «Si

estuvieran (completamente) ciegos no tendrían pecado; pero como decís que ven, el pecado de ustedes

persiste». El ciego de nacimiento no pide a Jesús que le conceda la vista, tampoco Jesús le pregunta si quiere

ver; es simplemente una elección de amor para revelar que Dios actúa en favor de su pueblo. Y después,

ayudado por la gracia, el que había sido ciego, se transforma lentamente en un perfecto creyente. Primero

obedece sin comprender: «Ve a lavarte a la piscina de Siloé. El ciego fue, se lavó y volvió con vista».

Después no sabe quién es realmente el que le ha curado. Pero ante los fariseos se muestra más osado y

confiesa que el hombre que le ha curado es un profeta, y como sus padres no se atreven (por miedo a los

judíos) a reconocer a Jesús como profeta, el ciego tiene el valor de desafiar a sus adversarios («¿También

ustedes quieren hacerse discípulos suyos?») y de dejarse expulsar de la sinagoga. Ahora está ya maduro para

encontrarse con Cristo y (cuando Jesús se da a conocer) adorarle como un auténtico creyente. Sale de las

tinieblas de la desesperanza para entrar en la pura luz de la fe; todo ello en virtud de una gracia que él ni

siquiera ha pedido, una gracia cuya lógica sigue obedientemente y que crece en él como un grano de

mostaza hasta convertirse en el mayor de los árboles.

La elección de David (primera lectura) es como una confirmación de que el más pequeño, aquel en el que

nadie ha pensado (ni Jesé, ni Samuel), se convierte imprevistamente en ‘el justo’, en el elegido de Dios que

supera a todos sus hermanos mayores. «La mirada de Dios no es como la mirada del hombre, pues el

hombre mira a las apariencias, pero el Señor mira al corazón», dice el Señor al profeta que busca al rey que

ha de ungir. «En aquel momento», no antes, «el Espíritu del Señor invadió a David y estuvo con él en

adelante», el mismo Espíritu que le hace crecer hasta convertirle en símbolo y antepasado de Jesús, en el

profeta que anticipa algo de la pasión de su descendiente, Cristo.

La segunda lectura nos exhorta simplemente a comportarnos como «hijos de la luz». Todos nosotros

hemos seguido el mismo camino que el ciego de nacimiento: «En otro tiempo éramos tinieblas, ahora somos

luz en el Señor»; es decir: hemos sido introducidos por el Señor, que es la luz del mundo, en su luz; por eso:

«Caminen como hijos de la luz». Y como hijos de la luz debemos, al igual que el ciego de nacimiento,

debemos sacar las tinieblas a la luz, transformarlas para que se vea cómo están iluminadas por la luz y, en el


caso de que se dejen transformar, ellas mismas se convierten en luz. Aquí, como en el gran relato del

evangelio, queda claro que la luz de Jesús no sólo ilumina, sino que transforma todo lo que ilumina en luz

que brilla y actúa junto con la de Jesús.

Sugerencias...

- Nosotros somos cristianos porque lo llevamos dentro. Porque hemos encontrado a Jesús y nuestro

encuentro con Él nos ha abierto los ojos. Porque, aunque quizá no lo sabríamos explicar muy bien,

experimentamos que Él, y su vida, y el estilo que nos invita a seguir, y la novedad que Él ha puesto en el

mundo, nos llenan y nos atraen. Nosotros somos cristianos –si queremos llamarlo así– porque Jesús se ha

apoderado de nosotros y nos ha fascinado. Como a aquel ciego de nacimiento. A aquel pobre hombre, Jesús

se le acercó y le cambió la vida. Y ya podían entonces ir mareándolo y diciéndole que no podía ser. ¡Era tan

evidente, que después de haberse encontrado con Jesús todo era distinto para él! ¡Era tan claro que en la vida

ya no podía haber nada más importante que aquel profeta que le había abierto los ojos! ¡Era tan claro que,

cuando Jesús le pide la fe, la única respuesta posible para él es afirmar sus ganas de creer, de estar a su lado,

de seguirlo!

- Este tiempo de Cuaresma es para nosotros un tiempo para reafirmar nuestra adhesión a Jesucristo, nuestra

unión con Él. Él nos ha abierto los ojos y nosotros nos hemos hecho seguidores suyos. Pero eso tenemos que

vivirlo día a día, debemos reafirmarlo cada día. Tenemos que hacer que cada día la presencia de Jesús sea

más fuerte en nuestra vida. Hemos de orar, debemos empaparnos del Evangelio (¿ya leemos el evangelio? ¿o

nos contentamos solo con lo que escuchamos en la Iglesia?), debemos revisar constantemente si nuestra vida

es verdaderamente cristiana. Mirar nuestra vida, también, desde el Catecismo, o ¿sólo porque ya “hicimos la

Comunión” ya no rezamos más con el Catecismo?

- La Pascua, la renovación de nuestro bautismo. Si hacemos esto, entonces, cuando de aquí a tres semanas,

la noche santa de Pascua, encendamos la luz de Jesucristo y de aquella luz encendamos nuestras velas, y

cuando después renovemos nuestras promesas bautismales, nuestra celebración, nuestra fiesta, será

verdadera y auténtica. De aquí a tres semanas, en la noche santa de Pascua, en la Vigilia pascual, tanto los

que nos encontraremos aquí en esta Celebración como los que estén fuera en otros lugares, viviremos con

todo el gozo la presencia salvadora del Señor resucitado. Ahora, en estos días de Cuaresma, lo

acompañaremos, viviremos intensamente nuestro camino de conversión, nos uniremos a Él en su entrega

hasta la muerte en la cruz. Y después, en la Pascua, lo celebraremos y aclamaremos. Porque Él es la única

luz capaz de iluminar de verdad nuestras vidas.

HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

  VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024) Primera : Isaías 52,13 – 53,12;  Salmo : Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25;  Segunda :...