domingo, 20 de marzo de 2022

HOMILIA Cuarto Domingo de CUARESMA cC (27 de marzo 2022) P. ANGEL


 Cuarto Domingo de CUARESMA cC (27 de marzo 2022)

PrimeraJosué 5, 9.10-12; Salmo: Sal 33, 2-7; Segunda: 2Cor 5, 17-21; Evangelio: Lucas 15, 1-3.11-32

Nexo entre las LECTURAS

"Déjense reconciliar con Dios", he aquí una clave de lectura de los textos litúrgicos de este Domingo de cuaresma. En la primera lectura Dios se reconcilia con su pueblo, concediéndole entrar en la tierra prometida, después de cuarenta años de vagar sin rumbo por el desierto. En la parábola evangélica el padre se reconcilia con el hijo menor, y, aunque no parece tan claramente, también con el hijo mayor. Finalmente, en la segunda lectura, san Pablo nos enseña que Dios nos ha reconciliado consigo mismo por medio de Cristo y nos ha confiado el ministerio de la reconciliación. El Salmo 33 es un canto de acción de gracias. Son muchos los beneficios que, con el salmista, hemos recibido del Señor y nos vemos en la necesidad de agradecérselos. En tantos momentos, especialmente en las pruebas de la vida, hemos visto la mano bondadosa de Dios, su fidelidad, su solicitud, por eso expresamos, toda nuestra gratitud a Dios providente.

Temas...

Deja el pecado, porque Él no te va a dejar. "Conviértete", esta fue la voz que escuchamos el primer día de cuaresma, cuando recibimos la ceniza sobre nuestra cabeza, como señal de la humildad que es propia de este tiempo litúrgico. Pues bien, el evangelio de hoy es quizá la más bella pintura de ese proceso de la conversión: el hijo más pequeño de este padre amoroso finalmente dejó el pecado y volvió a casa. Cuanto más meditamos en cada detalle y aspecto de esta parábola, más vemos que la propia vida queda retratada ante nuestros ojos.

Uno que acoge a los pecadores. Todo empezó con las críticas de los fariseos: "Este anda con pecadores..." Ellos hablaban así como un modo ácido de descalificar a Jesús y a su ministerio. Podríamos traducir su murmuración con estas palabras: "¿Cómo podría este hombre ser un verdadero profeta, y no hablemos del Mesías? ¡Mira nada más con quiénes le gusta andar!" La parábola del hijo pródigo y del padre compasivo es una gran respuesta a estas críticas, como si Cristo les estuviera diciendo: "¿Y es que Dios podría ser de otro modo? ¿Esperarías menos de Dios?"

Descubriendo nuestros límites y la verdad de lo que somos. El hijo menor pidió su parte en la herencia, es decir, pidió su herencia, con lo cual estaba tratando a su papá como si hubiera muerto. Impaciente, como suele suceder en la juventud, este hijo no quería perder un solo día de entretenimiento y disfrute. Como consecuencia, prefirió los bienes del papá al papá. Es un retrato detestable pero realista del pecado: cada vez que pecamos, en efecto, estamos escogiendo a las creaturas y rechazando al Creador.

Este joven poco a poco fue llevado a reconocer sus límites, ya no como algo impuesto desde fuera, como por ejemplo, por las reglas de la casa paterna, sino como algo que existe en la medida en que nosotros mismo existimos. Él aprendió que tenemos una naturaleza y que existen límites naturales, en el sentido de que no podemos producir una reserva infinita de dinero o de placer sólo con desearlo. Esta es la primera conversión y la más fundamental de todas: no somos Dios, y si jugamos a ser Dios terminamos destruyéndonos a nosotros mismos y seguramente destruyendo también a la gente alrededor.

Una vez que descubrimos nuestros límites podemos tomar uno de dos caminos: rebelión, ira y desesperación, por un lado; humildad, contrición y conversión por el otro. Felizmente, el muchacho de la parábola tomó este segundo camino, el de la vuelta a casa, y encontró los brazos abiertos de su padre amoroso, una imagen llena de ternura que describe bien cómo Dios misericordioso está aguardando por cada uno de nosotros.

¿Y el Hermano Mayor? Debemos decir una palabra sobre el hermano mayor. Sabemos que representa ante todo la actitud recelosa y agria de los fariseos. Sin embargo, ahí no acaba todo. Es bien posible que represente también algo de nosotros y nuestros egoísmos y desconfianzas, de nuestros celos y mezquindades. Podemos preguntarnos, en realidad, si nosotros celebramos la misericordia de Dios cuando llega a las vidas de los demás, sobre todo si esos "demás" son nuestros ‘enemigos’, ‘rivales’ o ‘gente extraña’.

Mientras conservamos, pues, delante de nuestros ojos, la imagen preciosa del Dios que perdona y se compadece, pidámosle que nos dé de su Espíritu Santo para amar como Él ama. Sea ese el fruto de esta cuaresma.

Sugerencias... (somos Iglesia servidora y misericordiosa… sinodal y no poderosa)

El largo camino de la reconciliación. Reconciliarse es hermoso, pero puede llegar a ser duro y difícil, arduo. Pide un cambio, y como todo cambio en la vida exige romper esquemas y modelos hechos, dejar caminos usados, abrir nuevas brechas, cultivar (pastoralmente) nuevos campos. En definitiva, salir de nuestra dulce comodidad y rutina, y lanzarnos a vivir día tras día en la ruta nueva que Dios nos va trazando, ruta de donación y amor desinteresados dice el Papa… salir a la periferia… hacer lío. Reconciliarse con Dios, reconciliarse con los demás, implica estar dispuesto a mirar el pasado con ojos de arrepentimiento y a dejarlo sin miramientos, por más que nos siga siendo atractivo. Para reconciliarse de verdad con Dios y con nuestros hermanos, hay que acudir al sacramento de la reconciliación, recibir el perdón de Dios y... ¡santas pascuas! Y esto es el nuevo comienzo... y sigue el trabajo diario y constante por arrancar del alma las causas profundas, a veces muy ocultas, del distanciamiento, de la desavenencia y de la lejanía de Dios, y cualquier signo de ellos en nuestra conducta. Ahora viene la labor tenaz por conquistar nuestro corazón y nuestra vida para el amor, la concordia, la avenencia y la armonía filiales para con Dios y fraternas para con los hombres. Todo hombre, si es sincero consigo mismo, se da cuenta de que está necesitado, en un mayor o menor grado, de reconciliación. Reconcíliate tú primero, y luego ayuda a los demás a conseguir una auténtica reconciliación.

Una Iglesia reconciliada y reconciliadora. El Papa nos ha enseñado con su ejemplo a no tener ningún reparo en pedir perdón. La Iglesia es santa, pero sus hijos somos pecadores. Y los pecados de los hijos dejan huella en el rostro de la Iglesia. Por eso, el sacerdote, en nombre de la Iglesia y como representante suya, cada día en la Santa Misa la reconcilia con Dios. Por otra parte, la Iglesia, en cuanto comunidad de los que creen en Cristo Señor, es muy consciente de las divisiones y de los contrastes, de las diferencias y desarmonías doctrinales y prácticas que bullen en su seno. Se han dado algunos pasos en el camino de la reconciliación. Quedan muchos todavía. Hay que seguir avanzando en la reconciliación entre diversas comunidades eclesiales, entre los miembros de una misma comunidad eclesial, entre diversas órdenes, congregaciones o institutos religiosos, entre diversas diócesis... Sólo una Iglesia reconciliada verticalmente con Dios y horizontalmente con sus hermanos en la fe, podrá ser fermento de reconciliación en la sociedad. ¿Vives reconciliado con Dios? ¿Es tu parroquia una parroquia internamente reconciliada? ¿Eres agente de reconciliación en tu familia y en el ambiente de trabajo?

De la Iglesia para la Iglesia. P. Angel 

HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

  VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024) Primera : Isaías 52,13 – 53,12;  Salmo : Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25;  Segunda :...