miércoles, 4 de octubre de 2017

Domingo vigesimoséptimo del TIEMPO ORDINARIO cA (08 de octubre de 2017)

Domingo vigesimoséptimo del TIEMPO ORDINARIO cA (08 de octubre de 2017)
Primera: Isaías 5, 1-7; Salmo: Sal 79, 9. 12-16. 19-20; Segunda: Filipenses 4, 6-9;  Evangelio: Mateo 21, 33-46
Nexo entre las LECTURAS
El canto del Señor Yahvé a su viña, el pueblo de Israel, abre la Palabra litúrgica de este Domingo y el salmo, como respuesta a la Palabra. Jesús escenifica, en una parábola autobiográfica, el trágico final de un idilio fallido. Junto a la historia de esta viña, Pablo, en un bellísimo texto, orienta nuestro pensamiento y nuestra actividad: tranquilidad, paz, atención a lo bueno, Dios está con nosotros. La viña del Señor es la casa de Israel... Esperó derecho, y ahí tienen: asesinatos. Dios mismo se pregunta en Isaías: ¿cabía hacer algo por mi viña que yo no haya hecho? El mismo Isaías nos dice en unas líneas más adelante de nuestro texto cuáles son las causas de la calamitosa situación de la viña del Señor.
Temas...
La lista que nos da Isaías no tiene desperdicio y parece escrita hoy por un atento observador de nuestra actualidad. Estos son los responsables para Isaías:
1. Los que se acomodan en la historia sin otro interés que sus ambiciones.
2. La corrupción política de los dirigentes, ignorantes y despreciadores de la acción de Dios en la historia.
3. La burla insultante hacia los valores del Espíritu.
4. El relativismo (la amoralidad o vaciado moral) de toda referencia a lo bueno o a lo malo.
5. La arrogancia de todos, preferentemente de los poderosos y de los dirigentes.
6. La degradación y manipulación de la administración de la justicia.
Las diferencias entre el canto de Isaías y la parábola de Jesús son mínimas; ambos hablan de la historia como don de Dios y tarea del hombre; de la acción amorosa de Dios y de los desastres atribuibles siempre a la autonomía y soberanía del hombre dentro de la historia. En el canto de Isaías no hay esperanza; en la parábola, la esperanza está puesta en el Hijo de Dios muerto por los arrendatarios de la viña y, resucitado, es puesto –ahora– como piedra y fundamento de una historia nueva.
Sugerencias...
Aquí y ahora sigue la historia de la viña: la historia de nuestra historia, de nosotros en la historia. La liturgia nos invita también hoy como a juzgar entre Dios y la historia. El mal y sus agentes estamos ahí tal como nos retrata a todos Isaías; ahí está también la amorosa paciencia de Dios, no siempre claramente proclamada por nosotros llamados a ser discípulos-misioneros. Dios sigue haciendo el bien, a nosotros, en nosotros y por medios de nosotros en la historia.
La historia de la viña supone todo un desafío para los que hoy nos reunimos en nombre de Jesús: ¿Estamos convencidos de nuestra participación responsable en todo lo que degrada nuestra historia? ¿Creemos y proclamamos que la esperanza de la historia pasa, con la ayuda de Dios, por las manos y la conciencia de los hombres, de todos los hombres? ¿Sabemos y creemos en la misión que tenemos los cristianos como testigos del que es fundamento de toda esperanza humana? ¿En nuestras oraciones, insistimos en comprometer a Dios en nuestros intereses o le pedimos la gracia para que nos comprometa en sus designios amorosos sobre su viña?... Oremos para saber responder a Dios con constancia y fidelidad.



Temas... (otro)
Rechazo del enviado de Dios. Indudablemente la parábola de los «viñadores perversos» se refiere en primer lugar al comportamiento de Israel en la historia de la salvación: los criados enviados por el propietario de la viña para percibir los frutos que le correspondían son ciertamente los profetas, que son asesinados por los labradores egoístas por exigir lo que corresponde a Dios. Pero la parábola no estaría en el Nuevo Testamento si no afectara de alguna manera a la Iglesia. Esta Iglesia, como se dice al final del evangelio de hoy, es precisamente el pueblo al que se ha dado el reino de los cielos quitado a Israel para que Dios pueda recoger por fin los frutos esperados. Preguntémonos si los recoge realmente de la Iglesia tal y como nosotros la representamos. Ciertamente los percibe de los criados enviados en la Iglesia, sobre todo de los santos (canonizados o no), pero la cuestión que acabamos de plantearnos sigue en pie: ¿cómo los ha recibido la Iglesia y como los recibe todavía? En la mayoría de los casos mal, y muy a menudo no los recibe en absoluto; muchos de ellos (también papas, obispos y sacerdotes) experimentan una especie de martirio dentro de la misma Iglesia: rechazo, sospecha, burla, desprecio. Y si se les canoniza después de su muerte, su imagen se falsifica no pocas veces según los deseos y caprichos mediocres de otros: así, por ejemplo, san Agustín se convierte en el promotor de la lucha contra la herejía, san Francisco en un entusiasta de la naturaleza, san Ignacio en un astuto estratega desde el discernimiento, etc. Estas palabras de Jesús siguen siendo verdaderas: «No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa» (Mc 6,4).
La decepción de Dios. ¡Sí, la decepción de Dios! A causa de la Sinagoga y de la Iglesia, que tiende siempre a alejarse de Él, y hoy quizá más que nunca, porque cree saber -en las cuestiones de la fe, de la liturgia, de la moral- todo mejor que Dios con su revelación anticuada. Esa Iglesia que, en vez de alabarle y adorarle, corre constantemente tras dioses extraños -la Misa como autosatisfacción de la comunidad (al final, si la representación ha gustado, se aplaude), la oración como higiene del alma, el dogma como arquetipo psíquico, etc.- y da pábulo a la preocupación de Pablo: «Me temo que, igual que la serpiente sedujo a Eva con astucia, se pervierta el modo de pensar de ustedes y abandone la entrega y fidelidad al Mesías» (2 Co 11,3). Lo mismo que de la Sinagoga quedó un «residuo» fiel y santo (Rm 11,s), así también subsistirá siempre -y en este caso ciertamente mucho mayor- ese «resto santo» formado por María, los santos y la Iglesia de los verdaderos cristianos.
El resto. Pablo, que se considera parte de ese resto, nos da en la segunda lectura una descripción de los sentimientos que reinan o deberían reinar en él. Y si en la Iglesia infiel predomina una inquietud permanente, una búsqueda de lo nuevo o de lo novedoso, de lo más aprovechable temporalmente, de lo que asegura la mejor propaganda, en el resto fiel, a pesar de la persecución, o precisamente en la persecución, domina «la paz de Dios que sobrepasa todo juicio». Y si Pablo promete a la comunidad: «El Dios de la paz estará con ustedes», entonces se reconocerá al verdadero cristiano por esa paz que reina en él, aunque lamente la actual situación del cristianismo y pertenezca a los que tienen hambre y sed, que son llamados bienaventurados.
P.BETO

 

HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

  VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024) Primera : Isaías 52,13 – 53,12;  Salmo : Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25;  Segunda :...