sábado, 31 de marzo de 2018

Homilia DOMINGO DE PASCUA DE LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR VIGILIA PASCUAL cB (31 de marzo 2018)


DOMINGO DE PASCUA DE LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR
VIGILIA PASCUAL cB (31 de marzo 2018)
Primera: Éxodo 14, 15 – 15, 1; Salmo: Sal 117, 1-2. 16-17. 22-23; Segunda: Romanos 6, 3-11; Evangelio: Marcos 16, 1- 8
Nexo entre las LECTURAS
“Llevemos una vida nueva, pues Cristo ha resucitado”. Esta vida nueva del cristiano, de la que nos habla la carta a los Romanos (segunda lectura), es sólo participación de la vida nueva de Cristo resucitado, es decir, del que vive para siempre (Evangelio). En la primera lectura (del Éxodo 14) vemos a Dios actuando en favor de los israelitas: el paso del mar Rojo, que es paso de frontera, es sobre todo cambio de vida, de una vida miserable en esclavitud y opresión a una vida de libertad. El cristiano, mediante el bautismo, recoge toda la experiencia del pueblo de Israel (paso a la libertad por la victoria sobre el pecado) y el misterio insondable de la resurrección de Cristo (paso a la vida nueva, la inmarcesible e inmortal) (segunda lectura).
Temas...
La vida nueva, don de Dios. La vida nueva es la vida que no conoce frontera alguna de tiempo. Es vida, plenitud de vida, pero de naturaleza diversa a la existencia temporal, que está sometida a ley espacio-temporal. La primera expresión de vida nueva nos la ofrece la primera lectura: es la vida nueva en la libertad. Para que sea auténtica vida no basta la libertad de (de la esclavitud de Egipto y de la opresión del faraón), hay que ir más allá y llegar a la libertad para (para servir a Dios en la tierra prometida, que es la tierra de la propia identidad). Se trata de ser libre para vivir sirviendo al Dios vivo. Esto es don de Dios, no mérito ni fruto de las fuerzas humanas. Sin la intervención de Dios, Israel seguiría experimentando en carne propia la desgracia de la esclavitud. Ese don de Dios a Israel alcanza su vértice en el don de la vida inmortal al cuerpo de Cristo resucitado, y se prolonga en la vida de gracia y de verdad, que late en el corazón de cada creyente.
Cristo y la vida nueva. Las mujeres, que nos habla el texto evangélico, iban en busca de un cadáver, y se encontraron con el Viviente: “Ha resucitado. No está aquí”. El ángel, mensajero de Dios, anuncia a las mujeres la entrada de Jesús en la Vida, esa vida definitiva, por encima de la temporalidad, que dimana de la vida misma de Dios. Lo importante no es el sepulcro vacío, que podría admitir otras explicaciones, sino que Cristo está Vivo, ha entrado con toda su humanidad en la esfera divina de una vida nueva, sin fin, sin fronteras de espacio, de tiempo, de materia. Su vida nueva es primicia de la nuestra, esperanza segura de una vida que nos pertenece, no porque la hayamos ganado a pulso, sino porque nos ha sido concedida por el bautismo: “Si hemos muerto con Cristo, confiemos en que también viviremos con él”.
La vida nueva y el cristiano. Ser cristiano, discípulo misionero, es participar de la vida misma de Cristo, pues en Él todos los pueblo tienen vida (cfr.: Aparecida), no lógicamente de la vida terrena de Jesús, cosa imposible, sino de su vida en Dios y para Dios, en su vida de eterno Viviente. Por el bautismo se nos concede a los hombres el don inicial y primigenio de participar de la vida nueva en Cristo; por los demás sacramentos, la vida de oración, la práctica de la caridad, la escucha de la Palabra de Dios, la sumisión filial a la voluntad de Dios, la participación inicial va creciendo y adquiriendo madurez, asemejándose lo más posible a la vida de Cristo, hasta el punto de poder decir con san Pablo: "Vivo yo, mas no soy yo ya el que vivo, es Cristo quien vive en mí", o en términos de la liturgia de hoy, hasta el punto de “estar vivos para Dios, en unión con Cristo Jesús” (Rom 6,11). A esta vida nueva estamos llamados todos los hombres, y todos recibimos la gracia                  -suficiente- de Dios para responder afirmativamente al llamado. Vida que vivimos en alegría con el Resucitado (cfr.: Evangelii Gaudium).
Sugerencias...
Vivir para Dios. Se trata de una vida, caracterizada por la presencia activa, amorosa y eficaz de Dios en el corazón del creyente. Es decir, una participación histórica, concreta, humana, de la misma vida de Dios. La vida moral del cristiano ha de ser fruto de esta vida divina en el alma, con lo que la vida jamás estará separada de la fe, dirá el Señor en un momento de Su vida pública: "felices los que escuchan la palabra de Dios y la practican y enseñan a otros a hacer lo mismo". Quien vive para Dios, no vive para sí mismo, ya que el egoísmo es el enemigo número uno de Dios (cfr.: Colosenses). Quien vive para Dios, vive para los demás, ya que en los demás descubre la presencia viva de Dios. Quien vive para Dios, quiere comunicar a otros esa misma vida divina, y así se convierte en apóstol de la vida verdadera. Quien vive para Dios, vive en felicidad y así contagia a otros y despierta en ellos el deseo de Dios, de vivir para Dios como él.
El bautismo, sacramento de vida. Por el bautismo comienza la vida en la fe, la filiación divina, entramos a formar parte de la comunidad eclesial. Como es común que los padres, y hacen bien, se interesan mucho por que el niño crezca sano, fuerte, con un desarrollo llamado normal, con un peso equilibrado y con destrezas exitosas para el orden temporal, igualmente se exigen y exigen, porque vaya aprendiendo a hablar, a leer y escribir y vaya adquiriendo una buena educación, a fin de prepararlo lo mejor posible para la vida y asegurar su futuro. Asumamos el compromiso de la evangelización y el apostolado para que se ocupen virtuosamente porque crezcan -los hijos- en la vida de la gracia, vida de fe que comenzó el día del bautismo, que comenzó con la Pascua de Resurrección. Que no olvidemos que el crecimiento en la fe y en la vida de oración, de amistad con Dios, constituye un fundamento firme de la vida en el tiempo, de la felicidad en el presente y alcanzar la vida bienaventurada en la Jerusalén Celestial. Sabemos que un ‘verdadero’ creyente será siempre, siempre, un hombre que desborda felicidad y paz, será bienaventurado (cfr. Evangelii Gaudium).


Homilia DOMINGO DE PASCUA DE LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR MISA DEL DÍA (01 de abril 2018)


DOMINGO DE PASCUA DE LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR
MISA DEL DÍA (01 de abril 2018)
Primera: Hch 10, 34.37-43; Salmo: Sal 117, 1-2. 16-17. 22-23; Segunda: Col 3, 1-4 Evangelio: Jn 20, 1-9
Nexo entre las LECTURAS
Los cristianos estamos llamados a ser "testigos de esperanza" en el mundo. El evangelio menciona diversas actitudes ante el sepulcro vacío: la del discípulo amado, que "vio y creyó", es la única que permite la apertura a la esperanza de que Cristo ha resucitado. Pedro, en la casa de Cornelio, el centurión romano que ejercía su servicio en Cesarea Marítima, da testimonio abierto de que Jesús ha sido resucitado por Dios de entre los muertos, infundiendo así una esperanza en el mundo pagano, representado por el centurión (primera lectura). En la segunda lectura, tomada de la carta de san Pablo a los colosenses, el apóstol invita a poner la esperanza no en las cosas de este mundo, sino en las cosas de arriba, en Cristo resucitado y glorioso.
Temas...
Hoy «es el día que hizo el Señor», iremos cantando a lo largo de toda la Pascua. Y es que esta expresión del Salmo 117 inunda la celebración de la fe cristiana. El Padre ha resucitado a su Hijo Jesucristo, el Amado, Aquél en quien se complace porque ha amado hasta dar su vida por todos.
Vivamos la Pascua con mucha alegría. Cristo ha resucitado: lo celebremos llenos de alegría y de amor. Hoy, Jesucristo ha vencido a la muerte, al pecado, a la tristeza... y nos ha abierto las puertas de la nueva vida, la auténtica vida, la que el Espíritu Santo va dándonos por pura gracia. ¡Que nadie esté triste! Cristo es nuestra Paz y nuestro Camino para siempre. Él hoy «manifiesta plenamente el hombre al mismo hombre y le descubre su altísima vocación» (Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes 22).
El gran signo que hoy nos da el Evangelio es que el sepulcro de Jesús está vacío. Ya no tenemos que buscar entre los muertos a Aquel que vive, porque ha resucitado. Y los discípulos, que después le verán Resucitado, es decir, lo experimentarán vivo en un encuentro de fe maravilloso, captan que hay un vacío en el lugar de su sepultura. Sepulcro vacío y apariciones serán las grandes señales para la fe del creyente. El Evangelio dice que «entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó» (Jn 20,8). Supo captar por la fe que aquel vacío y, a la vez, aquella sábana donde estuvo envuelto Jesús y aquel sudario bien doblados eran pequeñas señales del paso de Dios, de la nueva vida. El amor sabe captar aquello que otros no captan, y tiene suficiente con pequeños signos. El «discípulo a quien Jesús quería» (Jn 20,2) se guiaba por el amor que había recibido de Cristo.
“Ver y creer” de los discípulos que han de ser también los nuestros. Renovemos nuestra fe pascual. Que Cristo sea en todo nuestro Señor. Dejemos que su Vida vivifique a la nuestra y renovemos la gracia del bautismo que hemos recibido. Hagámonos apóstoles y discípulos suyos. Guiémonos por el amor y anunciemos a todo el mundo la felicidad de creer en Jesucristo. Seamos testigos esperanzados de su Resurrección.
Sugerencias...
«¡Pongámonos en camino!» «Releer todo a partir de la cruz y de la victoria». «Un rayo de luz en la oscuridad». «Con esta chispa se enciende una alegría humilde, que no ofende el dolor y la desesperación, una alegría buena y serena». Con el Evangelio de la resurrección de Jesucristo: «Jesús ha resucitado, como había dicho». Con las palabras del ángel a las mujeres, que encuentran la tumba vacía, y las palabras del Señor Resucitado: «No teman; avisen a mis hermanos que vayan a Galilea, y allí me verán». «Galilea es el lugar de la primera llamada, donde todo empezó. Volver allí, volver al lugar de la primera llamada» «Releer todo: la predicación, los milagros, la nueva comunidad, los entusiasmos y las defecciones, hasta la traición; releer todo a partir del final, que es un nuevo comienzo, de este acto supremo de amor».
«También para cada uno de nosotros hay una «Galilea» en el comienzo del camino con Jesús». Y en que «ir a Galilea» tiene un significado lindo, significa «redescubrir nuestro bautismo como fuente viva, sacar energías nuevas de la raíz de nuestra fe y de nuestra experiencia cristiana». «Volver a Galilea significa sobre todo volver allí, a ese punto incandescente en que la gracia de Dios me tocó al comienzo del camino. Con esta chispa puedo encender el fuego para el hoy, para cada día, y llevar calor y luz a mis hermanos y hermanas».
Subrayando que en la vida del cristiano, después del bautismo, hay también «una «Galilea» más existencial: la experiencia del encuentro personal con Jesucristo, que me ha llamado a seguirlo y participar en su misión». «Recuperemos la memoria de aquel momento en el que sus ojos se cruzaron con los míos, el momento en que me hizo sentir que me amaba».
Rogar la ayuda del Señor para volver a nuestra Galilea, para encontrarlo y dejarnos abrazar por su misericordia. «Para ver a Jesús resucitado, y convertirse en testigos de su resurrección. No es un volver atrás, no es una nostalgia. Es volver al primer amor, para recibir el fuego que Jesús ha encendido en el mundo, y llevarlo a todos, hasta los confines de la tierra». ¡Pongámonos en camino! (Cfr.: Papa Francisco, Pascua 2014)


lunes, 26 de marzo de 2018

HOMILIA JUEVES SANTO DE LA CENA DEL SEÑOR (29 de marzo 2018)

JUEVES SANTO DE LA CENA DEL SEÑOR (29 de marzo 2018)
PrimeraÉxodo 12, 1-8.11-14; Salmo: Sal 115, 12-13.15-16bc.17-18; Segunda: 1Corintios 11, 23-26; Evangelio: Juan 13, 1-15
Nexo entre las LECTURAS
“Llevó su amor hasta el fin” (Evangelio). Estas palabras son la clave de comprensión de la Palabra de Dios en este Jueves Santo. Este amor es el que celebraban los israelitas anualmente al conmemorar la fiesta de Pascua, fiesta de liberación de la esclavitud egipcia (primera lectura). Este amor lo manifestó Jesús de forma suprema en el lavatorio de los pies (Evangelio) y en la donación de sí mismo en pan y en vino, convertidos en su Cuerpo y en su Sangre (segunda lectura). Éste es el amor que se repite cada vez que los cristianos nos reunimos para celebrar la Cena del Señor (segunda lectura).
Temas...
El amor de Dios. La historia del amor de Dios para con el hombre resulta no pocas veces incomprensible, porque Dios ama siempre con un amor puro, desinteresado, buscador del bien de la persona amada, mientras que el amor humano no siempre goza de estas características. En la historia del amor de Dios para con el hombre, la liturgia de hoy nos sale al encuentro con momentos importantes de ese amor: el éxodo de Israel de Egipto en la segunda mitad del siglo XIII a. de C. y la última Cena de Jesús con sus discípulos para celebrar con ellos la nueva Pascua en su sangre. No por mérito propio, sino por el amor que Dios tiene a Israel, éste pasa de una condición de esclavitud y opresión en tierra ajena a una situación de libertad y en camino hacia la tierra prometida. Israel conocía perfectamente que jamás se hubiera podido liberar por sí mismo de la mano poderosa del faraón egipcio. Pero Dios, que ama a Israel, si podía y lo hizo de modo sorprendente, imprevisible, desconcertante.
Amor paciente y misericordioso. Pasaron los siglos y el pueblo israelita se olvidó de Yahvéh y de sus maravillas, siguió su propio camino y se ‘embarró’ en el pecado. Los profetas, sabiendo que Dios es fiel a su amor, comenzaron a hablar de un nuevo éxodo, de una nueva Pascua, como algo que habría de venir en el futuro y revelar de modo todavía más maravilloso y sorprendente el amor de Dios. Jesucristo es el nuevo éxodo y la nueva Pascua. Él realiza la nueva liberación de la esclavitud del pecado y concede a los liberados el don de poder entrar en la patria definitiva, la Jerusalén celestial. Este amor definitivo y último de Dios al hombre es lo que los primeros cristianos celebraban cuando se reunían para la Fracción del Pan, para comer el Cuerpo y la Sangre de Cristo que alimentará nuestra mirada por toda la eternidad en el cielo.
El amor "humilde" de Dios. En el antiguo éxodo, Dios se mostró al faraón y a los israelitas con poder extraordinario y temible; en el nuevo éxodo, inaugurado por Jesucristo, Dios nos muestra su amor en la humillación y abajamiento, con lo que nos invita a cambiar nuestras categorías. En efecto, solemos pensar, de modo muy humano, que Dios puede triunfar sólo con la fuerza y el poder, y necesitamos ver cómo triunfa por el camino irreconocible de la humillación, es el “estilo de Dios” dice el Papa Francisco. En la última Cena Jesús muestra el amor "humilde" de Dios humillándose en el lavatorio de los pies a los discípulos. ¡Es impresionante! Se hace esclavo para señalar que es Señor. Se humilla para manifestar su divina grandeza. Sin humillación no hay humildad.
El amor de Dios continúa actuando en la Eucaristía. …humillándose en las especies del pan y del vino y  …también, queriendo que su presencia se ‘lleve a cabo’ por hombres llamados a la consagración sacerdotal y a entregar su vida fielmente en el ejercicio del ministerio de la caridad pastoral… por eso hoy también rezamos por los sacerdotes y por el aumento de las vocaciones sacerdotales.
Sugerencias...
Vivir es servir amando. En las comunes categorías humanas relacionamos ‘vivir’ con ‘pasarlo bien, disfrutar, tener éxito, etc.’. No es que haya que reprobar todo eso, pero tampoco identificarlo con el ‘vivir’. Al menos el concepto cristiano del ‘vivir’ se relaciona más con el “servir”, pero no de cualquier manera, sino por amor. El gran peligro que nos puede acechar es confundir el servir a los demás con el servirse de los demás. Esto puede suceder dentro de la familia: los padres -se sirven- de los hijos en lugar de servirlos, o los hijos de los padres, que también es posible. Puede suceder en la parroquia: servirse de la parroquia o del párroco para el propio beneficio, o al revés: que el párroco se sirva de sus feligreses para fines egoístas. Esto puede suceder igualmente en una empresa, en un banco, en una oficina administrativa, en un ministerio. Porque todos sabemos que las instituciones están al servicio del bien común, pero no pocas veces los hombres las ponemos al servicio de nuestro bien particular. Quien quiera ser discípulo misionero deberá examinarse a fondo para ver si para él la vida es un servicio, como lo fue para Jesucristo, y pedir aumento de gracia para servir.

Es la hora del encuentro. La última Cena es la hora del encuentro con Jesucristo bajo el velo del misterio, y la Eucaristía es el lugar donde se encuentra al Amado. Cuando se ama a Jesús y se le ama con pasión, como el amor de la vida, entonces se anhela la hora y el lugar del encuentro. Jesucristo no tiene horarios para la cita, somos nosotros los que podemos escoger “la hora del encuentro”. Puede ser en la mañana, antes de ir al trabajo. Puede ser al final de la tarde, cuando fatigados de la actividad diaria, nos rejuvenecemos al contacto con Jesucristo Eucaristía. Puede ser en cualquier momento de la jornada, porque Él siempre está a la espera. Lo importante es que busque de veras encontrarme con el amor de Jesucristo y al contacto con el fuego de su amor pueda sentir que se enciende también mi corazón de amor a Dios y de amor a los hombres. Jesucristo, sin embargo, es un amante verdadero y por eso exigente: su amor es hondo, transformante, eterno. Hay que perseverar en el “encuentro” y hay que perseverar en el amor. Demos gracias a Dios que haya muchas personas para quienes el encuentro diario con Jesucristo en la Eucaristía les sea tan imprescindible como el respirar. Recemos para que haya sacerdotes que celebren la Eucaristía en todos los altares del mundo y feligresía que, creyendo y amando, quiera comulgar.
Concédenos, Señor, la protección de tu Madre, consuelo de los afligidos, para poder nosotros consolar a los que están atribulados, mediante el consuelo con que tú nos consuelas.



Otra manera de acercarse a la Liturgia del Jueves...
La liturgia de esta celebración se sale de lo normal en cuanto que la primera lectura describe la anticipación veterotestamentaria de la cena: la comida del cordero pascual, y la segunda lectura, de san Pablo, su consumación en el Nuevo Testamento, por lo que el evangelio no necesita narrar otra vez la institución de la Eucaristía, sino que más bien describe la actitud interior de Jesús en esta su entrega a la Iglesia y al mundo: en la conmovedora escena del lavatorio de los pies. Esta escena, seguramente histórica, debe abrir los ojos de los discípulos para que comprendan lo que en verdad se realiza en la institución de la Eucaristía y a partir de ella en toda celebración eucarística de la Iglesia.

El cordero pascual. En el relato del Éxodo (que se compone de diversos elementos) de la cena pascual todo debe comprenderse en función de su futura consumación en la celebración cristiana. Primero se exige «un animal sin defecto, macho (de un año), cordero o cabrito» como víctima: sólo el mejor será lo bastante bueno para ello, pues debe ser sin tacha. Después la cena ha de comerse «con la cintura ceñida, las sandalias en los pies y un bastón en la mano», y «a toda prisa». Cristianamente hablando esto sólo puede significar que el cristiano debe estar dispuesto a dejar el mundo (lo temporal) para ir hacia Dios a través del desierto de la historia y de la muerte, para entrar en la tierra prometida y vivir al lado de Dios; no para continuar viviendo en la comodidad o caminar sin preocupaciones hacia un futuro terrestre. Porque el Cordero cristiano es el Resucitado que nos introduce, tras resucitar con Él, en «una vida escondida con el Mesías en Dios» (Col 3,3). Y finalmente con la sangre del cordero debemos rociar las jambas y dinteles de nuestras puertas para que el juicio de Dios pase de largo. Sólo si se encuentra sobre nosotros la sangre de Cristo el tentador pasará de largo no haciéndonos daño y, más todavía, nos libraremos del justo juicio y entraremos en la Patria definitiva.
La Eucaristía. Pablo refiere la «tradición que ha recibido»: la oración de acción de gracias de Jesús sobre el pan: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía». Lo mismo con el cáliz, que es «la nueva alianza sellada con mi sangre». Y añade que toda comida eucarística es «proclamación de la muerte del Señor». La ceremonia veterotestamentaria adquiere ahora todo su sentido, de una profundidad insondable: «El cuerpo que se entrega por nosotros, la alianza sellada con la sangre», significa abnegación, entrega de amor hasta el extremo, y esto hasta tal punto que el que se sacrifica se convierte en comida y bebida de aquellos por los que se entrega. Y no sólo esto, sino que el poder de seguir realizando este sacrificio se deja en manos de aquellos por los que se ha ofrecido: se dice «hagan esto» y no simplemente «reciban esto». Lo mismo se repetirá en Pascua cuando el Resucitado diga: «A quienes les perdonen los pecados», y no simplemente «reciban mi perdón y el de mi Padre». Es como si lo máximo que podríamos imaginarnos, que el Hombre-Dios se entrega a nosotros, sus ‘asesinos’, como comida para la vida eterna, quedara superado una vez más: que nosotros mismos debemos realizar lo que ha sido hecho por nosotros, ofreciendo el sacrificio del Hijo al Padre.

El lavatorio de los pies es una «prueba del amor hasta el extremo» (Jn 13,1), un acto de amor que Pedro percibe, y es comprensible que así lo perciba, como algo completamente inadmisible, como el mundo al revés. Pero precisamente esta inversión de la realidad es lo más correcto, lo que hay que dejar que suceda primero en uno (y exactamente así, como lo hace Jesús, ni más ni menos), en la humillación por su amor infinito, para después tomar «ejemplo» de ello (Jn 13,14) y realizar el mismo abajamiento de amor con los hermanos. En el evangelio esto es la demostración tangible de lo que se dará inmediatamente después a la Iglesia en el misterio de la Eucaristía: en correspondencia, los cristianos deben convertirse en comida y bebida agradables los unos para los otros, para TODOS.

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HOMILÍA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (30 de marzo 2018)

VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (30 de marzo 2018)
PrimeraIsaías 52,13 – 53,12; Salmo: Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25; Segunda: Hebreos 4, 14-16; 5,7-9 Evangelio: Juan 18, 1 – 19, 42
Nexo entre las LECTURAS
"Nosotros", "nuestros" son términos repetidos en los textos litúrgicos del Viernes Santo. No es un "nosotros" sin adición alguna, sino con una nota muy propia: en cuanto pecadores. En el cuarto canto del Siervo de Yahvéh los términos son frecuentes: "Con sus llagas nos curó", "nosotros lo creíamos castigado...", "llevaba nuestros dolores", "eran nuestras rebeliones las que lo traspasaban", etc. (primera lectura). En la segunda lectura, tomada de la carta a los Hebreos hallamos frases como "mantengámonos firmes en la fe que profesamos", o "no tenemos (en él) un Sumo Sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades;". También en el Evangelio, aunque no se empleen los términos, están implícitos en toda la narración de la pasión y muerte de Jesús según san Juan, que fue "por nosotros los hombres y por nuestra salvación".
Temas...
Jesús, siervo de Yahvéh. El misterio de Jesús, Varón de dolores, constituye una paradoja a la mentalidad común de los hombres. Es el misterio formidable de la cruz, no como suplicio o castigo, sino como instrumento de salvación y trono de gracia. En el siglo V antes de Cristo, el autor de los cantos del Siervo de Yahvéh intuyó ya con gran realismo el desafío, imponente para la razón humana, de un hombre amado por Dios y al mismo tiempo humillado en su dignidad hasta el punto de "no parecer hombre ni tener aspecto humano". ¿Cómo es posible tal situación? No son los hombres quienes la hacen posible, sino únicamente el poder de Dios. Ciertamente, el amor de Dios brilla en la bendición que otorga a sus elegidos y amigos, y esto la mente humana lo percibe con claridad. Pero no resulta tan claro para el hombre el resplandor del poder divino en el desprecio, sufrimiento y muerte ignominiosa de aquellos que Él ama. ¿Cómo comprender que el poder divino se nos muestre tan impotente? He aquí el misterio del Siervo de Yahvéh, el misterio de Jesús en las largas horas de la noche del jueves y del viernes de pasión. Jesús, sufriendo hasta la muerte de cruz, encarna en sí y realiza plenamente la figura del Siervo de Yahvéh, y pone así en evidencia el gran misterio del poder-amor de Dios, desconcertante si lo consideramos aisladamente, pero eficaz y profundo si no lo separamos del misterio de la resurrección.
Cristo, sumo sacerdote. La carta a los Hebreos nos ofrece otro rostro de Jesús: el de sumo sacerdote que expía por los pecados del pueblo. En la liturgia hebrea, sólo el día de la expiación podía el sumo sacerdote descargar sobre el chivo expiatorio los pecados de toda la nación y así entrar purificado en el lugar santísimo del antiguo Templo y, en la presencia misma de Dios, ofrecerle la sangre purificadora de las víctimas sacrificadas. Para nosotros, los cristianos, el verdadero día de la expiación es el viernes de pasión, en que Jesús rasga el velo del templo, entra en el santuario de Dios y se ofrece a sí mismo como víctima de propiciación por los pecados del mundo. La sangre de Jesús oferente es la sangre preciosa del Hijo que purifica los pecados del mundo y reconcilia la humanidad con Dios. En la pasión, Cristo, sacerdote de la nueva alianza, abre las puertas del perdón y de la salvación a todos los hombres bien dispuestos: "Se hizo causa de salvación eterna para todos los que le obedecen". Para el hombre salvarse equivale, por tanto, a reconocer a Cristo como sumo sacerdote de la nueva alianza en su sangre.
Cristo, rey sobre el trono de la cruz. Es algo característico del evangelio según san Juan presentar la figura de Jesús, en todo el camino de la pasión, como un gran rey que va a tomar posesión de su reino. En Getsemaní revela, a los que quieren prenderle, que abraza libremente la pasión, mediante un gesto de poder divino (Jn 18,6). A Anás le responde con una dignidad verdaderamente real (Jn 18, 20.21). A Pilato le confiesa su realeza, una realeza asentada sobre el poder de la verdad y del amor (Jn 18,36-37). Pilato, por su parte, presentará a Jesús ante los judíos con estas palabras: "¡He aquí a su rey!" (Jn 19,14). Finalmente, aunque los judíos han declarado que no tienen otro rey que el César, Pilato manda colocar sobre la cruz un letrero con esta inscripción: "Jesús de Nazaret, el rey de los judíos" Jn 19,19), y además en tres lenguas (hebreo, latín y griego), para que todo el mundo se enterara. Sólo Dios puede hacer de la cruz un trono, de un ajusticiado un rey soberano, de un hombre viejo un hombre nuevo, y más, prototipo de la humanidad. Sobre la cruz refulge el rostro de Cristo, sangriento y deforme, pero ya transfigurado por un poder real que lo corona y lo ensalza y lo constituye vencedor del pecado y de la muerte, Señor de los hombres y de la historia.
Sugerencias...
Jesús, hermano universal. Se suele decir que todos somos hermanos porque todos somos hijos de Adán. Como cristianos, hemos de decir, además, que somos hermanos porque Cristo nos ha hermanado a todos haciéndonos hijos de Dios. Jesús, tanto por su condición humana como por su filiación divina. Además, amó y ama a todos, perdonó y perdona a todos, recibió y recibe a todos, a todos les ofreció y ofrece su salvación, a todos ayudó y ayuda con su poder sobre las fuerzas naturales. Es Hermano que nos comprende, porque ha vivido la experiencia humana en plenitud, ha sido tentado como nosotros, ha sufrido como nosotros y más que nosotros. Es Hermano cuyo poder nos fortalece ante nuestro pecado y debilidad, cuyo amor nos anima a amar a nuestros hermanos como Él nos ama, cuya ayuda nos conforta en los momentos de prueba y dificultad, cuyo consuelo nos infunde paz y alegría aun en el dolor, cuya grandeza de espíritu nos eleva hacia las alturas de Dios y nos invita a vivir y practicar las virtudes... Hemos de confesar a Jesús como Dios-Hermano ante los demás, para que Él nos reconozca ante el Padre celestial. Todos somos hermanos de Jesús porque nos ha redimido, y todos estamos llamados a practicar la fraternidad en Cristo Jesús, el hermano verdadero que nunca nos fallará. En un mundo en que los lazos familiares son a veces tan efímeros y quebradizos, ha de ganar cada vez mayor consistencia la fraternidad fundada en Jesucristo (cfr. Catequesis del Papa Francisco).
Confianza en Cristo salvador. Jesús, como Siervo de Yahvéh ha descargado sobre sí nuestros pecados. En cuanto sumo Sacerdote de la nueva alianza ha rasgado el velo que separaba al hombre de Dios y ha dado acceso al hombre a la misma intimidad del Padre y del misterio de Dios. Como rey, que tiene su trono en la cruz, ha dignificado el dolor humano y lo ha puesto al servicio de su reino de verdad, de justicia y de amor. ¿Cómo no vamos a tener confianza en él? Es la confianza de quien se apoya en roca y no en arena movediza; de quien sirve a un rey poderoso, que nos asegura la victoria sobre nuestro egoísmo y nuestro pecado, cualquiera que éste sea; de quien, como sumo y eterno sacerdote, nos purifica de toda mancha y nos otorga el don de su gracia y amistad. Confianza porque es un rey, no altanero, sino manso y humilde de corazón; porque es el siervo de Yahvéh, muy consciente de que ha venido no a ser servido sino a servir y a dar su vida para rescate de muchos; porque es un sumo sacerdote que nos comprende porque aprendió sufriendo lo que cuesta obedecer (Heb 5,9). ¿Seremos capaces de confiar en Él? Escuchemos con gozo la voz de Jesús: “Tengan confianza. Yo he vencido al mundo”, como enseña el Papa Francisco en muchas de sus homilías.
María, Madre del Amor Hermoso, ruega por nosotros. Pedimos al Señor que, así como ha querido que la Virgen Madre estuviera junto al Hijo moribundo para participar de sus dolores, también nosotros, imitando a la Virgen, acompañemos generosamente a tantos hermanos que sufren para llevarles Su amor y Su consuelo.




Otra manera de acercarse a la Liturgia del Viernes...
Las grandes lecturas de la liturgia de hoy giran en torno al misterio central de la cruz… un misterio que ningún concepto humano puede expresar adecuadamente. Pero las tres aproximaciones bíblicas tienen algo en común: que el milagro inagotable e inefable de la cruz se ha realizado «por nosotros». El siervo de Dios de la primera lectura ha sido ultrajado  por nosotros, por su pueblo; el sumo sacerdote de la segunda lectura, a gritos y con  lágrimas, se ha ofrecido a sí mismo como víctima a Dios para convertirse, por nosotros, en el  autor de la salvación; y el rey de los judíos, tal y como lo describe la pasión según san Juan,  ha «cumplido» por nosotros todo lo que exigía la Escritura, para finalmente, con la sangre y  el agua que brotó de su costado traspasado, fundar su Iglesia para la salvación del mundo.

El siervo de Yahvé. Que amigos de Dios intercedieran por sus hermanos los hombres, sobre todo por el pueblo elegido, era un tema frecuente en la historia de Israel: Abrahán intercedió por Sodoma, la ciudad llena de pecado; Moisés hizo penitencia durante cuarenta días y cuarenta noches por el pecado de Israel y suplicó a Dios que no abandonara a su pueblo; profetas como Jeremías y Ezequiel tuvieron que soportar las pruebas más terribles por el pueblo.  Pero ninguno de ellos llegó a sufrir tanto como el misterioso siervo de Dios de la primera lectura: el «hombre de dolores» despreciado y evitado por todos, «herido de Dios y humillado, traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes... que entregó su vida como expiación". Pero este sacrificio produce su efecto: «Sus cicatrices nos curaron». Se trata ciertamente de una visión anticipada del Crucificado, pues es imposible que este siervo sea el pueblo de Israel, que ni siquiera expía su propio pecado. No, es el siervo plenamente sometido a Dios, en el que Dios «se ha complacido», sólo Dios, pues ¿quién sino Él se preocupa de su destino? Durante siglos este siervo de Dios permaneció desconocido e ignorado por Israel, hasta que finalmente encontró un nombre en el Siervo Crucificado del Padre.

El sumo sacerdote. En la Antigua Alianza el sumo sacerdote podía entrar una vez al año en el Santuario y rociarlo con la sangre sacrificial de un animal. Pero ahora, en la segunda lectura, el sumo  sacerdote por excelencia entra «con su propia sangre» (Hb 9,12), por tanto como sacerdote  y como víctima a la vez, en el verdadero y definitivo santuario, en el cielo ante el Padre; por  nosotros ha sido sometido a la tentación humana; por nosotros ha orado y suplicado a Dios en la debilidad humana, «a gritos y con lágrimas»; y por nosotros el Hijo, sometido eternamente al Padre, «aprendió», sufriendo, a obedecer sobre la tierra, convirtiéndose así  en «autor de salvación eterna» para todos nosotros. Tenía que hacer todo esto como Hijo de Dios para poder realizar eficazmente toda la profundidad de su servicio y sacrificio obedientes.
El rey. En la pasión según san Juan Jesús se comporta como un auténtico rey en su sufrimiento: se deja arrestar voluntariamente; responde soberanamente a Anás que Él ha hablado abiertamente al mundo; declara su realeza ante Pilato, una realeza que consiste en ser testigo de la verdad, es decir, en dar testimonio con su sangre de que Dios ha amado al mundo hasta el extremo. Pilato le presenta como un rey inocente ante el pueblo que grita «crucifícalo». «¿Al rey de ustedes voy a crucificar?», pregunta Pilato, y, tras entregar a Jesús para que lo crucificaran, manda poner sobre la cruz un letrero en el que estaba escrito: «El rey de los judíos». Y esto en las tres lenguas del mundo, irrevocablemente. La cruz es el trono real desde el que Jesús «atrae hacia él» a todos los hombres, desde el que funda su Iglesia, confiando su Madre al discípulo amado, que la introduce en la comunidad de los apóstoles, y culmina la fundación confiándole al morir su Espíritu Santo viviente, que infundirá en Pascua.

Los tres caminos conducen, desde sitios distintos, al «refulgente misterio de la cruz» (fulget crucis mysterium); ante esta suprema manifestación del amor de Dios, el hombre sólo puede prosternarse en actitud de adoración.

jueves, 22 de marzo de 2018

SOR LUCIA LA VIDENTE DE FATIMA- Y EL ABORTO


... para manifestar más la unidad de la sociedad humana que obliga a la vigilancia mutua con el fin de evitar el mal e insistir en la detestación del pecado, ya que el castigo de uno recae sobre los demás como si fuese  un solo cuerpo.

"LUCIA, con su sencilla fe, lo expresaba así "Sí Portugal no aprueba el aborto, esta a salvo, más si lo aprueba tendrá mucho que sufrir . Por los pecados de la persona, paga la persona que de él es responsable, más por el pecado de la Nación paga todo el pueblo. Porque los gobiernos promulgan las leyes inicuas lo hacen en nombre de todo el pueblo que los elige"

miércoles, 21 de marzo de 2018

HOMILIA Domingo de RAMOS en la PASIÓN DEL SEÑOR cB (26 de marzo 2018)

Domingo de RAMOS en la PASIÓN DEL SEÑOR cB (26 de marzo 2018)
PrimeraIsaías 50, 4-7; Salmo: Sal 21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24; Segunda: Filipenses 2, 6-11; Evangelio: Marcos 14, 1 – 15, 47
Nexo entre las LECTURAS
La liturgia de hoy nos ayuda a ‘entrar’ en el misterio de la entrega y sufrimiento de Jesucristo por la salvación de muchos. “En su condición de hombre, se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz” (segunda lectura). En los labios de Jesús hemos escuchado: "Abba, Padre. Todo te es posible. Aparta de mí esta copa de amargura. Pero no se haga como yo quiero, sino como quieres Tú" (Evangelio). Siglos antes, el siervo de Yahvéh, figura de Jesucristo, había pronunciado proféticamente estas palabras: “El Señor me ha abierto el oído, y yo no me he resistido ni me he echado atrás. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, mi mejilla a los que mesaban mi barba; no volví la cara ante los insultos y salivazos” (primera lectura).
Temas...
El realismo de la pasión. La profecía del Siervo de Yahvéh se ha quedado ‘corta’, por más que sus expresiones impresionan al escucharlas: golpes a la espalda, burlas tirándole de la barba, insultos y salivazos. Jesús realiza y vive una pasión física, que sacude todo su cuerpo; y una pasión moral, una pasión del corazón, un dolor inexplicable porque los hombres, sus íntimos, eligen el pecado. En Getsemaní Jesús sufre pavor, angustia, tristeza mortal, y es prendido y maniatado con violencia por la gente que vino a Él con espadas y palos (14,33-34.46). En el sanedrín, después de ser considerado blasfemo, algunos comenzaron a escupirle y a darle de bofetadas (14,65). En el pretorio, los soldados romanos trenzaron una corona de espinas y se la ciñeron (15,17). Ahí mismo, le golpeaban en la cabeza con una caña, le escupían y, poniéndose de rodillas, le rendían homenaje (15,19). Marcos escuetamente escribe: Después le crucificaron (15,24). El evangelista termina el relato diciendo: Jesús, lanzando un fuerte grito, expiró (15,37). Grito de dolor, grito en que resume toda la pasión. Al lado de la pasión corporal, entrelazada con ella, la pasión del corazón. ¿Cómo se comportan los suyos? Judas le traiciona (14,10), Pedro miente -de Él- (14,66-72), todos los discípulos le abandonan y huyen (14,50). ¿Cómo se comportan las autoridades? Las autoridades buscaban el modo de prenderle con engaño y darle muerte (14,1), pagan a Judas para que traicione a su Maestro (14,11), envían un tropel de gente armada para que prenda a Jesús (14,43), buscan una acusación para darle muerte (14,55), lo condenan como blasfemo (14,63-64), azuzan a la gente para que Pilato suelte a Barrabás y mande a Jesús al suplicio de la cruz (15,11-13), sobre el Gólgota triunfantes se burlan de él (15,31-32). Él, el inocente, es juzgado y condenado. Él, el Señor, es abofeteado por un siervo, escarnecido por los soldados, objeto de burla y escarnio de la gente. Y sobre todo, Él, el Hijo de Dios, siente en lo más íntimo, el abandono del Padre (15,34). Este realismo de la pasión recobra un brillo particular, inédito, si lo observamos con la certeza de que Jesús lo hubiese podido evitar, pero no quiso. Asumió todo el dolor de la pasión voluntariamente, en pleno ejercicio de su libertad, como expresión suprema de su libertad entregada al amor a su Padre y a sus hermanos, nosotros, los hombres.
Los frutos del sufrimiento. El primer fruto (si se pudieran enumerar) se produce en la humanidad del mismo Jesús: “Dios lo exaltó y le dio el nombre sobre todo nombre” (segunda lectura); es decir, su humanidad volvió a la vida, a una nueva vida, y el Padre glorificó su humanidad haciéndola partícipe de la misma vida de Dios. El segundo fruto que los textos nos indican es la salvación obtenida mediante el amor del que sufre hasta el heroísmo de la muerte en una cruz. Ese amor doliente salva al que implora misericordia; ese amor que culmina en un grito impresionante y salva al que cree (centurión que reconoce en el crucificado al Hijo de Dios). Salva a Pedro que, enseguida después de haberle negado, rompió a llorar como un niño. En Cristo, Siervo Sufriente, la humanidad es recreada -tocada- por el dedo de Cristo salvador.
Sugerencias...
Una soledad acompañada. En la actual sociedad no son pocas las personas que viven en soledad y la sienten como una pesada losa sobre sus vidas, a pesar de la multiplicación increíble de los medios de comunicación que se ha desarrollado. Los ancianos que se sienten solos, abandonados quizás por su misma familia. Los niños huérfanos, y los abandonados por sus padres a la puerta de un hospital o en el atrio de una Iglesia. Los mendigos que carecen de familia y de techo bajo el cual cobijarse. Los jóvenes que viven "solos" y no pocas veces con angustia los primeros problemas de la existencia: el vacío de sentido, la imposibilidad de un trabajo, la angustia ante el futuro, el escape fugaz y engañoso de la droga, el sexo, el alcohol... La soledad de los inmigrantes, arrancados de sus raíces culturales, de su patria y familia, y no pocas veces maltratados (Catequesis del Papa en las audiencias de los miércoles). Estos solitarios forzados, y todos los demás que pueda haber en nuestro ambiente, tienen que hallar en los cristianos una compañía buena y sincera, una acogida fraterna, una ayuda eficaz, una solidaridad abierta e incluso contra corriente, una compasión verdaderamente cordial. Sepan además éstos solitarios forzados que Jesucristo les acompaña en su soledad y en cierta manera la vive y comparte con ellos; no sólo eso, sino que también Cristo asume y redime su soledad con la suya propia a lo largo de la pasión y muerte en la cruz. Cristo en su gran soledad desde la Cruz se supo acompañado misteriosamente por el Padre, por su madre María, por las santas mujeres... En la más inclemente soledad el hombre ha de saber que alguien le acompaña y reza por él, que Alguien está a su lado.
Confianza en el dolor. Es una de las maravillosas enseñanzas que Jesucristo nos deja sobre el Gólgota. Él ha sufrido y en medio del sufrimiento, ha confiado. A quien cree, el dolor no le hace perder la confianza. Cuando sufres, ¿cómo reaccionas? Dime cómo sufres, y te diré quién eres. A quienes somos cristianos, nos ilumine la actitud confiada de Cristo en su Padre celestial y de cara al futuro. Nos sostenga la Santísima Virgen María, que estuvo de pie al pie de la Cruz.

miércoles, 14 de marzo de 2018

EL PADRENUESTRO SEGÚN EL PAPA FRANCISCO

GENTILEZA AICA

El papa Francisco dedicó la audiencia general de este miércoles 14 de marzo a hablar del padrenuestro y la fracción del Pan. “Es la oración que hizo Jesús. Él nos la enseñó”, recordó el pontífice a los presentes en la plaza San Pedro. “¡Es bello rezar como rezaba Jesús!”, agregó. 

Esta oración, que se nos entregó en el día de nuestro Bautismo, “hace resonar en nosotros los mismos sentimientos de Cristo Jesús”, aseguró. Asimismo, señaló que rezarla es “la mejor manera de prepararnos para recibir a Jesús en la Comunión”. “En ella pedimos el ‘pan nuestro de cada día’, con una referencia particular al Pan eucarístico que necesitamos para vivir como hijos de Dios”, expresó. 

Recitar el padrenuestro “sin conexión” 
Al resaltar el profundo significado del padrenuestro, el Pontífice reflexionó sobre las veces en que algunas personas recitan esta oración, “sin saber” lo que se dice. Recordó que cuando rezamos el padrenuestro nos conectamos con el Padre que nos ama y precisó que es el Espíritu quien nos da esta “conexión”, “este sentimiento de Hijos de Dios”. 

No es fácil perdonar a las personas que nos ofendieron 
“Imploramos también a Dios que perdone nuestras ofensas y nos comprometemos al mismo tiempo a perdonar a los que nos han ofendido”, explicó el Papa, aunque reconoció que “no es fácil perdonar a las personas que nos ofendieron”, y que eso “es una gracia que debemos pedir”. “Señor enséñame a perdonar como tú me has perdonado”, rezó. 

Sin fraternidad no hay paz
 
“La paz de Cristo no puede radicarse en un corazón incapaz de vivir la fraternidad y de recomponerla tras haberla herido”, advirtió Francisco. “No es posible comunicar el único pan que nos hace un solo Cuerpo en Cristo sin reconocernos pacificados en el amor fraterno”, afirmó. 

“Con el rito de la paz –dijo Francisco- se expresa la unión y el amor mutuo antes de acercarnos al sacramento. Después tiene lugar la fracción del pan. Es el gesto que Jesús realizó en la Última Cena y que permitió a los discípulos reconocerlo después de la resurrección, como en Emaús”. “La fracción del pan está acompañada por la invocación del ‘Cordero de Dios’, que es la imagen bíblica usada por Juan el Bautista para identificar a Jesús como el que quita el pecado del mundo. En el pan eucarístico, que se parte para la vida del mundo, reconocemos al verdadero Cordero de Dios, que es Cristo, y le suplicamos: ‘Ten piedad de nosotros…y danos la paz’”. 

No olvidar la gran oración de Jesús 
El pontífice concluyó la catequesis señalando que las invocaciones “Ten piedad de nosotros” y “danos la paz”, nos ayudan a disponer nuestro ánimo para participar en el banquete eucarístico, e invitó a no olvidar “la gran oración” que nos enseñó Jesús, es decir, la oración con la que Él rezaba al Padre. “Esta oración nos prepara a la comunión”, aseguró e invitó a los presentes a rezar el padrenuestro, cada uno en su idioma. + 

HOMILIA Quinto Domingo de CUARESMA cB (18 de marzo 2018)

Quinto Domingo de CUARESMA cB (18 de marzo 2018)
PrimeraJeremías 31, 31-34; Salmo: Sal 50, 3-4. 12-15; Segunda: Hebreos 5, 7-9; Evangelio: Jn 12, 20-33
Nexo entre las LECTURAS
Mientras que para los hombres el orden habitual de los conceptos es vida-muerte, en Jesucristo es al revés: muerte-vida. De estas dos realidades y de su relación nos habla la liturgia. Es necesario que el grano de trigo muera para que viva y dé fruto… es necesario perder la vida para vivir eternamente (Evangelio). Jesús, sometiéndose en obediencia filial a la muerte vive ahora como Sumo Sacerdote que intercede por nosotros ante Dios (segunda lectura). En la muerte de Jesús -que torna a la vida y da la vida al hombre, se realiza la nueva alianza, ya no sellada con sangre de animales sino escrita en el corazón, y por lo tanto, espiritual y eterna (primera lectura).
Temas...
Quien ama su vida -para sí- la perderá. Si quieres tener vida en Cristo, no temas morir por Cristo. No te ames para ti si quieres vivir; no te ames en esta vida para las cosas de esta vida para no perder la otra, la verdadera. Quien no ama su vida, en este mundo, la guarda para la vida eterna (Jn 12,25). Profunda y admirable afirmación que indica de qué modo tiene el hombre a su alcance, con la ayuda de la gracia, poder alcanzar la Vida verdadera. Si has amado mal, entonces no has amado; pero si has amado rectamente, entonces has amado. Amar bien o rectamente es hacer el bien y servir. Felices quienes amaron mirando el ejemplo del Salvador. Felices quienes no se encierran en el amor egoísta. Cuida mucho de no caer en la tentación de quererte amar a ti mismo para ti (cfr.: San Agustín). El amor, nos anuncia Jesús, es hasta la entrega total de la vida, servicio hasta el final.
La hora de Jesús. En el evangelio de san Juan se une el encuentro de Jesús con los ‘griegos’ (representantes de la humanidad no judía) y la hora de Jesús, es decir, su pasión-muerte-resurrección. La hora de Jesús es, por tanto, la hora de la redención universal por el sufrimiento y por la glorificación. Ambos aspectos brillan con fulgor particular en la segunda lectura. Primeramente el sufrimiento: “Él (Cristo) en los días de su vida mortal presentó oraciones y súplicas con grandes gritos y lágrimas a aquel que podía salvarlo de la muerte... Aprendió sufriendo lo que cuesta obedecer”. Esos gritos y esas lágrimas, tan humanos, están incluidos en su hora, en su tiempo y modo de salvarnos. No falta, sin embargo, la hora de la glorificación: “Alcanzada así la salvación,... ha sido proclamado por Dios Sumo Sacerdote”. Sumo Sacerdote de la nueva alianza, del nuevo corazón humano, de la nueva ley escrita en lo más íntimo y profundo del alma.
La hora del hombre nuevo. La hora de Jesús es también la hora del hombre nuevo, del discípulo misionero. El sufrimiento y la glorificación de Jesús llevan a cumplimiento la profecía de Jeremías, que la liturgia nos presenta en la primera lectura. La alianza nueva entre Dios y la humanidad estará sellada con la sangre de Cristo. Las cláusulas de esa nueva alianza no estarán escritas sobre piedra ni será Moisés quien las comunique a los hombres; Dios mismo las escribirá en el interior del corazón y el Espíritu Santo ‘leerá’ con claridad, de modo inteligible y personal, a todo el que le quiera escuchar, el contenido de la nueva ley, la ley del Espíritu. Por eso nos dice san Juan que todos serán enseñados por Dios, todos: desde el más pequeño hasta el mayor. La pasión-muerte-resurrección de Jesucristo otorga a la humanidad, toda, la gracia de hacer un pacto de amistad y de comunión con Dios Nuestro Señor, y así llegar a ser hombre nuevo, auténtico, gozoso (E.G.).
Sugerencias...
Sufrir por fidelidad. El sufrir por sufrir es absurdo e indigno -del hombre-. El sufrir porque "no hay otra", porque ésa es la condición humana, es un motivo muy pobre, aunque se diga así con frecuencia. El sufrir para mostrar mi capacidad de autodominio o mi grandeza humana es de pocos, y casi siempre adolece de orgullo. El sufrir por fidelidad a la voluntad de Dios y desde la fe que sustentan la propia vida, ahí está el verdadero sentido y valor del sufrimiento. Sufrir por fidelidad a Dios que lo oigo en mi conciencia, aunque los estímulos externos induzcan más bien al ‘no lo hagas’, ‘aprovecha el momento’, y a la satisfacción de las mil solicitaciones del vicio y del pecado. Sufrir por fidelidad a los deberes de mi estado y profesión, con sinceridad y constancia, sin miedo a aparecer ‘débil’ y sin miedo al respeto humano. Sufrir por fidelidad a las propias convicciones religiosas: católico, religioso, sacerdote, casado, casada, soltera, soltero, novia, novio, actuando siempre y en todo momento y situación de modo coherente y auténtico, creyente y obediente. Ese sufrimiento, a los ojos de Dios, no sólo tiene sentido, sino que tiene un valor imperecedero: valor de redención, como el sufrimiento de Jesucristo. Tal sufrir, no siendo fácil, no deja de ser hermoso y sobre todo fecundo. Podemos rezar preguntándonos si hemos sufrido por ser fieles, si estamos dispuestos a sufrir por fidelidad a Dios y al hombre, nuestro hermano.
La obediencia a la voluntad de Dios. Este es el camino de la santidad, del cristiano, es decir, que se realice el plan de Dios, que la salvación se cumpla. […] ¿Yo rezo para que el Señor me dé las ganas de hacer su voluntad, o busco compromisos porque tengo miedo de la voluntad de Dios? Rezar para conocer la voluntad de Dios sobre mí y sobre mi vida, sobre la decisión que debo tomar ahora… muchas cosas. Sobre la forma de gestionar las cosas… La oración para querer hacer la voluntad de Dios, y oración para conocer la voluntad de Dios. Y cuando conozco la voluntad de Dios, también la oración, por tercera vez: para hacerla. Para cumplir-practicar esa voluntad, que no es la mía, es la Suya. Y no es fácil. (Cf Homilía de S.S. Francisco, 27 de enero de 2015, en Santa Marta).
La Virgen del SI, nos acompañe en esta entrega diaria…


Pueden ayudar estos temas...

«El que se ama a sí mismo, se pierde». Este evangelio, ciertamente impresionante, es preludio de la pasión. Algunos gentiles quieren ver a Jesús; su misión, que incluye, más allá de los límites de Israel, a todas las «naciones», sólo culminará con su muerte: únicamente desde la cruz (como se dice al final del evangelio) atraerá hacia Él a todos los hombres. El grano de trigo tiene que morir, si no queda infecundo; Jesús dice esto pensando en Él mismo, pero también, y con gran énfasis, en todos aquellos que quieran «servirle» y seguirle. Y ante esta muerte (cargando con el pecado del mundo) Jesús se turba y tiene miedo: la angustia del monte de los olivos le hace preguntarse si no debería pedir al Padre que le liberase de semejante trance; pero sabe que la encarnación entera sólo tendrá sentido si soporta la «hora», si bebe el cáliz; por eso dice: «Padre, glorifica tu nombre». La voz del Padre confirma que todo el plan de la salvación hasta la cruz y la resurrección es una única «glorificación» del amor divino misericordioso que ha triunfado sobre el mal (el «príncipe de este mundo»). Cada palabra de este evangelio está tan indisolublemente trenzada con todas las demás que en ella se hace visible toda la obra salvífica ante la inminencia de la cruz.

«Aprendió, sufriendo, a obedecer». Juan, en el evangelio, amortigua en cierto modo los acentos del sufrimiento; para él todo, hasta lo más oscuro, es ya manifestación de la gloria del amor. En la segunda lectura, de la carta a los Hebreos, se perciben por el contrario los acentos estridentes, dramáticos de la pasión. Jesús, cuando se sumergió en la noche de la pasión, «a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas» al Dios «que podía salvarlo de la muerte». Por muy obediente que pueda ser, en la oscuridad del dolor y de la angustia, todo hombre, incluso Cristo, debe aprender (crecer) de nuevo a obedecer. Todo hombre que sufre física o espiritualmente lo ha experimentado: lo que se cree poseer habitualmente, debe actualizarse, ha de re-aprenderse, por así decirlo, desde el principio. Jesús gritó a su Padre y el texto dice que fue «escuchado». Y ciertamente fue escuchado por el Padre, pero no entonces, sino solamente cuando llegó el momento de su resurrección de la muerte. Únicamente cuando el Hijo haya sido «llevado a la consumación» podrá brillar abiertamente la luz del amor ya oculta en todo sufrimiento. Y solamente cuando todo haya sido sufrido hasta el extremo, se podrá considerar fundada esa alianza nueva de la que se habla en la primera lectura.



«Meteré mi ley en su corazón». Una «nueva alianza» ha sido sellada por Dios, después de que la primera fuera «quebrantada». Mientras la soberanía de Dios era ante todo una soberanía basada en el poder -el Señor había sacado a los israelitas de Egipto «tomándolos de la mano»- y los hombres no poseían una visión interior de la esencia del amor de Dios, era difícil, por no decir imposible, permanecer fiel a la alianza. Para ellos el amor que se les exigía era en cierto modo como un mandamiento, como una ley, y los hombres siempre propenden a transgredir las leyes para demostrar que son más fuertes que ellas. Pero cuando la ley del amor está dentro de sus corazones y aprenden a comprender desde dentro que Dios es amor, entonces la alianza se convierte en algo totalmente distinto, en una realidad interior, íntima; cada hombre la comprende ahora desde dentro, nadie tiene necesidad de aprenderla de otro, como se aprende en la escuela: «Todos me conocerán, desde el pequeño al grande».

martes, 6 de marzo de 2018

HOMILIA Cuarto Domingo de CUARESMA cB (11 de marzo 2018)

Cuarto Domingo de CUARESMA cB (11 de marzo 2018)
Primera2Crónicas 36, 14-16.19-23; Salmo: Sal 136, 1-6; Segunda: Efesios 2, 4-10; Evangelio: Jn 3, 14-21
Nexo entre las LECTURAS
“Tanto amó Dios al mundo...”: aquí está el mensaje que la Iglesia nos transmite mediante los textos litúrgicos ya cercanos a la Semana Santa y Pascua de Resurrección. Ese amor infinito de Dios ha recorrido un largo camino en la historia de la salvación, antes de llegar a expresarse en forma definitiva y última en Jesucristo (Evangelio). La primera lectura nos muestra en acción el amor de Dios de un modo sorprendente, como ira y castigo, para así suscitar en el pueblo el arrepentimiento y la conversión (primera lectura). La carta a los Efesios resalta por una parte nuestra falta de amor que causa la muerte, y el amor de Dios que nos hace retornar a la vida junto con Jesucristo (segunda lectura). En todo y por encima de todo está y debe estar el amor misericordioso de Dios manifestado en Cristo Jesús.
Temas...
Jesucristo, el amor del Padre. “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único”. La historia de Dios con el hombre, como se presenta en la Biblia, es una historia genial (ingeniosa y maravillosa) de amor. Dios que por amor crea, da la vida, elige a un pueblo para hacerse presente entre los hombres, se hace ‘carne’ en Jesucristo para salvarnos desde la carne... y el hombre que por orgullo rechaza el amor buscando ‘autocrearse’, ‘autodonarse la vida’, ‘autoelegirse’ en el concierto de las naciones por su potencia y su imperial ambición, ‘autosalvarse’ con la ciencia y la técnica, con la parapsicología y religiones cósmicas, dice el Papa Francisco “autorreferenciarse”. Es tan grave esta manera de vivir y pensar que hasta creen -algunos- que pueden decidir que no vivan los que empiezan a vivir en el seno de una madre por amorosa designación del amor de Dios.  Parecería que el hombre gusta decidir al revés del gobierno providente y amoroso de Dios. Dios quiere enseñarnos a deletrear en nuestra mente y en nuestra vida el verdadero amor, y -nosotros, el hombre- llevados por el pecado sólo queremos pronunciar el egoísmo, el odio y hasta la indiferencia a lo que no sea el propio yo (cfr. Mensaje de Cuaresma del Papa 2015). ¿Qué sucede, en el corazón humano, para que no pueda descubrir en Jesucristo la plenitud del amor de Dios? ¿Qué será que nos pasa que parece más rápido, pronto y fácil el vicio o desorden?
El amor busca el bien de la persona amada. Ante el pueblo de corazón rebelde, cerrado al camino de Dios, el amor divino adquiere manifestaciones que buscan llevar al hombre a la reflexión, al arrepentimiento y a la conversión. Así nos lo muestra la primera lectura: la actitud altanera del pueblo y el amor de Dios que permite la toma de Jerusalén, la matanza, el saqueo, la esclavitud y el destierro a Babilonia, llamándolos a la alianza. Dios actuó de esta manera, manifestación suprema de su amor, porque quiere llevar a los habitantes de Jerusalén a una auténtica conversión mediante el reconocimiento del amor divino. Dios manifiesta su amor dándonos la gracia, el don de la salvación para quien la acoge y la hace fructificar. Dios nos da su gracia para que practiquemos las buenas obras, las obras del amor, con las que respondemos a Su alianza. Como formidable educador del hombre y de los pueblos, Dios Nuestro Señor, nos acompaña amándonos con el único interés de encontrar reciprocidad de amor en el hombre. Sabe muy bien -Dios- que sólo en el amar (a Dios y al hombre) y ser amado reside la grandeza y la felicidad del hombre. (cfr.: San Ireneo de Lyon)
Sugerencias...
Convertirse al Amor. Los textos litúrgicos nos han mostrado que el amor para Dios es darse, entregarse, buscar el bien de la persona amada. Este amor no es el más frecuente entre los hombres, ni resulta fácil. Es más frecuente encerrarse en el propio yo siendo uno mismo sujeto y objeto de su amor. Es más frecuente ‘aprovecharse’ del otro (esposo o esposa, padre o hijo, amigo o amiga, acreedor o cliente, alumno o maestro, párroco o parroquiano...) para satisfacción del propio yo, de los propios intereses, gustos, pasiones. Es más frecuente buscar nuestro bien, que querer el bien de los demás y servirlos hasta la entrega de la propia vida; querernos a nosotros mismos en lugar de hacer el bien al prójimo. Es más pronto la tentación a no darse, no hacer algo por los demás, no ayudar a quien sufre necesidad, no colaborar en las diversas actividades de la evangelización, no buscar formas concretas de amar a Dios, a la Virgen santísima, a nuestros seres queridos, a nuestros hermanos en la fe, a los hombres independientemente de su religión, raza o condición. Hasta, a veces, parece pesado y difícil leer el catecismo, cultivar y hacer crecer la fe. Con todo, en la mayoría de los casos lo que es más frecuente y fácil no es lo mejor para el hombre y su dignidad. Hemos de convertirnos al Amor: ese amor que actúa en nosotros porque Dios nos lo regala y nosotros lo recibimos con gozo. Hemos de convertirnos al Amor, que nos saca de nuestro propio yo y nos pone ‘indefensos’ ante los demás para que vivamos por la fuerza del Amor. El Papa nos invita a la revolución de la ternura.
Cristiano igual a humano. Expresión del Papa en la Evangelii Gaudium. Bien podría decirse: "Cristiano soy y nada de lo humano es ajeno a mí". El concilio Vaticano II nos ha enseñado que “Cristo revela el hombre al hombre”. La auténtica humanidad del ser humano no la vamos a encontrar en los programas de la TV o en los artículos de la prensa, en la invasión sonora de una discoteca o en las reuniones masivas con un cantante famoso, en la fugacidad de la bebida y de la droga o en la falsa consistencia de una relación degenerada...En todos estos campos está muy presente el hombre, pero muy poco lo humano, los valores que dimanan de nuestra dignidad de imagen e hijo de Dios. San Juan Pablo II gustaba de repetir que “el hombre es el camino de la Iglesia”; y se podría añadir también que “el cristiano es el camino del hombre” el discípulo-misionero hace presente a Cristo, para que en Cristo nuestros pueblos tengan vida (cfr.: Aparecida). Por eso, alguien se atrevió a decir que "el tercer milenio o será cristiano, o simplemente no será", pues el hombre terminaría autodestruyéndose. Si esto es verdad, y lo es, ¿no vale la pena vivir a fondo la vocación cristiana? ¿Por qué no luchar para instaurar en la sociedad un verdadero humanismo, es decir, un cristianismo vivido con autenticidad? Beato Papa Pablo VI, invitándonos a vivir la Civilización del Amor (cfr.: Un Nuevo Sol). La Virgen, Madre del Amor Hermoso, nos proteja y acompañe. ¡Que venga con nosotros, a caminar!

HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

  VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024) Primera : Isaías 52,13 – 53,12;  Salmo : Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25;  Segunda :...