lunes, 25 de febrero de 2019

O todo o nada: Hna. Clare Crockett (Película completa)

ORACIÓN POR LAS ALMAS DEL PURGATORIO

HOMILIA Domingo Octavo del TIEMPO ORDINARIO cC (03 de marzo de 2019)

Domingo Octavo del TIEMPO ORDINARIO cC (03 de marzo de 2019) Primera: Eclesiástico 27, 4-7; Salmo: Sal 91, 2-3. 13-16; Segunda: 1 Corintios 15, 51. 54-58; Evangelio: Lucas 6, 39-45 Nexo entre las LECTURAS… Sugerencias... En el Evangelio de San Lucas el discurso sobre la caridad está seguido de algunas aplicaciones prácticas que esbozan la fisonomía de los discípulos de Cristo, los cuales, como dice San Mateo, deben ser “luz del mundo» (Lc 5, 14). Se afirma como que: no es posible alumbrar a los otros si no se tiene luz: ¿Podrá un ciego guiar a otro ciego?» (Lc 6, 39). La luz del discípulo no proviene de su perspicacia, de su solo ingenio… sino de las enseñanzas de Cristo aceptadas y seguidas dócilmente porque «el discípulo no está por encima del maestro» (ib 40). Sólo en la medida, con la ayuda de la gracia, que asimila y traduce en Vida la doctrina y ejemplos del Maestro hasta llegar a ser una imagen viviente del mismo, puede el cristiano ser guía luminosa para los hermanos y atraerlos a Él. Es un trabajo que empeña la vida en un esfuerzo continuo por asemejarse cada vez más a Cristo. Esto requiere una serena reflexión-discernimiento que permita conocer los propios defectos para no caer en el absurdo denunciado por el Señor: «Por qué miras la paja que hay en el ojo de tu hermano y no ves la viga que está en el tuyo» (ib 41). Rezar para que no suceda que el discípulo de Jesús exija de los otros lo que no hace o que pretenda corregir en el prójimo lo que tolera en sí mismo, tal vez, en forma más grave. Combatir el mal en los otros y no combatirlo en el propio corazón es hipocresía, contra la que el Señor descargó con energía intransigente. El criterio para distinguir al discípulo auténtico del hipócrita son las palabras y las obras; «cada árbol se conoce por su fruto» (ib 44). Ya el Antiguo Testamento había dicho: «El árbol bien cultivado se manifiesta en sus frutos; así la palabra, el pensamiento del corazón humano» (Ecli 27, 6). Jesús toma este símil ya conocido de sus oyentes y lo desarrolla poniendo en evidencia que lo más importante es siempre lo interior del hombre del que se deriva su conducta. Como el fruto manifiesta la calidad del árbol, así las obras del hombre muestran la bondad o malicia de su corazón. «El hombre bueno del buen tesoro de su corazón saca lo bueno, y el malo, del malo saca lo malo» (Lc 6, 45). El hipócrita puede enmascararse cuanto quiera; antes o después el bien o el mal que tiene en el corazón desborda y se deja ver; «porque de la abundancia de su corazón habla su boca» (ib). He aquí, pues, el punto importante: guardar cuidadosamente el «tesoro del corazón» extirpando de él toda raíz de mal y cultivando toda clase de bien, en especial la rectitud, la pureza y la intención buena y sincera… ¡cuánta necesidad tenemos de pedir la ayuda y asistencia del Espíritu Santo!. Pero es evidente que al discípulo de Cristo no le basta un corazón naturalmente bueno y recto; le hace falta un corazón renovado y plasmado según las enseñanzas de Cristo, un corazón convertido totalmente al Evangelio. El empeño es arduo, porque la tentación y el pecado también, en el corazón del discípulo, están siempre al acecho. Para animarnos recuerda San Pablo que Cristo ha vencido al pecado y que su victoria es garantía de la del cristiano. «Pero ¡gracias sean dadas a Dios, que nos da la Victoria por nuestro Señor Jesucristo!» (1 Cr 15, 57). Temas... «El hombre bueno saca el bien del tesoro de bondad que tiene en su corazón». Conviene partir de esta sentencia, que es final en el texto, para reflexionar sobre el evangelio de hoy (que contiene además otras sentencias). La relación entre lo que pensamos interiormente y lo que expresamos, entre el corazón y la palabra, es normalmente una relación de correspondencia. En Dios el Verbo, su Palabra encarnada, es la expresión exacta del que habla, el Padre. En los seres creados, su forma externa revela su esencia: si un animal ladra, se sabe que es un perro. En cambio en los hombres, que pueden mentir, hay que andar con más cuidado y examinar detenidamente su conducta: a la larga será no una palabra sino todo su comportamiento lo que revele su actitud interior. Al igual que el árbol se conoce por su fruto, así también el hombre se conoce por todo su comportamiento. Jesús nos da dos indicaciones al respecto: ante todo el hombre que ha de juzgar a otro debe ser alguien que ve espiritualmente ayudado por la Luz de Dios y no un ciego o alguien que duda o no cree, o no pide ayuda a Dios para ver. Después, antes de intentar enmendar el equívoco en otro, debe examinar si entre lo que siente su corazón y lo que dice su boca hay una auténtica correspondencia. Conviene primero ajustarse a la medida de Cristo, que es la verdad total y definitiva de su Padre; y tras haberse apropiado realmente de esta medida, se estará más cerca de la forma correcta de ser veraz. Las indicaciones de Jesús para juzgar a los hombres se mueven entre la prudencia humana práctica y su propia comprensión divino-humana de la verdad (Él es Dios Hombre). «No elogies a nadie antes de oírlo razonar, porque allí es donde se prueban los hombres» El texto del Antiguo Testamento establece la misma proporción entre las convicciones de un hombre y su expresión. (En el texto no se trata de probar a un hombre, sino del criterio válido para probarlo). Del mismo modo que Jesús quiere que se juzgue al corazón según lo que habla la boca (como se conoce al árbol por su fruto), así también el sabio recomienda ya no elogiar a nadie antes de haber escuchado su palabra como prueba de su corazón. Como los hombres pueden mentir y disimular hay que observar en cada persona si realmente se da una correspondencia entre su corazón y su boca. Seremos santos como nos pide el Señor, como Él es Santo. «Queridos hermanos, permanezcan firmes e inconmovibles, progresando constantemente en la obra del Señor». Si se quiere insertar la segunda lectura en este contexto, hay que tener presente la recomendación de Pablo de que el cristiano tiene que trabajar siempre -lo que también puede incluir nuestro juicio sobre los hombres y las relaciones humanas- «sin reservas», según el criterio con el que Jesús juzga las cosas de este mundo. Él las valora a la luz de la verdad eterna, donde lo perecedero ha recibido su forma final definitiva e imperecedera. Si se nos dice que «el día del juicio los hombres darán cuenta de toda palabra falsa que hayan pronunciado» (Mt 12,36), entonces no sólo Jesús sino también su discípulo puede distinguir ya en la tierra entre un discurso fecundo y un discurso estéril. El Señor «no dejará sin recompensa esta fatiga». Ciertamente hay discursos que sólo conciernen a los asuntos temporales, pero también éstos deben ser pronunciados con una responsabilidad definitiva. Nuestra Señora del diálogo y del discernimiento, ruega por nosotros.

HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

  VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024) Primera : Isaías 52,13 – 53,12;  Salmo : Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25;  Segunda :...