martes, 27 de noviembre de 2018

Homilía del papa Francisco en Santa Marta

Homilía del papa Francisco en Santa Marta GENTILEZA DE : Almudi.org Homilía del Papa Francisco en Santa Marta Martes 27 de noviembre de 2018 En esta última semana del año litúrgico la Iglesia nos hace reflexionar sobre el final de nuestra vida, y es una gracia porque en general no nos gusta pensar en eso, y siempre lo dejamos para mañana. En la primera lectura (Ap 14,14-19), san Juan habla del fin del mundo con la figura de la siega, con Cristo y un ángel armados con hoces. «Yo, Juan, miré y apareció una nube blanca; y sentado sobre la nube alguien como un Hijo de hombre, que tenía en la cabeza una corona de oro y en su mano una hoz afilada. Salió otro ángel del santuario clamando con gran voz al que estaba sentado sobre la nube: mete tu hoz y siega; ha llegado la hora de la siega, pues ya está seca la mies de la tierra». Cuando llegue nuestra hora, deberemos mostrar la calidad de nuestro grano, la calidad de nuestra vida. Quizá alguno diga: “No sea tan tétrico, que esas cosas no nos gustan…”, pero es la verdad. Es la siega, donde cada uno se encontrará con el Señor. Será un encuentro y cada uno dirá al Señor: “Esta es mi vida. Este es mi grano. Esta es mi calidad de vida. ¿Me he equivocado?” –todos tendremos que decir esto, porque todos nos equivocamos–; “he hecho cosas buenas” –todos hacemos cosas buenas–, y enseñar al Señor el grano. ¿Qué diré si el Señor me llamase hoy? “Ah, no me di cuenta, estaba distraído…”. No sabemos ni el día ni la hora. “Pero padre, no hable así que yo soy joven”. Pues mira cuántos jóvenes se van, cuántos jóvenes son llamados… Nadie tiene la vida asegurada. En cambio, es seguro que todos tendremos un final. ¿Cuándo? Solo Dios lo sabe. Nos vendrá bien en esta semana pensar en el final. Si el Señor me llamase hoy, ¿qué haría? ¿Qué le diría? ¿Qué grano le mostraré? El pensamiento del fin nos ayuda a seguir adelante; no es un pensamiento estático: es un pensamiento que avanza porque es llevado adelante por la virtud, por la esperanza. Sí, habrá un final, pero ese final será un encuentro: un encuentro con el Señor. Es verdad, será un dar cuentas de lo que he hecho, pero también será un encuentro de misericordia, de alegría, de felicidad. Pensar en el final, en el final de la creación, en el final de nuestra vida, es sabiduría; ¡los sabios lo hacen! Así pues, la Iglesia esta semana nos invita a preguntarnos: “¿Cómo será mi final? ¿Cómo me gustaría que el Señor me encontrase cuando me llame?”. Debo hacer un examen de conciencia y valorar qué cosas debería corregir, porque no van bien; y qué cosas debería apoyar y llevar adelante, porque son buenas. Cada uno tiene tantas cosas buenas. Y en ese pensamiento no estamos solos: está el Espíritu Santo que nos ayuda. Esta semana pidamos al Espíritu Santo la sabiduría del tiempo, la sabiduría del final, la sabiduría de la resurrección, la sabiduría del encuentro eterno con Jesús; que nos haga entender esa sabiduría que está en nuestra fe. Será un día de alegría el encuentro con Jesús. Recemos para que el Señor nos prepare. Y cada uno, esta semana, acabe la semana pensando en el final: “Yo acabaré. No permaneceré eternamente. ¿Cómo me gustaría acabar?”.

lunes, 26 de noviembre de 2018

HOMILIA DE HOY DEL PAPA FRANCISCO

Homilía del Papa Francisco en Santa Marta Lunes 26 de noviembre de 2018 Muchas veces en el Evangelio Jesús hace el contraste entre ricos y pobres, basta pensar en el rico Epulón y en Lázaro o en el joven rico. Un contraste que hace decir al Señor: “Es muy difícil que un rico entre en el reino de los cielos”. Alguno puede etiquetar a Cristo como “comunista”, pero el Señor, cuando decía esas cosas, sabía que detrás de las riquezas está siempre el mal espíritu: el señor del mundo”. Por eso dijo una vez: “No se puede servir a dos señor: servir a Dios y servir a las riquezas”. También en el texto del Evangelio de hoy (Lc 21,1-4) hay un contraste entre los ricos que echaban sus ofrendas en el tesoro y una viuda pobre que echaba dos moneditas. Esos ricos son diferentes al rico Epulón: no son malos. Parece ser gente buena que va al Templo y hace la ofrenda. Se trata, pues, de un contraste diferente. El Señor quiere decirnos otra cosa cuando afirma que la viuda ha echado más que todos porque ha dado todo lo que tenía para vivir. La viuda, el huérfano y el inmigrante, el extranjero, eran los más pobres en la vida de Israel, tanto que cuando se quería hablar de los más pobres se hacía referencia a ellos. Esta mujer ha dado lo poco que tenía para vivir porque tenía confianza en Dios, era una mujer de las Bienaventuranzas, era muy generosa: da todo porque el Señor es más que todo. El mensaje de este Evangelio es una invitación a la generosidad. Ante las estadísticas de la pobreza en el mundo, los niños que mueren de hambre, porque no tienen qué comer, ni tienen medicinas…, tanta pobreza –que se ve todos los días en los telediarios y en los periódicos– es una buena actitud preguntarse: “¿Y cómo puedo resolver esto?”, que nace de la preocupación de hacer el bien. Y cuando una persona que tiene un poco de dinero, se pregunta si lo poco que hace sirve, sí sirve, como las dos moneditas de la viuda. Es una llamada a la generosidad. Y la generosidad es algo de todos los días, es algo que debemos pensar: ¿cómo puedo ser más generoso con los pobres, con los necesitados…, cómo puedo ayudar más? “Pero usted sabe, Padre, que apenas llegamos a fin de mes”. “¿Pero no te sobran algunas moneditas? Piensa: se puede ser generoso con esas”. Piensa. Las cosas pequeñas: hagamos, por ejemplo, un viaje a nuestra habitación, un viaje a nuestro armario. ¿Cuántos pares de zapatos tengo? Uno, dos, tres, cuatro, quince, veinte…, cada uno lo sabe. Quizá demasiados… ¡Conocí a un monseñor que tenía 40! Pues, si tienes tantos zapatos, da la mitad. ¿Cuántos vestidos que no uso o uso una vez al año? Es un modo de ser generoso, de dar lo que tenemos, de compartir. También conocí a una señora que cuando hacía la compra en el supermercado, siempre compraba para los pobres el diez por ciento de lo que gastaba: daba “el diezmo” a los pobres. Podemos hacer milagros con la generosidad. La generosidad de las cosas pequeñas, pocas cosas. Quizá no lo hacemos porque no se nos ocurre. El mensaje del Evangelio nos hace pensar: ¿cómo puedo ser yo más generoso? Un poco más, no mucho… “Es verdad, Padre, es así pero… no sé porqué pero siempre me da miedo”. Y hay otra enfermedad hoy contra la generosidad: el consumismo, que consiste en comprar siempre cosas. Cuando vivía en Buenos Aires, cada fin de semana había un programa de turismo de compras: se llenaba un avión el viernes por la tarde e iba a un país a casi diez horas de vuelo, y todo el sábado y parte del domingo lo pasaban comprando en los supermercados, y luego regresaban. Es una enfermedad grave. Yo no digo que todos los hagamos, no. Pero el consumismo, ese gastar más de lo que necesitamos, es una falta de austeridad: es un enemigo de la generosidad. Y la generosidad material –pensar en los pobres: “a este le puedo dar para que pueda comer, para que se vista”– esas cosas, tiene otra consecuencia: agranda el corazón y te lleva a la magnanimidad. Se trata, pues, de tener un corazón magnánimo donde todos caben. Esos ricos que daban dinero eran buenos; aquella viejecita era santa. En definitiva, debemos recorrer el camino de la generosidad, iniciando con una inspección en casa, o sea, pensando en qué no me sirve, y qué servirá a otro, por un poco de austeridad. Hay que rezar al Señor para que nos libere de ese mal tan peligroso que es el consumismo, que vuelve esclavos, una dependencia de gastar: es una enfermedad psiquiátrica. Pidamos esta gracia al Señor: la generosidad que nos ensanche el corazón y nos lleve a la magnanimidad.

HOMILIA Primer Domingo de ADVIENTO cC (02 de diciembre 2018)

Primer Domingo de ADVIENTO cC (02 de diciembre 2018) Primera: Jeremías 33, 14-16; Salmo: Sal 24, 4-5a 8-10. 14; Segunda: 1Tesalonicenses 3,12 - 4,2; Evangelio: Lucas 21, 25-28.34-36 Nexo entre las LECTURAS La venida del Señor está presente, como nexo, en los textos de la liturgia. Mediante esta expresión, VENIDA, la liturgia quiere mostrarnos el sentido cristiano del tiempo y de la historia. Vienen días, se nos dice en la primera lectura, en que haré brotar para David un Germen justo. Jesús, en el evangelio de san Lucas, dice que los hombres verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria. En la segunda lectura, san Pablo, exhorta a estar preparados para la Venida de nuestro Señor Jesucristo, con todos sus santos… es buenísimo darnos cuenta que la venida del Señor es una realidad actual cada día… EL QUE VIENE, ESTÁ VINIENDO Y VENDRÁ. Es bueno rezar con san José Gabriel Brochero, por lo que fueron, los vienen y los que vendrán para que estén en comunión con el Señor. Temas... Memoria y profecía. En estas dos palabras se sintetiza la concepción cristiana del tiempo. Cuando habla del tiempo, el cristiano piensa en el tiempo presente con sus vicisitudes y circunstancias. Es el presente del tiempo de Jeremías (año 587 a. de C.) en que Jerusalén yacía bajo el asedio de Nabucodonosor; es el presente de la comunidad cristiana de Tesalónica o de los destinatarios del evangelio según san Lucas. Desde ese presente se lanza la mirada hacia atrás y se hace memoria: la promesa de Dios a David acerca de un reino hereditario, que ahora corre peligro; la venida histórica de Jesucristo que con su pasión, muerte y resurrección ha inaugurado el fin del tiempo, del que los cristianos participamos ya en cierta manera. Los discípulos misioneros no somos del pasado. Desde el presente miramos hacia el futuro, ese futuro que está contenido en la profecía, en el libro sellado con siete sellos y que sólo el Cordero de pie (resurrección) y degollado (pasión y muerte) puede abrir y leer (cf Ap. 5). La profecía tiene que ver con la última venida de Jesucristo, con su venida triunfante, rodeado de todos los santos, para proclamar definitivamente la justicia y la salvación; una profecía que conmoverá los cimientos del orbe y hará surgir un mundo nuevo. En seguimiento y fidelidad vivimos entre la memoria y la profecía, entre la primera venida de Cristo y su futura venida al final de la historia. Navidad y Juicio final de salvación, son las dos columnas sobre las que edificamos virtuosamente cada día, con decisión y responsabilidad. La Última venida es la prolongación y coronamiento de la primera, de la Encarnación y del Misterio Pascual. Jesucristo, el que viene. ¿Quién es el que viene? Ante todo, es un Retoño, un Germen justo. Es decir, un descendiente del tronco de David, que practicará el derecho y la justicia (virtudes propias de un buen rey). En una lectura cristiana, ese Germen es Jesucristo que ha venido al mundo para traer la justicia de Dios, es decir, la salvación por medio del amor (primera lectura). El que viene es el Hijo del hombre, en una nube, con gran poder y gloria, participa del poder de Dios y de su gloria. El que viene en Navidad y el que vendrá en el juicio final es el Verbo encarnado en el seno de María (evangelio). El que viene es nuestro Señor Jesucristo vencedor de la muerte y del pecado (segunda lectura). Actitud del discípulo. El evangelio nos indica dos actitudes: estar en vela y orar. La vigilancia es muy oportuna para que cuando llegue el Verbo a nosotros en la carne de un Niño (el Niño Dios), sepamos aceptar y vivir el misterio. La oración más oportuna y necesaria todavía, porque sólo mediante la oración se abre a la mente y al corazón humano el misterio de las acciones de Dios. Por su parte, san Pablo señala a los tesalonicenses otras dos actitudes: Crecer y abundar en el amor de unos con otros, y en el amor para con todos; comportarse de modo que se agrade a Dios. ¿Qué mejor manera de prepararse a la venida del Amor sino mediante el crecimiento en el amor? Jesucristo en su vida terrena buscó hacer lo que es del agrado de su Padre, por eso, una manera estupenda de prepararse para la Navidad es buscando agradar a Dios en todo. Sugerencias... El sentido del tiempo. Él, Jesucristo, es el centro de la historia y de los corazones. La historia tiene en Él su punto de partida (Cristo es el alfa) y su punto de llegada (Cristo es la omega). El tiempo y la historia culminan en Él, alcanzan en Él su plenitud y sentido pleno. Con Cristo, el tiempo y la historia son un designio de Dios, una historia de salvación, un lugar en el cual forjar nuestra decisión en la libertad y responsabilidad. Para nosotros el tiempo no es una sucesión de segundos, minutos y horas (lo explicitaremos el 1ero de enero, en la solemnidad de María, Madre de Dios); no es una cadena de días meses y años; una sucesión y cadena sin rumbo, para nosotros, el tiempo, con sus siglos y milenios, es una historia dirigida y timoneada por Dios; para nosotros, el tiempo tiene un principio de unidad y armonía, de coherencia y cohesión, no en los imperios o en las ideologías, tan caducos como los mismos hombres, sino en Jesucristo, que es Ayer, Hoy y Siempre. Nuestra vida diaria forma parte del proyecto divino, es una incrustación dentro del gran mosaico de la historia de la salvación conducida por Dios. En el sentido del tiempo está incluido inseparablemente el sentido de mi tiempo, el de cada uno. ¿No da esta realidad de nuestra fe un gran valor a la vida de cada cristiano, a tu vida? Crecer y abundar en el amor. San Juan de la Cruz concluía una de sus poesías: "Que sólo en el amor es mi destino". La venida primera de Cristo en la Navidad es una venida de amor, y es igualmente venida de amor su retorno al final de los siglos, su parusía (Última venida). Entre el amor de Cristo que viene y que vendrá se intercala la vida humana que, como en una sinfonía, desarrollará el tema del amor con el que comienza y concluye la pieza musical. Crecer, resalta el aspecto dinámico del amor: crecer en el amor a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo; en el amor a María y a los santos. Crecer en el amor a la propia familia, a los parientes, a los amigos, a los desconocidos, a los necesitados, a los enfermos, a los pecadores... ¿Cómo? Discerniendo para conocer qué es lo que Dios te pide, que sin duda serán muchas cosas. Dios te llama a ser generoso en el amor, ese rasgo típico de la existencia cristiana. ¿Eres generoso en el amor o lo andas midiendo con el metro de tu egoísmo? Bienaventurados los generosos en el amor porque ellos tomarán parte en el cortejo al momento de la parusía de Jesucristo. Nuestra Señora del Adviento, ruega por nosotros. Área de archivos adjuntos

jueves, 22 de noviembre de 2018

HOMILIA Domingo 34. Solemnidad de nuestro Señor Jesucristo REY del UNIVERSO cB (25 de noviembre de 2018)

Domingo 34. Solemnidad de nuestro Señor Jesucristo REY del UNIVERSO cB (25 de noviembre de 2018) Primera: Daniel 7, 13-14; Salmo: Sal 92, 1-2. 5; Segunda: Apocalipsis 1, 5-8; Evangelio: Juan 18, 33b-37 Nexo entre las LECTURAS El tema dominante es la realeza de Jesucristo. Esta realeza está prefigurada en el texto del profeta Daniel: "Le dieron poder, honor y reino... su reino no será destruido" (primera lectura). En el evangelio la realeza de Jesús viene afirmada en términos categóricos: "Pilato le dijo: «¿Entonces Tú eres rey?» Jesús respondió: «Tú lo dices: Yo soy rey". La segunda lectura, tomada del Apocalipsis, confirma y canta la realeza de Jesús: "A él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén". Se afirma, además, que el Rey, "hizo de nosotros un Reino sacerdotal para Dios, su Padre". Temas... Sugerencias… El Reino de Dios es Dios reinando. Significa que la paz, la justicia y el amor reinan entre los seres humanos y en la naturaleza. El reino de Dios se muestra en las Parábolas y en las Bienaventuranzas y responde al proyecto de Dios para la humanidad. Él es Rey y lo que ha hecho es consolar, escuchar, perdonar, curar, liberar, acoger, tocar leprosos, dar de comer, ejercer su poder lavando los pies, devolver bien por mal, practicar la compasión y la misericordia, ofrecer alegría, esperanza y paz, anunciar que, por fin, se va a implantar la justicia; la protección; la ayuda para las personas en periferias, marginadas, oprimidas, indefensas. Aceptar a Jesús como rey en nuestro corazón es ofrecer al mundo este anuncio gozoso de vida nueva para todos. El reino de Jesús, reino de justicia, paz y servicio, debe crecer en medio de las personas y del mundo. Jesús no huyó del mundo ni invita a nadie a huir de él. "Mi reino no es de este mundo" no debe llevarnos a despreocuparnos y evadirnos. Estamos llamados a colaborar en la edificación del Reino que no se identifica con los poderes de este mundo y que tenemos que empezar a realizar en él. "Yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo". Para instaurar un reino de paz y fraternidad, de justicia y respeto por los derechos y la dignidad de todos. Reinado que no es sólo para el futuro, que está presente desde ahora. “Su dominio es eterno” (Dan 7, 14). Podríamos preguntarnos: ¿Quién es el rey de mi vida? ¿Qué reyes permito que me quiten mi libertad? ¿Quién o qué determina mi vida? ¿Hay muchos reyes, muchos dioses dispuestos a impedir que sea persona libre, consciente, solidaria, comprometida?... Pase lo que pase, tengo la gracia de poder elegir y decidir quién quiero que reine en mí. Testimonio y servicio. El poder crea dominación, uniformidad, produce despersonalización y sumisión. La fuerza del testimonio y el servicio no domina, ni se impone, ni castiga, ni condena, ni excomulga, sino que primerea, favorece la igualdad, libertad y unidad en la diversidad, facilita auténtica comunión. Escuchar a Jesús no es sólo oír, sino comprometerse con su Persona y su forma de actuar. Pone en nuestras manos la tarea de construir su Reino en el mundo y en la vida de los hombres y mujeres, transformándolo de acuerdo al deseo de Dios. No quedarse en la expresión creer en Dios… profundizar y llegar a CREERLE a Dios y PRACTICAR lo que nos manda… María Reina, ruega por nosotros

jueves, 15 de noviembre de 2018

HOMILIA DEL SANTO PADRE FRANCISCO DE HOY 15 DE NOVIEMBRE DE 2018

Jueves 15 de noviembre de 2018 Los fariseos preguntaron a Jesús: ¿Cuándo va a llegar el reino de Dios?. Él les contestó: El reino de Dios no viene aparatosamente, ni dirán: “está aquí” o “está allí”; porque mirad, el reino de Dios está en medio de vosotros. Este Evangelio (Lc 17,20-25) nos hace pensar en el reino de Dios y en la Iglesia. Y también nos hace pensar: ¿cómo crece la Iglesia? ¿Cómo va adelante la Iglesia, que representa el reino de Dios? La respuesta del Señor es clara: El reino de Dios está en medio de vosotros, pero no es un espectáculo. ¿Y cómo crece? El Señor lo explicó con la parábola del sembrador: el sembrador siembra y la semilla crece de día y de noche —Dios da el crecimiento— y luego se ven los frutos. Esto es importante: la Iglesia crece en silencio, a escondidas; es el estilo eclesial. ¿Y cómo se manifiesta en la Iglesia? Por los frutos de las buenas obras —para que la gente vea y glorifique al Padre que está en los cielos, dice Jesús—, y en la celebración —la alabanza y el sacrificio del Señor—, en la Eucaristía. Justo ahí se manifiesta la Iglesia: en la Eucaristía y en las buenas obras. Y cuando no se manifiestan las buenas obras —no son noticia, porque son las cosas feas las que son noticia—, ahí hay algo que no va. Y si no hay alabanza, cuando no hay renovación del sacrificio del Señor en la Eucaristía, algo no va: esa Iglesia no crece bien. Jesús dice luego a los discípulos: Vendrán días en que desearéis ver un solo día del Hijo del hombre, y no lo veréis. Es el tiempo de la normalidad de la Iglesia escondida, silenciosa, sin ruido: “Pues a mí me gustaría algo que se vea”. Entonces se os dirá: “está aquí” o “está allí”; no vayáis. El Señor nos ayuda a no caer en la tentación de la seducción: “Nos gustaría que la Iglesia se viese más; ¿qué podemos hacer para que se vea?”. Con esa actitud se suele caer en un Iglesia de actos incapaz de crecer en silencio. Y acaba en una sucesión de espectáculos. Sin embargo, la Iglesia crece por testimonio, por oración, por atracción del Espíritu que está dentro de esos actos, que ayudan: ¡uno, dos o tres, ayudan! El crecimiento propio de la Iglesia, el que da fruto, es en silencio, con las buenas obras y la celebración de la Pascua del Señor, la alabanza a Dios. El mismo Jesús fue tentado por la seducción del espectáculo: “Pero, ¿por qué tanto tiempo para hacer la redención? Haz un buen milagro. Tírate del templo y todos verán y creerán en ti”. Pero el Señor no eligió esa vía, escogió la vía de la predicación, de la oración, de las buenas obras que hacía, de la cruz, del sufrimiento. Sí, la cruz y el sufrimiento, porque la Iglesia crece también con la sangre de los mártires, hombres y mujeres que dan la vida. Hoy hay tantos. ¡Curioso: no son noticia! El mundo esconde este hecho. El espíritu del mundo no tolera el martirio, lo esconde. Es más, muchas veces dice: “¿pero porqué? Eso es exagerado, no, no, no es así, se pueden hacer las cosas negociando”. Ese es el espíritu del mundo. Que cada uno se pregunte: ¿cómo crece dentro de mí el reino de Dios? ¿Cómo crece dentro de mí mi pertenencia a la Iglesia? ¿Como el Señor nos enseña o mundanamente? ¿Cómo rezo yo? ¿A escondidas, en mi interior, o me dejo ver en la oración? ¿Cómo siervo a los demás? ¿Cómo estoy a disposición de los demás con las obras de caridad? ¿Silenciosamente, casi a escondidas, o hago sonar la trompeta como los fariseos? Pidamos al Señor que nos haga entender esto y que también nosotros podamos crecer en la Iglesia así. Almudi.org -

martes, 13 de noviembre de 2018

HOMILIA Domingo Trigésimotercero del TIEMPO ORDINARIO cB (18 de noviembre de 2018)

Domingo Trigésimotercero del TIEMPO ORDINARIO cB (18 de noviembre de 2018) Primera: Daniel 12, 1-3; Salmo: Sal 15, 5. 8-11; Segunda: Hebreos 10, 11-14; Evangelio: Marcos 13, 24-32 Nexo entre las LECTURAS Llegando al fin del ciclo litúrgico B la Iglesia nos presenta e invita a vivir en ESPERANZA… meditando acerca de la precariedad del tiempo que pasa y la firmeza del Reino definitivo (Cielo). Daniel, mirando esperanzadamente hacia el futuro, profetizará: "Entonces se salvará tu pueblo, todos los inscritos en el libro". En el discurso escatológico Jesús ve el cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento: "El Hijo del hombre... reunirá de los cuatro vientos a los elegidos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo" (evangelio). El autor de la carta a los Hebreos contempla a Cristo sentado a la derecha de Dios, esperando hasta que sus enemigos sean puestos como escabel de sus pies (segunda lectura). Temas... Anunciadores del misterio. Ni los profetas ni los evangelistas fueron reporteros de su tiempo, mucho menos del fin de los tiempos, ellos anuncian el señorío de Dios y la caducidad de las creaturas. Mediante un lenguaje, llamado apocalíptico, marcadamente simbólico, ayudan, a oyentes y lectores, a prepararse para el encuentro definitivo. Es necesario, entonces, estar atentos para no confundir lenguaje y mensaje. Por el lenguaje el fin del mundo es visto como una conflagración universal aterradora, una especie de terremoto cósmico que conmueve el universo entero y lo destruye por completo, un cataclismo imponente cuyo fuego incandescente devora abrasador toda la materia. En ese lenguaje hay un mensaje sobrenatural: El mundo no es eterno. La historia tendrá un fin. La manera de escribir, propia de una época, no debe distraernos (ni angustiarnos) y hacernos perder el mensaje de la revelación de Dios que es cierto e irrevocable: "El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán". Su amor misericordioso y designio universal de salvación triunfará. No está al alcance de nuestro humano conocimiento ni es manipulable para satisfacción de nuestra curiosidad el día ni la hora. Es de irrupción imprevisible, aparición repentina, y nos convoca a estar atentos en actitud virtuosa amando y sirviendo como Él lo hizo. El fin… Para el evangelista Marcos la destrucción de Jerusalén y del templo sirve de símbolo para referirse al fin de los tiempos, de la historia. Igualmente, la imagen de la higuera desde que florece en primavera hasta que maduran los higos sirve para señalar el tiempo intermedio entre la responsabilidad del día a día y el final de la historia. La Liturgia revela la condición del hombre y del mundo, una condición limitada, imperfecta, precaria, que remite necesariamente a otra realidad superior donde esta condición recibe perfección y plenitud. De esta manera, el final de la vida equivale en cierto modo al final del tiempo para cada ser humano; y el final del tiempo, en alguna manera, está prefigurado en el final de la vida. Con la muerte, podemos decir, llega a cada hombre el final de su tiempo en espera del final de todos los tiempos. Ambos finales se viven a la luz resplandeciente de la esperanza cristiana, por eso no es el final… es un paso. Sugerencias... Esperanza y esperanzas. El hombre vive en esperanza… el niño espera hacerse grande, alguno espera tener un bien u otro, el estudiante espera aprobar los exámenes, los recién casados esperan tener un hijo, el desocupado espera encontrar un trabajo, el encarcelado espera dejar cuanto antes la cárcel… Esperanzas, esperanzas, esperanzas… ciertas y a la vez pequeñas… esperanzas de cosas que se perderán. Esperanzas unidas a bienes que no tenemos y que deseamos. Esperanzas que nos remiten a la Esperanza, con mayúscula… que nos remonta desde las cosas de cada día hasta Dios, nuestro Señor. “Hechos para Dios no hallaremos descanso sino en Dios” dice san Agustín y por eso, esperar ‘cosas’ no nos satisface. La Esperanza como virtud teologal no es fruto de nuestro esfuerzo ni de nuestros ardientes deseos, sino gracia y don del Espíritu… virtud teologal que tiene por anhelo al mismo Dios y la unión definitiva y plena con Él. Es ésta la Esperanza que nos da plenitud y la realización de nuestro ser personal desde Dios, en Dios y con Dios. Jesucristo es el Salvador. Como el destino final de cada hombre está envuelto en un misterio absoluto, el texto del evangelio de hoy infunde un gran consuelo y una extraordinaria confianza en el poder y en la misericordia de Dios. Porque hemos de saber que no sólo estamos en espera sino que somos esperados, primeramente por Dios, también por la santísima Virgen María, por los santos, por nuestros familiares, por todos quienes amaron y sirvieron hasta el fin. Para eso Cristo, nuestro sumo Sacerdote, murió en una cruz y ahora, entronizado junto a su Padre, nos espera para darnos el abrazo de la comunión definitiva y perfecta. Nos lo dará si nos dejamos santificar por Él, es decir, si permitimos que haga fructificar los frutos de su redención en nosotros. María, Madre de misericordia, después de este destierro, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre.

viernes, 9 de noviembre de 2018

EL PAPA NOS DEJA SU REFLEXION DEL 8 DE NOVIEMBRE 2018

Homilía del Papa Francisco en Santa Marta Jueves 8 de noviembre de 2018 Testimonio, murmuración y pregunta son las tres palabras que vemos en el Evangelio de hoy (Lc 15,1-10), que empieza precisamente con el testimonio de Jesús: «solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo: “Ese acoge a los pecadores y come con ellos». Lo primero es el testimonio de Jesús: algo nuevo para aquel tiempo, porque ir a los pecadores te hacía impuro, como tocar a un leproso. Por eso, los doctores de la ley se alejaban. El testimonio, a lo largo de la historia, nunca ha sido algo cómodo, ni para los testigos –que tantas veces pagan con el martirio– ni para los poderosos. Dar testimonio es romper una costumbre, un modo de ser… Romper a mejor, cambiarla. Por eso la Iglesia va adelante para dar testimonio. Lo que atrae es el testimonio, no son las palabras que sí, ayudan, pero el testimonio es lo que atrae y hace crecer la Iglesia. Y Jesús da testimonio. Es algo nuevo, aunque no tan nuevo porque la misericordia de Dios ya estaba en el Antiguo Testamento. Pero ellos nunca entendieron –los doctores de la ley– qué significaba: “Misericordia quiero y no sacrificio”. Lo leían, pero no comprendía qué era la misericordia. Y Jesús, con su modo de obrar, proclama esa misericordia con el testimonio. Sí, el testimonio siempre rompe una costumbre pero también te pone en riesgo. De hecho, el testimonio de Jesús provoca la murmuración. Los fariseos, los escribas, los doctores de la ley decían: “Este acoge a los pecadores y come con ellos”. No decían: “Mira, este hombre parece bueno porque intenta convertir a los pecadores”. Una actitud que consiste en hacer siempre un comentario negativo para destruir el testimonio. Este pecado de murmuración es diario, en lo pequeño y en lo grande, pues en la propia vida nos encontramos murmurando porque no nos gusta esto o aquello, y en vez de dialogar o intentar resolver una situación conflictiva, murmuramos a escondidas, siempre en voz baja, porque no hay valor para hablar claro. Así pasa también en las pequeñas sociedades, como la parroquia. ¿Cuánto se murmura en las parroquias? Con tantas cosas… Cuando hay un testimonio que a mí no me gusta o una persona que no me gusta, enseguida se desata la murmuración. ¿Y en la diócesis? Las luchas internas de las diócesis: eso lo sabéis. Y también en política. Y eso es feo. Cuando un gobierno no es honesto intenta ensuciar a los adversarios con la murmuración, ya sea difamación o calumnia. Y los que conocéis bien los gobiernos dictatoriales, porque los habéis vivido, ¿qué hace un gobierno dictatorial? Se adueña primero de los medios de comunicación con una ley y, desde allí, comienza a murmurar, a desacreditar a todos los que para el gobierno son un peligro. La murmuración es nuestro pan de cada día, tanto a nivel personal, familiar, parroquial, diocesano, social… Se trata de una escapatoria para no ver la realidad, para no permitir que la gente piense. Jesús lo sabe, pero es bueno y, en vez de condenarlos por la murmuración, hace una pregunta. Usa el mismo método que ellos, es decir, el de hacer preguntas. Ellos lo hacen para poner a prueba a Jesús, con mala intención, para hacerlo caer: por ejemplo con preguntas sobre los impuestos al imperio o el repudio a la mujer. Jesús usa el mismo método, pero veremos la diferencia. Jesús les dice: «¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas y pierde una, no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra?». Y lo normal sería que lo entendieran, pero no, hacen el cálculo: “tengo 99, si se pierde una, empieza a anochecer, es oscuro… Déjala y en el balance irá a ganancias y pérdidas y salvamos a estas”. Esa es la lógica farisaica. Esa es la lógica de los doctores de la ley. “¿Quién de vosotros?”, y ellos eligen lo contrario que Jesús. Por eso no van a hablar con los pecadores, no van a los publicanos, no van porque –piensan– “mejor no ensuciarse con esa gente, es un riesgo. Conservemos a los nuestros”. Jesús es inteligente al hacerles la pregunta: entra en su casuística, pero los deja en una posición diversa respecto a la correcta. “¿Quién de vosotros?”. Y nadie dice: “Sí, es verdad”, sino que todos: “No, no yo no lo haría”. Y por eso son incapaces de perdonar, de ser misericordiosos, de recibir. En resumen, las tres palabras: el testimonio, que es provocador, que hace crecer la Iglesia; la murmuración, que es como un guardia en mi interior para que el testimonio no me hiera; y la pregunta de Jesús. Y añadiría una cuarta palabra: la alegría, la fiesta, que esa gente no conoce: todos los que siguen la senda de los doctores de la ley no conocen la alegría del Evangelio. Que el Señor nos haga entender esta lógica del Evangelio contraria a la lógica del mundo. Almudi.org

martes, 6 de noviembre de 2018

HOMILIA Domingo Trigésimosegundo del TIEMPO ORDINARIO cB (11 de noviembre de 2018)

Domingo Trigésimosegundo del TIEMPO ORDINARIO cB (11 de noviembre de 2018) Primera: 1Reyes 17, 10-16; Salmo: Sal 145, 7. 8-9a. 9b y 8d y 10; Segunda: Hebreos 9, 24-28; Evangelio: Marcos 12, 38-44 Nexo entre las LECTURAS Una actitud de generosidad disponible y confiada reúne los textos del actual Domingo del tiempo ordinario. La generosidad es la actitud de la viuda de Sarepta, que no duda en dar una hogaza a Elías a costa de su propio último sustento (primera lectura). También es la actitud de la viuda, observada únicamente por Jesús, que deposita todo su haber en el ‘cepillo’ del templo, por más que fuera una nimiedad (evangelio). Es sobre todo la actitud de Jesús que se entrega hasta la muerte, de una vez para siempre, como víctima de rescate y salvación (segunda lectura). Temas... Generosidad. En la liturgia de hoy las mujeres juegan un papel predominante y positivo. Además se trata de mujeres viudas, con toda la precariedad que ese término traía consigo en los tiempos remotos del profeta Elías (siglo IX a. C.) y de Jesús. No pocas veces la viudez iba unida a la pobreza, e incluso a la mendicidad. Sin embargo, los textos sagrados no presentan estas dos buenas viudas como ejemplo de pobreza, sino como ejemplo de generosidad. En los tres años de sequedad que cayó sobre toda la región, a la viuda de Sarepta le quedaba un poco de harina y unas gotas de aceite, para hacer una hogaza con que alimentarse ella y su hijo, y luego morir. En esa situación, ya humanamente dramática, Elías le pide algo inexplicable, heroico: que le dé esa hogaza que estaba a punto de meter en el horno. La mujer accede. Hay una especie de ‘sentido de lo sobrenatural’ que la mueve a obrar así. Es el don de la generosidad que Dios concede a los que poco o nada tienen. No piensa en su situación; piensa sólo en obedecer la voz de Dios que le llega por medio del profeta. Una mujer ejemplo. Siendo como era pobre y necesitada, no tenía ninguna obligación de dar limosna para el culto del templo o para la acción social y benéfica que los sacerdotes realizaban en nombre de Dios con las ayudas recibidas. Su gesto brilla con luz nueva y esplendorosa, precisamente porque se sitúa más allá de la obligación, en el plano de la generosidad amorosa para con Dios. El contraste entre la actitud de la viuda y la de los ricos que echaban mucho, pero de las sobras de sus riquezas, ennoblece y hace resaltar más la generosidad de la mujer. La fuente de toda generosidad. La generosidad de las dos viudas mana de la generosidad misma de Dios, que se nos manifiesta en Cristo Jesús. Generosidad de Jesús que se ofrece de una vez para siempre en sacrificio de redención por todos los hombres: nada ni nadie queda excluido de esa generosidad. Generosidad de Jesús que, como sumo sacerdote, entra glorioso en los cielos para continuar desde allí su obra sacerdotal en favor nuestro: continúa en el cielo su intercesión generosa y eterna por los hombres. Generosidad de Jesús que vendrá, al final de los tiempos, sin relación con el pecado, es decir, como salvador que ha destruido el pecado y ha instaurado la nueva vida. En su existencia terrena Jesús era muy consciente de que no había venido al mundo para condenar sino para salvar. En su parusía o última venida, mantiene la misma finalidad de Salvador misericordioso, recordemos el trato con el ladrón que pide el Reino y el trato con la Virgen y las relaciones familiares nuevas con la Iglesia en la persona de san Juan. Y es la generosidad de los santos, especialmente los mártires. Sugerencias... La generosidad del corazón. No pocas veces los hombres nos llenamos de admiración cuando escuchamos o sabemos que alguien ha hecho un gesto de gran generosidad... esto es muy bueno… y que haya muchos generosos, que están dispuestos a vaciar su bolsillo para que otros seres humanos reciban educación o puedan ser atendidos dignamente en un hospital, en las cosas de todos los días. Sin disminuir la importancia de la cantidad, queremos subrayar que -según el evangelio- más que la cantidad vale la ‘caridad’. Es decir, si esos bienes los ha dado con caridad y en acto de servicio haciendo una verdadera renuncia y conversión de vida (Zaqueo). Cuando la generosidad afecta al bolsillo y al corazón, es auténtica. Por eso, quien da poco, pero es todo lo que puede dar, y lo da con toda el alma, ése es generoso, y su generosidad a los ojos de Dios ‘vale igual’ de la de aquel que posee muchos bienes y se ha desprendido de ellos. Si tienes mucho o poco, da conforme a lo que te pide Dios y a lo que esperas recibir de Él. Generoso, ¿hasta dónde? En este asunto, no hay leyes matemáticas. El principio fundamental está claro: da, sé generoso. Como Él nos dio, demos nosotros. Qué dar, hasta dónde llegar en la generosidad, no admite una sola y única respuesta. Lo importante es que ninguno de nosotros diga: "hasta aquí". No es posible poner límites al Espíritu de Dios. Nos examinemos y preguntemos: ¿Estoy dando todo lo que puedo? ¿Estoy dando todo lo que el Espíritu Santo me pide que dé? ¿Estoy dando como debo dar: desprendidamente, generosamente, sin buscar compensaciones? Los discípulos-misioneros, hoy, debemos ser como los cristianos de Macedonia, de los que habla Pablo en su segunda carta a los corintios, "su extrema pobreza ha desbordado en tesoros de generosidad. Porque atestiguo que según sus posibilidades, y aun sobre sus posibilidades, espontáneamente nos pedían con muchas insistencia la gracia de participar en este servicio en bien de los santos" (8, 2-4). Consideremos la generosidad una gracia de Dios, y pidámosla con sencillez de corazón, pero también con insistencia. Que Dios no la negará a quien se la pida de verdad. Son muchos los que tienen necesidad y se beneficiarán de nuestra generosidad. María, Madre generosa en la entrega, ayúdanos a confiar y a decir siempre SI.

jueves, 1 de noviembre de 2018

HOMILIA Conmemoración de todos los DIFUNTOS, viernes (02 de noviembre de 2018)

Conmemoración de todos los DIFUNTOS, viernes (02 de noviembre de 2018) La liturgia de la Palabra de este día tiene varias opciones Nexo entre las LECTURAS. Temas... Sugerencias... 1. Ayer la Iglesia peregrina en la tierra celebraba la gloria de la Iglesia celestial invocando la intercesión de los Santos y hoy se reúne en oración para hacer sufragios por sus hijos que, «ya difuntos, se purifican» (LG 49). Mientras dure el tiempo, la Iglesia constará de tres estados: los bienaventurados que gozan ya de la visión de Dios, los difuntos necesitados de purificación todavía no admitidos a ella, y los «viadores» que soportamos las pruebas de la vida presente. Entre unos y otros hay una separación profunda, que, no obstante, no impide su unión espiritual, «pues todos los que son de Cristo... constituyen una misma Iglesia y mutuamente se unen en Él. La unión de los «viadores» con los hermanos que se durmieron en la paz de Cristo, de ninguna manera se interrumpe, antes bien... se robustece con la comunicación de bienes espirituales» (ib). ¿Qué bienes son estos? Los santos interceden por los hermanos que combaten aquí abajo y los estimulan con su ejemplo; y éstos oran para apresurar la gloria eterna a los hermanos difuntos que aguardan ser introducidos en ella. Es la comunión de los santos en acción: santos del cielo, del purgatorio o de la tierra, pero todos santos, aunque en grado muy diferente, por la gracia de Cristo que los vivifica y en la que todos están unidos. A la luz de esta consoladora realidad, la muerte no aparece más como la destrucción del hombre, sino como tránsito y a un nacimiento a la Vida verdadera, la Vida eterna. «Sabemos -escribe San Pablo que si esta tienda, que es nuestra habitación terrestre, se desmorona, tenemos una casa que es de Dios, una habitación eterna... que está en los cielos» (2 Cr 5, 1; 2a lectura, 2a Misa). Viadores en la tierra, difuntos en el purgatorio y bienaventurados en el cielo, estamos todos en camino hacia la resurrección final, que nos hará plenamente participantes del misterio pascual de Cristo. Y mientras lo somos en parte, oremos unos por otros y, sobre todo, ofrezcamos sufragios por nuestros muertos, porque «es una idea piadosa y santa rezar por los difuntos para que sean liberados del pecado» (2 Mac 12, 46; 1a lectura, 3a Misa). 2. La Liturgia del día pone el acento sobre la fe y la esperanza en la Vida eterna, sólidamente fundadas en la Revelación. Es significativo el trozo del libro de la Sabiduría (1a lectura, 1a Misa: Sb 3, 1-6. 9): «Las almas de los justos están en las manos de Dios y no les alcanzará tormento alguno. Creyeron los insensatos que habían muerto: tuvieron por quebranto su salida de este mundo, y su partida de entre nosotros por completa destrucción, pero ellos están en la paz» (ib 1-3). Para quien ha creído en Dios y le ha servido, la muerte no es un salto en la nada, sino en los brazos de Dios: es el encuentro personal con Él, para «permanecer junto a Él en el amor» (ib 9) y en la alegría de su amistad. El cristiano ‘auténtico’ no teme, por eso, la muerte, antes, considerando que mientras vivimos aquí abajo «vivimos lejos del Señor», repite con San Pablo: «Preferimos salir de este cuerpo para vivir con el Señor» (2 Cr 5, 6.8; 2a lectura, 2a Misa), No se trata de exaltar la muerte, sino de verla como realmente es en el plan de Dios: el natalicio para la Vida eterna. Esta visión serena y optimista de la muerte se basa sobre la fe en Cristo y sobre la pertenencia a Él: «ésta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda a ninguno de los que él me ha dado, sino que los resucite el último día» (Jn 6, 39; Evangelio, 2a Misa). Todos los hombres han sido dados a Cristo, y Él los ha pagado al precio de su sangre. Si aceptan su pertenencia a Él y la viven con la fe y con las obras según el Evangelio, pueden estar seguros de que serán contados entre los «suyos» y, como a tales, nadie podrá arrancarlos de su mano, ni siquiera la muerte. «Ya vivamos, ya muramos, del Señor somos» (Rm 14, 8; 2a lectura, 1a Misa). Somos del Señor porque nos ha redimido e incorporado a sí, porque vivimos en Él y para Él mediante la gracia y el amor; si somos suyos en vida, lo continuaremos siendo en la muerte. Cristo, Señor de nuestra vida, vendrá a ser el Señor de nuestra muerte, que Él absorberá en la suya transformándola en vida eterna. Así se verifica para los creyentes la plegaria sacerdotal de Jesús: «Padre, quiero que donde yo esté, estén también conmigo los que tú me has dado, para que contemplen mi gloria» (Jn 17, 24; Evangelio, 3a Misa). A esta oración de Cristo corresponde la de la Iglesia, que implora esa gracia para todos sus hijos difuntos: «Concede, Señor, que nuestros hermanos difuntos entren en la gloria con tu Hijo, el cual nos une a todos en el gran misterio de tu amor» (Sobre las ofrendas, 1a Misa). Nuestra Señora del Carmen, ruega por nosotros.

HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

  VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024) Primera : Isaías 52,13 – 53,12;  Salmo : Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25;  Segunda :...