lunes, 26 de octubre de 2020

HOMILIA TODOS LOS SANTOS, solemnidad. Domingo (01 de noviembre de 2020)

TODOS LOS SANTOS, solemnidad. Domingo (01 de noviembre de 2020) Primera: Apocalipsis 7, 2-4.9-14; Salmo: Sal 23, 1-6; Segunda: 1Juan 3, 1-3; Evangelio: Mateo 5, 1-12a Nexo entre las LECTURAS… La antífona de entrada es quien nos sugiere el nexo y el tema y las sugerencias: «Alegrémonos todos en el Señor al celebrar este día de fiesta en honor de todos los Santos. Los ángeles se alegran de esta solemnidad y alaban al unisono al Hijo de Dios» (Entrada). Temas… Una muchedumbre que nadie podría contar. Lo primero que atrae nuestra atención en este día es la contundente manifestación del bien. Estamos acostumbrados a que el mal haga espectáculo. El mal es notorio y llega a volverse notable, y nuestra mente quizá ha llegado a acostumbrarse a eso. La primera lectura cambia este hábito de nuestra mente: "una muchedumbre que nadie podría contar" (Ap 7,9). Después de todo, el bien también existe; está entre nosotros, aunque, por ahora, permanece de modo casi invisible. En esa muchedumbre el vidente del Apocalipsis encuentra gentes de toda raza, lengua, pueblo y nación. Otra imagen que nos sorprende. Tal vez estamos acostumbrados a pensar la salvación en términos de élites y de exclusiones: los del hemisferio Norte tienen un nivel de vida, y los del Sur, otro; los ricos gozan lo que no pueden disfrutar los pobres; los educados y los incultos, los sanos y los enfermos. Siempre parece que la salvación y la felicidad son para un grupo cerrado que deja excluido al resto. La alegría del Apocalipsis es distinta… la exclusión ha sido excluida. La muchedumbre de la tierra se une a la muchedumbre del cielo. Pensábamos que luchábamos solos, que sufríamos solos, que no teníamos más compañía que nuestras propias ideas y recursos. De repente, el velo se corre y vemos que estamos y que siempre estuvimos acompañados. Millares de ángeles se gozan en el mismo Dios nuestro, y nuestro gozo es su mismo gozo. Los que han buscado al Señor. Con el salmista y de respuesta hemos dado un nombre a esa hermosa muchedumbre: "los que buscan al Señor". La santidad es presencia de Dios, y por eso es primero búsqueda de Dios. Podemos decir que un santo es aquel que ha sido consecuente y perseverante en su búsqueda de Dios. Pecar es dejar de buscar; el gran pecado es "estacionarse", sentarse al borde del camino y dejar de buscar. Esto significa que nuestras faltas y caídas de cada día no deben desesperarnos, porque precisamente lo único grave, lo único irreparable es la desesperación. Es ella la que pretende estacionarnos y detenernos. Pedro traicionó a Jesús; Judas traicionó a Jesús. Sin embargo, Pedro no se estacionó, no se quedó en su pecado. Si miramos a la muchedumbre de la Liturgia de hoy, la muchedumbre de los santos que han "buscado al Señor", otra enseñanza nos queda clara: los caminos de la búsqueda son múltiples. La caridad, la penitencia, la predicación, el martirio, la oración escondida, la denuncia profética... ¡cuántos caminos diversos tienen sin embargo un mismo destino: la bienaventuranza! Esto quiere decir que cada uno -y cada una- de nosotros puede y debe buscar y encontrar su camino, sin dejar de buscar y encontrar al único que es Camino, es decir, Jesucristo. Las bienaventuranzas de Cristo: brújula de santidad para los cristianos. El Evangelio nos ofrece la brújula, la carta de navegación hacia la santidad como Dios la quiere en nuestras vidas. Santidad no es lo que nosotros imaginemos sino lo que Dios nos enseña. Jesús es el Santo de Dios y en su vida y su palabra está la santidad que Dios ha pensado para nuestras vidas. Las bienaventuranzas de Cristo son realidades que se viven en esta tierra y que preparan la bienaventuranza más allá de esta tierra. No podemos separar la existencia terrena de la vida más allá de este mundo. Quien rechaza las bienaventuranzas ¿podrá aspirar a la bienaventuranza? Quien no acoge a Cristo como Maestro de felicidad en este mundo, ¿podrá gozar de la felicidad que él anuncia más allá de este mundo? Esta bienaventuranza celestial se anticipa en el banquete eucarístico. El Cristo que comulgamos hoy es el mismo Cristo que nos recibirá en la gloria; el mismo que se dará como alimento dulcísimo en el cielo, para regocijo de ángeles y hombres. Aprender a comulgar es un ejercicio de cielo. Una Misa bien vivida es una escuela de alegría, de alabanza y sobre todo de gratitud. Sugerencias… (cfr.: Papa Francisco) Es muy bella la visión del Cielo que hemos escuchado en la primera lectura: el Señor Dios, la belleza, la bondad, la verdad, la ternura, el amor pleno. Nos espera todo esto. Quienes nos precedieron y están muertos en el Señor ¡están allí! Ellos proclaman que fueron salvados no por sus obras —también hicieron obras buenas— sino que fueron salvados por el Señor: «La victoria es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero» (Ap 7, 10). Es Él quien nos salva, es Él quien al final de nuestra vida nos lleva de la mano, precisamente a ese Cielo donde están nuestros antepasados. Uno de los ancianos hace una pregunta: «Estos que están vestidos con vestiduras blancas, ¿quiénes son y de dónde han venido?» (v. 13). ¿Quiénes son estos justos, estos santos que están en el Cielo? La respuesta: «Estos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero» (v. 14). En el Cielo podemos entrar sólo gracias a la sangre del Cordero, gracias a la sangre de Cristo. Es precisamente la sangre de Cristo la que nos justificó, nos abrió las puertas del Cielo. Y si hoy recordamos a estos hermanos y hermanas nuestros que nos precedieron en la vida y están en el Cielo, es porque ellos fueron lavados por la sangre de Cristo. Esta es nuestra esperanza: la esperanza de la sangre de Cristo. Una esperanza que no defrauda. Si caminamos en la vida con el Señor, Él no decepciona jamás. Hemos escuchado en la segunda Lectura lo que el apóstol Juan decía a sus discípulos: «Miren qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce... Somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando Él se manifieste, seremos semejantes a Él, porque lo veremos tal cual es» (1 Jn 3, 1-2). Ver a Dios, ser semejantes a Dios: ésta es nuestra esperanza. Y hoy, precisamente, en el día de los santos, y antes del día de los muertos, es necesario pensar un poco en la esperanza: esta esperanza que nos acompaña en la vida. Los primeros cristianos pintaban la esperanza con un ancla, como si la vida fuese el ancla lanzada a la orilla del Cielo y todos nosotros en camino hacia esa orilla, agarrados a la cuerda del ancla. Es una hermosa imagen de la esperanza: tener el corazón anclado allí donde están nuestros antepasados, donde están los santos, donde la bienaventurada Virgen María, donde está Jesús, donde está Dios. Esta es la esperanza que no decepciona; hoy y mañana son días de esperanza. La esperanza es un poco como la levadura, que ensancha el alma; hay momentos difíciles en la vida, pero con la esperanza el alma sigue adelante y mira a lo que nos espera. Hoy es un día de esperanza. Nuestros hermanos y hermanas están en la presencia de Dios y también nosotros estaremos allí, por pura gracia del Señor, si caminamos por la senda de Jesús. Concluye el apóstol Juan: «Todo el que tiene esta esperanza en Él se purifica a sí mismo» (v.3). También la esperanza nos purifica, nos aligera; esta purificación en la esperanza en Jesucristo nos hace ir de prisa, con prontitud. En este pre-atarceder de hoy, cada uno de nosotros puede pensar en el ocaso de su vida: «¿Cómo será mi ocaso?». Todos nosotros tendremos un ocaso, todos. ¿Lo miro con esperanza? ¿Lo miro con la alegría de ser acogido por el Señor? Esto es un pensamiento cristiano, que nos da paz. Hoy es un día de alegría, pero de una alegría serena, tranquila, de la alegría de la paz. Pensemos en el ocaso de tantos hermanos y hermanas que nos precedieron, pensemos en nuestro ocaso, ¿cuándo llegará?. Y pensemos en nuestro corazón y preguntémonos: «¿Dónde está anclado mi corazón?». Si no estuviese bien anclado, anclémoslo allá, en esa orilla, sabiendo que la esperanza no defrauda porque el Señor Jesús no decepciona. ¡Feliz día!

HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

  VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024) Primera : Isaías 52,13 – 53,12;  Salmo : Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25;  Segunda :...