martes, 29 de marzo de 2022

HOMILIA Quinto Domingo de CUARESMA cC (3 de abril 2022) P.ANGEL

 Quinto Domingo de CUARESMA cC (3 de abril 2022)

PrimeraIsaías 43, 16-21; Salmo: Sal 125, 1-6; Segunda: Filipenses 3, 8-14; Evangelio: Juan 8, 1-11

Nexo entre las LECTURAS… Temas… (cfr.: Benedicto XVI)

La palabra de Dios que acabamos de escuchar, y que resuena con singular elocuencia en nuestro corazón durante este tiempo cuaresmal, nos recuerda que nuestra peregrinación terrena está llena de dificultades y pruebas, como el camino del pueblo elegido a lo largo del desierto antes de llegar a la tierra prometida. Pero, como asegura Isaías en la primera lectura, la intervención divina puede facilitarlo, transformando el desierto en un país confortable y rico en aguas (cf. Is 43, 19-20).

El salmo responsorial se hace eco del profeta:  a la vez que recuerda la alegría del regreso del exilio babilónico, invoca al Señor para que intervenga en favor de los «cautivos», que al ir van llorando, pero vuelven llenos de júbilo, porque Dios está presente y, como en el pasado, hará también en el futuro «grandes hazañas en favor nuestro».

Esta misma confianza, esta esperanza en que después de tiempos difíciles el Señor manifieste siempre su presencia y su amor, debe animar a toda comunidad cristiana a la que su Señor ha dotado de abundantes provisiones espirituales para atravesar el desierto de este mundo y transformarlo en un vergel florido. Estas provisiones son (1) la escucha dócil de su Palabra, (2) los sacramentos y todos los demás recursos espirituales de la liturgia y de (3) la oración personal. En definitiva, la verdadera provisión es su amor. El amor que impulsó a Jesús a inmolarse por nosotros nos transforma y nos capacita para seguirlo fielmente.

En la línea de lo que la liturgia nos propuso el Domingo pasado, la página evangélica de hoy nos ayuda a comprender que sólo el amor de Dios puede cambiar desde dentro la existencia del hombre y, en consecuencia, de toda sociedad, porque sólo su amor infinito lo libra del pecado, que es la raíz de todo mal. Si es verdad que Dios es justicia, no hay que olvidar que es, sobre todo, amor:  si odia el pecado, es porque ama infinitamente a toda persona humana. Nos ama a cada uno de nosotros, y su fidelidad es tan profunda que no se desanima ni siquiera ante nuestro rechazo. Hoy, en particular, Jesús nos invita a la conversión interior:  nos explica por qué perdona, y nos enseña a hacer que el perdón recibido y dado a los hermanos sea el «pan nuestro de cada día».

El pasaje evangélico narra el episodio de la mujer adúltera en dos escenas sugestivas:  en la primera, asistimos a una disputa entre Jesús, los escribas y fariseos acerca de una mujer sorprendida en flagrante adulterio y, según la prescripción contenida en el libro del Levítico (cf. Lv 20, 10), condenada a la lapidación. En la segunda escena se desarrolla un breve y conmovedor diálogo entre Jesús y la pecadora. Los despiadados acusadores de la mujer, citando la ley de Moisés, provocan a Jesús —lo llaman «maestro» (Didáskale)—, preguntándole si está bien lapidarla. Conocen su misericordia y su amor a los pecadores, y sienten curiosidad por ver cómo resolverá este caso que, según la ley mosaica, no dejaba lugar a dudas.

Pero Jesús se pone inmediatamente de parte de la mujer; en primer lugar, escribiendo en la tierra palabras misteriosas, que el evangelista no revela, pero queda impresionado por ellas; y después, pronunciando la frase que se ha hecho famosa: «Aquel de ustedes que esté sin pecado (usa el término anamártetos, que en el Nuevo Testamento solamente aparece aquí), que arroje la primera piedra» (Jn 8, 7) y comience la lapidación. San Agustín, comentando el evangelio de san Juan, observa que «el Señor, en su respuesta, respeta la Ley y no renuncia a su mansedumbre». Y añade que con sus palabras obliga a los acusadores a entrar en su interior y, mirándose a sí mismos, a descubrir que también ellos son pecadores. Por lo cual, «golpeados por estas palabras como por una flecha gruesa como una viga, se fueron uno tras otro» (In Io. Ev. tract. 33, 5).

Así pues, uno tras otro, los acusadores que habían querido provocar a Jesús se van, «comenzando por los más viejos». Cuando todos se marcharon, el divino Maestro se quedó solo con la mujer. El comentario de san Agustín es conciso y eficaz: «relicti sunt duo:  misera et misericordia», «quedaron sólo ellos dos:  la miserable y la misericordia» (ib.).

Sugerencias...

- Detengámonos a contemplar esta escena, donde se encuentran frente a frente la miseria del hombre y la misericordia divina, una mujer acusada de un gran pecado y Aquel que, aun sin tener pecado, cargó con nuestros pecados, con los pecados del mundo entero. Él, que se había puesto a escribir en la tierra, alza ahora los ojos y encuentra los de la mujer. No pide explicaciones. No es irónico cuando le pregunta: «Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?» (Jn 8, 10). Y su respuesta es conmovedora: «Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más» (Jn 8, 11). San Agustín, en su comentario, observa: «El Señor condena el pecado, no al pecador. En efecto, si hubiera tolerado el pecado, habría dicho: «Tampoco yo te condeno; vete y vive como quieras… Por grandes que sean tus pecados, yo te libraré de todo castigo y de todo sufrimiento». Pero no dijo eso» (In Io. Ev. tract. 33, 6). Dice: «Vete y no peques más».

- La palabra de Dios que hemos escuchado nos ofrece indicaciones concretas para nuestra vida. Jesús no entabla con sus interlocutores una discusión teórica sobre el pasaje de la ley de Moisés:  no le interesa ganar una disputa académica a propósito de una interpretación de la ley mosaica; su objetivo es salvar un alma y revelar que la salvación sólo se encuentra en el amor de Dios. Para esto vino a la tierra, por esto morirá en la cruz y el Padre lo resucitará al tercer día. Jesús vino para decirnos que quiere que todos vayamos al paraíso, y que el infierno, del que se habla poco en nuestro tiempo, existe y es eterno para los que cierran el corazón a su amor.

- En este episodio comprendemos que nuestro verdadero enemigo es el apego al pecado, que puede llevarnos al fracaso de nuestra existencia. Jesús despide a la mujer adúltera con esta consigna: «Vete, y en adelante no peques más». Le concede el perdón, para que «en adelante» no peque más. En un episodio análogo, el de la pecadora arrepentida, que encontramos en el evangelio de san Lucas (cf. Lc 7, 36-50), acoge y dice «vete en paz» a una mujer que se había arrepentido. Aquí, en cambio, la adúltera recibe simplemente el perdón de modo incondicional. En ambos casos —el de la pecadora arrepentida y el de la adúltera— el mensaje es único. En un caso se subraya que no hay perdón sin arrepentimiento, sin deseo del perdón, sin apertura de corazón al perdón. Aquí se pone de relieve que sólo el perdón divino y su amor recibido con corazón abierto y sincero nos dan la fuerza para resistir al mal y «no pecar más», para dejarnos conquistar por el amor de Dios, que se convierte en nuestra fuerza. De este modo, la actitud de Jesús se transforma en un modelo a seguir por toda comunidad, llamada a hacer del amor y del perdón el corazón palpitante de su vida.

- En el camino cuaresmal que estamos recorriendo y que se acerca rápidamente a su fin, nos debe acompañar la certeza de que (a) Dios no nos abandona jamás y que (b)su amor es manantial de alegría y de paz; es la fuerza que nos impulsa poderosamente por el camino de la santidad y, si es necesario, también hasta el martirio.

- Que, por su intercesión, el Señor os conceda encontraros cada vez más profundamente con Cristo y seguirlo con dócil fidelidad, para que, como sucedió al apóstol san Pablo, también nosotros podamos proclamar con sinceridad: «Juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo» (Flp 3, 8).

Que el ejemplo y la intercesión de los santos sean, para todos, un estímulo constante a seguir el sendero del Evangelio sin titubeos y sin componendas. Que nos obtenga esta generosa fidelidad la Virgen María, a quien contemplamos en el misterio de la Anunciación y a la que somos encomendados siempre con san José.

domingo, 20 de marzo de 2022

HOMILIA Cuarto Domingo de CUARESMA cC (27 de marzo 2022) P. ANGEL


 Cuarto Domingo de CUARESMA cC (27 de marzo 2022)

PrimeraJosué 5, 9.10-12; Salmo: Sal 33, 2-7; Segunda: 2Cor 5, 17-21; Evangelio: Lucas 15, 1-3.11-32

Nexo entre las LECTURAS

"Déjense reconciliar con Dios", he aquí una clave de lectura de los textos litúrgicos de este Domingo de cuaresma. En la primera lectura Dios se reconcilia con su pueblo, concediéndole entrar en la tierra prometida, después de cuarenta años de vagar sin rumbo por el desierto. En la parábola evangélica el padre se reconcilia con el hijo menor, y, aunque no parece tan claramente, también con el hijo mayor. Finalmente, en la segunda lectura, san Pablo nos enseña que Dios nos ha reconciliado consigo mismo por medio de Cristo y nos ha confiado el ministerio de la reconciliación. El Salmo 33 es un canto de acción de gracias. Son muchos los beneficios que, con el salmista, hemos recibido del Señor y nos vemos en la necesidad de agradecérselos. En tantos momentos, especialmente en las pruebas de la vida, hemos visto la mano bondadosa de Dios, su fidelidad, su solicitud, por eso expresamos, toda nuestra gratitud a Dios providente.

Temas...

Deja el pecado, porque Él no te va a dejar. "Conviértete", esta fue la voz que escuchamos el primer día de cuaresma, cuando recibimos la ceniza sobre nuestra cabeza, como señal de la humildad que es propia de este tiempo litúrgico. Pues bien, el evangelio de hoy es quizá la más bella pintura de ese proceso de la conversión: el hijo más pequeño de este padre amoroso finalmente dejó el pecado y volvió a casa. Cuanto más meditamos en cada detalle y aspecto de esta parábola, más vemos que la propia vida queda retratada ante nuestros ojos.

Uno que acoge a los pecadores. Todo empezó con las críticas de los fariseos: "Este anda con pecadores..." Ellos hablaban así como un modo ácido de descalificar a Jesús y a su ministerio. Podríamos traducir su murmuración con estas palabras: "¿Cómo podría este hombre ser un verdadero profeta, y no hablemos del Mesías? ¡Mira nada más con quiénes le gusta andar!" La parábola del hijo pródigo y del padre compasivo es una gran respuesta a estas críticas, como si Cristo les estuviera diciendo: "¿Y es que Dios podría ser de otro modo? ¿Esperarías menos de Dios?"

Descubriendo nuestros límites y la verdad de lo que somos. El hijo menor pidió su parte en la herencia, es decir, pidió su herencia, con lo cual estaba tratando a su papá como si hubiera muerto. Impaciente, como suele suceder en la juventud, este hijo no quería perder un solo día de entretenimiento y disfrute. Como consecuencia, prefirió los bienes del papá al papá. Es un retrato detestable pero realista del pecado: cada vez que pecamos, en efecto, estamos escogiendo a las creaturas y rechazando al Creador.

Este joven poco a poco fue llevado a reconocer sus límites, ya no como algo impuesto desde fuera, como por ejemplo, por las reglas de la casa paterna, sino como algo que existe en la medida en que nosotros mismo existimos. Él aprendió que tenemos una naturaleza y que existen límites naturales, en el sentido de que no podemos producir una reserva infinita de dinero o de placer sólo con desearlo. Esta es la primera conversión y la más fundamental de todas: no somos Dios, y si jugamos a ser Dios terminamos destruyéndonos a nosotros mismos y seguramente destruyendo también a la gente alrededor.

Una vez que descubrimos nuestros límites podemos tomar uno de dos caminos: rebelión, ira y desesperación, por un lado; humildad, contrición y conversión por el otro. Felizmente, el muchacho de la parábola tomó este segundo camino, el de la vuelta a casa, y encontró los brazos abiertos de su padre amoroso, una imagen llena de ternura que describe bien cómo Dios misericordioso está aguardando por cada uno de nosotros.

¿Y el Hermano Mayor? Debemos decir una palabra sobre el hermano mayor. Sabemos que representa ante todo la actitud recelosa y agria de los fariseos. Sin embargo, ahí no acaba todo. Es bien posible que represente también algo de nosotros y nuestros egoísmos y desconfianzas, de nuestros celos y mezquindades. Podemos preguntarnos, en realidad, si nosotros celebramos la misericordia de Dios cuando llega a las vidas de los demás, sobre todo si esos "demás" son nuestros ‘enemigos’, ‘rivales’ o ‘gente extraña’.

Mientras conservamos, pues, delante de nuestros ojos, la imagen preciosa del Dios que perdona y se compadece, pidámosle que nos dé de su Espíritu Santo para amar como Él ama. Sea ese el fruto de esta cuaresma.

Sugerencias... (somos Iglesia servidora y misericordiosa… sinodal y no poderosa)

El largo camino de la reconciliación. Reconciliarse es hermoso, pero puede llegar a ser duro y difícil, arduo. Pide un cambio, y como todo cambio en la vida exige romper esquemas y modelos hechos, dejar caminos usados, abrir nuevas brechas, cultivar (pastoralmente) nuevos campos. En definitiva, salir de nuestra dulce comodidad y rutina, y lanzarnos a vivir día tras día en la ruta nueva que Dios nos va trazando, ruta de donación y amor desinteresados dice el Papa… salir a la periferia… hacer lío. Reconciliarse con Dios, reconciliarse con los demás, implica estar dispuesto a mirar el pasado con ojos de arrepentimiento y a dejarlo sin miramientos, por más que nos siga siendo atractivo. Para reconciliarse de verdad con Dios y con nuestros hermanos, hay que acudir al sacramento de la reconciliación, recibir el perdón de Dios y... ¡santas pascuas! Y esto es el nuevo comienzo... y sigue el trabajo diario y constante por arrancar del alma las causas profundas, a veces muy ocultas, del distanciamiento, de la desavenencia y de la lejanía de Dios, y cualquier signo de ellos en nuestra conducta. Ahora viene la labor tenaz por conquistar nuestro corazón y nuestra vida para el amor, la concordia, la avenencia y la armonía filiales para con Dios y fraternas para con los hombres. Todo hombre, si es sincero consigo mismo, se da cuenta de que está necesitado, en un mayor o menor grado, de reconciliación. Reconcíliate tú primero, y luego ayuda a los demás a conseguir una auténtica reconciliación.

Una Iglesia reconciliada y reconciliadora. El Papa nos ha enseñado con su ejemplo a no tener ningún reparo en pedir perdón. La Iglesia es santa, pero sus hijos somos pecadores. Y los pecados de los hijos dejan huella en el rostro de la Iglesia. Por eso, el sacerdote, en nombre de la Iglesia y como representante suya, cada día en la Santa Misa la reconcilia con Dios. Por otra parte, la Iglesia, en cuanto comunidad de los que creen en Cristo Señor, es muy consciente de las divisiones y de los contrastes, de las diferencias y desarmonías doctrinales y prácticas que bullen en su seno. Se han dado algunos pasos en el camino de la reconciliación. Quedan muchos todavía. Hay que seguir avanzando en la reconciliación entre diversas comunidades eclesiales, entre los miembros de una misma comunidad eclesial, entre diversas órdenes, congregaciones o institutos religiosos, entre diversas diócesis... Sólo una Iglesia reconciliada verticalmente con Dios y horizontalmente con sus hermanos en la fe, podrá ser fermento de reconciliación en la sociedad. ¿Vives reconciliado con Dios? ¿Es tu parroquia una parroquia internamente reconciliada? ¿Eres agente de reconciliación en tu familia y en el ambiente de trabajo?

De la Iglesia para la Iglesia. P. Angel 

lunes, 14 de marzo de 2022

PADRE ANGEL HOMILIA DEL TERCER DOMINGO DE CUARESMA (20 DE ABRIL DE 2022)

 

Tercer Domingo de CUARESMA cC (20 de marzo 2022)

Primera: Éxodo 3, 1-8.13-15; Salmo: Sal 102, 1-4. 6-8. 11; Segunda: 1Corintios 10, 1-6.10-12; Evangelio: Lucas 13, 1-9

Nexo entre las LECTURAS

Nos parece que el nexo está en la paciencia de Dios que nos conmueve. Frente al pecado y al pecador (evangelio) existe una paciencia misericordiosa de Dios y nos lleva a poner manos a la obra para empezar desde hoy mismo nuestra conversión. Es lo que parece más importante en el relato de Lucas: la paciente misericordia del Señor. La primera lectura confirma esta impresión. La teofanía en forma de fuego y el diálogo entre el Señor así presente y Moisés subraya esta inmensa piedad del Dios de Israel: "He visto la opresión de mi pueblo en Egipto..., me he fijado en sus sufrimientos. Voy a bajar a liberarlos..." He ahí toda la lección de Éxodo 3,1... 15. El salmo 102, tomado como canto responsorial, canta la ternura y el amor de este Dios: "El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia...". La carta de Pablo a los Corintios (1 Co. 10,1... 12) se inscribe en la misma línea. Se trata en ella de la ruta del desierto y de la diversa suerte de los que caminan. Todos atravesaron el mar Rojo, fueron unidos a Moisés como por un bautismo en la nube y en el mar, todos comieron el mismo alimento espiritual. Pablo nos invita a estar atentos y mantenernos en pie.

Temas... Sugerencias...

El Señor está con nosotros, HOY, COMO CUALQUIER DOMINGO, hemos venido a celebrar la Misa. Quizá con más o menos ganas. Como cada Domingo hemos escuchado la lectura de la Escritura. Quizá con más o menos atención. Renovaremos los signos que Jesús nos dejó como memorial de su entrega. Y bastantes (ojalá fueran cada vez más) participaremos en su alimento de vida. En síntesis: nosotros venimos con más o menos ganas, hacemos mejor o peor ciertos actos. Pero no celebramos nuestras ganas o nuestros actos. Tal vez, este fin de semana con mas angustias por la guerra, por los salarios que no alcanzan, por lo caro que están los alimentos, por muchas cosas… también porque no acabamos de convertirnos y ser santos como nos pide Dios. Lo más importante aquí no somos nosotros SINO LA PRESENCIA ACTIVA DE DIOS entre nosotros. Es esta presencia la que celebramos. De ahí que iniciemos nuestra reunión con aquellas palabras que a menudo repetimos: "El Señor esté con ustedes". Como expresión de nuestra fe: "El Señor ESTA con nosotros". Nosotros podemos venir más o menos animados y podemos celebrar “mejor o peor”; pero el Señor no falta nunca a la cita, Él está siempre presente y activo en nuestra reunión. Nosotros somos siempre -más o menos- pecadores; pero Dios es siempre –del todo– nuestro Salvador.

El nombre de nuestro Dios. Hace siglos, muchos siglos, cuando el pueblo judío buscaba qué era, quién era su Dios, halló UNA RESPUESTA QUE CONTINUA VIGENTE para nosotros. A veces los hombres (y quizá especialmente los cristianos) nos imaginamos que sabemos muchas cosas de Dios. Pero a menudo olvidamos lo más importante: aquello que halló el pueblo judío, el nombre con el que se reveló Dios. MOISÉS -dice el libro sagrado-, antes de iniciar su hazaña de liberador del pueblo esclavizado, quiere saber quién es aquél que guiará su obra. La respuesta que Dios da -según el libro sagrado- es muy significativa. Dice: YO SOY EL QUE ESTARÉ CON USTEDES, el que está con ustedes: yo soy el que es en ustedes, el que interviene, el que salva. De eso hace miles de años. Pero nuestro Dios sigue siendo el mismo, tiene EL MISMO NOMBRE: No es un Señor escondido allí arriba en el cielo, juez imperturbable, tranquilo en su serena eternidad... nuestro Dios es el que está con nosotros, el que es presente y activo en nuestra vida. Si no creemos en este Dios que "está con nosotros" –como rezamos y celebramos en cada Misa–, no creemos en el Dios que nos reveló Jesucristo. Porque eso es lo que nos revela Jesucristo de DIOS: que SE INJERTA en nuestra vida -aunque sea una vida de pecadores- para INJERTARNOS en su vida de amor total.

El Dios impotente: Sin embargo, todo esto es sólo UN ASPECTO. Hay otro: este mismo Dios presente y activo en nuestro camino, es un Dios ‘impotente’. Quiero decir que SU ACCIÓN NECESITA DE NUESTRA RESPUESTA. Sin ella nada puede. Es lo que hemos escuchado en el evangelio. Si nosotros no nos abrimos a esta acción de Dios (si no nos CONVERTIMOS), Dios es impotente. El fruto que Él espera, si no lo damos nosotros, Él no puede forzar. Si nos encerramos en nuestro pecado, Él nada puede hacer.

Por eso el evangelio nos presenta simultáneamente –y no podemos olvidar uno u otro aspecto– la IMPACIENCIA de Dios y su PACIENCIA. O, con otras palabras, su exigencia y su esperanza. Dios quiere que demos fruto, que su amor fructifique en nosotros, y no se contenta con respuestas hipócritas. Pero, al mismo tiempo, Dios nunca pierde la esperanza, confía siempre que nos abriremos a su llamada y así daremos fruto de vida. Dios espera que confiemos más en su amor y que no nos atormentemos con nuestro pecado y lo dirá solemnemente en la Vigilia Pascual del sábado 16 de abril de 2022.

Una respuesta insuficiente. También fijémonos aún en lo que nos ha recordado san Pablo: hay una posible respuesta insuficiente, hipócrita. Es la respuesta superficial, que NO LLEGA AL CORAZÓN de nuestra vida. No basta decir: "Soy cristiano, tengo fe, estoy bautizado, cumplo, comulgo, no robo ni mato, no soy como éste o aquél..." (Como tampoco para muchos judíos fue suficiente pasar el mar Rojo, comer el maná, creerse el pueblo de Dios...). Jesucristo lo dice con claridad: "Si no se convierten, todos acabarán de la misma manera". No tengamos miedo hoy –en este Domingo de Cuaresma– de mirar qué exige de cada uno de nosotros esta llamada a la conversión. Convertirse ES NO QUEDARSE ESTÉRIL, seco y muerto, Es LIBERARNOS del mal que hay en nosotros PARA ABRIRNOS a la vida de Dios. Del Dios que nos espera en el camino cotidiano de cada uno. Si participamos en la eucaristía es PARA DAR FRUTO. Fruto según la palabra de Dios: fruto de amor, de lucha por la justicia, de fe en la verdad, de aprender a vivir como hijos del Padre que es bueno. Repasar los mandamientos y las obras de misericordia… y empezar CON DETERMINACIÓN a practicarlas… leer diariamente la Biblia, al menos los Evangelios, las cartas de San Pablo… rezar el Rosario, el Vía Crucis, practicar la oración – el ayuno – la limosna…

 

martes, 1 de marzo de 2022

Homilia MIÉRCOLES DE CENIZA (02 de marzo de 2022)

MIÉRCOLES DE CENIZA (02 de marzo de 2022)

PrimeraJoel 2, 12-18; Salmo: Sal 50, 3-6a. 12-14. 17; Segunda: 2Corintios 5, 20 – 6,2; Evangelio: Mateo 6, 1-6.16-18

Hoy empezamos un camino que durará noventa días. La Cuaresma y la Pascua las vivimos en un único y dinámico movimiento, desde hoy hasta el 5 de junio, Pentecostés:  Cristo Jesús nos quiere comunicar, en este año 2022, su vida nueva de Resucitado.

Nexo entre las LECTURAS. Temas... (cfr. Benedicto XVI)

Comenzamos el camino cuaresmal: un camino que dura cuarenta días y que nos lleva a la alegría de la Pascua del Señor. En este itinerario espiritual no estamos solos, porque la Iglesia nos acompaña y nos sostiene desde el principio con la Palabra de Dios, que encierra un programa de vida espiritual y de compromiso penitencial, y con la gracia de los Sacramentos.

Las palabras del Apóstol san Pablo nos dan una consigna precisa: "Los exhortamos a que no reciban en vano la gracia de Dios... Miren ahora el momento favorable; miren ahora el día de salvación" (2 Co 6, 1-2). De hecho, en la visión cristiana de la vida habría que decir que cada momento es favorable y cada día es día de salvación, pero la liturgia de la Iglesia refiere estas palabras de un modo totalmente especial al tiempo de Cuaresma. Que los cuarenta días de preparación de la Pascua son tiempo favorable y de gracia lo podemos entender precisamente en la llamada que el austero rito de la imposición de la ceniza nos dirige y que se expresa, en la liturgia, con dos fórmulas: "Conviértanse y crean en el Evangelio", "Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás".

- La primera exhortación es a la conversión, una palabra que hay que considerar en su extraordinaria seriedad, dándonos cuenta de la sorprendente novedad que implica. En efecto, la llamada a la conversión revela y denuncia la fácil superficialidad que con frecuencia caracteriza nuestra vida. Convertirse significa cambiar de dirección en el camino de la vida: pero no con un pequeño ajuste, sino con un verdadero cambio de sentido. Conversión es ir contracorriente, donde la "corriente" es el estilo de vida superficial, incoherente e ilusorio que a menudo nos arrastra, nos domina y nos hace esclavos del mal, o en cualquier caso prisioneros de la mediocridad moral. Con la conversión, en cambio, aspiramos a la medida alta de la vida cristiana, nos adherimos al Evangelio vivo y personal, que es Jesucristo. La meta final y el sentido profundo de la conversión es su persona, Él es la senda por la que todos están llamados a caminar en la vida, dejándose iluminar por su luz y sostener por su fuerza que mueve nuestros pasos. De este modo la conversión manifiesta su rostro más espléndido y fascinante: no es una simple decisión moral, que rectifica nuestra conducta de vida, sino una elección de fe, que nos implica totalmente en la comunión íntima con la persona viva y concreta de Jesús. Convertirse y creer en el Evangelio no son dos cosas distintas o de alguna manera sólo conectadas entre sí, sino que expresan la misma realidad. La conversión es el "sí" total de quien entrega su existencia al Evangelio, respondiendo libremente a Cristo, que antes se ha ofrecido al hombre como camino, verdad y vida, como el único que lo libera y lo salva. Este es precisamente el sentido de las primeras palabras con las que, según el evangelista san Marcos, Jesús inicia la predicación del "Evangelio de Dios": "El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios está cerca; conviértanse y crean en el Evangelio" (Mc 1, 15).

- El " conviértanse y crean en el Evangelio" no está sólo al inicio de la vida cristiana, sino que acompaña todos sus pasos, sigue renovándose y se difunde ramificándose en todas sus expresiones. Cada día es momento favorable y de gracia, porque cada día nos impulsa a entregarnos a Jesús, a confiar en Él, a permanecer en Él, a compartir su estilo de vida, a aprender de Él el amor verdadero, a seguirlo en el cumplimiento diario de la voluntad del Padre, la única gran ley de vida. Cada día, incluso cuando no faltan las dificultades y las fatigas, los cansancios y las caídas, incluso cuando tenemos la tentación de abandonar el camino del seguimiento de Cristo y de encerrarnos en nosotros mismos, en nuestro egoísmo, sin darnos cuenta de la necesidad que tenemos de abrirnos al amor de Dios en Cristo, para vivir la misma lógica de justicia y de amor. "Hace falta humildad para aceptar tener necesidad de Otro que me libere de lo "mío", para darme gratuitamente lo "suyo". Esto sucede especialmente en los sacramentos de la Penitencia y la Eucaristía. Gracias al amor de Cristo, nosotros podemos entrar en la justicia "mayor", que es la del amor (cf. Rm 13, 8-10), la justicia de quien en cualquier caso se siente siempre más deudor que acreedor, porque ha recibido más de lo que se pueda esperar".

- El momento favorable y de gracia de la Cuaresma también nos muestra su significado espiritual mediante la antigua fórmula: "Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás", que el sacerdote pronuncia cuando impone sobre nuestra cabeza un poco de ceniza. Nos remite así a los comienzos de la historia humana, cuando el Señor dijo a Adán después de la culpa original: "Con el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas al suelo, pues de él fuiste tomado; porque eres polvo y al polvo volverás" (Gn 3, 19). Aquí la Palabra de Dios nos recuerda nuestra fragilidad, más aún, nuestra muerte, que es su forma extrema. Frente al miedo innato del fin, y más aún en el contexto de una cultura que de muchas maneras tiende a censurar la realidad y la experiencia humana de la muerte, la liturgia cuaresmal, por un lado, nos recuerda la muerte invitándonos al realismo y a la sabiduría; pero, por otro, nos impulsa sobre todo a captar y a vivir la novedad inesperada que la fe cristiana irradia en la realidad de la muerte misma.

El hombre es polvo y al polvo volverá, pero a los ojos de Dios es polvo precioso, porque Dios ha creado al hombre destinándolo a la inmortalidad. Así la fórmula litúrgica "Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás" encuentra la plenitud de su significado en referencia al nuevo Adán, Cristo. También Jesús, el Señor, quiso compartir libremente con todo hombre la situación de fragilidad, especialmente mediante su muerte en la cruz; pero precisamente esta muerte, colmada de su amor al Padre y a la humanidad, fue el camino para la gloriosa resurrección, mediante la cual Cristo se convirtió en fuente de una gracia donada a quienes creen en Él y de este modo participan de la misma vida divina. Esta vida que no tendrá fin comienza ya en la fase terrena de nuestra existencia, pero alcanzará su plenitud después de "la resurrección de la carne". El pequeño gesto de la imposición de la ceniza nos desvela la singular riqueza de su significado: es una invitación a recorrer el tiempo cuaresmal como una inmersión más consciente e intensa en el misterio pascual de Cristo, en su muerte y resurrección, mediante la participación en la Eucaristía y en la vida de caridad, que nace de la Eucaristía y encuentra en ella su cumplimiento. Con la imposición de la ceniza renovamos nuestro compromiso de seguir a Jesús, de dejarnos transformar por su misterio pascual, para vencer el mal y hacer el bien, para hacer que muera nuestro "hombre viejo" vinculado al pecado y hacer que nazca el "hombre nuevo" transformado por la gracia de Dios.

- Invoquemos con particular confianza la protección y la ayuda de la Virgen María. Que ella, la primera creyente en Cristo, nos acompañe en estos cuarenta días de intensa oración y de sincera penitencia, para llegar a celebrar, purificados y completamente renovados en la mente y en el espíritu, el gran misterio de la Pascua de su Hijo.

¡Feliz Cuaresma a todos!

Sugerencias...

Desde hoy, se debe notar que vivimos la primera parte de este "tiempo fuerte", la Cuaresma, acompañando a Cristo en su camino a la Cruz y a la Pascua. El ambiente nos lo tiene que recordar: el color morado de los vestidos, la ausencia de flores y el silencio del Gloria, del aleluya y de los instrumentos musicales. La plegaria eucarística podría ser hoy la primera de Reconciliación.  El gesto simbólico específico es hoy la imposición de la ceniza, después de la celebración de la Palabra. Un gesto bíblico que puede resultar expresivo si se hace bien. La ceniza es polvo, símbolo de la caducidad humana, una invitación a la humildad y la conversión. El sacerdote también se impone la ceniza (o se la impone otro): también él empieza el camino pascual con la conversión.

Se podría hacer un doble gesto simbólico: el sacerdote impone la ceniza diciendo a cada uno: "Acuérdate que eres polvo...". Y luego los fieles pasan a que otra persona les ofrezca a besar el Leccionario (o lo toquen con la mano y se santigüen), mientras les dice las otras palabras del Misal: "Conviértete y cree en el Evangelio" (mejor en singular). Resulta más expresivo de la doble dimensión de la Cuaresma.

Hoy, tanto las lecturas como las oraciones y cantos, nos proponen con insistencia un programa de conversión pascual: "conviértete y cree en el evangelio", "que nos mantengamos en espíritu de conversión" (colecta), "conviértete a mí de todo corazón" (Joel), “misericordia, Señor, hemos pecado" (salmo), "déjense reconciliar con Dios" (Pablo).

Clásicamente, las "prácticas cuaresmales" se han formulado según el triple programa que hoy nos ofrece Jesús en el evangelio: la limosna, la oración y el ayuno. La limosna es la apertura a los demás; La oración es la apertura a Dios; El ayuno es la renuncia a tantas cosas superfluas a que nos invita la sociedad de consumo en la que vivimos.

Las tres direcciones resumen toda nuestra existencia: cara a nosotros mismos: nos controlamos más; cara a Dios: nos abrimos a Él y le tenemos más en cuenta en nuestro programa de vida; cara a los demás: nos comprometemos más en la caridad fraterna. Cada uno debería pensar en qué aspectos concretos de las tres direcciones necesita mejorar en la Cuaresma–Pascua de este año 2022.

María, Madre de misericordia, ¡ruega por nosotros!

HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

  VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024) Primera : Isaías 52,13 – 53,12;  Salmo : Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25;  Segunda :...