domingo, 12 de abril de 2020

HOMILIA II DOMINGO DE PASCUA o DOMINGO DE LA DIVINA MISERICORDIA cA (19 de abril 2020)

II DOMINGO DE PASCUA o DOMINGO DE LA DIVINA MISERICORDIA cA (19 de abril 2020) Primera: Hechos 4, 42-47; Salmo: Sal 117, 2-4. 13-15. 22-24; Segunda: 1 Pedro 1, 3-9; Evangelio: Juan 20, 19-31 Nexo entre las LECTURAS Esta Liturgia nos presenta sobre todo la misericordia de Dios y respuesta del hombre ante tan gran misterio: la fe gozosa. El apóstol Tomás es tal vez un paradigma de todo hombre: pasó de la incredulidad a la fe en Cristo resucitado, de la búsqueda de evidencias a la confesión gozosa y emocionada (evangelio). La comunidad de Jerusalén proclama su fe en la resurrección, cuando se reúne los Domingos para escuchar la predicación de los apóstoles, y celebrar en comunión fraterna la fracción del pan, signo del misterio de la muerte y resurrección de Jesucristo (primera lectura). Las palabras de Pedro resuenan todavía frescas a nuestros oídos: "Sin verlo creen en él, y se alegran con un gozo inefable y radiante, seguros de alcanzar el término de esa fe, que es la salvación" (segunda lectura). El centro es que Cristo vive y es el Señor Glorioso. Es Él quien se hace presente a su comunidad y la anima: "Y se llenaron de alegría al ver al Señor" (evangelio). Nos dice san Juan en el Apocalipsis: "No temas: yo soy el que vive, estaba muerto, y ya ves, vivo...". Esa es la raíz de toda la fe, esperanza y dinamismo de la comunidad cristiana… Cristo sigue vivo, sigue presente a su comunidad, guiándola y animándola por su Espíritu, como lo hizo con la primera y lo hará hasta la victoria final. Temas... Rasgos de la Comunidad Pascual… muchos de estos se notan entre nosotros en día de cuarentena Mostremos al mundo que creemos en el Resucitado y que nos dejamos mover por el Espíritu Santo que nos impulsa. Recordemos con fe que la comunidad, es fruto de la Pascua del Señor. a) Es una comunidad de creyentes, que se reúnen por la fe en Cristo: "hombres y mujeres que se adhieren al Señor" (Hechos), los que creen que Jesús es el Mesías y el Hijo de Dios y en su nombre tienen vida, los que le siguen porque Él es el "primero y el último", el Señor de la historia. Y HOY creemos y lo seguimos. b) Es una comunidad misionera y que crece. Jesús les ha dado la misión de ser sus testigos: "yo los envío", y les infunde su Espíritu para que les ayude (evangelio). Y en efecto en los Hechos vemos que cumple el encargo: "crecía el número de los creyentes". No es una comunidad cerrada, sino abierta y dinámica. ¡Qué bueno que lo sigamos notando! El Señor sigue impulsando a tantos mártires y en estos días especialmente en torno a la TORMENTA del COVID-19 que se desató. Y, como Iglesia, con la fuerza de DIOS seguimos amando y sirviendo a todos, especialmente a los mas necesitados de cosas y de su misericordia. c) Es una comunidad fraterna y servidora, que continúa haciendo lo mismo que había hecho su Maestro: el bien. Practica la fraternidad y cura a los enfermos (Hechos). Esos son sus mejores carismas y signos. Practicamos la caridad en casa y en las calles… con todos, muy singularmente con los ancianos y enfermos. d) Esta comunidad sabe lo que es el sufrimiento en el camino de la vida. Es una generación que "no ha visto a Jesús" y por ello tiene doble mérito en su fe (evangelio). Una comunidad desterrada en medio de un mundo hostil e indiferente, "en la tribulación" (dice el Apocalipsis). Pero supera desde la fe y la esperanza las dificultades. ¡GRACIAS! Señor… pues en el sufrimiento renovamos la entrega gozosa de nuestra vida. e) Se reúne cada Domingo para celebrar su fe y su encuentro con el Resucitado. La primera aparición del Señor es "el primer día de la semana", y la siguiente "a los ocho días", o sea, siempre en el día que los judíos llamaban "primero después del sábado", pero como fue el día en el que resucitó Jesús, pronto se llamó "el día del Señor" (Apocalipsis), en latín "dominicus dies", Domingo. La "comunidad del Señor" se reúne en "el día del Señor" para celebrar "la cena del Señor": siempre centrada en Cristo, y por eso viva y esperanzada. Y desde CRISTO vivimos para gloria de Dios y bien de todos, todos los días de la semana… f) Es una comunidad sacramental: no sólo por la Eucaristía, en la que es alimentada progresivamente en su encuentro con Jesús -Palabra y Alimento de Vida- sino además porque en la perspectiva de la Pascua entran el Bautismo, la Confirmación del Espíritu, y también el perdón del sacramento de la Reconciliación: "reciban el Espíritu Santo: a quienes les perdonen los pecados les quedan perdonados" (evangelio). Esto se nota peculiarmente ahora (2020) en que muchísimos piden los SACRAMENTOS y estamos a la espera de celebrarlos con todos muy pronto… Rezamos y nos alentamos a vivir con alegría nuestra vida pascual. Según la “asamblea”, podemos insistir en un rasgo más que en otro, pero todos deberíamos considerar este Domingo como el día en que el Señor nos llama a dar un lindo paso como Iglesia, pobre y misericordiosa, para gloria de Dios y salvación de todos. Recordemos con alegría y con fe que el protagonista de la nueva vida pascual es Cristo y su Espíritu, no nosotros en primer lugar. Es Él quien nos quiere comunicar su Pascua, la Pascua, sobre todo a partir de nuestra Eucaristía dominical. También recordemos que su don pascual es una urgencia de compromiso y de apertura por parte nuestra, para que nuestro testimonio en el mundo sea creíble y "crezca el número de los creyentes". Sugerencias... La experiencia gozosa y dinámica de la primera comunidad en la Pascua debería verse, hoy de un modo especial, como prototipo de la nuestra cada Domingo y todos los días... de hecho se refleja en el gozo de vivir esta cuarentena en las manos de Dios y con mucha obediencia… alguno quedándonos en casa… otros sirviendo desde distintos lugares de servicio comunitario. El primer día de la semana, y todos los días… y de nuevo el día octavo, o sea, el Domingo, la comunidad apostólica experimentó la presencia de su Señor, en éste último, con Tomás por el anuncio gozoso de los otros, y "se llenaron de alegría". El Señor les dio su Espíritu, les envió como el Padre le había enviado a Él, les dio el encargo de la reconciliación ("a quienes perdonen los pecados..."). El tono de la homilía, pascual y positivo, podría hoy apuntar claramente a la realidad del Domingo cristiano. También nosotros estamos convencidos de la presencia del Señor (según el Misal, IGMR 28, con el saludo "El Señor esté con ustedes", el presidente “manifiesta a la comunidad reunida la presencia del Señor"). También nosotros le descubrimos en su Palabra ("Cristo, por su Palabra, se hace presente en medio de sus fieles": (cf.IGMR 7. 9. 33). También nosotros nos gozamos de la presencia y la donación de Cristo que se hace nuestro alimento en cada Eucaristía. El Domingo, la Pascua semanal, el día que dedicamos a Cristo. O mejor, el día que Cristo Resucitado nos dedica, y Él presente en nuestra vida los siete días de la semana, nos muestra su cercanía de un modo especial. Como a los apóstoles, nos da su Espíritu, nos comunica su paz, nos envía a anunciar la reconciliación y alaba nuestra fe... Nuestra reunión eucarística Dominical es algo más que cumplir un precepto o satisfacer unos deseos espirituales. Vale la pena presentar los valores del Domingo cristiano en unos tiempos en que está peligrando su misma existencia, o al menos su sentido profundo. También a nosotros, hoy, en este Domingo que san Juan Pablo II quiso dedicar a la Divina Misericordia, el Señor nos muestra, por medio del Evangelio, sus llagas… que este año tienen la marca del “coronavirus” y de la “cuarentena” en los miles y millones que están con hambres, soledad, susto y miedo por no poder “pagar” “honrar” sus deudas. Son sus llagas, llagas de misericordia. Y es verdad que «Por sus llagas fuimos sanados» (Is 53,5). Jesús nos invita a mirar sus llagas (en medio de tanto dolor, de todo dolor), nos invita a tocarlas, como a Tomás, para sanar nuestra incredulidad. Nos invita, sobre todo, a entrar en el misterio de sus llagas, que es el misterio de su amor misericordioso. Entramos y esperamos un mundo mejor en paz… y en bienestar. A través de ellas, como por una brecha luminosa, podemos ver todo el misterio de Cristo y de Dios: su Pasión, su vida terrena –llena de compasión por los más pequeños y los enfermos–, su encarnación en el seno de María. Y podemos recorrer hasta sus orígenes toda la historia de la salvación: las profecías –especialmente la del Siervo de Yahvé–, los Salmos, la Ley y la alianza, hasta la liberación de Egipto, la primera pascua y la sangre de los corderos sacrificados; e incluso hasta los patriarcas Abrahán, y luego, en la noche de los tiempos, hasta Abel y su sangre que grita desde la tierra. Todo esto lo podemos verlo a través de las llagas de Jesús Crucificado y Resucitado y, como María en el Magnificat, podemos reconocer que «su misericordia llega a sus fieles de generación en generación» (Lc 1,50). Pedimos paciencia mientras esperamos tu socorro, Señor. Nos preguntamos. Ante los trágicos acontecimientos de la historia humana, nos sentimos a veces abatidos, y nos preguntamos: «¿Por qué?». La maldad humana puede abrir en el mundo abismos, grandes vacíos: vacíos de amor, vacíos de bien, vacíos de vida. Hoy el mundo parece, mas lleno que nunca, de ambiciones desmedidas... como que mas que nunca nos hemos subido al trono de nuestra soberbia y orgullo y planificamos una existencia a las espaldas de Dios y de sus mandamientos y preceptos. Y nos preguntamos: ¿Cómo podemos salvar estos abismos? Para nosotros es imposible; sólo Dios puede colmar estos vacíos que el mal abre en nuestro corazón y en nuestra historia. Es Jesús, que se hizo hombre y murió en la cruz, quien llena el abismo del pecado con el abismo de su misericordia. San Bernardo, en su comentario al Cantar de los Cantares (Disc. 61,3-5; Opera omnia 2,150-151), se detiene justamente en el misterio de las llagas del Señor, usando expresiones fuertes, atrevidas, que nos hace bien recordar hoy. Dice él que «las heridas que su cuerpo recibió nos dejan ver los secretos de su corazón; nos dejan ver el gran misterio de piedad, nos dejan ver la entrañable misericordia de nuestro Dios». Es este el camino que Dios nos ha abierto para que podamos salir, finalmente, de la esclavitud del mal y de la muerte, y entrar en la tierra de la vida y de la paz. Este Camino es Él, Jesús, Crucificado y Resucitado, y especialmente lo son sus llagas llenas de misericordia. Los Santos nos enseñan que el mundo se cambia a partir de la conversión de nuestros corazones, y esto es posible gracias a la misericordia de Dios. Por eso, ante mis pecados o ante las grandes tragedias del mundo, «me remorderá mi conciencia, pero no perderé la paz, porque me acordaré de las llagas del Señor. Él, en efecto, “fue traspasado por nuestras rebeliones” (Is 53,5). ¿Qué hay tan mortífero que no haya sido destruido por la muerte de Cristo?» (ibíd.). Con los ojos fijos en las llagas de Jesús Resucitado, cantemos con la Iglesia: «Eterna es su misericordia» (Sal 117,2). Y con estas palabras impresas en el corazón, recorramos los caminos de la historia, de la mano de nuestro Señor y Salvador, nuestra vida y nuestra esperanza. (con el Papa Francisco). Nuestra Señora, Madre de Misericordia, Ruega por nosotros y danos la salud.

HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

  VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024) Primera : Isaías 52,13 – 53,12;  Salmo : Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25;  Segunda :...