lunes, 30 de mayo de 2022

HOMILIA Solemnidad de PENTECOSTÉS cC (5 de junio 2022)


 Solemnidad de PENTECOSTÉS cC (5 de junio 2022)

PrimeraHechos 2, 1-11; Salmo: Sal 103, 1ab. 24ac. 29b-31. 34; Segunda: 1 Corinto 12, 3b-7. 12-13 o bien Romanos 8, 8-17; Evangelio: Juan 14, 15-16.23-26 o bien Juan 20, 19-23

Nexo entre las LECTURAS

El Espíritu, presente y eficaz entre los Doce y en la primera comunidad cristiana, anima la liturgia de este Domingo. En el Evangelio Jesús resucitado dice a los Doce: "Reciban el Espíritu Santo". En la primera lectura se hace referencia a ‘cincuenta días después de la Pascua’, un viento impetuoso irrumpe en el cenáculo y "todos quedaron llenos del Espíritu Santo". Pablo, en la segunda lectura, ante la tentación que acecha a los corintios de utilizar los carismas para crear divisiones, reafirma con fuerza: "Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo" y "A cada cual se le concede la manifestación del Espíritu para el bien de todos". El Espíritu Santo se nos da para que comprendamos que “todos los que son conducidos por el Espíritu de Dios son hijos de Dios” (carta a los romanos). Es por eso que la Iglesia nos hace rezar, con marcada insistencia hoy, con el salmista: “Señor, envía tu Espíritu y renueva la faz de la tierra”.

Temas... Sugerencias…

Cada vez que celebramos la eucaristía vivimos en la fe el misterio que se realiza en el altar; es decir, participamos en el acto supremo de amor que Cristo realizó con su muerte y su resurrección. El único y mismo centro de la liturgia y de la vida cristiana —el misterio pascual—, en las diversas solemnidades y fiestas asume "formas" específicas, con nuevos significados y con dones particulares de gracia. Entre todas las solemnidades Pentecostés destaca por su importancia, pues en ella se realiza lo que Jesús mismo anunció como finalidad de toda su misión en la tierra. En efecto, mientras subía a Jerusalén, declaró a los discípulos: "He venido a arrojar un fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera encendido!". Estas palabras se cumplieron de la forma más evidente cincuenta días después de la resurrección, en Pentecostés, antigua fiesta judía que en la Iglesia ha llegado a ser la fiesta por excelencia del Espíritu Santo: "Se les aparecieron unas lenguas como de fuego (...) y quedaron todos llenos del Espíritu Santo". Cristo trajo a la tierra el fuego verdadero, el Espíritu Santo. No se lo arrebató a los dioses, como hizo Prometeo, según el mito griego, sino que se hizo mediador del "don de Dios" obteniéndolo para nosotros con el mayor acto de amor de la historia: su muerte en la cruz.

Dios quiere seguir dando este "fuego" a toda generación humana y, naturalmente, es libre de hacerlo como quiera y cuando quiera. Él es espíritu, y el espíritu "sopla donde quiere". Sin embargo, hay un "camino normal" que Dios mismo ha elegido para "arrojar el fuego sobre la tierra": este camino es Jesús, su Hijo unigénito encarnado, muerto y resucitado. A su vez, Jesucristo constituyó la Iglesia como su Cuerpo místico, para que prolongue su misión en la historia. "Reciban el Espíritu Santo", dijo el Señor a los Apóstoles la tarde de la Resurrección, acompañando estas palabras con un gesto expresivo: "sopló" sobre ellos. Así manifestó que les transmitía su Espíritu, el Espíritu del Padre y del Hijo.

Ahora, en esta solemnidad, la Escritura nos dice una vez más cómo debe ser la comunidad, cómo debemos ser nosotros, para recibir el don del Espíritu Santo. En el relato que describe el acontecimiento de Pentecostés, el autor sagrado recuerda que los discípulos "estaban todos reunidos en un mismo lugar". Este "lugar" es el Cenáculo, la "sala grande en el piso superior" donde Jesús había celebrado con sus discípulos la última Cena, donde se les había aparecido después de su resurrección; esa sala se había convertido, por decirlo así, en la "sede" de la Iglesia naciente. Sin embargo, los Hechos de los Apóstoles, más que insistir en el lugar físico, quieren poner de relieve la actitud interior de los discípulos: "Todos ellos perseveraban en la oración con un mismo espíritu". Por consiguiente, la concordia de los discípulos es la condición para que venga el Espíritu Santo; y la concordia presupone la oración.

Esto vale también para la Iglesia hoy; vale para nosotros, que estamos aquí reunidos. Si queremos que Pentecostés no se reduzca a un simple rito o a una conmemoración, aunque sea sugestiva, sino que sea un acontecimiento actual de salvación, debemos disponernos con religiosa espera a recibir el don de Dios mediante la humilde y silenciosa escucha de su Palabra. Para que Pentecostés se renueve en nuestro tiempo, tal vez es necesario —sin quitar nada a la libertad de Dios— que la Iglesia esté menos "ajetreada" en actividades y más dedicada a la oración.

Nos lo enseña la Madre de la Iglesia, la bienaventurada Virgen María. La Visitación (celebrada esta semana) fue una especie de pequeño "pentecostés", que hizo brotar el gozo y la alabanza en el corazón de Isabel y en el de María, una estéril y la otra virgen, ambas convertidas en madres por una intervención divina extraordinaria.

Los Hechos de los Apóstoles, para indicar al Espíritu Santo, utilizan dos grandes imágenes: la de la tempestad y la del fuego. Claramente, san Lucas tiene en su mente la teofanía del Sinaí, narrada en los libros del Éxodo y el Deuteronomio. En el mundo antiguo la tempestad se veía como signo del poder divino, ante el cual el hombre se sentía subyugado y aterrorizado. Pero conviene subrayar otro aspecto: la tempestad se describe como "viento impetuoso", y esto hace pensar en el aire, que distingue a nuestro planeta de los demás astros y nos permite vivir en él. Lo que el aire es para la vida biológica, lo es el Espíritu Santo para la vida espiritual; y, como existe una contaminación atmosférica que envenena el ambiente y a los seres vivos, también existe una contaminación del corazón y del espíritu, que daña y envenena la existencia espiritual. Así como no conviene acostumbrarse a los venenos del aire —y por eso el compromiso ecológico constituye hoy una prioridad—, se debería actuar del mismo modo con respecto a lo que corrompe el espíritu. En cambio, parece que nos estamos acostumbrando sin dificultad a muchos productos que circulan en nuestras sociedades contaminando la mente y el corazón, por ejemplo imágenes que enfatizan el placer, la violencia o el desprecio del hombre y de la mujer, la guerra, el aborto. También esto es libertad, se dice, sin reconocer que todo eso contamina, intoxica el alma, sobre todo de las nuevas generaciones, y acaba por condicionar su libertad misma. En cambio, la metáfora del viento impetuoso de Pentecostés hace pensar en la necesidad de respirar aire limpio, tanto con los pulmones, el aire físico, como con el corazón, el aire espiritual, el aire saludable del espíritu, que es el amor.

La otra imagen del Espíritu Santo que encontramos en los Hechos de los Apóstoles es el fuego. Al inicio aludimos a la comparación entre Jesús y la figura mitológica de Prometeo, que recuerda un aspecto característico del hombre moderno. Al apoderarse de las energías del cosmos —el "fuego"—, parece que el ser humano hoy se afirma a sí mismo como dios y quiere transformar el mundo, excluyendo, dejando a un lado o incluso rechazando al Creador del universo. El hombre ya no quiere ser imagen de Dios, sino de sí mismo; se declara autónomo, libre, adulto. Evidentemente, esta actitud revela una relación no auténtica con Dios, consecuencia de una falsa imagen que se ha construido de él, como el hijo pródigo de la parábola evangélica, que cree realizarse a sí mismo alejándose de la casa del padre. En las manos de un hombre que piensa así, el "fuego" y sus enormes potencialidades resultan peligrosas: pueden volverse contra la vida y contra la humanidad misma, como por desgracia lo demuestra la historia. Como advertencia perenne quedan las tragedias de Hiroshima y Nagasaki, donde la energía atómica, utilizada con fines bélicos, acabó sembrando la muerte en proporciones inauditas.

En verdad, se podrían encontrar muchos ejemplos menos graves, pero igualmente sintomáticos, en la realidad de cada día. La Sagrada Escritura nos revela que la energía capaz de mover el mundo no es una fuerza anónima y ciega, sino la acción del "espíritu de Dios que aleteaba por encima de las aguas" al inicio de la creación. Y Jesucristo no "trajo a la tierra" la fuerza vital, que ya estaba en ella, sino el Espíritu Santo, es decir, el amor de Dios que "renueva la faz de la tierra" purificándola del mal y liberándola del dominio de la muerte. Este "fuego" puro, esencial y personal, el fuego del amor, vino sobre los Apóstoles, reunidos en oración con María en el Cenáculo, para hacer de la Iglesia la prolongación de la obra renovadora de Cristo.

Los Hechos de los Apóstoles nos sugieren, por último, otro pensamiento: el Espíritu Santo vence el miedo. Sabemos que los discípulos se habían refugiado en el Cenáculo después del arresto de su Maestro y allí habían permanecido segregados por temor a padecer su misma suerte. Después de la resurrección de Jesús, su miedo no desapareció de repente. Pero en Pentecostés, cuando el Espíritu Santo se posó sobre ellos, esos hombres salieron del Cenáculo sin miedo y comenzaron a anunciar a todos la buena nueva de Cristo crucificado y resucitado. Ya no tenían miedo alguno, porque se sentían en las manos del más fuerte.

Sí, el Espíritu de Dios, donde entra, expulsa el miedo; nos hace conocer y sentir que estamos en las manos de una Omnipotencia de amor: suceda lo que suceda, su amor infinito no nos abandona. Lo demuestra el testimonio de los mártires, la valentía de los confesores de la fe, el ímpetu intrépido de los misioneros, la franqueza de los predicadores, el ejemplo de todos los santos, algunos incluso adolescentes y niños. Lo demuestra la existencia misma de la Iglesia que, a pesar de los límites y los pecados de los hombres, sigue cruzando el océano de la historia, impulsada por el soplo de Dios y animada por su fuego purificador.

Con esta fe y esta gozosa esperanza repetimos hoy, por intercesión de María: "Envía tu Espíritu, Señor, para que renueve la faz de la tierra".

domingo, 22 de mayo de 2022

HOMILIA Solemnidad de la ASCENSIÓN DEL SEÑOR cC (29 de mayo 2022)

 Solemnidad de la ASCENSIÓN DEL SEÑOR cC (29 de mayo 2022)

PrimeraHechos 1, 1-11; Salmo: Sal 46, 2-3. 6-9; Segunda: Efesios 1, 17-23 o bien, Hebreos 9, 24-28; Evangelio: Lucas 24, 46-53

Nexo entre las LECTURAS

En la solemnidad de la Ascensión el conjunto de la liturgia parece decirnos: "Misión cumplida, pero no terminada", YA SÍ y TODAVÍA NO. En el evangelio, Lucas resalta el cumplimiento de la misión: misterio pascual y evangelización universal. La narración del libro de los Hechos se fija principalmente en la tarea no terminada: serán mis testigos... hasta los confines de la tierra; este Jesús... volverá... Finalmente, la carta a los Hebreos sintetiza en el Cristo glorioso, sumo sacerdote del santuario celeste, la misión ‘cumplida’ (entró en el santuario de una vez para siempre), pero ‘no terminada’ (intercede ante el Padre en favor nuestro...vendrá por segunda vez...a los que le esperan para su salvación). La segunda lectura (opcional, Efesios), y todas las oraciones que nos ofrece el Misal para esta fiesta, son una ilustración magnífica del contenido pascual de este misterio. Se trata de la exaltación de Jesús a la derecha del Padre, que confesamos en el Símbolo apostólico.

Temas... Sugerencias…

Ascensión, desarrollo de la Pascua. Qué bueno y qué bien nos hace que la fiesta de la Ascensión del Señor se celebre en un Domingo de Pascua, así se ve que no es una fiesta aparte, ocupada en la cronología histórica, sino algo que pertenece y es el desarrollo de la misma Pascua que estamos celebrando desde hace seis semanas.

Lucas -éste es su año- nos cuenta dos veces la escena. Una, como final del evangelio, y otra como inicio de su libro de los Hechos, la historia de la Iglesia. Y es que la Ascensión es el entronque: el punto de llegada de la vida de Jesús y el punto de partida del tiempo de la Iglesia. En el evangelio ha ido contando Lucas cómo Jesús, desde Galilea, sube hasta Jerusalén, donde vive intensamente su muerte y su glorificación. Luego, desde Jerusalén empieza el gran camino de la Iglesia, que tiene que llevar su testimonio a todo el mundo. Ahora la meta simbólica será Roma. La meditación podría seguir este esquema: el triunfo de Jesús y el inicio de la misión eclesial. Triunfo y tarea. Y podemos comentar que en ocasión de los 20 Concilios ecuménicos Dios habló 20 veces más

Jesús ha cumplido. Nos alegramos por el triunfo de Jesús. Después de cumplir su misión -la voluntad del Padre que le ha encomendado la salvación del mundo a través de su entrega total-, ahora es glorificado y constituido Señor sobre todo el mundo y Cabeza de la comunidad eclesial (lectura segunda): "el Padre ha desplegado la eficacia de su fuerza poderosa en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo". Conviene ya anticipar los títulos de Jesús que luego proclamará con énfasis en el prefacio: "el Señor, el rey de la gloria, vencedor del pecado y la muerte, mediador entre Dios y los hombres, juez de vivos y muertos". Toda la celebración, con cantos y textos, debe mostrar admiración y alegría por esta victoria de Cristo.

Ahora nos toca a nosotros. La fiesta de hoy apunta también a la Iglesia, que no se puede quedar "mirando al cielo", sino que recibe el encargo de "quedarse en la ciudad" y continuar la misión de Jesús, hasta que vuelva y se manifieste en gloria. El encargo es: ser testigos, predicar la buena noticia, celebrar los sacramentos... Para que la comunidad -nosotros- podamos cumplir bien esta no fácil misión, hay dos "ayudas" fundamentales.

a) AUSENCIA-PRESENCIA: El mismo Cristo Jesús está con nosotros; su ‘subida’ al cielo y su ‘glorificación’ no son ausencia total. Si entendiéramos bien la Ascensión veríamos que no es misterio de ausencia, sino de presencia profundamente universal: "yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo" (antífona de comunión), porque como dice el prefacio, "no se ha ido para desentenderse de este mundo". El Señor Jesús, ahora en su existencia glorificada, está presente y activo en todas partes, como protagonista de la salvación. Nosotros "colaboramos" con El.

b) Pero además NOS HA DADO SU ESPÍRITU, otro protagonista invisible, pero realmente presente. Jesús da el encargo misionero ligado a la promesa y a la donación de su Espíritu, que es el que da fuerza, luz y eficacia. Es lo que gozosamente recordaremos de modo especial el domingo que viene.

Alegría y esperanza. También cabe acentuar el tono de esperanza y optimismo que la Pascua y la fiesta de la Ascensión nos quieren comunicar. Cristo no ha triunfado solo. De su victoria ya participamos todos: "la Ascensión de Jesucristo es ya nuestra victoria" (oración colecta), "nos das ya parte en los bienes del cielo", "en Cristo nuestra naturaleza humana ha sido enaltecida y participa de su misma gloria" (poscomunión), "ha querido precedernos como cabeza nuestra para que nosotros, miembros de su Cuerpo, vivamos con la ardiente esperanza de seguirlo en su reino" (prefacio), "para hacernos compartir su divinidad" (prefacio segundo).

Lucas resume así la actitud de los primeros cristianos, a pesar de la "ausencia" de la Ascensión: "ellos se volvieron a Jerusalén con gran alegría" (evangelio). Hoy es la fiesta de la esperanza. Es verdad que también lo es de nuestro compromiso y de la tarea encomendada, pero prevaleciendo el tono de la cercanía de Cristo que nos ayudará en el empeño.

Compartimos la fiesta de la Ascensión con la Virgen Madre, al final del mes de mayo en torno a las fiestas de la Virgen en Luján, en Fátima, María Auxiliadora y la Visitación. María ha sido -también en esto- la "primera cristiana", la que más de cerca ha seguido a Cristo en el camino de la cruz y en su triunfo. Ella, además, ya participa, por la Asunción, de la victoria de su Hijo en cuerpo y alma. Y ciertamente confiados en San José, que desde el Cielo es nuestro patrono y protector y terror de los demonios (san Pío X).

Todo será poco para que la celebración de hoy logre comunicarnos la esperanza de la Pascua: "que el Señor ilumine nuestros ojos para que comprendamos cuál es la esperanza a la que nos llama" (lectura segunda).

Y en medio, la Eucaristía. Esta comunidad de Jesús que somos nosotros, en tensión entre la "despedida" de Jesús y su "vuelta" gloriosa final, vamos viviendo nuestra fe y nuestra misión apoyados por la Eucaristía: "cada vez que coman... proclamamos la muerte del Señor hasta que vuelva" (1 C 11, 26). En cada Eucaristía recordamos la Pascua de hace más de dos mil años. Adelantamos la Pascua final de la historia. Pero sobre todo participamos de la Pascua actual, con la que el Señor Glorioso nos quiere llenar de su Vida y su Alegría.

miércoles, 18 de mayo de 2022

HOMILIA DOMINGO SEXTO DE PASCUA cC (22 de mayo 2022)


DOMINGO SEXTO DE PASCUA cC (22 de mayo 2022)

PrimeraHechos 15, 1-2.6.22-29; Salmo: Sal 66, 2-3. 5-6. 8; Segunda: Apocalipsis 21, 10-14. 22-23; Evangelio: Juan 14, 23-29

Nexo entre las LECTURAS

En la sinfonía de los textos litúrgicos un tema predominante es la “correspondencia” entre Pascua y Trinidad. La venida (Inhabitación) de la Trinidad al creyente es una revelación nueva para los discípulos y para nosotros.  En el texto evangélico, tomado del discurso de la Última Cena pero con los verbos en futuro, el Padre y el Hijo "harán su morada en el creyente" y el Espíritu Santo aparece como "el que les enseñará todo" de la vida y mensaje de Jesús. En virtud del misterio trinitario que es misericordioso, la Iglesia tiene que ser un ejemplo de paz y misericordia en el mundo. Entonces, con la ayuda de la gracia (preveniente, concomitante y subsiguiente) hay que superar, en nuestro interior, ciertos problemas que provocan tensiones y que sólo pueden resolverse bajo la guía del Espíritu Santo (1 Lectura) en la oración y en la obediencia a sus designios. Con la luz del Espíritu decidieron no imponer a los cristianos gentiles más cargas de las indispensables (1lectura). La nueva Jerusalén, venida junto con Dios, no tiene templo, porque el Señor, el Dios todopoderoso, y el Cordero, son su templo (2 lectura). A Dios le damos gracias y lo alabamos porque tiene piedad y nos bendice (salmo).

Temas...

«Mi paz les doy». En el evangelio, que remite de nuevo a su salida de este mundo, ya muy próxima, Jesús inculca a su joven Iglesia una palabra: la paz. Se trata expresamente de la paz que proviene de él, que es la única auténtica y duradera, pues una paz como la da el mundo por lo general no es más que un convenio precario o incluso una guerra fría. Los discípulos poseen el arquetipo de la verdadera paz en Dios mismo: el que guarda la palabra de Jesús por amor, ése es amado por el Padre. El Padre viene junto con el Hijo al creyente para hacer morada en él, y el Espíritu Santo le aclara en su corazón todo lo que Jesús ha hecho y dicho, toda la verdad que Jesús ha traído. Dios Trino es la paz verdadera e indestructible. En esta paz los discípulos deben dejar marchar a su amado Señor con alegría, porque no hay más alegría que el amor trinitario, y éste se debe desear a cualquiera, aun cuando haya que dejarle marchar.

«Hemos decidido por unanimidad». La Iglesia tiene que ser un ejemplo de paz en el mundo sin paz. Pero ha de superar en su interior ciertos problemas que provocan tensiones y que sólo pueden resolverse bajo la guía del Espíritu Santo, en la oración y en la obediencia a sus designios. El problema quizá más grave se le planteó a la Iglesia (como muestra la primera lectura) ya en vida de los apóstoles: la convivencia pacífica entre el pueblo elegido, que poseía una revelación divina milenaria, y los paganos que empezaban a incorporarse a la Iglesia, que no aportaban nada de su tradición. Conseguir una convivencia verdaderamente pacífica exigía renuncias por ambas partes, y las largas deliberaciones de los apóstoles debían conducir necesariamente a exigir estas renuncias: los paganos no tenían necesidad de seguir importantes costumbres judías, por ejemplo la circuncisión; pero en contrapartida debían hacer algunas concesiones a los judíos en lo referente a ciertos usos alimentarios y a los matrimonios entre parientes. Estos compromisos, que quizá hoy pueden parecernos sobremanera extraños, eran entonces de palpitante actualidad, y debemos tomar ejemplo de ellos para todo aquello a lo que nosotros hemos de renunciar necesariamente aquí y ahora para que entre las diversas tendencias de la Iglesia reine la verdadera paz de Cristo, y no nos contentemos con un simple armisticio. Nunca un partido tendrá toda la razón y el otro ninguna. Hay que escucharse mutuamente en la paz de Cristo, sopesar las razones de la parte contraria, no absolutizar las propias. Esto puede exigir verdaderas renuncias hoy como ayer, pero solamente si aceptamos estas renuncias se nos dará la paz de Cristo.

«Los nombres de las doce tribus de Israel... los nombres de los doce apóstoles del Cordero». La figura de la definitiva «ciudad de la paz», de la Jerusalén celeste, confirma en la segunda lectura la paz traída por Dios entre el Antiguo Testamento de los judíos y el Nuevo Testamento de los cristianos, la curación de la peor herida que ha desgarrado al pueblo de Dios desde los tiempos de Jesús. Mientras las puertas llevan grabados los nombres de las doce tribus de Israel, los cimientos llevan escritos «los nombres de los apóstoles del Cordero», y el número de los que aparecen delante del trono de Dios es de veinticuatro. Quizá esta escisión que se produjo con motivo de la venida de Jesús no se supere del todo hasta el final de los tiempos, pero nosotros debemos intentar superarla ya dentro de la historia en la medida de lo posible. Aunque la unidad en la fe no sea del todo realizable, la unidad en el amor es siempre posible. La unidad es estar para el otro y los demás y no un solo estar con el otro o con los demás.

Sugerencias…

El rostro trinitario del cristiano. La fiesta de la Pascua está en íntima conexión con el bautismo, ya que por el bautismo somos sumergidos en el misterio pascual de Jesucristo. En el bautismo el cristiano es sellado por la Trinidad: "Yo te bautizo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo", y por el bautismo cada uno se convierte (nos convertimos) en pertenencia de la Trinidad a título de hijo de Dios, hermano de Cristo y discípulo del Espíritu, viviendo el señorío sobre la creación. Nosotros, como discípulos-misioneros, estamos llamados a hacer eficaz en nuestra vida, entre nuestros contemporáneos el rostro trinitario de Dios. Como cristiano estoy llamado a madurar mi experiencia filial con Dios, de modo que pueda mostrar a los hombres, con obras y palabras el rostro paterno-misericordioso de Dios (Sermón de la montaña). Llamados a vivir la fraternidad con Cristo, hermano mayor, Él ha de ser efectivamente modelo de vida y comportamiento. Como Él, dar testimonio ante los demás, del amor auténtico a todos los hombres, porque somos hermanos y a todos tenemos que amar (Papa Francisco, intenciones de enero de 2016).

Fieles al Espíritu Santo, fortalecernos para escuchar la Palabra de Dios presente en la Iglesia y en el mundo (Papa Francisco, inicio de las sesiones del Sínodo) y no escuchar voces seductoras del relativismo, ni seguir otros maestros que susurran en mi interior otros criterios y otras doctrinas (Papa Benedicto). Nuestro maestro y guía es el Espíritu del Padre y de Cristo, que hace resonar en nosotros el único Evangelio de Dios.

Rezando y meditando, compartiendo con otros, podríamos examinarnos: ¿Soy consciente de que, por ser cristiano, tengo que hacer visible la presencia trinitaria en medio de los hombres, en nuestros quehaceres y ocupaciones diarios? ¿Tengo una relación íntima con cada una de las personas de la Santísima Trinidad? ¿Reflejo el rostro de la Trinidad en lo cotidiano? ¿evito reducir la fe a un puro concepto, sin incidencia en la vida humana?. ¿Dejo que el Espíritu Santo me recuerde de vez en cuando estas cosas tan sencillas y esenciales? Oremos para que Dios trinitario (único y verdadero) sea para todos: presencia vivificante y transformadora. Que nos acompañe la Siempre Virgen María que nos dice: ¿NO ESTOY YO AQUÍ, QUE SOY TU MADRE? y que nos proteja san José, custodio del Redentor, esposo de la Virgen Madre y patrono de la Iglesia

domingo, 8 de mayo de 2022

HOMILIA DOMINGO QUINTO DE PASCUA cC (15 de mayo 2022)

 DOMINGO QUINTO DE PASCUA cC (15 de mayo 2022)

Primera: Hechos 14, 21b-27; Salmo: Sal 144, 8-13a; Segunda: Apocalipsis 21, 1-5a; Evangelio: Juan 13, 31-33a. 34-35
Nexo entre las LECTURAS
La Iglesia nace de la Pascua. En este Domingo los textos litúrgicos pueden ‘concentrarse’ en torno al tema de la Iglesia como Pueblo convocado por Dios para recibir su AMOR y dar a todos este AMOR. Ante todo, en el evangelio se nos ofrece la caridad, el amor, como sustancia, como centro de la Iglesia (Amoris Laetitia): "En eso conocerán que son mis discípulos". Esta Iglesia, amor y comunión, se realiza históricamente en las pequeñas comunidades de los orígenes cristianos, por ejemplo, en las comunidades fundadas por Pablo y Bernabé durante su primer viaje misionero (primera lectura). La Iglesia, nuestra Iglesia recibe un impulso de Dios para que practique la CARIDAD hasta llegar a la Iglesia Celeste, morada definitiva, comunión plena con Dios  y entre los hombres salvados (segunda lectura). El salmista nos muestra el amor-misericordia del Padre: “El Señor es bondadoso y compasivo, lento para enojarse y de gran misericordia; el Señor es bueno con todos y tiene compasión de todas sus criaturas”, mientras lo rezamos pedimos la gracia de ser misericordiosos (amor) como el Padre.
Temas...
La Pascua sigue ascendiendo. Hace cuatro semanas que inauguramos la gran fiesta cristiana: la Pascua. Nos quedan todavía tres para concluirla con Pentecostés (5 de junio). En el tono de nuestras celebraciones -y de nuestra vivencia espiritual fuera de ellas- se debe seguir notando que celebramos Pascua, que nos estamos dejando «contagiar» de su energía y de la novedad de su Espíritu en esta Pascua del 2022, aún con la marca de la guerra y de la pandemia del covid.
Primavera universal. Primavera espiritual. Para ejemplo, un paralelo interesante: No nos cansamos de ver florecer la naturaleza, que florece, no por mera poesía, sino de cara a la madurez y los frutos del verano. No nos debemos cansar tampoco de la primavera de la Pascua -crecer en fe, en esperanza, en entrega por los demás, en novedad de vida- que nos quiere conducir hacia Pentecostés, la plenitud de los frutos del Espíritu, para que así quedemos llenos de fuerza para el resto del año.
A muchos cristianos nos ayudará, también, el recuerdo de la Virgen en este mes de mayo, Luján y Fátima y viene la Auxiliadora y la Visitación. Ella aparece ante la comunidad cristiana como el mejor fruto de la Pascua del Señor, la que se dejó llenar de su nueva existencia, la totalmente disponible al Espíritu. Si María de Nazaret aparece como la que mejor celebró el Adviento y la Navidad, también es la que más cerca estuvo de su Hijo en el camino de la Cruz y en la alegría de su Pascua. Ella es la Maestra de Pascua y de Pentecostés para la comunidad cristiana de todos los tiempos.
Pascua: opción por el optimismo. La historia de cada uno y de la lglesia -como también de la sociedad en la que vivimos- puede no ser demasiado consoladora en estos momentos. A muchos, por ejemplo, les produce dolor contemplar la increencia que se ha adueñado de la sociedad, la dictadura del relativismo, la locura de la guerra. Otros tienen problemas en la familia o en su propia vida personal. Sea cual sea nuestra situación, Pascua nos invita a hacer un «ejercicio» de visión positiva de la historia y de las personas.
Así parecen tratar de convencernos las lecturas de hoy:
-una comunidad que recibe de su Señor, en su despedida (a partir de hoy los evangelios serán de la Ultima Cena) la mejor de las herencias y de los distintivos: el amor fraterno,
-una comunidad, la apostólica (1ª lect.) que rebosa actividad y se siente satisfecha, a pesar del ambiente hostil en que se mueve, por lo que Dios está haciendo en ella: la apertura a los no creyentes, los frutos del trabajo misionero, y que tiene como perspectiva futura «un cielo nuevo y una tierra nueva», con un Dios cercano, que mora en medio de ella y que enjuga las lágrimas de todos (2a lect.).
En Pascua hay permiso para soñar. Pascua es un acto de fe en que sí es posible ese cielo nuevo y esa tierra nueva: porque el Señor ha resucitado, y su Espíritu actúa, y, por poco que le dejemos, quiere transformarnos a cada uno de nosotros, y a nuestras comunidades. Un voto de confianza a Dios. Un voto de confianza a la sociedad y a la Iglesia. Hay muchas fuerzas escondidas, medio dormidas, en las personas y en la comunidad, que sí pueden despertar y mejorar nuestra historia. De modo que la Pascua de Jesús sea este año 2022 un poco más la Pascua de su comunidad.
Claro que hay dificultades: «Hay que pasar mucho para entrar en el Reino de Dios» (1ª lect.). Somos conscientes de ello. Pero a pesar de todo, seguimos haciendo opción por Pascua, porque hemos creído lo que ha dicho el que estaba sentado en el trono, Dios: «Ahora hago el universo nuevo», y lo que ha prometido: que enjugaría las lágrimas y nos llevaría a un reino futuro en que ya no habrá muerte ni luto ni llanto ni dolor. ¿En el futuro? ¿o ya desde ahora? La oración poscomunión pedirá que vivamos ya «desde ahora la novedad de la vida eterna».
Tareas realistas, camino de la imaginación. Todo esto no es una huida hacia delante. Es compromiso y tarea para la comunidad cristiana hoy y aquí, según las lecturas:
-el Maestro nos ha encomendado un testamento difícil, el amor fraterno: «que se amen unos a otros como él nos ha amado»; es el único camino hacia el ideal; si crecemos cada uno en verdadero amor por los demás, la Pascua ya se está cumpliendo;
-la primera comunidad aparecía corresponsable, unida, informada, sinodal: «reunieron a la comunidad y les contaron lo que Dios había hecho por medio de ellos»; comparten, se animan los unos a los otros; así se puede realizar lo que individualmente es imposible;
-en esa comunidad hay ministros que predican, viajan, fundan comunidades, presiden la oración: en este caso Pablo y Bernabé; ojalá nuestras comunidades estén animadas por ministros ordenados cada vez más numerosos y santos, en colaboración con toda la comunidad. Rezamos, cada vez más, por las Vocaciones.
Así es posible la utopía (ideal/imaginación de un futuro mejor). En medio de un mundo egoísta, unos cristianos que aman. En medio de una sociedad fragmentada, un espacio de fraternidad activa. Cuando todo invita al interés personal, nosotros queremos asumir el servicio de la animación de la comunidad y en la caridad. La Eucaristía debería ser como una fotografía de la comunidad pascual. Unas personas que creemos en Jesús, escuchamos su Palabra, oramos y cantamos, damos gracias y participamos en la mesa eucarística, que nos sentimos unidos y a la vez enviados misioneramente a mejorar este mundo. Y todo ello, animados visiblemente por los ministros ordenados que representan al Señor.
Sugerencias…
El verdadero rostro de la Iglesia. ¿Qué es lo que hace brillar ante los hombres el verdadero rostro de la Iglesia? Indudablemente la caridad, el amor y servicio. En una manera humana y tal vez no tan propia podemos decir que la Iglesia “docente” es necesaria pero que lo haga amando y sirviendo. La Iglesia que “celebra” los sacramentos es importantísima, pero que lo haga con amor misericordioso, que sea Iglesia Madre como lo es el Padre. La Iglesia en cuanto “institución”, será verdadera y creíble si es pobre y servidora. El verdadero rostro de la Iglesia nos lo da la Iglesia-Caridad, comunión, la Iglesia que realmente ama y se dedica a practicar el amor, la caridad, mediante todos y cada uno de sus hijos y para todos los hombres. Conocemos el canto que dice: "Donde reina la caridad y el amor, allí está Dios", frase que podría parafrasearse de otra manera: "Donde hay caridad y amor, ahí está la Iglesia". Esa caridad que en Dios tiene su manantial y en Dios termina su recorrido de amor por la vida de los hombres. Dios, alfa y omega (Vigilia Pascual) de la caridad… entre estos dos extremos, mostrados en el Cirio Pascual, se hallan todas las demás ‘consonantes y vocales’ con las cuales expresar de todo corazón nuestro amor a Dios y al prójimo. Es nuestra misión unir siempre la caridad con la fe, el dogma, la liturgia, las instituciones, para mostrar al mundo el rostro bello, genuino y verdadero de la Iglesia. Que nuestra manera de vivir sea el rostro de la caridad verdadera y del amor sincero. Recordemos, de nuevo, lo que san Pablo dice en el himno a la caridad: "Si no tengo caridad, nada soy".
María, Madre de Misericordia, ruega por nosotros.
San José, patrono de la Iglesia, ruega por nosotros.
P.ANGEL 

lunes, 2 de mayo de 2022

HOMILIA DOMINGO CUARTO DE PASCUA cC (8 de mayo 2022) GRACIAS PADRE ANGEL


 DOMINGO CUARTO DE PASCUA cC (8 de mayo 2022)

59 Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones

Primera: Hechos 13, 14.43-52; Salmo: Sal 99, 1b-3. 5; Segunda: Apocalipsis 7, 9.14-17; Evangelio: Juan

10, 27-30

Nexo entre las LECTURAS

¡El Buen Pastor! Éste es el símbolo de Jesucristo que la liturgia del Cuarto Domingo de Pascua resalta y que

san Pablo VI, Papa, ha querido que presida en nuestras asambleas Litúrgicas rezando por las Vocaciones...

costumbre que han cuidado con esmero, afecto, devoción y compromiso los Papas que lo sucedieron en la

Sede de Pedro. Jesucristo es el Buen Pastor, que conoce a sus ovejas y da la vida por ellas (evangelio). Es el

Buen Pastor que a todos quiere salvar y a todos ofrece su vida (primera lectura). Es el Buen Pastor, que

apacienta a sus ovejas no sólo en esta tierra, sino también en el cielo, conduciéndolas a las fuentes de aguas

vivas (segunda lectura). Y nosotros somos y queremos ser su pueblo, las ovejas de su Rebaño (salmo).

Temas...

Las maravillas del Buen Pastor. En la historia de Israel se habla mucho de las maravillas de Dios, de los

grandes portentos que Dios hizo en favor de su pueblo. Es legítimo hablar también de las maravillas del

Buen Pastor. Veamos algunas que nos señalan los textos litúrgicos.

1) Yo conozco a mis ovejas. El carácter ‘comunitario y social’ de la fe, no disminuye, al contrario

acrecienta, el carácter personal de la relación del Buen Pastor con cada una de sus ovejas. Porque el conocer,

en la lengua hebrea, implica el amar, el desear el bien de la persona y procurárselo, el sentir afecto por ella.

Es decir, sólo se puede llegar a conocer a una persona en el ámbito de la relación íntima y personal. Cuando

el hombre es conocido de esa manera por Jesucristo, en virtud del carácter recíproco de toda relación

personal, entra también en el mundo de la intimidad de Jesucristo, le escucha con atención y le sigue con

fidelidad, alegría y agradecimiento. En el evangelio de san Juan, por otra parte, el conocer casi se identifica

con el creer. Jesucristo tiene confianza, se fía de sus ovejas, porque las ama y se siente amado por ellas. Y,

sobre todo, las ovejas confían en Cristo, y le confiesan como su Salvador y Señor.

2) Yo les doy vida eterna. El don más grande que Dios nos ha concedido es el de la Vida. Pero esta vida

dura unos años y luego... ¿reinará la muerte sobre el hombre? ¿volverá a la nada de la que Dios lo sacó al

crearle? Es una pregunta que encuentra respuesta en Cristo resucitado. Él es el Señor de la Vida, el Viviente.

Siendo Señor de la Vida, puede disponer de ella y darla a los que ama y confían en Él. Cristo nos hace

partícipes de su misma vida, la que no está sometida al dominio de la muerte, la vida eterna. En el

Apocalipsis leemos: "El Cordero (Cristo muerto y resucitado) que está en medio del trono los apacentará y

los conducirá a fuentes de aguas vivas". La vida eterna es la misma vida de Cristo, que ya está presente en

nosotros por el bautismo y por la gracia, y que adquirirá forma plena en el “más allá” de la existencia

terrena. Como la vida terrena es un don precioso del Padre, la vida bienaventurada es un don estupendo de

Cristo resucitado.

3) Nadie puede arrebatarme las ovejas. Ningún poder, humano, angélico, diabólico, está por encima del

poder de Cristo resucitado. Un poder (fortaleza) que Cristo ha recibido del Padre omnipotente. Querer

arrebatar a Jesucristo sus ovejas, equivaldría a arrebatárselas a Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo.

¡Algo absurdo! Los hombres pueden cortar el hilo de esta Vida, pero no pueden arrancar de las manos del

Padre el disponer de la vida eterna. Los ángeles, como nos enseña el catecismo, están al servicio de Dios:

"Con todo su ser, los ángeles son servidores y mensajeros de Dios" (CEC 329) y del hombre: "Desde la

infancia a la muerte, la vida humana está rodeada de su custodia y de su intercesión" (CEC 336). El

demonio, finalmente, aunque sea una criatura poderosa, por el hecho de ser espíritu puro, no puede impedir

la edificación del Reino de Dios, no puede arrebatar de las manos de Cristo a sus ovejas, porque "el poder de

Satán no es infinito" (CEC 395). Sólo y únicamente el hombre en su libertad puede escaparse del rebaño de

Cristo y sustraerse de las manos bondadosas del Padre. El texto de los Hechos de los Apóstoles da fe de ello:

"Los judíos se pusieron a rebatir con insultos las palabras de Pablo". ¡Qué poder tan tremendo el de la

libertad, que puede hacer inútiles las maravillas del Buen Pastor!

Sugerencias…

Una noticia que se propaga. El libro de los Hechos de los Apóstoles va recogiendo puntualmente los

grandes hitos en la propagación de la Palabra de Dios. Más que una historia de los apóstoles, como tal, es

una historia de la difusión del mensaje del Evangelio, ya sea a través de Pedro, del diácono Felipe o del

apóstol Pablo. La palabra se difunde como en círculos concéntricos, avanzando desde Jerusalén hasta los


confines del mundo, según la expresión que Nuestro Señor utiliza al principio de este mismo libro (Hch 1,8).

La palabra no va sola, sin embargo; le acompañan magníficas señales de la presencia y de la acción del

Espíritu Santo. No se trata de un avance sencillo ni suave ni fluido. Ya hemos tenido ocasión de ver cómo la

persecución va marcando el ritmo de vida y de ministerio de los apóstoles y de sus colaboradores. Pero la

persecución, ya desde el comienzo no es vista como una tragedia ni como un motivo de desaliento sino

como una señal de autenticidad, como un estímulo y también como un modo de reconocer la voluntad

misma de Dios. Esto contiene una preciosa enseñanza para nosotros.

De esta misma lectura es bueno destacar el papel de las mujeres, un tema que es tan frecuente en la obra de

Lucas. En el caso presente, son las "mujeres distinguidas" quienes tienen la capacidad de influencia directa

como para lograr la expulsión de los recién llegados evangelistas, Pablo y Bernabé. Mucho se habla de la

subordinación de las mujeres, pero ello no excluye, según vemos, que tuvieran poder real, para lo bueno o

para lo malo.

Vencedores de la Persecución. La segunda lectura continúa el tema de la persecución en una nueva clave:

el triunfo y la victoria son para los que han padecido. No hay victoria sin combate, no hay combate sin

privaciones, dolor, exclusión. El cristiano, alumbrado por la luz de la Pascua, sabe que las tinieblas no tienen

la última palabra pero sufre con la oscuridad, con la marginación, con las dudas que le pueden asaltar y con

las incomprensiones y amenazas que le sobrevengan. El Apocalipsis nos habla de "una multitud enorme que

nadie podía contar." Quizá no tenemos una idea tan optimista del cristianismo. Quizá pensamos que pocos,

muy pocos alcanzan la fidelidad y que sólo un número reducido puede cantar la victoria del Cordero

Pascual. Todo indica, sin embargo, que hay sorpresas y que por caminos que tal vez no comprendemos ni

imaginaríamos Dios va haciendo su obra sorprendente y va creando corazones llenos de amor a Él.

Buen Pastor. Ahora bien, el cristiano no apuesta en el vacío. Tiene siempre ante sus ojos al Buen Pastor, a

Cristo bendito, primero entre los perseguidos y rey de todos los mártires, que dijo de sus ovejas: "nadie

puede arrebatármelas." Y así se cumple, en realidad: el dolor de ser perseguidos no es más fuerte que el

amor de ser redimidos. Y es que en verdad, si el odio nos persigue y también nuestros propios pecados nos

persiguen, hay Uno que es Cristo, que nos "persigue" también. El pecado nos persigue para matarnos;

Cristo, para darnos vida eterna.

Así pues, Cristo es Pastor en este texto del evangelio, aunque es Cordero en el texto del Apocalipsis. El

pastor nos da la idea de alguien que dirige, alguien que tiene poder, de algún modo; el cordero nos sugiere la

idea de uno que se entrega, que se inmola. Aprendemos así cuál es el verdadero sentido del poder y de la

autoridad en la comunidad de los creyentes: sólo aquel que da su vida puede dar vida; sólo aquel que entrega

su ser marca con su entrega el ritmo y el caminar del rebaño.

Padre de misericordia, que has entregado a tu Hijo por nuestra salvación y nos sostienes continuamente

con los dones de tu Espíritu, concédenos comunidades cristianas vivas, fervorosas y alegres, que sean

fuentes de vida fraterna y que despierten entre los jóvenes el deseo de consagrarse a Ti y a la

evangelización. Sostenlas en el empeño de proponer a los jóvenes una adecuada catequesis vocacional y

caminos de especial consagración. Dales sabiduría para el necesario discernimiento de las vocaciones de

modo que en todo brille la grandeza de tu amor misericordioso. Que María, Madre y educadora de Jesús,

interceda por cada una de las comunidades cristianas, para que, hechas fecundas por el Espíritu Santo,

sean fuente de auténticas vocaciones al servicio del pueblo santo de Dios. (Francisco)

HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

  VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024) Primera : Isaías 52,13 – 53,12;  Salmo : Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25;  Segunda :...