martes, 26 de julio de 2022

HOMILIA Domingo Decimoctavo del TIEMPO ORDINARIO cC (31 de julio de 2022).

 Domingo Decimoctavo del TIEMPO ORDINARIO cC (31 de julio de 2022).

PrimeraEclesiastés 1, 2; 2. 21-23; Salmo: Sal 89, 3-6. 12-14. 17; Segunda: Colosenses 3, 1-5. 9-11; Evangelio: Lucas 12, 13-21

Nexo entre las LECTURAS…

Los textos litúrgicos de este Domingo nos proponen dos modos de vivir (ser) y de estar (hacer) en el mundo. Está el modo de vivir del hombre viejo y está el modo de vivir propio del hombre nuevo… existe el hombre que busca las cosas de la tierra y el que busca las cosas del cielo (segunda lectura), aquel para quien todas las cosas son vanidad y para quien todo es providencia de Dios (primera lectura). El evangelio, por su parte, opone la vida de quien cifra todo en el tener, y atesora riquezas para sí, y la vida de quien funda su existencia en el ser, en el ser hijo de Dios y hermano de los demás, peregrino de la Patria celestial, es el que atesora riquezas delante de Dios. El salmo hace una advertencia severa de resistir a la tentación que es también una invitación positiva: “Hoy...” todo es posible. El pasado es pasado... el mal de ayer se acabó. Una nueva jornada comienza… ¿vas a empezar? Eh!

Temas...

Vivir para sí. Es un modo de estar en el mundo, de realizar la existencia en el arco de años entre el nacimiento y la muerte. Es un modo de pensar, de actuar, de relacionarse con los hombres y con las cosas. El punto de referencia de todo es el yo. El saber, el trabajo, el esfuerzo con sus buenos resultados aparecen, ante el yo, caducos y vanos. Pensando que el hombre es un ser para morir, no sirve saber, ni trabajar, ni amar o servir… todo es vanidad, humo que se lleva el viento menos lo que quiero ahora para mí. Cuando el yo es el centro de la vida, tenemos al hombre viejo, incapaz por sí mismo de salir de la tiniebla de su hermetismo, cada vez más sumergido en el fondo del vicio y del pecado, con la mirada cada vez más puesta en las cosas de la tierra sin la posibilidad de alzarla hacia las alturas. Hombre viejo, porque en cierta manera repite en su vida la historia antiquísima del primer Adán, del gusto del pecado y de la caída original. Por otra parte, el yo es sumamente pobre dejado en sus propias manos, porque privilegia el tener y el aparecer. ¿Hay algo más efímero y frágil que esas dos realidades? ¿Cómo se puede fundar una existencia sobre algo que hoy es y mañana desaparece? ¿Cómo se puede mirar de frente a la meta, cuando los grandes valores que han regido la vida han sido los bienes materiales y las apariencias, olvidando el umbral del más allá? Con razón se puede aplicar a quien vive para sí las palabras de Jesús en la parábola del texto evangélico: "¡Insensato! Esta misma noche te reclamarán el alma. Las cosas que has acumulado, ¿para quién serán?". Así es quien atesora riquezas para sí, quien centra en sí su propio vivir y actuar entre los hombres.

Vivir delante de Dios. Dios no es, a decir verdad, el antagonista del yo, de la realización personal. ¡De ninguna manera! Pero la sabiduría eterna nos enseña que la propia realización consiste y se lleva a cabo por el camino del vivir para Dios, de vivir a los ojos de Dios. El trabajo y el saber, a los ojos de Dios, tienen un sentido y un destino providenciales, más allá de los límites de la esfera mundana. Todo lo que uno hace por Dios en este mundo lo trasciende y habita, purificado y elevado, en la eterna morada de Dios. Vive ante Dios y para Dios el hombre nuevo, que ha sido rehecho por Cristo mediante el bautismo a su imagen y semejanza, que ha sido circuncidado no en su carne sino en su corazón, y viviendo delante de Dios vive sin miedo a la muerte, que cree es la puerta a una existencia nueva de la que ya se participa, aunque sea de modo muy incipiente. Por eso, el hombre nuevo tiene los pies bien puestos en la tierra y en los quehaceres de este mundo, con la mirada y el corazón están puestos arriba, en el cielo, hacia donde camina con fe, confianza y esperanza, amando y sirviendo como lo hizo el Señor Jesús. Quien vive para Dios no se enajena del mundo, no lo desprecia ni lo odia, porque es la casa que el Padre le ha dado para que en ella habite. Trabaja como todos los demás, gasta sus fuerzas para producir riqueza, pero tiene un corazón puro y desprendido y sabe muy bien que los bienes de este mundo tienen un destino universal, y no pueden ser injustamente acaparados en pocas manos (Laudato Si). En vez de decirse a sí mismo: "Descansa, come, bebe, banquetea", piensa más bien en cómo ayudar para que los hombres todos, sobre todo quienes están más cerca de su vida, tengan su oportuno descanso, dispongan de alimentos y puedan sanamente disfrutar de lo necesario para un banquete de fiesta, como María en Caná de Galilea.

Sugerencias...

El hombre (horizontal) centrado en el dinero y en el bienestar. Hemos de afirmar que el hombre materialista carece de futuro. Hay gente que dice: "Con el dinero puedes hacer todo lo que quieras; el dinero abre todas las puertas". No es verdad. Con dinero no obtienes la felicidad, aunque a ratos puedas ser feliz. Con dinero no obtienes el amor, aunque puedas pagar hacer cosas que el mundo llama amor. El dinero no te hace virtuoso, más bien abre con no poca frecuencia la puerta al antro del vicio. Lo reconozcamos o no, todos pretendemos un futuro más feliz, pero este futuro no lo encontraremos en una cuenta de dinero abundante… lo encontrarás dentro de ti, en el interior de tu conciencia, en la paz interior en comunión con Dios y con el prójimo. Sobre todo, no tiene futuro, porque el "hombre horizontal" no es ciudadano del cielo, le falta el pasaporte y ante la muerte y el juicio de Dios las cosas no cuentan. ¿Por qué no cambiar el "hombre horizontal" en "hombre espiritual", en hombre en gracia, guiado y configurado por la acción del Espíritu Santo? Sabemos que no es fácil, pero es posible con la ayuda de la gracia y es deseable por el Don de Dios. Son muchos quienes lo han hecho, los santos… consideremos su vida e imitemos su ejemplo.

La segunda lectura entrega la conclusión general: «Aspiren a los bienes de arriba, no a los de la tierra». Pero el “Bien” no son los tesoros, los méritos o las recompensas que nosotros hemos acumulado en el cielo, sino simplemente «Cristo». Él es «nuestra vida», la verdad de nuestro ser, pues todo lo que somos en Dios y para Dios se lo debemos sólo a Él, lo somos precisamente en Él, «en quien están encerrados todos los tesoros» (Col 2,3). «Déjense construir» sobre Él, nos aconseja el apóstol (v. 7), aunque con ello el sentido esencial de nuestra vida permanezca oculto para los ojos del mundo. Debemos «dar muerte» a todas las formas de la voluntad de tener enumeradas por el apóstol (vicios), y que no son sino diversas variantes de la concupiscencia… y esta muerte es un nacimiento: un «revestirnos de una nueva condición», un llegar a ser hombres nuevos. En esta nueva condición desaparecen las divisiones que limitan el ser del hombre en la tierra («esclavos o libres»), mientras que todo lo valioso que tenemos en nuestra singularidad (Pablo lo llama carisma) contribuye a la formación de la plenitud definitiva de Cristo (Ef. 4,11-16).

Nuestra señora de las bodas de Caná, ruega por nosotros.

HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

  VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024) Primera : Isaías 52,13 – 53,12;  Salmo : Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25;  Segunda :...