miércoles, 15 de agosto de 2018

QUIEN SOSTIENE A QUIEN -LOS ANDES

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martes, 14 de agosto de 2018

La fe sin el fruto en la vida, una fe que no da fruto en las obras, no es fe. También nosotros nos equivocamos a veces sobre esto: 'Pero yo tengo mucha fe', escuchamos decir. 'Yo creo todo, todo...' Y quizá esta persona que dice eso tiene una vida tibia, débil. Su fe es como una teoría, pero no está viva en su vida. El apóstol Santiago, cuando habla de fe, habla precisamente de la doctrina, de lo que es el contenido de la fe. Pero ustedes pueden conocer todos los mandamientos, todas las profecías, todas las verdades de fe, pero si esto no se pone en práctica, no va a las obras, no sirve. Podemos recitar el Credo teóricamente, también sin fe, y hay tantas personas que lo hacen así. ¡También los demonios! Los demonios conocen bien lo que se dice en el Credo y saben que es verdad. (Cf. S.S. Francisco, 21 de febrero de 2014, homilía en Santa Marta)

HOMILIA Domingo Vigésimo del TIEMPO ORDINARIO cB (19 de agosto de 2018)

Domingo Vigésimo del TIEMPO ORDINARIO cB (19 de agosto de 2018) Primera: Proverbios 9, 1-6; Salmo: Sal 33, 2-3. 10-15; Segunda: Efesios 5, 15-20; Evangelio: Juan 6, 51-58 Nexo entre las LECTURAS Las lecturas de este Domingo se centran en el misterio de la Eucaristía: ¿(Qué o) Quién es ese misterio que se oculta tras las especies de pan y vino? La respuesta es amplia y maravillosa: Es Dios hecho Hombre que ha bajado del cielo (evangelio). Es la Sabiduría de Dios que nos invita a un banquete para adquirir inteligencia (primera lectura). Es el Hijo de Dios, que nos quiere hacer partícipes de su vida divina (evangelio). Es el Señor glorioso a quien la comunidad cristiana entona salmos, himnos y cánticos inspirados (segunda lectura). Temas... El misterio de la Eucaristía es real: "El que come mi carne y bebe mi sangre...". ¡Nada de simbolismos o de ideas ajenas a la realidad! ¡La carne y la sangre del hombre que les está hablando, de Jesús de Nazaret, del Verbo que se hizo carne y habitó entre nosotros! No es sólo recuerdo ni celebración, no es la encarnación de una idea bella y generosa, no es una fórmula mágica o un conjuro, es "la carne del hijo del hombre", es la humanidad y divinidad de Jesús de Nazaret la que se nos entrega en el pan y en el vino transubstanciado. ¡Qué sobrecogimiento, pero también qué gozo! Uno tiembla de estupor ante un alimento tan sublime que se nos da de un modo tan sorprendente y empequeñecido. Uno goza y exulta lleno de júbilo ante esta invención tan indecible y propiamente divina, como es la Eucaristía. ¿Quién sino Dios pudo inventar tan gran misterio? Misterio de Fe. Después de la consagración del pan y del vino el sacerdote dice: "Este es el sacramento de nuestra fe" y respondemos "anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, VEN, Señor Jesús". Misterio de fe y misterio de salvación. ¡Maravilloso compendio de la Eucaristía! Sólo por fe estamos ayudados para descubrir en el pan eucarístico la presencia de Cristo, Sabiduría de Dios. Es Dios y a quien de Él se alimenta le hace partícipe de esa la misma Sabiduría divina, "que está más allá de toda capacidad humana" y que le permite conocer los misterios de Dios (primera lectura). Sólo la fe nos conduce a descorrer el velo de las especies, de pan y vino, para ver a Cristo, Hijo de Dios, y Señor glorioso del tiempo y de la historia, de la humanidad y de la creación entera (evangelio, segunda lectura). Sólo la mirada de fe penetra en el misterio de muerte y resurrección que se verifica cuando el sacerdote consagra el pan y el vino para la remisión de nuestros pecados, y la redención integral de nuestra pobre existencia. Misterio de amor y misericordia. La Eucaristía es el último y supremo gesto de amor que Dios se inventó en favor de la humanidad. En el evangelio Jesús nos dice: "El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él... el que me coma, vivirá por mí". Fórmulas que en otras palabras nos hablan de permanecer en el Amor, ser poseídos por el Amor, vivir por el Amor. En la medida en que la creatura humana ha experimentado un amor que no sea puramente sensible y ha sido elevada a otras formas del amor, estará mejor preparada para captar más fácilmente el amor de Cristo Eucaristía. Un Amor, presente en el pan eucarístico, que la asamblea cristiana celebra y adora en la liturgia dominical con cantos y con himnos de alabanza y acción de gracias (segunda lectura). El Amor merece ser celebrado públicamente para que se nos contagie a todos y para testimoniarlo a los demás. Sugerencias... La Eucaristía es uno de los sacramentos de la iniciación cristiana. Es conveniente subrayar la importancia de la catequesis preparatoria a la recepción de este sacramento. Catequesis de quienes van a comulgar por primera vez y la catequesis a los catecúmenos adultos que se preparan para ese encuentro maravilloso con Cristo, Sabiduría de Dios, Hijo de Dios, Señor de la historia. ¡Cuán necesaria es una catequesis integral! Completa, porque toma parte en ella toda la comunidad parroquial: el párroco, los animadores de la catequesis, la familia, los padres, los docentes, etc. Plena, sobre todo, porque se trata de una catequesis que envuelve la integridad de la persona (sea niño o adulto). Se requiere indudablemente el conocimiento completo –y adaptado– de la doctrina católica sobre la Eucaristía. Pero es necesario además que la catequesis abarque la dimensión cultual y litúrgica de la Eucaristía, con lo que ello significa de adoración y de acción de gracias. Es igualmente necesario que el catequizando perciba y se convenza de las consecuencias morales que la recepción de la Eucaristía comporta. Si Jesucristo se convierte en el principio vivificador de nuestra existencia mediante la Eucaristía, ¿será posible vivir de modo diverso y opuesto a como Él vivió entre nosotros? Cuando al recibir la comunión el discípulo misionero, a las palabras del sacerdote: "El cuerpo de Cristo", responde con un "Amén", está declarando: 1) Creo que eso que veo bajo las especies de pan es el Cuerpo y Sangre y Alma y Divinidad de Cristo, y quiero alimentarme con Él; 2) Creo que Cristo viene a mí para purificarme y para fortalecerme en las luchas diarias de la vida y darme la Vida. El culto a la Eucaristía. En la Iglesia católica la Eucaristía se celebra, pero también se conserva en el Sagrario para que los fieles puedan rendirle culto fuera de la celebración de la Misa. Hemos de hacer hincapié los católicos al culto eucarístico, porque quizá ha disminuido entre los fieles y porque son muchos los beneficios que aporta. Las formas de culto son varias: culto individual mediante visitas a Cristo en la Eucaristía; culto comunitario mediante horas eucarísticas, adoración durante el día, procesiones con el Santísimo Sacramento, y otras formas de devoción. Las formas pueden cambiar, lo que ha de permanecer siempre es el deseo ardiente de adorar a nuestro Salvador, reparar su corazón de las ofensas que recibe, expresarle nuestro agradecimiento y nuestro amor y el vivo anhelo de que todos los hombres le amen y encuentren en Él su camino de salvación. Cristo Eucaristía ordena las costumbres, forma el carácter, alimenta las virtudes, consuela a los afligidos, fortalece a los débiles, invita a la imitación a todos los que se acercan a Él. María, Madre del amor hermoso, ruega por nosotros.

lunes, 6 de agosto de 2018

HOMILIA Domingo Decimonoveno del TIEMPO ORDINARIO cB (12 de agosto de 2018)

Domingo Decimonoveno del TIEMPO ORDINARIO cB (12 de agosto de 2018) Primera: 1Reyes 19, 4-8; Salmo: Sal 33, 2-9; Segunda: Efesios 4, 30–5, 2; Evangelio: Juan 6, 41-51 Nexo entre las LECTURAS… Temas... La Liturgia nos muestra, hoy, la eficacia, el poder, la gracia y la riqueza de la Eucaristía. - «Levántate y come». De nuevo encontramos en el evangelio una parte del discurso en el que Jesús promete la Eucaristía a los suyos, y en la primera lectura una maravillosa imagen veterotestamentaria que la prefigura. El profeta Elías está a punto de desfallecer física y espiritualmente: todo lo que ha hecho le parece inútil, sólo desea la muerte. Entonces se le ofrece, en medio del desierto, un alimento milagroso: un pan cocido y una jarra de agua. Y este maravilloso don se le impone: debe comer, pues de lo contrario no podrá soportar el largo camino que resta hasta el monte del Señor «Con la fuerza de aquel alimento», pudo caminar «durante cuarenta días y cuarenta noches». Cuando Elías está a punto de sucumbir, cuando cree que ha llegado el final, la comida que Dios le ofrece le hace capaz de convertir este final en un nuevo comienzo. No por propia iniciativa, sino por obediencia. Pero lo que Jesús ofrece en el evangelio y exige desde entonces es mucho más. Lo que le aconteció al profeta debe ayudarnos a ver el don y la exigencia de Jesús como algo no imposible. - «El pan que yo daré es mi carne». Jesús dice que Él es el verdadero pan del cielo (en lugar del maná). Pero ¿quién puede creerse esto cuando todo el mundo conoce a su padre y su madre, que demuestran que no procede del cielo? Jesús no remite aquí a sí mismo, a sus palabras y a sus milagros, sino al Padre. Al Dios en el que hay que creer y que conduce, a los que escuchan lo que dice y aprenden verdaderamente de él, al Hijo. A ese Hijo que es el único que conoce verdaderamente al Padre, el único que puede revelar su esencia y llevar a su vida eterna. El maná, al que habían aludido los judíos, en modo alguno podría revelar al Padre como vida eterna, pues los que lo comieron murieron. Pero ahora que el Padre lleva al Hijo y el Hijo lleva al Padre, ahora que el Padre se da a sí mismo en el Hijo (pues todos los que reciben al Hijo serán instruidos por Dios) y que el Hijo en su autodonación revela el amor del Padre, la muerte terrena no tiene ya poder ni significación alguna, «la vida eterna» es infinitamente superior a la muerte corporal. Y para que todas estas palabras no sean consideradas por sus oyentes como una pura fantasía espiritual, Jesús declara para terminar: «El pan que yo daré es mi carne». Este cuerpo, que cuando sea entregado se convertirá en pan para la vida del mundo, es tan realmente palpable como realmente palpables fueron para Elías el pan cocido y la jarra de agua que aparecieron milagrosamente a su lado en el desierto. - «Sean, pues, imitadores de Dios». De nuevo Pablo, en la segunda lectura, saca las consecuencias del milagro eucarístico para los cristianos. Al igual que Cristo «se entregó por nosotros como oblación» por amor, así también su actitud eucarística debe convertirse en el ‘leitmotiv’ de la vida cristiana, en la imitación del amor de Dios; y esta imitación no puede consistir sino en el amor mutuo, la misericordia y el perdón. De este modo los «hijos queridos de Dios» se convierten los unos para los otros en una especie de viático eucarístico, en algo semejante al pan cocido y a la jarra de agua que se materializan de improviso para nuestro prójimo en medio del desierto de nuestra vida. - Cuando en el corazón del hombre habita Jesucristo, haciéndole partícipe de su propia vida divina mediante el Pan de la Palabra y de la Eucaristía, entonces "ya no soy yo quien vivo -por usar palabras de san Pablo-, es Cristo quien vive en mí". El pan que da la vida de Cristo al discípulo-misionero, es también el pan que hace vivir a todos (Aparecida)… hace vivir al hombre desanimado, infundiéndole razones para vivir; hace vivir al hombre desorientado, abriéndole horizontes de futuro y esperanza; hace vivir al hombre descarriado enderezando sus pasos por el camino del amor para ser como Jesús un pedazo de pan para sus hermanos los hombres; hace vivir al hombre desesperado de la vida mostrándole que es bello entregarse a Dios y a los demás, con Jesucristo, como oblación y víctima de suave aroma (Laudato Si’ 220 y 222). Ese pan divino nos da la vida, nos hace vivir y además nos enseña el arte de vivir. Arte que consiste en ser grano de trigo que muere, se pudre, revive, se convierte en espiga… es triturado para llegar a ser harina, es amasado y puesto al fuego (Espíritu Santo) para convertirse en pan dorado (Iglesia-Liturgia) para saciar el hambre de Dios que tienen tantos hombres. Sugerencias... Los frutos de la Eucaristía (Palabra y Sacrificio). De forma sencilla y muy rica el Catecismo de la Iglesia habla de los frutos de la comunión. Son extraordinarios. En primer lugar, la Eucaristía acrecienta nuestra unión con Cristo. Recibiendo la comunión, recibimos al mismo Cristo y estrechamos nuestros lazos de amor y de unión con él. Todas las almas enamoradas de Jesucristo saben lo que esto significa. En segundo lugar, la Eucaristía nos separa del pecado, a nosotros que tan fácilmente nos vemos inclinados a él. Cristo Eucaristía (Palabra y Sacrificio) borra nuestros pecados veniales, haciéndonos capaces de romper los lazos desordenados con las criaturas. Cristo Eucaristía nos preserva de futuros pecados mortales, porque nos hace experimentar la dulzura de su amistad. Cristo Eucaristía nos hace Iglesia, es decir, nos da conciencia de estar unidos en la fe de la Iglesia y de ser todos hermanos porque todos nos alimentamos con un mismo Pan. Cristo Eucaristía nos pide un compromiso en favor de los pobres (Papa Francisco, catequesis de los miércoles), para demostrar con la vida nuestra fraternidad y para hacer visible entre los hombres que el amor a Dios y a Jesucristo no sólo no nos exime, sino que nos obliga a amar a los más necesitados. Cristo Eucaristía es, finalmente, prenda de la gloria futura o, como dice san Ignacio de Antioquía, remedio de inmortalidad. Es de mucha utilidad y hace bien a los fieles que podamos compartir estas verdades y este Amor Grande (Evangelii Gaudium), especialmente a los niños y jóvenes, los frutos de la Eucaristía con palabras llanas, claras, eficaces. Una buena homilía es la mejor manera para fomentar una frecuente y fructuosa recepción del Cuerpo de Cristo. Eucaristía y fe. La Eucaristía no da frutos de modo automático, aunque su eficacia provenga no del hombre, sino del sacramento. Como todo don divino fructifica sólo en la tierra de la fe y del amor. Si somos pobres de fe y de amor, pidamos al Señor que acreciente en nosotros las virtudes teologales. Si tenemos dudas sobre los frutos de la Eucaristía, pidamos la gracia y estemos seguros de que Dios acrecentará nuestra fe y nuestro amor para hacernos florecer y fructificar en bien de todos. La Eucaristía tiene en sí toda la fuerza de Dios, somos nosotros con nuestra pequeñez, con nuestro orgullo, con nuestra poca fe los que impedimos a la fuerza de Dios que se manifieste en nuestras vidas. Digamos al Señor con toda el alma: "Señor Jesús, creo en tu presencia en la Eucaristía, aumenta mi fe", "Señor Jesús, te amo en la Eucaristía, aumenta mi amor". Pidamos al Señor una fe y un amor gigantes, para que en nuestra vida se haga verdad la eficacia de la Eucaristía y así ser testimonio vivo de esa eficacia en nuestro ambiente de familia y de trabajo. Es éste también un momento muy propicio para examinar nuestro fervor eucarístico, cómo participamos en la Misa, cómo y con qué frecuencia recibimos a Jesucristo en la comunión, qué resonancia tiene la comunión en nuestra conducta diaria. María, Inmaculada Madre del Divino Corazón Eucarístico de Jesús, ruega por nosotros.

HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

  VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024) Primera : Isaías 52,13 – 53,12;  Salmo : Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25;  Segunda :...