sábado, 30 de septiembre de 2017

ORACIÓN AL SAGRADO CORAZÓN DE MARIA

Al Inmaculado Corazón de María para pedir un favor

Al Inmaculado Corazón de María para pedir un favor
¡Corazón inmaculado de María!, desbordante de amor a Dios y a la humanidad, y de compasión por los pecadores, me consagro enteramente a ti. Te confío la salvación de mi alma.
Que mi corazón esté siempre unido al tuyo, para que me separe del pecado,
ame más a Dios y al prójimo y alcance la vida eterna juntamente con aquellos que amo.
Medianera de todas las gracias, y Madre de misericordia, recuerda el tesoro infinito que tu divino Hijo ha merecido con sus sufrimientos y que nos confió a nosotros sus hijos.
Llenos de confianza en tu maternal corazón, que venero y amo, acudo a ti en mis apremiantes necesidades. Por los méritos de tu amable e inmaculado Corazón y por amor al Sagrado Corazón de Jesús, obtenme la gracia que pido (mencionar aquí el favor que se desea)
Madre amadísima, si lo que pido no fuere conforme a la voluntad de Dios,
intercede para que se conceda lo que sea para la mayor gloria de Dios y el bien de mi alma. Que yo experimente la bondad maternal de tu corazón
y el poder su pureza intercediendo ante Jesús ahora en mi vida y en la hora de mi muerte. Amén.
Corazón de María, perfecta imagen del corazón de Jesús, haced que nuestros corazones sean semejantes a los vuestros.
Amén.

martes, 26 de septiembre de 2017

La clave para evitar la distracción … ideada por un monje del siglo VI

La clave para evitar la distracción … ideada por un monje del siglo VI

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Un consejo indispensable para debatir sobre temas polémicos en persona y en Internet

¿No te parece que a veces hablamos sin escucharnos? Incluso en conversaciones amistosas, a veces noto que simplemente estoy esperando una pausa para poder interponer un nuevo tema de conversación con el que poder ser el nuevo centro de atención. En otras palabras, no me muestro tan dispuesto a prestar atención a lo que los demás dicen como a lo que yo quiero decirles.
La cosa empeora cuando hablamos con desconocidos o cuando debatimos sobre un tema polémico. Hablamos los unos a los otros, no los unos con los otros, y nos distraemos con nuestras propias ideas preconcebidas. ¿Cómo podemos distraernos menos y ser más atentos, interesarnos más y ser más abiertos a las opiniones y preocupaciones de los demás?
San Benito se planteó la misma pregunta. Después de todo, estaba tratando de crear un entorno centrado, pacífico y familiar para un grupo de monjes revoltosos que, aunque habían entrado en un monasterio, seguían teniendo sus dificultades con la vida comunitaria. De hecho, en su “regla de vida” para sus hombres empieza abordando este mismo tema.
Esta es la primera palabra de toda la Regla benedictina: Escucha.
Benito escribe: “Escucha, hijo, los preceptos del Maestro, e inclina el oído de tu corazón”. Al comienzo de toda conversación o empresa, antes de actuar o hablar, el mejor inicio es guardar silencio por un momento y escuchar. Podemos escuchar a otras personas, pedir consejo o escuchar palabras duras que, aunque no nos gusten, son importantes. O podemos escuchar a Dios, disipar las distracciones, asegurar que hemos considerado todas las opciones o consultar con la almohada una gran decisión”.
“Básicamente, escuchar supone dedicar tiempo a oír de cierta manera, con una actitud de recepción y un compromiso a atender con todo tu ser al proceso, según escribe Benito, “inclinando el oído del corazón”.
Es un gran consejo, porque los obstáculos nos rodean por todas partes, así que tenemos que poner intención si queremos superarlos. De hecho, mientras escribo estas palabras estoy escuchando música en mi ordenador, comprobando mensajes aleatorios en mi móvil y pasando de una pestaña a otra para echar un ojo a mi correo electrónico (vale, ¡ya lo he cerrado todo!).
Incluso cuando hablo con un amigo, la tentación de echar mano lentamente al bolsillo, coger el teléfono y echar un rápido vistazo para ver si ha llegado algún mensaje es casi irresistible. La distracción nos acompaña 24 horas al día e, incluso cuando conseguimos centrarnos, quizás no nos guste lo que escuchamos, como cuando estamos ante perspectivas conflictivas o cuando tenemos el corazón encogido porque hay que hacer lo correcto aunque no nos resulte beneficioso.
Por eso Benito habla de escuchar con “obediencia” y, en el contexto de los monjes en el monasterio, señala la importancia que tiene escuchar al “Padre”. En otras palabras, un primer paso importante es dejar al margen el ego.
Poner nuestro ego a un lado y atender a una persona con todo nuestro corazón implica la voluntad de centrarnos no solo en aquellos que ya se han ganado nuestro respeto, sino también de mantener una actitud general de apertura. Por esta razón, siempre que hay que decidir algo de importancia, Benito instruye a sus monjes: “El abad convocará toda la comunidad (…). Y hemos dicho intencionadamente que sean todos convocados a consejo, porque muchas veces el Señor revela al mis joven lo que es mejor”.
No juzgues la fuente. Benito llega incluso a recomendar escuchar a desconocidos cuando dice que si un visitante “hace alguna crítica o indicación razonable con una humilde caridad, medite el abad prudentemente si el Señor no le habrá enviado precisamente para eso”.
Todo esto es un consejo fantástico para un tipo como yo, que definitivamente necesito practicar eso de escuchar con más atención y atajar las distracciones de mi vida para usar mejor todo mi corazón en el discernimiento del próximo paso hacia adelante.
También es un consejo fantástico para nuestra sociedad en general, ya que cada vez participamos más en el debate público sobre cuestiones polémicas. ¿No sería estupendo si todos dejáramos de hablar encima de los demás y nos detuviéramos de verdad a escuchar? Quién sabe qué mentes cambiarían o qué consensos se alcanzarían, pero incluso si no hay resultados prácticos inmediatos, siempre estará el conocimiento de habernos escuchado mutuamente de verdad, quizás por primera vez.
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SAN BENITO

lunes, 25 de septiembre de 2017

Película "Las Apariciones de la Virgen de Fátima"

HOMILIA DEL Domingo vigesimosexto del TIEMPO ORDINARIO cA (01 de octubre de 2017)

Domingo vigesimosexto del TIEMPO ORDINARIO cA (01 de octubre de 2017)
Primera: Ezequiel 18, 24-28; Salmo: Sal 24, 4-9; Segunda: Filipenses 2, 1-11; Evangelio: Mateo 21, 28-32.
Nexo entre las LECTURAS
La conciencia de la responsabilidad personal es el tema predominante en esta liturgia. A los exiliados que culpan a Dios de injusticia porque se comporta de modo desigual con el honrado que comete maldad y con el malvado que se comporta honradamente, Dios les dice: ¿acaso no es el proceder de ustedes, y no el mío, el que no es correcto? El honrado que ha cometido la maldad, muere por la maldad que ha cometido, y el malvado que practica la justicia vivirá porque se aparta de la maldad. Tanto uno como otro son responsables de sus obras. La verdadera responsabilidad personal, nos enseña Jesús en el Evangelio, se manifiesta no tanto en el decir sino en el obrar, como resulta claro de la parábola. San Pablo pone, ante los ojos de los Filipenses, como ejemplo de responsabilidad y coherencia, a Jesucristo: El sí de Cristo es un sí operativo, encarnado en las obras para realizar la redención (segunda lectura).
La responsabilidad de que se habla en los textos litúrgicos tiene por objeto las relaciones del hombre con Dios. En esas relaciones, la persona responsable es aquella que se convierte y cree. En este sentido, los exiliados de Babilonia no se comportan responsablemente cuando, en lugar de convertirse a Dios, se quejan de Él y le culpan de un proceder injusto (primera lectura). Tampoco actuaron de modo responsable los jefes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo (las autoridades político-religiosas de Israel), pues vino Juan mostrándoles el camino de la salvación y no le creyeron ni se convirtieron. En cambio, los publicanos y las prostitutas, aunque tenían un pasado de maldad y pecado, respondieron a la predicación de Juan con arrepentimiento y con fe. A los ojos de Dios, EN ESTA PARÁBOLA, no cuenta el pasado, aunque sea importante y merezca consideración, sino el presente: el SI responsable en el hoy de cada día.
La responsabilidad se mide por las obras del presente. Dios, mediante el profeta Ezequiel, no nos permite dudar de ello: Si el honrado se aparta de su honradez, comete la maldad y muere, muere por la maldad que ha cometido. Jesucristo lo explicita con la parábola de los dos hijos. El primer hijo, que representa a los sumos sacerdotes y a los ancianos, tiene un historial de conducta impecable, pero ahora que Dios le hace una llamada nueva a la conversión y a la fe para encontrar la salvación dice "sí" de palabra y "no" con las obras. Su responsabilidad pasada no le vale, pues se ha desvanecido, y ahora su comportamiento es irresponsable. El segundo hijo, figura de los publicanos y prostitutas, vivió de modo irresponsable su relación con Dios en el pasado, pero, aunque hasta ahora ha dicho "no" con sus palabras, con sus obras de conversión ha comenzado a responder "sí" a Dios. Su irresponsabilidad pasada ha sido lavada y purificada por su responsabilidad presente.
La segunda lectura supera la incoherencia entre pasado y presente, entre "sí" y "no", mostrándonos en Jesucristo un ejemplo de total coherencia y responsabilidad ante Dios, su Padre. El pasado de Jesucristo no difiere de su actitud presente, ni el sí de las palabras es diverso del sí de las obras. Por este motivo, san Pablo nos exhorta: Tengan los mismos sentimientos y comportamientos que corresponden a Cristo Jesús. Él no jugó con el "sí" y el "no", sino que su vida fue únicamente un "sí". Él no jugó a la libertad entre el pasado y el presente, sino que cada día la voluntad del Padre era su alimento, la fuerza y sostén en sus actividades.
Sugerencias...
En la parroquia, el barrio, están los cristianos auténticos, que han vivido y continúan viviendo en actitud de fe y conversión permanentes. ¡Magnífico, y que sean muchos! Hay también posiblemente cristianos "de antes", que son cristianos por tradición y herencia, y a veces con esa fe “de los de siempre”. Dan un "sí" a la liturgia y a la vidriera y un "no" a ciertas exigencias de la vida apostólica; o viceversa, un "sí" a ciertas conductas morales y un "no" al ejercicio de la fe. ¿Cuántos son estos "viejos" cristianos? No faltan quienes han sido religiosamente fríos, han pertenecido a otra religión, incluso han sido laicistas y hasta ateos, pero se han convertido y ahora tratan de ser fervientes cristianos. ¿Son muchos los que pertenecen a este grupo? Y están, muy probablemente, quienes han dicho y continúan diciendo "no" a la fe y a la conversión interior, con las palabras y con las obras. Es una descripción elemental, tal vez real, en nuestro entorno. ¿Qué PUEDO hacer ante esta situación? Haz todo lo que el Espíritu de Dios te inspire, deja hacer a otros lo que el mismo Espíritu les está pidiendo, y mantente siempre con la esperanza muy alta (cfr.: Evangelii Gaudium).
Necesidad de testigos. A ser responsables, aprendemos viendo el modo responsable de comportarse de otros. A permanecer en actitud responsable, nos ayuda e impulsa el ejemplo de los demás. El Papa Francisco vuelve a decir que en la Iglesia son más necesarios los predicadores-testigos que los solo predicadores. ¡He aquí una hermosa tarea para llevar a cabo en nuestra responsabilidad pastoral! Hemos de trabajar por ser nosotros mismos TESTIGOS… hemos de interesarnos activamente por formar testigos creyentes, por crear entre los cristianos la conciencia de que ser cristiano y ser testigo son una misma cosa (Aparecida). Con un grupo de testigos es grande el bien que se puede hacer en una parroquia, en una comunidad, en una diócesis. Ser testigos, discípulos-misioneros, es un modo de realizar la nueva evangelización.


Temas... (otro)
Decir y hacer. La parábola de los dos hijos en la que el primero de los cuales se niega a obedecer a su padre, pero luego se arrepiente y cumple su voluntad, mientras que el segundo promete obedecerle, pero no cumple su promesa -contiene en el fondo, si se la contempla a la luz de todo el evangelio (con su conclusión sobre los fariseos y los pecadores), dos enseñanzas.  La primera es que una conversión tardía es mejor que el fariseísmo que cree erróneamente no tener necesidad de conversión: Jesús no ha venido a invitar y a curar a los que creen tener buena salud, sino a los enfermos (Mt 9,12s). La segunda distingue claramente entre decir y hacer, entre los piadosos deseos con respecto a Dios, con los que uno puede engañarse a sí mismo porque piensa haber hecho ya bastante, y las obras efectivas que a menudo realizan personas cuyo comportamiento externo no permitiría sospechar que son capaces de realizar tales obras. Volvemos a encontrar aquí la enseñanza de Jesús a propósito de los que dicen «Señor, Señor» (al final del sermón de la montaña) y de la casa construida sobre arena y no sobre roca. Estas dos enseñanzas del evangelio se explican muy bien en las lecturas.
Conversión tardía. La primera lectura, del profeta Ezequiel, se refiere a la conversión tardía. Los caminos de la vida son confusos y no pocas veces inextricables. El hombre puede perderse primero en los dominios del pecado, lejos de Dios. Quizá dice, como el primer hijo del evangelio, un claro no al Padre. Pero para poder pronunciar este no es preciso haber oído antes la exigencia divina, y como ésta deja siempre un eco en el alma, el pecador se siente incómodo con su conducta. La mala conciencia le persigue y por así decirlo le estropea el placer que proporciona el pecado: murmura como Israel contra el Dios aguafiestas: «No es justo el proceder del Señor» (Ez 18,2S), pero sabe que Dios no puede ser injusto. Es lo que le sucedió a la pecadora arrepentida que regó con sus lágrimas los pies de Jesús en casa del fariseo (Lc 7). Una conversión, aunque sea tardía            -piénsese por ejemplo en la conversión del buen ladrón en la cruz-, es un acontecimiento tan esencial para Dios que éste lava todos los pecados anteriores en silencio y comienza una contabilidad totalmente nueva en la vida del pecador convertido. Los datos de esta vida no son agregados o sumados al final, en el juicio, sino que, cuando comienza la nueva vida, se produce un borrón y cuenta nueva. Por eso los publicanos y las prostitutas pueden llegar al reino de los cielos antes que los fariseos.
Lo valioso de hacer la voluntad del Padre. La segunda lectura muestra que lo realmente importante no es decir sino hacer. El ejemplo más eminente es el propio Jesucristo, que se despojó de su rango, tomó la condición de esclavo y se hizo obediente a Dios hasta la muerte de cruz. Aquí no se habla para nada de sus enseñanzas, sino únicamente de su acción, aunque ciertamente Cristo pronunciara ya todas sus palabras en obediencia al Padre. Y la gran exhortación de Pablo a la comunidad pretende únicamente lograr que todos sus miembros tengan los sentimientos que corresponden a una vida en Cristo Jesús. Al igual que Cristo no hizo alarde de su categoría divina, sino que murió en la cruz por todos sus hermanos y hermanas, así también el cristiano no debe pensar primero en sí mismo, sino considerar «superiores a los demás», algo que sólo es posible teniendo la humildad de Cristo, que se pone en último lugar y no hace nada por «envidia ni por ostentación». El sí del segundo hijo del evangelio era pura ostentación: quería aparecer como el hijo modelo, con lo que se convierte automáticamente en un falso miembro de la comunidad de Cristo.
P. BETO

martes, 12 de septiembre de 2017

ORACION AL DULCE NOMBRE DE MARIA

Madre de Dios y Madre mía María!
Yo no soy digno de pronunciar tu nombre;
pero tú que deseas y quieres mi salvación,
me has de otorgar, aunque mi lengua no es pura,
que pueda llamar en mi socorro
tu santo y poderoso nombre,
que es ayuda en la vida y salvación al morir.
¡Dulce Madre, María!
haz que tu nombre, de hoy en adelante,
sea la respiración de mi vida.
No tardes, Señora, en auxiliarme
cada vez que te llame.
Pues en cada tentación que me combata,
y en cualquier necesidad que experimente,
quiero llamarte sin cesar; ¡María!
Así espero hacerlo en la vida,
y así, sobre todo, en la última hora,
para alabar, siempre en el cielo tu nombre amado:
“¡Oh clementísima, oh piadosa,
oh dulce Virgen María!”
¡Qué aliento, dulzura y confianza,
qué ternura siento
con sólo nombrarte y pensar en ti!
Doy gracias a nuestro Señor y Dios,
que nos ha dado para nuestro bien,
este nombre tan dulce, tan amable y poderoso.
Señora, no me contento
con sólo pronunciar tu nombre;
quiero que tu amor me recuerde
que debo llamarte a cada instante;
y que pueda exclamar con san Anselmo:
“¡Oh nombre de la Madre de Dios,
tú eres el amor mío!”
Amada María y amado Jesús mío,
que vivan siempre en mi corazón y en el de todos,
vuestros nombres salvadores.
Que se olvide mi mente de cualquier otro nombre,
para acordarme sólo y siempre,
de invocar vuestros nombres adorados.
Jesús, Redentor mío, y Madre mía María,
cuando llegue la hora de dejar esta vida,
concédeme entonces la gracia de deciros:
“Os amo, Jesús y María;
Jesús y María,
os doy el corazón y el alma mía”.

HOMILIA DOMINGO VIGESIMOCUARTO DEL TIEMPO ORDINARIO

Domingo vigesimocuarto del TIEMPO ORDINARIO cA (17 de septiembre de 2017)
Primera: Eclesiástico 27, 30-28, 7; Salmo: Sal 102, 1-4. 9-12; Segunda: Rom 14, 7-9; Evangelio: Mateo 18, 21-35
Nexo entre las LECTURAS
El perdón es el tema sobresaliente en las lecturas de este Domingo. La Primera Lectura nos habla de la actitud que el israelita debía adoptar ante un ofensor. El texto sagrado anticipa, de algún modo, la petición del Padre Nuestro en el evangelio: perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden. El autor considera la inevitable caducidad de la vida terrena, la muerte de los vivientes y la consiguiente corrupción. Esta meditación le hace ver que es vano adoptar una actitud de ira y de venganza en relación con nuestros semejantes. ¿Qué misericordia seremos capaces de pedir a Dios el día del juicio, si nosotros mismos nunca ofrecimos esta misericordia a los demás? Por ello, la venganza, la ira y el rencor son cosas de pecadores. No caben en un hombre creyente. La postura sabia, por el contrario, consiste en refrenar la ira, observar los mandamientos y recordar la alianza del Señor. La idea de fondo es profunda: aquel que no perdona las ofensas recibidas, no recibirá la remisión de sus pecados. En el evangelio el tema se propone nuevamente en la parábola de los deudores insolventes. Jesús nos muestra que delante de Dios, no hay hombre justo que esté libre de débito. Más aún, expresa con vigor y firmeza que no hay quien pueda solventar la deuda contraída por los propios pecados. Si Dios, en su infinita misericordia, ha tenido compasión de nuestras miserias, ¿no debemos hacer nosotros lo mismo en relación con nuestros semejantes? (Evangelio). La carta a los romanos, por su parte, nos presenta la soberanía de Cristo, Señor de vivos y muertos. Si vivimos, vivimos para el Señor, si morimos para el Señor morimos. Nosotros no podemos constituirnos en dueños de la vida y de la muerte, ni tampoco en jueces de nuestros hermanos (2 lectura).
Temas...
Perdona nuestras ofensas. Pocas parábolas hay en el evangelio con una fuerza tan impresionante como la de hoy: no se le puede poner la menor objeción. Y ninguna como ésta pone ante nuestros ojos de una manera más rápida las auténticas dimensiones de nuestra falta de amor, de la culpabilidad de nuestro desamor: continuamente exigimos a nuestros semejantes que nos paguen lo que en nuestra opinión nos deben, sin pensar ni por un instante en la formidable culpa que Dios nos ha perdonado a nosotros totalmente. Con frecuencia rezamos distraídos las palabras del «Padrenuestro»: «Perdona nuestras ofensas, como también nosotros...», sin pararnos a pensar cuán poco renunciamos a nuestra justicia terrestre, aunque Dios ha renunciado a la justicia celeste por nosotros. La lectura de la Antigua Alianza sabe ya exactamente todo esto, hasta el más pequeño detalle: «No tiene compasión de su semejante, ¿y pide perdón de sus pecados?». Para el sabio veterotestamentario esto es ya una imposibilidad que salta a la vista. Y para demostrarlo remite no solamente a un sentimiento humano general, sino también a la alianza de Dios, que era una oferta de gracia a la vez que una remisión de la culpa para el pueblo de Israel: «Recuerda la alianza del Señor y perdona el error».
Libre para perdonar. La segunda lectura profundiza esta fundamentación cristológicamente. Nosotros, que juzgamos sobre lo que es justo e injusto, no nos pertenecemos en absoluto a nosotros mismos. En toda nuestra existencia somos ya deudores de la bondad misericordiosa del que nos ha perdonado y ha llevado por nosotros ya desde siempre nuestra culpa. Cuando se dice: «Ninguno de nosotros vive para sí mismo», se quieren decir dos cosas: nadie debe su existencia a sí mismo, sino que cada uno de nosotros como existente se debe a Dios; pero se dice aún más: se debe más profundamente al que ha pagado ya por su culpa y del que sigue siendo deudor en lo más profundo. Esto no significa en modo alguno que él sería siervo o esclavo de un amigo, al contrario: el rey deja marchar en libertad al empleado al que ha perdonado la deuda. Si nosotros nos debemos enteramente a Cristo, entonces nos debemos al amor divino que llegó por nosotros «hasta el extremo» (Jn 13,1); y deberse al amor significa poder y deber amar. Y esto es precisamente la suprema libertad para el hombre.
Juzgarle y condenarse a si mismo. «El furor y la cólera son odiosos: el pecador los posee», dice Jesús Ben Sirá. El evangelio, sin embargo, habla de la cólera del rey, que mete en la cárcel al «siervo malvado», es decir, le entrega a la justicia que él reclama para sí mismo. Pero entonces ¿qué es la cólera de Dios? Es el efecto que el hombre que actúa sin amor produce en el amor infinito de Dios. O lo que es lo mismo: el efecto que el amor de Dios produce en el hombre que obra sin amor. El hombre sin amor, el que no practica el amor, el que no deja entrar en él la misericordia divina porque entiende de un modo puramente egoísta la remisión de la falta, se condena claramente a sí mismo. El amor de Dios no condena, el juicio, dice Juan, consiste en que el hombre no acepta el amor de Dios (Jn 3,18- 20; 12,47-48). Santiago resume muy bien todo esto en pocas palabras: «El juicio será sin corazón para el que no tuvo corazón: el buen corazón se ríe del juicio» (St 2,13). Y el propio Señor también: «La medida que usen la usarán con ustedes» (Lc 6,38).
Sugerencias...
Aprender a perdonar, perdonando. San Juan Pablo II nos dice: "En realidad, el perdón es ante todo una decisión personal, una opción del corazón que va contra el instinto espontáneo de devolver mal por mal. Dicha opción tiene su punto de referencia en el amor de Dios, que nos acoge a pesar de nuestro pecado y, como modelo supremo, el perdón de Cristo, el cual invocó desde la cruz: «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen»" (Lc 23, 34). (Mensaje mundial de la paz 1 de enero de 2002) Se trata pues de una decisión personal que debemos cultivar en nuestra vida doméstica primeramente. En efecto, en el ámbito restringido de la familia, donde los contactos humanos son más frecuentes y más intensos, es donde especialmente debemos perdonar las ofensas recibidas. Que no se ponga el sol sobre un hogar cristiano, sin que una palabra de perdón venga a suavizar y a borrar los malentendidos y los malos momentos de alguno de los miembros. Perdón entre los esposos. Perdón entre padres e hijos. Perdón entre hermanos. ¡Qué hermoso y qué bello es vivir los hermanos en la unidad!, recita el salmo 133. Esto exige dos actitudes: saber pedir perdón cuando se ofende a alguien, especialmente a alguien querido; y saber ofrecer perdón, sin humillar, a quien se arrepiente y lo solicita.
El perdón puede y debe aplicarse también en el ámbito social y profesional. Debe aplicarse en las relaciones sociales, en los grupos de amigos y en el círculo familiar ampliado. ¡Cuántas penas se podrían evitar si el perdón fuera un hábito en nuestro comportamiento! El perdón tiene también unas razones humanas: cuando uno comete el mal, desea que los otros sean indulgentes con él. Todo ser humano abriga en sí la esperanza de poder reemprender un camino de vida y no quedar para siempre prisionero de sus propios errores y de sus propias culpas. Sueña con poder levantar de nuevo la mirada hacia el futuro, para descubrir aún una perspectiva de confianza y compromiso. (Cf. San Juan Pablo II, Mensaje por la paz 2002)
Quienes mejor nos hablan del perdón son los mártires. Ellos sufren a manos de sus verdugos, sin embargo, no permiten que la más mínima apariencia de rencor se anide en su alma. Así, san Esteban pide a Dios que perdone el pecado de aquellos que lo están apedreando. Miles de sacerdotes internados en Dachau, en Vietnam, en Tirana, en Lituania etc.… dieron sus vidas por la conversión de sus verdugos. Esto es vida cristiana, vocación cristiana. El perdón en el mártir autentifica su amor.
PADRE BETO

miércoles, 6 de septiembre de 2017

HOMILIA Domingo vigesimotercero del TIEMPO ORDINARIO cA (10 de septiembre de 2017)

Domingo vigesimotercero del TIEMPO ORDINARIO cA (10 de septiembre de 2017)
Primera: Ezequiel 33, 7-9; Salmo: Sal 94, 1-2. 6-9; Segunda: Rom 13, 8-10; Evangelio: Mateo 18, 15-20
Nexo entre las LECTURAS
El catecismo, basándose en el Concilio Vaticano II, presenta varios símbolos de la Iglesia: Redil, Labranza, Construcción, Templo, Familia, Cuerpo Místico de Cristo, Pueblo de Dios (cf. 753-757). La celebración litúrgica de hoy muestra una: la Iglesia-comunión. El texto evangélico elegido para este Domingo, está tomado del llamado discurso eclesial, cuyo núcleo es el amor fraterno. En la primera lectura, Ezequiel, constituido centinela del pueblo de Israel, siente la responsabilidad de corregir al hermano extraviado, para ser fiel a su vocación de vigía de la comunidad. San Pablo, dirigiéndose a los cristianos de Roma, no duda en afirmar rotundamente: "El amor es la plenitud de la ley".
Temas...
La Iglesia-comunión es ante todo el sacramento de la unión íntima de los hombres con Dios. La comunión de los hombres con Dios es el primer fin de la Iglesia (LG). En el evangelio Jesús nos dice: "donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos ". La voz de Ezequiel debe resonar en medio del pueblo para que el malvado se corrija de su conducta y se convierta a Dios (primera lectura). La Iglesia, por tanto, es responsable de invitar a los hombres a la unión con Dios, y habrá de usar para ello de todos los medios legítimos y eficaces. Dejaría de ser Iglesia-comunión si olvidase esta dimensión vertical, que pone de relieve el carácter instrumental de la Iglesia, a la vez que su vocación universal (ningún hombre está excluido del llamado de la Iglesia a la comunión con Dios). La Iglesia ha tomado mayor conciencia de su vocación de instrumento de comunión de los hombres con Dios: primero en relación a sus hijos, a quienes ofrece la revelación de Dios en Jesucristo y los medios para dar una respuesta adecuada y generosa; luego, mediante el diálogo ecuménico y el diálogo interreligioso, que constituyen dos formas actuales de esta conciencia eclesial, para quienes no pertenecen visiblemente a ella (cfr. Papa Francisco).
La comunión de los hombres con Dios desemboca, casi espontáneamente, en la unión fraterna. Es la unión de todos en el amor, en cuanto que somos hermanos de fe, pero en la que cada uno cumple con su función (ministerio) propia. Quien es centinela y guía expresará su amor dirigiendo y, si es necesario, corrigiendo a quien se desvía, en un clima de responsabilidad y de libertad. En la Iglesia-comunión todos nos sentimos obligados a fomentar la unión y el amor, a buscar el bien de los demás, a amarlos deseándoles lo mejor. La corrección fraterna, de la que nos habla el Evangelio, tiene aquí su aplicación, si bien el modo de llevarla a cabo reviste formas de realización muy diversas, según las circunstancias de tiempos y lugares, y según las tradiciones religiosas significativas o ancestrales y las culturas propias.
La Iglesia-comunión habrá de procurar el evitar la excomunión de alguno de sus miembros, pero ésta puede llegar a ser, en ocasiones, necesaria como exigencia de la misma comunión, para preservar la unidad y la paz entre los hermanos y para evangelizar a aquel que de alguna manera hemos conocido con actitudes o comportamientos contrarios al Evangelio. "Y si tampoco quiere escuchar a la comunidad, considéralo como pagano o publicano", nos enseña Jesús. Propiamente hablando, no es la Iglesia quien excomulga a uno de sus miembros, es más bien él quien libremente se autoexcluye de la comunión y la Iglesia se lo avisa y se compromete a buscarlo más intensamente. En efecto, son bien sabidos todos los esfuerzos de la Iglesia para salvar la comunión y la salvación de todos cuando surgen posiciones de disenso en puntos esenciales del dogma o de la moral. En todo caso, la Iglesia-comunión siempre tiene los brazos abiertos para acoger de nuevo al hermano e integrarlo en la familia eclesial. Todos estamos llamados a ser, en la Iglesia, testigos alegres de la misericordia de Dios y tenemos la necesidad de experimentar la misericordia de Dios.
Sugerencias...
El amor es la plenitud de la ley. Cada parroquia, cada comunidad eclesial, cada familia, es auténtica si hay entre sus miembros verdadero amor a Dios y verdadero amor recíproco. Debemos ser, ante todo, un proyecto visible de la respuesta de amor de los hombres a Dios y mostrar el amor de Dios al hombre. La primera ocupación del párroco y de los parroquianos, de un padre de familia, de un empleador cristiano habrá de ser, no que funcionen bien ‘las actividades’, sino que cada uno abra su mente y su corazón a Dios y lo escuche en el interior de su conciencia. Después vendrá todo lo demás, como por añadidura: asistencia a la Misa dominical, recepción de los sacramentos, amor sincero a los hermanos e interés por su bien y felicidad, organización de actividades, acción benéfica y solidaridad con los necesitados, beneficencia, espíritu de colaboración, buen salario, servicio entre todos, buen descanso, las obras de misericordia, etcétera.
La corrección fraterna. En la enseñanza de Cristo, la corrección fraterna hace concreto el amor a los hermanos. En una diócesis, en una parroquia, en una comunidad religiosa, en un barrio –entre cristianos– no todo ni todos/todas serán perfectos y siempre habrá cosas y comportamientos que se puedan mejorar. La corrección fraterna tiene aquí su razón de ser: responder, como individuos y como comunidad, lo mejor posible a la vocación cristiana y eclesial que hemos recibido. ¿Cómo? No parece acertado el camino de la murmuración, de la maledicencia o de la rebeldía, (Papa Francisco) que ciertamente no es nada cristiano. La respuesta al cómo admite muchísimas variaciones, que serán todas buenas si se realizan con respeto, prudencia y caridad sincera. "El amor no hace mal al prójimo. Por lo tanto, el amor es la plenitud de la Ley"
P. Beto

HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

  VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024) Primera : Isaías 52,13 – 53,12;  Salmo : Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25;  Segunda :...