martes, 3 de octubre de 2023

HOMILIA Domingo vigesimoséptimo del TIEMPO ORDINARIO cA (08 de octubre de 2023)

GENTILEZA DE CANTA Y CAMINA AUTOR FANO


 Domingo vigesimoséptimo del TIEMPO ORDINARIO cA (08 de octubre de 2023) 

Primera: Isaías 5, 1-7; Salmo: Sal 79, 9. 12-16. 19-20; Segunda: Filipenses 4, 6-9; Evangelio: Mateo 21, 33-46 

Nexo entre las LECTURAS 

El canto del Señor Yahvé a su viña, el pueblo de Israel, abre la Palabra litúrgica de este Domingo y el salmo, como respuesta a la Palabra. Jesús escenifica, en una parábola autobiográfica, el trágico final de un idilio fallido. Junto a la historia de esta viña, Pablo, en un bellísimo texto, orienta nuestro pensamiento y nuestra actividad: tranquilidad, paz, atención a lo bueno, Dios está con nosotros. La viña del Señor es la casa de Israel... Esperó derecho, y ahí tienen: asesinatos. Dios mismo se pregunta en Isaías: ¿cabía hacer algo por mi viña que yo no haya hecho? El mismo Isaías nos dice en unas líneas más adelante de nuestro texto cuáles son las causas de la calamitosa situación de la viña del Señor. 

Temas... 

El Evangelio de este Domingo concluye con una amonestación de Jesús, particularmente severa, dirigida a los jefes de los sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «Por eso les digo que se les quitará a ustedes el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos» (Mt 21, 43). Son palabras que hacen pensar en la gran responsabilidad de quien en cada época, está llamado a trabajar en la viña del Señor, especialmente con función de autoridad, e impulsan a renovar la plena fidelidad a Cristo. Él es «la piedra que desecharon los constructores», (cf. Mt 21, 42), porque lo consideraron enemigo de la ley y peligroso para el orden público, pero Él mismo, rechazado y crucificado, resucitó, convirtiéndose en la «piedra angular» en la que se pueden apoyar con absoluta seguridad los fundamentos de toda existencia humana y del mundo entero. De esta verdad habla la parábola de los viñadores infieles, a los que un hombre confió su viña para que la cultivaran y recogieran los frutos. El propietario de la viña representa a Dios mismo, mientras que la viña simboliza a su pueblo, así como la vida que Él nos da para que, con su gracia y nuestro compromiso, hagamos el bien. San Agustín comenta que «Dios nos cultiva como un campo para hacernos mejores» (Sermón 87, 1, 2: PL 38, 531). Dios tiene un proyecto para sus amigos, pero por desgracia la respuesta del hombre a menudo se orienta a la infidelidad, que se traduce en rechazo. El orgullo y el egoísmo impiden reconocer y acoger incluso el don más valioso de Dios: su Hijo unigénito. En efecto, cuando «les mandó a su hijo –escribe el evangelista Mateo– … [los labradores] agarrándolo, lo sacaron fuera de la viña y lo mataron» (Mt 21, 37.39). Dios se pone en nuestras manos, acepta hacerse misterio insondable de debilidad y manifiesta su omnipotencia en la fidelidad a un designio de amor, que al final prevé también el justo castigo para los malvados (cf. Mt 21, 41). 

Firmemente anclados en la fe en la piedra angular que es Cristopermanezcamos en Él como el sarmiento que no puede dar fruto por sí mismo si no permanece en la vid. Solamente en Él, por Él y con Él se edifica la Iglesia, pueblo de la nueva Alianza. Al respecto escribió san Pablo VI: «El primer fruto de la conciencia profundizada de la Iglesia sobre sí misma es el renovado descubrimiento de su relación vital con Cristo. Cosa conocidísima, pero fundamental, indispensable y nunca bastante sabida, meditada y exaltada». (Enc. Ecclesiam suam, 6 de agosto de 1964: AAS 56 [1964], 622). 

Queridos amigos, el Señor está siempre cercano y actúa en la historia de la humanidad, y nos acompaña también con la singular presencia de sus ángeles, que la Iglesia venera como «custodios», es decir, ministros de la divina solicitud por cada hombre. Desde el inicio hasta la hora de la muerte, la vida humana está rodeada de su incesante protección. Y los ángeles forman una corona en torno a la augusta Reina de las Victorias, la santísima Virgen María del Rosario, que desde el santuario de Pompeya y desde el mundo entero, acoge la súplica ferviente para que sea derrotado el mal y se revele, en plenitud, la bondad de Dios. 

Sugerencias... 

Aquí y ahora sigue la historia de la viña: la historia de nuestra historia, de nosotros en la historia. La liturgia nos invita también HOY como a juzgar entre Dios y la historia. El mal y sus agentes estamos ahí tal como nos retrata a todos Isaías; ahí está también la amorosa paciencia de Dios, no siempre claramente proclamada por nosotros llamados a ser discípulos-misioneros. Dios sigue haciendo el bien, a nosotros, en nosotros y por medios de nosotros en la historia. 

La historia de la viña supone todo un desafío para los que hoy nos reunimos en nombre de Jesús: ¿Estamos ‘convencidos’ (firmemente asentados) de nuestra participación responsable en todo lo que degrada nuestra historia? ¿Creemos y proclamamos que la esperanza de la historia pasa, con la ayuda de Dios, por las manos y la conciencia de los hombres, de todos los hombres? ¿Sabemos y creemos en la misión que tenemos los cristianos como testigos del que es fundamento de toda esperanza humana? ¿En nuestras oraciones, insistimos en comprometer a Dios en nuestros intereses o le pedimos la gracia para que nos comprometa en sus designios amorosos sobre su viña?... Oremos para saber responder a Dios con constancia y fidelidad. 


HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

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