martes, 18 de diciembre de 2018

Homilía del Papa Francisco en Santa Marta Martes 18 de diciembre de 2018

Homilía del Papa Francisco en Santa Marta Martes 18 de diciembre de 2018 Podríamos resumir el Evangelio de hoy (Mt 1,18-24) diciendo que José es el hombre que sabe acompañar en silencio y el hombre de los sueños. En las Sagradas Escrituras conocemos a José como un “hombre justo”, observante de la ley, trabajador, humilde, enamorado de María. En un primer momento, ante lo incomprensible, prefiere quedarse aparte, pero luego Dios le revela su misión. Y así José abraza su tarea, su papel, y acompaña el crecimiento del Hijo de Dios en silencio, sin juzgar, sin criticar, sin murmurar. Ayudar a crecer, a desarrollarse. Y buscó un lugar para que el hijo naciese; lo cuidó; lo ayudó a crecer; le enseñó el oficio; muchas cosas… En silencio. Nunca se apropió del hijo: lo dejó crecer en silencio. “Dejar crecer”: sería la palabra que nos podría ayudar mucho a nosotros que por naturaleza siempre queremos meter la nariz en todo, sobre todo en la vida ajena. “¿Y porqué hace eso? ¿Porqué lo otro…?”. Y empezamos a murmurar, a decir… Pero él deja crecer. Protege. Ayuda, pero en silencio. Una actitud sabia que tienen tantos padres: la capacidad de esperar, sin gritar enseguida, incluso ante un error. Es fundamental saber esperar, antes de decir la palabra capaz de hacer crecer. Esperar en silencio, como hace Dios con sus hijos, con los que tiene tanta paciencia. San José era además un hombre concreto, pero con el corazón abierto, el hombre de los sueños, no un soñador. El sueño es un lugar privilegiado para buscar la verdad, porque ahí no nos defendemos de la verdad. Vienen, y... Dios también habla en sueños. No siempre, porque habitualmente es nuestro inconsciente el que actúa, pero Dios a veces elige hablar en sueños. Lo hizo muchas veces, como se ve en la Biblia. En sueños. José era el hombre de los sueños, pero no era un soñador. No era un fantasioso. Un soñador es otra cosa: es el que cree… va… está en las nubes, y no tiene los pies en la tierra. José tenía los pies en la tierra. Pero estaba abierto. Pidamos hoy no perder la capacidad de soñar, la capacidad de abrirse al mañana con confianza, a pesar de las dificultades que pueden surgir. No perder la capacidad de soñar el futuro: cada uno de nosotros. Cada uno: soñar en nuestra familia, en nuestros hijos, en nuestros padres. Ver cómo me gustaría que fuese su vida. Los sacerdotes también: soñar en nuestros fieles, qué queremos para ellos. Soñar como sueñan los jóvenes, que son “descarados” al soñar, y ahí hallan su camino. No perder la capacidad de soñar, porque soñar es abrir las puertas al futuro. Ser fecundos en el futuro.

lunes, 17 de diciembre de 2018

HOMILIA Cuarto Domingo de ADVIENTO cC (23 de diciembre 2018)

Cuarto Domingo de ADVIENTO cC (23 de diciembre 2018) Primera: Miqueas 5, 1-4; Salmo: 79, 2ac. 3b. 15-16. 18-19; Segunda: Hebreos 10, 5-10; Evangelio: Lucas 1, 39-48 Nexo entre las LECTURAS… Temas… La relación entre el Hijo y el Padre, la relación entre la Madre y el Hijo, la relación de María con santa Isabel, la de Jesús con el Bautista, la de Dios con los hombres y de los hombres con Dios… y la recta relación de los hombres entre sí… el NEXO es mirar, contemplar “la manera virtuosa de relacionarnos” y practicarlo. 1) "El tiempo en que la madre da a luz" (1a lectura). El profeta Miqueas, ocho siglos antes anuncia el nacimiento del Mesías en la pequeña aldea de Belén de Efratá. Será "el jefe de Israel". Cuando "la madre dé a luz" todo cambiará para el pueblo elegido. Esa madre ‘dibujada’ por Miqueas es María de Nazaret, la Virgen. La Madre del que "pastoreará con la fuerza del Señor", aquel cuyo "origen es desde antiguo, del tiempo inmemorial", el Hijo eterno del Padre. Sus dones serán: la "tranquilidad" y la "paz". Este anuncio resuena con dulzura. 2) "Aquí estoy" (2a lectura). ¡Cómo resuenan -sinceras y comprometidas- las palabras de la Carta a los Hebreos! Jesús a punto de entrar en el mundo (Encarnación-Navidad), expresa su ofrenda, en oferta gozosa al Padre. Son palabras garantizadas por el Espíritu Santo y puestas en boca del Hijo eterno, que se desposa con la humanidad para rescatarla y elevarla: "... me has dado un cuerpo... Dios, aquí estoy, yo vengo (…) para hacer tu voluntad”. Palabras casi idénticas que dirá en Getsemaní, poco antes de aceptar la pasión (Lc 22,42). La Navidad ya encierra la Pascua… ¡qué buena, qué gran noticia! 3) El salmo es la oración de Israel ante una gran desgracia. El enemigo ha invadido el territorio nacional y ha destruido la Ciudad y el Templo, y Dios parece mostrarse indiferente y callado ante tamaña desgracia: «Pastor de Israel, ¿hasta cuándo estarás airado?; mira desde el cielo, fíjate y ven a visitar tu viña, suscita, Señor, un nuevo rey que dirija las victorias de tu pueblo, fortalece un hombre haciéndole cabeza de Israel y que tu mano proteja, a éste, tu escogido.» Con este salmo podemos hoy pedir por la Iglesia y sus pastores. También el ‘nuevo Israel’ sucumbe frecuentemente ante el enemigo, y le falta mucho para ser aquella Vid frondosa que atrae las miradas de quienes tienen hambre de Dios y a veces, por esto, deja de evangelizar. ¡Recemos! 4) "María se puso en camino y fue aprisa a la montaña" (evangelio). María es la gran figura del Adviento para la Iglesia. Ella, conocedora de la situación de Isabel, "se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá". Sale de su tranquilidad y presurosa, va a ayudar a su prima. Ejemplo de servicio, pero sobre todo figura de quien se deja conducir por el Espíritu, para llevar a Cristo a los demás. María modelo de evangelización, portadora del gozo de Dios. Dichosa por su fe; modelo privilegiado de las actitudes que pide el Adviento a la Iglesia. Así se está dispuesto y preparado para recibir a Dios en la Navidad. María es la aurora que anuncia la cercanía del nuevo día: Cristo-Jesús. Sugerencias... Saber relacionarse. En la conversación humana es frecuente escuchar: "Hay que saber relacionarse" hablando de tener trato con gente influyente... entonces con ello se quiere decir que es bueno tener muchos ‘contactos’, y sobre todo con gente influyente. La razón es evidente, si uno sabe relacionarse, en términos temporales, tiene la posibilidad de que se le abran puertas en los diversos ámbitos de la vida humana: político, financiero, social, profesional, educativo, religioso... En necesario que en este Adviento nos invitemos, de nuevo, como discípulos-misioneros (clérigos y laicos), a relacionarnos con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, con la santísima Virgen María, nuestra Madre y nuestra Reina, con los santos, que son nuestros hermanos y protectores desde el cielo y con los que nos rodean en la ofrenda-entrega diaria de nuestra vida… esto en es verdad saber relacionarse, no por conseguir cosas temporales SINO para alcanzar la felicidad eterna. Éstas relaciones no te dan, necesariamente, acceso -claro está- a un excelente puesto de trabajo, ni a un negocio redondo… más bien ejercen su acción en el interior, en el corazón, transformándonos, y nos da una nueva visión de las cosas y de la vida, haciendo que nuestra vida sea según Dios y en la relación con los demás y con las cosas… de forma que nuestras decisiones siempre estén inspiradas por el amor y por el servicio (cosas que el Papa pide insistentemente con el ejercicio del discernimiento). Obrar así, también modifica para bien nuestra relación con la propia historia, convirtiéndola, tal vez, de una historia sin sentido en una historia de salvación. ¡Cuántos bienes nos pueden venir –y podemos obtener para los demás–, si sabemos relacionarnos con Dios, con la Virgen, con los santos! Podríamos decir: bienaventurados los que saben relacionarse, porque serán como un árbol que da frutos de bien, de felicidad, de servicio, de salvación. ‘Relacionarse’ por el Reino para gloria de Dios. Los discípulos-misioneros vivimos en el mundo, en el reino de este mundo perteneciendo, en verdad, al Reino de Dios. Y en el reino importa mucho que sean buenas las maneras y modos de relacionarnos… el Papa insiste en aquello de saludarnos, pedir perdón, pedir por favor, dar gracias… No debemos acostumbrarnos al servicio de nuestros intereses egoístas, sino vivir para la edificación del Reino de Dios. Hemos de relacionarnos con todos para que nos ayudemos en favor de los ‘pobres, débiles y sufrientes, los marginales y los de la periferia’ practicando virtuosamente las obras de misericordia, las corporales y las espirituales. Nos encontramos, en Dios y según el evangelio, para crecer en la conciencia de que el Reino de Dios nos pertenece y nos invita a poner todos los medios para hacer más humana la existencia, más digna, más libre, más feliz (Evangelii Gaudium). Hay que llegarse a todos para evangelizarnos y vivir el amor y el servicio en beneficio de los más necesitados. Si todos los cristianos utilizáramos nuestras ‘relaciones’ para ponerlas al servicio del Reino, seguramente que el mundo caminaría más humanamente y por eso más cristianamente (Francisco), y más marcados por nuestra fe en Jesucristo (Aparecida) para que en Él todos nuestros pueblos tengan vida y la tengan en abundancia. Jesucristo entró en contacto con la historia para instaurar el Reino de su Padre. En este Adviento y en la Navidad ¿qué estamos dispuestos a hacer? Nuestra Señora del Adviento, del Amor y del servicio, ¡ruega por nosotros!

Las antífonas de la "O”

Las antífonas de la "O” Las antífonas de la "Oh" son siete, y son un llamamiento al Mesías recordando las ansias con que era esperado por todos los pueblos antes de su venida, como también hoy, le espera la Iglesia en los días que preceden a la gran solemnidad del Nacimiento del Salvador. También se llaman «antífonas mayores» y todas empiezan en latín con la exclamación «O» y en castellano «Oh», seguida de un título mesiánico tomado del A.T., pero entendido con la plenitud del N.T. Cada uno termina con una petición del pueblo de Dios, relevantes para el título por el cual se dirige, y el clamor “Ven…”. En la tradición católica romana, las antífonas de Adviento se cantan o se recitan en las Vísperas desde el 17 de diciembre hasta el 23 de diciembre y en el versículo del Aleluya antes de la proclamación del Evangelio en la Santa Misa de cada uno de esos días. Se desconoce el origen exacto de las antífonas de Adviento. Boecio (480–524/5) hace una breve referencia, sugiriendo que en la Abadía benedictina de san Benito, en Fleury (cerca de Orleans), recitaban estas antífonas el abad y otros superiores de la abadía en rango descendente, y luego se entregaba un obsequio a cada miembro de la comunidad. En el siglo VIII se utilizan en las celebraciones litúrgicas en Roma. Varias de estas antífonas han sido encontradas en algunos breviarios medievales. De este modo, podemos concluir que de alguna manera las antífonas de Adviento han sido parte de la tradición litúrgica desde los primeros tiempos de la Iglesia. Oh Sabiduría, que brotaste de los labios del Altísimo, abarcando del uno al otro confín y ordenándolo todo con firmeza y suavidad, ¡ven y muéstranos el camino de la salvación! * Oh Adonaí, -Pastor- de la casa de Israel, que te apareciste a Moisés en la zarza ardiente y en el Sinaí le diste tu ley, ¡ven a librarnos con el poder de tu brazo! * Oh Raíz del tronco de Jesé, que te alzas como un signo para los pueblos, ante quien los reyes enmudecen y cuyo auxilio imploran las naciones, ¡ven a librarnos, no tardes más! * Oh Llave de David y Cetro de la casa de Israel, que abres y nadie puede cerrar, cierras y nadie puede abrir, ¡ven y libra los cautivos que viven en tinieblas y en sombra de muerte! * Oh Oriente -Sol- que naces de lo alto, Resplandor de la Luz Eterna, Sol de justicia, ¡ven ahora a iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte! * Oh Rey de las naciones y Deseado de los pueblos, Piedra angular de la Iglesia, que haces de dos pueblos uno solo, ¡ven y salva al hombre que formaste del barro de la tierra! * Oh Emmanuel, Rey y Legislador nuestro, esperanza de las naciones y salvador de los pueblos, ¡ven a salvarnos, Señor Dios nuestro! Cada antífona una representa uno de los títulos del Mesías: Si se empieza por el último título y se toma la primera letra de cada una se forman las palabras latinas "ero cras", que significan «Estaré mañana». Es como la respuesta divina a la súplica de la Iglesia en cada una de estas antífonas, y para cuya venida se han preparado los cristianos durante el Adviento, conduciéndoles hacia su alegre fin.

martes, 11 de diciembre de 2018

Homilía del Papa Francisco en Santa Marta Martes 11 de diciembre de 2018

gentileza: Almudi.org Homilía del Papa Francisco en Santa Marta Martes 11 de diciembre de 2018 La Primera Lectura del Libro del profeta Isaías (Is 40,1-11) es una invitación al consuelo: “Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios”, porque “está pagado su crimen”. Se trata, pues, del consuelo de la salvación, de la buena noticia de que hemos sido salvados. Cristo Resucitado, en aquellos cuarenta días, con sus discípulos hace precisamente eso: consolar. Pero nosotros no queremos correr riesgos y ponemos resistencia al consuelo como si estuviésemos más seguros en las aguas turbulentas de los problemas. Apostamos por la desolación, por los problemas, por la derrota, mientras que el Señor trabaja con tanta fuerza pero encuentra resistencia. Hasta se ve con los discípulos la mañana de Pascua: “pues yo quiero tocar y asegurarme bien”. Eso porque se tiene miedo de otra derrota. Estamos apegados a ese pesimismo espiritual. Cuando en las Audiencias los padres me acercan a sus bebés para que los bendiga, algunos niños me ven y gritan, comienzan a llorar, porque, viéndome vestido de blanco, piensan en el médico y en las enfermeras, que le han puesto inyecciones para las vacunas y piensan: “¡No, otra no!”. También nosotros somos un poco así, pero el Señor dice: “Consolad, consolad a mi pueblo”. ¿Y cómo consuela el Señor? Con la ternura. Es un lenguaje que no conocen los profetas de desventuras: la ternura. Es una palabra borrada de todos los vicios que nos alejan del Señor: vicios clericales, vicios de los cristianos que no quieren moverse, tibios… La ternura da miedo. “Mirad, viene con él su salario y su recompensa lo precede”, así acaba el texto de Isaías. “Como un pastor que apacienta el rebaño, reúne con su brazo los corderos y los lleva sobre el pecho; cuida él mismo a las ovejas que crían”. Ese es el modo de consolar del Señor: con la ternura. La ternura consuela. Las madres, cuando el niño llora, lo acaricia y lo tranquilizan con ternura: una palabra que el mundo de hoy, de hecho, borra del diccionario. Ternura. El Señor invita a dejarse consolar por Él y eso ayuda también en la preparación a la Navidad. Y hoy, en la oración colecta hemos pedido la gracia de un sincero gozo, de esa alegría sencilla pero sincera. Es más, yo diría que el estado habitual del cristiano debe ser el consuelo. También en los momentos malos: los mártires entraban en el Coliseo cantando; los mártires de hoy –pienso en los valientes trabajadores coptos en la playa de Libia, degollados– morían diciendo “¡Jesús, Jesús!”: hay un consuelo dentro; una alegría incluso en el momento del martirio. El estado habitual del cristiano debe ser el consuelo, que no es lo mismo que el optimismo, no: el optimismo es otra cosa. Pero el consuelo, esa base positiva… Se habla de personas luminosas, positivas: la positividad, la luminosidad del cristiano es el consuelo. En los momentos en que se sufre, no se siente el consuelo, pero un cristiano no puede perder la paz porque es un don del Señor que la da a todos, hasta en los momentos más malos. Pidamos al Señor en este tiempo de preparación a la Navidad no tener miedo y dejarnos consolar por Él. Que me prepare a la Navidad al menos con la paz: la paz del corazón, la paz de tu presencia, la paz que dan tus caricias. “Pero soy tan pecador…”. –Sí, pero ¿qué nos dice el Evangelio de hoy? (Mt 18,12-14) Que el Señor consuela como el pastor, y si pierde uno de los suyos va a buscarlo, como aquel hombre que tiene cien ovejas y pierde una: va a buscarla. Así hace el Señor con cada uno de nosotros. “No quiero la paz, me resisto a la paz, me resisto al consuelo…”, pero Él está a la puerta. Y llama para que le abramos el corazón y dejarnos consolar y darnos la paz. Y lo hace con suavidad: llama con las caricias.

ALETEIA "Este es el secreto para dormir bien"

GENTILEZA DE ALETEIA Es el consejo que no aparece en las listas y que seguro que te ayuda a reducir el estrés y la preocupación Muchos estudios dicen que entre un 20 y un 40 por ciento de la población adulta no duerme bien. Pongamos que es un tercio. Son millones y millones de personas que no logran conciliar el sueño. Un estudio en Argentina incluso llegó a indicar que el porcentaje era del 80 por ciento. ¡Una calamidad! Hay que poner remedio a la falta de sueño, al estrés, al insomnio. Pero, ¿por dónde comenzar si uno ya lo ha intentado todo? Leo los consejos, trucos y secretos que dan las revistas dedicadas al bienestar. Son 6 ó 10 ideas, todas ellas útiles y sensatas, así que tomo nota: tener un horario de acostarse y levantarse, no al tabaco, que la habitación sea un lugar agradable y ventilado, que el dormitorio sea distinto del lugar de trabajo, que no entre la luz natural ni haya luces artificiales, no a la cafeína, no a los dispositivos móviles, menos alcohol, reducir la siesta, hacer ejercicio… Uno sigue las “instrucciones” pero… algo falla y no consigue conciliar el sueño. Repaso las listas de consejos y veo que olvidan algo muy importante. Tal vez sea el secreto para que nuestro sueño cambie radicalmente y por fin descansemos cada jornada. Les digo el truco: antes de ir a dormir, pidan perdón. Pidan perdón si durante la cena se pelearon con la familia. Si durante el día se han dicho cosas fuertes con un amigo o con el hermano. Si parece que no hay vuelta atrás después de lo que han dicho esta mañana a un compañero de trabajo. Pedir perdón es un sencillo acto y nos descarga de la mochila que llevamos todos. Por ejemplo… Levántate de la cama y llama a la habitación de tus padres para pedir perdón. Dirígete a tu esposa y pídele perdón porque la dejaste con la palabra en la boca cuando discutíais. Llama a tu colega o mándale una grabación de WhatsApp para decirle lo mucho que sientes haber sido prepotente en la reunión de la tarde. Humillarse es hacerse grande. Pedir perdón nos libera. Cuesta pero es sanador. Repara lo que estaba roto. Para una persona de fe, además, pedir perdón es el acto por el que entra de nuevo en la dimensión de Dios. Si te acuerdas de Dios por la noche antes de acostarte, es posible que Él te recuerde con quién deberías hacer las paces. El momento posterior a pedir perdón será la calma.

lunes, 10 de diciembre de 2018

HOMILIA Tercer Domingo de ADVIENTO cC (16 de diciembre 2018)

Tercer Domingo de ADVIENTO cC (16 de diciembre 2018) Primera: Sofonías 3, 14-18a; Salmo: Is 12, 2-3 4abc. 5-6; Segunda: Filipenses 4, 4-7; Evangelio: Lucas 3, 2b-3.10-18 Nexo entre las LECTURAS En la inminencia de la Navidad la liturgia nos invita a la alegría por el grande acontecimiento salvífico que se dispone a celebrar, mientras continúa exhortándonos a la conversión. La alegría es el tema de las dos primeras lecturas. «¡Exulta, hija de Sión! ¡Da voces jubilosas, Israel! ¡Regocíjate con todo el corazón, hija de Jerusalén!» (Sf 3, 14). Y es la alegría que comunica Juan el Bautista al pueblo mediante la predicación de la Buena Nueva del Mesías salvador que instaurará, con su venida, la justicia y la paz entre los hombres (evangelio). La alegría está unida a la conversión… digamos a todos, feliz Domingo… que la alegría del Señor esté en ustedes. Temas... El motivo de tanta alegría no es solamente la restauración de Jerusalén, sino la promesa mesiánica que hace ya gustar al profeta la presencia de Dios entre su pueblo: «Aquel día se dirá… ¡El Señor, tu Dios, está en medio de ti, es un guerrero victorioso!» (ib 16-17). «Aquel día» tan lleno de gozo será el día del nacimiento de Jesús en Belén; pues entonces el Señor se hará presente en el mundo de la manera más concreta, hecho hombre entre los hombres nacido para ser el Salvador poderoso de todos. Si Jerusalén se alboroza con la esperanza de «aquel día», la Iglesia cada año lo conmemora con alegría inmensamente más grande. Allí era sólo promesa y esperanza, aquí es realidad y un hecho ya cumplido. Y sin embargo tampoco esto excluye la esperanza porque el hombre está siempre en camino hacia el Señor, el cual, aunque venido ya en la carne, debe volver glorioso al final de los tiempos. El itinerario de la Iglesia se extiende entre estos dos acontecimientos y del mismo modo que se alegra por el primero, también se alegra por el último y exhorta a sus hijos a que se regocijen con ella: «Alégrense siempre en el Señor. Vuelvo a insistir, alégrense. El Señor está cerca.» (Fp 4, 4-5). Cerca, porque ya ha venido; cerca, porque volverá; cerca, porque a quien le busca con el amor y la entrega de todos los días, cada fiesta de Navidad trae una nueva gracia para descubrir al Señor y unirse a Él de un modo nuevo y más profundo. Como preparación a la venida del Señor, San Pablo nos recomienda, con alegría, la bondad: «Que la bondad de ustedes sea conocida por todos los hombres» (ib 5). Sobre este tema insiste el Evangelio a través de la predicación del Bautista enderezada a preparar las almas a la venida del Mesías. «¿Qué debemos hacer entonces?» (Lc 3, 10), le preguntaban las muchedumbres venidas a oírle. Y él respondía: «El que tiene dos túnicas, dé una al que no la tiene, y el que tiene alimentos, haga lo mismo» (ib 11). La caridad para con el prójimo, unida a la de Dios, es el punto central de la conversión; el hombre egoísta preocupado sólo de sus intereses debe cambiar ruta preocupándose de las necesidades y del bien de los hermanos. También a los publícanos y a los soldados que le preguntaban, Juan propone un programa de justicia y de caridad: no exigir más de lo debido, no cometer atropellos, no explotar al prójimo, contentarse con la propia paga. El Bautista no pedía grandes gestos, sino el amor del prójimo concretizado en la generosidad hacia los menesterosos (los de la periferia) y en la honradez en el cumplimento de la propia profesión. Era como el preludio del mandamiento del amor sobre el cual tanto había de insistir más tarde Jesús. Bastaría orientarse con plenitud en esta dirección para prepararse dignamente a la Navidad. Jesús en su Natividad quiere ser acogido no sólo personalmente, sino también en cada uno de los hombres, sobre todo en los pobres, débiles, sufrientes… en los atribulados, con los cuales gusta identificarse: «Tuve hambre, y me dieron de comer..., estaba desnudo, y me vistieron» (Mt 25, 35-36). En resumen, el evangelio de la alegría se implanta y produce frutos magníficos allí donde se vive el mandamiento del amor, cada uno según su profesión y su condición de vida… para nosotros es dar frutos en la práctica de las obras de misericordia y dar los pasos a la Misericordia: “No juzgar”; “No condenar”; “Perdonar”; “Dar”, Papa Francisco. Sugerencias... Alegrarse ya del futuro. Sofonías anuncia la liberación de Jerusalén y Judá, pero todavía no ha llegado. Con todo, ya el mismo anuncio debe ser causa de alegría. Juan Bautista goza ya por anticipado de la venida del Mesías, aunque todavía no se haya hecho presente. Los cristianos vivimos con alegría este período de Adviento, aun a sabiendas que la ‘Navidad 2018’ no ha llegado todavía. Los cristianos estamos practicando el bien en el presente, pero con la mirada puesta en el futuro, que ha de ser siempre fuente de alegría. El cristiano, hombre de la esperanza, dirá con su vida: "Todo tiempo futuro será mejor" y esto le infunde una grande alegría. Mejor, más alegría por la acción misteriosa y eficaz del Espíritu santo en la historia de los hombres que favorece el verdadero progreso de los pueblos, en la verdad y en la justicia y contribuye de buena manera al reinado de Dios. Y ¿cómo no alegrarnos del futuro?... si estamos convencidos de que está en manos de Dios, incluso en medio de la prueba y de la tribulación. Alegría y paz. Amor, alegría y paz son dones-frutos del Espíritu Santo. En cuanto dones del Espíritu santo sería un error identificar el amor con el sentimiento amoroso o con los amoríos, la alegría con los jolgorios y la paz con la ausencia de guerra, destrucción y muerte. Siendo frutos del Espíritu Santo, la alegría y la paz, únicamente quien las ha recibido por la fe, está en condiciones de experimentarlas, conocerlas, poseerlas, disfrutarlas, transmitirlas... vivamos así el Año 2019 que nos disponemos a vivir de la mano del Señor. La paz que habita en el alma del creyente inspira una alegría interior atrayente, que se manifiesta en la manera de vivir de la persona, y contagia hasta con la sola presencia. Por su parte, la alegría de la que el Espíritu dota, transmite paz y orden en la vida, serenidad y armonía, y sobre todo una especie de imperturbabilidad espiritual, que ayuda a los demás. ¿Por qué no pedir al Espíritu Santo que nos conceda más abundantemente sus dones para prepararnos a la Navidad y para vivir mejor en espera del Cielo? Alegrémonos en el Señor. Vivamos la Paz de Dios. La Navidad está ya a las puertas. Nuestra Señora de la alegría, Reina de la paz, ruega por nosotros.

miércoles, 5 de diciembre de 2018

HOMILIA DEL 04 DE DICIEMBRE DE 2018 DEL PAPA FRANCISCO

Homilía del Papa Francisco en Santa Marta- GENTILEZA DE Almudi.org Martes 4 de diciembre de 2018 Las lecturas de hoy (Is 11,1-10 y Lc 10,21-24) nos animan a preparar la Navidad procurando construir la paz en la propia alma, en la familia y en el mundo. En las palabras de Isaías hay una promesa de cómo serán los tiempos cuando venga el Señor: el Señor hará la paz y todo estará en paz. Isaías lo describe con imágenes un poco bucólicas pero bonitas: “Habitará el lobo con el cordero, el leopardo se tumbará con el cabrito, el ternero y el león pacerán juntos: un muchacho será su pastor”. Esto significa que Jesús trae una paz capaz de transformar la vida y la historia y por eso es llamado Príncipe de la paz, porque viene a ofrecernos esa paz. El tiempo de Adviento es, pues, un tiempo para prepararnos a esa venida del Príncipe de la paz. Un tiempo para pacificarse. Se trata de una pacificación ante todo con nosotros mismos, pacificar el alma. Muchas veces no estamos en paz sino con ansiedad, con angustia, sin esperanza. Y la pregunta que nos dirige el Señor es: “¿Cómo está tu alma hoy? ¿Está en paz?”. Si no lo está, pide al Príncipe de la paz que la pacifique para prepararte al encuentro con Él. Estamos acostumbrados a mirar el alma ajena, pero ¡mira la tuya! Luego, hay que pacificar la casa, la familia. Hay tantas tristezas en las familias, tantas luchas, tantas pequeñas guerras, tanta desunión, y hay que preguntarse si la familia está en paz o en guerra, si uno está contra el otro, si hay puentes o muros que nos separan. El tercer ámbito es pacificar el mundo donde hay más guerra que paz, hay tanta guerra, tanta desunión, tanto odio, tanto abuso. ¡No hay paz! ¿Qué hago yo para ayudar a la paz en el mundo? “Pero el mundo está demasiado alejado, padre”. Ya, pero ¿qué hago yo para ayudar a la paz en el barrio, en el colegio, en el puesto de trabajo? ¿Busco siempre una excusa para entrar en guerra, para odiar, para criticar a los demás? ¡Eso es hacer la guerra! ¿Soy manso? ¿Procuro hacer puentes? ¿No condeno? Preguntemos a los niños: “¿Qué haces en la escuela? Cuando hay un compañero que no te gusta, porque es un poco odioso o un poco débil, ¿tú le acosas o haces las paces? ¿Intentas hacer las paces? ¿Perdonas todo?”. Artesanos de paz. Hace falta este tiempo de Adviento, de preparación a la venida del Señor que es el Príncipe de la paz. La paz siempre avanza, nunca está quieta, es fecunda, comienza por el alma y luego vuelve al alma después de haber hecho todo ese camino de pacificación. Y hacer la paz es como imitar a Dios, cuando quiso hacer las paces con nosotros y nos perdonó, nos envió a su hijo para hacer las paces, para ser el Príncipe de la paz. Alguno puede decir: “Pero, padre, yo no he estudiado cómo se hace la paz, no soy una persona culta, no sé, soy joven, no sé…”. Jesús en el Evangelio nos dice cuál debe ser la actitud: “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeños”. Tú no has estudiado, no eres sabio… ¡Hazte pequeño, hazte humilde, hazte siervo de los demás! Hazte pequeño y el Señor te dará la capacidad de comprender cómo se hace la paz y la fuerza para hacerla. La oración de este tiempo de Adviento debe ser la de pacificar, vivir en paz en nuestra alma, en la familia, en el barrio. Y cada vez que veamos que hay posibilidad de una pequeña guerra en casa o en mi corazón o en la escuela o en el trabajo, pararse, y procurar hacer las paces. Nunca herir al otro. Jamás. “Y padre, ¿cómo puedo comenzar para no herir al otro?” –“No hables mal de los demás, no tires el primer cañonazo”. Si todos hiciésemos solo eso –no criticar a los demás–, la paz iría más adelante. Que el Señor nos prepare el corazón para la Navidad del Príncipe de la paz. Pero que nos prepare haciendo de nuestra parte todo lo que podamos para pacificar: pacificar mi corazón, mi alma, pacificar mi familia, la escuela, el barrio, el puesto de trabajo. Hombres y mujeres de paz.

martes, 4 de diciembre de 2018

HOMILIA Solemnidad de la INMACULADA CONCEPCIÓN (8 de diciembre de 2018)

Primera: Génesis 3, 9-15.20; Salmo: Sal 97, 1. 2-3b. 3c-4; Segunda: Éfeso 1, 3-6. 11-12; Evangelio: Lucas 1, 26-38 Nexo entre las LECTURAS Las palabras del ángel a la Virgen María: «¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo» nos dan el sentido profundo de la solemnidad que hoy celebramos. El ángel se dirige a María como si su nombre fuese precisamente «la llena de gracia» (Evangelio). A lo largo de los siglos la Iglesia ha tomado conciencia de que María –«llena de gracia»– había sido redimida por Dios desde su concepción. Se trata de un singular don concedido a María para que pudiese dar el libre asentimiento de su fe al anuncio de su vocación. Era necesario que ella estuviese totalmente habitada por la gracia de Dios para responder adecuadamente al plan de Dios sobre ella (Prefacio). El Padre eligió a María «antes de la creación del mundo para que fuera santa e inmaculada en su presencia en el amor» (Cfr. Ef 1,4). El así llamado “protoevangelio” del libro del Génesis, por su parte, hace presente la promesa de un redentor: «Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo. Él te aplastará la cabeza y tú le acecharás el talón» (1 Lectura). En la carta a los Efesios (2 Lectura) san Pablo indica cómo el Padre nos ha elegido desde la eternidad en Cristo para ser santos e inmaculados en su presencia en el amor. El primer fruto excelente de este plan salvífico es María, quien, en previsión de los méritos de Cristo, fue preservada de toda mancha de pecado original en el primer instante de su concepción. Temas... 1. La fiesta de la Inmaculada entona perfectamente con el espíritu del Adviento; mientras la Iglesia se prepara a la venida del Redentor, es muy justo acordarse de aquella mujer –«la Purísima»– que fue concebida sin pecado porque debía ser su madre. La misma promesa del Salvador está unida, más aún incluida en la promesa de esta Virgen singular. Después de haber maldecido a la serpiente tentadora, dijo el Señor: «Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo. Él te aplastará la cabeza…» (Gn 3, 15). Con María comienza la lucha entre el linaje de la mujer y el linaje de la serpiente; lucha desde el primer origen de la Virgen, habiendo sido ella concebida sin mancha alguna de pecado y por lo tanto en completa oposición a Satanás. Lucha que se convertirá en hostilidad gigantesca y se resolverá en victoria cuando Jesús el «linaje» de María, vendrá al mundo y con su muerte destruirá el pecado. De esta manera la vocación de María ocupa un primer plano en la historia de la salvación: ella es la madre del Redentor y al mismo tiempo su primera redimida, preservada de toda sombra de culpa en previsión de los merecimientos de Jesús. Sin embargo, el privilegio de la Inmaculada no consiste sólo en la ausencia del pecado original, sino mucho más en la plenitud de su gracia. «La Madre de Jesús, que dio a luz la Vida misma que renueva todas las cosas... fue enriquecida por Dios con dones dignos de tan gran dignidad... enriquecida desde el primer instante de su concepción con esplendores de santidad del todo singular» (LG 56). El saludo de Gabriel: «¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1, 8) constituye el testimonio más válido de la inmaculada concepción de María, ya que no sería en sentido total «llena de gracia» si el pecado la hubiera tocado aunque no fuera más que por un levísimo instante. De esta manera la Virgen comenzó su existencia con una riqueza de gracia mucho más abundante y perfecta que la que los más grandes santos alcanzan al final de su vida. Si consideramos luego su absoluta fidelidad y su total disponibilidad para con Dios, se podrá intuir a cuáles alturas de amar y de comunión con el Altísimo haya llegado, precediendo «con mucho a todas las criaturas celestiales y terrenas» (LG 53). 2. Al texto evangélico que presenta a María como «llena de gracia» corresponde a la carta de San Pablo a los Efesios: «Bendito sea Dios… que nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bienes espirituales en el cielo, y nos ha elegido en él, antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia, por el amor (caridad)» (1, 3-6). La Virgen ocupa el primer puesto en la bendición y en la elección de Dios, ya que es la única criatura santa e inmaculada en sentido pleno y absoluto. En María la bendición divina ha producido el fruto más hermoso y perfecto. Y esto no solo porque fue bendecida y elegida «en Cristo», en previsión de sus méritos, sino también en función de Cristo, para que fuese su madre. Hoy la iglesia invita a sus hijos a alabar a Dios por las maravillas realizadas en esta humilde Virgen: «Canten al Señor un cántico nuevo porque ha obrado maravillas» (Salmo responsorial): la maravilla de haber roto la cadena del pecado de origen que tiene atados a todos los hijos de Adán, aplicando a María, antes que se llevase a efecto históricamente, la obra de salvación que Jesús, naciendo de ella, habría de realizar. La Virgen de Nazaret encabeza así las filas de los redimidos: con ella comienza la historia de la salvación, a la cual ella misma colabora dando al mundo Aquel por quien los hombres serán salvados. Cuantos creen en el Salvador no hacen más que seguir a María, y tras ella y no sin su ‘mediación’ han sido bendecidos y elegidos por Dios «en Cristo para ser santos e inmaculados... en caridad». Este maravilloso plan divino que se cumplió en María con una plenitud singular y privilegiada, debe realizarse también en cada uno de los creyentes según la medida establecida por el Altísimo. Para ello no tiene más que seguir cada uno –en su vida– el modelo de María, imitándola en su fidelidad a la gracia y en su incesante apertura y entrega a Dios. Y así como la plenitud de gracia de María floreció en plenitud de amor a Dios y a los hombres, también en los creyentes la gracia debe madurar en frutos de caridad hacia Dios y hacia los hombres, para gloria del Altísimo y aumento de la Iglesia y salvación de todos, especialmente de los pobres, débiles y sufrientes, los ‘de la periferia’… 3. Es muy justo y conveniente, Dios todopoderoso, que te demos gracias y que con la ayuda de tu poder celebremos la fiesta de la Bienaventurada Virgen María. Pues de su sacrificio floreció la espiga que luego nos alimentó con el Pan de los ángeles. Eva devoró la manzana del pecado, pero María nos restituyó el dulce fruto del Salvador. ¡Cuán diferentes son las empresas de la serpiente y las de la Virgen! De aquélla provino el veneno que nos separó de Dios; en María se iniciaron los misterios de nuestra redención. Por causa de Eva prevaleció la maldad del tentador: en María encontró el Salvador una cooperadora. Eva con el pecado mató a su propia prole; pero ésta resucitó en María por gracia del Creador que sacó a la humana naturaleza de la esclavitud. devolviéndola a la antigua libertad. Cuanto perdimos en nuestro común padre Adán, lo hemos recobrado en Cristo. (Prefacio Ambrosiano. Sugerencias... El cultivo de la vida de gracia. Al contemplar a María Inmaculada apreciamos la belleza sin par de la creatura sin pecado: «Toda hermosa eres María». La Gracia concedida a María inaugura todo el régimen de Gracia que animará a la humanidad hasta el fin de los tiempos. Al contemplar a María experimentamos al mismo tiempo la invitación de Dios para que, aunque heridos por el pecado original, vivamos en gracia, luchemos contra el pecado, contra el demonio y sus acechanzas. Los hombres tenemos necesidad de Dios, tenemos necesidad de vivir en gracia de Dios para ser realmente felices, para poder realizarnos como personas y ser verdaderamente humanos y solo se alcanza si somos cristianos (Papa Francisco). Y la gracia la tenemos en Cristo. En el misterio de la Redención el hombre es «confirmado» y en cierto modo es nuevamente creado. ¡Somos creados de nuevo! ... El hombre que quiere comprenderse hasta el fondo a sí mismo –no solamente según criterios y medidas del propio ser inmediatos, parciales, a veces superficiales e incluso aparentes– debe, con su inquietud, incertidumbre e incluso con su debilidad y pecaminosidad, con su vida y con su muerte, acercarse a Cristo (san Juan Pablo II; Redemptor Hominis 10). Para vivir en gracia es necesario: orar y vigilar. La oración nos da la fuerza que viene de Dios. La vigilancia rechaza los ataques del enemigo. Vigilemos atentamente para rechazar las tentaciones que nos ofrece el mundo: el placer desordenado, el poder y la negación del servicio, la avaricia, el desenfreno sexual, las pasiones, toda clase de ideologías… Por el contrario, formemos una conciencia que busque, en todo, amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo en Dios. Nuestra participación en la obra de la redención. La peregrinación que nos corresponde vivir al inicio de este Año Litúrgico tiene mucho de peregrinación ascendente y de combate apostólico y de conquistas para la casa de Dios que es la Iglesia y el Mundo. Aquella enemistad anunciada en el protoevangelio sigue siendo hoy en día una dramática realidad, se trata de una especie de combate del espíritu, pues las fuerzas del mal se oponen al avance del Reino de Dios. Vemos que, por desgracia, sigue habiendo guerras, muertes, crímenes, olvido de los más pobres, débiles y sufrientes y más todavía puesto que hoy se generar nuevas y más profundas clases de marginalidad y exclusión. Advertimos amenazas, en otro tiempo desconocidas, para el género humano: la manipulación genética, la corrupción del lenguaje, la amenaza de una destrucción total, el eclipse de la razón ante temas fundamentales como son la familia, la defensa de la vida desde su concepción hasta su término natural, el relativismo y el nihilismo que conducen a la pérdida total de los valores (san Pablo VI, Papa). Nuestro peregrinar cristiano por esta tierra, más que el paseo del curioso transeúnte tiene rasgos del hombre que conquista terreno para su ‘bandera’ (cfr.: san José Gabriel Brochero). Nuestro peregrinar es un amor que no puede estar sin obrar por amor de Jesucristo, el Jefe supremo (san Ignacio de Loyola). Es anticipar la llegada del Reino de Dios por la caridad. Es avanzar dejando a las espaldas surcos regados de semilla. No nos cansemos de sembrar el bien en el puesto que la providencia nos ha asignado, no desertemos de nuestro puesto, que las futuras generaciones tienen necesidad de la semilla que hoy esparcimos por los campos de la Iglesia. Santa Teresa de Jesús –que experimentó también la llamada de Dios para tomar parte en el singular combate del bien contra el mal– nos dejó, en una de sus poesías, una valiosa indicación de cómo el amor, cuando es verdadero, no puede estar sin actuar, sin entregarse, sin luchar por el ser querido. María Inmaculada, ruega por nosotros y por el mundo entero.

HOMILIA Segundo Domingo de ADVIENTO cC (09 de diciembre 2018)

Segundo Domingo de ADVIENTO cC (09 de diciembre 2018) Primera: Baruc 5, 1-9; Salmo: Sal 125, 1-2ab. 2cd-3. 4-5. 6; Segunda: Filipenses 1, 4-11; Evangelio: Lucas 3, 1-6 Nexo entre las LECTURAS En este Domingo (segundo de Adviento) el centro -nexo- es en torno a la Palabra que nos convoca a la “conversión”. Misteriosamente la PALABRA vuelve a nacer en Nochebuena y Navidad, y se nos pide que la vayamos interiorizando en nuestra vida. San Lucas nos dice que la Palabra de Dios fue dirigida a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto (evangelio). El profeta Baruc contempla a los hijos de Jerusalén que vivían en el destierro "convocados desde oriente a occidente por la Palabra del Santo y disfrutando del recuerdo de Dios" (primera lectura). San Pablo muestra su alegría a los filipenses por la colaboración que han prestado al Evangelio, desde el primer día hasta hoy, es decir, a la Palabra de Dios convertida en Buena Nueva para los hombres (segunda lectura). Temas... 1. «Quítate tu ropa de duelo y de aflicción, Jerusalén, vístete para siempre con el esplendor de la gloria de Dios, cúbrete con el manto de la justicia de Dios, … . Porque Dios mostrará tu resplandor… porque Dios se acordó de ellos. Ellos salieron de ti a pie, llevados por enemigos, pero Dios te los devuelve… porque Dios conducirá a Israel en la alegría, a la luz de su gloria, acompañándolo con su misericordia y su justicia» (Bar 5, 1-2, 9). Con lenguaje poético el profeta Baruc invita a Jerusalén, desolada y desierta por el destierro de sus hijos, a la alegría porque se acerca el día de la salvación y su pueblo volverá a ella conducido por Dios mismo. Jerusalén es figura de la iglesia. También la iglesia sufre por tantos hijos suyos alejados y dispersos, doloridos y sufrientes y también ella es invitada en el Adviento a renovar la esperanza confiando en el Salvador que en cada Navidad renueva místicamente su venida para conducirla a la salvación con todo su pueblo. El pecado aleja a los hombres de Dios y de la iglesia; el camino del retorno es preparado por Dios mismo con la Encarnación de su Unigénito. Y todo el nuevo pueblo de Dios le sale al encuentro en el Adviento. 2. Los profetas habían hablado de un camino que había que trazar en el desierto para facilitar la vuelta de los desterrados. Pero cuando el Bautista reanuda la predicación de aquéllos y se presenta a las orillas del Jordán como «… voz grita en desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos» (Lc 3, 4), ya no llama a construir sendas materiales, sino a disponer los corazones para recibir al Mesías, que había ya venido y que estaba para empezar su misión. Por eso Juan iba «anunciando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados» (ib 4). Convertirse quiere decir purificarse del pecado, enderezar las torceduras del corazón y de la mente, colmar los derrumbes de la inconstancia y del capricho, derribar las pretensiones del orgullo, vencer las resistencias del egoísmo, destruir las asperezas en las relaciones con el prójimo, en una palabra, hacer de la propia vida un camino “recto” que vaya a Dios sin tortuosidades ni engaños… darse vuelta para Dios y practicar las obras de misericordia. Un programa, éste, que no se agota en solo el Adviento, pero que en cada Adviento debe ser actuado de un modo nuevo y más profundo para disponerse a la venida del Salvador. De esta manera «… todos los hombres verán la Salvación de Dios» (ib 6). 3. La conversión personal lleva consigo también el compromiso de trabajar por el bien de los hermanos y de la comunidad. Esta es la reflexión que brota de la segunda lectura. San Pablo se congratula con los Filipenses por su generosa contribución a la difusión del Evangelio y ruega para que su caridad crezca y se haga más iluminada, haciéndolos «puros e irreprensibles para el día de Cristo y llenos de frutos de justicia» (Fp 1, 10-11). En este pasaje paulino domina una perspectiva escatológica, en sintonía con el espíritu del Adviento, y constituye una nueva llamada a acelerar la conversión propia y de los demás, que deberá llevarse a término para «el día de Cristo Jesús» (ib 6). Pero es necesario recordar que nuestra salvación y la de los demás es obra más de Dios que del hombre. Este debe colaborar con seriedad, pero es Dios quien toma la iniciativa de obra tan grande y quien debe llevarla a cabo (ib). Sólo con la ayuda de la gracia puede el hombre aparecer «lleno de frutos de justicia» en el último día, porque la justicia, o sea, la santidad se consigue «solo por Jesucristo» (ib 11), abriéndose con humildad y confianza a su acción salvadora. Sugerencias... Con san Pablo, la Iglesia nos presenta un buen programa: llevar adelante la obra iniciada, seguir creciendo más y más en sensibilidad cristiana, apreciando los valores verdaderos, para que el día del Señor (¿la Navidad?, ¿el momento de nuestra muerte?, ¿el final de la historia?, ¿cada día porque siempre podemos encontrarnos con Dios?) nos encuentre limpios, irreprochables, cargados de frutos de misericordia, de justicia, de caridad. El Adviento y la Navidad no nos pueden dejar igual. Algo tiene que cambiar en nuestra vida personal y comunitaria. En ‘algo’ se tiene que notar que estamos madurando y creciendo en esos valores cristianos, en la práctica de las virtudes, en la obediencia a los mandamientos. Esto no es exclusivo de este tiempo sino que es el llamado de siempre del Señor en la Eucaristía, que con su doble mesa -de la Palabra y el Cuerpo y Sangre del Señor-, nos quiere ayudar a conseguir, ser santos como el Señor es santo. María, nuestra Señora del Adviento, ruega por nosotros.

Homilía del Papa Francisco en Santa Marta Lunes 3 de diciembre de 2018

Homilía del Papa Francisco en Santa Marta Lunes 3 de diciembre de 2018 El Adviento, que comenzó ayer, es un tiempo tridimensional, por así decir, un tiempo para purificar el espíritu, para hacer crecer la fe con esa purificación. Estamos tan acostumbrados a la fe que a veces olvidamos su vivacidad y, muchas veces, quizá el Señor, al ver alguna de nuestras comunidades, podría decir, como en el Evangelio de hoy (Mt 8,5-11): “yo os digo que en esta parroquia, en este barrio, en esta diócesis, no sé, no he encontrado a nadie con una fe tan grande”. Son palabras que a veces el Señor puede decirnos, no porque seamos malos, sino porque estamos acostumbrados y con la rutina perdemos la fuerza de la fe, la novedad de la fe que siempre se renueva. El Adviento es precisamente para renovar la fe, para purificar la fe y que sea más libre, más auténtica. He dicho que es tridimensional porque el Adviento es un tiempo de memoria, purificar la memoria. Se trata de purificar la memoria del pasado, la memoria de lo que pasó el día de Navidad: ¿qué significa encontrarnos con Jesús recién nacido? Una pregunta para hacerse a uno mismo, porque la vida nos lleva a considerar la Navidad como una fiesta: nos encontramos en familia, vamos a misa, pero, ¿te acuerdas bien de qué pasó aquel día? ¿Tu memoria está clara? El Adviento purifica la memoria del pasado, de lo que pasó aquel día: nació el Señor, nació el Redentor que vino a salvarnos. Sí, hay fiesta, pero siempre tenemos el peligro o la tentación de mundanizar la Navidad. Y eso pasa cuando la fiesta ya no es contemplación, una bonita fiesta de familia con Jesús en el centro, sino que empieza a ser una fiesta mundana: compras, regalos, esto y lo otro, y el Señor se queda allá solo, olvidado. Todo eso pasa también en nuestra vida: sí, nació en Belén, pero nos arriesgamos a perder la memoria. Y el Adviento es el tiempo propicio para purificar la memoria de aquel tiempo pasado, de aquella dimensión. El Adviento tiene también otra dimensión: purificar la espera, purificar la esperanza, porque aquel Señor que vino, volverá. Y volverá a preguntarnos: ¿cómo ha ido tu vida? Será un encuentro personal: ese encuentro personal con el Señor, hoy, lo tendremos en la Eucaristía, pero no podemos tener un encuentro así, personal, con la Navidad de hace dos mil años, aunque sí tenemos la memoria de aquel momento. Pero, cuando Él vuelva tendremos un encuentro personal. Eso es purificar la esperanza: ¿adónde vamos, adónde nos lleva el camino? Pues, no sé, ¿has oído que ha muerto? ¡Pobrecillo! Recemos por él. Ha muerto, sí, pero mañana moriré yo, y encontraré al Señor, en ese encuentro personal, y también volverá el Señor después, para hacer cuentas con el mundo. Así pues purificar la memoria de lo que pasó en Belén, purificar la esperanza, purificar el fin. Porque no somos animales que mueren; cada uno encontrará cara a cara el Señor: cara a cara. Y es oportuno preguntarse: ¿Tú lo piensas? ¿Qué dirás? El Adviento sirve para pensar en ese momento, en el encuentro definitivo con el Señor. Esta es la segunda dimensión. La tercera dimensión es más diaria: purificar la vigilancia. Además, vigilancia y oración son dos palabras para el Adviento, porque el Señor vino en la historia en Belén, y vendrá, al final del mundo y también al final de la vida de cada uno. Pero el Señor viene cada día, cada momento, a nuestro corazón, con la inspiración del Espíritu Santo. Y así es bueno preguntarse: ¿Yo escucho, sé lo que pasa en mi corazón cada día? ¿O soy una persona que busca novedades, con la expectativa de los atenienses que iban a la plaza cuando llegó Pablo: ¿qué novedades hay hoy? Es vivir siempre de las novedades, no de la novedad. Purificar esa espera es transformar las novedades en sorpresa, nuestro Dios es el Dios de las sorpresas: nos sorprende siempre. ¿Has terminado la jornada de hoy? —Sí, estoy cansado, he trabajado mucho y he tenido este problema y ahora veo un poco la tele y luego me acuesto. —Y tú, ¿no sabes qué ha pasado en tu corazón hoy? Que el Señor nos purifique en esta tercera dimensión de cada día: ¿qué sucede en mi corazón? ¿Ha venido el Señor? ¿Me ha dado alguna inspiración? ¿Me ha reprochado algo? En el fondo, se trata de cuidar nuestra casa interior; y el Adviento es también un poco para eso. De aquí la importancia de vivir en plenitud las tres dimensiones del Adviento. Purificar la memoria para recordar que no nació un árbol de Navidad, no: ¡nació Jesucristo! El árbol es una bonita señal, pero nació Jesucristo, es un misterio. Purificar el futuro: un día me encontraré cara a cara con Jesucristo: ¿qué le diré? ¿Le hablaré mal de los demás? Y la tercera dimensión: hoy. ¿Qué pasa hoy en mi corazón cuando el Señor viene y llama a la puerta? Es el encuentro de todos los días con el Señor. Pidamos que el Señor nos dé esta gracia de la purificación del pasado, del futuro y del presente para encontrar siempre la memoria, la esperanza y el encuentro diario con Jesucristo.

lunes, 3 de diciembre de 2018

martes, 27 de noviembre de 2018

Homilía del papa Francisco en Santa Marta

Homilía del papa Francisco en Santa Marta GENTILEZA DE : Almudi.org Homilía del Papa Francisco en Santa Marta Martes 27 de noviembre de 2018 En esta última semana del año litúrgico la Iglesia nos hace reflexionar sobre el final de nuestra vida, y es una gracia porque en general no nos gusta pensar en eso, y siempre lo dejamos para mañana. En la primera lectura (Ap 14,14-19), san Juan habla del fin del mundo con la figura de la siega, con Cristo y un ángel armados con hoces. «Yo, Juan, miré y apareció una nube blanca; y sentado sobre la nube alguien como un Hijo de hombre, que tenía en la cabeza una corona de oro y en su mano una hoz afilada. Salió otro ángel del santuario clamando con gran voz al que estaba sentado sobre la nube: mete tu hoz y siega; ha llegado la hora de la siega, pues ya está seca la mies de la tierra». Cuando llegue nuestra hora, deberemos mostrar la calidad de nuestro grano, la calidad de nuestra vida. Quizá alguno diga: “No sea tan tétrico, que esas cosas no nos gustan…”, pero es la verdad. Es la siega, donde cada uno se encontrará con el Señor. Será un encuentro y cada uno dirá al Señor: “Esta es mi vida. Este es mi grano. Esta es mi calidad de vida. ¿Me he equivocado?” –todos tendremos que decir esto, porque todos nos equivocamos–; “he hecho cosas buenas” –todos hacemos cosas buenas–, y enseñar al Señor el grano. ¿Qué diré si el Señor me llamase hoy? “Ah, no me di cuenta, estaba distraído…”. No sabemos ni el día ni la hora. “Pero padre, no hable así que yo soy joven”. Pues mira cuántos jóvenes se van, cuántos jóvenes son llamados… Nadie tiene la vida asegurada. En cambio, es seguro que todos tendremos un final. ¿Cuándo? Solo Dios lo sabe. Nos vendrá bien en esta semana pensar en el final. Si el Señor me llamase hoy, ¿qué haría? ¿Qué le diría? ¿Qué grano le mostraré? El pensamiento del fin nos ayuda a seguir adelante; no es un pensamiento estático: es un pensamiento que avanza porque es llevado adelante por la virtud, por la esperanza. Sí, habrá un final, pero ese final será un encuentro: un encuentro con el Señor. Es verdad, será un dar cuentas de lo que he hecho, pero también será un encuentro de misericordia, de alegría, de felicidad. Pensar en el final, en el final de la creación, en el final de nuestra vida, es sabiduría; ¡los sabios lo hacen! Así pues, la Iglesia esta semana nos invita a preguntarnos: “¿Cómo será mi final? ¿Cómo me gustaría que el Señor me encontrase cuando me llame?”. Debo hacer un examen de conciencia y valorar qué cosas debería corregir, porque no van bien; y qué cosas debería apoyar y llevar adelante, porque son buenas. Cada uno tiene tantas cosas buenas. Y en ese pensamiento no estamos solos: está el Espíritu Santo que nos ayuda. Esta semana pidamos al Espíritu Santo la sabiduría del tiempo, la sabiduría del final, la sabiduría de la resurrección, la sabiduría del encuentro eterno con Jesús; que nos haga entender esa sabiduría que está en nuestra fe. Será un día de alegría el encuentro con Jesús. Recemos para que el Señor nos prepare. Y cada uno, esta semana, acabe la semana pensando en el final: “Yo acabaré. No permaneceré eternamente. ¿Cómo me gustaría acabar?”.

lunes, 26 de noviembre de 2018

HOMILIA DE HOY DEL PAPA FRANCISCO

Homilía del Papa Francisco en Santa Marta Lunes 26 de noviembre de 2018 Muchas veces en el Evangelio Jesús hace el contraste entre ricos y pobres, basta pensar en el rico Epulón y en Lázaro o en el joven rico. Un contraste que hace decir al Señor: “Es muy difícil que un rico entre en el reino de los cielos”. Alguno puede etiquetar a Cristo como “comunista”, pero el Señor, cuando decía esas cosas, sabía que detrás de las riquezas está siempre el mal espíritu: el señor del mundo”. Por eso dijo una vez: “No se puede servir a dos señor: servir a Dios y servir a las riquezas”. También en el texto del Evangelio de hoy (Lc 21,1-4) hay un contraste entre los ricos que echaban sus ofrendas en el tesoro y una viuda pobre que echaba dos moneditas. Esos ricos son diferentes al rico Epulón: no son malos. Parece ser gente buena que va al Templo y hace la ofrenda. Se trata, pues, de un contraste diferente. El Señor quiere decirnos otra cosa cuando afirma que la viuda ha echado más que todos porque ha dado todo lo que tenía para vivir. La viuda, el huérfano y el inmigrante, el extranjero, eran los más pobres en la vida de Israel, tanto que cuando se quería hablar de los más pobres se hacía referencia a ellos. Esta mujer ha dado lo poco que tenía para vivir porque tenía confianza en Dios, era una mujer de las Bienaventuranzas, era muy generosa: da todo porque el Señor es más que todo. El mensaje de este Evangelio es una invitación a la generosidad. Ante las estadísticas de la pobreza en el mundo, los niños que mueren de hambre, porque no tienen qué comer, ni tienen medicinas…, tanta pobreza –que se ve todos los días en los telediarios y en los periódicos– es una buena actitud preguntarse: “¿Y cómo puedo resolver esto?”, que nace de la preocupación de hacer el bien. Y cuando una persona que tiene un poco de dinero, se pregunta si lo poco que hace sirve, sí sirve, como las dos moneditas de la viuda. Es una llamada a la generosidad. Y la generosidad es algo de todos los días, es algo que debemos pensar: ¿cómo puedo ser más generoso con los pobres, con los necesitados…, cómo puedo ayudar más? “Pero usted sabe, Padre, que apenas llegamos a fin de mes”. “¿Pero no te sobran algunas moneditas? Piensa: se puede ser generoso con esas”. Piensa. Las cosas pequeñas: hagamos, por ejemplo, un viaje a nuestra habitación, un viaje a nuestro armario. ¿Cuántos pares de zapatos tengo? Uno, dos, tres, cuatro, quince, veinte…, cada uno lo sabe. Quizá demasiados… ¡Conocí a un monseñor que tenía 40! Pues, si tienes tantos zapatos, da la mitad. ¿Cuántos vestidos que no uso o uso una vez al año? Es un modo de ser generoso, de dar lo que tenemos, de compartir. También conocí a una señora que cuando hacía la compra en el supermercado, siempre compraba para los pobres el diez por ciento de lo que gastaba: daba “el diezmo” a los pobres. Podemos hacer milagros con la generosidad. La generosidad de las cosas pequeñas, pocas cosas. Quizá no lo hacemos porque no se nos ocurre. El mensaje del Evangelio nos hace pensar: ¿cómo puedo ser yo más generoso? Un poco más, no mucho… “Es verdad, Padre, es así pero… no sé porqué pero siempre me da miedo”. Y hay otra enfermedad hoy contra la generosidad: el consumismo, que consiste en comprar siempre cosas. Cuando vivía en Buenos Aires, cada fin de semana había un programa de turismo de compras: se llenaba un avión el viernes por la tarde e iba a un país a casi diez horas de vuelo, y todo el sábado y parte del domingo lo pasaban comprando en los supermercados, y luego regresaban. Es una enfermedad grave. Yo no digo que todos los hagamos, no. Pero el consumismo, ese gastar más de lo que necesitamos, es una falta de austeridad: es un enemigo de la generosidad. Y la generosidad material –pensar en los pobres: “a este le puedo dar para que pueda comer, para que se vista”– esas cosas, tiene otra consecuencia: agranda el corazón y te lleva a la magnanimidad. Se trata, pues, de tener un corazón magnánimo donde todos caben. Esos ricos que daban dinero eran buenos; aquella viejecita era santa. En definitiva, debemos recorrer el camino de la generosidad, iniciando con una inspección en casa, o sea, pensando en qué no me sirve, y qué servirá a otro, por un poco de austeridad. Hay que rezar al Señor para que nos libere de ese mal tan peligroso que es el consumismo, que vuelve esclavos, una dependencia de gastar: es una enfermedad psiquiátrica. Pidamos esta gracia al Señor: la generosidad que nos ensanche el corazón y nos lleve a la magnanimidad.

HOMILIA Primer Domingo de ADVIENTO cC (02 de diciembre 2018)

Primer Domingo de ADVIENTO cC (02 de diciembre 2018) Primera: Jeremías 33, 14-16; Salmo: Sal 24, 4-5a 8-10. 14; Segunda: 1Tesalonicenses 3,12 - 4,2; Evangelio: Lucas 21, 25-28.34-36 Nexo entre las LECTURAS La venida del Señor está presente, como nexo, en los textos de la liturgia. Mediante esta expresión, VENIDA, la liturgia quiere mostrarnos el sentido cristiano del tiempo y de la historia. Vienen días, se nos dice en la primera lectura, en que haré brotar para David un Germen justo. Jesús, en el evangelio de san Lucas, dice que los hombres verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria. En la segunda lectura, san Pablo, exhorta a estar preparados para la Venida de nuestro Señor Jesucristo, con todos sus santos… es buenísimo darnos cuenta que la venida del Señor es una realidad actual cada día… EL QUE VIENE, ESTÁ VINIENDO Y VENDRÁ. Es bueno rezar con san José Gabriel Brochero, por lo que fueron, los vienen y los que vendrán para que estén en comunión con el Señor. Temas... Memoria y profecía. En estas dos palabras se sintetiza la concepción cristiana del tiempo. Cuando habla del tiempo, el cristiano piensa en el tiempo presente con sus vicisitudes y circunstancias. Es el presente del tiempo de Jeremías (año 587 a. de C.) en que Jerusalén yacía bajo el asedio de Nabucodonosor; es el presente de la comunidad cristiana de Tesalónica o de los destinatarios del evangelio según san Lucas. Desde ese presente se lanza la mirada hacia atrás y se hace memoria: la promesa de Dios a David acerca de un reino hereditario, que ahora corre peligro; la venida histórica de Jesucristo que con su pasión, muerte y resurrección ha inaugurado el fin del tiempo, del que los cristianos participamos ya en cierta manera. Los discípulos misioneros no somos del pasado. Desde el presente miramos hacia el futuro, ese futuro que está contenido en la profecía, en el libro sellado con siete sellos y que sólo el Cordero de pie (resurrección) y degollado (pasión y muerte) puede abrir y leer (cf Ap. 5). La profecía tiene que ver con la última venida de Jesucristo, con su venida triunfante, rodeado de todos los santos, para proclamar definitivamente la justicia y la salvación; una profecía que conmoverá los cimientos del orbe y hará surgir un mundo nuevo. En seguimiento y fidelidad vivimos entre la memoria y la profecía, entre la primera venida de Cristo y su futura venida al final de la historia. Navidad y Juicio final de salvación, son las dos columnas sobre las que edificamos virtuosamente cada día, con decisión y responsabilidad. La Última venida es la prolongación y coronamiento de la primera, de la Encarnación y del Misterio Pascual. Jesucristo, el que viene. ¿Quién es el que viene? Ante todo, es un Retoño, un Germen justo. Es decir, un descendiente del tronco de David, que practicará el derecho y la justicia (virtudes propias de un buen rey). En una lectura cristiana, ese Germen es Jesucristo que ha venido al mundo para traer la justicia de Dios, es decir, la salvación por medio del amor (primera lectura). El que viene es el Hijo del hombre, en una nube, con gran poder y gloria, participa del poder de Dios y de su gloria. El que viene en Navidad y el que vendrá en el juicio final es el Verbo encarnado en el seno de María (evangelio). El que viene es nuestro Señor Jesucristo vencedor de la muerte y del pecado (segunda lectura). Actitud del discípulo. El evangelio nos indica dos actitudes: estar en vela y orar. La vigilancia es muy oportuna para que cuando llegue el Verbo a nosotros en la carne de un Niño (el Niño Dios), sepamos aceptar y vivir el misterio. La oración más oportuna y necesaria todavía, porque sólo mediante la oración se abre a la mente y al corazón humano el misterio de las acciones de Dios. Por su parte, san Pablo señala a los tesalonicenses otras dos actitudes: Crecer y abundar en el amor de unos con otros, y en el amor para con todos; comportarse de modo que se agrade a Dios. ¿Qué mejor manera de prepararse a la venida del Amor sino mediante el crecimiento en el amor? Jesucristo en su vida terrena buscó hacer lo que es del agrado de su Padre, por eso, una manera estupenda de prepararse para la Navidad es buscando agradar a Dios en todo. Sugerencias... El sentido del tiempo. Él, Jesucristo, es el centro de la historia y de los corazones. La historia tiene en Él su punto de partida (Cristo es el alfa) y su punto de llegada (Cristo es la omega). El tiempo y la historia culminan en Él, alcanzan en Él su plenitud y sentido pleno. Con Cristo, el tiempo y la historia son un designio de Dios, una historia de salvación, un lugar en el cual forjar nuestra decisión en la libertad y responsabilidad. Para nosotros el tiempo no es una sucesión de segundos, minutos y horas (lo explicitaremos el 1ero de enero, en la solemnidad de María, Madre de Dios); no es una cadena de días meses y años; una sucesión y cadena sin rumbo, para nosotros, el tiempo, con sus siglos y milenios, es una historia dirigida y timoneada por Dios; para nosotros, el tiempo tiene un principio de unidad y armonía, de coherencia y cohesión, no en los imperios o en las ideologías, tan caducos como los mismos hombres, sino en Jesucristo, que es Ayer, Hoy y Siempre. Nuestra vida diaria forma parte del proyecto divino, es una incrustación dentro del gran mosaico de la historia de la salvación conducida por Dios. En el sentido del tiempo está incluido inseparablemente el sentido de mi tiempo, el de cada uno. ¿No da esta realidad de nuestra fe un gran valor a la vida de cada cristiano, a tu vida? Crecer y abundar en el amor. San Juan de la Cruz concluía una de sus poesías: "Que sólo en el amor es mi destino". La venida primera de Cristo en la Navidad es una venida de amor, y es igualmente venida de amor su retorno al final de los siglos, su parusía (Última venida). Entre el amor de Cristo que viene y que vendrá se intercala la vida humana que, como en una sinfonía, desarrollará el tema del amor con el que comienza y concluye la pieza musical. Crecer, resalta el aspecto dinámico del amor: crecer en el amor a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo; en el amor a María y a los santos. Crecer en el amor a la propia familia, a los parientes, a los amigos, a los desconocidos, a los necesitados, a los enfermos, a los pecadores... ¿Cómo? Discerniendo para conocer qué es lo que Dios te pide, que sin duda serán muchas cosas. Dios te llama a ser generoso en el amor, ese rasgo típico de la existencia cristiana. ¿Eres generoso en el amor o lo andas midiendo con el metro de tu egoísmo? Bienaventurados los generosos en el amor porque ellos tomarán parte en el cortejo al momento de la parusía de Jesucristo. Nuestra Señora del Adviento, ruega por nosotros. Área de archivos adjuntos

jueves, 22 de noviembre de 2018

HOMILIA Domingo 34. Solemnidad de nuestro Señor Jesucristo REY del UNIVERSO cB (25 de noviembre de 2018)

Domingo 34. Solemnidad de nuestro Señor Jesucristo REY del UNIVERSO cB (25 de noviembre de 2018) Primera: Daniel 7, 13-14; Salmo: Sal 92, 1-2. 5; Segunda: Apocalipsis 1, 5-8; Evangelio: Juan 18, 33b-37 Nexo entre las LECTURAS El tema dominante es la realeza de Jesucristo. Esta realeza está prefigurada en el texto del profeta Daniel: "Le dieron poder, honor y reino... su reino no será destruido" (primera lectura). En el evangelio la realeza de Jesús viene afirmada en términos categóricos: "Pilato le dijo: «¿Entonces Tú eres rey?» Jesús respondió: «Tú lo dices: Yo soy rey". La segunda lectura, tomada del Apocalipsis, confirma y canta la realeza de Jesús: "A él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén". Se afirma, además, que el Rey, "hizo de nosotros un Reino sacerdotal para Dios, su Padre". Temas... Sugerencias… El Reino de Dios es Dios reinando. Significa que la paz, la justicia y el amor reinan entre los seres humanos y en la naturaleza. El reino de Dios se muestra en las Parábolas y en las Bienaventuranzas y responde al proyecto de Dios para la humanidad. Él es Rey y lo que ha hecho es consolar, escuchar, perdonar, curar, liberar, acoger, tocar leprosos, dar de comer, ejercer su poder lavando los pies, devolver bien por mal, practicar la compasión y la misericordia, ofrecer alegría, esperanza y paz, anunciar que, por fin, se va a implantar la justicia; la protección; la ayuda para las personas en periferias, marginadas, oprimidas, indefensas. Aceptar a Jesús como rey en nuestro corazón es ofrecer al mundo este anuncio gozoso de vida nueva para todos. El reino de Jesús, reino de justicia, paz y servicio, debe crecer en medio de las personas y del mundo. Jesús no huyó del mundo ni invita a nadie a huir de él. "Mi reino no es de este mundo" no debe llevarnos a despreocuparnos y evadirnos. Estamos llamados a colaborar en la edificación del Reino que no se identifica con los poderes de este mundo y que tenemos que empezar a realizar en él. "Yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo". Para instaurar un reino de paz y fraternidad, de justicia y respeto por los derechos y la dignidad de todos. Reinado que no es sólo para el futuro, que está presente desde ahora. “Su dominio es eterno” (Dan 7, 14). Podríamos preguntarnos: ¿Quién es el rey de mi vida? ¿Qué reyes permito que me quiten mi libertad? ¿Quién o qué determina mi vida? ¿Hay muchos reyes, muchos dioses dispuestos a impedir que sea persona libre, consciente, solidaria, comprometida?... Pase lo que pase, tengo la gracia de poder elegir y decidir quién quiero que reine en mí. Testimonio y servicio. El poder crea dominación, uniformidad, produce despersonalización y sumisión. La fuerza del testimonio y el servicio no domina, ni se impone, ni castiga, ni condena, ni excomulga, sino que primerea, favorece la igualdad, libertad y unidad en la diversidad, facilita auténtica comunión. Escuchar a Jesús no es sólo oír, sino comprometerse con su Persona y su forma de actuar. Pone en nuestras manos la tarea de construir su Reino en el mundo y en la vida de los hombres y mujeres, transformándolo de acuerdo al deseo de Dios. No quedarse en la expresión creer en Dios… profundizar y llegar a CREERLE a Dios y PRACTICAR lo que nos manda… María Reina, ruega por nosotros

jueves, 15 de noviembre de 2018

HOMILIA DEL SANTO PADRE FRANCISCO DE HOY 15 DE NOVIEMBRE DE 2018

Jueves 15 de noviembre de 2018 Los fariseos preguntaron a Jesús: ¿Cuándo va a llegar el reino de Dios?. Él les contestó: El reino de Dios no viene aparatosamente, ni dirán: “está aquí” o “está allí”; porque mirad, el reino de Dios está en medio de vosotros. Este Evangelio (Lc 17,20-25) nos hace pensar en el reino de Dios y en la Iglesia. Y también nos hace pensar: ¿cómo crece la Iglesia? ¿Cómo va adelante la Iglesia, que representa el reino de Dios? La respuesta del Señor es clara: El reino de Dios está en medio de vosotros, pero no es un espectáculo. ¿Y cómo crece? El Señor lo explicó con la parábola del sembrador: el sembrador siembra y la semilla crece de día y de noche —Dios da el crecimiento— y luego se ven los frutos. Esto es importante: la Iglesia crece en silencio, a escondidas; es el estilo eclesial. ¿Y cómo se manifiesta en la Iglesia? Por los frutos de las buenas obras —para que la gente vea y glorifique al Padre que está en los cielos, dice Jesús—, y en la celebración —la alabanza y el sacrificio del Señor—, en la Eucaristía. Justo ahí se manifiesta la Iglesia: en la Eucaristía y en las buenas obras. Y cuando no se manifiestan las buenas obras —no son noticia, porque son las cosas feas las que son noticia—, ahí hay algo que no va. Y si no hay alabanza, cuando no hay renovación del sacrificio del Señor en la Eucaristía, algo no va: esa Iglesia no crece bien. Jesús dice luego a los discípulos: Vendrán días en que desearéis ver un solo día del Hijo del hombre, y no lo veréis. Es el tiempo de la normalidad de la Iglesia escondida, silenciosa, sin ruido: “Pues a mí me gustaría algo que se vea”. Entonces se os dirá: “está aquí” o “está allí”; no vayáis. El Señor nos ayuda a no caer en la tentación de la seducción: “Nos gustaría que la Iglesia se viese más; ¿qué podemos hacer para que se vea?”. Con esa actitud se suele caer en un Iglesia de actos incapaz de crecer en silencio. Y acaba en una sucesión de espectáculos. Sin embargo, la Iglesia crece por testimonio, por oración, por atracción del Espíritu que está dentro de esos actos, que ayudan: ¡uno, dos o tres, ayudan! El crecimiento propio de la Iglesia, el que da fruto, es en silencio, con las buenas obras y la celebración de la Pascua del Señor, la alabanza a Dios. El mismo Jesús fue tentado por la seducción del espectáculo: “Pero, ¿por qué tanto tiempo para hacer la redención? Haz un buen milagro. Tírate del templo y todos verán y creerán en ti”. Pero el Señor no eligió esa vía, escogió la vía de la predicación, de la oración, de las buenas obras que hacía, de la cruz, del sufrimiento. Sí, la cruz y el sufrimiento, porque la Iglesia crece también con la sangre de los mártires, hombres y mujeres que dan la vida. Hoy hay tantos. ¡Curioso: no son noticia! El mundo esconde este hecho. El espíritu del mundo no tolera el martirio, lo esconde. Es más, muchas veces dice: “¿pero porqué? Eso es exagerado, no, no, no es así, se pueden hacer las cosas negociando”. Ese es el espíritu del mundo. Que cada uno se pregunte: ¿cómo crece dentro de mí el reino de Dios? ¿Cómo crece dentro de mí mi pertenencia a la Iglesia? ¿Como el Señor nos enseña o mundanamente? ¿Cómo rezo yo? ¿A escondidas, en mi interior, o me dejo ver en la oración? ¿Cómo siervo a los demás? ¿Cómo estoy a disposición de los demás con las obras de caridad? ¿Silenciosamente, casi a escondidas, o hago sonar la trompeta como los fariseos? Pidamos al Señor que nos haga entender esto y que también nosotros podamos crecer en la Iglesia así. Almudi.org -

martes, 13 de noviembre de 2018

HOMILIA Domingo Trigésimotercero del TIEMPO ORDINARIO cB (18 de noviembre de 2018)

Domingo Trigésimotercero del TIEMPO ORDINARIO cB (18 de noviembre de 2018) Primera: Daniel 12, 1-3; Salmo: Sal 15, 5. 8-11; Segunda: Hebreos 10, 11-14; Evangelio: Marcos 13, 24-32 Nexo entre las LECTURAS Llegando al fin del ciclo litúrgico B la Iglesia nos presenta e invita a vivir en ESPERANZA… meditando acerca de la precariedad del tiempo que pasa y la firmeza del Reino definitivo (Cielo). Daniel, mirando esperanzadamente hacia el futuro, profetizará: "Entonces se salvará tu pueblo, todos los inscritos en el libro". En el discurso escatológico Jesús ve el cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento: "El Hijo del hombre... reunirá de los cuatro vientos a los elegidos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo" (evangelio). El autor de la carta a los Hebreos contempla a Cristo sentado a la derecha de Dios, esperando hasta que sus enemigos sean puestos como escabel de sus pies (segunda lectura). Temas... Anunciadores del misterio. Ni los profetas ni los evangelistas fueron reporteros de su tiempo, mucho menos del fin de los tiempos, ellos anuncian el señorío de Dios y la caducidad de las creaturas. Mediante un lenguaje, llamado apocalíptico, marcadamente simbólico, ayudan, a oyentes y lectores, a prepararse para el encuentro definitivo. Es necesario, entonces, estar atentos para no confundir lenguaje y mensaje. Por el lenguaje el fin del mundo es visto como una conflagración universal aterradora, una especie de terremoto cósmico que conmueve el universo entero y lo destruye por completo, un cataclismo imponente cuyo fuego incandescente devora abrasador toda la materia. En ese lenguaje hay un mensaje sobrenatural: El mundo no es eterno. La historia tendrá un fin. La manera de escribir, propia de una época, no debe distraernos (ni angustiarnos) y hacernos perder el mensaje de la revelación de Dios que es cierto e irrevocable: "El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán". Su amor misericordioso y designio universal de salvación triunfará. No está al alcance de nuestro humano conocimiento ni es manipulable para satisfacción de nuestra curiosidad el día ni la hora. Es de irrupción imprevisible, aparición repentina, y nos convoca a estar atentos en actitud virtuosa amando y sirviendo como Él lo hizo. El fin… Para el evangelista Marcos la destrucción de Jerusalén y del templo sirve de símbolo para referirse al fin de los tiempos, de la historia. Igualmente, la imagen de la higuera desde que florece en primavera hasta que maduran los higos sirve para señalar el tiempo intermedio entre la responsabilidad del día a día y el final de la historia. La Liturgia revela la condición del hombre y del mundo, una condición limitada, imperfecta, precaria, que remite necesariamente a otra realidad superior donde esta condición recibe perfección y plenitud. De esta manera, el final de la vida equivale en cierto modo al final del tiempo para cada ser humano; y el final del tiempo, en alguna manera, está prefigurado en el final de la vida. Con la muerte, podemos decir, llega a cada hombre el final de su tiempo en espera del final de todos los tiempos. Ambos finales se viven a la luz resplandeciente de la esperanza cristiana, por eso no es el final… es un paso. Sugerencias... Esperanza y esperanzas. El hombre vive en esperanza… el niño espera hacerse grande, alguno espera tener un bien u otro, el estudiante espera aprobar los exámenes, los recién casados esperan tener un hijo, el desocupado espera encontrar un trabajo, el encarcelado espera dejar cuanto antes la cárcel… Esperanzas, esperanzas, esperanzas… ciertas y a la vez pequeñas… esperanzas de cosas que se perderán. Esperanzas unidas a bienes que no tenemos y que deseamos. Esperanzas que nos remiten a la Esperanza, con mayúscula… que nos remonta desde las cosas de cada día hasta Dios, nuestro Señor. “Hechos para Dios no hallaremos descanso sino en Dios” dice san Agustín y por eso, esperar ‘cosas’ no nos satisface. La Esperanza como virtud teologal no es fruto de nuestro esfuerzo ni de nuestros ardientes deseos, sino gracia y don del Espíritu… virtud teologal que tiene por anhelo al mismo Dios y la unión definitiva y plena con Él. Es ésta la Esperanza que nos da plenitud y la realización de nuestro ser personal desde Dios, en Dios y con Dios. Jesucristo es el Salvador. Como el destino final de cada hombre está envuelto en un misterio absoluto, el texto del evangelio de hoy infunde un gran consuelo y una extraordinaria confianza en el poder y en la misericordia de Dios. Porque hemos de saber que no sólo estamos en espera sino que somos esperados, primeramente por Dios, también por la santísima Virgen María, por los santos, por nuestros familiares, por todos quienes amaron y sirvieron hasta el fin. Para eso Cristo, nuestro sumo Sacerdote, murió en una cruz y ahora, entronizado junto a su Padre, nos espera para darnos el abrazo de la comunión definitiva y perfecta. Nos lo dará si nos dejamos santificar por Él, es decir, si permitimos que haga fructificar los frutos de su redención en nosotros. María, Madre de misericordia, después de este destierro, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre.

viernes, 9 de noviembre de 2018

EL PAPA NOS DEJA SU REFLEXION DEL 8 DE NOVIEMBRE 2018

Homilía del Papa Francisco en Santa Marta Jueves 8 de noviembre de 2018 Testimonio, murmuración y pregunta son las tres palabras que vemos en el Evangelio de hoy (Lc 15,1-10), que empieza precisamente con el testimonio de Jesús: «solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo: “Ese acoge a los pecadores y come con ellos». Lo primero es el testimonio de Jesús: algo nuevo para aquel tiempo, porque ir a los pecadores te hacía impuro, como tocar a un leproso. Por eso, los doctores de la ley se alejaban. El testimonio, a lo largo de la historia, nunca ha sido algo cómodo, ni para los testigos –que tantas veces pagan con el martirio– ni para los poderosos. Dar testimonio es romper una costumbre, un modo de ser… Romper a mejor, cambiarla. Por eso la Iglesia va adelante para dar testimonio. Lo que atrae es el testimonio, no son las palabras que sí, ayudan, pero el testimonio es lo que atrae y hace crecer la Iglesia. Y Jesús da testimonio. Es algo nuevo, aunque no tan nuevo porque la misericordia de Dios ya estaba en el Antiguo Testamento. Pero ellos nunca entendieron –los doctores de la ley– qué significaba: “Misericordia quiero y no sacrificio”. Lo leían, pero no comprendía qué era la misericordia. Y Jesús, con su modo de obrar, proclama esa misericordia con el testimonio. Sí, el testimonio siempre rompe una costumbre pero también te pone en riesgo. De hecho, el testimonio de Jesús provoca la murmuración. Los fariseos, los escribas, los doctores de la ley decían: “Este acoge a los pecadores y come con ellos”. No decían: “Mira, este hombre parece bueno porque intenta convertir a los pecadores”. Una actitud que consiste en hacer siempre un comentario negativo para destruir el testimonio. Este pecado de murmuración es diario, en lo pequeño y en lo grande, pues en la propia vida nos encontramos murmurando porque no nos gusta esto o aquello, y en vez de dialogar o intentar resolver una situación conflictiva, murmuramos a escondidas, siempre en voz baja, porque no hay valor para hablar claro. Así pasa también en las pequeñas sociedades, como la parroquia. ¿Cuánto se murmura en las parroquias? Con tantas cosas… Cuando hay un testimonio que a mí no me gusta o una persona que no me gusta, enseguida se desata la murmuración. ¿Y en la diócesis? Las luchas internas de las diócesis: eso lo sabéis. Y también en política. Y eso es feo. Cuando un gobierno no es honesto intenta ensuciar a los adversarios con la murmuración, ya sea difamación o calumnia. Y los que conocéis bien los gobiernos dictatoriales, porque los habéis vivido, ¿qué hace un gobierno dictatorial? Se adueña primero de los medios de comunicación con una ley y, desde allí, comienza a murmurar, a desacreditar a todos los que para el gobierno son un peligro. La murmuración es nuestro pan de cada día, tanto a nivel personal, familiar, parroquial, diocesano, social… Se trata de una escapatoria para no ver la realidad, para no permitir que la gente piense. Jesús lo sabe, pero es bueno y, en vez de condenarlos por la murmuración, hace una pregunta. Usa el mismo método que ellos, es decir, el de hacer preguntas. Ellos lo hacen para poner a prueba a Jesús, con mala intención, para hacerlo caer: por ejemplo con preguntas sobre los impuestos al imperio o el repudio a la mujer. Jesús usa el mismo método, pero veremos la diferencia. Jesús les dice: «¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas y pierde una, no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra?». Y lo normal sería que lo entendieran, pero no, hacen el cálculo: “tengo 99, si se pierde una, empieza a anochecer, es oscuro… Déjala y en el balance irá a ganancias y pérdidas y salvamos a estas”. Esa es la lógica farisaica. Esa es la lógica de los doctores de la ley. “¿Quién de vosotros?”, y ellos eligen lo contrario que Jesús. Por eso no van a hablar con los pecadores, no van a los publicanos, no van porque –piensan– “mejor no ensuciarse con esa gente, es un riesgo. Conservemos a los nuestros”. Jesús es inteligente al hacerles la pregunta: entra en su casuística, pero los deja en una posición diversa respecto a la correcta. “¿Quién de vosotros?”. Y nadie dice: “Sí, es verdad”, sino que todos: “No, no yo no lo haría”. Y por eso son incapaces de perdonar, de ser misericordiosos, de recibir. En resumen, las tres palabras: el testimonio, que es provocador, que hace crecer la Iglesia; la murmuración, que es como un guardia en mi interior para que el testimonio no me hiera; y la pregunta de Jesús. Y añadiría una cuarta palabra: la alegría, la fiesta, que esa gente no conoce: todos los que siguen la senda de los doctores de la ley no conocen la alegría del Evangelio. Que el Señor nos haga entender esta lógica del Evangelio contraria a la lógica del mundo. Almudi.org

martes, 6 de noviembre de 2018

HOMILIA Domingo Trigésimosegundo del TIEMPO ORDINARIO cB (11 de noviembre de 2018)

Domingo Trigésimosegundo del TIEMPO ORDINARIO cB (11 de noviembre de 2018) Primera: 1Reyes 17, 10-16; Salmo: Sal 145, 7. 8-9a. 9b y 8d y 10; Segunda: Hebreos 9, 24-28; Evangelio: Marcos 12, 38-44 Nexo entre las LECTURAS Una actitud de generosidad disponible y confiada reúne los textos del actual Domingo del tiempo ordinario. La generosidad es la actitud de la viuda de Sarepta, que no duda en dar una hogaza a Elías a costa de su propio último sustento (primera lectura). También es la actitud de la viuda, observada únicamente por Jesús, que deposita todo su haber en el ‘cepillo’ del templo, por más que fuera una nimiedad (evangelio). Es sobre todo la actitud de Jesús que se entrega hasta la muerte, de una vez para siempre, como víctima de rescate y salvación (segunda lectura). Temas... Generosidad. En la liturgia de hoy las mujeres juegan un papel predominante y positivo. Además se trata de mujeres viudas, con toda la precariedad que ese término traía consigo en los tiempos remotos del profeta Elías (siglo IX a. C.) y de Jesús. No pocas veces la viudez iba unida a la pobreza, e incluso a la mendicidad. Sin embargo, los textos sagrados no presentan estas dos buenas viudas como ejemplo de pobreza, sino como ejemplo de generosidad. En los tres años de sequedad que cayó sobre toda la región, a la viuda de Sarepta le quedaba un poco de harina y unas gotas de aceite, para hacer una hogaza con que alimentarse ella y su hijo, y luego morir. En esa situación, ya humanamente dramática, Elías le pide algo inexplicable, heroico: que le dé esa hogaza que estaba a punto de meter en el horno. La mujer accede. Hay una especie de ‘sentido de lo sobrenatural’ que la mueve a obrar así. Es el don de la generosidad que Dios concede a los que poco o nada tienen. No piensa en su situación; piensa sólo en obedecer la voz de Dios que le llega por medio del profeta. Una mujer ejemplo. Siendo como era pobre y necesitada, no tenía ninguna obligación de dar limosna para el culto del templo o para la acción social y benéfica que los sacerdotes realizaban en nombre de Dios con las ayudas recibidas. Su gesto brilla con luz nueva y esplendorosa, precisamente porque se sitúa más allá de la obligación, en el plano de la generosidad amorosa para con Dios. El contraste entre la actitud de la viuda y la de los ricos que echaban mucho, pero de las sobras de sus riquezas, ennoblece y hace resaltar más la generosidad de la mujer. La fuente de toda generosidad. La generosidad de las dos viudas mana de la generosidad misma de Dios, que se nos manifiesta en Cristo Jesús. Generosidad de Jesús que se ofrece de una vez para siempre en sacrificio de redención por todos los hombres: nada ni nadie queda excluido de esa generosidad. Generosidad de Jesús que, como sumo sacerdote, entra glorioso en los cielos para continuar desde allí su obra sacerdotal en favor nuestro: continúa en el cielo su intercesión generosa y eterna por los hombres. Generosidad de Jesús que vendrá, al final de los tiempos, sin relación con el pecado, es decir, como salvador que ha destruido el pecado y ha instaurado la nueva vida. En su existencia terrena Jesús era muy consciente de que no había venido al mundo para condenar sino para salvar. En su parusía o última venida, mantiene la misma finalidad de Salvador misericordioso, recordemos el trato con el ladrón que pide el Reino y el trato con la Virgen y las relaciones familiares nuevas con la Iglesia en la persona de san Juan. Y es la generosidad de los santos, especialmente los mártires. Sugerencias... La generosidad del corazón. No pocas veces los hombres nos llenamos de admiración cuando escuchamos o sabemos que alguien ha hecho un gesto de gran generosidad... esto es muy bueno… y que haya muchos generosos, que están dispuestos a vaciar su bolsillo para que otros seres humanos reciban educación o puedan ser atendidos dignamente en un hospital, en las cosas de todos los días. Sin disminuir la importancia de la cantidad, queremos subrayar que -según el evangelio- más que la cantidad vale la ‘caridad’. Es decir, si esos bienes los ha dado con caridad y en acto de servicio haciendo una verdadera renuncia y conversión de vida (Zaqueo). Cuando la generosidad afecta al bolsillo y al corazón, es auténtica. Por eso, quien da poco, pero es todo lo que puede dar, y lo da con toda el alma, ése es generoso, y su generosidad a los ojos de Dios ‘vale igual’ de la de aquel que posee muchos bienes y se ha desprendido de ellos. Si tienes mucho o poco, da conforme a lo que te pide Dios y a lo que esperas recibir de Él. Generoso, ¿hasta dónde? En este asunto, no hay leyes matemáticas. El principio fundamental está claro: da, sé generoso. Como Él nos dio, demos nosotros. Qué dar, hasta dónde llegar en la generosidad, no admite una sola y única respuesta. Lo importante es que ninguno de nosotros diga: "hasta aquí". No es posible poner límites al Espíritu de Dios. Nos examinemos y preguntemos: ¿Estoy dando todo lo que puedo? ¿Estoy dando todo lo que el Espíritu Santo me pide que dé? ¿Estoy dando como debo dar: desprendidamente, generosamente, sin buscar compensaciones? Los discípulos-misioneros, hoy, debemos ser como los cristianos de Macedonia, de los que habla Pablo en su segunda carta a los corintios, "su extrema pobreza ha desbordado en tesoros de generosidad. Porque atestiguo que según sus posibilidades, y aun sobre sus posibilidades, espontáneamente nos pedían con muchas insistencia la gracia de participar en este servicio en bien de los santos" (8, 2-4). Consideremos la generosidad una gracia de Dios, y pidámosla con sencillez de corazón, pero también con insistencia. Que Dios no la negará a quien se la pida de verdad. Son muchos los que tienen necesidad y se beneficiarán de nuestra generosidad. María, Madre generosa en la entrega, ayúdanos a confiar y a decir siempre SI.

jueves, 1 de noviembre de 2018

HOMILIA Conmemoración de todos los DIFUNTOS, viernes (02 de noviembre de 2018)

Conmemoración de todos los DIFUNTOS, viernes (02 de noviembre de 2018) La liturgia de la Palabra de este día tiene varias opciones Nexo entre las LECTURAS. Temas... Sugerencias... 1. Ayer la Iglesia peregrina en la tierra celebraba la gloria de la Iglesia celestial invocando la intercesión de los Santos y hoy se reúne en oración para hacer sufragios por sus hijos que, «ya difuntos, se purifican» (LG 49). Mientras dure el tiempo, la Iglesia constará de tres estados: los bienaventurados que gozan ya de la visión de Dios, los difuntos necesitados de purificación todavía no admitidos a ella, y los «viadores» que soportamos las pruebas de la vida presente. Entre unos y otros hay una separación profunda, que, no obstante, no impide su unión espiritual, «pues todos los que son de Cristo... constituyen una misma Iglesia y mutuamente se unen en Él. La unión de los «viadores» con los hermanos que se durmieron en la paz de Cristo, de ninguna manera se interrumpe, antes bien... se robustece con la comunicación de bienes espirituales» (ib). ¿Qué bienes son estos? Los santos interceden por los hermanos que combaten aquí abajo y los estimulan con su ejemplo; y éstos oran para apresurar la gloria eterna a los hermanos difuntos que aguardan ser introducidos en ella. Es la comunión de los santos en acción: santos del cielo, del purgatorio o de la tierra, pero todos santos, aunque en grado muy diferente, por la gracia de Cristo que los vivifica y en la que todos están unidos. A la luz de esta consoladora realidad, la muerte no aparece más como la destrucción del hombre, sino como tránsito y a un nacimiento a la Vida verdadera, la Vida eterna. «Sabemos -escribe San Pablo que si esta tienda, que es nuestra habitación terrestre, se desmorona, tenemos una casa que es de Dios, una habitación eterna... que está en los cielos» (2 Cr 5, 1; 2a lectura, 2a Misa). Viadores en la tierra, difuntos en el purgatorio y bienaventurados en el cielo, estamos todos en camino hacia la resurrección final, que nos hará plenamente participantes del misterio pascual de Cristo. Y mientras lo somos en parte, oremos unos por otros y, sobre todo, ofrezcamos sufragios por nuestros muertos, porque «es una idea piadosa y santa rezar por los difuntos para que sean liberados del pecado» (2 Mac 12, 46; 1a lectura, 3a Misa). 2. La Liturgia del día pone el acento sobre la fe y la esperanza en la Vida eterna, sólidamente fundadas en la Revelación. Es significativo el trozo del libro de la Sabiduría (1a lectura, 1a Misa: Sb 3, 1-6. 9): «Las almas de los justos están en las manos de Dios y no les alcanzará tormento alguno. Creyeron los insensatos que habían muerto: tuvieron por quebranto su salida de este mundo, y su partida de entre nosotros por completa destrucción, pero ellos están en la paz» (ib 1-3). Para quien ha creído en Dios y le ha servido, la muerte no es un salto en la nada, sino en los brazos de Dios: es el encuentro personal con Él, para «permanecer junto a Él en el amor» (ib 9) y en la alegría de su amistad. El cristiano ‘auténtico’ no teme, por eso, la muerte, antes, considerando que mientras vivimos aquí abajo «vivimos lejos del Señor», repite con San Pablo: «Preferimos salir de este cuerpo para vivir con el Señor» (2 Cr 5, 6.8; 2a lectura, 2a Misa), No se trata de exaltar la muerte, sino de verla como realmente es en el plan de Dios: el natalicio para la Vida eterna. Esta visión serena y optimista de la muerte se basa sobre la fe en Cristo y sobre la pertenencia a Él: «ésta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda a ninguno de los que él me ha dado, sino que los resucite el último día» (Jn 6, 39; Evangelio, 2a Misa). Todos los hombres han sido dados a Cristo, y Él los ha pagado al precio de su sangre. Si aceptan su pertenencia a Él y la viven con la fe y con las obras según el Evangelio, pueden estar seguros de que serán contados entre los «suyos» y, como a tales, nadie podrá arrancarlos de su mano, ni siquiera la muerte. «Ya vivamos, ya muramos, del Señor somos» (Rm 14, 8; 2a lectura, 1a Misa). Somos del Señor porque nos ha redimido e incorporado a sí, porque vivimos en Él y para Él mediante la gracia y el amor; si somos suyos en vida, lo continuaremos siendo en la muerte. Cristo, Señor de nuestra vida, vendrá a ser el Señor de nuestra muerte, que Él absorberá en la suya transformándola en vida eterna. Así se verifica para los creyentes la plegaria sacerdotal de Jesús: «Padre, quiero que donde yo esté, estén también conmigo los que tú me has dado, para que contemplen mi gloria» (Jn 17, 24; Evangelio, 3a Misa). A esta oración de Cristo corresponde la de la Iglesia, que implora esa gracia para todos sus hijos difuntos: «Concede, Señor, que nuestros hermanos difuntos entren en la gloria con tu Hijo, el cual nos une a todos en el gran misterio de tu amor» (Sobre las ofrendas, 1a Misa). Nuestra Señora del Carmen, ruega por nosotros.

miércoles, 31 de octubre de 2018

HOMILIA TODOS LOS SANTOS, solemnidad. Jueves (01 de noviembre de 2018)

TODOS LOS SANTOS, solemnidad. Jueves (01de noviembre de 2018) Primera: Apocalipsis 7, 2-4.9-14; Salmo: Sal 23, 1-6; Segunda: 1Juan 3, 1-3; Evangelio: Mateo 5, 1-12a Nexo entre las LECTURAS… Temas... Sugerencias… La antífona de entrada es quien nos sugiere el nexo y el tema y las sugerencias: «Alegrémonos todos en el Señor al celebrar este día de fiesta en honor de todos los Santos. Los ángeles se alegran de esta solemnidad y alaban a una al Hijo de Dios» (Entrada). 1. La Liturgia de la Iglesia peregrina se une hoy a la de la Iglesia celestial para celebrar a Cristo Señor, fuente de la santidad y de la gloria de los elegidos, «muchedumbre inmensa que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas» (ib 9). Todos están «marcados en la frente» y «vestidos con vestiduras blancas», lavadas «en la sangre del Cordero» (ib 3, 9.14). Marca y vestidos son símbolos del bautismo que imprime en el hombre el carácter inconfundible de la pertenencia a Cristo y que, purificándolo del pecado, lo reviste de pureza y de gracia en virtud de su sangre. Pues la santidad, de nuevo lo dice el Papa Francisco, no es otra cosa que la maduración plena de la gracia bautismal, y así es posible en todos los bautizados (Conc. Vat. II). Los Santos que festeja hoy la iglesia no son sólo los reconocidos oficialmente por la canonización, sino también aquellos otros muchos más numerosos y desconocidos que han sabido, «con la ayuda de Dios, conservar y perfeccionar en su Vida la santificación que recibieron» (LG 40). Santidad oculta, vivida en las circunstancias ordinarias de la vida, como dice el Papa “santos de la casa de al lado, sin brillo aparente, sin gestos que atraigan la atención por lo esplendoroso, pero real y preciosa. Mas hay una característica común a todos los elegidos: «Estos son -dice el sagrado texto los que vienen de la gran tribulación» (Ap 7, 14). «Gran tribulación» es la lucha sostenida por la defensa de la fe, son las persecuciones y el martirio sufridos por Cristo (el Papa en la Misa de canonización del Domingo 14.10), y lo son también las cruces y los trabajos de la vida cotidiana. Los Santos llegaron a la gloria sólo a través de la tribulación, la cual completó la purificación comenzada en el bautismo y los asoció a la pasión de Cristo para asociarlos luego a su gloria. Llegados a la bienaventuranza eterna, los “elegidos” no cesan de dar gracias a Dios por ello y cantan «con voz potente»: «La salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono y del Cordero» (ib 10). Y responde en el cielo el «Amén» eterno de los ángeles postrados delante del trono del Altísimo (ib 11-12); y debe responder en la tierra el «Amén» de todo el Pueblo de Dios que camina hacia la patria celestial esforzándose en imitar la santidad de los elegidos. «Amén», así es, por la gracia de Cristo que abre a todos el camino de la santidad. 2. La segunda lectura (1 Jn 3, 1-3) reasume y completa el tema de la primera lectura poniendo en evidencia el amor de Dios que ha hecho al hombre hijo suyo y la dignidad del mismo hombre que es realmente hijo de Dios. «Miren qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!» (ib 1). Don que no se reserva para la vida en el cielo (que llamamos eterna), sino que se otorga ya en la vida presente, realidad profunda que transforma interiormente al hombre haciéndolo partícipe de la vida divina. Con todo, aquí en la tierra es una realidad que permanece velada; se manifestará plenamente en la gloria; entonces «seremos semejantes a Dios, porque le veremos tal cual es» (ib 2). La gloria que contempla hoy la Iglesia en los Santos es precisamente la que se deriva de la visión de Dios, por la cual están revestidos e incluidos de su resplandor infinito. 3. En el Evangelio (Mt 5, 1-123) Jesús mismo ilustra el tema de la santidad y de la bienaventuranza eterna mostrando el camino que conduce a ella. Punto de partida son las condiciones concretas de la Vida humana donde el sufrimiento no es un incidente fortuito, sino una realidad conexa a su estructura. Jesús no vino a anularlo, sino a redimirlo, haciendo de él un medio de salvación y de bienaventuranza eterna. La pobreza, las aflicciones, las injusticias, las persecuciones aceptadas con corazón humilde y sumiso a la voluntad de Dios, con serenidad nacida de la fe en Él y con el deseo de participar en la pasión de Cristo, no envilecen al hombre, antes lo ennoblecen; lo purifican, lo hacen semejante al Salvador doliente y, por ende, digno de tener parte en su gloria. «Bienaventurados los pobres..., bienaventurados los que lloran… bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia..., bienaventurados los perseguidos..., porque de ellos es el Reino de los Cielos» (ib 3-4.6.10). También las otras cuatro bienaventuranzas, aunque no digan relación directa al sufrimiento, exigen un gran espíritu de sacrificio. Pues no se puede ser manso, misericordioso, puro de corazón o pacífico sin luchar contra las propias pasiones y sin vencerse a sí mismo para aceptar serenamente situaciones difíciles y sembrar doquiera amor y paz. El itinerario de las bienaventuranzas es el recorrido por los santos; pero de modo especialísimo es el recorrido por Jesús que quiso tomar sobre sí las miserias y sufrimientos humanos para enseñar al hombre a santificarlos. En él pobre, doliente, manso, misericordioso, pacifico, perseguido y por este camino llegado a la gloria, encuentra el cristiano la realización más perfecta de las bienaventuranzas evangélicas. También, el itinerario de las bienaventuranzas es el de la Virgen María, Madre del Amor Hermoso y Madre nuestra, de toda la humanidad. ¡Feliz día!

HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

  VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024) Primera : Isaías 52,13 – 53,12;  Salmo : Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25;  Segunda :...