martes, 13 de febrero de 2018

HOMILIA Primer Domingo de CUARESMA cB (18 de febrero 2018)

Primer Domingo de CUARESMA cB (18 de febrero 2018)
PrimeraGénesis 9, 8-15; Salmo: Sal 24, 4-5b. 6. 7b-9; Segunda: 1Pedro 3, 18-22; Evangelio: Marcos 1, 12-15
Nexo entre las LECTURAS
La salvación es el punto de convergencia de las lecturas de este Primer Domingo. Jesucristo es el nuevo Adán, que -en el desierto de la tentación y de la oración-salva al hombre, de sus tentaciones y del pecado, y le llama a entrar mediante, la conversión y la fe, en el Reino de Dios (Evangelio). La salvación de Cristo está prefigurada en la salvación que Dios realizó con Noé y su familia (que representa a la humanidad) después del diluvio y es el arco iris el signo de su alianza salvífica (primera lectura). El arca de Noé, arca de salvación, dice san Pedro en la segunda lectura que es figura del bautismo, por el cual el cristiano participa de la salvación que Jesucristo ha traído a los hombres mediante su muerte y resurrección. El salmista reúne estas enseñanzas y las propone como oración: Muéstrame, Señor, tus caminos, enséñame tus senderos. Guíame por el camino de tu fidelidad; enséñame, porque Tú eres mi Dios y mi salvador.
Temas...
El hombre necesita salvación. Es una enseñanza constante de la Biblia. Es, también, nuestra experiencia. El hombre que entra en su interior con sinceridad, descubre en sí unas fuerzas, unos impulsos que lo dominan, unas cadenas que le sujetan y no le dejan respirar libremente ni volar a las alturas que ardientemente anhela. El hombre, como vuelto a sí mismo y en un mundo hostil, busca una mano amiga, busca un redentor, un salvador, que rompa sus cadenas, que le permita crecer en el amor, la verdad, la vida, que le permita vivir en libertad. La Biblia nos enseña que hay un solo y único Salvador, que es Dios, que nos ofrece su salvación, es Jesucristo, Dios verdadero y Hombre verdadero. En el mundo ‘caótico y pecador’, Noé es salvado por Dios y con él, como un nuevo Adán, recomienza Dios una creación nueva, cuyo centro será el respeto a la vida. Este nuevo Adán y esta nueva creación son figura e imagen del novísimo Adán, que es Jesucristo, y de la novísima creación, cuyo centro es la vida nueva, vida de gracia, regalada por la muerte y resurrección de Cristo, y de la que nosotros participamos mediante el bautismo. En efecto, "el misterio de Cristo es la luz decisiva sobre el misterio de la creación; revela el fin en vista del cual, ‘al principio Dios creó el cielo y la tierra’: desde el principio Dios preveía la gloria de la nueva creación en Cristo" (Catecismo Iglesia Católica, 280).
Características de la salvación. A) Salvación universal. Dios, creador de todas las cosas y de todos los hombres, desea también la salvación de todos. Hay, pues, un llamado universal a la salvación. El diluvio (primera lectura), que es como una negra nube sobre el cielo de la salvación, cesa por obra de Dios, que hace resplandecer el arco iris como promesa y signo de la alianza salvífica de Dios con la humanidad y con el cosmos. Jesucristo nos llama a la salvación invitándonos a entrar en el Reino de Dios por la puerta del bautismo (bautismo de agua y Espíritu, bautismo de sangre, bautismo de deseo); una puerta abierta a todos, sin excepción, ya que por todos Cristo ha muerto y ha vuelto a la vida. El descenso a los infiernos, de que nos habla la segunda lectura, es una manera simbólica de expresar la universalidad de la salvación aportada por Cristo, que se extiende no sólo al presente y al futuro, sino al mismo pasado de la humanidad desde sus mismos orígenes. B) Salvación cierta. No podemos dudar de la fidelidad de Dios, en que se apoya nuestra certeza de salvación. Con la certeza con que aparece el arco iris un día de lluvia y con sol, con la certeza con que Cristo ha muerto y resucitado, con esa misma certeza se nos ofrece la salvación de Dios.
La respuesta del hombre. San Marcos resume en dos palabras la respuesta que Jesús espera del hombre ante la presencia del Reino y la oferta de salvación: conversión y fe. "Conviértanse y crean en el Evangelio". La conversión no es un momento puntual de la vida humana y cristiana; tampoco es la reacción a una ideología que me atrae y me encandila hasta "convertirme". La conversión cristiana es conversión a la persona de Jesucristo, es decir, dejar otros caminos, por muy atractivos que aparentemente puedan resultar, y tomar el camino de Cristo (Carta del Papa). Igualmente, la fe con la que somos invitados a responder, no es sólo una fe humana, ni una fe puramente ‘religiosa’, sino fe en Jesucristo, es decir, en su vida y en su doctrina como camino de salvación para el hombre. Una fe que no está unida al misterio de Cristo o que no conduce a Él, es una fe insuficiente, que necesita ser completada e iluminada por la verdadera fe en Cristo Jesús.
Sugerencias...
Convertirse, es necesario. Es una tentación creer que no necesito convertirme. Le pasaba a los fariseos, ellos creían que los ‘otros’ si… Hoy la Liturgia nos recuerda que somos tentados a no reconocernos pecadores, otros simplemente a decir que soy pecador como todos, y otros a no darle importancia, con tal, todos somos pecadores. Así, el Tentador puede tenernos lejos del amor misericordioso de Dios que nos invita reconocernos pecadores y a acudir con prontitud y diligencia al trono de la misericordia en el sacramento de la Reconciliación. Tal vez tengamos que decirnos entre los cristianos que es necesario convertirse, que nos alejemos de la tentación de creer que no debo convertirme. Es un ejercicio de sinceridad reconocerse pecador y querer cambiar, caminar por un sendero diverso al andado, volver quizá a comenzar la vida después de muchos años de existencia. Siempre se puede crecer… siempre hay que convertirse.
Vivir la experiencia bautismal. La mayoría de nosotros hemos sido bautizados cuando teníamos algunos días o meses de vida. En aquel momento nuestros familiares hicieron una gran fiesta, sin que nosotros nos enterásemos en ese momento. Después, quizás es tradición familiar celebrar el aniversario de ese acontecimiento, o tal vez ese acontecimiento se conserva en el cajón del olvido, del que lo sacamos en alguna ocasión particular nada más. La Iglesia, sin embargo, nos enseña que el bautismo tiene que ser una experiencia vivida todos los días y fundamento de una auténtica espiritualidad cristiana, el Papa Francisco insiste en ‘hacer memorial de ese grandioso momento’. Vivir diariamente la experiencia del bautismo es vivir la experiencia de la salvación que Cristo nos ofrece día tras día, es vivir nuestra pertenencia a la Iglesia y consiguientemente nuestra adhesión y amor a ella, es vivir la experiencia de gracia y de amistad gozosa con Dios, es vivir la conciencia de la presencia y acción del Espíritu Santo en nuestro interior, es vivir un proceso de progreso espiritual y de transformación que cada día se repite y que no termina sino con la muerte. En definitiva, vivir la experiencia bautismal es vivir en santidad, cualquiera que sea nuestro estado de vida, nuestra edad y condición, nuestra profesión o tarea en este mundo.


Otra sugerencia.
La Liturgia cuaresmal se desarrolla sobre un doble binario: de una parte, se marcan las etapas fundamentales de la historia de la salvación ilustradas por el Antiguo Testamento y de otra se destacan los hechos más sobresalientes de la vida de Jesús hasta su muerte y resurrección presentados por el Evangelio.
A partir del pecado de Adán que ha roto la amistad del hombre con Dios, Éste inicia la larga serie de intervenciones con que pretenderá volver al hombre a su amor. Entre éstos sobresale la alianza establecida con Noé al final del diluvio Gn 9, 8-15 (1a lectura), cuando el patriarca, bajando a la tierra seca, ofreció al Señor un sacrificio en agradecimiento por haberle salvado junto con sus hijos: «Dijo Dios a Noé y a sus hijos con él: He aquí que Yo establezco mi alianza con ustedes… y no volverá nunca más a ser aniquilada toda carne por las aguas del diluvio, ni habrá más diluvio para destruir la tierra» (ib 8-11). Los castigos de Dios llevan siempre el germen de la salvación: Adán, arrojado del Paraíso, oyó que el Señor le prometía un Salvador; Noé, salvado de las mismas aguas que habían arrasado innumerables hombres, recibe de Dios la promesa de que el diluvio no volverá jamás a hundir a la humanidad. Y como señal de su alianza, el Señor pone su arco en las nubes (ib 13), arco de paz que une la tierra con el cielo. Y sin embargo todo esto no es más que el símbolo de una alianza inmensamente superior que será pactada en la sangre de Cristo.
San Pedro (2a lectura: 1 Pe 3, 18-22), recordando a los primeros cristianos «el arca en la que unos pocos, es decir ocho personas, fueron salvados», explica: «A ésta ahora corresponde el bautismo que los salva» (ib 20-21). Las aguas del bautismo destruyendo el pecado -lo mismo que las aguas del diluvio arrasaron a los hombres pecadores- salen al creyente «por medio de la Resurrección de Jesucristo». Más que Noé, es ciertamente el cristiano un salvado por medio del agua; y no sobre la madera del arca sino sobre el madero de la Cruz del Señor, en virtud de su muerte y resurrección. La Cuaresma intenta especialmente despertar en el cristiano el recuerdo del bautismo, que le purificó del pecado y le comprometió a vivir «con una buena conciencia» (ib 21), siendo fiel a la promesa de renunciar a Satanás y servir a Dios solo.
Para animarlo en este serio propósito viene muy oportuno el evangelio del día (Mc 1, 12-15), con la tradicional escena del desierto donde Jesús lucha contra Satanás rechazando todas sus sugerencias. Separándose, de los otros sinópticos, Marcos no se detiene a describir las diversas tentaciones, sino que resume muy brevemente: «A continuación, el Espíritu le impulsa al desierto, y permaneció en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás» (ib 12-13). Esto sucede inmediatamente después del bautismo en el Jordán: lo mismo que allí Jesús quiso mezclarse entre los pecadores como si fuese uno más, necesitado de purificación, también ahora en el desierto quiere hacerse semejante a ellos hasta el límite máximo que permite su santidad, la tentación. Aceptando la lucha con Satanás, de la cual ha de salir absolutamente victorioso, Jesús enseña que ha venido a liberar al mundo del dominio del Maligno y al mismo tiempo merece, para todo hombre, la fuerza con la que pueda vencer sus insidiosas tentaciones. El cristiano, aunque bautizado, no está inmune de ellas; al contrario, a veces cuanto más se empeña en servir a Dios con fervor, más procura Satanás obstaculizar-obstruir el camino, como hubiera querido hacer con el mismísimo Jesús, para impedirle que cumpliera su misión redentora. Entonces, es necesario acudir a las mismas armas (herramientas) que usó Cristo: penitencia, oración, conformidad perfecta con la voluntad del Padre como nos dice el Papa en la carta de Cuaresma para este año. Quien es fiel a la palabra de Dios, quien se alimenta constantemente de ella, no podrá ser vencido por el Maligno.

HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

  VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024) Primera : Isaías 52,13 – 53,12;  Salmo : Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25;  Segunda :...