lunes, 14 de agosto de 2023

HOMILIA Solemnidad de la Asunción de la VIRGEN MARÍA (15 de agosto de 2023)

 Solemnidad de la Asunción de la VIRGEN MARÍA (15 de agosto de 2023)

PrimeraApocalipsis 11, 19a; 12, 1-6a. 10ab; Salmo: Sal 44, 10bc. 11-12. 15b-16; Segunda: 1Corintios 15, 20-26; Evangelio: Lucas 1, 39-56

Nexo entre las LECTURAS

Toda la celebración de hoy tiene un color de victoria y de esperanza que nos va muy bien: en medio de un mundo sin demasiadas perspectivas, cuando, confuso en muchos aspectos y especialmente por la dictadura del relativismo reinante, los cristianos celebramos la victoria de María, la Madre de Jesús y de la Iglesia, y nos dejamos contagiar de su alegría, nexo de las lecturas y centro de la Solemnidad. Teniendo en cuenta que ésta es una de las fiestas más grandes de la Virgen, todo el estilo de la celebración, de las moniciones y de la homilía y las actividades de los cristianos el 15, deberían mostrar nuestra alegría por la obra que Dios ha hecho en la Virgen y por lo que esto supone de esperanza para nosotros. ¡Vivamos de manera muy festiva esta Liturgia y este día!

Temas...

La victoria de Cristo Jesús: Cristo Resucitado, tal como nos lo presenta Pablo, es el punto culminante de la Alegrémonos, hermanos. Hoy es fiesta para toda la Iglesia. Más aún, para toda la humanidad. En un mundo en que no abundan precisamente las buenas noticias, nosotros estamos celebrando esta: que Dios ha querido que María, una humilde mujer de Israel, fuera la madre del Mesías, del Hijo de Dios, y que después participara plenamente, en cuerpo y alma, de la gloria de su Hijo, en el cielo. Es una buena noticia para ella y también para todos nosotros.

Una victoria contagiosa. Ante todo, hoy es un día de victoria para Cristo Jesús. Tal como nos lo ha presentado Pablo, en su lectura, Cristo Resucitado es el motivo de nuestra fe y de nuestra fiesta, a lo largo de todo el año, y también hoy. Él es la primicia de toda la humanidad y de la creación, el primero que triunfa plenamente de la muerte y del mal, resucitando a una nueva existencia, después de haber cumplido la misión que Dios le encomendara. Él es el segundo y definitivo Adán, cabeza de la nueva humanidad, destinada a la salvación.

Pero hoy es fiesta también para la Virgen María, su madre. Ella es la primera salvada por Cristo. Ella es la primera cristiana: la mujer que creyó en Dios, la que se puso a su disposición con un "s?' total ("hágase en mí según tu Palabra"), la que le dedicó a Dios Padre la gozosa alabanza del Magnificat, la que estuvo siempre con su Hijo –en su nacimiento, en su vida, al pie de la cruz y en la alegría de la resurrección–, la que se dejó llenar del Espíritu, y la que ha sido glorificada como primer fruto de la Pascua de Jesús, asociada a su victoria en cuerpo y alma, al final de su vida mortal, gozando ya para siempre junto a él. En verdad "ha hecho obras grandes" en ella el Señor.

Y es también fiesta para nosotros, la Iglesia de Jesús y para la humanidad (Fratelli Tutti). María, miembro entrañable de la comunidad cristiana, la mejor seguidora de Jesús, la Hermana, la Madre, está presente en el camino de la Iglesia y del mundo, como lo estuvo en el de Jesús su Hijo. La figura de la "mujer" que da a luz al Salvador y triunfa contra el enemigo, como hemos leído en la primera lectura, el Apocalipsis, aunque se refiera directamente a la Iglesia misma, se cumple de modo privilegiado en María, prototipo de todo lo que la comunidad cristiana quiere llegar a ser en su camino de lucha contra el mal.

Lo que Dios ha realizado en María es también nuestra victoria. El de María a Dios fue de alguna manera nuestro "sí". El "sí' de Dios a ella es también un "sí' dirigido a todos nosotros, porque a todos nos prepara el mismo destino que a ella. Como diremos en el prefacio, "ella es la figura y primicia de la Iglesia que un día será glorificada: ella es consuelo y esperanza de tu pueblo, todavía peregrino en la tierra".

Fiesta mayor de la esperanza. Nos hacen falta fiestas como esta. No estamos viviendo tiempos fáciles. La imagen de una comunidad en lucha, tal como aparece en el Apocalipsis, la estamos viviendo también en nuestros tiempos. También a nosotros nos toca luchar contra los varios "dragones" que nos tientan en este mundo, y que hacen que sea cuesta arriba el vivir según el evangelio de Jesús.

Pero hoy, mirando a la Virgen María, que ya comparte la victoria de su Hijo, nos reafirmamos en nuestra confianza. La Asunción nos demuestra que el plan de Dios es plan de vida y salvación para todos. La Asunción es un grito de fe en que es posible esta victoria contra el mal. Que va en serio lo que Dios ha pensado para nosotros y para la humanidad. Que nuestro destino no es la muerte, sino la vida y la felicidad eterna. La fiesta de hoy es una respuesta de Dios a los pesimistas y a los perezosos, y también a los materialistas que no ven más que los valores económicos o humanos: algo está presente en nuestro mundo que trasciende nuestras fuerzas y nos lleva más allá. El destino de la humanidad, después de una vida plena y comprometida aquí abajo, es la glorificación en Cristo y con Cristo. Por eso en la Misa de hoy estamos pidiendo repetidamente a Dios que también nosotros lleguemos a participar con Cristo y con María de su misma gloria en el cielo. No sabemos cuándo y cómo sucederá. Pero sí nos alegramos de que ya haya sucedido en María de Nazaret.

Cada Eucaristía, Magníficat y Asunción. Cada vez que celebramos la Eucaristía suceden dos cosas muy hermosas. Ante todo, imitamos el Magnificat que entonó la Virgen María. Le elevamos a Dios nuestras alabanzas, sobre todo en la plegaria eucarística, la oración primordial de la Misa, que el sacerdote proclama en nombre de todos y apoyado por las aclamaciones de todos,

Pero además, la Eucaristía es también la garantía de nuestro triunfo final. Hacemos el memorial de la Pascua de Jesús, que es la raíz de la victoria de María y de la nuestra, y, al comulgar con fe en el Cuerpo y Sangre de Cristo, ya participamos de su vida. Él mismo nos aseguró: "Quien come mi Carne y bebe mi Sangre vive de vida eterna y yo le resucitaré en el último día".

Vamos por buen camino si, a lo largo de nuestra vida, celebramos bien la Eucaristía. Estamos en el mismo camino de la Virgen y de la victoria de su Asunción.

Sugerencias...

La Asunción es un grito de fe en que es posible esta salvación. Es una respuesta a los pesimistas y a los perezosos. Es una respuesta de Dios al hombre materialista y secularizado que no ve más que los valores económicos o humanos: algo está presente en nuestro mundo, que trasciende de nuestras fuerzas y que lleva más allá. El destino del hombre es la glorificación en Cristo y con Cristo.

El hombre, cuerpo y alma, está destinado a la vida. Esa es la dignidad y futuro del hombre. Por eso en la Misa de hoy pedimos repetidamente que también a nosotros, como a la Virgen María, nos conceda "el premio de la gloria" (oración de la vigilia), que "lleguemos a participar con ella de su misma gloria en el cielo" (oración del día). Estamos celebrando nuestro propio futuro (optimistas) realizado ya en María.

Nuestro Magníficat: la Eucaristía. Los Domingos, y también otros días (preceptos) como hoy que la Iglesia considera muy importantes, la comunidad cristiana se reúne y entona a Dios su alabanza y su acción de gracias. Como la Virgen prorrumpió en el canto del Magníficat, así nosotros expresamos nuestra alegría, con fe y esperanza, por lo que Dios hace, en cantos, en aclamaciones y, sobre todo, en la Plegaria Eucarística. Es nuestra respuesta a la acción de Dios: nuestro "Magníficat" continuado. Y no sólo damos gracias, sino que en la Eucaristía participamos del misterio pascual, la Muerte y Resurrección de Cristo, del que la Virgen ha participado en cuerpo y alma, y así tenemos la garantía de la vida: "quien come mi Carne y bebe mi Sangre tendrá la vida eterna, y yo le resucitaré el último día" (Jn 6.). La Eucaristía nos invita a mirar y a caminar en la misma dirección en la que nos alegra hoy la fiesta de la Asunción.

María, Hija de Sión, Madre de misericordia, ruega por nosotros.

HOMILIA DEL Domingo vigésimo del TIEMPO ORDINARIO cA (20 de agosto de 2023)

 Domingo vigésimo del TIEMPO ORDINARIO cA (20 de agosto de 2023)

Primera: Isaías 56, 1. 6-7; Salmo: Sal 66, 2-3. 5-6. 8; Segunda: Romanos 11, 13-15. 29-32; Evangelio: Mateo 15, 21-28

Nexo entre las LECTURAS

El salmo responsorial, que es la plegaria que sintoniza admirablemente con la primera lectura, nos ha hecho suplicar: "Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben". Una plegaria en consonancia con la misión universal de la Iglesia (Evangelio). Y es que Dios la ha pensado como sacramento de salvación para todos los hombres. El nuevo pueblo de Dios sería infiel a su vocación si se replegara en sí mismo. Cristo lo ha enviado a todo el mundo. He aquí una consecuencia lógica del querer de Dios y de la obra de Cristo. Hay que tener presente la gran afirmación: "Los dones y el llamado de Dios a Israel son irrevocables (segunda lectura) y Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad". La Iglesia es, en esta línea y siguiendo la afirmación de san Juan Pablo II, camino hacia el hombre para que el hombre camine hacia Dios.

Temas...

Los aquí reunidos para celebrar la Eucaristía hemos descubierto, en algún momento de nuestra vida, el amor entrañable que Dios nos tiene, su proyecto de salvación que su Hijo Jesucristo nos ha comunicado, y al que hemos querido responder intentando ser fieles, en nuestra vida, a esta llamada que hemos descubierto.

El largo camino de la propuesta salvadora de Dios. El camino de la salvación que Dios nos propone se ha ido mostrando poco a poco a la humanidad, desvelando progresivamente la grandeza y la radicalidad de su invitación.

En un primer momento, la relación de Dios con la humanidad tiene un destinatario especial. Dios establece un pacto, una relación única y especial, con el pueblo elegido, con el pueblo de Israel, a la espera de obtener una respuesta de fidelidad, Así, Israel será su pueblo, y el Señor será su Dios.

Con Jesús, esta propuesta de salvación queda también dirigida en concreto al pueblo de Israel, pero hallamos ya elementos que nos descubren un alcance más amplio: la salvación de Dios aspira a llegar a toda la humanidad. Dios, Padre de toda criatura humana, de todo hombre y de toda mujer, los quiere con amor entrañable y quiere proponerles su proyecto de salvación y de felicidad.

La alabanza de la fe. Si leemos con atención el evangelio, nos encontramos con llamadas de Jesús a creer en Él, a tener fe en sus gestos y en sus palabras, en lo que transmiten y en nombre de quien lo hace. Pero estas llamadas no siempre son correspondidas, Por eso a menudo se queja de la incredulidad o de la "poca fe" de los que le siguen, en especial del primer destinatario del proyecto de Dios: el pueblo de Israel,

Pero también podemos encontrar en otras ocasiones cómo Jesús alaba la fe de alguien. Hoy hemos escuchado una de esas alabanzas, la dirigida a aquella mujer cananea: "¡Mujer, qué grande es tu fe!" La otra alabanza va dirigida al centurión que le pide la curación de su criado: "En verdad les digo: En todo Israel no he hallado a nadie con tanta fe".

En dos ocasiones Jesús alaba la fe de alguien, Y en ambas ocasiones la persona elogiada no pertenece al pueblo de Israel, ambas son paganas.

Herederos de una historia, llamados a la fe. Después de su resurrección, Jesús encargó a sus discípulos que contagiaran la Buena Noticia que les había anunciado y que habían tenido la suerte de experimentar, por el mundo entero. Quiso que la salvación que Él había traído de parte de Dios llegara a todos; que todo el mundo se beneficiara de ella que todos participaran de ella. Todos nosotros somos herederos de aquel encargo misionero y evangelizador y en sinodalidad. Gracias a aquellos apóstoles y profetas, y a otras muchas personas, la fe en Cristo se ha extendido por todas partes, y muchos pueblos y personas hemos logrado conocer, celebrar, vivir y testimoniar nuestra fe en Jesús, muerto y resucitado.

Todos nosotros hemos de considerarnos de la descendencia de aquellos dos paganos y de muchos otros que, después de ellos, han conocido a Jesús, han aceptado su mensaje con fe profunda, convencida, proclamada sin temor.

Todos nosotros hemos sido agraciados con el conocimiento y la acogida de la Buena Noticia de Jesús en nuestra vida. Pero, si nos encontrásemos cara a cara con Él, ¿podría alabar nuestra fe, como alabó la de aquella mujer cananea o la del centurión? Acoger a Jesús y su gracia exige de nosotros una respuesta al amor entrañable de Dios, hecha de fidelidad, de confianza y, sobre todo, de fe.

La participación de esta Eucaristía, en la que acogemos el alimento de la Palabra de Dios y de su Cuerpo partido y compartido, nos ha de ser un estímulo para crecer en fidelidad, en confianza y en fe.

Sugerencias... (Lectio)

Contemplar la escena de la cananea: una mujer pagana, no israelita, que tenía la hija muy enferma, endemoniada, y oyó hablar de Jesús. Sale a su encuentro y con gritos le dice: «Señor, Hijo de David, ten piedad de mí. Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio» (Mt 15,22). No le pide ‘algo especial’, solamente le expone el mal que sufre su hija, confiando en que Jesús ya actuará.

Jesús ‘como que se hace el sordo’. ¿Por qué? Quizá porque había descubierto la fe de aquella mujer y deseaba acrecentarla (pasó con la Samaritana, con el Ciego, con Zaqueo y con Marta –hermana de Lázaro–). Ella continúa suplicando, de tal manera que los discípulos piden a Jesús que la despache. La fe de esta mujer se manifiesta, sobre todo, en su humilde insistencia, remarcada por las palabras de los discípulos: «atiéndela, porque nos persigue con sus gritos» (Mt 15,23).

La mujer sigue rogando; no se cansa. El silencio de Jesús se explica porque solamente ha venido para la casa de Israel. Sin embargo, después de la resurrección, dirá a sus discípulos: «Vayan por todo el mundo y proclamen la Buena Nueva a toda la creación» (Mc 16,15).

Este silencio de Dios, a veces, nos atormenta. ¿Cuántas veces nos hemos quejado de este silencio? Pero la cananea se postra, se pone de rodillas. Es la postura de adoración. Él le responde que no está bien tomar el pan de los hijos para echarlo a los perros. Ella le contesta: «Y, sin embargo, Señor, los cachorros comen las migas que caen de la mesa de sus dueños» (Mt 15,26-27).

Esta mujer está muy despierta desde su humildad. No se enfada, no le contesta mal, sino que le da la razón: ‘Tienes razón, Señor’. Pero consigue ponerle de su lado. Parece como si le dijera: ‘Soy como un perro, pero el perro está bajo la protección de su amo’.

La cananea nos ofrece una gran lección: da la razón al Señor, que siempre la tiene. No hemos de querer tener la razón cuando te presentas ante el Señor (el libro de Job). No debemos ser quejosos sino, más bien, oferentes (esto dice la Virgen en Fátima a los pastorcitos) y, si te quejas, acaba diciendo: ¡Señor, que se haga tu voluntad!

HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

  VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024) Primera : Isaías 52,13 – 53,12;  Salmo : Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25;  Segunda :...