martes, 27 de febrero de 2018

HOMILIA Tercer Domingo de CUARESMA cB (04 de marzo 2018)

Tercer Domingo de CUARESMA cB (04 de marzo 2018)
PrimeraÉxodo 20, 1-17; Salmo: Sal 18, 8-11; Segunda: 1 Corintios 1, 22-25; Evangelio: Juan 2, 13-25
Nexo entre las LECTURAS
“Nosotros predicamos a Cristo crucificado, que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios” (segunda lectura). En esta expresión puede resumirse el mensaje central de la Liturgia de este Domingo –tercero– de cuaresma. Fuerza y sabiduría de Dios manifestada en Cristo glorificado que superan y perfeccionan la fuerza y sabiduría de Dios manifestado en el Decálogo (primera lectura). Fuerza y sabiduría de Dios que instauran un nuevo templo y un nuevo culto, situado no ya en un lugar, cuanto en una persona (‘Él hablaba del templo de su cuerpo’): Cristo crucificado, muerto y resucitado en quien la relación entre Dios y el hombre alcanza su plenitud y su esperanza.
Temas...
Jesucristo, sabiduría de Dios. La revelación de Dios es un largo y progresivo camino de sabiduría divina. Esa sabiduría se revela según los eternos designios de Dios que acompaña al crecimiento espiritual y corporal de los hombres. Esto es la condescendencia divina, Providencia. Y requiere, de parte del hombre, la aceptación de nuestra historicidad con todos los límites y condicionamientos que comporta. Después de largos siglos en que la sabiduría divina se fue manifestando en enseñanzas, instituciones, profetas y sabios, la sabiduría de Dios se encarna en Jesús de Nazaret, pero con caracteres bastante diversos a lo esperado. Jesús dirá que no ha venido a abolir la ley sino a perfeccionarla, por eso no basta el decálogo, con su amor a Dios y al hombre, es necesario añadir que se trata de amar a Dios en su misterio trinitario revelado por Jesucristo, y de amar al prójimo, incluso si es nuestro enemigo. Jesús, como nuevo templo, interioriza el culto cristiano, fundado no en sacrificios ni ritos externos, sino en la acción del Espíritu de súplica, alabanza y adoración. Tanto en uno como en otro caso, se trata de una sabiduría que mana del Espíritu de Dios, no obra del hombre ni de sus capacidades superiores (Salmo).
La cruz, sabiduría de Cristo y del cristiano. La sabiduría de Jesucristo brilla con una fuerza particular en la ‘locura’ de la cruz. La cruz era el objeto más horrible a los ojos de un buen romano, y para un piadoso judío era signo de maldición divina. ¡A quién se le ocurre hacer de la cruz el signo más elocuente de la sabiduría de Dios y del cristianismo! Ciertamente no a los hombres, pero se le ocurrió a Dios. Ante la figura de Cristo crucificado, la sabiduría humana o cae de rodillas en actitud de reconocimiento de una ciencia misteriosa y superior, o se rebela y sucumbe bajo el peso insoportable de algo que sobrepasa el humano razonamiento. Desde hace veinte siglos Jesús sigue proclamando desde el Gólgota que el madero de la cruz es el verdadero árbol de la ciencia del bien y del mal, de la ciencia y de la vida. Los cristianos hemos de ser conscientes de que en la cruz está nuestra verdadera sabiduría, y que hemos de anunciar a todos el Evangelio de la cruz, el evangelio del sufrimiento, de la ofrenda y de la entrega. Más aún, es una gracia que debemos pedir a Dios, Espíritu Santo.
La ‘potencia’ de Cristo crucificado. Ningún crucificado antes de Cristo pudo hacer de la cruz su trono y su cetro. Solo Cristo ha llevado a cabo esa transformación que parecía imposible: ha cambiado el signo de ignominia en signo de salvación. Para los que creemos, en efecto, la cruz es potencia de Dios. El decálogo era signo del pacto entre el Dios soberano e Israel su vasallo; el templo, con su imponente grandiosidad de edificio, de rito y de sacrificio, era signo del poder y trascendencia de Dios. Con Jesús la omnipotencia de Dios se hace patente en la debilidad de la carne, en la maldición de un madero, en la humana ignominia de un crucificado. La Cruz muestra de manera excelsa y maravillosa la misericordia de Dios y la llamada universal a la salvación. Los hombres, generación tras generación, no podemos comprender este gran misterio. Quienes se dejan seducir por Él y aceptan Su gracia y en Él entran –por la obediencia y la humildad–, alcanzan la sabiduría de la fe y son capaces de ser discípulos–misioneros.
Sugerencias...
EXIGENCIA. La lectura del decálogo y las amenazas que en él se encuentran debería llevar a una consideración importante: Dios es exigente. Ser creyente –formar parte del pueblo de Dios– implica una fidelidad trabajada en un estilo de vida virtuoso. La Cuaresma es una llamada a revisar cómo vivimos ese estilo de vida. Marcarse algún objetivo de conversión en algunos puntos concretos de modo que la renovación de las promesas del bautismo en la Vigilia Pascual sea algo auténtico.
La segunda lectura de hoy (y el evangelio) pueden completar adecuadamente la reflexión sobre esta exigencia. Jesús es el que ha vivido plenamente según el criterio básico de la Ley: considerando a Dios como Único y Absoluto. Viviendo así, el cristiano, fundamentándose sólo en Dios y no en exhibiciones de poder o de sabiduría, chocará con este mundo que se fundamenta en el relativismo. Unámonos a Cristo que es Camino, Verdad y Vida. Unámonos a María, la Madre de Jesús y Madre nuestra.
JESÚS, EL ÚNICO TEMPLO. El evangelio de hoy habla ya directamente de la muerte y resurrección de Jesús. Juan, colocando esta escena al principio de su evangelio (al contrario de los sinópticos, en que aparece inmediatamente antes de la pasión) quiere dejar claro que la muerte–resurrección muestra el sentido pleno de todo lo que Jesús decía y hacía desde el principio (desde que “la Palabra se hizo carne”).
Además, el evangelio, muestra que los hombres han buscado relacionarse con el Dios lejano por medio de determinados actos u objetos: las ofrendas, los templos, etc. Pero estas mediaciones dejan siempre una gran distancia, y con facilidad pueden conducir a la hipocresía. Jesús proclama hoy que hay ya un camino nuevo, verdadero y pleno: un Camino que no es un acto o un objeto sino una Persona, la vida concreta de una Persona, y estamos llamados a vivir en comunión con Él, que es el Centro (Cfr.: Papa Francisco).
MEDIACIÓN. Jesús mediador, la vida humana mediadora. La vida y la persona de Jesucristo (y su vida entregada definitivamente en la cruz) es el único camino de acercamiento al Padre. Y esto significa para el creyente: fe, abandono y confianza en Jesucristo, y trabajo espiritual diario por convertir –con la ayuda de Su gracia– la propia vida en una imagen de la de Jesús.
¿Y los sacramentos? ¿Y los actos religiosos? El mediador con el Padre es el Verbo hecho carne, Jesucristo. Para el pueblo de Israel, el templo podía entenderse como el camino hacia Dios. Para nosotros, el único camino hacia Dios es Jesucristo y… la Iglesia, los sacramentos, los actos religiosos, la piedad popular, son medios (cada uno con su dignidad propia) dados por Él para que nosotros, en estado de peregrinación, crezcamos en comunión con Él y, amando y sirviendo, alcancemos la Jerusalén Celestial. Por todo esto necesitaremos siempre la verdadera purificación, porque muy fácilmente podemos desviarnos del verdadero sentido de la mediación eclesial (cfr.: Evangelii Gaudium).

lunes, 19 de febrero de 2018

HOMILIA Segundo Domingo de CUARESMA cB (25 de febrero 2018)

Segundo Domingo de CUARESMA cB (25 de febrero 2018)
PrimeraGénesis 22, 1-2.9.10-13; Salmo: Sal 115, 10. 15-19; Segunda: Romanos 8, 31-34; Evangelio: Marcos 9, 2-10
Nexo entre las LECTURAS
El amor de Dios al hombre y del hombre a Dios, compendia la liturgia de hoy. El amor de Dios a los discípulos que, después del primer anuncio de la pasión, les revela el esplendor de su divinidad (Evangelio). Amor misterioso, de Dios a Abraham, al infundirle una absoluta confianza en su providencia, frente al mandato de sacrificar a su hijo Isaac (primera lectura). Amor de Dios que no perdonó a su propio Hijo, antes bien lo entregó a la muerte por todos nosotros (segunda lectura). Amor, por otra parte, de Abraham a Dios, al estar dispuesto a sacrificar a su hijo único en obediencia amorosa (primera lectura). Amor de los discípulos en la disponibilidad para obedecer al Padre que les dice: Éste es mi Hijo muy amado. Escúchenlo (Evangelio). Amor de Jesús que nos salvó mediante su muerte e intercede por nosotros desde su trono a la derecha de Dios (segunda lectura).
Temas...
Amor de Dios. Dios es un misterio infinito. Su modo de actuar y de amar está también lleno de misterio.  Misterio para nuestra mente y para nuestra lógica humana. Sólo el corazón puede entreabrir la puerta del misterio y vislumbrar, por la fe, una mínima parte de su sobrecogedora grandeza. En efecto, a la lógica humana resulta ‘misterioso’ que Dios haya dado un hijo a Abraham, hijo de la promesa que Dios, para que luego le pida sacrificarlo sobre el monte Moria. Como parece igualmente misterioso que Dios ame a su Hijo Jesucristo con un amor de Padre y luego le pida sufrir la máxima ignominia muriendo en una cruz como un esclavo. Y no es menos paradójico que el hombre haya recibido la salvación de Jesucristo y luego se encuentre en el trabajo de cada día con tremendas fuerzas hostiles que le hacen dudar de dicha salvación. No deja, sin embargo, de ser verdad que Dios supera las paradojas y une los extremos aparentemente contradictorios con lazos inseparables de amor. No es que Dios ame menos en un caso que en otro. Más bien habrá que decir que su amor es diferente. El hombre, por su parte, no deberá tratar de racionalizar los caminos de la actuación divina, pues fracasará siempre con toda seguridad, sino más bien deberá dilatar el corazón y buscar "creer y comprender" con la esperanza y la caridad.
Formas de amar. La liturgia de hoy nos presenta tres de estas formas de expresar el amor.
A) Ver. Sobre el monte Moria "Dios provee" y de esta manera manifiesta su amor a Abraham. Por su parte, Abraham "vio" un carnero enredado en un matorral y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo. Así mostró su amor agradecido al Señor. En el texto evangélico, Pedro, Santiago y Juan vieron a Jesús transfigurado con el esplendor de la divinidad y por los ojos les prendió el deseo de morar allí contemplando y gozando amorosamente de esa experiencia inefable. Pedir a Dios, con humildad y paciencia, la gracia de ‘verlo’ vivo y presente entre nosotros.
B) Escuchar. Es dulce al oído escuchar la voz de la persona amada. Por eso, Abraham que ama a Dios, escucha su voz que le llama y enseguida responde: "Aquí estoy", en un gesto de disponibilidad desde el amor. Por eso, el Padre invita a los discípulos a escuchar a Jesús para que a través de sus palabras lleguen a sus oídos las revelaciones del amor hasta la locura de la cruz. Escuchar la voz del amado entraña una actitud de obediencia. De ahí que la auténtica obediencia cristiana coincida con la escucha de la voz divina, que pone en movimiento el deseo de hacer lo que quiera el amado.
C) Experimentar. Estamos llamados a hacer experiencia  del amor del Señor y del prójimo. El amor que pasa por la experiencia del servicio y de la entrega-ofrenda supera el sentimentalismo y el solo ‘me gusta’ o ‘no me gusta’. Abraham experimentó el amor fiel de Dios, por eso su amor permaneció firme en el momento de la prueba. Jesús experimentó el amor del Padre y el amor a los hombres, por eso pudo abrazar la cruz con decisión y libertad. Y a Pablo, que ha experimentado de modo fuerte el amor de Cristo, ¿quién le podrá separar de ese amor?
Sugerencias...
Un camino difícil pero necesario... Los  evangelios nos presentan el progresivo descubrimiento (fe) de los  apóstoles. Los discípulos, ayudados por Jesús de Nazaret, van descubriendo su actuación y la presencia de Dios en Él. Pero este progresivo descubrimiento es difícil, es un  camino de fe (catequesis) que exige ir siguiendo al Maestro, paso a paso. De esta manera van creciendo en la fe y en el amor. Este camino de  progresivo descubrimiento, no lo podemos evitar. Aunque muchos (tal vez todos) tendemos a ahorrárnoslo. Para algunos hasta hay que sacarse las catequesis de encima. Es como que tendemos a  creer que ya conocemos a Jesucristo, que ya sabemos bien quién es. Pero lo que sucede a menudo es que nos contentamos con una imagen parcial, desfigurada de Él. Hemos de buscar unos momentos privilegiados (esto es la Cuaresma) que  nos permitan transfigurar esta realidad, no para evadirnos sino, por el contrario, para  poder encontrarnos, cara a cara, con Dios y con el prójimo… amor y servicio, amor y compromiso, amor y ofrenda.
Un camino de descubrimiento: se llega a la Vida pasando por la muerte... la fe (camino que hacen los Doce) incluye el creer que la acción de Dios, en Jesucristo, conduce a la humanidad hacia la plenitud de la Vida –por eso aparecen Moisés y Elías, que muestran que Jesús Glorificado es la plenitud–. Creer que vamos  hacia aquello que en el Credo rezamos "la resurrección de la carne y la vida eterna", es decir, definitivos, de total realización humana por la comunicación del amor de Dios, –es lo que significan los símbolos de los vestidos blancos y  deslumbradores–. Pero esta afirmación básica de la fe cristiana, los apóstoles consiguen unirla con otra: el camino hacia la plenitud de vida pasa por la entrega diaria y por el sufrimiento, por la persecución, por el aparente fracaso. Creyeron y creemos que Jesucristo llegará a la gloria de la Resurrección pasando por la lucha e ignominia de la Pasión y Muerte.
Nuestro camino de cada día... Esta experiencia de fe de los apóstoles y lo que fue para ellos: ‘la difícil catequesis de Jesús’, la Iglesia quiere que la vivamos nosotros en la entrega de cada día, especialmente en este tiempo de Cuaresma, caminando hacia la  Pascua en el ayuno, la oración y la limosna (práctica de la caridad). Que no nos contentemos con una fe superficial, con una fe sin contenido, sin  camino. Que también nosotros sepamos unir la nuestra fe en que Dios está vivo-activo entre  nosotros para llevarnos hacia la plenitud de vida, con la afirmación de la necesidad de la entrega, lucha, con el reconocimiento de la fuerza liberadora del esfuerzo cotidiano, asistidos por el Espíritu Santo. Descubrir esta realidad más profunda de nuestra fe en nuestra vida, es una gracia de  Dios, una gracia de ‘transfiguración’, no para evadirnos del camino de cada día sino, por el contrario, para vivirlo plenamente. Pidámoslo en la Eucaristía de hoy.

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martes, 13 de febrero de 2018

HOMILIA Primer Domingo de CUARESMA cB (18 de febrero 2018)

Primer Domingo de CUARESMA cB (18 de febrero 2018)
PrimeraGénesis 9, 8-15; Salmo: Sal 24, 4-5b. 6. 7b-9; Segunda: 1Pedro 3, 18-22; Evangelio: Marcos 1, 12-15
Nexo entre las LECTURAS
La salvación es el punto de convergencia de las lecturas de este Primer Domingo. Jesucristo es el nuevo Adán, que -en el desierto de la tentación y de la oración-salva al hombre, de sus tentaciones y del pecado, y le llama a entrar mediante, la conversión y la fe, en el Reino de Dios (Evangelio). La salvación de Cristo está prefigurada en la salvación que Dios realizó con Noé y su familia (que representa a la humanidad) después del diluvio y es el arco iris el signo de su alianza salvífica (primera lectura). El arca de Noé, arca de salvación, dice san Pedro en la segunda lectura que es figura del bautismo, por el cual el cristiano participa de la salvación que Jesucristo ha traído a los hombres mediante su muerte y resurrección. El salmista reúne estas enseñanzas y las propone como oración: Muéstrame, Señor, tus caminos, enséñame tus senderos. Guíame por el camino de tu fidelidad; enséñame, porque Tú eres mi Dios y mi salvador.
Temas...
El hombre necesita salvación. Es una enseñanza constante de la Biblia. Es, también, nuestra experiencia. El hombre que entra en su interior con sinceridad, descubre en sí unas fuerzas, unos impulsos que lo dominan, unas cadenas que le sujetan y no le dejan respirar libremente ni volar a las alturas que ardientemente anhela. El hombre, como vuelto a sí mismo y en un mundo hostil, busca una mano amiga, busca un redentor, un salvador, que rompa sus cadenas, que le permita crecer en el amor, la verdad, la vida, que le permita vivir en libertad. La Biblia nos enseña que hay un solo y único Salvador, que es Dios, que nos ofrece su salvación, es Jesucristo, Dios verdadero y Hombre verdadero. En el mundo ‘caótico y pecador’, Noé es salvado por Dios y con él, como un nuevo Adán, recomienza Dios una creación nueva, cuyo centro será el respeto a la vida. Este nuevo Adán y esta nueva creación son figura e imagen del novísimo Adán, que es Jesucristo, y de la novísima creación, cuyo centro es la vida nueva, vida de gracia, regalada por la muerte y resurrección de Cristo, y de la que nosotros participamos mediante el bautismo. En efecto, "el misterio de Cristo es la luz decisiva sobre el misterio de la creación; revela el fin en vista del cual, ‘al principio Dios creó el cielo y la tierra’: desde el principio Dios preveía la gloria de la nueva creación en Cristo" (Catecismo Iglesia Católica, 280).
Características de la salvación. A) Salvación universal. Dios, creador de todas las cosas y de todos los hombres, desea también la salvación de todos. Hay, pues, un llamado universal a la salvación. El diluvio (primera lectura), que es como una negra nube sobre el cielo de la salvación, cesa por obra de Dios, que hace resplandecer el arco iris como promesa y signo de la alianza salvífica de Dios con la humanidad y con el cosmos. Jesucristo nos llama a la salvación invitándonos a entrar en el Reino de Dios por la puerta del bautismo (bautismo de agua y Espíritu, bautismo de sangre, bautismo de deseo); una puerta abierta a todos, sin excepción, ya que por todos Cristo ha muerto y ha vuelto a la vida. El descenso a los infiernos, de que nos habla la segunda lectura, es una manera simbólica de expresar la universalidad de la salvación aportada por Cristo, que se extiende no sólo al presente y al futuro, sino al mismo pasado de la humanidad desde sus mismos orígenes. B) Salvación cierta. No podemos dudar de la fidelidad de Dios, en que se apoya nuestra certeza de salvación. Con la certeza con que aparece el arco iris un día de lluvia y con sol, con la certeza con que Cristo ha muerto y resucitado, con esa misma certeza se nos ofrece la salvación de Dios.
La respuesta del hombre. San Marcos resume en dos palabras la respuesta que Jesús espera del hombre ante la presencia del Reino y la oferta de salvación: conversión y fe. "Conviértanse y crean en el Evangelio". La conversión no es un momento puntual de la vida humana y cristiana; tampoco es la reacción a una ideología que me atrae y me encandila hasta "convertirme". La conversión cristiana es conversión a la persona de Jesucristo, es decir, dejar otros caminos, por muy atractivos que aparentemente puedan resultar, y tomar el camino de Cristo (Carta del Papa). Igualmente, la fe con la que somos invitados a responder, no es sólo una fe humana, ni una fe puramente ‘religiosa’, sino fe en Jesucristo, es decir, en su vida y en su doctrina como camino de salvación para el hombre. Una fe que no está unida al misterio de Cristo o que no conduce a Él, es una fe insuficiente, que necesita ser completada e iluminada por la verdadera fe en Cristo Jesús.
Sugerencias...
Convertirse, es necesario. Es una tentación creer que no necesito convertirme. Le pasaba a los fariseos, ellos creían que los ‘otros’ si… Hoy la Liturgia nos recuerda que somos tentados a no reconocernos pecadores, otros simplemente a decir que soy pecador como todos, y otros a no darle importancia, con tal, todos somos pecadores. Así, el Tentador puede tenernos lejos del amor misericordioso de Dios que nos invita reconocernos pecadores y a acudir con prontitud y diligencia al trono de la misericordia en el sacramento de la Reconciliación. Tal vez tengamos que decirnos entre los cristianos que es necesario convertirse, que nos alejemos de la tentación de creer que no debo convertirme. Es un ejercicio de sinceridad reconocerse pecador y querer cambiar, caminar por un sendero diverso al andado, volver quizá a comenzar la vida después de muchos años de existencia. Siempre se puede crecer… siempre hay que convertirse.
Vivir la experiencia bautismal. La mayoría de nosotros hemos sido bautizados cuando teníamos algunos días o meses de vida. En aquel momento nuestros familiares hicieron una gran fiesta, sin que nosotros nos enterásemos en ese momento. Después, quizás es tradición familiar celebrar el aniversario de ese acontecimiento, o tal vez ese acontecimiento se conserva en el cajón del olvido, del que lo sacamos en alguna ocasión particular nada más. La Iglesia, sin embargo, nos enseña que el bautismo tiene que ser una experiencia vivida todos los días y fundamento de una auténtica espiritualidad cristiana, el Papa Francisco insiste en ‘hacer memorial de ese grandioso momento’. Vivir diariamente la experiencia del bautismo es vivir la experiencia de la salvación que Cristo nos ofrece día tras día, es vivir nuestra pertenencia a la Iglesia y consiguientemente nuestra adhesión y amor a ella, es vivir la experiencia de gracia y de amistad gozosa con Dios, es vivir la conciencia de la presencia y acción del Espíritu Santo en nuestro interior, es vivir un proceso de progreso espiritual y de transformación que cada día se repite y que no termina sino con la muerte. En definitiva, vivir la experiencia bautismal es vivir en santidad, cualquiera que sea nuestro estado de vida, nuestra edad y condición, nuestra profesión o tarea en este mundo.


Otra sugerencia.
La Liturgia cuaresmal se desarrolla sobre un doble binario: de una parte, se marcan las etapas fundamentales de la historia de la salvación ilustradas por el Antiguo Testamento y de otra se destacan los hechos más sobresalientes de la vida de Jesús hasta su muerte y resurrección presentados por el Evangelio.
A partir del pecado de Adán que ha roto la amistad del hombre con Dios, Éste inicia la larga serie de intervenciones con que pretenderá volver al hombre a su amor. Entre éstos sobresale la alianza establecida con Noé al final del diluvio Gn 9, 8-15 (1a lectura), cuando el patriarca, bajando a la tierra seca, ofreció al Señor un sacrificio en agradecimiento por haberle salvado junto con sus hijos: «Dijo Dios a Noé y a sus hijos con él: He aquí que Yo establezco mi alianza con ustedes… y no volverá nunca más a ser aniquilada toda carne por las aguas del diluvio, ni habrá más diluvio para destruir la tierra» (ib 8-11). Los castigos de Dios llevan siempre el germen de la salvación: Adán, arrojado del Paraíso, oyó que el Señor le prometía un Salvador; Noé, salvado de las mismas aguas que habían arrasado innumerables hombres, recibe de Dios la promesa de que el diluvio no volverá jamás a hundir a la humanidad. Y como señal de su alianza, el Señor pone su arco en las nubes (ib 13), arco de paz que une la tierra con el cielo. Y sin embargo todo esto no es más que el símbolo de una alianza inmensamente superior que será pactada en la sangre de Cristo.
San Pedro (2a lectura: 1 Pe 3, 18-22), recordando a los primeros cristianos «el arca en la que unos pocos, es decir ocho personas, fueron salvados», explica: «A ésta ahora corresponde el bautismo que los salva» (ib 20-21). Las aguas del bautismo destruyendo el pecado -lo mismo que las aguas del diluvio arrasaron a los hombres pecadores- salen al creyente «por medio de la Resurrección de Jesucristo». Más que Noé, es ciertamente el cristiano un salvado por medio del agua; y no sobre la madera del arca sino sobre el madero de la Cruz del Señor, en virtud de su muerte y resurrección. La Cuaresma intenta especialmente despertar en el cristiano el recuerdo del bautismo, que le purificó del pecado y le comprometió a vivir «con una buena conciencia» (ib 21), siendo fiel a la promesa de renunciar a Satanás y servir a Dios solo.
Para animarlo en este serio propósito viene muy oportuno el evangelio del día (Mc 1, 12-15), con la tradicional escena del desierto donde Jesús lucha contra Satanás rechazando todas sus sugerencias. Separándose, de los otros sinópticos, Marcos no se detiene a describir las diversas tentaciones, sino que resume muy brevemente: «A continuación, el Espíritu le impulsa al desierto, y permaneció en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás» (ib 12-13). Esto sucede inmediatamente después del bautismo en el Jordán: lo mismo que allí Jesús quiso mezclarse entre los pecadores como si fuese uno más, necesitado de purificación, también ahora en el desierto quiere hacerse semejante a ellos hasta el límite máximo que permite su santidad, la tentación. Aceptando la lucha con Satanás, de la cual ha de salir absolutamente victorioso, Jesús enseña que ha venido a liberar al mundo del dominio del Maligno y al mismo tiempo merece, para todo hombre, la fuerza con la que pueda vencer sus insidiosas tentaciones. El cristiano, aunque bautizado, no está inmune de ellas; al contrario, a veces cuanto más se empeña en servir a Dios con fervor, más procura Satanás obstaculizar-obstruir el camino, como hubiera querido hacer con el mismísimo Jesús, para impedirle que cumpliera su misión redentora. Entonces, es necesario acudir a las mismas armas (herramientas) que usó Cristo: penitencia, oración, conformidad perfecta con la voluntad del Padre como nos dice el Papa en la carta de Cuaresma para este año. Quien es fiel a la palabra de Dios, quien se alimenta constantemente de ella, no podrá ser vencido por el Maligno.

lunes, 12 de febrero de 2018

HOMILÍA MIÉRCOLES DE CENIZA (14 de febrero 2018)



MIÉRCOLES DE CENIZA (14 de febrero 2018)
Primera: Joel 2, 12-18; Salmo: Sal 50, 3-6a. 12-14. 17; Segunda: 2Corintios 5, 20–6, 2; Evangelio: Mt 6,1-6.16-18
Nexo entre las LECTURAS
El miércoles de ceniza es un llamado a la interiorización de los actos de penitencia y de conversión. Así en la primera lectura Dios nos dice mediante el profeta Joel: "Desgarren su corazón y no sus vestiduras". En el evangelio Jesucristo, al enseñar sobre las tres prácticas de piedad del judaísmo: ayuno, oración y limosna, en las tres insiste: "No hagan el bien para que ser vistos por los hombres, y que ellos los recompensen". Finalmente, san Pablo exhorta a los corintios a que se dejen reconciliar con Dios para tener experiencia de la fuerza salvadora de Él, y a que no dejen pasar el tiempo favorable, el día de la salvación (segunda lectura).
Temas...
- Todos los cristianos y todos los hombres somos invitados a reproducir en nosotros, en cuanto es posible humanamente, la intimidad y la familiaridad de Jesucristo en sus relaciones con Dios, su Padre y, desde la Resurrección y Pentecostés, nuestro Padre. Sólo cuando hay una verdadera interiorización, las manifestaciones externas de la religiosidad y las diversas prácticas del culto y de la piedad dejan de ser objeto de manipulación por parte nuestra, como pura obligación "religiosa", para ser, en realidad, obediencia de corazón al Dios de la vida y por eso crecimiento en la dignidad humana. Es propio de la experiencia humana que, cuando algo ha calado profundamente en el alma, sienta la necesidad de manifestarlo y compartirlo. Sólo desde la fe (de alguna manera verdadera religión interior) el paso a las manifestaciones religiosas, a la piedad popular, es auténtica. En efecto, del corazón que ama a Dios y a los demás con amor verdadero nace el impulso interior a la penitencia, el ayuno, la oración, la limosna. Ese tal hombre nuevo no hace caso a los falsos profetas.
- Las prácticas religiosas son necesarias, pero si no surgen del corazón puro, de la conciencia como sagrario del Espíritu Santo, son fácilmente manipulables e instrumentalizadas por los hombres al servicio de objetivos egoístas. Jesucristo, en el evangelio, pone el dedo sobre este punto tan delicado. Ayunar, dar limosna, orar son prácticas buenas en sí, pero se instrumentalizan cuando se llevan a cabo sólo para ser vistos y alabados por los hombres, cuando se horizontaliza. A los ojos de los hombres, esos que dan limosna haciendo sonar una trompeta para que todos se enteren, o que oran en las esquinas de las plazas para que todos se den cuenta de que oran y de que saben de memoria largas oraciones, o que ponen cara triste para dar a entender que han ayunado, pueden pasar por hombres sumamente piadosos y hasta ser considerados ‘santos’, pero, Jesús anuncia que a Dios no lo engañamos, no se le puede engañar. Dios mira el corazón, lo ve, y sabe si somos egoístas o piadosos… sabe cómo es nuestro ayuno, limosna y oración.
- Todo hombre, en la conciencia, sabe cómo es su actuar y su vida… sabemos si no siempre estamos en paz o reconciliados con Dios. Nos damos cuenta, por Su amor y gracia, que a veces no estamos bien ligados a Dios, y otras tantas que hemos roto la relación con Él y también sabemos si vamos, con humildad, por el buen camino. Dejarse reconciliar es volver a aceptar nuestra condición de pecadores y mostrar que queremos establecer con Dios relaciones auténticas, nuevas y sanas: no de enemistad o de odio, sino de amor y servicio, no de separación o apartamiento sino de cercanía e intimidad. No somos nosotros quienes nos reconciliamos con Dios, más bien tenemos que dejarnos reconciliar; somos libres para aceptar la reconciliación, pero no para crearla o iniciarla. A nosotros, cristianos, quien nos reconcilia con Dios es nuestro Señor Jesucristo por medio de su cruz y de su gloriosa resurrección. Por eso, cada Domingo, en que conmemoramos tales realidades y misterios, es el tiempo propicio para que Jesucristo haga eficaz en nosotros la obra de su reconciliación con el Padre y, con Su ayuda, con nuestros hermanos.
Sugerencias...
Ya en los primeros escritos de los cristianos (siglo I) se habla de las prácticas penitenciales cristianas. Esas prácticas penitenciales y "religiosas" han estado siempre presente en la vida de la Iglesia, y lo continúan estando. Según las épocas y las costumbres de los pueblos, esas prácticas eran más rigurosas o menos, más numerosas o reducidas. Cuando, hoy, leemos sobre las penitencias de los monjes irlandeses o los gestos penitenciales de los hombres medievales, nos causan sorpresa y pensamos que eran exageradas; pero no parece ser que en esas épocas y lugares pensasen de la misma manera que nosotros, TAL VEZ nosotros dejamos de acercarnos a Dios de esa manera, pues los santos también hoy (Brochero, Jacinta, Francisco) hacían penitencia, y vaya que la hacían y mucha. En nuestro tiempo la Iglesia ha atenuado las prácticas penitenciales prescritas, y quedaron el ayuno, la abstinencia, la penitencia impuesta por el sacerdote al finalizar la celebración del sacramento de la reconciliación. COMO buena y verdadera Madre, la Iglesia no ha dejado de indicar otras prácticas de penitencia más acordes con nuestro tiempo y sobre todo la penitencia interior, es decir, de nuestras pasiones de orgullo, de vanidad, de deseo de tener y dominar, de la concupiscencia de la mente y del corazón, del afán de aparecer... Esta es la penitencia que sin duda alguna más agrada a Dios y además la que más nos beneficia espiritualmente a nosotros, pues nos conduce a desprendernos de nuestro yo y de todo aquello en que el ‘yo’ ocupa el lugar primero, incluso respecto al mismo Dios. Porque, ¿qué sentido tiene macerar el cuerpo, cuando el corazón está podrido de egoísmo? ¿Es la penitencia de nuestro egoísmo y de nuestro orgullo la que más practicamos los cristianos? En la parroquia, en la familia, en la escuela, hay que ir enseñando poco a poco a los niños y adolescentes este tipo de penitencia, en la que reside el verdadero sentido de la penitencia cristiana.
En la parroquia hay muchas celebraciones y actividades… y en el centro de la vida parroquial, está la celebración de la Eucaristía, de los sacramentos… pero están, también, las actividades de catequesis y de caridad, especialmente con pobres, enfermos, ancianos, emigrantes, desocupados; están las actividades de misión y las culturales, deportivas, sociales... No está mal preguntarse alguna que otra vez con qué intención las personas que animamos algunas de esas diversas actividades es que lo hacemos. Recemos para que siempre la intención sea pura delante de Dios... que no se mezclen intenciones desordenadas, y en tal caso que podamos convertirnos cuando estas aparezcan. Jesucristo nos repite de nuevo: "Conviértanse, Crean". El periodo de Cuaresma que iniciamos debe propiciar un examen de nuestra conciencia para ver más a fondo y con sinceridad cuáles son las intenciones de nuestros comportamientos, actitudes, actividades, proyectos y realizaciones.

viernes, 9 de febrero de 2018

HOMILIA Sexto Domingo del TIEMPO ORDINARIO cB (11 de febrero 2018)

Sexto Domingo del TIEMPO ORDINARIO cB (11 de febrero 2018)
PrimeraLevítico 13, 1-2.45-46; Salmo: Sal 31, 1-2. 5. 11; Segunda: 1Corintios 10, 31–11, 1;  Evangelio: Marcos 1, 40-45
Nexo entre las LECTURAS
En lo que llamamos ‘tiempo de Jesús’, y ahora, HAY marginación social y religiosa, como los leprosos. A esta marginación hace referencia la primera lectura de este Domingo. Jesucristo, sin respetar las normas existentes respecto a los marginados, toca al leproso, lo cura y lo reintegra a la sociedad y a la vida civil (Evangelio). San Pablo, siguiendo las huellas de Cristo, propone a los cristianos de Corinto evitar todo motivo de división y de marginación consiguiente, teniendo cuidado de no escandalizar a nadie y de hacerse todo a todos para gloria de Dios (segunda lectura). El Papa Francisco nos invita y alienta a imitar vivamente a Jesús en esta forma de vivir.
Temas...
La marginación es un fenómeno social que ha existido en las culturas más antiguas y continúa existiendo en las más modernas y actuales, es una de las consecuencias del pecado original. Los motivos de dicha marginación pueden recibir nombres diferentes: la raza, la nacionalidad, el estrato social, la religión, el nivel cultural, la enfermedad. La lepra para los antiguos, y hasta no hace mucho tiempo como lo evidencia la isla de Molokai, era un tabú, casi como que hoy lo puede ser, para muchos, el HIV-Sida. Las sociedades humanas se defienden de tales tabúes (las enfermedades contagiosas) mediante el aislamiento del enfermo y una serie de medidas que lo excluyen de la sociedad. Las medidas de que habla el libro del Levítico en la primera lectura, medidas que se aplicaban en la sociedad israelita, son: no tener acceso a los poblados, vestir de una determinada manera, cubrirse la barba, gritar ante la vista de otra persona: "(Inmundo, inmundo)". Son signos de luto, y es que realmente el leproso era considerado prácticamente como un muerto, un cadáver ambulante; la tradición judía lo llegaba a equiparar a un niño nacido muerto, y su curación equivalía a una resurrección. Si a esto se añade el nexo que en el mundo judío existía entre enfermedad y pecado, sobre la espalda del leproso cargaba un gravísimo delito por el que Dios le castigaba de esa manera. Los leprosos tenían prohibido, no sólo el entrar en Jerusalén, sino hasta el mismo acercarse a las murallas de la ciudad santa. La pesadilla social y religiosa de la lepra es decisiva para comprender el drama humano y espiritual del leproso del que nos habla el Evangelio.
Jesús no considera la enfermedad en abstracto, la ve en la carne, en el dolor y en la angustia del hombre (varón o mujer) que tiene delante. No teoriza sobre la lepra, a distancia. Tiene en frente, a sus pies, a un leproso, y en sus manos está el reintegrarlo a la vida social o el dejarle allí en su soledad y angustia. El comportamiento de Jesús en éste, tirado a sus pies, pone de relieve que la ley suprema del cristiano, a la que se han de someter todas las demás leyes, es el amor, la caridad hacia el necesitado, como hizo Francisco saliendo de su camino y visitando a los marginados, ayudando la mujer que se cayó en Chile o a la mujer que no podía ver en Perú y quería tocarlo. Jesús instaura un modo de actuar y comportarse nuevos, que rompe con la marginación del leproso, y lo conduce a la posesión de todos sus derechos civiles, y por tanto a la reintegración social y religiosa. En primer lugar, Jesús, al ver al leproso en su dolor, se compadece de él, con más precisión, "tiene entrañas de ternura" para con él, le trata con el afecto de una madre, en lugar de alejarlo, rechazarle y recriminarle el haberse acercado demasiado.En segundo lugar, extiende la mano, como Yahvé extendió la mano para liberar al pueblo en el paso del Mar Rojo, como se narra en varios textos del Éxodo. Extiende la mano, para señalar su poder divino, porque incluso en el mundo griego la divinidad se definía como "aquel cuya mano suaviza el dolor". Jesús extiende la mano sobre este leproso para liberarlo de sus cadenas de soledad, angustia, miseria, marginación, y para mostrar la bondad y la misericordia de Dios que actúa poderosamente en él. Más aún, Jesús lo toca y lo arranca del aislamiento total. Lo toca, y en lugar de ser contaminado por el enfermo, Él infunde en su carne su pureza, su salvación. Ahora, con su autoridad divina, grita a la súplica del enfermo: "Quiero, queda curado". La compasión, el amor maternal de Jesús, la misericordia del Padre que Él encarna, ponen en movimiento su poder eficaz sobre la enfermedad. Finalmente, lo envía al sacerdote (según la ley) para mostrar que no quiere ser tratado como un "curandero", y que ama y sabe cumplir la ley, aunque a veces parece que desobedece debido a un bien superior.
San Pablo invita a los corintios, y a todos nosotros, a ser imitadores suyos, como él lo es de Cristo. Imitar a Cristo es poner el amor por encima de la ley, es hacer de la caridad la ley suprema. Para Pablo no es el caso de la lepra, sino el no comer carne sacrificada a los dioses paganos y luego vendida en el mercado, cosa que podía ser ocasión de escándalo para algunos cristianos de Corinto, los así llamados "débiles". Esos débiles no pueden quedar marginados de la comunidad, dejados a un lado, sino que deben ser amados en Cristo como todos los demás cristianos. Hoy en día las circunstancias que causan el aislamiento o la marginación serán diferentes, lo importante es continuar aplicando el principio del amor por encima de todo, no por motivos pura o exclusivamente humanitarios, sino, según el decir y actuar de Pablo, para gloria de Dios.
Sugerencias...
Los campos de marginación hoy día existen y son muy numerosos: marginación de las minorías religiosas, culturales, raciales dentro de una nación o región; el aislamiento e incluso hostilidad hacia los extracomunitarios, obstaculizando su integración en el tejido social de una ciudad; la marginación de la vida que sufren tantas creaturas en el mismo seno materno (y más todavía cuando pretende mostrar como bueno matar a un niño indefenso -aborto-), o tantos ancianos olvidados y desamparados socialmente, o tantos enfermos terminales; la marginación económica de tantísimos millones de hombres sobre la tierra que viven bajo mínimos de dignidad humana y de subsistencia en todos los Continentes; la marginación de los gitanos, de los niños de la calle en tantas megalópolis, de los que a veces llamamos indígenas en tantas "reservas" creadas por los occidentales para que no se "extinga la especie" y sin oportunidades de elevación cultural y social; marginación de grupos o movimientos eclesiales dentro de una parroquia o una diócesis, por motivos no siempre legítimos; marginación de los minusválidos, de los incapaces, de los poco hábiles en medio de una sociedad gobernada por la competitividad y el lucro... Marginaciones laborales, políticas, vecinales… Como discípulos-misioneros -de Cristo- y siguiendo sus huellas, hemos de evangelizar (Civilización del Amor, decía el beato Pablo VI y está reunido el texto en el Himno ‘Un Nuevo Sol’) con valentía, AUDACIA Y CORAJE decía Bergoglio a los 30 años de la pascua de Mons. Angelelli, en todas estas realidades que tienen forma de marginación en nuestra sociedad. En esta marginación, aislamiento social, menosprecio en no pocas ocasiones, que Dios no quiere, porque todos los hombres somos sus hijos y todos los hombres somos hermanos, somos puestos como ‘otros cristos’. Ningún condicionamiento ideológico, político, educativo, social habrá de impedirnos el emplearnos a fondo en esta misión evangelizadora, como lo estamos haciendo en muchos lugares como Iglesia, mostrando en ello, verdadera heroicidad en la causa del hombre y del bien social de todos… entre otros tenemos como modelo a san José Gabriel del Rosario Brochero y beato Artémides Zatti.
Nuestra fe cristiana no nos encierra en un ‘grupito’, ni nos separa del hombre pecador, empantanado en la miseria física, espiritual o moral. Nuestra fe, siguiendo la Palabra de Dios en la liturgia de este Domingo, nos lleva a dejarnos acercar y a acercarnos al hombre necesitado, sumido quizá en estas soledades agobiantes. Como cristianos, hemos de acercarnos a todos para ganarlos a todos para Dios, para dar testimonio de que ser cristiano es también promover al hombre en todo su ser y dignidad. Nuestra fe nos induce además a no hacer distinción de personas a la hora de socorrer y prestar nuestro servicio de caridad: ninguna distinción ni a causa de la religión, de la lengua, del país, de la cultura... Jesús no distingue, respecto a los que se acercan a Él para ser ayudados, entre buenos y malos, ricos y pobres, nobles o gente del pueblo, encargado de la sinagoga, soldado o leproso. "Hace el bien mirando a Cristo en los demás", como dice santa Teresa de Calcuta. No cabe duda de que la Iglesia, los cristianos, a pesar de múltiples errores y fallos, somos llamados, en el pensamiento y en la acción, en la urgente tarea de configurar una sociedad más humanizada para todos, como dice el Papa Francisco en E. Gaudium y ahora invitándonos a vivir la Cuaresma que empezamos, con ayuno y abstinencia el próximo miércoles 14.
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