lunes, 12 de junio de 2017

FIESTA DEL CUERPO Y SANGRE DE CRISTO

Domingo del "DEL SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO", ciclo A. Solemnidad (18 de junio 2017)
PrimeraDeuteronomio 8,2-3.14b-16a; Salmo: 147,12-15.19-20; Segunda: 1Corintios 10,16-17; Evangelio: Juan 6, 51-58
Nexo entre las LECTURAS.
Maná, pan (carne) y vino (sangre) son los términos que abundan en este Domingo en que se celebra la solemnidad del Cuerpo y de la Sangre de Cristo. Según el Deuteronomio (1a lectura), Moisés dice al pueblo: "(El Señor tu Dios) te ha alimentado con el maná, un alimento que no conocías, ni habían conocido tus antepasados". Jesús en el evangelio afirma: "Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que come de este pan, vivirá para siempre. Y el pan que yo os daré es mi carne. Yo la doy para la vida del mundo". Por su parte, Pablo en su primera carta a los corintios (2a lectura) les pregunta: "El pan que partimos, ¿no nos hace entrar en comunión con el cuerpo de Cristo?"
Temas...
El diálogo entre los judíos y Jesús sobre la Eucaristía se inicia expresamente con el milagro del maná, la providencial comida celeste con que Dios alimentó a sus padres en el desierto. Pero el alimento milagroso (agua de una roca de pedernal, maná del cielo) se ofrece al pueblo en la primera lectura únicamente porque los israelitas están a punto de morir de hambre y de sed, y ya no hay esperanza de poder obtener comida alguna a no ser que ésta venga de Dios. Se dice expresamente: el Señor tu Dios quiso «afligirte (mostrarte tu debilidad), para ponerte a prueba (para ver si has puesto toda tu confianza en Dios)», antes de darte comida y bebida. Por eso la alimentación con el maná se entiende como una prueba de que «no sólo de pan vive el hombre, sino de todo cuanto sale de la boca de Dios». Este alimento corporal proporcionado por Dios en el desierto sólo puede entenderse como palabra de Dios y respuesta a las necesidades del hombre. Y sólo en el desierto, en un «sequedal sin una gota de agua», donde el hombre no puede encontrar nada y depende totalmente de Dios, el pan del cielo y la palabra de Dios se convierten en una misma cosa.
Esta unidad de la palabra de Dios y del pan de Dios se completa en el evangelio con un milagro mucho más grande realizado por Jesús, que se presenta a sí mismo como tal unidad. Esta unidad es totalmente incomprensible para los discípulos, incluso después del milagro de la multiplicación de los panes y los peces que se acaba de producir. Jesús puede transmitir la palabra de Dios, pero ¿cómo puede su carne y su sangre identificarse con esta palabra? ¿Y cómo puede identificarse hasta tal punto que el que no coma su carne y no beba su sangre no tendrá vida eterna? Jesús no se contenta con invitar a esta comida: insiste, “obliga” a participar en ella. Sólo el que se alimenta de Él tiene en sí la palabra de Dios y con ella a Dios mismo; aquí toda comparación con el maná que los padres comieron en el desierto carece de sentido, porque éstos «murieron» y no consiguieron la vida eterna; ésta sólo se obtiene con la comida que aquí se ofrece. Ante esta durísima (maravillosa) revelación de Jesús es como que caben dos posturas perfectamente diferenciadas: el no de muchos discípulos, que a partir de ese momento se echaron atrás y no volvieron más con Él, y el sí ciego y responsable que pronunciará Pedro porque no ve más camino que el de Jesús. Conviene recordar ahora la situación del desierto: Dios lleva a una situación límite, sin salida, en la que parece que no queda más alternativa que la confianza plena en Dios. Jesús no explica cómo es posible el milagro, únicamente afirma lo siguiente: «Mi carne es verdadera comida y sangre es verdadera bebida»; y el que no acepte esto no tendrá «vida en Él». Al recibir la Eucaristía cada uno de nosotros debe recordar que, en medio del desierto de esta vida, se arroja como un hambriento en los brazos de Dios.
En la segunda lectura el apóstol saca la conclusión de lo que se admite ciegamente como verdadero. Por eso, porque el cuerpo de Cristo es un solo pan para muchos, formamos juntos un único cuerpo, y este cuerpo no es un cuerpo cualquiera, sino únicamente el cuerpo de Cristo. Y esto es así no porque en la comida en común se acreciente la simpatía que existe entre nosotros, sino porque, de modo incomprensible y misterioso, este único cuerpo físico, que ahora toma forma eucarística, tiene el poder de incorporarnos a Él. Tampoco aquí se nos explica cómo es posible este hecho. Esto no tiene nada que ver con la magia o la hechicería; tiene que ver más bien con la «locura» del amor divino, que puede hacer cosas que superan totalmente la capacidad de comprender del hombre. Pero precisamente por eso, porque Dios es el amor, lo inverosímil debe ser verdadero. Debemos ‘eucaristizar’ nuestra vida y el mundo camino al Cielo.
Sugerencias...
Conocer la Eucaristía. Se requiere una catequesis permanente y periódica, mediante las homilías, encuentros catequísticos, los contactos personales, para que un conocimiento pleno del Pan de Vida constituya el punto de apoyo-sostén de la piedad cristiana, que tiene en la Eucaristía su cumbre y su fuente. En este conocimiento subrayaría algunos aspectos: 1) la presencia real de Jesucristo en el Sagrario, y por consiguiente el respeto y el sentido de lo sagrado dentro de la Iglesia (Templo). El Templo es y debe ser un lugar de oración, de silencio, de recogimiento, de adoración, de encuentro con Dios. ¡Qué ingente labor hay que hacer para que los fieles conozcan y vivan este aspecto de la Eucaristía! 2) La explicación teológica, pero de modo sencillo, claro, ejemplificado, con ejemplos de vida y convincente, de los frutos de la Eucaristía. Luego de la explicación, se puede hablar del fomento de las visitas eucarísticas, sobre todo al inicio de la mañana y al final de la tarde para ofrecer a Jesucristo las horas de trabajo y para agradecerle su ayuda y su consuelo; del fomento de la exposición del Santísimo Sacramento y de la adoración, de la fuerza transformante de la Eucaristía en quienes la reciben con rectitud y con fervor. 3) La preparación para recibir fructuosamente a Jesucristo Eucaristía. Una preparación que implica la recepción del sacramento de la reconciliación, si se está en pecado; que implica además la lectura y meditación de la Palabra de Dios, como también el perdón, la reconciliación y el servicio a los hermanos. También el rezo del Rosario preferentemente antes de Misa o en adoración. El compromiso de salir con entusiasmo y hasta con prisa para ir a contarles a todos que estuvimos con el Señor y que nos ha dicho esto y esto… para nosotros, para ustedes, para todos, para la vida del mundo.
Quitar aquellos obstáculos que dificultan el conocimiento del Pan Vivo, que da la vida al mundo. El primer obstáculo es tal vez la tentación de reducir el alimento a las puras necesidades corporales y materiales, marginando o incluso prescindiendo de cualquier otro alimento. Quien se alimenta sólo de las realidades terrestres, no puede elevarse a conocer el Pan del Cielo, le parecerá un lenguaje sin sentido y carente de valor. Otra posible dificultad es hacer de la recepción de la Eucaristía "una costumbre social", como puede ser el felicitar a los novios y recién casados en su boda, o el asistir a la fiesta del cumpleaños de un amigo. La Eucaristía es ciertamente un acontecimiento social, es decir, eclesial, pero es sobre todo un encuentro personal con Jesucristo. No pequeña dificultad puede ser, sobre todo para los hombres, el respeto humano, el qué dirán, el temor a la opinión de los demás. ¡Casi como si la Eucaristía fuera cosa de otros, de aburridos, de los que no tienen nada que hacer!
Inmaculada Madre del Divino Corazón Eucarístico, ruega por nosotros.

HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

  VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024) Primera : Isaías 52,13 – 53,12;  Salmo : Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25;  Segunda :...