martes, 31 de octubre de 2017

HOMILÍA CONMEMORACIÓN DE LOS DIFUNTOS

Conmemoración de todos los DIFUNTOS, jueves (02 de noviembre de 2017)
La liturgia de la Palabra de este día tiene varias opciones
Nexo entre las LECTURAS
Los textos litúrgicos hacen referencia, de modo diverso, a la esperanza cristiana. El gran apocalipsis de Isaías (Is 24-27) nos dice que Yahvéh destruirá la muerte para siempre y los redimidos celebrarán un gran festín (Is 25, 6-7). San Pablo nos habla de los cristianos que "justificados por su sangre, seremos salvados de la ira" (Rom 5,10). Finalmente, Jesús nos dice que "su (de Dios) voluntad es que yo no pierda a ninguno de los que él me ha dado, sino que los resucite en el último día" (Jn 6,39).
Temas...
En la fe de la Iglesia, LA VIDA, no la muerte, es quien tiene la última palabra. Por eso, la muerte es vista no sólo como un término natural de la existencia, sino como un inicio de un modo nuevo de vivir en un mundo que nos es desconocido, pero en el que Dios nuestro Padre habita. Frente a la visión materialista del ser humano (todo acaba con la muerte; no existe nada después de ella), para el cristiano la muerte es un puente, una pasarela hacia la otra ribera de la vida, donde se encontrará en un abrazo con Dios y de nuevo con sus hermanos en la fe, que le han precedido en el tiempo. Como se dice en la recomendación del alma: "Y al dejar esta vida, salgan a tu encuentro la Virgen María y todos los ángeles y santos".
La destrucción definitiva de la muerte tendrá lugar con el fin de la historia. Con la victoria sobre la muerte, Cristo inaugurará su reino de vida sin fin, que es también reino de verdad y de felicidad. Sólo Dios sabe cómo y cuándo se verificará todo esto, pero nuestra ignorancia del modo y del tiempo, no disminuye en lo más mínimo nuestra certeza y confianza de que se realizará. "Al final de los tiempos -nos enseña el catecismo 1042- el Reino de Dios llegará a su plenitud. Después del juicio final, los justos reinarán para siempre con Cristo, glorificados en cuerpo y alma, y el mismo universo será renovado".
Inmortalidad, resurrección, salvación. "Cada hombre, después de morir, recibe en su alma inmortal su retribución eterna" (CIC 1022). La resurrección de la "carne", tal como la entiende la Iglesia no es inmediata a la muerte, sino sólo al fin de los tiempos. En la muerte, el cuerpo del hombre (cadáver) cae en la corrupción, mientras que su alma va al encuentro con Dios, en espera de reunirse con su cuerpo glorificado (cf. CIC 997). La resurrección aporta a la inmortalidad plenitud y totalidad, puesto que el alma es el alma de un ser humano con su propia historia, del que el cuerpo continúa siendo un elemento constitutivo por naturaleza. El alma no alcanzará totalidad ni plenitud hasta unirse de nuevo con su cuerpo, en la resurrección de los muertos. El cristiano, y cualquier ser humano, resucitará para la salvación o para la condenación, según sus obras: "Tú pagas a cada uno según sus obras" (Sal 62,13). Con palabras del catecismo: "Los que mueren en la gracia y la amistad de Dios y están perfectamente purificados, viven para siempre con Cristo" (1023); pero "morir en pecado mortal sin estar arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de Él para siempre por nuestra propia y libre elección" (1033).
Sugerencias...
El ‘culto’ cristiano a los difuntos. Es algo inscrito en el corazón del hombre el recuerdo y afecto de los vivos hacia sus seres queridos difuntos, pero el culto cristiano a los que ya murieron es algo más. Es creer que están vivos y que podemos continuar espiritualmente unidos a ellos. Es confiar-esperar en que algún día nos volveremos a encontrar en la eternidad y volveremos a renovar nuestro amor y comunión. Es tener la certeza de que desde el cielo nos acompañan e interceden por nosotros ante Dios en nuestras necesidades y tribulaciones de la vida. Es creer que participan ya del amor y de la gloria de Cristo resucitado y viven en una estable y permanente felicidad en compañía de los redimidos... aun cuando, estando en el Purgatorio, ellos mismos están en espera de esta plenitud. Por todo ello, celebramos exequias cristianas por los difuntos, visitamos y honramos sus tumbas, les traemos flores en diversas ocasiones del año, nos convocamos en celebrar una Misa en el aniversario de la muerte... Las formas de expresión cultual a los difuntos varían mucho de país a país, de cultura a cultura; lo importante es que, a través de esas formas, se exprese la única y misma fe de la Iglesia.
La actitud del cristiano ante la enfermedad grave y muerte de un hombre, sobre todo de los seres queridos. En medio del dolor y las lágrimas por la muerte del ser querido, el cristiano se ha de mostrar fuerte en la fe y de gran entereza humana y espiritual. Ha de intensificar en esos momentos su esperanza en la vida eterna y su amor al pariente enfermo y a Dios Nuestro Señor. ¿Cómo se puede manifestar ese amor? Mediante la presencia y cercanía al enfermo, sobre todo mediante la oración humilde para que se haga la voluntad de Dios, por más penosa que nos resulte. Es necesario no tener "miedo" de llamar al sacerdote, cuando sea el caso, y pedirle que atienda espiritualmente al enfermo y le administre el sacramento de la Unción de los Enfermos, si éste así lo desea. Con la seguridad de que el enfermo cristiano agradecerá esta muestra de amor de sus seres queridos. Tampoco se ha de tener "miedo" de hablar claramente al enfermo sobre sus condiciones de salud, sobre la proximidad de su partida de este mundo. Así el enfermo se preparará con serenidad a bien morir que es bien vivir y podrá, consciente y libremente, ofrecer su vida al Dios que se la dio, unirse en su dolor y muerte a Jesucristo que sufre y muere sobre el madero de la cruz.

lunes, 30 de octubre de 2017

HOMILIA Domingo trigésimo primero del TIEMPO ORDINARIO cA (05 de noviembre de 2017)



Domingo trigésimo primero del TIEMPO ORDINARIO cA (05 de noviembre de 2017)
Primera: Malaquías 1, 14b-2, 2b. 8-10; Salmo: Sal 130, 1-3; Segunda: 1Tesalónica 1, 5b; 2, 7b-9. 13; Evangelio: Mateo 23, 1-12
Nexo entre las LECTURAS
¿Cómo deben comportarse las autoridades del pueblo de Israel y del pueblo cristiano? A esta pregunta dan respuesta los textos litúrgicos. En el evangelio y en la primera lectura se nos advierte sobre el comportamiento que no deben tener: "ustedes (sacerdotes) no siguen mis caminos y hacen acepción de personas al aplicar la Ley" (Mal 2,9); "En la cátedra de Moisés se han sentado los maestros de la ley y los fariseos...No imiten su ejemplo, porque no hacen lo que dicen" (Mt 23,2-3). En la segunda lectura se presenta la figura de san Pablo como modelo de dirigente de la comunidad cristiana: "Nos comportamos condescendientes con ustedes, como una madre que alimenta y cuida a sus hijos" (1Tes 2,7).
Temas...
La autoridad existe en la comunidad cristiana, y es además necesaria. a) La existencia de la autoridad no se justifica, en la Iglesia de Cristo, por razones sociológicas o políticas, sin que haya que quitar importancia a estas razones, sino por revelación de Jesucristo resucitado: "Me ha sido dada autoridad plena sobre cielo y tierra. Vayan, pues, en camino, hagan discípulos a todos los pueblos y bautícenlos para consagrarlos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo" (Mt 28,18-19). El ejercicio de la autoridad cambia, de hecho, con los tiempos y lugares, pero el origen siempre será el mismo: Cristo. La jerarquía eclesiástica (Obispo de Roma, demás obispos, presbíteros, diáconos), que ejerce la autoridad en la Iglesia, no es un invento de los hombres ni encargo de los hombres, sino un designio providencial de Dios y hay que vivirla en comunión con Dios y con los demás. b) La autoridad es además necesaria para mantener y consolidar la unidad y la comunión de fe y de vida en todos los miembros de la Iglesia. Lo es también para obtener mayor eficacia en el ministerio de la predicación, en el del culto divino y en el de guía espiritual de los hermanos, evitando cualquier manipulación del mensaje y del culto cristianos. Es necesaria para hacer presente a Cristo en medio de la comunidad por los sacramentos, porque con san Agustín podemos decir: cuando el sacerdote bautiza, es Cristo quien bautiza, y así con los demás sacramentos de la Iglesia.
El abuso de la autoridad. En la primera lectura se nos advierte sobre algunos abusos de los sacerdotes, encargados del culto en el templo; en el evangelio, sobre los de los fariseos, encargados de la educación y enseñanza del pueblo. ¿Cómo se podrían traducir hoy en día esos abusos señalados en la Escritura? He aquí, a modo de ejemplo, algunas traducciones: Sustituyen en la predicación, no raras veces, la Palabra de Dios por la psicología y la sociología; dan mal testimonio de vida a sus fieles; se muestran incoherentes entre lo que dicen y lo que luego hacen; son tal vez elitistas, trabajando con grupúsculos selectos, y dejando el resto a la deriva y sin atención religiosa; buscan la alabanza de los hombres y el ser tenidos por simpáticos e inteligentes, etc. La autoridad como servicio al hombre y al creyente. "El mayor de ustedes será el que sirva a los demás" (evangelio). Un servicio que nace del amor al prójimo, y un servicio que se ejercita desde el amor más sincero y auténtico. Por eso, es que amar y servir tienen que ir juntos y complementarse: ni amor sin servicio ni servicio sin amor. Las formas concretas del servicio de la autoridad, algunas ya están establecidas por la Iglesia, otras, Dios mismo nos las irá inspirando a lo largo de los días, con tal de que en nuestro corazón (especialmente en los sacerdotes) haya arraigado la actitud de donación y servicio
Sugerencias...
Sacerdocio, ministerio de servicio. Todos los textos de la liturgia de hoy se refieren a la posición del clero en el pueblo de Dios. En el evangelio se critica ante todo el ejemplo falso y pernicioso que dan los letrados y fariseos, que ciertamente enseñan la ley de Dios, pero no la cumplen, cargan sobre las espaldas de los hombres fardos pesados e insoportables, pero ellos no mueven un dedo para empujar, y su ambición y vanagloria les llevan a buscar los primeros puestos y los lugares de honor en todo tiempo y lugar. La Iglesia de Dios, por el contrario, es un pueblo de hermanos, una comunión en Dios, el único Padre y Señor, en Cristo, el único Maestro. Y cuando Jesús funda su Iglesia sobre Pedro y los demás apóstoles, y les confiere unos poderes (carisma) del todo extraordinarios, unos poderes que no todo el mundo tiene -como Jesús inculca constantemente y demuestra con su propio ejemplo (Lc 22,26-27)-, es para ponerlos al servicio de sus hermanos. El ministerio instituido por Cristo es por su más íntima esencia servicio, «servicio hasta el fin». Se puede decir que el clero es hoy más consciente de esto que en tiempos pretéritos (sin olvidar la brillante homilía de san Agustín), y que los reproches que se esgrimen contra él de servirse del ministerio para dominar proceden de un modelo nada cristiano. Pero también hoy hay algunos que acceden al ministerio sacerdotal con ansia de poder y codicia de mando, como los fariseos, como si el ministerio les garantizara una posición superior, privilegiada, algo que ciertamente no se corresponde ni con el evangelio ni con la conciencia de la mayoría del clero mostrada con gestos y palabras por el Papa Francisco.
El verdadero sacerdote. Pablo nos da -en la segunda lectura- una imagen ideal del ministerio cristiano; el apóstol trata a la comunidad que le ha sido confiada con tanto cariño y delicadeza como una madre cuida al hijo de sus entrañas, y se comporta en ella no como un funcionario, sino de una manera personal: hace participar a los hermanos en su vida, como hizo Cristo. Además, no quiere ser gravoso para la comunidad, su servicio no debe ser una carga material para ella, y por eso trabaja. Y su mayor alegría consiste en que la gente le reconozca realmente como un servidor: en que comprendan su predicación como una pura transmisión de la Palabra de Dios, «cual es en verdad», y no como la palabra de un hombre, aunque sea un santo. Él no quiere conseguir una mayor influencia en la comunidad, sino que únicamente busca que la Palabra de Dios «permanezca operante en ustedes los creyentes». También él será objeto de calumnias: será acusado de ambición, de presunción etc. Pero sabe que tales cosas forman parte de su servicio sacerdotal. «Nos difaman y respondemos con buenos modos; se diría que somos basura del mundo, desecho de la humanidad» (1 Co 4,13).

HOMILIA SOLEMNIDAD TODOS LOS SANTOS

TODOS LOS SANTOS, solemnidad. Miércoles (01de noviembre de 2017)
Primera: Apocalipsis 7, 2-4.9-14; Salmo: Sal 23, 1-6; Segunda: 1Juan 3, 1-3; Evangelio: Mateo 5, 1-12a
Nexo entre las LECTURAS
Todos los Santos es una fiesta cristiana-católica, expresión de la esperanza que nos habita: lo que Dios ha realizado en los santos esperamos lo realice en nosotros, confiados en su amor, y lo vivimos ya ahora: "Ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos... seremos semejantes a Él, porque le veremos tal cual es" (2. lectura). También el prefacio: "y alcancemos, como ellos, la corona de gloria que no se marchita" (prefacio I).
Las lecturas (también el prefacio) anuncian la dicha (vestiduras blancas, palmas, cantos de alabanza; seremos semejantes a Dios y le veremos tal cual es; dichosos, el Reino de los Cielos...) por los caminos del seguimiento realista de Jesús ("vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus mantos en la sangre del Cordero"; "el mundo no nos conoce"; a los dichosos...). Si nos llenamos el corazón de júbilo, no nos apartamos de la lucha, y si nos invitan a mirar hacia el final de nuestra aventura, no dejan de decirnos que "ahora somos hijos de Dios" y hemos sido marcados con el sello del Dios vivo.
El camino de los hijos -que es el que desemboca en la gloria de la Jerusalén celestial- no es otro que el camino del Hijo: Él ha pasado por la gran tribulación, el mundo no lo ha conocido, ha sido perseguido y calumniado. "Nos ofreces el ejemplo de su vida, la ayuda de su intercesión" (prefacio I). “Todos los Santos”: es una fiesta familiar: la de quienes han caminado con Jesús y ahora gozan con su dicha.
Reconocemos en ellos a María, Pedro, Esteban, Agustín, Francisco, Ignacio, José Gabriel... Hombres y mujeres de carne y hueso como nosotros, que han recorrido esta tierra como nosotros. Es como una carrera de relevos, como una procesión inmensa, la cabeza de la cual ya ha "entrado", mientras nosotros vamos caminando y otros empiezan a salir o ‘esperan’ su turno: "para que, animados por su presencia alentadora, luchemos sin desfallecer en la carrera y alcancemos, como ellos, la corona que no se marchita".
Temas... Sugerencias… (I)
La visión de la Apocalipsis. a) Podemos meditar brevemente las características de la visión de los últimos tiempos que nos ofrece el apóstol. Juan presenta al Ángel venido de Oriente, lugar de donde llega la salvación, que, llevando el sello de Dios, grita con voz potente a otros cuatro ángeles para que no dañen la tierra. Se trata de dar tiempo para que todos los "siervos de nuestro Dios reciban el sello sobre su frente". En realidad, se trata de una visión teológica del tiempo presente (Mensaje de la Virgen en Fátima). Del tiempo de la espera de Dios, del tiempo del perdón, del tiempo en el que es necesario extender el Reino de Cristo hasta los confines de la tierra (Jubileo de la Misericordia); es el tiempo para poner sobre la frente de los siervos de Dios el sello que los distingue. Así, nuestro tiempo terreno es el tiempo para evangelizar, para anunciar la buena nueva, para bautizar, para llamar a todos a la convocación de nuestro Dios y Señor (E. Gaudium). La vida de cada uno de nosotros tiene un tiempo determinado y cada uno de los momentos de la misma tiene un valor específico. Cada momento me propone un rasgo concreto de mi donación-entrega. A través de esos momentos voy construyendo mi porción en la historia de la salvación. Así, el tiempo terreno revela todo su valor: es la preparación de la liturgia celeste, de los coros angélicos y de los santos que alaban al Señor día y noche. Recorramos, pues, el tiempo presente con la alegría de los tiempos futuros.
b) Ciertamente el tiempo presente es considerado también como "la gran tribulación" (oración del Salve). Desde el inicio de su evangelio, el apóstol Juan nos presenta la venida del Hijo de Dios hecho hombre como el inicio de un combate decisivo entre las tinieblas y la luz (la luz brilla en las tinieblas). La vida terrena de Jesús es una vida de entrega a la voluntad del Padre para dar testimonio de la verdad. Él es una bandera de contradicción. Él será juzgado en los acontecimientos de la pasión por defender el amor y la verdad. Es la "gran tribulación". Sus discípulos no seguirán una senda diversa. También ellos serán juzgados y llevados a tribunales a causa del nombre de Jesús. Pero todos son purificados por la sangre del Cordero, la sangre de Cristo derramada en la cruz por nuestra redención (meditaciones de los EE de san Ignacio).
Es muy instructivo contemplar las escenas del cielo que nos ofrecen pintores como el Giotto en la Capilla de los Scrovegni en Padua, o de Giusto de' Menabuoi, o del Beato Angélico o el cuadro de San Juan Bosco. En ellas se distinguen, en orden jerárquico, todas las esferas de los santos que alaban a Dios. En primer lugar, María Santísima, reina de los santos; luego los apóstoles, los mártires, los confesores etc. En todos ellos se descubre la alegría, danzan, cantan, se felicitan. Parece que tocan con sus manos la luz que emana del cielo. En sus rostros hay paz, alegría, serenidad. Muchos de ellos tienen instrumentos y parece que entonan himnos y cánticos inspirados (Cf. Ef 5,19). Ciertamente son pinturas, pero nos ayudan a penetrar con la fe esa realidad que supera todo lo que podemos esperar y que llamamos CIELO, vida eterna, encuentro definitivo con Dios que es amor.
El amor con el que nos ha amado el Padre. a) El amor con el que Dios nos ama es una de las constantes en el pensamiento de san Juan. El apóstol hace memoria frecuentemente de este amor, para que los cristianos sientan el deseo de corresponder a tan grande amor... Y nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en él. Dios es Amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él. (1 Jn 4, 16). Se trata, pues, de considerar el amor con el que el Padre nos ha amado, de forma que nos ha llamado Hijos de Dios y los somos en realidad. Por ello, el Verbo se encarnó, para manifestar el amor del Padre. En un mundo transido por conflictos sociales, políticos, económicos, hasta enfrentamientos por posiciones diferentes; un mundo en el que vemos sucederse genocidios y venganzas violentas; un mundo que se inicia temeroso y superficial el tercer milenio por el riesgo del terrorismo y la ruina de la civilización y el avance de las tecnologías y las ciencias; en un mundo así, parece especialmente importante la predicación del amor del Padre; la predicación del triunfo del bien sobre el mal; la predicación de la necesidad de amar porque Dios nos ha amado y nos ha enviado a su Hijo en rescate de todos. En un mensaje mundial de la paz, el 1 de enero de 2002, el san Juan Pablo II nos decía: "Ante estos estados de ánimo, la Iglesia desea dar testimonio de su esperanza, fundada en la convicción de que el mal, el mysterium iniquitatis (misterio del mal), no tiene la última palabra en los avatares humanos. La historia de la salvación descrita en la Sagrada Escritura proyecta una gran luz sobre toda la historia del mundo, mostrando que está siempre acompañada por la solicitud diligente y misericordiosa de Dios, que conoce el modo de llegar a los corazones más endurecidos y sacar también buenos frutos de un terreno árido y estéril".
b) Si nos preguntamos, pues, cuál es el camino de santidad que debe recorrer un cristiano, podemos responder: el camino de las bienaventuranzas. Allí encontramos como la "carta magna" del cristianismo. En las bienaventuranzas encontramos la respuesta a la pregunta ¿Cómo ser cristiano, discípulo-misionero? ¿Cómo serlo especialmente en este mundo tan conflictivo? El camino es de la pobreza de espíritu, de la mansedumbre, del sufrimiento tolerado por amor, el camino de la justicia y del perdón, el camino de la paz y concordia de corazones. ¡Qué tarea tan enorme y entusiasmante nos espera! ¡Que nada nos detenga en este camino de santidad, en este itinerario (peregrinación) del cielo! Ahora es el tiempo de la salvación, ahora es el tiempo del perdón, ahora es el tiempo de la evangelización, no dejemos nuestras manos estériles u ociosas ante tan grande y hermosa tarea… no dejemos que nos roben la esperanza (Papa Francisco).

Temas… Sugerencias... (II)
La doxología de una vida santa. "Alabanza, gloria, sabiduría, acción de gracias, honor, poder y fuerza, a nuestro Dios por los siglos de los siglos": ésta es la doxología que resuena sin cesar en labios de los santos del cielo. Esta doxología la hemos de pronunciar aquí en la tierra, de manera particular, los cristianos mediante una vida santa. Una doxología con la que manifestamos nuestra felicidad y nuestro agradecimiento a Dios. Somos felices en medio del sufrimiento, y alabamos a Dios. Somos felices, aunque a los ojos de los hombres no nos vaya bien, porque intuimos en ello la sabiduría divina. Somos felices, viviendo en la pobreza y en la falta de poder, y agradecemos a Dios las muestras de su providencia sobre nosotros. Somos felices, por más que la enfermedad nos tenga postrados y hasta inutilizados, para que Dios sea glorificado en nuestra carne enferma y haga más patente el poder de su resurrección. Somos felices, porque estamos en paz con Dios y con nuestra conciencia, porque creemos en la victoria de la gracia sobre el pecado, porque buscamos únicamente la voluntad y la gloria de Dios. La falsa felicidad que vende el mundo al por mayor, pero que dura lo que la flor de un día, y que recibe nombres efímeros como diversión, pasatiempo, placer, alborozo, contento y otros semejantes, son sólo deseos de pasarla bien. La felicidad es la posesión y el amor de Dios, iniciado aquí en la tierra y que tendrá su culminación en el cielo. Esta doxología de una vida santa se puede cantar, aquí en la tierra, en cualquier parte: en la iglesia y en la casa, en la oficina y en el gimnasio, en la montaña y en la playa, en todas partes. Sólo hemos de tener en cuenta el consejo de san Agustín: "cantad con los labios, cantad con el corazón; cantad siempre, cantad bien".
Comunión con los santos del cielo. La Iglesia, con la fiesta de todos los santos, celebra a todos los difuntos que ya gozan definitivamente y para siempre del amor a Dios y del amor a los hombres y entre sí. Tenemos la certeza, por otra parte, de que si vivimos en la gracia y amistad con Dios ya somos santos aquí en la tierra. Existe por tanto una comunión de los santos. Es decir, los santos del cielo están unidos a nosotros, se interesan por nosotros, iluminan nuestra vida con la suya, interceden por nosotros ante Dios. Todos podrían decir, como Teresa de Lisieux: "Me pasaré en el cielo haciendo el bien a la tierra". Yo quiero, sin embargo, referirme especialmente a la comunión de los santos de la tierra con los santos de cielo. Son nuestros hermanos mayores, que nos han precedido en la llegada a la meta y que anhelan que toda la familia vuelva a reunirse en la eternidad. Son las estrellas de nuestro firmamento que nos iluminan en la noche, no con luz propia, sino con la que han recibido del Sol Invicto, que es Cristo. Son modelos, por así decir caseros, que nos acercan de alguna manera una virtud o un aspecto de la plenitud de perfección y santidad que es Jesucristo. ¿No habrá que renovar y vitalizar nuestra comunión con los santos del cielo? Hoy es un buen día para hacerlo.
Área de archivos adjuntos

jueves, 19 de octubre de 2017

HOMILIA PARA EL Domingo vigesimonoveno del TIEMPO ORDINARIO cA (22 de octubre de 2017)

Domingo vigesimonoveno del TIEMPO ORDINARIO cA (22 de octubre de 2017)
Primera: Isaías 45, 1. 4-6; Salmo: Sal 95, 1. 3-5. 7-10ac; Segunda: 1Tesalónica 1, 1-5b; Evangelio: Mateo 22, 15-21
Nexo entre las LECTURAS
Dios es el Señor del mundo y de la historia. Ciro reina sobre el inmenso imperio persa (primera lectura), pero Dios reina sobre Ciro y lo constituye providencialmente su mediador en sus designios sobre la historia. A Dios lo que es de Dios, nos enseña el Evangelio, y a los reyes y césares lo que a ellos les pertenece. A Dios, el designio y el fin de la historia; a los hombres, la acción y la marcha de la historia hacia adelante. Sabemos que es la potencia de Dios y de su Espíritu, dice san Pablo, quén está misteriosamente presente en las vicisitudes de la trama histórica (segunda lectura).
Temas...
No hay dos historias, una profana y otra sagrada, sino una única historia: la de Dios y la de los hombres. Él la ha iniciado, la continúa en el tiempo y la terminará cuando Él tenga dispuesto. Los hombres estamos en la historia y la escribimos haciendo lo que Dios manda o no. Escribimos la historia en los acontecimientos diarios, en las vicisitudes entre los pueblos y las naciones, en los cambios políticos o sociales... y de manera providente, Dios, gobierna el mundo y la historia, asistiéndonos con su gracia en la entrega y en las cosas de cada día. En Él vivimos, nos movemos y existimos.
Necesitamos a Dios para empezar a ser y para continuar y para terminar. Para ver, en efecto, se requiere la ciencia de Dios, la sabiduría que escruta las profundidades del mismo Dios. Para ver, se piden también actitudes de oración y de esperanza, para que los hombres colaboren y se presten gozosos a realizar el designio divino. A veces puede parecer que la historia se escapa de sus manos, pero no es así. Dios lo permite en sus inescrutables designios, para hacernos ver que es un camino equivocado, para hacer ver cuál es el camino para construir la historia según Dios. En realidad, ni Dios está a merced de los hombres, ni los hombres son marionetas de Dios. ¡Esto es un gran misterio! Historias e Historia. Bajo el concepto general de historia se cobijan muchos objetos: la historia política, religiosa, económica, social, nacional, continental, universal...Todas y cada una de ellas son piezas con las que Dios y los hombres, vamos construyendo la única historia: la historia de la salvación, que se entrecruza con las demás historias y trata de infundir en ellas un hálito espiritual, sin identificarse con ninguna. Sí, porque Dios quiere que todos los hombres se salven.
Por eso, el poder de Dios y la presencia del Espíritu en los hombres y en sus acciones y proyectos, transforman las pequeñas historias en la historia por encima de cualquier forma histórica: la historia que desemboca en la eternidad, más allá de la historia. Los hombres viven la historia, Dios da significado a la misma, significado oculto en un libro sellado..."A César lo que es del César, a Dios lo que es de Dios". No todo es del César, no todo es temporal, no todo es material, no todo es lo que perciben nuestros sentidos… Dios es el autor de todo y por eso rezamos “Creador de todo lo visible y de lo invisible”.
Sugerencias...
La providencia divina. La historia humana no marcha sin rumbo y a la deriva. El término de la historia y su destino están en manos de Dios. "Miren las aves del cielo; ni siembran ni siegan ni recogen en graneros, y sin embargo el Padre celestial las alimenta. ¿No valen ustedes mucho más que ellas?" (Mt 6,26). Hemos de estar ciertos y convencidos de esta acción providencial de Dios en la historia de la humanidad y en la pequeña historia de cada ser humano; ciertamente el hombre no es un títere, pero tampoco es el dueño de la historia, es simplemente su administrador y como tal ha de comportarse. Hemos de tener también el sentido de la providencia en todo, independientemente de sus características. Como Job, hemos de decir: "El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó. ¡Bendito sea el nombre del Señor! A pesar de todo lo sucedido, Job no pecó ni maldijo a Dios" (Job 1,21-22). No olvidemos nunca que todo lo que pasa y todo lo que nos pasa, es para el bien y la salvación del hombre y la Gloria de Dios.
Sentido de responsabilidad ante la historia de la salvación. No se es neutral en el plan de Dios, no quedamos eximidos de jugar un papel en la historia. O se construye o se destruye. O se junta o se desparrama. Recordemos que, a la hora final, habrá que rendir cuentas de la labor desempeñada, tanto en la historia personal cuanto en la historia de la comunidad en que hemos vivido.
La objeción: "Como Dios dirige todo para bien, el mal que yo haga no importa", es una objeción mezquina. El mal jamás dejará de ser mal ante nosotros y ante Dios, por más que Dios en su bondad y poder llegue a obtener bien del mal. Dios dirige la historia, pero no suple nuestra mezquindad y poquedad humana. El sentido de la providencia no disminuye, más bien aquilata la responsabilidad ante Dios, que se muestra con tanta liberalidad para con los hombres. Es necesario, en este tema, formar la conciencia de los cristianos en la rectitud y fidelidad, por eso es urgente repasar los mandamientos, las bienaventuranzas, las obras de misericordia… el catecismo para tener conciencia recta para conocer bien la voluntad de Dios; conciencia fiel para actuar en conformidad con la misma. Qué seamos santos como Dios es Santo, Misericordioso, Fiel.

martes, 10 de octubre de 2017

HOMILIA PARA EL Domingo vigesimoctavo del TIEMPO ORDINARIO cA (15 de octubre de 2017)

Domingo vigesimoctavo del TIEMPO ORDINARIO cA (15 de octubre de 2017)
Primera: Isaías 25, 6-10a; Salmo: Sal 22, 1-6; Segunda: Flp 4, 12-14. 19-20; Evangelio: Mateo 22, 1-10
Nexo entre las LECTURAS
Predomina en la liturgia de hoy la “transformación” (el “cambio”). Cambio, en primer lugar, de una suerte desgraciada, en que vivía el pueblo de Israel, a una de felicidad y gozo, simbolizada en el festín sobre el monte Sión, en el que participarán todas las naciones (primera lectura). Cambio de las tareas diarias y rutinarias, con que se condimenta de modo habitual la existencia, a la condición excepcional de invitados del rey al banquete de bodas de su hijo (evangelio). Quien así está dispuesto a dejarse cambiar por la acción misma de Dios, puede decir como san Pablo: "Todo lo puedo en aquel que me da fuerza" (segunda lectura).
Temas...
El hombre, por condición natural, es un ser en devenir, en constante transformación. Sin dejar de ser él mismo, se transforma su cuerpo y su espíritu por medio del ambiente en que se transcurre la existencia, de la educación que recibe, sobre todo en la infancia y juventud, en la familia (recemos por el Sínodo de la Iglesia Católica sobre los Jóvenes), de las circunstancias vitales que le rodean y dan un molde a su personalidad, de los acontecimientos históricos que inciden sobre su dinamismo espiritual. Pero no sólo es un sujeto pasivo, sometido a influencias externas, es también sujeto activo que con su acción y sus decisiones influye en las personas y en el ambiente que le rodea. Todo hombre, aunque el grado pueda variar, cambia y es cambiado, influye y es influido por las personas y las realidades de su alrededor. Lo importante es que todo vaya enderezado al bien, verdad, justicia y caridad del hombre y de la sociedad en comunión con Dios.
El cristiano también es un ser en devenir, en transformación permanente. Siendo idéntico en su fe a los orígenes del Evangelio y del cristianismo, se transforma al contacto con realidades nuevas que tendrá que leer a la luz del Evangelio, con culturas nuevas que implican la labor de injertar en ellas la fe cristiana, con situaciones y desafíos nuevos -pensemos en los mensajes del Papa que nos invita a mirar, de nuevo, con corazón universal-, que exigen una respuesta coherente con la fe y la moral cristianas. Esta transformación no es autónoma ni total, sino que tiene que ir al ritmo de Dios en la historia, y realizarse tanto cuanto el Espíritu Santo inspire a la Iglesia y a la propia conciencia. Es bien sabido que tanto la excesiva lentitud cuanto el aceleramiento imprudente en la acción transformadora termina mal y suelen hacer mucho daño a la comunidad de los creyentes.
Quien no acepta el juego entre la identidad y el cambio, entre la identidad y la adaptación, se anquilosa por excesiva inercia y falta de dinamismo en la fe, y termina sin entrar en el compromiso como balconeando la vida, nos decía el Papa en Brasil. Quienes rechazan el compromiso con el Evangelio de Jesucristo no entrarán en el banquete de bodas, eligen vivir al margen del plan de Dios en la historia.
Sugerencias...
El rey del evangelio es Dios Padre, que prepara un banquete para celebrar la boda de su Hijo. Esta comida es descrita en la primera lectura como un festín del tiempo mesiánico, porque a él están convidados no solamente Israel sino todos los pueblos. El velo del duelo que cubría a los paganos ha sido arrancado, han desaparecido todos los motivos de tristeza, incluso la muerte.
Preguntémonos primero qué tipo de comida prepara Dios Padre para su Hijo: un banquete de bodas; el Apocalipsis lo llama las bodas del Cordero (Ap 19,7; 21,9ss). El Cordero es el Hijo que, por su entrega perfecta, consuma no solamente como Esposo sino también en la Eucaristía su unión nupcial con la Iglesia-Esposa. El Padre es el anfitrión en la celebración eucarística: «Tengo preparado el banquete», y encarga a sus criados que digan a los invitados: «Vengan a la boda». En la plegaria eucarística, la Iglesia da las gracias al Padre por su don supremo y más precioso: el Hijo como pan y vino. Y el agradecimiento viene de la Iglesia, que precisamente mediante este banquete se convierte en Esposa. El Padre da lo más precioso, lo mejor que tiene, no tiene nada más; por eso el que menosprecia este don preciosísimo no puede ya esperar nada más: se juzga a sí mismo y se condena.
Formas de rechazar la invitación son el desprecio de la invitación a la boda y la participación indigna en ella. Mateo une estas dos formas de ser indigno del don supremo del Padre. a) La primera es la indiferencia: los invitados no se preocupan de la gracia que se les ofrece, tienen cosas más importantes que hacer, sus tareas terrestres son más urgentes. Pero Dios, que ha pactado una alianza de gracia con el hombre, no puede permitir semejante desprecio de su invitación. Al igual que Jeremías tuvo que anunciar en la Antigua Alianza el fin de Jerusalén, así también el evangelista predice aquí el fin definitivo de la ciudad santa: los romanos «prendieron fuego» a la ciudad. b) La segunda forma de indignidad es, contrariamente a la indiferencia de los invitados, la indiferencia totalmente distinta del hombre que entra en la fiesta, en la celebración eucarística, como si entrara en un bar. ¿Para qué molestarse en llevar traje de fiesta?: el rey debería estar contento de que yo venga, de que todavía participe, de que me tome la molestia de salir de mi banco para meterme en la boca el trocito de pan. A éste ciertamente se le pedirán cuentas: ¿No te das cuenta de que estás participando en la fiesta suprema del rey del mundo y comiendo el más exquisito de los manjares, un manjar que sólo Dios puede ofrecer? «El otro no abrió la boca». Quizá sólo después de su expulsión del banquete se dé cuenta de lo que ha despreciado con su grosería.
Dios nos da dones inmensos. Pero nos los da en el fondo para que aprendamos de Él a dar sin ser tacaños y calculadores. Pablo se alegra en la segunda lectura de que su comunidad lo haya comprendido. Se regocija no tanto por los dones que él ha recibido de ella cuanto porque la comunidad ha aprendido a dar. En este nuestro dar de todo aquello que nos ha sido regalado por el rey, se cumple plenamente el sentido de la Eucaristía. Ciertamente jamás podremos agradecer bastante a Dios los dones con que nos colma, pero la mejor forma de agradecérselo, la que a Él más le gusta y alegra, es que aprendamos algo de su espíritu de entrega: que lo comprendamos y que lo pongamos en práctica.

miércoles, 4 de octubre de 2017

Domingo vigesimoséptimo del TIEMPO ORDINARIO cA (08 de octubre de 2017)

Domingo vigesimoséptimo del TIEMPO ORDINARIO cA (08 de octubre de 2017)
Primera: Isaías 5, 1-7; Salmo: Sal 79, 9. 12-16. 19-20; Segunda: Filipenses 4, 6-9;  Evangelio: Mateo 21, 33-46
Nexo entre las LECTURAS
El canto del Señor Yahvé a su viña, el pueblo de Israel, abre la Palabra litúrgica de este Domingo y el salmo, como respuesta a la Palabra. Jesús escenifica, en una parábola autobiográfica, el trágico final de un idilio fallido. Junto a la historia de esta viña, Pablo, en un bellísimo texto, orienta nuestro pensamiento y nuestra actividad: tranquilidad, paz, atención a lo bueno, Dios está con nosotros. La viña del Señor es la casa de Israel... Esperó derecho, y ahí tienen: asesinatos. Dios mismo se pregunta en Isaías: ¿cabía hacer algo por mi viña que yo no haya hecho? El mismo Isaías nos dice en unas líneas más adelante de nuestro texto cuáles son las causas de la calamitosa situación de la viña del Señor.
Temas...
La lista que nos da Isaías no tiene desperdicio y parece escrita hoy por un atento observador de nuestra actualidad. Estos son los responsables para Isaías:
1. Los que se acomodan en la historia sin otro interés que sus ambiciones.
2. La corrupción política de los dirigentes, ignorantes y despreciadores de la acción de Dios en la historia.
3. La burla insultante hacia los valores del Espíritu.
4. El relativismo (la amoralidad o vaciado moral) de toda referencia a lo bueno o a lo malo.
5. La arrogancia de todos, preferentemente de los poderosos y de los dirigentes.
6. La degradación y manipulación de la administración de la justicia.
Las diferencias entre el canto de Isaías y la parábola de Jesús son mínimas; ambos hablan de la historia como don de Dios y tarea del hombre; de la acción amorosa de Dios y de los desastres atribuibles siempre a la autonomía y soberanía del hombre dentro de la historia. En el canto de Isaías no hay esperanza; en la parábola, la esperanza está puesta en el Hijo de Dios muerto por los arrendatarios de la viña y, resucitado, es puesto –ahora– como piedra y fundamento de una historia nueva.
Sugerencias...
Aquí y ahora sigue la historia de la viña: la historia de nuestra historia, de nosotros en la historia. La liturgia nos invita también hoy como a juzgar entre Dios y la historia. El mal y sus agentes estamos ahí tal como nos retrata a todos Isaías; ahí está también la amorosa paciencia de Dios, no siempre claramente proclamada por nosotros llamados a ser discípulos-misioneros. Dios sigue haciendo el bien, a nosotros, en nosotros y por medios de nosotros en la historia.
La historia de la viña supone todo un desafío para los que hoy nos reunimos en nombre de Jesús: ¿Estamos convencidos de nuestra participación responsable en todo lo que degrada nuestra historia? ¿Creemos y proclamamos que la esperanza de la historia pasa, con la ayuda de Dios, por las manos y la conciencia de los hombres, de todos los hombres? ¿Sabemos y creemos en la misión que tenemos los cristianos como testigos del que es fundamento de toda esperanza humana? ¿En nuestras oraciones, insistimos en comprometer a Dios en nuestros intereses o le pedimos la gracia para que nos comprometa en sus designios amorosos sobre su viña?... Oremos para saber responder a Dios con constancia y fidelidad.



Temas... (otro)
Rechazo del enviado de Dios. Indudablemente la parábola de los «viñadores perversos» se refiere en primer lugar al comportamiento de Israel en la historia de la salvación: los criados enviados por el propietario de la viña para percibir los frutos que le correspondían son ciertamente los profetas, que son asesinados por los labradores egoístas por exigir lo que corresponde a Dios. Pero la parábola no estaría en el Nuevo Testamento si no afectara de alguna manera a la Iglesia. Esta Iglesia, como se dice al final del evangelio de hoy, es precisamente el pueblo al que se ha dado el reino de los cielos quitado a Israel para que Dios pueda recoger por fin los frutos esperados. Preguntémonos si los recoge realmente de la Iglesia tal y como nosotros la representamos. Ciertamente los percibe de los criados enviados en la Iglesia, sobre todo de los santos (canonizados o no), pero la cuestión que acabamos de plantearnos sigue en pie: ¿cómo los ha recibido la Iglesia y como los recibe todavía? En la mayoría de los casos mal, y muy a menudo no los recibe en absoluto; muchos de ellos (también papas, obispos y sacerdotes) experimentan una especie de martirio dentro de la misma Iglesia: rechazo, sospecha, burla, desprecio. Y si se les canoniza después de su muerte, su imagen se falsifica no pocas veces según los deseos y caprichos mediocres de otros: así, por ejemplo, san Agustín se convierte en el promotor de la lucha contra la herejía, san Francisco en un entusiasta de la naturaleza, san Ignacio en un astuto estratega desde el discernimiento, etc. Estas palabras de Jesús siguen siendo verdaderas: «No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa» (Mc 6,4).
La decepción de Dios. ¡Sí, la decepción de Dios! A causa de la Sinagoga y de la Iglesia, que tiende siempre a alejarse de Él, y hoy quizá más que nunca, porque cree saber -en las cuestiones de la fe, de la liturgia, de la moral- todo mejor que Dios con su revelación anticuada. Esa Iglesia que, en vez de alabarle y adorarle, corre constantemente tras dioses extraños -la Misa como autosatisfacción de la comunidad (al final, si la representación ha gustado, se aplaude), la oración como higiene del alma, el dogma como arquetipo psíquico, etc.- y da pábulo a la preocupación de Pablo: «Me temo que, igual que la serpiente sedujo a Eva con astucia, se pervierta el modo de pensar de ustedes y abandone la entrega y fidelidad al Mesías» (2 Co 11,3). Lo mismo que de la Sinagoga quedó un «residuo» fiel y santo (Rm 11,s), así también subsistirá siempre -y en este caso ciertamente mucho mayor- ese «resto santo» formado por María, los santos y la Iglesia de los verdaderos cristianos.
El resto. Pablo, que se considera parte de ese resto, nos da en la segunda lectura una descripción de los sentimientos que reinan o deberían reinar en él. Y si en la Iglesia infiel predomina una inquietud permanente, una búsqueda de lo nuevo o de lo novedoso, de lo más aprovechable temporalmente, de lo que asegura la mejor propaganda, en el resto fiel, a pesar de la persecución, o precisamente en la persecución, domina «la paz de Dios que sobrepasa todo juicio». Y si Pablo promete a la comunidad: «El Dios de la paz estará con ustedes», entonces se reconocerá al verdadero cristiano por esa paz que reina en él, aunque lamente la actual situación del cristianismo y pertenezca a los que tienen hambre y sed, que son llamados bienaventurados.
P.BETO

 

HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

  VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024) Primera : Isaías 52,13 – 53,12;  Salmo : Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25;  Segunda :...