lunes, 4 de diciembre de 2017

Segundo Domingo de ADVIENTO cB (10 de diciembre 2017) HOMILIA 2

Segundo Domingo de ADVIENTO cB (10 de diciembre 2017)
Primera: Isaías 40, 1-5. 9-11; Salmo: Sal 84, 9-14; Segunda: 2 Pedro 3, 8-14; Evangelio: Marcos 1, 1-8
Temas... Sugerencias...
El Bautista, que aparece en el evangelio, como «una voz en el desierto». Nuestro mundo es un desierto y hoy parece que lo es más que nunca; «el desierto crece»: materialmente, por la deforestación de los bosques, contra la que todos los planes de cultivo, conservación y repoblación forestal parecen impotentes. Además, para constatarlo solo es preciso caminar con los ojos bien abiertos a través de los barrios de nuestras ciudades, por los lujosos y por aquellos que vergonzosamente ocultamos, establecidos al margen de nuestras ciudades. Los desconsuelos tienen nombres, causas y densidades distintas: soportar día tras día el sinsabor de una vida sin sentido; no poder asegurar los elementales gastos cotidianos para vivir sobriamente; convivir con un cuerpo o una mente enfermo sin remedio; padecer el aparente silencio de Dios, su fingida malévola indiferencia. Y tantos otros desconsuelos…; y espiritualmente, por la desertización del paisaje religioso, pues la humanidad apenas puede oír ya la voz que clama «prepárenle el camino al Señor». La «voz» se va extinguiendo en el griterío confuso y turbulento de los medios de comunicación, de las primicias informativas, de las noticias sensacionalistas que se pisan y devoran unas a otras y de las mismas redes sociales. Y si el profeta aparece con unos hábitos sorprendentemente anti-culturales -vestido de piel de camello; saltamontes y miel silvestre como alimento-, nosotros hoy estamos bastante habituados a un comportamiento similar por parte de la juventud inconformista; pero estos jóvenes que ahora protestan, a menos que quieran explícitamente convertirse en seres marginales, terminarán entrando por el aro y participarán en el gran juego de los adultos, más todavía, hay movimientos que quieren ser tan fuertes en la protesta que tienden a sacarse la ropa o cubrirse, para no ser identificados. Hoy sólo es noticia, a lo sumo, la teología que se inmiscuye en los asuntos políticos o promueve los cambios sociales. El Bautista lo tendría hoy más difícil que entonces, cuando la gente acudía a oírle, confesaba sus pecados y le concedía al menos un ‘cierto crédito’, creyendo que alguien más grande, al que había que preparar el camino, vendría después de él.
La primera lectura aporta todo el contexto de su mensaje. El contenido de éste es mucho más grande que lo que se puede realizar mañana y pasado mañana: que los israelitas desterrados en Babilonia podrán volver a su patria y reconstruir su templo. El mensaje habla de un futuro, un futuro que está ciertamente próximo y en el que «todos los hombres juntos verán la gloria del Señor», en el que Dios mismo, como un pastor, reunirá a toda la humanidad para conducirla finalmente a casa. Este acontecimiento escatológico debe ser proclamado desde «lo alto de un monte», pues es un mensaje de gozo. La turbulenta historia del mundo, con sus hondonadas y sus colinas -es decir, con sus caminos escabrosos y tortuosos- se manifestará finalmente como el camino recto y llano por el que Dios ha transitado desde siempre. La historia, que desde el punto de vista intramundano parece encaminarse hacia catástrofes imprevisibles, es, vista desde el final -con esperanza-, una vuelta a casa segura y entrañable.
El tiempo de Dios. La segunda lectura nos dice que no tenemos una visión panorámica del tiempo; calculamos los días y los años, pero nuestros cálculos resultan siempre falsos. En todos los siglos se ha pronosticado el día de la venida de Dios, pero éste nunca ha llegado. Esto ocurre porque el tiempo de Dios no es como el de los hombres: para Dios «mil años son como un día». Por eso algunos hablan con un tono de superioridad y de sarcasmo de «retraso», de una espera ingenua del fin. Pero el Señor no tarda en cumplir su promesa. Está viniendo constantemente y saca como un pescador la gigantesca red de la historia del mundo sobre la playa. Que el fin del mundo, visto de una forma puramente intramundana, deba ser catastrófico, no turba ni el plan de Dios ni la confianza de los cristianos. Estos simplemente deben procurar que Dios los encuentre «inmaculados» y «en paz con Él» cuando vuelva. El Adviento prepara esta paz y ayuda a vivir en paz, preparando, también, la jornada mundial de la paz (1 de enero de 2018).

Segundo Domingo de ADVIENTO cB (10 de diciembre 2017) HOMILIA 1


Primera: Isaías 40, 1-5. 9-11; Salmo: Sal 84, 9-14; Segunda: 2 Pedro 3, 8-14; Evangelio: Marcos 1, 1-8
Nexo entre las LECTURAS
La imagen del "desierto" aparece en la primera lectura y en el evangelio y en ella se compendia el mensaje litúrgico de este Domingo de Adviento. En el exilio babilónico, a punto ya de que se acabe, una voz grita: "Preparen en el desierto un camino al Señor" (primera lectura). En el evangelio la voz que así grita es la de Juan Bautista, el precursor del Mesías, cuya venida está ya cerca. También en el "desierto" el hombre debe prepararse para la Última Venida del Señor, en la que "esperamos unos cielos nuevos y una tierra nueva, en que habite la justicia" (segunda lectura).
Temas...
Un "desierto" necesario. En el mundo hay fenómenos nada evangélicos, nada cristianos. Como los judíos exiliados de Babilonia estaban encandilados por la grandeza del imperio y por la fastuosidad de sus ritos religiosos, los hombres de hoy sienten la seducción del progreso técnico, el prurito de otras religiones que no son cristianas, el reclamo de paraísos alucinantes en que reinan la droga, el sexo y el alcohol, la dulce y adormecedora inconciencia del pecado incluso ante las exigencias básicas de los diez mandamientos... (cfr. Francisco). En estas circunstancias surge la necesidad del "desierto": lugar o estado del espíritu donde recrear el ambiente propicio y favorable para encontrarse con Dios y con la propia dignidad de imagen e hijo de Dios, mediante el silencio interior y el recogimiento de los sentidos, mediante la meditación y la plegaria asiduas. Ante la pérdida del sentido de Dios y del sentido del pecado se requieren "espacios", sean exteriores o interiores, de recuperación de sentido, de readquisición de principios, valores y convicciones anclados en el mismo ser del hombre y del cristiano.
La intervención divina. Dios desea intervenir en la historia y en la vida del hombre, día a día. El espíritu del mundo no acepta la intervención divina, es más, la niega. Por eso se nos llama a una actitud interior de "desierto", abandonarnos en las manos de Dios con confianza y fortalecer el deseo de la conversión. Sólo así nos daremos cuenta, como los judíos de Babilonia, que hay ‘valles que elevar’, ‘colinas que abajar’ y ‘caminos torcidos que enderezar’, y podremos encaminarnos a la tierra prometida (primera lectura) que ya no es en este mundo, sino en el Cielo. Sólo en este abandono en la Divina Providencia podremos escuchar la Palabra que nos llama a convertirnos y recibir el bautismo y, los ya bautizados, renovar las promesas bautismales. Dios continúa interviniendo en nuestros días -nos da su gracia- en la vida de cada uno y de los pueblos. No podemos reconocer y aceptar Su presencia si no vivimos la experiencia purificadora y meditativa del "desierto".
El "desierto" florece. En el ambiente sereno y silencioso de "desierto" nos vamos empapando de la verdad de Dios, del sentido del tiempo, de la norma suprema de la existencia. Dios es nuestro rey que viene con poder y brazo dominador para liberarnos del pecado y de sus secuelas; Dios es nuestro Señor que trae consigo su salario de vida y salvación eternas; Dios es nuestro pastor, que reúne al rebaño y lo cuida amorosamente (primera lectura). En el "desierto" conoceremos que el día del Señor llega como un ladrón y que el cómputo del tiempo que Dios hace no coincide con el de los hombres. En el "desierto" sabremos que Dios no quiere que alguien se pierda, sino que todos se conviertan. En el "desierto" veremos con claridad que la espera de la venida del Señor debe llevar al hombre a una conducta santa y religiosa, es decir, al cumplimiento perfecto de la voluntad santísima de Dios (segunda lectura).
Sugerencias...
Un "desierto" en tu vida. La vida es movimiento, acción, ir y venir, hacer, proyectar, progresar, cambiar. El hombre contemporáneo, desde la mañana a la noche, está lleno de trabajos y tareas, de citas y reuniones, de contactos y relaciones, de ruido, smog, tensión nerviosa... (cfr. San Juan Pablo II). A veces se puede pensar que, más que vivir, uno es "vivido" por las cosas de cada día. ¿Cómo hay que vivir? ¿Cómo ser plenamente humano (cristiano)? ¿Cómo infundir espíritu cristiano a lo cotidiano -materialista-? Tenemos necesidad de “estar con Quien sabemos que nos ama” (Santa Teresa). Pidamos la gracia de la paciencia, para vivir el "desierto" y nos será posible vivir bien y prepararnos para una buena celebración de Navidad.
¿Sabes quién viene? La respuesta catequética: "El Verbo de Dios que se hizo hombre y nació de María la Virgen en Belén de Judá". La respuesta espiritual, la debe dar cada uno examinando como incide Jesucristo en su vida (pensamientos, decisiones, ideales, proyectos) y en la relación personal con Dios; y finalmente, la respuesta moral, la debo dar con los comportamientos virtuosos diarios según el estilo de Cristo, aceptando que Cristo modele mi forma de vivir y de actuar, todos los días, hasta el fin de los días.

Solemnidad de la Inmaculada Concepción (8 de diciembre de 2017)




Primera: Génesis 3, 9-15.20; Salmo: Sal 97, 1. 2-3b. 3c-4; Segunda: Éfeso 1, 3-6. 11-12;  Evangelio: Lucas 1, 26-38

Nexo entre las LECTURAS
Las palabras del ángel a la Virgen María: "¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo" nos dan el sentido profundo de la solemnidad que hoy celebramos. El ángel se dirige a María como si su nombre fuese precisamente "la llena de gracia"(Evangelio). A lo largo de los siglos la Iglesia ha tomado conciencia de que María -"llena de gracia"- había sido redimida por Dios desde su concepción. Se trata de un singular don concedido a María para que pudiese dar el libre asentimiento de su fe al anuncio de su vocación. Era necesario que ella estuviese totalmente habitada por la gracia de Dios para responder adecuadamente al plan de Dios sobre ella (Prefacio). El Padre eligió a María "antes de la creación del mundo para que fuera santa e inmaculada en su presencia en el amor" (Cfr. Ef 1,4). El así llamado "protoevangelio" del libro del Génesis, por su parte, hace presente la promesa de un redentor: pongo enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo, éste te aplastará la cabeza y tú le morderás el calcañal (1 Lectura). En la carta a los Efesios (2 Lectura) san Pablo indica cómo el Padre nos ha elegido desde la eternidad en Cristo para ser santos e inmaculados en su presencia en el amor. El primer fruto excelente de este plan salvífico es María, quien, en previsión de los méritos de Cristo, fue preservada de toda mancha de pecado original en el primer instante de su concepción.

Temas...
La eterna voluntad salvífica de Dios. "Pongo enemistad entre ti y la mujer entre su linaje y el tuyo..." (Ge. 3, 15) estas palabras pronunciadas en el prólogo de la humanidad una vez que el hombre había cometido el pecado, anuncian la eterna voluntad salvífica de Dios. La transgresión de nuestros primeros padres había provocado el desquiciamiento de la familia humana. El hombre creado a imagen y semejanza de Dios sufre una herida de incalculables consecuencias. Por eso, siente miedo, experimenta la desnudez y el desamparo, su concepto de Dios se obscurece y corre a esconderse lejos de su mirada. Las palabras de Yahveh Dios: "¿Dónde estás?" ponen de manifiesto su dramática condición. El hombre es expulsado del Paraíso y al mismo tiempo recibe la promesa de un redentor.
Así, donde abundó el pecado sobreabundó la gracia (Rom 5). En su eterno plan, Dios había creado al hombre por sobreabundancia de amor y lo había elegido para ser santo e inmaculado en su presencia (Ef 1, 3-6) lo había colocado entre excelsos bienes. El pecado, sin embargo, introduce la desobediencia, el desorden y la pérdida de la armonía original, la armonía del "principio", pero no cancela el plan amoroso de Dios. Había que rescatar al hombre también por sobreabundancia de amor. Si se busca, por tanto, la razón de la presencia de Dios entre los hombres y la razón de la Encarnación, ahí la tienes: el amor por el hombre. "El Señor se enamoró de su creatura" y el Verbo de Dios ha habitado en el hombre y se ha hecho Hijo del hombre para acostumbrar al hombre a comprender a Dios y para acostumbrar a Dios a habitar en el hombre (San Ireneo haer. 3,20,2; cf. por ejemplo 17,1; 4,12,4; 21,3). El Pastor se ha hecho oveja (San Gregorio de Nisa). Cristo ha venido a la tierra para tomar de la mano al hombre y presentarlo nuevamente al Padre según la gracia del principio.
María Inmaculada. En este ‘extraordinario’ plan de salvación aparece María, como la primicia de la salvación, como la estrella de la mañana que anuncia a Cristo, "sol de justicia" (Cf. Mal 3,20), como la primera creatura surgida del amor redentor de Cristo, como aquella que ha sido redimida de modo eminente por Dios en atención a los méritos de Jesucristo, Salvador del género humano. En un mundo inundado por el pecado, la Gracia divina ha querido ‘hacer’ surgir una creatura absolutamente pura y le ha conferido una perfección sin la más mínima sombra de pecado. El plan del Padre que quería enviar a su Hijo a la humanidad exigía (Prefacio) para la mujer destinada a llevarlo en su seno, una perfecta santidad que fuese reflejo de la santidad plena. Ella que no conoció el pecado, está -misteriosamente- en el centro de esta enemistad entre el demonio y la estirpe humana redimida por Jesucristo, la estirpe de los hijos de Dios, ayudándonos a todos a llegar a Dios. Ella aparece en medio de esta singular batalla como la aurora que anuncia la victoria definitiva de la luz sobre la obscuridad (Mensaje de Fátima). Ella va al frente de ese grande peregrinar de la Iglesia hacia la casa del Padre. En medio de las tempestades que por todas partes nos apremian, ella no abandona a los hombres que peregrinan en el claro oscuro de la fe (oración del Salve). Ella es signo de segura esperanza y ardiente caridad.
Me parece importante señalar que la preservación del pecado en María es obra sólo de la gracia, pues no había en María mérito alguno: la santidad concedida a María es solamente el fruto de la obra redentora de Cristo.
El pecado original y la lucha ascética -una unión más perfecta con Dios-. Sabemos que el pecado original, aunque es cancelado por el bautismo, normalmente deja en el interior del hombre un desorden que tiene que ser superado, deja una propensión hacia el pecado, que tiene que ser vencida con la gracia y con el esfuerzo humano (Cf. Conc. Trid. Decretum De iustificatione cap. 10). El hombre se da cuenta de que, en su interior, por ser creatura herida por el pecado, se combaten dos fuerzas antagónicas: el bien y el mal. No todo aquello que nace espontáneamente en el interior del hombre, es bueno por sí mismo. Se requiere un sano y serio discernimiento de los propios pensamientos e intenciones para elegir, a la luz de Dios y de su palabra, aquello que es bueno y santo. Aquello que es verdadero no siempre lo hacemos, pues es mandato de Dios ‘hacer la verdad en el amor’. En consecuencia, la vida humana y cristiana se revela como una "lucha" contra el mal (Cf. Gaudium et spes 13,15). Una lucha en la que Dios está de parte del hombre y en la que el hombre debe elegir libremente la voluntad de Dios. El cristiano, pues, tiene la misión de entablar este combate contra el pecado en sí mismo, pero al mismo tiempo debe combatir para que los demás no caigan en el pecado. Debe luchar (hacer sacrificios espirituales agradables al Padre) para que la buena noticia de la salvación en Jesucristo llegue a todos los hombres. El cristiano, así, se encuentra con María y le implora ayuda para vivir fielmente y en gracia el lugar que le corresponde en la historia de la salvación. Con nuestra vida y con nuestra muerte debemos dar testimonio de que la salvación está presente en Cristo Jesús, Camino, Verdad y Vida, y que el amor de Dios es más fuerte que todo pecado.
Sugerencias...
El cultivo de la vida de gracia. Al contemplar a María Inmaculada apreciamos la belleza sin par de la creatura sin pecado: "Toda hermosa eres María". La Gracia concedida a María inaugura todo el régimen de Gracia que animará a la humanidad hasta el fin de los tiempos. Al contemplar a María experimentamos al mismo tiempo la invitación de Dios para que, aunque heridos por el pecado original, vivamos en gracia, luchemos contra el pecado, contra el demonio y sus acechanzas. Los hombres tenemos necesidad de Dios, tenemos necesidad de vivir en gracia de Dios para ser realmente felices, para poder realizarnos como personas y ser verdaderamente humanos y solo se alcanza si somos cristianos (Papa Francisco). Y la gracia la tenemos en Cristo. En el misterio de la Redención el hombre es "confirmado" y en cierto modo es nuevamente creado. ¡Somos creados de nuevo! ... El hombre que quiere comprenderse hasta el fondo a sí mismo -no solamente según criterios y medidas del propio ser inmediatos, parciales, a veces superficiales e incluso aparentes- debe, con su inquietud, incertidumbre e incluso con su debilidad y pecaminosidad, con su vida y con su muerte, acercarse a Cristo (san Juan Pablo II; Redemptor Hominis 10). Para vivir en gracia es necesario: orar y vigilar. La oración nos da la fuerza que viene de Dios. La vigilancia rechaza los ataques del enemigo. Vigilemos atentamente para rechazar las tentaciones que nos ofrece el mundo: el placer desordenado, el poder y la negación del servicio, la avaricia, el desenfreno sexual, las pasiones… Por el contrario, formemos una conciencia que busque, en todo, amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo en Dios.
Nuestra participación en la obra de la redención. La peregrinación que nos corresponde vivir al inicio de este Año Litúrgico tiene mucho de peregrinación ascendente y de combate apostólico y de conquistas para la casa de Dios que es la Iglesia y el Mundo. Aquella enemistad anunciada en el protoevangelio sigue siendo hoy en día una dramática realidad, se trata de una especie de combate del espíritu, pues las fuerzas del mal se oponen al avance del Reino de Dios. Vemos que, por desgracia, sigue habiendo guerras, muertes, crímenes, olvido de los más pobres, débiles y sufrientes. Más aún, advertimos amenazas, en otro tiempo desconocidas, para el género humano: la manipulación genética, la corrupción del lenguaje, la amenaza de una destrucción total, el eclipse de la razón ante temas fundamentales como son la familia, la defensa de la vida desde su concepción hasta su término natural, el relativismo y el nihilismo que conducen a la pérdida total de los valores (beato Papa Pablo VI). Nuestro peregrinar cristiano por esta tierra, más que el paseo del curioso transeúnte tiene rasgos del hombre que conquista terreno para su ‘bandera’ (cfr.: Santo Cura Brochero). Nuestro peregrinar es un amor que no puede estar sin obrar por amor de Jesucristo, el Jefe supremo (San Ignacio de Loyola). Es anticipar la llegada del Reino de Dios por la caridad. Es avanzar dejando a las espaldas surcos regados de semilla. No nos cansemos de sembrar el bien en el puesto que la providencia nos ha asignado, no desertemos de nuestro puesto, que las futuras generaciones tienen necesidad de la semilla que hoy esparcimos por los campos de la Iglesia. Santa Teresa de Jesús que experimentó también la llamada de Dios para tomar parte en el singular combate del bien contra el mal, nos dejó en una de sus poesías una valiosa indicación de cómo el amor, cuando es verdadero, no puede estar sin actuar, sin entregarse, sin luchar por el ser querido.
María Inmaculada, ruega por nosotros y por el mundo entero.

HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

  VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024) Primera : Isaías 52,13 – 53,12;  Salmo : Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25;  Segunda :...