martes, 8 de mayo de 2018

HOMILÍA Solemnidad de la ASCENSIÓN DEL SEÑOR cB (13 de mayo 2018) Primera: Hechos 1, 1-11; Salmo: Sal 46, 2-3. 6-9; Segunda: Efesios 1, 17-23; Evangelio: Marcos 16, 15-20

Solemnidad de la ASCENSIÓN DEL SEÑOR cB (13 de mayo 2018)
PrimeraHechos 1, 1-11; Salmo: Sal 46, 2-3. 6-9; Segunda: Efesios 1, 17-23; Evangelio: Marcos 16, 15-20
Nexo entre las LECTURAS
La segunda Lectura, y toda la Liturgia (conjunto de textos) de la fiesta, son un esclarecimiento magnífico del contenido pascual del misterio de la ASCENSIÓN. Se trata de la exaltación de Jesús a la derecha del Padre, que confesamos en el Símbolo apostólico. Y, por tanto, de este aspecto del misterio pascual que completa, con la entrega del Espíritu Santo, el tránsito por la muerte hacia la Vida nueva, celebrado especialmente en el triduo pascual. En realidad, las celebraciones de este tiempo sirven más para acentuar los diferentes aspectos del misterio y no para marcar un ritmo cronológico.
La ascensión de Jesús señala, en la narración de Lucas (primera Lectura), la tensión en la que entra la comunidad de los discípulos desde aquel momento, una vez terminadas las apariciones del Resucitado: una tensión entre la ausencia del Señor y, al mismo tiempo, su presencia. San Lucas une íntimamente la ausencia física del Resucitado con el Don del Espíritu Santo.
Temas...
La Ascensión para Jesús. El Verbo de Dios se hizo carne en Jesús de Nazaret (Jn 1,14). Ahora, tras la resurrección y un período de apariciones a los discípulos para confirmarlos en la fe, "el Señor Jesús fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios" (evangelio). Su misión como revelador del Padre, como Maestro de la humanidad, como Redentor de todos los hombres, está como acabada no terminada. Dicho con nuestras palabras, que son pobres para contar el misterio: está como acabada en Él, que es nuestra Cabeza, pero no terminada en nosotros, que somos el Cuerpo Místico. La Ascensión es, según nuestro modo imperfecto de expresarnos, el punto de llegada de la misión de Jesús y el punto de partida de la misión del Espíritu Santo a la comunidad de los creyentes en Cristo.
Con la Ascensión, Jesús ingresa como Señor ‘a la derecha Padre’ y comienza a reinar glorioso con justicia y amor, con misericordia y perdón, con verdad y santidad (último Domingo del T Ordinario). Reina sobre los acontecimientos de la historia y sobre la vida de los hombres, de un modo que nosotros en gran parte ignoramos y a veces nos desconcierta. Subiendo a los cielos llevó consigo como cautivos a los hombres que aceptan su reinado en el corazón y en la existencia diaria (segunda lectura), abriendo así a la humanidad las puertas de la casa del Padre, es decir, la vida y la felicidad de Dios (cf CIC 661). (cfr. Beato Pablo VI)
La Ascensión para los Apóstoles. Hasta ahora (antes de la Ascensión) los apóstoles han recibido al Señor Jesús, su persona y su mensaje. Con la Ascensión y con Pentecostés inicia para ellos una etapa nueva: la transmisión de lo que han recibido de su Maestro y Señor. Van a ejercer su actividad ‘apostólica’ mediante el anuncio y la predicación de la Buena Nueva, y de modo muy especial mediante el testimonio del Evangelio incluso hasta el martirio. Es necesario anunciar el Evangelio y testimoniarlo "hasta que Cristo vuelva". Para esa misión los ha preparado el Maestro, el Mesías, el Señor. Para esa misión estarán acompañados por el Espíritu de Jesús, que recibirán dentro de no muchos días (primera lectura). Esa misión está marcada por la esperanza, sin que se pueda tener certeza del tiempo y del momento fijados por el Padre para el establecimiento definitivo del Reino mediante la segunda venida de Cristo. Ponemos el acento en la esperanza en su venida.
La Ascensión para nosotros. Al igual que los Apóstoles, nosotros hemos de ser los hombres de la esperanza, a la cual la Ascensión de Jesucristo nos estimula. Esperamos ante todo la venida gloriosa de Nuestro Señor Jesucristo (Liturgia). Y esperamos con serenidad un futuro mejor y más cristiano, más impregnado por el evangelio de Jesucristo, más dócil al designio de Dios sobre la historia y a su acción misteriosa. La Ascensión suscita en nosotros el esfuerzo ascético para disponernos a la acción salvadora de Dios. Despierta igualmente el interés y el trabajo por la unidad de todos los cristianos y de todos los hombres, esa unidad posible, real, pero imperfecta, que logrará su cumplimiento en el cielo en la unión entre los hombres y con Dios. Así lo expresan el Documento de Aparecida y el Papa en Evangelii Gaudium.
Sugerencias...
Gastarse por el Reino. La constitución dogmática sobre la Iglesia, del Concilio Vaticano II, presenta a ésta bajo la figura del Reino: "La Iglesia es el Reino de Cristo presente ya en misterio" (LG 3). Gastarse por el Reino significa gastarse por la Iglesia según la condición, las posibilidades y la entrega de cada uno. Este gastarse por el Reino se puede realizar en cualquier circunstancia de la vida diaria, porque lo que más cuenta es la actitud interior y la ofrenda de la vida al Reino de Dios. Sin embargo, gastarse por el Reino adquiere una connotación particular: trabajar en la Iglesia, por la Iglesia y al servicio de la misión histórico-salvífica de la Iglesia. Si un joven o un adulto pasan unas cuantas horas de la semana ante la televisión o en diversiones ociosas, ¿por qué no dedicar ‘al menos’ el mismo número de horas a trabajar por el Reino de Cristo entre los hombres? (cfr.: Santa Teresa de Calcuta). Si hay tantos que buscan divertirse de manera desordenada, ¿no será posible que esos mismos se pongan a hacer el bien (acción social, visita a enfermos en los hospitales, voluntariado católico, acompañamiento de ancianos, etc.) en esos mismos horarios -alejándose del vicio y practicando heroicamente las virtudes-? Si todos los cristianos colaboramos, seguramente que el Reino de Cristo crecerá entre los hombres más allá de nuestras propias expectativas (cfr.: mensaje de la Virgen en Fátima como nos lo cuenta Lucía).
A la medida del don de Cristo. Todos estamos llamados a colaborar en la labor de la Iglesia, pero cada uno según el don recibido. Quien ha recibido el carisma de la autoridad, colaborará ejerciendo con amor, verdad y misericordia, y con firmeza al mismo tiempo la autoridad. Quien ha recibido el don de la enseñanza, que colabore en la edificación y difusión del Reino con su enseñanza recta, completa, expuesta de modo adecuado y convincente. Aquéllos a quienes se les ha dado el carisma de dar-comunicar la vida (padres de familia, ministros de los sacramentos, directores espirituales), pongan con generosidad todas sus cualidades al servicio de la vida, sea ésta la vida física, la sacramental o la vida espiritual. Los que han sido elegidos para ser misioneros (obispos, sacerdotes, religiosos-religiosas y laicos), que construyan el Reino de Cristo allí donde todavía no existe de manera explícita, o donde apenas está en los cimientos, o donde una vez fue construcción acabada y bella y hoy se halla en ruinas. Todos, sin excepción, trabajemos y que cada uno lo haga en la medida del don de Cristo. ¿Estaremos disponibles para esta gran tarea que Cristo nos encomienda al inicio del tercer milenio? ¿gustamos de ser santos, como nos quiere Dios? eh! (Gaudete et exsultate)
María, Madre de gracia y estrella de la Evangelización, ruega por nosotros.

HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

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