lunes, 28 de diciembre de 2020

HOMILIA II Domingo de NAVIDAD (03 de enero 2021)

II Domingo de NAVIDAD (03 de enero 2021) Primera: Eclesiástico 24, 1-2. 8-12; Salmo: Sal 147, 12-15. 19-20; Segunda: Efesios 1, 3-6. 15-18; Evangelio: Juan 1, 1-18 Nexo entre las LECTURAS La Palabra encarnada, Jesucristo, es un don del Padre. En esta frase intentamos resumir el sentido de la liturgia de este segundo Domingo después de Navidad. El Padre nos ha bendecido con toda clase de bienes espirituales, entre los que sobresale el don mesiánico, por medio de Cristo (segunda lectura). En la historia de las bendiciones divinas, que corresponde con la historia del hombre, Dios se ha dado como don de Sabiduría, primeramente, al pueblo de Israel (primera lectura) y luego al pueblo de la nueva alianza, ya que Jesucristo es Sabiduría de Dios, el único que ha visto a Dios y que nos lo puede revelar (Evangelio). En esa misma larga historia, Dios se nos ha dado como Palabra eterna, que ha tomado carne mortal en Jesús de Nazaret (Evangelio). Temas... Don para Israel, don para el mundo. Nada hay más extraordinario el hecho que Dios haya querido ser don para el hombre. No se trata de darle cosas, objetos materiales. Eso ya sería grande, pero se queda chico ante la maravilla de Dios, dándose a Sí mismo. En la historia de las relaciones de Dios con el hombre, inicialmente, es un don que se encarna bajo la forma de sabiduría. Es una sabiduría divina, la que hallamos en la primera lectura. Preexistía cerca de Dios y ha salido de su boca, y a la vez ha puesto su tienda en Jerusalén y tiene su lugar de reposo en Israel. Es decir, en medio de la sabiduría humana, tan extraordinaria, de los pueblos circunvecinos, como Mesopotamia y Egipto, Israel goza de una sabiduría superior, por la que Dios le revela sus designios y proyectos y le manifiesta el sentido de las cosas y de la historia. Con el paso de los siglos, al llegar el momento culminante de toda la historia, se verifica un cambio singular: Dios no se da sólo como don espiritual (sabiduría), sino personal/físico (encarnación del Verbo, de la Palabra de Dios). Ningún signo de admiración es capaz de expresar este don excepcional. Que Dios rasgue el misterio de su trascendencia, entre en la historia y se nos dé en una creatura humana recién nacida, ¿quién lo podrá comprender? (Evangelio). No bastará la eternidad para sorprendernos ante este gran misterio. No es una "necesidad" de Dios; no se siente obligado por nadie; no le perfecciona en su divinidad. Sólo el amor lo manifiesta, el amor que es difusivo y generoso. Además, no sólo es un don personal, es también un don universal, mundial. "Luz para todas las naciones". Mientras exista la historia, Dios será un don para todos (tutti), sin distinción alguna. Los hombres podrán decir: "No lo quiero", "No lo necesito", pero jamás podrán pronunciar con sus labios: "Estoy excluido", "No es para mí". Jesucristo es el don del Padre para toda la humanidad. Un don en plenitud. Son hermosas las imágenes que utiliza el Eclesiástico para comunicarnos esa plenitud: la sabiduría, recurriendo a imágenes vegetales, dice de sí misma que es como un cedro del Líbano, como palmera de Engadí, como un rosal de Jericó o un frondoso terebinto. También echa mano de imágenes aromáticas para describir, con distintos lenguajes, la misma plenitud: el aroma del laurel indiano (cinamomo), el perfume del bálsamo o de la mirra, el olor penetrante del gálbano, ónice y la estacte; sobre todo, el incienso que humea en el templo, y en cuya composición entran todos los aromas aquí mencionados. La belleza y elegancia de los árboles, la frescura y colorido del rosal, la intensidad de los perfumes, se aúnan para subrayar la plenitud del don divino de la sabiduría. El Evangelio es más sobrio en imágenes, pero más rico en significado. Habla de la "gloria del Hijo único del Padre, LLENO de gracia y de verdad" y, poco después, "de su PLENITUD todos hemos recibido gracia sobre gracia". Y el himno de la carta a los efesios, ¿no se refiere a la plenitud del hombre cuando dice que "Dios nos ha destinado a ser adoptados como hijos suyos por medio de Jesucristo? La grandeza y plenitud del don nos remiten a la grandeza y plenitud del Donante. ¡Nobleza obliga a agradecer! Sugerencias... Un don venido de lejos. No son los astros distantes los que, después de muchos años o siglos, nos regalan sus rayos de luz; no es la tierra la que, en rincones tan diversos y lejanos, ofrece al hombre la prodigalidad de sus minerales o de sus frutos vegetales; no es el hombre quien nos dona su creatividad, su trabajo, su genio. Todas estas realidades pertenecen al mundo creado. El Don nos viene del mundo y de la distancia increados, del más allá de toda creatura, del Dios trascendente. Jesucristo, el Don de Dios, viene de la eternidad, pero se introduce en el corazón de los acontecimientos y del ser humano hasta el punto de ser uno más entre los hombres. Aquí radica nuestra perplejidad. Lo vemos tan igual a nosotros, que se nos puede ocurrir pensar que no viene desde la intimidad Divina. En brazos de su Madre nada hay que lo muestre divino. Y desgraciadamente en no pocas ocasiones los hombres, del hecho de no aparecer como Dios, concluimos que ni puede serlo ni lo es. Diremos que es un gran personaje de la historia, que su personalidad es enormemente seductora, que su moral es de una altura y nobleza grandiosas, cuya capacidad de arrastre es imponente, que es una paradoja viviente al ser el más amado y el más odiado de los nacidos de mujer... Pero en nuestro razonamiento no podemos llegar a la afirmación fundamental: "Es un Don de Dios, venido del mismo seno de Dios". Al venir al mundo y hacerse hombre, ha venido a quedarse con nosotros; a la vez, estando con nosotros, pero proviniendo del mundo de Dios, ha venido a llevarnos con Él al mundo lejano del cual ha salido, el mundo desconocido, pero que es nuestra patria verdadera y definitiva. ¿Aceptamos con fe y con amor este Don cercano, como lo es un niño, pero trascendente, como el mismo Dios? Testigos del don divino. Juan, el Bautista, es llamado en el Evangelio "testigo de la luz, a fin de que todos crean por él". Testigo Juan, de esa luz, de esa sabiduría divina que es Jesucristo. Siguiendo al Bautista, todos en cierta manera estamos llamados a ser testigos del don divino, Jesucristo. El mundo creerá si aumentan los testigos, con hechos y palabras, de Cristo. Y si la fe disminuye en nuestra, provincia, municipio, país, ¿no será porque han disminuido los testigos? Los maestros pueden aclarar la verdad del Don divino, pero los testigos viven la verdad, y viviéndola la acreditan y garantizan. Cristo, Don de Dios para el hombre, necesita de testigos. Niños, testigos de Cristo para los niños y para los mayores; jóvenes, testigos de Cristo para los jóvenes y los no tan jóvenes; adultos, testigos de Cristo para los adultos, y para los niños y jóvenes. Testigos convencidos y audaces, al estilo de los santos, recordemos a san Pablo VI, san Juan Pablo y san Juan XXIII. Cristo necesita padres de familia que no tengan miedo de entregar la antorcha de su testimonio cristiano a sus hijos; educadores que sean testigos de Cristo para sus alumnos; párrocos que testimonien con su vida santa el Don de Cristo a todos sus feligreses. ¿Soy un auténtico testigo de Jesucristo? ¿Qué hago ya y qué más puedo hacer para que mi testimonio sea creíble y Dios lo haga eficaz?

HOMILIA Solemnidad de la Bienaventurada VIRGEN MARÍA, MADRE DE DIOS. (01.01.2021)

Primera: Números 6, 22-27; Salmo: Sal 66, 2-3. 5-6. 8; Segunda: Gálatas 4,4-7; Evangelio: Lc 2, 16-21 Nexo entre las LECTURAS La "MUJER" es el centro de atención de la Liturgia, particularmente la mujer como madre. Y esa mujer y esa madre es María. La bendición litúrgica de la primera lectura parece que fue escrita dirigida a María-Madre: “El Señor te bendiga y te guarde; el Señor haga brillar su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor te muestre su rostro y te de la paz”. Y también podemos decir que esa bendición es para el año 2021, en la realidad de sus horas, días, semanas y meses: ‘que el Señor te bendiga... año del Señor 2021’. Tengamos presente el mensaje del Papa con ocasión de la 54 Jornada mundial de la paz. Estas son sus palabras que nos iluminan: «Es doloroso constatar que, lamentablemente, junto a numerosos testimonios de caridad y solidaridad, están cobrando un nuevo impulso diversas formas de nacionalismo, racismo, xenofobia e incluso guerras y conflictos que siembran muerte y destrucción. Estos y otros eventos, que han marcado el camino de la humanidad en el último año, nos enseñan la importancia de hacernos cargo los unos de los otros y también de la creación, para edificar una sociedad basada en relaciones de fraternidad. Por eso he elegido como tema de este mensaje: La cultura del cuidado como camino de paz. Cultura del cuidado para erradicar la cultura de la indiferencia, del rechazo y de la confrontación, que suele prevalecer hoy en día» (…) La cultura del cuidado, como compromiso común, solidario y participativo para proteger y promover la dignidad y el bien de todos, como una disposición al cuidado, a la atención, a la compasión, a la reconciliación y a la recuperación, al respeto y a la aceptación mutuos, es un camino privilegiado para construir la paz. «En muchos lugares del mundo hacen falta caminos de paz que lleven a cicatrizar las heridas, se necesitan artesanos de paz dispuestos a generar procesos de sanación y de reencuentro con ingenio y audacia». Temas... Una bendición. La primera lectura de hoy nos trae una bendición, pero sobre todo nos enseña a bendecir. No es un acto trivial ni una simple costumbre social; es nuestro modo de acoger en cada aspecto de la vida al Dios de la alianza. Nuestras bendiciones mutuas son prenda de la bendición del Señor. Podemos compendiar los buenos deseos de esta hermosa bendición del libro de los Números en tres aspectos, que son también los mejores deseos para el año que empieza: protección, amistad con Dios y paz. Defendidos del mal y fortalecidos en el bien: este es el rostro de la raza bendecida. La bendición bíblica, que han popularizado especialmente los frailes franciscanos, no habla directamente de la amistad con Dios, sino del resplandor de su rostro, la cercanía de su favor y benevolencia. Una vida bendecida va acompañada del brillo del rostro de Dios y de una cálida proximidad a su amor y su bondad. Corresponde, pues, a lo que solemos llamar "permanecer en la gracia de Dios". El gran anhelo al bendecir es en realidad la vida de la gracia. Nacido de mujer. La segunda lectura abre un tema distinto, relacionado con la solemnidad litúrgica de este día. Jesús el hijo de María; María es la madre de Jesús. La humildad del "nacido de mujer" se convierte en exaltación de la "madre de Dios". Jesús es el nacido en la "plenitud de los tiempos". El tiempo de Jesús es el tiempo cumplido, o mejor: Jesús es el que da su cumplimiento, su plenitud al tiempo; no hay tiempos plenos sin Jesús; sin Él, la vida queda sin plenitud; queda vacía. Nació de mujer; nació bajo la ley. Las dos cosas van paralelas, en la mente del apóstol Pablo. Y es lógico: nacer de mujer es entrar a participar de las leyes y condiciones fundamentales de la vida humana. Nacido de mujer significa: sometido a las leyes de nuestra existencia. En el otro sentido también hay una semejanza. Nacer "bajo la ley" es también "al amparo, en el seno de la ley". A su modo la ley era una madre, y alguna vida quería propagar, o por lo menos, no dejar perder. El paralelo continúa. El que nació de mujer trasciende esa condición a favor nuestro, pues nos hace hijos de Dios (Francisco, Nochebuena 2020). El que nació bajo la ley trasciende esa condición liberándonos del dominio de la ley de Moisés, al concedernos "el Espíritu de su hijo". Así pues, la condición humillada de Jesús, por la que se hace "nuestro", es el punto de partida de un movimiento trascendente que nos hace "suyos". En el corazón de esa maravillosa transformación cósmica está María. El Nombre de Jesús. El evangelio de hoy nos ofrece el tercer tema: el Nombre de Jesús. Antiguamente la Iglesia celebraba el 1° de enero la fiesta de la Circuncisión del Señor. El tema como tal queda hoy en un segundo o tercer plano, pero no deberíamos dejarlo oculto: por su circuncisión Jesús pertenece a la alianza que Dios selló con Abraham, y así como interesa ver que en Cristo se cumple lo prometido a David, así también interesa ver que la alianza con Abraham alcanza su plenitud en la plenitud de Cristo. En otro sentido, este es un día precioso para meditar en el significado del nombre de nuestro Salvador. Este es el nombre que fue revelado a José (Mt 1,21) y a María (Lc 1,31). Quiere decir: "Yahvé salva". ¡El hijo de María lleva la salvación ya en su nombre! Tanto es de valioso este NOMBRE que tiene Memoria Libre propia el 3 de enero. Invocar a menudo el nombre de Jesús es un modo místico de acercarnos al Nombre sobre todo nombre. No son las letras, no es magia; es la gloria de Dios hecha próxima, es la bondad de Dios entre nosotros, es verdaderamente el Dios-con-nosotros. Con el nombre de Jesús sucede como con la Hostia Consagrada, puede ser tan grande o tan pequeña como nuestra fe o como nuestro amor. "Jesús" puede ser el título de un recuerdo o el nombre que nos revela la más preciosa historia de gracia y de amor de todos los tiempos. Sugerencias... La bendición para el año. La solemne fórmula de bendición del Antiguo Testamento abre en la primera lectura la liturgia del nuevo año civil 2021. La fórmula es prescrita por el propio Dios a Moisés y contiene la doble plegaria del que bendice: que Dios se digne volver su rostro y hacer brillar su resplandor sobre nosotros para concedernos así la gracia y la salvación. La mirada de Dios sobre nosotros es (según Pablo) mucho más saludable que nuestra mirada sobre él («al que ama, Dios lo reconoce», 1Cor 8,3). «Ver al que ve» es según Agustín la bienaventuranza suprema (Videntem videre). Pero nosotros somos mirados al mismo tiempo por la Madre de Dios con un amor infinito, como hijos suyos, y somos bendecidos por ella. Según el Nuevo Testamento esta bendición es inseparable de la de su Hijo y de la de todo el Dios trinitario, con lo que su maternidad queda profundamente entroncada y enraizada en la fecundidad divina. Ella nos bendice al mismo tiempo como la Madre personal de Jesús y como el corazón de la Iglesia «inmaculada» (Ef 5,27), que es la Esposa de Cristo (Apocalipsis). María conservaba todo en su corazón. Estas sencillas palabras del evangelio, repetidas dos veces (Lc 2,19.51), muestran que la Bienaventurada Virgen es la fuente inagotable de la memoria y de la interpretación para toda la Iglesia. Ella conoce hasta en lo más profundo todos los acontecimientos y fiestas que nosotros celebramos a lo largo del Año Litúrgico. Este es también el sentido del rosario: los misterios de Cristo deben contemplarse y venerarse con los ojos y el corazón de María para poder entenderlos en toda su amplitud y profundidad, en la medida que esto nos es posible. La veneración y la festividad del corazón de María no tienen nada de sentimental, sino que conducen a esa fuente inagotable de comprensión de todos los misterios salvíficos de Dios, que afectan a todo el mundo y a cada uno de nosotros en particular. Poner el año bajo la protección de su maternidad significa implorar de ella, como hermanos y hermanas de Jesús que somos, y por tanto como hijos de María, una comprensión continua para un constante seguimiento de Jesús. Como la Iglesia, de la que ella es la célula primigenia, María nos bendice no en su propio nombre, sino en el nombre de su Hijo, que a su vez nos bendice en el nombre del Padre y del Espíritu Santo. La segunda lectura concede una gran importancia al Espíritu Santo. En ella se habla de María como de la mujer por la que nació el Hijo, quien con su pasión consiguió para nosotros la filiación divina. Pero como somos hijos de Dios, «Dios envió a nuestros corazones al Espíritu de su Hijo, que clama: ¡Abba! Padre». No seríamos hijos del Padre, si no tuviéramos el Espíritu y las impresiones del Hijo; y este Espíritu nos hace gritar al Padre con agradecimiento e incluso con entusiasmo: «Sí, Tú eres realmente nuestro Padre». Pero no olvidemos que este Espíritu fue enviado por primera vez a la Madre, como el Espíritu que le trajo al Hijo, y de que de este modo es, como «Espíritu del Hijo», también el Espíritu del Padre. No olvidemos tampoco que el júbilo por ello, ese júbilo que nunca cesa a lo largo de la historia de la Iglesia, resuena en el Magnificat de la Madre. Es una oración de alabanza que surge enteramente del «Espíritu del Hijo» y se eleva hacia el Padre; una oración personal y a la vez eclesial que engloba toda acción de gracias desde Abrahán hasta nuestros días; es la mejor forma de comenzar el año nuevo 2021. Parte del mensaje del santo padre Francisco. 5. La cultura del cuidado en la vida de los seguidores de Jesús: Las obras de misericordia espirituales y corporales constituyen el núcleo del servicio de caridad de la Iglesia primitiva. Los cristianos de la primera generación compartían lo que tenían para que nadie entre ellos pasara necesidad (cf. Hch 4,34-35) y se esforzaban por hacer de la comunidad un hogar acogedor, abierto a todas las situaciones humanas, listo para hacerse cargo de los más frágiles. Así, se hizo costumbre realizar ofrendas voluntarias para dar de comer a los pobres, enterrar a los muertos y sustentar a los huérfanos, a los ancianos y a las víctimas de desastres, como los náufragos. Y cuando, en períodos posteriores, la generosidad de los cristianos perdió un poco de dinamismo, algunos Padres de la Iglesia insistieron en que la propiedad es querida por Dios para el bien común. Ambrosio sostenía que «la naturaleza ha vertido todas las cosas para el bien común. [...] Por lo tanto, la naturaleza ha producido un derecho común para todos, pero la codicia lo ha convertido en un derecho para unos pocos». Habiendo superado las persecuciones de los primeros siglos, la Iglesia aprovechó la libertad para inspirar a la sociedad y su cultura. «Las necesidades de la época exigían nuevos compromisos al servicio de la caridad cristiana. Las crónicas de la historia reportan innumerables ejemplos de obras de misericordia. De esos esfuerzos concertados han surgido numerosas instituciones para el alivio de todas las necesidades humanas: hospitales, hospicios para los pobres, orfanatos, hogares para niños, refugios para peregrinos, entre otras». Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros.

miércoles, 23 de diciembre de 2020

HOMILIA Misa de La SAGRADA FAMILIA. Fiesta. cB (27 de diciembre 2020)

Primera: Génesis 15, 1-6; 17, 5; 21, 1-3; Salmo: Sal 104, 1b-6. 8-9; Segunda: Hebreos 11, 8. 11-12. 17-19; Evangelio: Lucas 2, 22-40 Nexo entre las LECTURAS Podemos rezar, como tema central de este Domingo, la fe y la familia. La primera lectura trata de la fe de Abraham, una fe inquebrantable, probada. Esta misma fe es objeto de la segunda lectura en la que el autor de la carta a los Hebreos nos hace una verdadera ponderación de los grandes hombres de fe en la historia de la salvación. Finalmente, el evangelio resalta la fe de la bienaventurada Virgen María, al escuchar las palabras que Simeón dirige a su niño: ‘gloria de Israel y luz de las naciones’, y a ella: “una espada te atravesará el corazón”. Temas... Una Familia Sagrada. A veces un sencillo cambio en el orden de las palabras nos ilumina un aspecto de las cosas que no habíamos visto. Hoy celebramos a una familia "sagrada", y, desde luego, lo primero que preguntamos es: "¿que no eran sagradas todas las familias?", a lo cual Dios nos respondería prontamente: "¡Por supuesto! Tal es mi designio, tal es mi deseo, tal es mi plan para el mundo". La familia es sagrada porque viene de Dios. Es anterior al Estado y a sus leyes, y por supuesto, va primero que los acuerdos entre los mismos Estados o las conveniencias de las empresas o asociaciones humanas. De Dios viene toda paternidad, nos enseña Pablo (Ef. 3,15). Dar origen a la vida humana es asemejarse a Dios, y por ello es preciso que la paz, la bondad y la sabiduría de Dios abunden allí donde ya se hizo presente su magnífico poder. Honra a tu Padre y a tu Madre. Este mandamiento realmente despierta muchas preguntas. ¿Cómo es posible honrar a un papá que ha sido irresponsable, o injusto, o cruel, o que simplemente ha desaparecido huyendo se sus responsabilidades mínimas? Para responder necesitamos algunos criterios bíblicos. Ante todo, la Escritura jamás nos invita o permite que sea honrado lo que ofende a Dios. Honrar al papá y a la mamá no es celebrar lo que él es simplemente porque él lo es. Este mandamiento, como todos, por lo demás, requiere de nosotros luz, y discernimiento. Así como la Iglesia ha sostenido que existe el principio de la "defensa propia" que da un matiz particular al mandamiento de no matar, así también en la honra al padre y a la madre se entiende el deber previo de descubrir qué hay en ellos que sea digno de honra. Esto no disminuye nuestro deber, sino que lo purifica, porque puesto como un enunciado general nos está indicando que siempre hay algo honorable, algo que pide reverencia y gratitud en aquellos que nos han dado algo que no podemos retornarles de ningún modo. Así que, aunque en varias ‘cosas’ fallaren (malograran su misión), es claro que en el misterio de ser instrumentos de la vida hay siempre un misterio de donación en que Dios se ha hecho presente, y por tanto requiere nuestra gratitud y honra. La Familia en la segunda lectura. San Pablo nos ayuda a situar la vida de familia en el conjunto del mensaje cristiano. Lo primero es que cada miembro de la familia se reconozca como "elegido" por Dios, sumergido en la gracia, bañado por el perdón, fortalecido en la paz, iluminado por la Palabra, lleno de motivos de gratitud y gozo. Sin esta base, la familia será pacto de intereses no santuario del amor divino. Otro modo de decir esto es: en la medida en que reconocemos que la gracia nos hermana en Dios y nos hace familia de Dios, llegamos a ser familia humana. No pensemos entonces que la sola intensidad de los sentimientos, así se trate de sentimientos muy poderosos de pareja o de paternidad, basta: todo lo humano necesita ser sanado, y todo lo que ha de ser sanado ha de serlo en Cristo Jesús. Sobre esta base se comprende que en la familia hay un misterio de complementariedad que es propio de la vida cristiana. Los deberes y derechos, aunque Pablo no utiliza esa terminología en su Carta, tienen un doble referente. En primer lugar, hacia adentro, lo que cada uno tiene de propio y característico, esto es: la mujer es mujer, y el hombre es hombre; el papá es papá, y el hijo es hijo. No son "seres humanos" abstractos, idealmente igualados por un concepto racional ni ideológico, sino historias particulares que Dios conoce bien y desde dentro. Lo que les hermana no es una naturaleza abstracta expresada en derechos ante una ley positiva, sino la condición de creaturas amadas, pecadoras y redimidas. El segundo referente en el pensamiento de Pablo es un destino común que sobrepasa lo que cada uno puede lograr por su lado. El gran criterio no es la felicidad de un hombre rodeado de despotismo y egoísmo; no es tampoco la complacencia de una mujer que ha logrado su realización como esposa y como madre, como mujer, y así se siente bien consigo misma. El criterio que, en últimas, da dirección a todo se condensa en expresiones como "eso lo quiere el Señor"; "eso es agradable al Señor." ¿Qué es la familia, según este profundo planteamiento del apóstol? Es la expresión del amor cristiano sanando, bendiciendo y fecundando los orígenes mismos de la vida humana. La infancia de Cristo. El evangelio nos invita a asomarnos, aunque como de lejos, a la vida de Nazareth. ¿Qué pasó con Jesús durante esos años? La curiosidad o también un sentimiento intenso de devoción nos llevan a preguntarlo. Y las respuestas no han faltado. Ya desde antiguo circularon manuscritos que contaban cosas llenas de ternura o de espectacularidad, y que pretendían dar detalles sobre la vida oculta del Hijo de Dios. Muchos hemos oído historias como la del niño Jesús haciendo pájaros de barro y convirtiéndolos luego en pájaros de verdad. La Iglesia Católica no ha sido muy entusiasta de esa clase de relatos, ni siquiera cuando parecen llenos de respeto y de piedad. En ellos suele destacarse un lenguaje que va negando más y más la humanidad de Cristo y que depende más de nuestra fantasía o de aquellos poderes que a nosotros nos hubiera gustado tener. Lo que nos salva, sin embargo, no es nuestra fantasía, ni la belleza que le queramos poner a Cristo. Más bien: fue su anonimato, su anonadarse, lo que mayor bien nos hizo, y así lo predica san Lucas, y así lo ha enseñado la gran tradición de la Iglesia. Sugerencias... La fe de Abrahán. Es muy significativo que toda la liturgia de esta fiesta esté bajo el signo de la fe. La familia, que se funda tanto en la Antigua como en la Nueva Alianza, es en las dos lecturas una nueva obra de Dios; el cuerpo de Abrahán está ya viejo, Sara, su mujer, es estéril y Abrahán ha designado ya como heredero a un criado de casa, al hijo de su esclava. Pero Dios interviene e ilumina el destino: Abrahán y Sara se vuelven fecundos milagrosamente y el hijo de la promesa será un puro don de Dios. Este episodio constituye por así decirlo el distintivo de todos los matrimonios de Israel: su fecundidad, orientada hacia el Mesías, recibirá siempre algo de la gracia sobrenatural de Dios: el hijo es un don de Dios, en el fondo le pertenece y sirve para que sus planes se cumplan; a la familia no le está permitido cerrase en sí misma, sino que, al igual que Dios la ha abierto en el origen, así también debe permanecer abierta a los designios de Dios. El sacrificio de Abrahán. Esto llega hasta lo incomprensible, raya en lo intolerable humanamente hablando, con la prueba a que se somete a Abrahán, cuando Dios le exige que le sacrifique al hijo de la promesa, a cuya existencia el propio Dios había vinculado sus promesas (descendencia tan numerosa como «las estrellas del cielo»). Israel ha considerado siempre este episodio como uno de los más importantes de su historia. Dios entra en la familia que Él mismo ha fundado milagrosamente ¿y la destruye? Humanamente hablando, Dios se contradice claramente a sí mismo; pero como se trata de Dios, Abrahán obedece y se dispone a devolver a Dios lo más precioso para él, lo que el mismo Dios le ha dado. La segunda lectura hace también participar a Sara en este acontecimiento; la familia, que se debe a Dios, se convierte ahora no solamente en una familia abierta sino también en una familia martirial/oferente. La espada en el alma de María. El acontecimiento sobre el que se funda Israel encuentra su pleno cumplimiento en la Sagrada Familia, que en el evangelio de hoy aparece en el templo. A José, el último patriarca, Dios no le hace carnalmente fecundo, sino que debe -¡suprema plenitud de la fecundidad humana!- retirarse para dejar su sitio a la única fuerza generadora de Dios. El sacrificio personal que José ofrece, lo oculta en lo litúrgico, en lo aparentemente insignificante: en el par de palomas, el sacrificio de los pobres. ¡Bendito sea San José! Y gracias sean dadas al Papa Francisco que nos regala el año de San José para el 2021. La bienaventurada Virgen Madre también se ofrece en sacrificio de entrega total a Dios con el espeso velo de la ceremonia de purificación prevista por la ley. Se produce entonces la profecía que establecerá la forma interna de esta familia: por un lado la suprema significación del Niño ofrecido, donde ya se puede ver que esta familia se dilatará mucho más allá de sus dimensiones terrenales; por otro lado la espada que traspasará el alma de la Madre, que será así introducida en una realidad más grande, en el destino de su Hijo: no solamente dejará que el Hijo se marche, con lo que esto supondrá de sacrificio para ella, sino que será incluida en el sacrificio del Hijo cuando llegue el momento, con lo que la antigua familia carnal se consumará en una familia espiritual en la que María -traspasada por la espada- se convertirá de nuevo en Madre de muchos. Jesús, María y José, intercedan y rueguen por nosotros

lunes, 21 de diciembre de 2020

HOMILIA Misa de NAVIDAD (25 de diciembre 2020)

Misa de NAVIDAD (25 de diciembre 2020) Primera: Isaías 52, 7-10; Salmo: Sal 97, 1-6; Segunda: Hebreos 1,1-6; Evangelio: Juan 1, 1-18 Nexo entre las LECTURAS Las lecturas del día de Navidad se centran, todas ellas, en el misterio escondido en la eternidad de Dios. Temas... El Don de Dios. La liturgia de la misa de Navidad comienza entonando una letra de Isaías que dice: "Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado". Y estas palabras, que nos introducen en el gozo de la fiesta, sirven también sin duda para interpretar su misterio. La Navidad aparece así, de pronto, como un don de Dios, el mayor de todos porque nos da a su propio Hijo. En la oración colecta se dice que Jesús, el Hijo que nos ha sido dado, ha querido compartir con nosotros la condición humana, y, más adelante, en la oración después de la comunión, se afirma que "nos ha nacido el Salvador para comunicarnos la vida divina". Navidad: el Hijo de Dios toma nuestra vida para darnos la suya. El nacimiento de Jesús en Belén significa que Dios está de nuestra parte. Queremos decir que ya no es un Dios lejano y frente a nosotros para juzgarnos, sino el Dios-con-nosotros y en favor nuestro: el Emmanuel. En Jesucristo y por Jesucristo ha hecho suya la causa del hombre ha empeñado su palabra en la salvación del mundo. La Palabra de Dios. Todo cuanto los hombres podamos imaginar o decir acerca de Dios por nuestra cuenta no significa nada, no vale nada. Porque a Dios nadie lo ha visto nunca y es inaccesible a todas las especulaciones humanas, de manera que sólo podemos conocerlo si El nos habla y nos dice quién es y qué quiere ser para los hombres. A diferencia de la religión o la filosofía, que pretenden escalar el cielo y sorprender a Dios en su misterio, el evangelio es la buena noticia de que Dios ha querido bajar a la tierra para sorprendernos a todos con su palabra. Jesucristo es la Palabra de Dios hecha carne, la Palabra y la presencia de Dios en el mundo, la revelación de Dios. Ahora podemos conocerlo. Por medio de esta Palabra, que confunde a los sabios y llena de gozo a los humildes. Dios se comunica a los creyentes. Cuantos reciben esa Palabra reciben al mismo Dios y son hijos de Dios, entran así por la fe en el ámbito de una solidaridad y de una convivencia divina que es pura gracia y no depende en absoluto de los vínculos de la carne y de la sangre. Relaciones-Humanas: convivencia cristiana, convivencia humana: La comunión con Dios en Jesucristo nos advierte que debemos configurar nuestras relaciones humanas según el modelo de nuestras relaciones con Dios. Porque a veces parece que la vida consiste en comprar y vender, el hablar de esto y de aquello, y no alcanzamos a ver que la salsa de la vida, la gracia y la misma felicidad, es dar y recibir y hablarse con todos. De modo que lo que llevamos entre manos y entre lenguas no tiene sentido alguno si no es un pretexto para el amor y el encuentro de las personas. Si queremos humanizar la convivencia, habrá que descubrir de nuevo la importancia del don y la palabra. Y tendremos que aprender a ser generosos para dar y recibir por encima de la justicia; sí, también a recibir por encima de la justicia. Porque esto es un modo de ser generosos con uno mismo y con el que nos da lo que no podemos merecer. Superemos los esquemas y las reglas del mercado y de la propaganda. Hagamos de la palabra algo más que un código para almacenar y expender información útil, hagamos de ella comunión y encuentro personal. Dejémonos sorprender a los otros con nuestro amor en la vida cotidiana. Porque todo esto es Navidad: si Dios nos ha dado a su Hijo y nos ha dirigido la Palabra, si se ha acercado a todos nosotros y nos ha sorprendido con su amor, también nosotros debemos acercarnos los unos a los otros no para traficar, sino para convivir fraternalmente. Resumiendo. Navidad es el amor de Dios que se avecina a los hombres con su Don y su Palabra, con el regalo de su Hijo. Por eso debemos acercarnos los unos a los otros y convertir las relaciones de estilo ‘mercantil’ y de ‘simple justicia’ en relaciones personales y de amor fraterno. Sugerencias... La fiesta de Navidad es tan rica en luces, en sentimientos, en ideas, en motivos de reflexión y estudio, que es preciso detenernos un momento, dado nuestro interés por recibir los tesoros que la Iglesia, la liturgia, la evocación de los misterios del Señor, ofrecen a nuestras almas. Ordinariamente consideramos la Navidad en su aspecto humano. La narración evangélica es suficiente para suscitar en nosotros una fascinación literaria; es tan bella, encantadora y persuasiva. Se puede reconstruir el prodigioso acontecimiento con todo su atractivo humano, su poesía, sus cantos, sus cuadros sencillos y maravillosos, tan verdaderos, tan elocuentes, que nuestra devoción ha hecho del Pesebre, reconstruyendo la Navidad en nuestras casas y familias, con el fin preciso de evocar cuanto aconteció en Belén. Se trata, sin embargo, de las escenas humanas, sensibles de la Navidad, pero no son las únicas. Detrás de éstas hay otra, inmensamente profunda, misteriosa, rica, que debe atraer no precisamente nuestros ojos humanos, sino nuestro espíritu, nuestra mente. Es el aspecto más verdadero y devoto de la Navidad; nos lo presenta de forma especial la Misa del Día, y podríamos definirlo como la Teología de la Navidad, con los divinos resplandores que en ella se encierran. El Misterio de la Encarnación. ¿Qué hay tras la escena externa del Pesebre? La Encarnación, Dios que baja a la tierra. Esta es la sublime realidad; basta su simple enunciación para encender y nutrir nuestra meditación para siempre. El primer comentario será una palabra, sencilla y también rica, tanto que despierta en las almas una ferviente contemplación llena de gozo. ¿Qué es la Navidad? Es la Encarnación, es la venida de Dios a la tierra. Esto es: podemos ver a Dios que entra en la escena del mundo, ¿cómo y por qué? Cualquiera que tenga un poco sentido de la realidad que nos rodea, del universo, queda ciertamente admirado de su grandeza inconmensurable, de la arcana ciencia que lo ha dirigido. Las leyes que se reflejan en este universo son tan variadas, complejas e infalibles, que nos ofrecen, sí, una imagen del Creador, pero una imagen que nos deja llenos de consternación y casi de temor. Son tan inexorables estas leyes del universo, tan insensibles, tan fatales, que a veces nos dejan incapacitados para poner en el vértice, sobre ellas, a un Dios personal, a un Dios que siente, que habla, que nos conoce, a nosotros invitados al diálogo precisamente con las normas maravillosas que regulan lo creado. Pero hay un punto en el complejo de la gran realidad que nosotros podemos conocer, y este punto brilla hoy de una forma especial, es la Navidad. En Navidad Dios aparece en su infinita caridad: se muestra a Sí mismo. ¿De qué forma, de qué manera? ¿En la del poder, en la de la grandeza, en la de belleza? No; el Señor se ha revelado como amor, como bondad. “Dios amó tanto al mundo que le dio a su Hijo unigénito”. El corazón del Omnipotente se abre. Tras la escena del Pesebre está la infinita ternura del Creador que ama. En una palabra, está la bondad infinita. Dios, que nos ama, quiere entablar un diálogo con los hombres, establecer con nosotros relaciones de familiaridad. Quiere que lo invoquemos como Padre nuestro; se convierte en nuestro hermano y quiere ser nuestro huésped. Es la Santísima Trinidad que infunde sus rayos a aquellos que tienen ojos para distinguir y capacidad para comprender y admirar, de esta forma, el misterio patente de Dios. Efusión infinita de la divina bondad. ¡La bondad de Dios! ¡Dios es bueno! Este es el mensaje de Navidad; éste es el tema de reflexión que conviene para todos. Que recuerden continuamente la bondad de Dios, y que cada uno de nosotros ha sido recordado y amado en Cristo. Cristo es el centro que irradia las riquezas de la benignidad del Señor, y un rayo, si nosotros lo queremos aceptar, se refleja desde Cristo hacia nosotros. Cada uno de nosotros ha de sentir hoy cómo ha sido amado por Dios. La bondad de Dios se interesa por todas las creaturas humanas, y despierta, a su vez, un acto de gozo, alegría, canto, gratitud. Por ello es inagotable el himno de gloria a Dios por su excelsa bondad, por su infinita misericordia. ¿Pero —es la principal e inefable deducción— cuando pensamos que somos amados, no sentimos que se modifica toda nuestra psicología? Un niño si descubre que sus padres le aman, crece en docilidad afectuosa, y cuando uno, en el curso de su vida, siente, se percata de que alguien le quiere, endereza en esa dirección el camino de su existencia. Una transformación análoga se da en el ámbito espiritual. Si descubrimos que somos amados por Dios, encontramos la orientación precisa de nuestra vida. ¡Qué fácil es, entonces, que nuestro culto se transforme en una piedad ardiente y nuestra ‘religión’ muestre una activa caridad, que tenga necesidad de expandirse, y que el deber sagrado deje de ser un yugo diario impuesto a nuestras almas, sino un respiro, un deseo de efusiones, el anhelo por llegar al diálogo supremo con Dios, que, a través de Cristo, pregunta, habla, afirma que nos ama! La gran alegría de sentirse amado por Dios. Conducidos por un sendero tan luminoso es fácil también mejorar nuestro modo de vivir, nuestras costumbres. La carta de san Pablo a Tito que hemos leído en la Misa de Nochebuena nos indica, deduciéndolo de la Encarnación, el programa de nuestra peregrinación: “Sobria, justa y piadosamente vivamos, aguardando la bienaventurada esperanza, y la gloria del gran Dios y Salvador, Jesucristo”. Así es como se ha de vivir en cristiano, si es que hemos comprendido que el Señor nos ama. Y también, nosotros que somos tan pobres, egoístas y tenemos miedo de perder el tesoro de la vida y de que otro nos lo arrebate, cuando nos sentimos amados por Dios nos hacemos generosos, y la prodigalidad de lo poco que tenemos se hace casi instintiva. En una palabra: somos capaces de amar a los demás, de hacer el bien y ser caritativos, porque hemos intuido el secreto de Dios, que es Caridad. Por tanto, habiendo recibido su grande e infinito don, seremos, por nuestra parte, ministros de caridad y de bien. Esto es la Navidad, esta es la reflexión que todos nos proponemos, con la dicha y alegría de conocer la riqueza de la bondad de Dios y saber que Él nos ama.

HOMILIA Misa de NOCHEBUENA (24 de diciembre 2020)

Misa de NOCHEBUENA (24 de diciembre 2020) Primera: Isaías 9, 1-6; Salmo: Sal 95, 1-3. 11-13; Segunda: Tito 2, 11-14; Evangelio: Lucas 2, 1-14 Nexo entre las LECTURAS Nacimientos. Sí, también la resurrección es un nacimiento; pues aun cuando como solemnidad litúrgica se encuentre todavía muy lejos, viene incluida, sin embargo, en la solemnidad de Hoy, de la Navidad. Porque la resurrección es, a su vez, un nacimiento. Nacimiento de la tumba, que da plena perfección al nacimiento del seno de la Virgen. Encontramos al Cristo Niño en el pesebre y mejor aún, al Cristo resucitado, así lo muestra la liturgia de esta noche (la Eucaristía, Él vivo). El Apóstol nos invita a nacer para la vida eterna, el encuentro definitivo. Por la resurrección Cristo se muestra como Señor de la creación y punto central de todo el cosmos. En el Resucitado se complace el Padre celestial en contemplar la imagen ya madurada de la creación: el hombre. Por eso es muy natural que la liturgia de esta noche, al celebrar el primer nacimiento de Cristo, de la Virgen, evoque también la mística presencia de su segundo nacimiento, la Pascua. Detrás de la imagen del Niño, como Iglesia vemos resplandecer la gloria del Hombre y del Vencedor, y al tiempo que escuchamos las palabras de los pastores: “Vamos a Belén”, oímos también la palabra del Señor: “Miren, subimos a Jerusalén” (Lc 18, 31). Este es, pues, el “HOY vendrá y nos salvará”. Viene a salvarnos. Temas... El Amor lo hizo posible. Isaías, que nos ha acompañado a lo largo de este precioso adviento, ahora nos invita a entrar en la navidad. Es el idóneo servidor de la casa de Dios que hoy nos abre la puerta y nos deja entrever el tamaño de las promesas que nuestro corazón ha venido acunando con paciencia y cierto temor. ¡Gracias, Isaías, gracias! La primera lectura, pues, deja claro un hecho: Jesús está entre nosotros, ante todo, como cumplimiento de las promesas hechas a nuestros padres. La fidelidad de Dios se ha hecho carne en Jesús. Pero esa fidelidad tiene una raíz más profunda: el amor. Esta es la gran lección de la Navidad: la fidelidad brota del amor; y el amor que es amor es fiel. Una paz sin límites. Entre las numerosas promesas del anuncio del profeta hay una que nos enamora: "la paz no tendrá límites" (Is 9,7). El reino de David se hizo famoso porque en aquel tiempo Dios puso "paz en sus fronteras" (Sal 147,14). Ya era algo maravilloso y memorable: un límite para el mal. Lo que ahora se anuncia es mejor: la victoria sobre la maldad. No se trata de tener a los enemigos a raya, se trata de desaparecer la amenaza misma de la acechanza del mal. Cristo trae la paz sin límites. ¿Por qué no vemos llegar esa paz? Porque se nos muestra como un proceso y es porque la llegada de Cristo -que trae esta paz- es la de su retorno y no solo la de su nacimiento en nuestra carne. Tal vez la explicación es otra. Esa paz, aunque tendrá su plenitud en el desenlace de la historia humana, al retorno de Cristo, ya tiene su inicio en todo lo que hizo y padeció Cristo. Su mansedumbre, su ofrenda de sí mismo, su amor que acoge son genuinas expresiones de una paz que no se deja vencer por el mal. El mismo Niño que padece un nacimiento tan sufrido padece una muerte de espanto. Y en ambos extremos la paz de su alma se deja sentir. Esa es la paz sin límites: la que sigue siendo paz en medio de la tribulación, el desaliento, la burla y la deshonra. La Gracia de Dios se ha manifestado. La segunda lectura resume bien el regalo de la Navidad: "la gracia de Dios se ha manifestado" (Tito 2,11). Sabíamos que Dios nos amaba, lo habíamos oído, ahora lo ven nuestros ojos (cf. Sal 48,8). ¡Los ojos del Niño nos dejan ver el rostro del amor! Es litúrgicamente bien significativo el texto que la Iglesia ha escogido. ¡El día mismo de Navidad se proclama la Pasión del Señor! Se ha manifestado la gracia, en la ternura de ese cuerpecito; pero, sobre todo: se ha manifestado la gracia en las llagas de ese Cuerpo en la Cruz. No podemos celebrar la querencia del Niño sólo porque es niño: le amamos porque nos ama, y nos ama para salvarnos. Lejos de una explosión de estéril afectuosidad que poco deja, la Navidad es el comienzo contemplativo del misterio de un amor que se dona hasta el extremo. La Hostia, Cuerpo suyo de Belén y del Calvario, está ahí para recordárnoslo cada día. Sugerencias... Navidad. Tanto en el evangelio de Lucas, que se lee en la misa de medianoche, como en el de Juan, que se lee en la del día, se insiste en un dato sorprendente. Lucas afirma que cuando José y María llegaron a Belén no encontraron posada, teniendo que cobijarse fuera del pueblo, en una gruta. Por su parte, Juan da testimonio de que “vino a los suyos y los suyos no lo recibieron”. Hoy celebramos la Navidad, recordamos aquella primera navidad, en que Dios-hombre nació en el mundo y el mundo que no quiso recibirlo. Hoy celebramos la navidad en un mundo que, después de tantos siglos, también parece no tener sitio para Dios. Parece que, en este mundo, al que viene Jesús, no hay sitio para todos (rezamos para que no aprueben la interrupción voluntaria del embarazo). No hay vivienda para los sintecho, no hay trabajo para los parados, no hay alimentos para los que se mueren de hambre, no hay sitio para los migrantes, no hay respeto hacia los diferentes... y por precariedad, casi que no hay ayuda suficiente para los que sufrimos las consecuencias del COVID-19 y de la cuarentena. En este mundo falta caridad, falta amistad social, falta solidaridad, falta hospitalidad y parece sobrar egoísmo, indiferencia, insolidaridad. Encarnación. Navidad es la conmemoración del nacimiento de Jesús, el hijo de Dios que nace en Belén. Es un misterio de encarnación. Dios se hace hombre, toma nuestra condición con todas sus consecuencias hasta la muerte, para que nosotros podamos asumir la condición de hijos de Dios, con todas sus consecuencias, también de inmortalidad y resurrección. Es un misterio, pues, de solidaridad, que funda una nueva relación de Dios con los hombres, y debe fundar también una nueva relación de solidaridad entre los hombres. En Jesús, Dios se hace solidario de nuestra causa, para que todos seamos en Jesús solidarios en la causa de los hombres (Concilio Vaticano II), sobre todo, la de los pobres y excluidos. Dios está con nosotros, por nosotros, para nosotros, a fin de que también nosotros estemos los unos con los otros, por los otros, para todos. Presencia. Que Dios esté con nosotros no significa que Dios esté contra los otros. Y mucho menos que los creyentes nos arroguemos una predilección divina ‘contra’ otros pueblos o religiones. Al contrario, Dios con nosotros significa que Dios está en todos los seres humanos, está en nosotros para que seamos útiles a los otros, pero está también en los otros para que le respetemos y escuchemos y amemos. De modo que nuestras relaciones interpersonales, las relaciones sociales, debemos ir conformándolas según esta nueva perspectiva de Navidad, como relaciones de solidaridad, de amistad social, de disponibilidad, de colaboración y de ayuda hacia todos, pero de modo especial hacia aquellos que más necesitan de nosotros. Pesebre. A los primeros testigos de la Navidad, los pastores, les dieron los ángeles esta señal: “encontrarán un niño en pañales y acostado en un pesebre”. Dios se deja ver, sobre todo, en la debilidad, en la pobreza y en la candidez de un niño. Al hacerse niño se ha puesto al alcance de nuestro cariño y de nuestra ternura. Pero los niños pueden ser también fáciles víctimas de nuestra violencia y desconsideración. De ahí la posibilidad de descubrirlo y amarlo y servirlo en los pobres, con los que ha querido identificarse; pero de ahí también el riesgo de que pasemos de largo, de que no lo veamos o no queramos verlo, e incluso de que lo rechacemos. Jesús, que es la Palabra de Dios, se ha hecho apenas balbuceo en el niño de Belén, y se hará silencio al morir en la cruz. Así se ha puesto en su sitio, para indicarnos el nuestro, el último lugar, a la cola, al servicio de todos. Que para eso estamos, para servir, para ser útiles, para amar. Solidaridad. La encarnación, la Navidad, al descubrirnos la solidaridad de Dios con el hombre, funda también la solidaridad entre los hombres. Frente a la cultura de la competitividad, que amenaza con convertir la convivencia en una lucha sin cuartel de todos contra todos, debemos sentar las bases de una nueva cultura, la de la amistad social, que nos predisponga a todos en favor de todos. Más allá de la competitividad, entendida y practicada como selectiva y eliminatoria de los débiles, hay que apostar por la competencia, entendida y practicada como capacitación para un servicio cada vez mejor y más operativo y con todos. Se trata de ir convirtiéndonos de nuestra cultura con todos los rasgos de inhumanidad que ha ido adquiriendo con la violencia, la explotación, la exclusión, la hostilidad y hostigamiento... a la nueva vida con rasgos nuevos de humanidad, de ayuda mutua, de ‘buen samaritano’, de comprensión y respeto, de amor y de servicio, de tolerancia y cooperación, de solidaridad, de caridad. Podemos preguntarnos: ¿Cómo celebramos la Navidad 2020? ¿Qué celebramos, la Navidad o las navidades? ¿Un acontecimiento de salvación o unos días de vacaciones, de tradición cultural o solo recuerdos de días de niño y reunión de familiares? ¿Creemos de verdad que el Señor está con nosotros? ¿Con quién estamos nosotros? ¿Con Dios o con el dinero? ¿Con los ricos o con los pobres? ¿Con los poderosos o con los débiles? ¿Vivimos la encarnación? ¿Estamos encarnados con nuestro mundo? ¿O tratamos de vivir al margen de todo, a nuestro modo? Navidad es solidaridad, ¿somos solidarios? ¿Sólo en las grandes ocasiones? ¿Lo somos cada día, en los detalles, siempre y son todos? ¡Feliz NAVIDAD!

lunes, 14 de diciembre de 2020

HOMILIA Cuarto Domingo de ADVIENTO cB (20 de diciembre 2020)

Cuarto Domingo de ADVIENTO cB (20 de diciembre 2020) Primera: 2 Samuel 7, 1-5. 8b-12. 14a. 16; Salmo: Sal 88, 2-5. 27. 29; Segunda: Romanos 16, 25-27; Evangelio: Lucas 1, 26-38 Nexo entre las LECTURAS Dios muestra a David su gratuidad anunciándole que le construiría una casa, es decir, una dinastía y que sería para él y sus descendientes como un padre (primera lectura). La misma gratuidad divina se hace evidente en el anuncio del ángel Gabriel a María sobre su vocación de Madre de Dios por obra del Espíritu Santo. María será la ‘nueva casa’, la ‘nueva arca’ construida por Dios en la plenitud de los tiempos (evangelio). La acción gratuita de Dios se manifiesta siempre en su poder para consolidar a los hombres en la fe, en su revelación del misterio mantenido en secreto desde la eternidad, y ahora dado a conocer a todas las naciones para que respondan a esta revelación con la fe (segunda lectura). Temas... Hagamos una Casa. En un brío de piedad David quiere hacerle una casa al arca de la alianza; una casa para Dios. Le parece poca cosa una tienda de campaña, sobre todo si la compara con la casa de cedro que él mismo habita. De algún modo David se siente fuerte en su magnífica casa y quiere darle de su fortaleza y esplendor a la humilde casa de la alianza. Humanamente este proyecto le suena de lo más razonable a Natán, pero no es ese el pensamiento del Espíritu, y Natán tiene que retractarse. Hay una hermosa lógica en el nuevo mensaje que Natán tiene que darle a su rey. Es Dios quien ha guardado a David y David debe recordarlo hasta el final de sus días. "Yo te daré una casa a ti", le dice el Señor, y así brota por primera vez la maravillosa promesa davídica que marca toda la historia de Judá hasta Cristo mismo. En el fondo el mensaje dice: "¿quién da la fortaleza?". El mensaje honra la soberanía de Dios y canta su fidelidad y su gracia a la vez. Puede entenderse de otro modo, sin embargo. Las tiendas de campaña son la vivienda propia del desierto. En el desierto no se construye con cedro porque hay que permanecer en camino. David ya se estableció, Dios no. Dios sigue en camino, Él es el Eterno Peregrino. Además, el desierto es el gran lugar de la alianza, como lo proclama sobre todo Oseas (cf. Os 2,14). Allí, sin la estorbosa competencia de los ídolos, sin la prepotencia que dan las riquezas, sin la suficiencia que da el poder, David fue más David que nunca, y Dios no olvida eso ni quiere que David lo olvide. La estirpe de David. La promesa pronunciada por Natán atraviesa la esperanza de todo el Antiguo Testamento y finalmente desemboca, de modo inesperado y maravilloso, en otra promesa, la del ángel Gabriel a la bienaventurada Virgen María: "Vas a concebir y a dar a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús... el Señor Dios le dará el trono de David, su padre" (Lc 1,31-32). ¡Qué maravillosa unidad, qué magnífica belleza toma la historia humana leída a la luz de esta promesa, que tensa nuestro adviento hasta darle música y encanto de cielo! En la primera lectura vemos cómo Dios rechaza que se le haga una casa. Después, es Él mismo quien dispone cómo se ha de edificar el templo, a cuidado del gran Salomón. Pero el templo verdadero no lo hará Salomón, sino el Espíritu Santo, y no en Jerusalén, sino en María. "El templo era su cuerpo...", anota Juan refiriéndose a Cristo (Jn 2,21). Y este es principio que podemos aplicar a tantas cosas: sólo Dios hace obras dignas de Dios; sólo Dios sabe cómo se alaba a Dios, cómo se sirve a Dios, cómo se ama a Dios. Nada somos, nada podemos en su honor si Él mismo no viene con su Espíritu a darnos la luz, la voluntad y la constancia. El templo era su Cuerpo. El templo es su Cuerpo. Ese Cuerpo bendito, ese Cuerpo glorioso que contempla nuestra fe en los altares, que come nuestra boca en cada Eucaristía. El Cuerpo tejido de amores en María; el Cuerpo y Templo y Casa que David hubiera querido ver, ese es el Cuerpo que comulgamos, esa es la verdad que nos sacia, ese es el Amor que nos colma de alegría y de gozo. Sugerencias... - La liturgia de la palabra nos presenta, en este Domingo, una de las más transcendentales profecías mesiánicas y su cumplimiento. El rey David deseaba construir una «casa, un templo al Señor; pero el Señor le hace decir por el profeta Natán que su voluntad es otra: que más bien Dios mismo se ocupará de la «casa de David, es decir, de prolongar su descendencia, porque de ella deberá nacer el Salvador. «Permanente será tu casa y tu reino para siempre ante mi rostro, y tu trono estable por la eternidad» (2Sam 7, 16). Muchas veces a través de las incidencias de las decisiones personales en la historia pareció que la estirpe davídica estuviese para extinguirse, pero Dios la salvó siempre, hasta que en ella tuvo origen «José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo» (Mt 1, 16): a él «dará el Señor Dios el trono de David, su padre, y reinará... por los siglos, y su reino no tendrá fin» (Lc 1, 32-33). Todo lo que Dios había prometido se cumplió, a pesar de las alternativas contrarias en la historia: los pecados de los hombres… las culpas e impiedad de los mismos sucesores de David... ¡Qué buena noticia! Dios es siempre fiel: «He hecho alianza con mi elegido, he jurado a David mi siervo... Yo guardaré con él eternamente mi piedad, y mi alianza con él será fiel» (Sal 89, 4. 29). ¡Eh! Arriba, Ánimo, Adelante “DIOS NO FRACASA” aunque el hombre malogre los dones con sus decisiones. - Paralela a la fidelidad de Dios la liturgia nos presenta la fidelidad de María, ¡otra gran noticia!, en quien se cumplieron las Escrituras. lodo estaba previsto en el plan eterno de Dios y todo estaba ya dispuesto para la encarnación del Verbo en el seno de una virgen descendiente de la casa de David; pero para el momento en que este plan debía hacerse historia, «el Padre de las misericordias quiso que precediera a la encarnación la aceptación por parte de la Madre predestinada» (LG 56 San Lucas refiere el diálogo sublime entre el ángel y Mars que se concluye con la humilde e incondicionada aceptación por parte suya: «He aquí a la sierva del Señor, hágase en mi según tu palabra» (Lc 1, 38). El «hágase» de Dios creó de la nada todas las cosas; el «hágase» de María dio curso a la redención de todas las criaturas. María es el templo de la Nueva Alianza, inmensamente más precioso que el que David deseaba construir al Señor, templo vivo que encierra en sí no el arca santa, sino al Hijo de Dios. María es la fidelísima abierta y totalmente disponible a la voluntad del Altísimo; y precisamente con el concurso de su fidelidad se actúa el misterio de la salvación universal en Cristo Jesús. - San Pablo se llena de gozo ante este misterio que estaba en secreto en los tiempos eternos, pero se ha manifestado ahora mediante los escritos proféticos, conforme a la disposición de Dios bueno y a todas las gentes y no es solo para la salvación del pueblo de Israel sino, ordenado, a la salvación de todos los pueblos. Y precisa que el fin de tal revelación es para que todos los hombres vivamos en la obediencia de la fe porque sólo la fe hace al hombre capaz de acoger, en adoración, el misterio de un Dios hecho hombre. Nuestra fe debe modelarse a imitación de la fe de la Virgen María, que aceptó lo increíble y lo imposible para el ser humano “ser Madre permaneciendo virgen”, Madre del Hijo de Dios. María, humilde sierva profesa tan grande fe sin mezcla de duda alguna. Por eso, san Pablo, escribe: «A Dios, el único sabio» sea «por Jesucristo» la gloria por este gran misterio de salvación, Y hoy, con la Liturgia decimos también gloria a la humilde Virgen de Nazaret, dulce instrumento para la actuación del plan divino… esto es lo que reconocemos todos los que somos salvados por Jesucristo. ¡Bendito sea Dios! Y que tengamos una buena preparación para el NACIMIENTO y para una vida santa y piadosa hasta el fin de nuestros días.

lunes, 7 de diciembre de 2020

HOMILIA Tercer Domingo de ADVIENTO cB (13 de diciembre 2020). Domingo del GAUDETE

Tercer Domingo de ADVIENTO cB (13 de diciembre 2020). Domingo del GAUDETE Primera: Isaías 61, 1-2a. 10-11; Salmo: Lc 1, 46-48. 49-50. 53-54; Segunda: 1Tesalónica 5, 16-24; Evangelio: Juan 1, 6-8. 19-28 Nexo entre las LECTURAS "El espíritu del Señor me ha enviado para dar la buena nueva...me ha enviado para anunciar..." (Is 61,1-2). Un personaje, figura de Cristo, se siente investido de una misión liberadora y salvífica. También Juan Bautista, que reconoce honestamente su ‘misión’ en el plan de Dios, se sabe enviado no como suplantador ni usurpador, sino como testigo de la Luz, del Mesías por todos esperado (Evangelio). Finalmente, Pablo, apóstol-enviado, discípulo-misionero, de Cristo, lleva a cabo su misión mediante la predicación y mediante cartas. En ésta, a los tesalonicenses, les exhorta a vivir en conformidad con la salvación que Cristo, el enviado de Dios, nos ha conferido (segunda lectura). Temas... ¿Quién eres tú? La vida y la palabra de Juan tenían que despertar esta pregunta: ¿quién eres? Marcos, por ejemplo, nos ha contado cómo vivía Juan: "llevaba un vestido de pie de camello; y se alimentaba de langostas y miel silvestre" (Mc 1,6). Su manifiesta ruptura con la sociedad era un inmenso interrogante que un día tenía que dispararse: ¿quién eres?, es decir: ¿por qué vives como vives y hablas lo que hablas? Hay que destacar quiénes hacen la pregunta: son enviados de las autoridades. Su pregunta no es simple curiosidad ni, lamentablemente, parece ser el espontáneo deseo de conversión que las multitudes sintieron al oírle. Interrogan porque quieren saber qué autoridad está detrás de Juan, o con otros términos, quien y por qué podría hacer competencia sombra a la autoridad de ellos. Esto explica la razón de la interpelación que le hacen en Jn 1,25, del evangelio de hoy: "Entonces ¿por qué bautizas, si no eres el Mesías, ni Elías, ni el profeta?". En las Apariciones marianas, se nota la misma manera de proceder… elegir videntes para que el mundo del poder pregunte ¿quién eres? ¿quiénes son? (Lourdes, Fátima, Guadalupe). Soy una voz. La respuesta del Bautista es extraña, sin duda, para aquellos fariseos. Soy una voz, les dice. Un modo terriblemente abstracto de referirse a sí mismo. Mas no cualquier voz; es la voz que anunció Isaías, aquella que proclama la redención después del destierro. Isaías hablaba de rectificar los caminos para que brillara la gloria de Dios (Is 40,3ss). El espectáculo maravilloso que debía darse en esa calzada recta o rectificada era el paso de victoria del pueblo que vuelve del destierro. La realidad fue bastante distinta. Los judíos volvieron de su destierro a Babilonia, pero en condiciones humildes y precarias, y con el corazón abatido, como lo describen bien los libros de Esdras y Nehemías. Hoy, en Fratelli Tutti el Papa nos hace la misma invitación de esperanza y alegría contándonos que Dios nos llama del destierro en que parecemos vivir con la cuarentena a una nueva relación con Dios y con los demás… que el Papa llama “amistad social”. Podemos comprender este contexto que nos permite entrever la fuerza de la palabra del Bautista (de Dios): él dice que es esa voz que en aquel retorno no se dejó oír. Dice entonces que la gloria que no brilló en el retorno de Babilonia ahora se apresta a lucir ante todos los pueblos. De modo que si las autoridades están inquietas y quieren saber a qué se están enfrentando, que entiendan que es Dios mismo quien está detrás de todo esto. Esas autoridades no son lo que anunció Isaías; su poder es provisorio y quedará empañado. El mensaje es claro. Dios se sale con la suya. Las palabras de Juan al final del evangelio de hoy son un acto de humildad, pero también, si lo pensamos bien, una advertencia. Si Juan, el rebelde, el indómito del desierto, es tan pequeño ante aquel que viene, ¿quién viene, por Dios? Isaías dijo: "el Señor hará brotar la justicia y la alabanza ante todas las naciones" (Is 61,11). Entonces Dios toma nuestra historia en serio. La vida no es un botín para provecho de los más fuertes. Ningún hombre puede creerse indefinidamente señor y dueño de otros hombres. La vanidad cede y retrocede; la justicia de Dios brilla. ¡Qué hermosa visión de Adviento! Sugerencias... Cristianos con misión. No se puede separar el nombre de cristiano de la misión. Por definición, cristiano es el discípulo-misionero de Cristo, el que participa de la misma misión de Jesucristo. Los cristianos hemos de ser conscientes de la misión que tenemos en la Iglesia y en el mundo es la de santificar la vida y colaborar en la santificación de la de los demás. Los primeros destinatarios de la misión somos nosotros mismos (san Pablo VI, papa), porque sólo cuando nosotros somos evangelizados podemos ayudar en la evangelización de otros. ¿Cómo ser "misioneros" de nosotros mismos? El Espíritu Santo, que nos habla al corazón mediante la Biblia –Palabra de Dios– y a través de las enseñanzas de la Iglesia, nos irá mostrando a cada uno las formas personales y concretas de conseguirlo. Somos “discípulos-misioneros” entre nuestros hermanos independientemente de las circunstancias existenciales en que nos hallemos (Papa Francisco). Somos "de Cristo", y enviados por el mismo Cristo a anunciar (especialmente en esta pandemia) en la escuela, en la casa, en la oficina, en la calle, en el club, en el parlamento, etc.: que Él es el Salvador de todos, que Él es la Luz del mundo que ilumina todas las oscuridades de la conciencia individual y de la existencia social y colectiva, que Jesucristo Salvador crea un hombre nuevo y un estilo de vida nuevo, dignos de vivirse (cfr.: Papa León XIII y Pío XI). Testimonio y Eucaristía. El “discípulo-misionero” vive en fidelidad su misión sobre todo cuando es testigo, es decir, cuando encarna en su vida de todos los días lo que va predicando de palabra en los diversos lugares y circunstancias diarias (san Pablo VI). El encuentro con Cristo Eucaristía consolida la vocación de testigo. En efecto, se da testimonio ante todo de que la Eucaristía es el centro de convergencia y punto de referencia de la fe y de la santidad, de todo el año, de toda la semana, de todo el día. Además, participando al misterio de la redención y alimentándonos con el Cuerpo y la Sangre del Señor, se recibe una fuerza espiritual inimaginable para ser testigo de Cristo Salvador, Luz del mundo y Rey de los corazones de los hombres. Finalmente, con la Eucaristía damos testimonio de pregustar ya al Señor que VIENE -en la Navidad mediante la actualización litúrgica del misterio- y VENDRÁ al fin de los tiempos para la plena comunión (abrazo definitivo) … misterio que ahora pregustamos sacramentalmente. María, causa de nuestra alegría, ruega por nosotros.

HOMILIA Solemnidad de la INMACULADA CONCEPCIÓN (8 de diciembre de 2020)

Solemnidad de la INMACULADA CONCEPCIÓN (8 de diciembre de 2020) Primera: Génesis 3, 9-15.20; Salmo: Sal 97, 1. 2-3b. 3c-4; Segunda: Éfeso 1, 3-6. 11-12; Evangelio: Lucas 1, 26-38 Nexo entre las LECTURAS… Temas... El poder de la redención. Celebramos la redención. Esta es una fiesta que proclama sobre todo el poder de la redención. Nuestra mirada se dirige principalmente al Dador de todo bien, aquel que crea, salva y santifica. Los reparos, incluso de grandes teólogos como san Juan Crisóstomo o santo Tomás de Aquino, con respecto a la afirmación de María como concebida sin pecado, son los mismos reparos que cristianos no católicos tienen hasta el día de hoy: se teme que al situarla en un régimen especial estemos negando la necesidad que ella, como toda creatura humana, tuvo de ser salvada. La objeción cesa en cuanto descubrimos que precisamente lo que estamos celebrando es el modo singular en que la salvación de Dios se hizo primero presente en la vida de María. Dios salva levantando al que cae, pero también no dejando caer. No caer es un modo de haber sido sostenido, un modo de haber sido salvado. María no es la que no que no necesitó la salvación, sino la que fue salvada de modo peculiar, debido a su misión particular. El misterio de la redención de María es único, hasta donde tiene certeza la Iglesia hoy, pero no es único de modo absoluto. Ninguno de nosotros ha cometido todos los pecados posibles. Hay áreas de nuestra vida en que no hemos pecado. ¿Significa que en esas áreas no ha obrado la gracia de la redención que Cristo nos mereció? Desde luego que no. Este argumento nos ayuda a entender que ser salvado no implica haber pecado o haber estado bajo el poder del pecado. Primera entre los inmaculados. Estamos acostumbrados a referirnos a la Inmaculada, así, en singular; deberíamos cambiar esa costumbre. El destino propio del rebaño de Cristo es ser inmaculados. En efecto, nuestro destino es ser perfectos, a la medida de la pureza infinita de la santidad de Dios Padre, según ordena el mismo Cristo: "sean perfectos como el Padre Celestial es perfecto" (Mt 5,48; cf. 2 Cor 13,9). San Pablo lo afirma expresamente: "hermanos, regocíjense, sean perfectos, confórtense, sean de un mismo sentir, vivan en paz; y el Dios de amor y paz será con ustedes" (2 Cor 13,11; cf. Col 4,12, Heb 12,23). De hecho, "inmaculado" significa sencillamente "sin mancha", y eso es expresamente lo que se espera de la gracia en nosotros, pues "nos escogió en Él antes de la fundación del mundo, para que fuéramos santos y sin mancha delante de Él" (Ef 1,4). La misma gracia y el mismo Espíritu que hicieron a la Inmaculada nos quieren y pueden hacer inmaculados a nosotros. Resonancias en el pueblo de Dios. En la proclamación de la Inmaculada Concepción de la Virgen María brilló de modo particular el papel que el "sensus fidelium", el sentido y sentir de los fieles, tiene en el esclarecimiento de la fe común. Aunque siempre es cierto que la Iglesia no es una democracia ni las cosas se definen por presión de mayorías, un buen pastor sabe escrutar el sentir del pueblo fiel, pues Dios se goza de revelar sus misterios a los pequeños y humildes, ocultándose más bien de los sabios y entendidos (cf. Lc 10,21). Dios, pues, ha querido que la sencillez del alma de María fuera connatural al alma de los sencillos. De ellos podemos y debemos aprender el cariño espontáneo, sincero y fiel a la Madre de Dios. Un amor sin fisuras que entiende sin complicaciones que los bienes de ella de algún modo pertenecen a todos los que la amamos y a todos lo que Ella ama, como muestra el Papa, como Ella ama a todos, Ella es para TUTTI. Una comparación, quizá muy mundana: cuando una reina de belleza logra la corona para su país o región, ¿no se alegran todos los de esa región o país, aun a sabiendas de que la hermosura de su reina los rebasa? Obrar o sentir de otro modo sería sencillamente envidia. Quede, pues, esto en firme: lo espontáneo y bello es afirmar que los bienes de María, Reina de sublime belleza espiritual, son nuestros, porque ella, como dijo san Atanasio, es hermana nuestra en Adán. Nos pertenece. Anuncio de la Nueva Creación. En la Carta a los Efesios leemos: "Cristo amó a la iglesia y se dio a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado por el lavamiento del agua con la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia en toda su gloria, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuera santa e inmaculada" (Ef 5,25-27). Tal deseo de Cristo sólo alcanza su plenitud en aquella Novia, la Jerusalén del Cielo, de la que fue dicho: "su fulgor era semejante al de una piedra muy preciosa" (Ap 21,11). La celebración de María, como Inmaculada, es entonces una mirada no sólo al pasado de María sino, quizá más aún, al futuro de la Iglesia. Podemos decir además que este misterio escatológico tiene su eco natural en la celebración eucarística. Hay una especie de compatibilidad natural e indisoluble entre el misterio de la Inmaculada y el misterio eucarístico. La pureza de Ella, ofrecida a Dios, es como la saludable respuesta con que nuestra raza humana acoge la ofrenda purísima del Cordero Inmaculado, el Cordero sin mancha. Pidamos al Señor que haga nuestro corazón dócil a la gracia, de modo que aquello que ya pudo en María se haga verdad en n osotros. Sugerencias... El cultivo de la vida de gracia. Al contemplar a María “Inmaculada” apreciamos la belleza sin par de la creatura sin pecado: «Toda hermosa eres María». La Gracia concedida a María inaugura todo el régimen de Gracia que animará a la humanidad hasta el fin de los tiempos. Al contemplar a María experimentamos al mismo tiempo la invitación de Dios para que, aunque, heridos por el pecado original, vivamos en gracia, luchemos contra el pecado, contra el demonio y sus acechanzas. Los hombres tenemos necesidad de Dios, tenemos necesidad de vivir en gracia de Dios para ser realmente felices, para poder realizarnos como personas y ser verdaderamente humanos… y ser verdaderos humanos es ser cristianos (Papa Francisco). Y la gracia la tenemos en Cristo. En el misterio de la Redención el hombre es «confirmado» y en cierto modo es nuevamente creado. ¡Somos creados de nuevo! ... El hombre que quiere comprenderse hasta el fondo a sí mismo –no solamente según criterios y medidas del propio ser inmediatos, parciales, a veces superficiales e incluso aparentes– debe, con su inquietud, incertidumbre e incluso con su debilidad y pecaminosidad, con su vida y con su muerte, acercarse a Cristo (san Juan Pablo II; Redemptor Hominis 10). Para vivir en gracia es necesario: orar y vigilar. La oración nos da la fuerza que viene de Dios. La vigilancia rechaza los ataques del enemigo. Vigilemos atentamente para rechazar las tentaciones que nos ofrece el mundo: el placer desordenado, el poder y la negación del servicio, la avaricia, el desenfreno sexual, las pasiones, toda clase de ideologías… es necesario invitar a rezar por el derecho del niño por nacer y rezar para que formemos una conciencia que busque, en todo, amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo en Dios. Nuestra participación en la obra de la redención. La peregrinación que nos corresponde vivir al inicio de este Año Litúrgico tiene mucho de peregrinación ascendente y de combate apostólico y de conquistas para la casa de Dios que es la Iglesia y el Mundo. Aquella enemistad anunciada en el proto evangelio sigue siendo hoy en día una dramática realidad, se trata de una especie de combate del espíritu, pues las fuerzas del mal se oponen al avance del Reino de Dios. Vemos que, por desgracia, sigue habiendo guerras, muertes, crímenes, olvido de los más pobres, débiles y sufrientes y más todavía puesto que hoy se generar nuevas y más profundas clases de marginalidad y exclusión. Advertimos amenazas, en otro tiempo desconocidas, para el género humano: la manipulación genética, la corrupción del lenguaje, la amenaza de una destrucción total, el eclipse de la razón ante temas fundamentales como son la familia, la defensa de la vida desde su concepción hasta su término natural, el relativismo y el nihilismo que conducen a la pérdida total de los valores (san Pablo VI, Papa). Y podemos agregar el deterioro de la humanidad con el COVID-19 y las leyes “cuarentena”. Nuestro peregrinar cristiano por esta tierra, más que el paseo del curioso transeúnte tiene rasgos del hombre que conquista terreno para su ‘bandera’ (cfr.: san José Gabriel Brochero). Nuestro peregrinar es un amor que no puede estar sin obrar por amor de Jesucristo, el Jefe supremo (san Ignacio de Loyola). Es anticipar la llegada del Reino de Dios por la caridad. Es avanzar dejando a las espaldas surcos regados de semilla. No nos cansemos de sembrar el bien en el puesto que la providencia nos ha asignado… no desertemos de nuestro puesto, que las futuras generaciones tienen necesidad de la Semilla que hoy esparcimos por los campos de la Iglesia. Santa Teresa de Jesús –que experimentó también la llamada de Dios para tomar parte en el singular combate del bien contra el mal– nos dejó, en una de sus poesías, una valiosa indicación de cómo el amor, cuando es verdadero, no puede estar sin actuar, sin entregarse, sin luchar por el ser querido. María Inmaculada, ruega por nosotros y por el mundo entero.

lunes, 30 de noviembre de 2020

HOMILIA Segundo Domingo de ADVIENTO cB (06 de diciembre 2020)

Segundo Domingo de ADVIENTO cB (06 de diciembre 2020) Primera: Isaías 40, 1-5. 9-11; Salmo: Sal 84, 9-14; Segunda: 2 Pedro 3, 8-14; Evangelio: Marcos 1, 1-8 Nexo entre las LECTURAS La imagen del "desierto" aparece en la primera lectura y en el evangelio y en ella se compendia el mensaje litúrgico de este Domingo de Adviento. En el exilio babilónico, a punto ya de que se acabe, una voz grita: "Preparen en el desierto un camino al Señor" (primera lectura). En el evangelio la voz que así grita es la de Juan Bautista, el precursor del Mesías, cuya venida está ya cerca. También en el "desierto" el hombre debe prepararse para la Última Venida del Señor, en la que "esperamos unos cielos nuevos y una tierra nueva, en que habite la justicia" (segunda lectura). Temas... Un "desierto" necesario. En el mundo hay fenómenos nada evangélicos, nada cristianos. Como los judíos exiliados de Babilonia estaban encandilados por la grandeza del imperio y por la fastuosidad de sus ritos religiosos, los hombres de hoy sienten la seducción del progreso técnico, el prurito de otras religiones que no son cristianas, el reclamo de paraísos alucinantes en que reinan la droga, el dinero, el poder, el sexo y el alcohol, la dulce y adormecedora inconciencia del pecado incluso ante las exigencias básicas de los diez mandamientos... (cfr. Francisco). En estas circunstancias surge la necesidad del "desierto": lugar o estado del espíritu donde recrear el ambiente propicio y favorable para encontrarse con Dios y con la propia dignidad de imagen e hijo de Dios, mediante el silencio interior y el recogimiento de los sentidos, mediante la meditación y la plegaria asiduas. Ante la pérdida del sentido de Dios y del sentido del pecado se requieren "espacios", exteriores y/o interiores, de recuperación de sentido, de readquisición de principios, valores y convicciones anclados en el mismo ser del hombre y del cristiano. La intervención divina. Dios desea intervenir en la historia y en la vida del hombre, día a día y lo hace. El espíritu del mundo no acepta la intervención divina, es más, la niega, la rechaza y hasta parece lograrlo y hace propaganda de esto (sobre todo en el relativismo reinante). Por eso se nos llama a una actitud interior de "desierto", abandonarnos en las manos de Dios con confianza y fortalecer el deseo de la conversión. Sólo así nos daremos cuenta —como los judíos de Babilonia— que hay ‘valles que elevar’, ‘colinas que abajar’ y ‘caminos torcidos que enderezar’, y podremos encaminarnos a la tierra prometida (primera lectura) que ya no es en este mundo, sino en el Cielo. Sólo en este abandono en la Divina Providencia podremos escuchar la Palabra que nos llama a convertirnos y recibir el bautismo y, los ya bautizados, renovar las promesas bautismales. Dios continúa interviniendo en nuestros días —nos da su gracia— en la vida de cada uno y de los pueblos. No podemos reconocer y aceptar Su presencia si no vivimos la experiencia purificadora y meditativa del "desierto". El "desierto" florece. En el ambiente sereno y silencioso de "desierto" nos vamos empapando de la verdad de Dios, del sentido del tiempo, de la norma suprema de la existencia. Dios es nuestro rey que viene con poder y brazo dominador para liberarnos del pecado y de sus secuelas; Dios es nuestro Señor que trae consigo su salario de vida y salvación eternas; Dios es nuestro pastor, que reúne al rebaño y lo cuida amorosamente (primera lectura). En el "desierto" conoceremos que el día del Señor llega como un ladrón y que el cómputo del tiempo que Dios hace no coincide con el de los hombres. En el "desierto" sabremos que Dios no quiere que alguien se pierda, sino que todos se conviertan. En el "desierto" veremos con claridad que la espera de la venida del Señor debe llevar al hombre a una conducta santa y religiosa, es decir, al cumplimiento perfecto de la voluntad santísima de Dios (segunda lectura). Sugerencias... Juan Bautista. Juan, el pariente de Jesús, el hijo de Zacarías e Isabel, el mismo que por su oficio ha sido llamado "el Bautista," es una figura central de adviento. Es apenas natural: adviento es "espera, en una presencia comenzada". Tiempo de preparación (continuar y profundizar la preparación de siempre), y toda la vida y la misión de Juan Bautista fueron eso: preparar al pueblo de Dios para recibir al Mesías. Juan, pues, está con nosotros en este tiempo litúrgico signado por la esperanza. ¿Cómo se prepara uno para recibir a Jesucristo? Las recomendaciones de Juan en el evangelio de hoy conservan pleno valor: Juan predicó con su ejemplo, austeridad y oración, y predicó con su palabra insistiendo en el arrepentimiento y que seamos justos. Esas cuatro cosas son las que necesitamos: una vida sobria, sin apego a lujos ni vanidades; una vida orante, que devuelva a Dios el lugar que le corresponde; una vida humilde, que reconozca que hemos fallado muchas veces, y una vida justa, que preste atención especialmente a los derechos de los más pequeños y de los desposeídos. Los Dos Bautismos. Un dato que mucha gente no sabe es que la santidad y la virtud de Juan sobrevivieron mucho tiempo en la memoria de sus contemporáneos. No faltaron incluso los que consideraron que Juan era mayor que Jesús, pues al fin y al cabo fue Jesús el bautizado y Juan el que lo bautizó: un signo que podría interpretarse como que el menor estaba recibiendo del mayor. Además, la vida de penitencia de Juan era notabilísima mientras que Jesús era, para estos efectos, un personaje mucho más "común" y la gente tiende a pensar que ser muy anormal debe parecerse a ser muy santo. Todo esto viene a la frase final del Evangelio de hoy, frase que el evangelista ha conservado porque es uno de los varios testimonios que los cristianos sin duda utilizaron para aclarar el tema de los ‘dos bautismos’, o sea, ¿si era más importante (o poderoso) bautizarse con el bautismo de Juan o con el bautismo cristiano? El Bautista —dice en el texto de este Domingo—: "Ya viene detrás de mí uno que es más poderoso que yo, uno ante quien no merezco ni siquiera inclinarme para desatarle la correa de sus sandalias. Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero Él los bautizará con el Espíritu Santo." Esta frase aclara lo esencial: que Juan reconoce en Jesucristo a uno "más fuerte" pero que esa fuerza proviene de lo que Cristo trae a nuestra vida. Juan representa arrepentirse del mal que uno ha hecho, y eso es clave, pero no es todo. Más importante incluso es recibir un impulso, una vida nueva, que haga posible que de aquí en adelante uno obre de otra manera. Eso es lo que trae la efusión del Espíritu Santo, que es lo que finalmente viene a darnos Jesús. Un "desierto" en tu vida. La vida es movimiento, acción, ir y venir, hacer, proyectar, progresar, cambiar. El hombre contemporáneo, desde la mañana a la noche, está lleno de trabajos y tareas, de citas y reuniones, de contactos y relaciones, de ruido, smog, tensión nerviosa... (cfr. San Juan Pablo II). A veces se puede pensar que, más que vivir, uno es "vivido" por las cosas de cada día. ¿Cómo hay que vivir? ¿Cómo ser plenamente humano (cristiano)? ¿Cómo infundir espíritu cristiano a lo cotidiano -materialista-? Tenemos necesidad de “estar con Quien sabemos que nos ama” (Santa Teresa de Ávila). Pidamos la gracia de la paciencia, para vivir el "desierto" y nos será posible vivir bien y prepararnos para una buena celebración de Navidad. Tal vez conviene también recordar aquello de Santa Teresa de Calcuta… “que para cambiar el mundo hay que empezar por el corazón de cada uno”. ¿Sabes quién viene? La respuesta catequética: "El Verbo de Dios que se hizo hombre y nació de María la Virgen en Belén de Judá". La respuesta espiritual, la debe dar cada uno examinando como incide Jesucristo en su vida (pensamientos, decisiones, ideales, proyectos) y en la relación personal con Dios; y finalmente, la respuesta moral, la debo dar con los comportamientos virtuosos diarios según el estilo de Cristo, aceptando que Cristo modele mi forma de vivir y de actuar, que es practicando los mandamientos y las obras de misericordia: todos los días, hasta el fin de los días.

martes, 24 de noviembre de 2020

HOMILIA Primer Domingo de ADVIENTO cB (29 de noviembre 2020)

Primer Domingo de ADVIENTO cB (29 de noviembre 2020) Primera: Isaías 63, 16b-17. 19b; 64, 2-7; Salmo: Sal 79, 2ac. 3b. 15-16. 18-19; Segunda: 1Corintios 1, 3-9; Evangelio: Marcos 13, 33-37 Nexo entre las LECTURAS Actitud vigilante entre la espera y la esperanza: aquí está el tema de las lecturas. El evangelio repite por tres veces: "estén prevenidos", porque no saben cuándo llegará el momento, cuándo llegará el dueño de la casa. En la primera carta a los corintios, Pablo habla de esperar la manifestación de nuestro Señor Jesucristo, que "los mantendrá firmes hasta el fin". La bellísima invocación a Dios del llamado ‘tercer’ Isaías (primera lectura) expresa el deseo de que el Señor irrumpa con su poder en la historia, como si se tratase de un nuevo Éxodo, recordando que "Tú, Señor, eres nuestro padre… y Tú, nuestro alfarero". Con el salmista pedimos la restauración, mucho mas necesaria, cuanto mucho nos duelen las injusticias, los proyectos de ley injustos que tienden a eliminar al prójimo, la cuarentena y esta pandemia que debilita nuestra voluntad: "Escucha, Pastor de Israel, tú que tienes el trono sobre los querubines, reafirma tu poder y ven a salvarnos". Temas... Una oración escuchada. ¡Qué grato es volver los ojos al pasado, a nuestro pasado en Israel, porque todos hemos nacido a la fe gracias a Israel, y reconocer nuestra voz en ese gemido del profeta: "ojalá rasgaras el cielo y bajaras" (Is 64,1)! Así suplica el corazón oprimido por la tristeza; así ruega el alma agotada en su esfuerzo; así se queja el hombre que ha palpado su límite y sabe que nada le queda, sino el horizonte de Dios. Aparentemente se trata de un mensaje de desesperación, pero es todo lo contrario. Cuando el hombre sólo cuenta con sus recursos y estos se le terminan llega la desesperación; pero si ese hombre cree en Dios, hace de su angustia un camino que le lleva más allá de sí mismo. Pues tal es la condición del ser humano: desesperarse en la cárcel de sí mismo, o trascender arrojándose en las manos de su Creador. El profeta nos enseña a escoger. Y lo más hermoso de esa oración es que sabemos que fue y que será escuchada. Fue escuchada ya, podemos decir si miramos el misterio del Verbo Encarnado, pues Él rasgó los cielos y bajó. Pero además será escuchada una vez más, la última y gloriosa, la definitiva, cuando el Cristo glorioso rompa los cielos, cuando los recoja como una tienda (cf. Is 40,22) y brille su majestad infinita el día último. Esta súplica, pues, abre el adviento de modo único, porque recuerda la primera venida y ya anuncia la última. Somos hechura de tus manos. Todo el adviento, que hoy empieza, va sellado con un tono de ‘bendita esperanza’. La esperanza no es simple ilusión; la esperanza no es simple proyecto. La esperanza nace en el borde mismo en donde nace también la desesperanza, esto es, allí donde sabemos cruda y profundamente qué somos y qué quisiéramos ser. Desde la conciencia viva de lo que somos aprendemos la distancia hasta lo que queremos ser. Las dos cosas se perciben en la meditación de Isaías: "nosotros pecábamos y te éramos siempre rebeldes" (Is 64,5): esto es lo que hemos sido; "sin embargo, Señor, tú eres nuestro Padre" (Is 64,8): este es el principio de lo que podemos ser. De aquí aprendemos varias cosas. Primera: nuestro pecado no destruye nuestro vínculo con Dios. Pecadores como somos, seguimos estando en sus manos, y él sigue siendo nuestro alfarero. El pecado no anula la soberanía de Dios. Segunda: el que nos hizo es quien sabe rehacernos. No haya para el hombre otra alternativa, porque no hay otro Creador. Tercera: si en las consecuencias del pecado aparece la injusticia, en la victoria sobre el pecado brillan la gracia y la misericordia. Por ello no hay modo de escapar de Dios. Como Él mismo dijo a santa Catalina de Siena: "en mis manos están para justicia y misericordia". Permanecer despiertos. Isaías pide la llegada de Dios; Jesucristo nos advierte sobre lo incierto de su visita. Todo sucede como diciendo que mientras unos sufren porque se retrasa otros viven como si nunca fuera a venir el Señor. Así vive el mundo, y las dos cosas las hemos visto una y otra vez. La visita de Dios se parece a la de un ladrón porque arrebata lo que creíamos poseer. Y la razón es que no somos poseedores sino administradores, como Jesús enseñó en más de un lugar. Para quien se cree dueño, Dios sólo puede ser un ladrón y su llegada es como un robo. Para quien se siente administrador, en cambio, la llegada de Dios es el término de sus fatigas; es el momento de cesar en su labor y pasar al banquete. Como sucede en la Eucaristía. Sugerencias... ¡Vigilancia! Llega la Navidad (faltan 26 días). En nuestra sociedad corremos el peligro de "pasar bien" la Navidad, como se pasan bien las vacaciones o un día de fiesta nacional. Es decir, vamos quizá a la Misa, porque "tradición obliga", adornamos nuestra casa con un arbolito de luces y un belén, festejamos en familia con un buen banquete, vemos en televisión algún programa relativo a las fiestas navideñas, hacemos hermosos regalos a nuestros amigos y seres queridos y recibimos regalos de ellos, reavivamos los lazos familiares en torno al hogar... ¡todas ellas, cosas buenas! Pero la sustancia de la Navidad, el misterio más sublime de la historia: Dios entre nosotros, Enmanuel, se nos escapa como agua entre los dedos de las manos o se diluye como el humo en nuestra mente superficial y poco propensa a la meditación profunda de las cosas que realmente valen la pena. Hoy la liturgia nos dice: ¡Atentos! Vigilen para no perder la ocasión de meditar en algo importante, de valorar debidamente el misterio que vamos a celebrar. ¡Vigilancia! Somos pecadores. No sabemos ni el día ni la hora en que vendrá el Señor al término de la historia, pero sí conocemos su venida en Belén. No vivamos no ocupados y ajenos del todo al Niño divino de Belén y al Señor de la gloria. Somos pecadores y por eso llevamos en nosotros la herencia al pecado y la posibilidad de atender al llamado de Dios. No dejemos de vigilar y que la llegada del Señor nos encuentre preparados, engalanados con el vestido adecuado para entrar en la boda. Somos pecadores: y la Navidad nos recuerda que el Hijo de Dios se ha hecho hombre para redimir al hombre de la esclavitud del pecado ¡Recordemos! ¡Vigilemos! Que la venida histórica de Dios entre los hombres reavive nuestra conciencia y nuestra necesidad de salvación. La Navidad no es sólo tiempo para sentimientos de ternura, de intimidad, de fiesta; lo es también para despertar del letargo nuestra conciencia y "hacer nacer" a Dios en nuestro corazón.

lunes, 16 de noviembre de 2020

HOMILIA Último domingo del tiempo «durante el año». JESUCRISTO, REY UNIVERSAL, Solemnidad. cA (22 de noviembre 2020)

Último domingo del tiempo «durante el año». JESUCRISTO, REY UNIVERSAL, Solemnidad. cA (22 de noviembre 2020) Primera: Ezequiel 34, 11-12. 15-17; Salmo: Sal 22, 1-3. 5-6; Segunda: 1 Corintios 15, 20-26. 28; Evangelio: Mt 25, 31-46 Nexo entre las LECTURAS... Jesucristo, Rey-Pastor y Señor-Juez de la historia y del universo: éste es el nexo de las lecturas y el gran final del ciclo litúrgico, de la historia de la salvación que hemos recorrido a lo largo del año del Seño 2019-2020. Rey, Pastor y Señor de todas las naciones y de todos y cada uno de los individuos (evangelio). Rey-Pastor preanunciado por el profeta Ezequiel, en sustitución de los malos reyes, que usufructuaban abusivamente del rebaño (primera lectura). Rey, que, habiendo sometido a sí todo, entregará el reino a su Padre para que Dios sea todo en todos (segunda lectura). Señor que nos invita a vivir confiados y tranquilos, pues Él está como rezamos con el salmista: El Señor es mi pastor, nada me puede faltar. Él me hace descansar en verdes praderas. Me conduce a las aguas tranquilas y repara mis fuerzas; me guía por el recto sendero, por amor de su Nombre. Temas... Cristo Pastor, Cristo Juez. La imagen del pastor nos parece acogedora y amorosa; la imagen del juez nos parece severa y casi amenazante. Uno de los propósitos de la celebración de hoy es que sepamos complementar una imagen con la otra: nuestro benigno pastor es también nuestro juez; nuestro juez insobornable es hoy nuestro pastor. Así nos lo enseña Ezequiel. El Dios que busca a las ovejas es el mismo que juzga a las ovejas. ¿Qué quiere decir esto? Quiere decir que el amor incondicional e inagotable nos conduce a un terreno en el que no vale disculpa alguna. Precisamente porque Dios nos ha amado sin medida nos ha quitado toda posibilidad de engañarnos. No hay excusas para el que se sabe amado, absolutamente amado, gratuitamente amado, infinitamente amado. El amor total elimina al engaño. El amor total hace brotar la verdad total. La consumación de la historia. San Pablo nos ofrece otra perspectiva sobre el misterio magnífico que hoy celebramos. El reinado de Cristo aparecerá en plenitud sólo al final. Nuestra historia, pues, tiene una dirección. No es el monótono repetirse que parecía amenazarnos desde los estribillos del Eclesiastés: "Nada nuevo bajo el sol" (1,9). Cristo le da la dirección, el sentido a la historia. Él es el sentido de la historia y sin Él, la historia humana, individual o colectiva, es sólo una sucesión de deseos que no satisfacen. San Pablo nos presenta al universo sometido a Cristo. La consumación consiste en eso: el sometimiento a Jesucristo. Entonces es posible apresurar la consumación. No es una fecha exterior al mundo, que caiga sobre el mundo porque "estaba escrita" en algún lugar. Es a la vez algo inconcebible y algo concebido; algo que viene de la más absoluta trascendencia, y que sin embargo se despliega desde las entrañas de nuestra historia. Apresuramos la consumación cuando apresuramos el reinado de Jesucristo. Los criterios de juicio. La historia humana, llegada a su consumación, tendrá que comparecer ante Cristo. La palabra del Señor decreta el destino eterno, pero no lo crea. El juicio sucede en la historia, aunque se decreta sólo a su término. Sucede en la historia porque ya sabemos de qué y por qué somos juzgados. El bien negado es un mal futuro. Todos los bienes que negamos son los males que nos acusan. Las palabras de Cristo en ese día serán: "¡Vengan!" o "¡Apártense!". Mas, si lo pensamos bien, esas palabras no son otra cosa que un espejo de las obras de unos y otros. Los que se acercaron a Cristo escucharán que Cristo les dice que se acerquen; los que se apartaron de Cristo escucharán que Cristo les dice que se aparten. El gran juicio es sólo un espejo ampliado de la vida que llevamos. Cristo está presente en los pobres. O, dicho de otro modo: la pobreza es el ámbito en que Cristo se revela. No es nuevo esto para quien haya leído el Evangelio. En la pobreza se revela la gracia porque pobreza encarna el límite de nuestras fuerzas y, por tanto, límite de nuestras pretensiones. La pobreza no es una decoración o un capricho de Cristo; es la condición señera en que podemos descubrir un amor que existe donde nosotros no podemos dominarlo. Un amor que es nuestro dueño. Sugerencias... La Iglesia, después de haber conmemorado en el curso del año litúrgico los misterios de la vida de Cristo a través de los cuales se cumple la obra de la salvación, en el último Domingo del año se recoge en torno a su Señor para celebrar su triunfo final. Cuando vuelva como Rey glorioso a recoger los frutos de su redención. Este es en síntesis el significado de la solemnidad de hoy. La Liturgia de la Palabra presenta hoy tres aspectos particulares de la realeza de Cristo. (a) La segunda lectura pone en evidencia su poder soberano sobre el pecado y sobre la muerte. Cristo muerto y resucitado para la salvación de la humanidad es la «primicia» de los que, habiendo creído en Él, resucitarán un día a la vida eterna. En efecto, «si por Adán murieron todos» a causa del pecado, por Cristo todos volverán a la vida» gracias a su resurrección. La victoria sobre la muerte -último enemigo de Cristo- coronará la obra de salvación: y al fin de los tiempos, cuando los muertos resuciten, Cristo podrá entregar al Padre el reino conquistado por Él, reino de resucitados que cantarán eternamente las alabanzas del Dios de la vida. Así toda la creación que el Padre sometió al Hijo para que la librase del pecado y de la muerte, ya completamente redimida y renovada, será sometida y devuelta por el mismo Hijo al Padre, «y así Dios lo será todo en todos» y será glorificado eternamente por toda criatura. (b) La primera lectura subraya, por su parte, el amor de Dios, Rey que envía a Cristo a la tierra a establecer el Reino del Padre no con la fuerza del conquistador, sino con la bondad y mansedumbre del pastor: «Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas siguiendo su rastro. Como un pastor sigue el rastro de su rebaño cuando se encuentran las ovejas dispersas, así seguiré yo el rastro de mis ovejas». Cristo (fue) es el buen pastor por excelencia, solicito en guardar, apacentar, defender y salvar el rebaño que el Padre le confió. Y como los hombres estaban dispersos y alejados de Dios y de su amor, Él los buscó, como busca el pastor las ovejas descarriadas, y los curó, como venda el pastor las ovejas heridas y cura las enfermas. Además, para devolverlos al amor del Padre, dio su vida. Después de una entrega tal, bien puede Cristo decir, mirando su rebaño: «Yo voy a juzgar entre oveja y oveja, entre cabra y macho cabrío». Cristo Rey-Pastor será (es) un día Rey-Juez. (c) El tercer aspecto de su realeza, el juicio, desarrollado ampliamente en el Evangelio de hoy. «Cuando venga en su gloria el Hijo del Hombre y todos los ángeles con Él, serán reunidas ante Él todas las naciones. Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de los cabritos». El Hijo del hombre, que vino en humildad y sufrimiento a salvar el rebaño que el Padre le confió (pesebre en Belén), volverá Rey glorioso al final de los tiempos a juzgar a los que fueron objeto de su amor. ¿Sobre qué los juzgará? Sobre el amor; porque el amor es la síntesis de su mensaje, el móvil y fin de toda su obra de salvación. El que no ama se excluye voluntariamente del reino de Cristo y el último día verá confirmada para siempre esa exclusión. El juicio sobre el amor será muy concreto (podemos tener en cuenta el mensaje del Papa para la jornada mundial del pobre). El juicio no será sobre palabras sino sobre hechos: «Tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber...». Aunque Rey glorioso, Jesús no olvida que se ha hecho nuestro hermano y premia como hechos a Él los actos de caridad-misericordia realizados con el más pequeño de los hombres: «reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo». El amor, síntesis del cristianismo -y de la humanidad-, es la condición para ser admitidos al reino de Cristo que es reino de amor. El que ama no tendrá nada que temer del juicio de Cristo Rey de Amor. ...

viernes, 13 de noviembre de 2020

HOMILIA Domingo trigésimotercero del TIEMPO ORDINARIO cA (15 de noviembre de 2020) Domingo de la Jornada Mundial de los POBRES. Primera: Proverbios 31, 10-13. 19-20. 30-31; Salmo: Sal 127, 1-5; Segunda: 1 Tesalónica 5, 1-6; Evangelio: Mt 25, 14-30 Nexo entre las LECTURAS Trabajar para dar fruto -en el Reino de Dios-, EMPEZAR A PREPARAR LA COMUNIÓN DEFINITIVA, pues el Domingo próximo (34) es el último del Tiempo Ordinario… en esta ‘preparación’ puede condensarse la Liturgia de este Domingo. Hacer fructificar los talentos recibidos para realizar el encargo del que se nos pedirá luego cuenta (Evangelio). Trabajar para hacer el bien en el temor de Dios, como la mujer buena y hacendosa del libro de los Proverbios (primera lectura). Trabajar, no dormir, puesto que somos hijos del día y de la luz (tiempo en el que se puede trabajar), y no de la noche ni de las tinieblas (segunda lectura). Temas... Los tres hombres, el hombre. Los talentos. En el evangelio se habla de las cuentas que el hombre ha de rendir ante Dios. El Creador ha confiado «sus bienes» a las criaturas -y el Redentor a los redimidos-: «a cada cual según su capacidad», de una forma, por lo tanto, estrictamente personal. Los talentos (en el texto de san Mateo) son importantes cantidades de dinero, pero nosotros hablamos de talentos personales, que se dan también a cada cual individualmente: se nos han entregado en calidad de administradores y por eso mismo debemos trabajar con ellos no para nosotros mismos (en «beneficio propio»), sino para Dios. Pues nosotros mismos, con todo lo que tenemos, nos debemos a Dios. En la parábola el amo se va de viaje al extranjero y nosotros, sus empleados, nos quedamos con toda su hacienda; pero naturalmente esos talentos deben producir algo de ganancia. El empleado negligente y holgazán no quiere ver en esto la bondad, sino la severidad del amo, y se embrolla en las contradicciones: «Siegas donde no siembras y recoges donde no esparces; tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra». Si realmente veía en el talento que se le había confiado una prueba de la severidad del amo, debería haber trabajado con mayor motivo; pero su supuesto miedo (la humanidad y quienes nos gobiernan con la pandemia y la cuarentena) le hizo olvidar que en la misma naturaleza de los dones confiados está el que éstos produzcan su fruto. Dios nos ofrece, a nosotros los vivientes, algo que está vivo y que debe crecer (también en cuarentena). No tiene sentido enterrarlo bajo tierra como si fuera algo muerto, porque entonces ya no podremos devolvérselo a Dios como el don viviente que nos ha sido confiado. A los empleados fieles, por el contrario, a los que le devuelven el don que se les ha confiado junto con sus frutos, Dios les da como recompensa una fecundidad incalculable, eterna. Trabajo durante el día. San Pablo nos advierte, en la segunda lectura, que no debemos demorar nuestras buenas obras, porque no sabemos cuándo llegará el día en que infaliblemente hemos de dar cuentas a Dios de nuestros actos. Nosotros no vivimos en las tinieblas, sino que somos «hijos del día», del tiempo en que se debe trabajar. Los «demás», los que prefieren dormir (encerrarse), pretenden fabricarse un mundo en el que haya «paz y seguridad», en el que se pueda tranquilamente holgar y dormir; pero nuestra vida temporal, privada o pública, no está configurada de ese modo. Precisamente cuando los hombres se han instalado cómodamente en la seguridad, sobreviene de improviso la ruina, «como los dolores de parto a la que está encinta». La paz no viene por sí misma: ésta sólo se puede conseguir, en caso de que pueda lograrse en la tierra, mediante un esfuerzo «sobrio» y claro como la luz del día. Pero el que realiza este esfuerzo con un espíritu auténticamente cristiano está siempre preparado para dar cuentas a Dios y el día del Señor no puede sorprenderle «como un ladrón». El modelo de la mujer. El Antiguo Testamento pone ante nuestros ojos en la primera lectura el modelo de este compromiso genuinamente cristiano en la mujer hacendosa. El cristiano, ante esta trabajadora ejemplar, piensa enseguida en María: «Su marido se fía de ella»; Cristo puede confiarle todos sus bienes, pues «le trae ganancias y no pérdidas». Gracias a su sí, a su perfecta disponibilidad para todo, para la encarnación, para el abandono, para la cruz, para su incorporación a la Iglesia: gracias a todo lo que Ella es y hace, puede Él construir lo mejor de lo que Dios ha proyectado con esta creación y redención. En medio de los múltiples pecadores que dicen no y fracasan, ella es la Inmaculada, la sin mancha ni arruga y que nos ayuda para crecer en la pureza interior y presentarnos como ‘vírgenes consagradas’ en la Jerusalén celestial. «Cántale por el éxito de su trabajo». E incluso desde el cielo se ve que a ella se le encomienda la «gran tarea» de la parábola: «Abre sus manos al necesitado y extiende el brazo al pobre». Sugerencias... Las lecturas bíblicas de hoy graban a fuego en el alma el pensamiento de la “vigilancia cristiana” y, por ende, de la vida presente, vivida como espera y preparación de la futura. Nos puede servir de punto de partida la lectura segunda (1Ts 5, 1-6) en la que San Pablo declara inútil el indagar cuándo vendrá «el día del Señor», o sea cuándo se efectuará el retorno glorioso de Cristo, porque llegará de improviso «como un ladrón en la noche» (ib 2). Es la imagen empleada ya por Jesús (Mt 24, 43), que se puede aplicar tanto a la parusía (el acontecimiento esperado al final de la historia: la Segunda -última- venida de Cristo a la Tierra) como al fin de cada hombre. Sobre esa hora sólo una hay certeza de fe: que vendrá sin duda; pero cuándo y cómo, sólo Dios lo sabe. Síguese de ahí la necesidad de la vigilancia y juntamente de un abandono confiado a sus divinas disposiciones. El que piensa sólo en gozar de la vida como si nunca hubiese de morir, justo cuando se promete «paz y seguridad», verá improvisamente sobrevenirle la «ruina», dice el Señor en otro pasaje: «insensato, esta misma noche morirás…». El que, por el contrario, como verdadero «hijo de la luz», no olvida lo transitorio de la vida terrena y vela en espera del Señor, no tendrá nada que temer. Es lo que enseñan las otras dos lecturas con ejemplos concretos. La primera, de Proverbios, bosqueja la figura de la mujer virtuosa, entregada a su familia, fiel a sus deberes de esposa y de madre, voluntariosa en el trabajo, caritativa con los pobres (podemos insistir en esta imagen por ser HOY la jornada mundial de los pobres). Se hace de ella un elogio lleno de entusiasmo: «Vale mucho más que las perlas. Su marido confía en ella... Ella le produce el bien, no el mal, todos los días de su vida» (ib 10-12). Aun cuando hoy la mujer con frecuencia, a propósito de las nuevas maneras de vivir, está dividida entre la casa y la profesión, nos parece bueno recordar el valor fundamental y no pequeño, al contrario inmenso, del cuidado de la familia, la transmisión de la fe católica y de la cultura cristiana, y si fuera el caso: la entrega con el marido a los hijos… la solicitud para que ellos encuentren en la casa un ambiente agradable y cálido y un ambiente de Dios y de fe como la Sagrada Familia de Nazareth. El texto termina prefiriendo la «mujer que teme al Señor» a la dotada de gracia y hermosura, que son caducas, mientras sólo la virtud es base de la felicidad de la familia y objeto de la alabanza de Dios. Una mujer semejante, al fin de su vida merecerá oír el elogio de Jesús al siervo fiel: «Muy bien... pasa al banquete de tu Señor» (Mt 25, 21). El Evangelio (Mt 25, 14-30), reproduciendo la parábola de los talentos, habla precisamente del siervo fiel que no derrocha la vida en pasatiempos o en la ociosidad, sino “negocia” con amor inteligente los dones recibidos de Dios, los ejemplos de los santos (especialmente los santos niños o adolescentes, son ejemplo de esto). Dios da a cada hombre unos talentos: el común a todos es la Palabra de Dios… y, según Su querer, nos da: el don de la vida, la capacidad de entender y querer, de amar y de obrar, la gracia, la caridad, las virtudes infusas, la vocación personal. A nadie hace daño distribuyendo sus dones en medida diferente, pues da a cada cual lo suficiente para su salvación. Lo importante no es recibir mucho o poco, sino AMAR Y SERVIR con empeño lo recibido y hasta el fin. Es falsa humildad no reconocer los dones de Dios, y es pusilanimidad y pereza dejarlos inactivos. Así obró el siervo haragán que enterró el talento recibido, por lo que el Señor le reprendió duramente. Dios exige, en providencia, de lo que ha dado, y lo que ha dado se ha de usar para su servicio y para el de los hermanos. Por lo demás, a quien más se le ha dado, más se le exigirá. Por eso en la cuenta cada cual será tratado según sus obras, según la medida del amor en el propio corazón delante de Dios que conoce el corazón de cada uno. Castigo tremendo para el empleado holgazán, alabanza y premio para los empleados fieles, los cuales reciben un premio inmensamente superior a sus méritos. En efecto, a las palabras: «cómo has sido fiel en lo poco, te encargaré de mucho más», que indican la recompensa a la fidelidad de cada uno, se añaden estas otras: «pasa al banquete de tu Señor» (ib 21). Es el “premio” (don) de la liberalidad de Dios, que admite a sus siervos fieles a la comunión en su vida y felicidad eternas. Don que, si bien presupone el esfuerzo del hombre, es siempre infinitamente superior a sus méritos, pues es gracia providente y misericordiosa… IV JORNADA MUNDIAL DE LOS POBRES. Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario 10. «En todas tus acciones, ten presente tu final» (Si 7,36). Esta es la expresión con la que el Sirácida concluye su reflexión. El texto se presta a una doble interpretación. La primera hace evidente que siempre debemos tener presente el fin de nuestra existencia. Acordarse de nuestro destino común puede ayudarnos a llevar una vida más atenta a quien es más pobre y no ha tenido las mismas posibilidades que nosotros. Existe también una segunda interpretación, que evidencia más bien el propósito, el objetivo hacia el que cada uno tiende. Es el fin de nuestra vida que requiere un proyecto a realizar y un camino a recorrer sin cansarse. Y bien, la finalidad de cada una de nuestras acciones no puede ser otra que el amor. Este es el objetivo hacia el que nos dirigimos y nada debe distraernos de él. Este amor es compartir, es dedicación y servicio, pero comienza con el descubrimiento de que nosotros somos los primeros amados y movidos al amor. Este fin aparece en el momento en que el niño se encuentra con la sonrisa de la madre y se siente amado por el hecho mismo de existir. Incluso una sonrisa que compartimos con el pobre es una fuente de amor y nos permite vivir en la alegría. La mano tendida, entonces, siempre puede enriquecerse con la sonrisa de quien no hace pesar su presencia y la ayuda que ofrece, sino que sólo se alegra de vivir según el estilo de los discípulos de Cristo. En este camino de encuentro cotidiano con los pobres, nos acompaña la Madre de Dios que, de modo particular, es la Madre de los pobres. La Virgen María conoce de cerca las dificultades y sufrimientos de quienes están marginados, porque ella misma se encontró dando a luz al Hijo de Dios en un establo. Por la amenaza de Herodes, con José su esposo y el pequeño Jesús huyó a otro país, y la condición de refugiados marcó a la sagrada familia durante algunos años. Que la oración a la Madre de los pobres pueda reunir a sus hijos predilectos y a cuantos les sirven en el nombre de Cristo. Y que esta misma oración transforme la mano tendida en un abrazo de comunión y de renovada fraternidad. FRANCISCO. Roma, en San Juan de Letrán, 13 de junio de 2020, memoria litúrgica de san Antonio de Padua.

Domingo trigésimotercero del TIEMPO ORDINARIO cA (15 de noviembre de 2020) Domingo de la Jornada Mundial de los POBRES. Primera: Proverbios 31, 10-13. 19-20. 30-31; Salmo: Sal 127, 1-5; Segunda: 1 Tesalónica 5, 1-6; Evangelio: Mt 25, 14-30 Nexo entre las LECTURAS Trabajar para dar fruto -en el Reino de Dios-, EMPEZAR A PREPARAR LA COMUNIÓN DEFINITIVA, pues el Domingo próximo (34) es el último del Tiempo Ordinario… en esta ‘preparación’ puede condensarse la Liturgia de este Domingo. Hacer fructificar los talentos recibidos para realizar el encargo del que se nos pedirá luego cuenta (Evangelio). Trabajar para hacer el bien en el temor de Dios, como la mujer buena y hacendosa del libro de los Proverbios (primera lectura). Trabajar, no dormir, puesto que somos hijos del día y de la luz (tiempo en el que se puede trabajar), y no de la noche ni de las tinieblas (segunda lectura). Temas... Los tres hombres, el hombre. Los talentos. En el evangelio se habla de las cuentas que el hombre ha de rendir ante Dios. El Creador ha confiado «sus bienes» a las criaturas -y el Redentor a los redimidos-: «a cada cual según su capacidad», de una forma, por lo tanto, estrictamente personal. Los talentos (en el texto de san Mateo) son importantes cantidades de dinero, pero nosotros hablamos de talentos personales, que se dan también a cada cual individualmente: se nos han entregado en calidad de administradores y por eso mismo debemos trabajar con ellos no para nosotros mismos (en «beneficio propio»), sino para Dios. Pues nosotros mismos, con todo lo que tenemos, nos debemos a Dios. En la parábola el amo se va de viaje al extranjero y nosotros, sus empleados, nos quedamos con toda su hacienda; pero naturalmente esos talentos deben producir algo de ganancia. El empleado negligente y holgazán no quiere ver en esto la bondad, sino la severidad del amo, y se embrolla en las contradicciones: «Siegas donde no siembras y recoges donde no esparces; tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra». Si realmente veía en el talento que se le había confiado una prueba de la severidad del amo, debería haber trabajado con mayor motivo; pero su supuesto miedo (la humanidad y quienes nos gobiernan con la pandemia y la cuarentena) le hizo olvidar que en la misma naturaleza de los dones confiados está el que éstos produzcan su fruto. Dios nos ofrece, a nosotros los vivientes, algo que está vivo y que debe crecer (también en cuarentena). No tiene sentido enterrarlo bajo tierra como si fuera algo muerto, porque entonces ya no podremos devolvérselo a Dios como el don viviente que nos ha sido confiado. A los empleados fieles, por el contrario, a los que le devuelven el don que se les ha confiado junto con sus frutos, Dios les da como recompensa una fecundidad incalculable, eterna. Trabajo durante el día. San Pablo nos advierte, en la segunda lectura, que no debemos demorar nuestras buenas obras, porque no sabemos cuándo llegará el día en que infaliblemente hemos de dar cuentas a Dios de nuestros actos. Nosotros no vivimos en las tinieblas, sino que somos «hijos del día», del tiempo en que se debe trabajar. Los «demás», los que prefieren dormir (encerrarse), pretenden fabricarse un mundo en el que haya «paz y seguridad», en el que se pueda tranquilamente holgar y dormir; pero nuestra vida temporal, privada o pública, no está configurada de ese modo. Precisamente cuando los hombres se han instalado cómodamente en la seguridad, sobreviene de improviso la ruina, «como los dolores de parto a la que está encinta». La paz no viene por sí misma: ésta sólo se puede conseguir, en caso de que pueda lograrse en la tierra, mediante un esfuerzo «sobrio» y claro como la luz del día. Pero el que realiza este esfuerzo con un espíritu auténticamente cristiano está siempre preparado para dar cuentas a Dios y el día del Señor no puede sorprenderle «como un ladrón». El modelo de la mujer. El Antiguo Testamento pone ante nuestros ojos en la primera lectura el modelo de este compromiso genuinamente cristiano en la mujer hacendosa. El cristiano, ante esta trabajadora ejemplar, piensa enseguida en María: «Su marido se fía de ella»; Cristo puede confiarle todos sus bienes, pues «le trae ganancias y no pérdidas». Gracias a su sí, a su perfecta disponibilidad para todo, para la encarnación, para el abandono, para la cruz, para su incorporación a la Iglesia: gracias a todo lo que Ella es y hace, puede Él construir lo mejor de lo que Dios ha proyectado con esta creación y redención. En medio de los múltiples pecadores que dicen no y fracasan, ella es la Inmaculada, la sin mancha ni arruga y que nos ayuda para crecer en la pureza interior y presentarnos como ‘vírgenes consagradas’ en la Jerusalén celestial. «Cántale por el éxito de su trabajo». E incluso desde el cielo se ve que a ella se le encomienda la «gran tarea» de la parábola: «Abre sus manos al necesitado y extiende el brazo al pobre». Sugerencias... Las lecturas bíblicas de hoy graban a fuego en el alma el pensamiento de la “vigilancia cristiana” y, por ende, de la vida presente, vivida como espera y preparación de la futura. Nos puede servir de punto de partida la lectura segunda (1Ts 5, 1-6) en la que San Pablo declara inútil el indagar cuándo vendrá «el día del Señor», o sea cuándo se efectuará el retorno glorioso de Cristo, porque llegará de improviso «como un ladrón en la noche» (ib 2). Es la imagen empleada ya por Jesús (Mt 24, 43), que se puede aplicar tanto a la parusía (el acontecimiento esperado al final de la historia: la Segunda -última- venida de Cristo a la Tierra) como al fin de cada hombre. Sobre esa hora sólo una hay certeza de fe: que vendrá sin duda; pero cuándo y cómo, sólo Dios lo sabe. Síguese de ahí la necesidad de la vigilancia y juntamente de un abandono confiado a sus divinas disposiciones. El que piensa sólo en gozar de la vida como si nunca hubiese de morir, justo cuando se promete «paz y seguridad», verá improvisamente sobrevenirle la «ruina», dice el Señor en otro pasaje: «insensato, esta misma noche morirás…». El que, por el contrario, como verdadero «hijo de la luz», no olvida lo transitorio de la vida terrena y vela en espera del Señor, no tendrá nada que temer. Es lo que enseñan las otras dos lecturas con ejemplos concretos. La primera, de Proverbios, bosqueja la figura de la mujer virtuosa, entregada a su familia, fiel a sus deberes de esposa y de madre, voluntariosa en el trabajo, caritativa con los pobres (podemos insistir en esta imagen por ser HOY la jornada mundial de los pobres). Se hace de ella un elogio lleno de entusiasmo: «Vale mucho más que las perlas. Su marido confía en ella... Ella le produce el bien, no el mal, todos los días de su vida» (ib 10-12). Aun cuando hoy la mujer con frecuencia, a propósito de las nuevas maneras de vivir, está dividida entre la casa y la profesión, nos parece bueno recordar el valor fundamental y no pequeño, al contrario inmenso, del cuidado de la familia, la transmisión de la fe católica y de la cultura cristiana, y si fuera el caso: la entrega con el marido a los hijos… la solicitud para que ellos encuentren en la casa un ambiente agradable y cálido y un ambiente de Dios y de fe como la Sagrada Familia de Nazareth. El texto termina prefiriendo la «mujer que teme al Señor» a la dotada de gracia y hermosura, que son caducas, mientras sólo la virtud es base de la felicidad de la familia y objeto de la alabanza de Dios. Una mujer semejante, al fin de su vida merecerá oír el elogio de Jesús al siervo fiel: «Muy bien... pasa al banquete de tu Señor» (Mt 25, 21). El Evangelio (Mt 25, 14-30), reproduciendo la parábola de los talentos, habla precisamente del siervo fiel que no derrocha la vida en pasatiempos o en la ociosidad, sino “negocia” con amor inteligente los dones recibidos de Dios, los ejemplos de los santos (especialmente los santos niños o adolescentes, son ejemplo de esto). Dios da a cada hombre unos talentos: el común a todos es la Palabra de Dios… y, según Su querer, nos da: el don de la vida, la capacidad de entender y querer, de amar y de obrar, la gracia, la caridad, las virtudes infusas, la vocación personal. A nadie hace daño distribuyendo sus dones en medida diferente, pues da a cada cual lo suficiente para su salvación. Lo importante no es recibir mucho o poco, sino AMAR Y SERVIR con empeño lo recibido y hasta el fin. Es falsa humildad no reconocer los dones de Dios, y es pusilanimidad y pereza dejarlos inactivos. Así obró el siervo haragán que enterró el talento recibido, por lo que el Señor le reprendió duramente. Dios exige, en providencia, de lo que ha dado, y lo que ha dado se ha de usar para su servicio y para el de los hermanos. Por lo demás, a quien más se le ha dado, más se le exigirá. Por eso en la cuenta cada cual será tratado según sus obras, según la medida del amor en el propio corazón delante de Dios que conoce el corazón de cada uno. Castigo tremendo para el empleado holgazán, alabanza y premio para los empleados fieles, los cuales reciben un premio inmensamente superior a sus méritos. En efecto, a las palabras: «cómo has sido fiel en lo poco, te encargaré de mucho más», que indican la recompensa a la fidelidad de cada uno, se añaden estas otras: «pasa al banquete de tu Señor» (ib 21). Es el “premio” (don) de la liberalidad de Dios, que admite a sus siervos fieles a la comunión en su vida y felicidad eternas. Don que, si bien presupone el esfuerzo del hombre, es siempre infinitamente superior a sus méritos, pues es gracia providente y misericordiosa… IV JORNADA MUNDIAL DE LOS POBRES. Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario 10. «En todas tus acciones, ten presente tu final» (Si 7,36). Esta es la expresión con la que el Sirácida concluye su reflexión. El texto se presta a una doble interpretación. La primera hace evidente que siempre debemos tener presente el fin de nuestra existencia. Acordarse de nuestro destino común puede ayudarnos a llevar una vida más atenta a quien es más pobre y no ha tenido las mismas posibilidades que nosotros. Existe también una segunda interpretación, que evidencia más bien el propósito, el objetivo hacia el que cada uno tiende. Es el fin de nuestra vida que requiere un proyecto a realizar y un camino a recorrer sin cansarse. Y bien, la finalidad de cada una de nuestras acciones no puede ser otra que el amor. Este es el objetivo hacia el que nos dirigimos y nada debe distraernos de él. Este amor es compartir, es dedicación y servicio, pero comienza con el descubrimiento de que nosotros somos los primeros amados y movidos al amor. Este fin aparece en el momento en que el niño se encuentra con la sonrisa de la madre y se siente amado por el hecho mismo de existir. Incluso una sonrisa que compartimos con el pobre es una fuente de amor y nos permite vivir en la alegría. La mano tendida, entonces, siempre puede enriquecerse con la sonrisa de quien no hace pesar su presencia y la ayuda que ofrece, sino que sólo se alegra de vivir según el estilo de los discípulos de Cristo. En este camino de encuentro cotidiano con los pobres, nos acompaña la Madre de Dios que, de modo particular, es la Madre de los pobres. La Virgen María conoce de cerca las dificultades y sufrimientos de quienes están marginados, porque ella misma se encontró dando a luz al Hijo de Dios en un establo. Por la amenaza de Herodes, con José su esposo y el pequeño Jesús huyó a otro país, y la condición de refugiados marcó a la sagrada familia durante algunos años. Que la oración a la Madre de los pobres pueda reunir a sus hijos predilectos y a cuantos les sirven en el nombre de Cristo. Y que esta misma oración transforme la mano tendida en un abrazo de comunión y de renovada fraternidad. FRANCISCO. Roma, en San Juan de Letrán, 13 de junio de 2020, memoria litúrgica de san Antonio de Padua.

HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

  VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024) Primera : Isaías 52,13 – 53,12;  Salmo : Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25;  Segunda :...