lunes, 13 de julio de 2020

HOMILIA Domingo decimosexto del TIEMPO ORDINARIO cA (19 de julio de 2020)

Domingo decimosexto del TIEMPO ORDINARIO cA (19 de julio de 2020) Primera: Sabiduría 12, 13. 16-19; Salmo: Sal 85, 5-6. 9-10. 15-16a; Segunda: Romanos 8, 26-27; Evangelio: Mateo 13, 24-43 Nexo entre las LECTURAS Jesús nos pide que seamos pacientes y misericordiosos, es el nexo. El texto que escuchamos del Libro de la Sabiduría nos habla del infinito poder de Dios, y de lo bien que sabe administrarlo, siendo benigno e indulgente. Así, es ejemplo para que nosotros también sepamos gestionar el tiempo que tenemos para hacer el bien en el amor y en el servicio. En relación con esta reflexión del Libro de la Sabiduría, el salmista proclama el amor, la bondad y la clemencia de Dios, ante quien se postran todos los pueblos y a quien el propio salmista le pide fortaleza. La segunda lectura se toma de la Carta a los Romanos. San Pablo nos habla de cómo el Espíritu Santo, de un modo misterioso, nos ayuda a orar desde lo más hondo de nuestro corazón. Y Dios Padre escucha esta oración. Del Evangelio, según san Mateo, escuchamos un largo texto del capítulo 13 en el que Jesús cuenta tres parábolas sobre el Reino de Dios: la cizaña, el grano de mostaza y la levadura. A continuación, los discípulos le piden que les explique la parábola de la cizaña… Jesús nos pide que seamos pacientes y misericordiosos. Temas... El grano de mostaza. Esta parábola parece indicarnos el ritmo de crecimiento, de transformación y consolidación del Reino, de la Iglesia. En la diminuta semilla de mostaza se encierra algo inmensamente grande, que irá creciendo de a poquito, al abrigo de la tierra fecunda. La pequeñez se transfigura en grandeza, la humildad en exaltación; en el Reino, los últimos son los primeros, los poderosos son los últimos, los que pierden su vida, la ganan (Papa Francisco). Todo esto acontece en la Comunidad de los discípulos misioneros. Esta parábola sugiere algunos rasgos que han de configurar el rostro de la Iglesia a la luz del Reino. He aquí algunos: La pequeñez e insignificancia como garantía y augurio de crecimiento y consolidación. La Iglesia es el Pueblo que, en su manera de ser y obrar, no tiene aspiraciones de grandeza ni afanes de poder porque quiere ser decididamente sacramento de Cristo entre los hombres; quiere “parecerse a Jesús”, que, a pesar de su condición divina, se vació de sí mismo, se hizo esclavo y obediente hasta la muerte (Cf Fil 2, 5-11). No es una Iglesia presuntuosa ni vanidosa porque es consciente de que, como Jesús, ha nacido en la pobreza y, obediente a Jesús, vive en pobreza. Sabe que ella es la comunidad de los pobres, porque a ellos les pertenece el reino (Mt 3,3). Está dichosa de ser pobre y de parecerlo. Cuando la Iglesia hace memoria de sí misma, de sus orígenes, recuerda que fue como una semilla de mostaza, tan minúscula como prometedora. No se acomoda a la mentalidad este mundo, sino que se transforma interiormente con una “mentalidad nueva” para discernir la voluntad de Dios, lo que “es bueno, y aceptable y perfecto” (Cr Rm 12, 2). Se hace un árbol, vienen los pájaros y anidan en sus ramas. La semilla de mostaza es potencia de vida, vigor exuberante. Poco a poco, de acuerdo a su propio ritmo lento pero firme, crece y se hace arbusto. La Iglesia, como el Reino de los Cielos, no atropella los ritmos de sus comunidades, sino que los cuida atentamente; tampoco se saltea las etapas precisas de su misión evangelizadora. No busca “lo eficaz” ni “lo pragmático” -tantas veces irrespetuoso e incluso, violento- sino que atiende con cuidado y responsabilidad a los “tallos” verdes que brotan porque son vida y, además, primicias y promesas del reino. El trigo y la cizaña. La Iglesia -como el Reino-, es trigo bueno que ha aprendido a convivir pacientemente con la cizaña. No se precipita en arrancarla, sino que espera al final de la cosecha. No es que la Iglesia desconozca, o no le importe la cizaña, sino que, con paciencia y esperanza, intenta que, mientras el trigo y la cizaña germinan juntos, la cizaña se marchite y el trigo crezca hasta alcanzar la Vida. La Iglesia, Pueblo de Dios, Familia de Dios, imita la paciencia Dios; no juzga las conductas de los hombres con ligereza porque, como Jesús, no ha sido enviada para juzgar sino para salvar. El juicio ocurrirá al final del tiempo, cuando los cosechadores arranquen la cizaña y la echen al fuego, es entonces cuando cosecharán el trigo y lo guardarán en los graneros del Reino. La levadura en la masa. La Iglesia, a la luz del Reino anunciado por Jesús, está inmersa en las realidades cotidianas de este mundo. No puede vivir separada, al margen de ellas y, menos aún, en contra de ellas. La Iglesia vive en la alegría de saber que tiene que dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Es la “Iglesia en el mundo” del Vaticano II. Esta Iglesia es pequeña, es como un puñado de fermento mezclado con las realidades de este mundo: políticas, culturales, económicas, sociales. Es la levadura nueva de la Pascua -la “levadura de la sinceridad y la verdad”- que fermenta la “masa nueva”, el Reino de Dios. (Cf 1Co, 5, 6-8). La Iglesia, como fermento vivo, actúa lentamente en el mundo, tratándolo con la paciencia misericordiosa de Dios que no tiene prisas sino bondades. Ella no compite con el mundo, ni es su rival, sino que lo ama entrañablemente y lo respeta en su autonomía de criatura de Dios. Es una Iglesia persuasiva, acogedora, compasiva, más ocupada por salvar al mundo que por juzgarlo (Cf Jn 12, 47) El juicio ocurrirá -asegura Jesús- al final del tiempo. Sugerencias.. Ser apóstoles del bien. No cerraremos los ojos al mal y tengamos cuidado en no volvernos ciegos para el bien. ¡Cuidado! Es que casi no hay apóstoles del bien, sino, y con frecuencia, críticos. En cambio, el mal, el crimen, el deseo del aborto, de la trampa, el desorden moral, en todas sus formas: está en las pantallas de la televisión y de las redes sociales, en los titulares de los periódicos y en los labios de muchos -aunque se dicen- cristianos. Muchos están ocupados por el medio ambiente y por la ecología del planeta, por las mascotas o las especies en extinción, hay quienes dicen querer la vida y promueven el aborto; ES NUESTRO DEBER interesarnos por la ‘ecología moral’ y por la ‘salud virtuosa’ de los medios de comunicación social, de la ‘limpieza ética’ de las calles de nuestras ciudades. En tiempos de pandemia hemos conocido que el grado de contaminación atmosférica había subido más de lo normal, e hizo que se adoptan medidas para hacerlo descender, TODAVÍA no parece que nos diéramos cuenta que la contaminación inmoral también subió más de lo decente y honesto. Y si anunciamos la verdad de Dios y del Evangelio y del nuevo ordenamiento mundial de la Caridad y de la Fraternidad es como poner el dedo en la llaga, y hacen que llueva un diluvio de críticas, y no pocas veces de improperios, para que nos callemos. Ciertamente hay que aplacar el mal que se ve y que se propaganda; sepamos que es muy importante y eficaz acallar el mal con la proclamación del bien, desarraigar el mal a base de bien y de bondad, de paciencia y comprensión. Proclamemos con nuestras palabras y obras que el bien espiritual es mas necesario y esencial que los bienes materiales… que la salud espiritual es mas humana que la del cuerpo… si alguien está enamorado de la vida, que cuide con toda su fuerza la amistad con Dios y procure que Dios sea todo es todos, porque el bien más necesario y justo para el hombre es el amor de Dios. La Iglesia es de todos y hay lugar para todos. En ella hay santos y pecadores, hay líderes y liderados, hay trigo y cizaña, hay flaqueza del hombre y misericordia de Dios. Iglesia santa y pecadora. Así es nuestra Iglesia. Como la luna con fases de esplendor (llena) y ausencia de esplendor (nueva), con luz que no es propia, sino que nos viene del Sol, Jesucristo resucitado. Aquí está presente el profundo realismo que nos invade y nos envuelve. Por prolongación, podríamos también decir: "Parroquia santa y pecadora", "institución religiosa santa y pecadora". Seamos realistas con nosotros mismos y en nuestra actividad pastoral. Tengamos fe, con todo, en que puede crecer en la comunidad parroquial y en la vida religiosa y en cada hogar y familia: la santidad y TAMBIÉN puede disminuir el pecado si cada uno decide ser un poco mas bueno. Con la liturgia de hoy estamos mas seguros de que "Dios puede utilizar su poder cuando quiera" (primera lectura) y que "el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza... e intercede por nosotros con gemidos inefables" (segunda lectura). Convenzámonos con el Evangelio de que la semilla del bien va a transformarse en un árbol gigante. ¡Él está haciendo nuevas todas las cosas! El Tiempo Ordinario (en invierno se nota más) es el tiempo de la siembra y el tiempo de la vida … pues, bajo una aridez aparente, fecundan las semillas. Parecería que no hay señales de vida porque la vida late bajo la tierra. Como en el invierno, día a día, semana tras semana, la semilla de la Palabra penetra en nosotros. Dios sembrador esparce en nuestra tierra (corazón) la Palabra… y mientras vivimos el “Tiempo Ordinario” atendemos a la profundidad de nuestras vidas personales, acogemos en nuestra entraña creyente la semilla; el Espíritu, la fecunda y van naciendo, en nuestra entraña (como en la Virgen), brotes de vida. Es tiempo de interioridad, de madurez, de silencio y contemplación, de lluvias y fríos y nieves, de vida latente que crece y empuja. Tal vez es por eso (conveniencia), que el color de este Tiempo sea verde. María, Virgen fecunda, ruega por nosotros.

HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

  VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024) Primera : Isaías 52,13 – 53,12;  Salmo : Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25;  Segunda :...