lunes, 18 de abril de 2022

HOMILIA II DOMINGO DE PASCUA o DOMINGO DE LA DIVINA MISERICORDIA cC (24 de abril 2022)

 

II DOMINGO DE PASCUA o DOMINGO DE LA DIVINA MISERICORDIA cC (24 de abril 2022)

Primera: Hechos 5, 12-16; Salmo: Sal 117, 2-4. 22-27a; Segunda: Apocalipsis 1, 9-11.12-13.17-19; Evangelio: Juan 20, 19-31

Nexo entre las LECTURAS

Cristo, "el Viviente" "el Misericordioso". Así lo "ve" san Juan en el Apocalipsis y en el Evangelio. También a nosotros, hoy, en este Domingo que san Juan Pablo II quiso dedicar a la Divina Misericordia, el Señor nos muestra que es misericordioso, y uno de los signos son sus llagas, como el amor paciente a los discípulos, en especial a Tomás. Bien, son llagas de misericordia. «Por sus llagas fuimos sanados» (Is 53,5), decía la liturgia del Viernes Santo. Jesús nos invita a mirar sus llagas, nos invita a tocarlas, como a Tomás, para sanar nuestra incredulidad y nuestras llagas. Nos invita, sobre todo, a entrar en el misterio de sus llagas, para que obtengamos misericordia y seamos misericordiosos con los demás. Así lo experimentan los primeros cristianos de Jerusalén e iniciaron una cadena de misericordia que está llegando hasta nuestros días y seguirá presente hasta el fin de los tiempos.

"Yo soy el que vive; estuve muerto, pero ahora vivo para siempre" dice el Hijo de hombre a san Juan en la visión (segunda lectura). El Viviente se aparece a los discípulos atemorizados para infundirles paz, encomendarles la misión y otorgarles el Espíritu (Evangelio). El Viviente, el Misericordioso continúa operando signos y prodigios en medio del pueblo por medio de los apóstoles (primera lectura) y nos invita a ser testigos delante de todos… como dice el salmista: Que lo digan los que temen al Señor: ¡es eterno su amor!

Pedimos que lo puedan experimentar los muchos sufrientes del mundo de hoy, en especial los pueblos de Ucrania y Rusia.

Temas... Sugerencias… (acompañados por san Juan Pablo II)

"No temas:  yo soy el primero y el último, yo soy el que vive. Estaba muerto, y ya ves, vivo por los siglos de los siglos" (Ap 1, 17-18). En la segunda lectura, tomada del libro del Apocalipsis, hemos escuchado estas consoladoras palabras, que nos invitan a dirigir la mirada a Cristo, para experimentar su tranquilizadora presencia. En cualquier situación en que nos encontremos, aunque sea la más compleja y dramática, el Resucitado nos repite a cada uno:  "No temas"; morí en la cruz, pero ahora "vivo por los siglos de los siglos"; "yo soy el primero y el último, yo soy el que vive". Cuánta necesidad tenemos de volver a escuchar estas palabras en la intimidad de un encuentro con Él para tener fuerza y valentía (coraje) para la entrega diaria y testimoniar la fe. Él nos dice: "El primero", es decir, la fuente de todo ser y la primicia de la nueva creación; "el último", el término definitivo de la historia; "el que vive", el manantial inagotable de la vida que ha derrotado la muerte para siempre. En el Mesías crucificado y resucitado reconocemos los rasgos del Cordero inmolado en el Gólgota, que implora el perdón para sus verdugos y abre a los pecadores arrepentidos las puertas del cielo; vislumbramos el rostro del Rey inmortal, que tiene ya "las llaves de la muerte y del infierno" (Ap 1, 18).

"Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia" (Sal 117, 1). Hagamos nuestra la exclamación del salmista, que hemos cantado en el Salmo responsorial:  la misericordia del Señor es eterna. Para comprender a fondo la verdad de estas palabras, dejemos que la liturgia nos guíe al corazón del acontecimiento salvífico, que une la muerte y la resurrección de Cristo a nuestra existencia y a la historia del mundo. Este prodigio de misericordia ha cambiado radicalmente el destino de la humanidad. Es un prodigio en el que se manifiesta plenamente el amor del Padre, el cual, con vistas a nuestra redención, no se acobarda ni siquiera ante el sacrificio de su Hijo unigénito.

Tanto los creyentes como los no creyentes pueden ‘admirar’ en el Cristo humillado y sufriente una solidaridad sorprendente, que lo une a nuestra condición humana más allá de cualquier medida imaginable. La cruz, incluso después de la resurrección del Hijo de Dios, "habla y no cesa nunca de decir que Dios-Padre es absolutamente fiel a su eterno amor por el hombre. (...) Creer en ese amor significa creer en la misericordia".

Queremos dar gracias al Señor por su amor, que es más fuerte que la muerte y que el pecado. Ese amor se revela y se realiza como misericordia en nuestra existencia diaria, e impulsa a todo hombre a tener, a su vez, "misericordia" hacia el Crucificado. ¿No es precisamente amar a Dios y amar al próximo, e incluso a los "enemigos", siguiendo el ejemplo de Jesús, el programa de vida de todo bautizado y de la Iglesia toda?

Con estos sentimientos, celebramos el II domingo de Pascua, que desde el gran jubileo, se llama también domingo de la Misericordia divina. El mensaje que anunciamos constituye la respuesta adecuada y decisiva que Dios quiso dar a los interrogantes y a las expectativas de los hombres de nuestro tiempo, marcado por enormes tragedias (pensemos en la cuarentena y en la guerra… y mucho otros dolores). Un día Jesús nos dijo por medio de sor Faustina:  "La humanidad no encontrará paz hasta que se dirija con confianza a la misericordia divina". ¡La misericordia divina! Este es el don pascual que la Iglesia recibe de Cristo resucitado y que ofrece a la humanidad, en los comienzos del tercer milenio.

El evangelio, que acabamos de proclamar, nos ayuda a captar plenamente el sentido y el valor de este don. El evangelista san Juan nos hace compartir la emoción que experimentaron los Apóstoles durante el encuentro con Cristo, después de su resurrección. Nuestra atención se centra en el gesto del Maestro, que transmite a los discípulos temerosos y atónitos la misión de ser ministros de la misericordia divina. Les muestra sus manos y su costado con los signos de su pasión, y les comunica:  "Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo". E inmediatamente después "exhaló (sopló) su aliento sobre ellos y les dijo:  "Reciban el Espíritu Santo; a quienes les perdonen los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengan les quedan retenidos". Jesús les confía el don de "perdonar los pecados", un don que brota de las heridas de sus manos, de sus pies y sobre todo de su costado traspasado. Desde allí una ola de misericordia inunda toda la humanidad. Revivamos este momento con gran intensidad espiritual. También a nosotros el Señor nos muestra hoy sus llagas gloriosas y su corazón, manantial inagotable de luz y verdad, de amor y perdón.

¡El Corazón de Cristo! Su "Sagrado Corazón" ha dado todo a los hombres:  la redención, la salvación y la santificación. De ese Corazón rebosante de ternura, santa Faustina vio salir dos haces de luz que iluminaban el mundo. "Los dos rayos -como le dijo el mismo Jesús- representan la sangre y el agua". La sangre evoca el sacrificio del Gólgota y el misterio de la Eucaristía; el agua, según la rica simbología del evangelista san Juan, alude al bautismo y al don del Espíritu Santo. A través del misterio de este Corazón herido, no cesa de difundirse también entre los hombres y las mujeres de nuestra época el flujo restaurador del amor misericordioso de Dios. Quien aspira a la felicidad auténtica y duradera, sólo en Él puede encontrar su secreto.

"Jesús, en ti confío". Esta jaculatoria, que rezan numerosos devotos, expresa muy bien la actitud con la que también nosotros queremos abandonarnos con confianza en tus manos, oh Señor, nuestro único Salvador. Tú ardes del deseo de ser amado, y el que sintoniza con los sentimientos de tu corazón aprende a ser constructor de la nueva civilización del amor. Un simple acto de abandono basta para romper las barreras de la oscuridad y la tristeza (Francisco, Vigilia Pascual 2022), de la duda y la desesperación. Los rayos de tu misericordia divina devuelven la esperanza, de modo especial, al que se siente oprimido por el peso del pecado.

María, Madre de misericordia, haz que mantengamos siempre viva esta confianza en tu Hijo, nuestro Redentor. Ayúdanos también tú, santa Faustina, que hoy recordamos con particular afecto. Fijando nuestra débil mirada en el rostro del Salvador divino, queremos repetir contigo:  "Jesús, en ti confío". Hoy y siempre.

Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío…

P. ANGEL 




HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

  VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024) Primera : Isaías 52,13 – 53,12;  Salmo : Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25;  Segunda :...