lunes, 30 de diciembre de 2019

HOMILIA SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA MADRE DE DIOS. (01 de enero 2020). 53 Jornada mundial de la paz

SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA MADRE DE DIOS. (01 de enero 2020). 53 Jornada mundial de la paz Primera: Números 6, 22-2; Salmo: Sal 66, 2-3. 5. 6 y 8; Segunda: Gálatas 4, 4-7; Evangelio: Lc 2, 16-21 Nexo entre las LECTURAS… Podemos comprender, como saliendo de las lecturas, que Dios es el Señor de la Historia y en Él toda historia es sagrada y se hace historia de salvación. También, que la plenitud de la historia (de los tiempos), es cuando Dios, por la encarnación del Verbo (su Hijo), hace partícipe al hombre de su señorío adoptándolo como hijo. En la primera lectura por tres veces se repite la palabra Señor: "El Señor te bendiga... el Señor haga brillar tu rostro sobre ti... el Señor te muestre su rostro". En el versículo anterior al texto evangélico que proclamamos leemos que los pastores se dicen unos a otros: "Vamos a Belén a ver eso que... el Señor nos ha anunciado" y en el v.20 comenta san Lucas: ‘Los pastores se volvieron alabando a Dios porque, todo lo que habían visto y oído: correspondía a lo que les habían dicho’. Finalmente, en la carta a los gálatas no aparece la palabra Señor, pero sí el señorío: El Hijo de Dios, por la encarnación, se hizo esclavo de la ley para que nosotros, sujetos a esa ley, fuéramos liberados. En el bautismo, el Espíritu Santo es enviado a nuestros corazones para convertirnos de esclavos en hijos. En cuanto hijos, participamos del señorío de nuestro Padre Dios sobre la ley. Pedimos, con el salmista, que "El Señor tenga piedad y nos bendiga", hoy y todos los días del año 2020. Temas… Comenzamos un nuevo año, el año del Señor 2020. Es hermoso comenzarlo confesando el señorío de Dios. La primera lectura recoge una fórmula de bendición, con que solía terminar el culto en el templo, después de haber alabado al Señor por las maravillas obradas con su pueblo. Una bendición que une pasado y futuro: El Señor que ha hecho tantas maravillas en la historia de Israel, seguirá haciéndolas en la historia hasta el fin de la historia, en la vida, en tu vida, en nuestra vida. Nos protegerá, nos concederá su favor, nos dará la paz. Dios, por tanto, es Señor del pasado (a su misericordia se lo confiamos), Señor del presente (y con su gracia nos comprometemos a practicar las virtudes en el amor y servicio) y su señorío se prolonga también al futuro (maravillosamente presidido por Su providencia). En contraste con este señorío divino parece estar el relato de san Lucas. El ángel anuncia a los pastores: "Les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor". ¿Y qué ven los ojos de los pastores?: un niño acostado en un pesebre. Y, ¿qué pasa con este niño a los ocho días?: es circuncidado. Nada manifiesta -en lo exterior- ese señorío… más bien todo parece poner en evidencia su sometimiento a la ley de un pueblo al que pertenece, y a las leyes fundamentales de la existencia humana (cf. segunda lectura). ¡Qué bueno que es Dios!: antes de pedirnos algo, en este caso la obediencia, la practica Él. La verdad es que el Hijo de Dios, haciéndose niño en el seno de María y naciendo en Belén de Judá, conserva su prerrogativa de Señor del tiempo y de la historia, pero "se vacía" de ella para hacerse ‘siervo’ de la ley y, desde dentro mismo, liberarnos de la ley a quienes nacimos esclavos, nosotros, los hombres. Conviene saber que la ley representa todo el sistema religioso-social de los pueblos antes de Cristo, no sólo del pueblo judío. La obra de Cristo, que libra al hombre de la esclavitud de la ley, es toda su vida, pero principalmente el Misterio Pascual -que celebraremos entre el 9 y el 12 de abril, con la ayuda de Dios- preanunciado en la sangre derramada por Jesús en la circuncisión. El Espíritu Santo, manifestado en Pentecostés, que lo celebraremos el Domingo 31 de mayo, es quien suscita en nosotros, por el bautismo, la conciencia de nuestra liberación y de nuestra condición de herederos y señores de que gozamos, por gracia de Dios y los méritos de Cristo (segunda lectura). Con toda razón, Jesucristo es constituido Señor por su resurrección, al revelar plenamente el señorío que poseía desde su nacimiento, pero que estaba escondido. Más aún, no sólo Él es Señor, sino que da a los hombres la capacidad de llegar a ser señores de la ley, de sí mismos, de las vicisitudes de la historia, celebrado admirablemente el Domingo 22 de noviembre (Cristo Rey). Sugerencias... No basta una visión ‘humanista’ de Jesucristo. En la cultura relativista y cientificista, quizá nosotros mismos pongamos el acento, al contemplar a Jesús, en su humanidad, en los rasgos que lo hacen uno igual a nosotros, digamos, como si fuera más lo humano que Dios-con-nosotros. A veces solo se quiere ver aquello de un niño necesitado de todo como cualquier niño del mundo, un niño perteneciente a una familia pobre como tantos millones de niños, nacido fuera de su pueblo y de su hogar como tantos niños de refugiados políticos o de emigrantes... Todo esto está bueno y como que parece necesario, pero, hay que anunciar-mostrar la otra dimensión, la verdad de Dios que se hace hombre, su señorío sobre los hombres, su condición de Hijo de Dios. El discípulo-misionero vive su fe en el señorío de Jesucristo, no imaginando o diseñando grandes ideas sobre tal señorío, sino proclamándole Señor en el curso de cada día, haciendo su voluntad para gloria de Dios y salvación de todos: 1. Cristo es el Señor del tiempo. Él me lo da, Él me lo puede quitar. Se puede hacer reflexionar aquí sobre el Domingo, consagrado al Señor para darle culto, “oír misa entera los domingos y fiestas de precepto”, descansar sanamente, convivir con la familia, hacer-practicar obras de caridad. 2. Cristo es el Señor de los grandes eventos que conmocionan al mundo, y de los pequeños acontecimientos de la vida de cada hombre. Cristo es el Señor de ese trabajo que acabas de encontrar, de la boda que celebraste hace (cada uno da gracias por el tiempo que hace), del aniversario de la Ordenación y/o de la Profesión religiosa, del hijo que ha nacido, de la reunión familiar en el último día del año y del que ha acabado los días de la peregrinación y se presenta al Padre en la Jerusalén Celestial. Todos los días son buenos para nacer y todos son buenos para morir… todos los días tienen la inmensa dignidad de hacer posible el encuentro de Dios con el hombre, del hombre con Dios. 3. Cristo es el Señor de los hombres, y como Señor desea que los hombres lo reconozcan como tal, le obedezcan, cumplan sus mandamientos. No busca nada para sí, sólo el bien de los hombres a quienes, aunque es su Señor, trata como a amigos. Y el Papa nos dice: “Debemos buscar una verdadera fraternidad, que esté basada sobre nuestro origen común en Dios y ejercida en el diálogo y la confianza recíproca. El deseo de paz está profundamente inscrito en el corazón del hombre y no debemos resignarnos a nada menos que esto”. 4. Cristo nos hace señores y quiere que nos comportemos siempre como señores. Señorío del hombre sobre sí mismo (sus instintos, sus pasiones desordenadas...); señorío sobre los bienes de este mundo, para usar de todo ello con alma, no de esclavo, sino de señor, se puede volver a leer, meditar, compartir “Laudato Si” … ¿la leíste?. Pues parece que hace muchísimo que el Papa nos la puso en nuestras manos para que cambiemos nuestra manera de vivir como señores de los bienes creados. La Virgen María, de quien celebramos hoy su maternidad divina, es un icono sumamente, bello y cercano, lleno de ternura como caricia de Dios para nosotros, del señorío de Dios sobre ella y del señorío de ella sobre sí misma y sobre las cosas. Ella hace memoria y medita las obras por las que Dios ha ido guiándola hasta este momento del nacimiento de Jesús, al igual que guió a su pueblo por los caminos de la historia. Ella, humilde y pobre, ejerce señorío sobre sí misma teniendo un corazón desprendido de riquezas y bienes temporales. Ella sabe que Dios mueve “los hilos” de la historia por medio de los hombres, y lo acepta y actúa en conformidad con el querer de Dios. Nuestra Señora del SI, ruega por nosotros. Área de archivos adjuntos

lunes, 23 de diciembre de 2019

homilia NATIVIDAD DEL SEÑOR. Solemnidad. Misa de la Noche (24 de diciembre 2019)

NATIVIDAD DEL SEÑOR. Solemnidad. Misa de la Noche (24 de diciembre 2019) Primera: Isaías 9, 1-6; Salmo: Sal 95, 1-3. 11-13; Segunda: Tito 2, 11-14; Evangelio: Lucas 2, 1-14 Nexo entre las LECTURAS… Entre los muchos puntos de contacto de las lecturas, propongo el del ‘Nacimiento’. El anuncio del ángel a los pastores es: “les traigo una buena noticia… Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador.” (Evangelio). El texto de san Lucas, eco del texto de Isaías proclama proféticamente el nacimiento del Mesías: “Un niño nos ha nacido”. En la segunda lectura Pablo, dentro de un contexto de exhortación, fundamenta y motiva a los discípulos misioneros a vivir en una vida virtuosa apoyados en la gracia de Dios, que se ha hecho visible en el nacimiento y en la vida de Jesucristo, mientras esperamos gozosamente su Última Venida. Temas… Sugerencias... Navidad. Tanto en el evangelio de Lucas, que se lee en la Misa de medianoche, como en el de Juan, que se lee en la del Día, se insiste en un dato sorprendente: Lucas afirma que cuando José y María llegaron a Belén no encontraron posada, teniendo que cobijarse fuera del pueblo, en una gruta para resguardar los ganados… y san Juan, da testimonio de que “vino a los suyos y los suyos no lo recibieron”. Celebramos la Natividad, recordamos aquella que llamamos ‘primera Navidad’, cuando Dios -hecho hombre- nació y el mundo no quiso recibirlo… y ahora en el mundo, de nuevo, parece no haber sitio para Dios. Tampoco hay sitio o acogida para los elegidos de Dios: No hay vivienda para los sin techo, no hay trabajo para los parados, no hay alimentos para los que se mueren de hambre, no hay sitio para los inmigrantes, no hay respeto hacia los diferentes... y al contrario hay atropellos indignos por todos lados. En este mundo al que falta caridad, falta solidaridad, falta hospitalidad y sobra egoísmo, indiferencia, insolidaridad… el Papa nos invita a ponernos en manos del Padre de las Misericordias y reemprender el camino de la conversión, del amor, de servicio y de la paz. Encarnación. Navidad es la ‘conmemoración’ del nacimiento de Jesús, el hijo de Dios que se hace carne. Es un misterio de encarnación. Dios se hace hombre, toma nuestra condición con todas sus consecuencias hasta la muerte, para que nosotros podamos asumir la condición de hijos de Dios, con todas sus consecuencias, también de inmortalidad y resurrección. Es un misterio, pues, de solidaridad, que funda una nueva relación de Dios con los hombres, y debe fundar también una nueva relación de solidaridad entre los hombres. En Jesús, Dios se hace solidario de nuestra causa, para que todos seamos en Jesús solidarios en la causa de los hombres, sobre todo, la de los pobres y excluidos. Dios está con nosotros, por nosotros, para nosotros, a fin de que también nosotros estemos los unos con los otros, por los otros, para los otros, para todos. Con la gracia de esta fiesta pedimos “Que la locura homicida no encuentre más espacios en nuestro mundo” (Papa Francisco) Presencia. Que Dios esté con nosotros no significa que Dios esté contra los otros. Y mucho menos que los creyentes nos arroguemos una predilección divina contra otros pueblos o religiones. Al contrario, Dios-con-nosotros significa que Dios está en todos los seres humanos, está en nosotros para que seamos útiles a los otros, y también está en los otros para que le respetemos y escuchemos y amemos, como decía santa Teresa de Calcuta “nos pertenecemos”. De modo que nuestras relaciones interpersonales, las relaciones sociales, debemos ir conformándolas según esta nueva perspectiva de Navidad, como: relaciones de caridad-solidaridad, de disponibilidad, de colaboración y de ayuda hacia todos, pero de modo especial hacia aquellos que más necesitan de nosotros. Pidamos y pedimos la gracia de «“La Paz como camino de Esperanza: Diálogo, Reconciliación y Conversión ecológica”» (Mensaje del Papa para la Paz, 1 de enero de 2020) para que Su presencia nos haga bien a todos… ¡A TODOS! La paz, como objeto de nuestra esperanza, es un bien precioso, al que aspira toda la humanidad. Esperar en la paz es una actitud humana que contiene una tensión existencial, y de este modo cualquier situación difícil «se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino».[1] En este sentido, la esperanza es la virtud que nos pone en camino, nos da alas para avanzar, incluso cuando los obstáculos parecen insuperables». (Papa Francisco). Pesebre. A los primeros testigos de la Navidad, a los pastores, los ángeles les dieron esta señal: «encontrarán un niño en pañales y acostado en un pesebre». Dios se deja ver, sobre todo, en la debilidad, en la pobreza y en la realidad de un niño y acostado en el piso. Al hacerse niño -y estar en el suelo- se ha puesto al alcance de nuestro cariño y de nuestra ternura, ¿hay algo más amable que un niño de pocos días? Pero los niños pueden ser también fáciles víctimas de nuestra violencia y desconsideración (especialmente por los sufrimientos de los menores abusados hagamos una oración especial). De ahí la posibilidad de descubrirlo y amarlo y servirlo en los pobres, con los que ha querido identificarse; pero de ahí también el riesgo de que pasemos de largo, de que no lo veamos o no queramos verlo, e incluso de que lo rechacemos (Papa Francisco). Jesús, que es la Palabra de Dios, se ha hecho apenas balbuceo en el niño de Belén, y se hará silencio al morir en la cruz. Así se ha puesto en su sitio, para indicarnos el nuestro, el último lugar, a la cola, al servicio de todos. Que para eso estamos, para servir, para ser útiles, para amar. Caridad-Solidaridad (San Juan Pablo II). La encarnación, la Navidad, al descubrirnos la misericordia de Dios con el hombre, funda la solidaridad entre los hombres. Frente a la cultura de la competitividad, que amenaza con convertir la convivencia en una lucha sin criterios de todos contra todos, debemos sentar las bases de una nueva cultura, la de solidaridad, la de la Civilización del Amor (san Pablo VI) que nos predisponga a todos en favor de todos. Más allá de la competitividad, entendida y practicada como selectiva y eliminatoria de los débiles, hay que apostar por la competencia, entendida y practicada como capacitación para un servicio cada vez mejor y más operativo y con todos. Trabajemos por la globalización de la Caridad (Benedicto XVI). Se trata, con la ayuda de la gracia, de ir eliminando de nuestra cultura -del mundo y eclesial- todos los rasgos de inhumanidad que hemos ido adquiriendo con la violencia, la explotación, la exclusión, la hostilidad y hostigamiento... y de ir arraigando nuevos rasgos de humanidad, de ayuda mutua, de comprensión y respeto, de tolerancia y cooperación, de solidaridad, de caridad, de no violencia, de paz. Podemos preguntarnos: ¿Cómo celebramos la Navidad? ¿Qué celebramos, la Navidad o las navidades? ¿Un acontecimiento de salvación… unos días de vacaciones? ¿Creemos, con nuestra vida, que el Señor está con nosotros? Y en ese caso: ¿con quién estamos nosotros? ¿con Dios o con el dinero, con las superficialidades? ¿con los ricos o con los pobres? ¿con los poderosos o con los débiles? ¿Vivimos la encarnación? ¿Estamos encarnados para el bien y la virtud y la misericordia con nuestro mundo? Si Navidad es misericordia-solidaridad, ¿somos solidarios? ¿Sólo en las grandes (extremas) ocasiones? ¿Lo somos cada día, en los detalles, siempre y con todos? Virgen de la Navidad, ruega por nosotros, por la Iglesia y por todos… Área de archivos adjuntos

HOMILIA LA SAGRADA FAMILIA DE JESÚS, MARÍA y JOSÉ. Fiesta. cA (29 de diciembre 2019).

LA SAGRADA FAMILIA DE JESÚS, MARÍA y JOSÉ. Fiesta. cA (29 de diciembre 2019). Primera: Eclesiástico 3, 3-7. 14-17; Salmo: Sal 127, 1-5; Segunda: Colosenses 3, 12-21; Evangelio: Mateo 2, 13-15. 19-23 Nexo entre las LECTURAS Dios nos llama a formar parte de Su Familia, es el nexo fundamental en este Domingo de “la Sagrada Familia”, y la característica fundamental de la familia es la fidelidad en el bien, en el amor, en el servicio y en obediencia de unos a otros por amor, pues Dios es el centro de nuestra vida y de la familia. El evangelio insiste en la obediencia amorosa y justa de los padres a los hijos: por dos veces escucha José la voz de Dios, por medio de un ángel, que le dice: "Levántate, toma al niño y a su madre...", y José obedeció sin tardanza y con alegría. La primera lectura, más bien, exhorta a la obediencia amorosa y justa de los hijos a los padres, resaltando los frutos que de ello se derivan: "El que honra a su padre alcanza el perdón de sus pecados, el que respeta a su madre amontona tesoros...". San Pablo recoge las enseñanzas del Eclesiástico y del evangelio y exhorta a la obediencia amorosa y justa recíproca: las esposas a sus maridos y éstos a sus esposas; los hijos a los padres y éstos a los hijos. La honra, el respeto, la obediencia, la respuesta noble... son manifestaciones de una realidad superior, la más propia de la familia humana y cristiana: EL AMOR. Temas... Los vínculos del amor, que deberían mantener unida a la familia natural, son vividos en el evangelio por la única familia sobrenatural, en la que el Niño es el Hijo de Dios. En este sentido, esta singular unión de Hombre, Mujer y Niño es la norma para el comportamiento cristiano de cualquier familia terrenal. Se describe ante todo la abnegación y los desvelos del Padre (e indirectamente también de la Madre) por el destino del Niño. Las instrucciones que José recibe del ángel del Señor tienen como único objetivo el bien del Niño. No se alude a las dificultades que estas instrucciones entrañan para José. Las órdenes son categóricas: «Levántate, toma al Niño y a su Madre (el Niño aparece en primer lugar) y huye a Egipto». El propio José ha de decidir cómo hay que cumplir tales órdenes: no importa que pierda su puesto de trabajo; tampoco se dice cómo pudo arreglárselas para ganar el pan de su familia en Egipto. Únicamente se alude, de nuevo por el bien del Niño, a la orden de regresar a Israel, con la indicación expresa de evitar el territorio de Arquelao, el cruel hijo de Herodes, y establecerse en Nazaret. El Padre está al servicio del Niño y de dos palabras proféticas de las que entonces no podía presentir nada: «No son los hijos quienes tienen que ganar para los padres, sino los padres para los hijos» (2 Co 12,14). La abnegación y los desvelos de los hijos por sus padres son hasta tal punto un deber de gratitud que aparecen como uno de los diez mandamientos principales de la ley. Jesús Sirac (primera lectura) describe este deber muy concretamente y a la vez con suma delicadeza. Los padres ancianos, cuya «mente flaquea», deben ser cuidados y tratados con respeto, y no abochornados por el hijo «mientras es fuerte». El que no honra a sus padres, no experimentará ninguna alegría de sus propios hijos. Pero el mandamiento es elevado al plano religioso: la piedad para con los padres será tenida en cuenta para obtener el perdón de los propios pecados. Más aún: «El que honra a su madre, honra a Dios». Detrás del progenitor humano se encuentra Dios, sin la acción del cual no puede nacer ningún hombre nuevo. Engendrar y traer hijos al mundo es un acontecimiento que sólo es posible con Dios. Por eso en el cuarto mandamiento el amor agradecido a los padres es inseparable de la gratitud debida a Dios. Si en el evangelio se hablaba mayormente del deber y de la obediencia del padre, aquí se coloca el cuidado de la madre por el hijo al mismo nivel. Reciprocidad. Pablo muestra, en la segunda lectura, la unidad del amor en la familia: «Sobrellevaos mutuamente y perdonaos». El amor es el único vínculo que mantiene unida a la familia más allá de todas las tensiones. Y esto una vez más no en plano de la simpatía puramente natural, sino que «todo lo que de palabra y de obra realicéis, sea todo en nombre de Jesús y en acción de gracias a Dios Padre». El amor recíproco de los padres aparece diferenciado: a los maridos se les recomienda auténtico amor (como el que Cristo tiene a su Iglesia, precisa la carta a los Efesios), sin despotismo ni complejo de superioridad; y a las mujeres, la docilidad correspondiente. El amor mutuo entre padres e hijos se fundamenta con una psicología insólitamente profunda: la obediencia de los hijos a los padres «le gusta al Señor», que ha dado ejemplo de esta obediencia (Lc 2,51). El comportamiento de los padres, por el contrario, se fundamenta con precisión: «No exasperen a su hijos, no sea que pierdan los ánimos». La autoridad paterna incontestada ha de fomentar en el hijo su propio ‘coraje’ de vivir, cosa que pertenece ciertamente a la esencia de la autoridad, «fomento» el crecimiento de los hijos. El delicado tejido del amor mutuo diferenciado no puede romperse: la Sagrada Familia es el ejemplo a seguir. Sugerencias... Oración del Papa Francisco por las familias… "Jesús, María y José: A ustedes, la Sagrada Familia de Nazaret, hoy miramos con admiración y confianza; en ustedes contemplamos la belleza de la comunión en el amor verdadero; a ustedes encomendamos a todas nuestras familias, y a que se renueven en las maravillas de la gracia. Sagrada Familia de Nazaret, atractiva escuela del Santo Evangelio: enséñanos a imitar sus virtudes con una sabia disciplina espiritual, danos una mirada limpia que reconozca la acción de la Providencia en las realidades cotidianas de la vida. Sagrada Familia de Nazaret, fiel custodia del ministerio de la salvación: haz nacer en nosotros la estima por el silencio, haz de nuestras familias círculos de oración y conviértelas en pequeñas iglesias domésticas, renueva el deseo de santidad, de sostener la noble fatiga del trabajo, la educación, la escucha, la comprensión y el perdón mutuo. Sagrada Familia de Nazaret, despierta en nuestra sociedad la conciencia del carácter sagrado e inviolable de la familia, inestimable e insustituible. Que cada familia sea acogedora morada de Dios y de la paz ara los niños y para los ancianos, para aquellos que están enfermos y solos, para aquellos que son pobres y necesitados. Jesús, María y José, a ustedes con confianza oramos, a ustedes con alegría nos confiamos".

HOMILIA NATIVIDAD DEL SEÑOR. Solemnidad. Misa del Día (25 de diciembre 2019)

NATIVIDAD DEL SEÑOR. Solemnidad. Misa del Día (25 de diciembre 2019) Primera: Isaías 52, 7-10; Salmo: Sal 97, 1-6; Segunda: Hebreos 1, 1-6; Evangelio: Juan 1, 1-18 Nexo entre las LECTURAS… La Palabra es quien reúne en esta liturgia (y en todas) las diversas lecturas. La Palabra de Dios se ha servido de muchos intermediarios a lo largo de la historia de la salvación. Así nos lo anuncia la segunda lectura (“…en muchas ocasiones y de diversas maneras...”), y así lo hemos oído proclamado en la primera lectura (¡qué hermosos son los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la buena nueva y proclama la salvación!). Esa Palabra -de Dios- no era una idea, o un símbolo sino una Persona Divina que ha ido hablando a los hombres por medio de la creación, de la historia, y que ahora, se hace "carne" y siendo Palabra de Dios comienza a ser también 'Palabra humana (encarnada)' (Evangelio). Una Palabra superior a Moisés y a la Ley (Evangelio), superior a los mismos ángeles y a toda la creación (segunda lectura). Palabra viva que vivifica. Temas… 1. NOCHEBUENA. «Hoy nos ha nacido el Salvador, que es Cristo Señor» (Leccionario). Los profetas entrevieron este día a distancia de siglos y lo describieron con profusión de imágenes: «El pueblo que andaba en tinieblas, vio una luz grande» (Is 9, 2). La luz que disipa las tinieblas del pecado, de la esclavitud y de la opresión es el preludio de la venida del Mesías portador de libertad, de alegría y de paz: «Nos ha nacido un niño, nos ha sido dado un hijo» (ib 6). La profecía sobrepasa inmensamente la perspectiva de un nuevo David enviado por Dios para liberar a su pueblo y se proyecta sobre Belén iluminando el nacimiento no de un rey poderoso, sino del «Dios fuerte» hecho hombre; Él es el «Niño» nacido para nosotros, el «Hijo» que nos ha sido dado. Sólo a Él competen los títulos de « Consejero Maravilloso, Dios fuerte, Padre sempiterno, Príncipe de la paz» (ib). Pero cuando la profecía se hace historia, brilla una luz infinitamente más grande y el anuncio no viene ya de un mensajero terrestre sino del cielo. Mientras los pastores velaban de noche sobre sus rebaños, «se les presentó un ángel del Señor, y la gloria del Señor los envolvía con su luz... «Les traigo una buena nueva, una gran alegría, que es para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor» (Lc 2, 9-11). El Salvador prometido y esperado desde hacía siglos, está ya vivo y palpitante entre los hombres: «encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (ib 12). El nuevo pueblo de Dios posee ya -en ese niño- al Mesías suspirado desde tiempos antiguos: la inmensa esperanza se ha convertido en inmensa realidad. San Pablo lo contempla conmovido y exclama: «La gracia de Dios, que es fuente de salvación para todos los hombres, se ha manifestado» (Tito 2, 11-14). Ha aparecido en el tierno Niño que descansa en el regazo de la Virgen Madre: es nuestro Dios, Dios con nosotros, hecho uno de nosotros, «enseñándonos a negar la impiedad y los deseos del mundo, para que vivamos… con la bienaventurada esperanza en la manifestación gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro» (ib 2, 12-13). El arco de la esperanza cristiana está tendido entre dos polos: el nacimiento de Jesús, principio de toda salvación, y su venida al fin de los siglos, meta orientadora de toda la vida cristiana. Contemplando y adorando el nacimiento de Jesús, el creyente debe vivir no cerrado en estas realidades temporales y en las esperanzas terrenas, sino abierto a esperanzas eternas, anhelando encontrarse un día con su Señor y Salvador. 2. NAVIDAD: La liturgia de las dos primeras Misas de Navidad celebran sobre todo el nacimiento del Hijo de Dios en el tiempo, mientras que la tercera (la llamada del Día) se eleva a su generación eterna en el seno del Padre. «AI principio era el Verbo y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios» (Jn 1, 1) Siendo Dios como el Padre, el Verbo que había existido siempre y que en el principio del tiempo presidió la obra de la creación, al llegar la plenitud de los tiempos «se hizo carne y habitó entre nosotros» (ib 14). Misterio inaudito, inefable; y sin embargo, no se trata de un mito ni de una figura, sino de una realidad histórica y documentada: «y hemos visto su gloria, gloria como de Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad» (ib). EI Evangelista San Juan conoció a Jesús, vivió con Él, lo escuchó y tocó, y en Él reconoció al Verbo eterno encarnado en nuestra humanidad. Las cosas grandiosas vaticinadas por los profetas en relación con el Mesías, son nada en comparación de esta sublime realidad de un Dios hecho carne. Juan levanta un poco el velo del misterio: el Hijo de Dios al encarnarse se ha puesto al ‘nivel’ del hombre para levantar el hombre a su dignidad: «a cuantos le recibieron les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios» (ib 12). Y no sólo esto, sino que se hizo carne para hacer a Dios accesible al hombre y que éste le conociera: «A Dios nadie le vio jamás; Dios Unigénito, que está en el seno del Padre, éste le ha dado a conocer» (ib 18). San Pablo desarrolla este pensamiento: «Después de haber hablado Dios muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a nuestros padres por ministerio de los profetas, últimamente, en estos días, nos habló por su Hijo (Hb 1, 1-2). Los profetas nos habían transmitido la palabra de Dios, pero Jesús es esa misma Palabra, el Verbo de Dios: Palabra encarnada que traduce a Dios en nuestro lenguaje humano revelándonos sobre todo su infinito amor por los hombres. Los profetas habían dicho cosas maravillosas sobre el amor de Dios; pero el Hijo de Dios encarna este amor y lo muestra vivo y palpable en su persona. Ese «niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre» (Lc 2, 12), dice a los hombres que Dios los ama hasta dar a su HIJO Unigénito para su salvación. Este mensaje anunciado un día por los ángeles a los pastores debe ser llevado hoy a todos los hombres -especialmente a los pobres, a los humildes, a los despreciados, a los afligidos no ya por los ángeles sino por los creyentes, nosotros, los discípulos-misioneros. ¿De qué serviría, en efecto, festejar el nacimiento de Jesús si los cristianos no supiésemos anunciarlo a los hermanos con nuestra propia vida? Celebra-festeja la Navidad -de veras- quien recibe en sí al Salvador con fe y con amor cada día más intensos, quien lo deja nacer y vivir en su corazón para que pueda manifestarse al mundo a través de la bondad, de la benignidad y de la entrega caritativa de cuantos creemos en Él. Sugerencias... Los discípulos misioneros -hoy-, como los hombres todos en general, estamos arrinconados por miles y millones de palabras cada día, por gracia y mérito de los medios de comunicación social (radio, prensa, teléfono, telefonía móvil, televisión, internet, redes sociales) y en virtud de nuestra condición social (casa, oficina, lugar de trabajo, parroquia, club, café, grupos...). En muchos casos hay palabras... pero no se llega a la comunicación: un saludo, un comentario sobre el tiempo, una pregunta por el marido, la mujer, los hijos, un adiós...y basta. En otros muchos casos, hay palabras o letras, pero sin llegar tampoco a una verdadera comunicación, hasta solo símbolos en la mensajería: leo por información, prescindiendo de quién escribe; escucho la radio o veo la TV sin mucha atención, para sentir una compañía, para 'pasar el rato' o para 'buena onda-energía' por mi equipo favorito, o grupo cercano. En estos casos, la respuesta al interlocutor es pobre. Existen también ‘otras ocasiones’ en que se da un verdadero diálogo, es decir, encuentro de dos intimidades (pensamiento, corazón, voluntad, sensibilidad), que se abren y se dan mutuamente en formas y grados diversos, según sea la relación entre ellos: esposos, amigos, hermanos, compañeros de trabajo o profesión, encuentros con enfermos, ancianos, marginados, refugiados... Ante la enorme multiplicidad de palabras que diariamente se escuchan y se emiten, se corre el peligro de tomar una actitud poco seria y superficial cuando el que se dirige a nosotros es la Palabra de Dios. Leemos, escuchamos la Palabra de Dios en la Biblia, en la liturgia eucarística o sacramental, y puede ser que 'nos resbale' como cuando escuchamos y vemos la televisión o pasamos las pantallas del celular o computadora. Quizá ha disminuido en nosotros, cristianos, la conciencia de que la Palabra de Dios es diferente de cualquier palabra humana: Busca y quiere lograr el diálogo, el encuentro, la interpelación a la conciencia, el don de la salvación...Todo esto tiene gran validez en Navidad, cuando la Palabra de Dios, hecha carne, nace Niño y habla con el silencio y con la vida. Esa Palabra de Dios-Niño está gritándonos (anunciándonos) que el amor de Dios es maravilloso, sorprendente, extraordinariamente fiel. ¿Qué responderás a este Niño que interpela tu libertad, tu amor y tu conciencia? Felices fiestas… feliz NAVIDAD y empezar a preparar la PASCUA del 2020, el 12 de abril.

lunes, 16 de diciembre de 2019

HOMILIA Cuarto Domingo de ADVIENTO cA (22 de diciembre 2019)

Cuarto Domingo de ADVIENTO cA (22 de diciembre 2019) Primera: Isaías 7, 10-14; Salmo: Sal 23, 1-6; Segunda: Romanos 1, 1-7; Evangelio: Mateo 1, 18-24 Nexo entre las LECTURAS Los “padres” (en la eternidad y en el tiempo) de Jesús es el punto de encuentro de las lecturas de hoy… Mateo, en el Evangelio, es quien claramente lo hace ver: “su madre María estaba prometida a José”; “no temas recibir a María, tu esposa… dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús”. Se trata de unos "padres" enrolados en la acción misteriosa de Dios en la historia. María, siendo virgen, concibe por obra del Espíritu, cumpliendo así la profecía mesiánica de Is 7,10-14 (Primera lectura). José es justo, discierne, acepta y respeta el misterio de Dios, se pregunta sobre lo que Dios quiere para él en todo este asunto. Dios, por medio del ángel lo invita a no temer, no tener miedo... le avisa que Él está acompañando… De esta manera, por medio de José, Jesús nacerá de la estirpe de David en cuanto hombre (Segunda lectura). Temas... La liturgia del último domingo de Adviento se orienta toda hacia el nacimiento del Salvador. En primer lugar se presenta la famosa profecía sobre el EMANUEL, pronunciada en un momento particularmente difícil para el reino de Judá. Al rey Acaz (modelo de hombre impío) que rehúsa creer que Dios puede “salvar” la situación, responde Isaías con un duro reproche, y como para mostrarle que Dios puede hacer cosas mucho más grandes, añade: «(…) el Señor mismo les dará un signo. Miren, la joven está embarazada y dará a luz un hijo, y lo llamará con el nombre de Emanuel» (7, 14). Aun en el caso que la profecía pudiese aludir al nacimiento del heredero del trono, su plena realización se cumplirá sólo siete siglos más tarde con el nacimiento milagroso de Jesús; sólo Él agotó todo su contenido y alcance. El Evangelio de San Mateo confirma esta interpretación, cuando concluyendo la narración del nacimiento virginal de Jesús, dice: «Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por el Profeta: La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emanuel, que traducido significa: «Dios con nosotros» (1, 22-23). Al trazar la genealogía de Jesús, Mateo demuestra que es verdadero hombre, «hijo de David, hijo de Abrahán» (ib 1); al narrar su nacimiento de María Virgen hecha madre «por obra del Espíritu Santo» (ib 18), afirma que es verdadero Dios; y al citar finalmente la profecía de Isaías, declara que Él es el Salvador prometido por los profetas, el Emanuel, el Dios con nosotros. En este cuadro tan esencial, Mateo levanta el velo sobre una de las circunstancias más humanas y delicadas del nacimiento de Jesús: la duda penosa de José y su comportamiento en aceptar la misión que le es confiada por Dios. Frente a la maternidad misteriosa de María, queda fuertemente perplejo y piensa despedirla en secreto. Pero cuando el ángel del Señor lo asegura y le ordena tomarla consigo «pues lo concebido en ella es obra del Espíritu Santo» (ib 20), José -hombre justo que vive de fe obedece aceptando con humilde sencillez la consigna sumamente comprometedora de esposo de la Virgen-madre y de padre virginal del Hijo de Dios. En este ambiente la vida del Salvador brota como protegida por la fe, la obediencia, la humildad y la entrega del carpintero de Nazaret. Estas son las virtudes con que debemos recibir al Señor que está para llegar. En la segunda lectura san Pablo se alinea con los profetas y con san Mateo al proclamar a Jesús «nacido de la descendencia de David según la carne» (Rm 1, 3), y con Mateo al declararlo «Hijo de Dios» (ib 4). El Apóstol que se define a sí mismo «siervo de Cristo Jesús» (ib 1), elegido para anunciar el Evangelio, resume toda la vida y la obra del Salvador en este doble momento y dimensión: desde su nacimiento en carne humana, hasta su resurrección gloriosa y a su poder de santificar a los hombres. En efecto, la encarnación, pasión, muerte y resurrección del Señor constituyen un solo misterio que tiene su principio en Belén y su vértice en la Pascua. Sin embargo la Navidad ilumina la Pascua en cuanto nos revela los orígenes y la naturaleza de Aquel que morirá en la cruz para la salvación del mundo: Él es el Hijo de Dios, el Verbo encarnado… y por eso saludamos en plural: ¡FELICES FIESTAS!. Sugerencias... En la sociedad actual existen situaciones dignas de discernimiento a la luz de la liturgia de hoy: mujeres solteras que son madres, padres separados cuyos hijos sufren no raras veces los conflictos de los padres, padres divorciados con hijos y vueltos a casar, adopción de un niño por parte de uno, sea hombre o mujer, adopción de niños por parte de parejas homosexuales (masculinas o femeninas) y hasta niños concebidos, como si fuera un derecho, de manera “artificial” y en muchos casos agravados por ser mujeres solas ... Son situaciones difíciles y muy complejas. Son situaciones en que la Iglesia está de nuevo llamada a tener un corazón misericordioso para todos, en especial para aquellos que se acercan en busca de: ayuda, de consuelo y de consejo. Son situaciones, también, sobre las que la Iglesia, el obispo, el sacerdote, en la secretaria parroquial, el consejero matrimonial, deben hablar claro y con firmeza para que conozcan el amor misericordioso de Dios, la bondad de la Iglesia como pueblo llamado por Dios para proclamar al mundo las maravillas del Reino y, entre otras cosas, defender el derecho natural de los hijos a tener unos padres: un padre y una madre. En el desarrollo psicodinámico y en la educación humana y espiritual de los niños sea el padre sea la madre tienen una misión que llevar a cabo, y la carencia de uno de ellos perjudica y daña el desarrollo armónico e integral del niño (Papa Francisco en Amoris Laetitia). Somos llamados por Dios a la vida para realizar una misión. Es de gran importancia que los discípulos misioneros concibamos así nuestra vida. Existe la vocación al matrimonio y a la virginidad, al Sacerdocio, a la vida laical consagrada. Y dentro de cada vocación existe una misión común: ser santos, amar y servir, y colaborar con la misión de la Iglesia. Son numerosas y variadas las formas de conseguir la realización de esta misión (San Pablo VI, Civilización del Amor). En la familia, los padres tienen como primera misión la vida: amar la vida, ‘traer’ nuevas vidas, promover la vida y defenderla, educar para la vida, formar las nuevas vidas en la fe y en el amor, organizarse en favor de la vida, favorecer todo lo que contribuya a mejorar la vida humana, oponerse con los medios legítimos, y con la oración, a los diferentes atentados contra la vida. Los padres tienen la misión de ser testigos para sus hijos de coherencia, responsabilidad en su familia, en su trabajo, en la vivencia práctica de su fe cristiana. Los hijos requieren más de padres testigos que de padres que les dicen… mejor, padres que dicen las cosas del Reino siendo testigos, ellos mismos, del Reino que anuncian a sus hijos. Sagrada Familia de Jesús, María y José, protege nuestra familia y nuestra entrega.

lunes, 9 de diciembre de 2019

HOMILIA Tercer Domingo de ADVIENTO cA (15 de diciembre 2019)

Tercer Domingo de ADVIENTO cA (15 de diciembre 2019) Primera: Isaías 35, 1-6a.10; Salmo: Sal 145, 7. 8-9a. 9bc-10; Segunda: Santiago 5, 7-10; Evangelio: Mateo 11, 2-11 Nexo entre las LECTURAS En marcha hacia la venida de Cristo y después de la Gran Solemnidad de la Inmaculada, la liturgia nos sitúa hoy entre la espera y la esperanza. Juan Bautista era consciente de su misión de precursor, y vivía en la ‘esperanza' del Mesías, cuyo camino él preparaba; pero la esperanza no le daba certeza. Por eso, envió a Jesús una embajada: "¿Eres tú el que tenía que venir, o hemos de esperar a otro?" (Evangelio). Jesús satisface la pregunta del Bautista citando parte de uno de los poemas más bellos de la esperanza mesiánica: "Los ciegos ven, los cojos andan... y a los pobres se les anuncia la buena noticia" (Primera lectura y Evangelio). Santiago, en la segunda lectura, nos exhorta a la espera paciente de la venida del Señor, al igual que el labrador espera las lluvias que harán fructificar la siembra... (en Judea esas lluvias son tempraneras -inicio del otoño- y tardías -inicio de la primavera-). Temas... "¿Eres tú?". El que Juan el Bautista tenga que soportar en la cárcel esta oscuridad que Dios le impone, forma parte de su futuro testimonio de sangre. Él había esperado un hombre poderoso, que bautiza con Espíritu y fuego. Y en el evangelio aparece ahora un hombre dulce que «no apaga el pábilo vacilante». Jesús calma su inquietud mostrándole que la profecía se cumple en Él: en milagros discretos que aumentan la fe que persevera: «Dichoso el que no se sienta defraudado por mí». Quizá sea precisamente esta oscuridad impuesta al testigo, la razón por la que Jesús le alaba ante la multitud: Juan se ha comprendido-a sí mismo- como lo que realmente es, como el mensajero enviado delante de Jesús, el que le ha preparado el camino. Juan se ha designado a sí mismo como simple voz que grita en el desierto, anunciando el milagro de lo Nuevo que ha de venir; y efectivamente: el más pequeño en el reino que viene es más grande que él, que se ha considerado como perteneciente a lo Antiguo, y que sin embargo, como «amigo del Esposo», precisamente por tener la humildad de ceder el sitio y eclipsarse, ha sido iluminado por la luz de la nueva gracia. En algunos iconos del Bautista, éste aparece con María, la Madre de Jesús, que procede también de la Antigua Alianza y como pasan a la Nueva, están a derecha e izquierda del Juez del mundo. «El desierto se regocijará». En la primera lectura Isaías describe la transformación del desierto en tierra fértil como consecuencia de la venida de Dios. «Miren a nuestro Dios». El desierto es el mundo que Dios no ha visitado todavía; pero ahora Dios viene. El hombre es ciego, sordo, cojo y mudo, cuando todavía no ha sido visitado por Dios. Pero ahora los sentidos se abren y los miembros se sueltan. Los ídolos que se adoraban en lugar del Dios vivo eran, tal y como nos los describen los salmos y los libros sapienciales, ciegos, sordos, cojos y mudos; y sus adoradores eran semejantes a ellos. Estaban alejados del Dios vivo, pero ahora «vuelven los rescatados del Señor», son liberados de la muerte espiritual y renacen a la verdadera vida. Es a esto precisamente a lo que alude Jesús en el evangelio cuando describe su acción. Paciencia. Pero el retorno a Dios con motivo de su venida a nosotros, exige -como indica Santiago en la segunda lectura- la espera paciente. El labrador y la actitud paciente que normalmente le caracterizan, se nos ponen como ejemplo. El labrador aguarda pacientemente el fruto de la tierra, que, como dice Jesús en una parábola, crece por sí solo, «sin que él sepa cómo» (Mc 4,27). No atrae la lluvia con magia, «espera pacientemente la lluvia temprana y tardía». Santiago sabe que la paciencia cristiana no es una espera ociosa, sino que exige un «fortalecimiento del corazón», y esto no en un entrenamiento autógeno, sino «porque la venida del Señor está próxima». Paciencia significa no precipitar nada, no acelerar nada artificialmente, sino dejar venir sobre nosotros todo lo que Dios ha dispuesto (cfr. Is 28,16). Saber que «el Juez está ya a la puerta», no nos da derecho a abrirla bruscamente. Con gran sabiduría, a los cristianos impacientes, que no pueden esperar con paciencia la venida del Señor, se les dice que tomen como ejemplo a los profetas y su paciencia perseverante. Con el mismo derecho se podría invocar el ejemplo de la paciencia de María en su Adviento. La mujer encinta no puede ni debe precipitarse. También la Iglesia está encinta, pero no se sabe cuándo le llegará el momento de dar a luz. Sugerencias... Lo que Dios quiere para nosotros, también en este año 2019, es que “algo” cambie en nuestra vida. Si celebramos la venida de Jesús, una vez más, es porque queremos, confiamos y pedimos que repita sus signos mesiánicos ‘aquí y ahora’. En los días pasados se nos viene invitando a crecer en paz y en justicia. ¿Qué va a cambiar esta semana en nuestra persona, en nuestra familia, en la comunidad religiosa, en la parroquia? Porque los signos no pueden consistir sólo en palabras. De discursos ya estamos todos cansados. Tampoco Cristo Jesús respondió con un discurso a la pregunta del Bautista, sino apelando a las obras que hacía. En estos años: ¿Renovaste tu corazón con las obras de misericordia o con las Bienaventuranzas? ¿elegiste algún propósito para una vida nueva, para mostrar el amor de Dios a otros? Para nosotros será ‘buen Adviento’ y luego ‘buena Navidad’, o sea, celebraremos en profundidad la Venida del Señor, si en verdad entre nosotros alguien recobra la vista, la valentía, la esperanza. Si los que sufren sienten una mano amiga que les fortalece, si los que no saben lo que es amor lo experimentan estos días, si crece la ilusión de vivir en la Iglesia y en la sociedad, en las familias y en las personas. El retrato de los tiempos mesiánicos quiere repetirse hoy. Y, además, Dios quiere que los discípulos-misioneros no sólo nos podamos gozar que en nosotros mismos cambia algo, sino que seamos portavoces, anunciadores, colaboradores del cambio en este mundo, precursores de Cristo y de su Reino en esta sociedad en la que vivimos. Si ahora la gente volviera a preguntarse sobre Jesús: ¿es éste el que esperamos?, sería hermoso que se les pudiera contestar: "ahora a Cristo Jesús no le vemos ni le oímos, ahora no anda por la calle curando enfermos y resucitando muertos: pero miren a la Iglesia, mirad a esta familia cristiana, a esta comunidad de religiosas, miren a este cristiano sencillo pero valiente, miren a sus obras, observen cómo a su lado crece la esperanza y la gente se siente amada por Dios, y se les van curando sus heridas y su desencanto" (Santa Teresa de Calcuta, San Juan Pablo II). Esas son las señales de la Venida del Salvador. Eso es el Adviento y la Navidad. Cristo que viene y salva, ahora también a través de su comunidad de cristianos. Los tiempos mesiánicos empezaron miles de años, pero todavía tiene todo un programa a realizar. Nosotros, los cristianos, somos los que colaboramos con Cristo y la ayuda de su gracia para que se cumpla. Navidad viene con fuerza: Dios quiere transformar, consolar, cambiar, curar. Si cada uno de nosotros pone ‘su granito de arena’, la venida de Jesús Salvador será más clara en medio de este mundo, y la Navidad nuevamente es la gracia que renueva al hombre y al mundo, a la Iglesia y a todos.. La sociedad será más fraterna; la Iglesia, más gozosa; las parroquias más vivas: cada persona, más llena de esperanza. Virgen de la esperanza, ruega por nosotros

jueves, 5 de diciembre de 2019

HOMILIA 2DO DOMINGO DE ADVIENTO

Segundo Domingo de ADVIENTO cA (08 de diciembre de 2019) Primera: Isaías 11, 1-10; Salmo: Sal 71, 1-2. 7-8. 12-13. 17; Segunda: Romanos 15, 4-9; Evangelio: Mateo 3, 1-12 Nexo entre las LECTURAS El Espíritu Santo es la Persona presente en la Liturgia y especialmente es el unificador en la Liturgia de este Domingo. Cuando el Espíritu sopla, hasta los huesos secos recobran vida… de los viejos troncos brotan retoños y toda la faz de la tierra rejuvenece (primera Lectura). No debemos desesperar. Por muy acabados y viejos que nos sintamos, se nos ha prometido un bautismo de Espíritu y fuego. Quien se deja empapar de este Espíritu, que es fuego, quema todo lo caduco y se abre a una vida nueva (san Pablo). Estas semanas de Adviento son, para todos nosotros, una llamada a abrirnos a la constante venida de Dios a nuestra vida. Por eso, cada año, en este segundo Domingo de Adviento, rememoramos como dichas ahora a nosotros las palabras del profeta Juan el Bautista: «Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos» (Papa Francisco). Es, por tanto, una invitación personal a la conversión. Temas... El que está lleno del Espíritu. Dios viene ahora en una figura terrena, como el “renuevo del tronco de Jesé”. Pero su venida es única y definitiva. Según la primera lectura, tres ‘cosas’ caracterizan esta venida: en primer lugar, la plenitud del Espíritu del Señor que capacita al que viene para las otras dos ‘cosas’: para el juicio separador en favor de los pobres y desamparados contra los violentos y los pecadores, y para la instauración de una paz supra terrenal que transforma totalmente la naturaleza y la humanidad. El Espíritu de sabiduría y de conocimiento que llena al que viene, se derrama sobre el mundo, de modo que el mundo queda “lleno de la ciencia del Señor, como las aguas colman el mar”. Lo que el Mesías -que está lleno del Espíritu- es y tiene, lo ejerce juzgando; lo reparte llenando al mundo con su Espíritu. En el lenguaje de la Biblia conocer a Dios es amarlo y experimentar vivamente que nos ama… es impregnarse totalmente de la comprensión íntima de lo que Dios es en su intimidad: MISERICORDIA; y este “conocimiento” anunciado por el profeta es la paz en Dios, la participación en la paz de Dios. Bautismo con el Espíritu Santo y fuego. El evangelio presenta al precursor (Juan Bautista) en plena actividad. Prepara el camino al que viene, acompañando a los pecadores para que se conviertan y bautizándolos, a la espera del que viene detrás de él y que es más que él. Se preparan para acoger al que viene. No puede uno fiarse simplemente del pasado, de la pertenencia a la descendencia de Abrahán. Las palabras del Bautista: “Dios es capaz de sacar hijos de Abrahán de estas piedras”, son extrañamente proféticas: para los judíos esas piedras son los pueblos paganos; el que está lleno del Espíritu (Jesús) y viene detrás de Juan puede convertirlos en hijos de Dios. Juan se prosterna ante Él en una actitud de profunda humildad. Porque, en vez de agua (con agua), Él bautizará con el Espíritu Santo y fuego. Un fuego que es Dios mismo, el fuego del amor divino que Él viene a “derramar sobre la tierra”, un fuego que consume todo egoísmo en las almas; el fuego del amor que será al mismo tiempo el fuego del juicio para los que no quieren amar, para los que son paja: “Quemará la paja en una hoguera que no se apaga”. “Dios es un fuego devorador”: quien no quiera arder en su llama de amor, se abrasará eternamente en ese fuego. El amor es más que la moral mezquina de los fariseos y saduceos. La moral mezquina de los que no creen en el Espíritu Santo, no resistirá ante el que tiene en Su mano la horquilla y limpiará su era. “Acójanse/sosténgase mutuamente”. La llama de amor que trae el portador del Espíritu desborda los límites del pueblo de Israel y llega al mundo. Los judíos, elegidos desde antiguo, y los paganos, no elegidos, pero ahora admitidos a la salvación, formarán en lo sucesivo una unidad en el amor. Pablo exige de ambos -en la segunda lectura- que “se acojan mutuamente” como y porque Cristo “nos ha acogido” para gloria del Creador, que nos ha creado a todos con vistas a su Hijo. El Hijo realiza las dos cosas: la justicia de la alianza de Dios, pues en su existencia terrena cumple todas las profecías, y la misericordia divina para con todos aquellos que todavía no saben nada de la alianza. El portador del Espíritu que Isaías ve venir, instaurará una paz verdaderamente divina sobre la tierra. Si las naciones quisieran -como lo espera el profeta- buscar este «renuevo del tronco de Jesé», quedarían también ellas llenas del «Espíritu de la ciencia del Señor», en cuya paz «ya no se hace nada malo» y se practica el bien con el modelo de las Bienaventuranzas y de las obras de misericordia (Papa Francisco). Sugerencias... Prepararse a la Navidad, dejándose guiar por el Espíritu Santo. La liturgia dominical es un momento oportuno para renovar en nuestra conciencia -cristiana- la acción invisible pero real del Espíritu, su presencia en el alma por la gracia, su eficacia en el desarrollo y progreso de la vida espiritual. Momento igualmente oportuno para invitarnos a estar atentos a la voz del Espíritu que nos habla mediante los acontecimientos de la vida, las situaciones personales, las personas conocidas o amigas, las páginas de un libro, los medios de comunicación social o la misma naturaleza. Momento oportuno, igualmente, para aceptar y obedecer al Espíritu con docilidad y prontitud. Es el Espíritu de Dios quien mejor nos puede preparar para vivir mejor el misterio de la encarnación y del nacimiento de Jesucristo. Los valores del Reino quizá nos sorprendan a primera vista; nos resulten demasiado elevados y bellos para ser creídos y realizados en una sociedad y en un ambiente en donde hay y tienen vigencia otras escalas de valores -muy opuestas a las del Mesías- y, si no opuestos, al menos muy diferentes. Sin embargo, hay muchos hombres y mujeres que ya viven las virtudes que nos propone el Señor y rigen su existencia por el Sermón del Monte y las obras de misericordia... son los santos de la casa de al lado, dice el Papa. ¡Pensemos en tantos laicos, familias, religiosos y sacerdotes que viven santamente! Es muy probable que muchos de entre nosotros mismos nos sentimos llamados a convertirnos diariamente a los valores del Reino... Hay que sostener esos esfuerzos, promover esos valores, trabajar con tesón para que todos los hombres vivamos, como nos lo repetía incesantemente el Papa San Pablo VI: la Civilización del Amor, el Reino del Mesías de Dios. Vayamos cambiando cada día… vayamos renovándonos cada día… María, Virgen Inmaculada, ruega por nosotros. Área de archivos adjuntos

HOMILIA Solemnidad de la INMACULADA CONCEPCIÓN (8 de diciembre de 2019)

Solemnidad de la INMACULADA CONCEPCIÓN (8 de diciembre de 2019) Primera: Génesis 3, 9-15.20; Salmo: Sal 97, 1. 2-3b. 3c-4; Segunda: Éfeso 1, 3-6. 11-12; Evangelio: Lucas 1, 26-38 Nexo entre las LECTURAS… Temas... El plan original de Dios. La fiesta que estamos celebrando hoy nos llena de alegría y esperanza. No sólo es la fiesta de una mujer, María de Nazaret, concebida por sus padres ya sin mancha alguna de pecado porque iba a ser la madre del Mesías. Es la fiesta de todos los que nos sentimos de alguna manera representados por ella. La Virgen, en este momento inicial en que Dios la llenó de gracia, es el inicio de la Iglesia, o sea, el comienzo absoluto de la comunidad de los creyentes en Cristo y los salvados por su Pascua. Ya desde la primera página de la historia humana, como hemos escuchado en la lectura del Génesis, cuando los hombres cometieron el primer pecado, Dios tomó la iniciativa y anunció la llegada del Salvador, descendiente del linaje de Adán, el que llevaría a término la victoria contra el mal. Y junto a él ya desde esa página aparece la "mujer", su madre, asociada de algún modo a esta victoria. San Pablo nos ha dicho aún con mayor cercanía cuáles son estos planes salvadores de Dios: Él nos ha elegido, nos ha llenado de bendiciones, nos ha destinado a ser sus hijos, herederos de su Reino, como hermanos que somos de Cristo Jesús. El Apóstol no ha nombrado a la Virgen en este pasaje, pero nosotros sabemos, y hoy lo celebramos con gozo, que ella fue la primera salvada, la que participó de manera privilegiada de ese nuevo orden de cosas que su Hijo vino a traer a este mundo. Lo hemos dicho en la oración primera de la Misa: "preparaste a tu Hijo una digna morada y en previsión de su muerte, preservaste a María de todo pecado". La primera cristiana. Pero si estamos celebrando el "sí" que Dios ha dado a la raza humana en la persona de María, también nos gozamos hoy de cómo ella, María de Nazaret, cuando le llegó la llamada de Dios, le respondió con un "sí" decidido. Su "sí" se puede decir que es el "sí" de tantos y tantos millones de personas que a lo largo de los siglos han tenido fe en Dios, personas que tal vez no veían claro, que pasaban por dificultades, pero se fiaron de Dios y dijeron como ella: hágase en mí según tu Palabra... María, la mujer creyente, la mejor discípula de Jesús, la primera cristiana. No era ninguna princesa ni ninguna matrona importante en la sociedad de su tiempo. Era una mujer sencilla de pueblo, una muchacha pobre, novia y luego esposa de un humilde trabajador. Pero Dios se complace en los humildes, y la eligió a ella como madre del Mesías. Y ella, desde su sencillez, supo decir "sí" a Dios. Hoy celebramos el recuerdo de esta mujer y nos alegramos con ella y también decimos SI… y suplicamos “ ayúdame a confiar y a decir siempre ‘si’”. La fiesta de todos. Pero a la vez se puede decir que esta fiesta es también nuestra. La Virgen María, en el momento de su elección radical y en el de su "sí" a Dios, fue (como diremos en el prefacio de hoy) "comienzo e imagen de la Iglesia". Cuando ella aceptó el anuncio del ángel, de parte de Dios, se puede decir que empezó la Iglesia: la humanidad, representada en ella, empezó a decir sí a la salvación que Dios le ofrecía con la llegada del Mesías. Si Eva significa "madre de todos los vivientes", podemos gozarnos de que en María, la nueva Eva, que iba a estar junto al nuevo y definitivo Adán, Jesús, estamos como concentrados todos nosotros, los que a lo largo de los siglos formamos la comunidad creyente de Jesús. En ella quedó bendecida toda la humanidad: la podemos mirar como modelo de fe y motivo de esperanza y alegría. Tenemos en María una buena Maestra para este Adviento y para la próxima Navidad. Nosotros queremos prepararnos a acoger bien en nuestras vidas la venida del Salvador. Ella, la Madre, fue la que mejor vivió en sí misma el Adviento, la Navidad y la Manifestación de Jesús como el Salvador de Dios. Mirándole a ella, y gozándonos hoy con ella, nos animaremos a vivir mejor este Adviento y esta Navidad. Por eso rezamos y queremos que nuestra Eucaristía de hoy, sea, por todos estos motivos, una entrañable acción de gracias a Dios, porque ha tomado gratuitamente la iniciativa con su plan de salvación, porque lo ha empezado a realizar ya en la Virgen María, y porque nos da la esperanza de que también para nosotros su amor nos está cercano y nos quiere colmar de sus bendiciones. Sugerencias... El cultivo de la vida de gracia. Al contemplar a María Inmaculada apreciamos la belleza sin par de la creatura sin pecado: «Toda hermosa eres María». La Gracia concedida a María inaugura todo el régimen de Gracia que animará a la humanidad hasta el fin de los tiempos. Al contemplar a María experimentamos al mismo tiempo la invitación de Dios para que, aunque heridos por el pecado original, vivamos en gracia, luchemos contra el pecado, contra el demonio y sus acechanzas. Los hombres tenemos necesidad de Dios, tenemos necesidad de vivir en gracia de Dios para ser realmente felices, para poder realizarnos como personas y ser verdaderamente humanos y esto solo se alcanza si somos cristianos (Papa Francisco). Y la gracia la tenemos en Cristo. En el misterio de la Redención el hombre es «confirmado» y en cierto modo es nuevamente creado. ¡Somos creados de nuevo! ... El hombre que quiere comprenderse hasta el fondo a sí mismo –no solamente según criterios y medidas del propio ser inmediatos, parciales, a veces superficiales e incluso aparentes– debe, con su inquietud, incertidumbre e incluso con su debilidad y pecaminosidad, con su vida y con su muerte, acercarse a Cristo (san Juan Pablo II; Redemptor Hominis 10). Para vivir en gracia es necesario: orar y vigilar. La oración nos da la fuerza que viene de Dios. La vigilancia rechaza los ataques del enemigo. Vigilemos atentamente para rechazar las tentaciones que nos ofrece el mundo: el placer desordenado, el poder y la negación del servicio, la avaricia, el desenfreno sexual, las pasiones, toda clase de ideologías… Por el contrario, formemos una conciencia que busque, en todo, amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo en Dios. Nuestra participación en la obra de la redención. La peregrinación que nos corresponde vivir al inicio de este Año Litúrgico tiene mucho de peregrinación ascendente y de combate apostólico y de conquistas para la casa de Dios que es la Iglesia y el Mundo. Aquella enemistad anunciada en el protoevangelio sigue siendo hoy en día una dramática realidad, se trata de una especie de combate del espíritu, pues las fuerzas del mal se oponen al avance del Reino de Dios. Vemos que, por desgracia, sigue habiendo guerras, muertes, crímenes, olvido de los más pobres, débiles y sufrientes y más todavía puesto que hoy se generar nuevas y más profundas clases de marginalidad y exclusión. Advertimos amenazas, en otro tiempo desconocidas, para el género humano: la manipulación genética, la corrupción del lenguaje, la amenaza de una destrucción total, el eclipse de la razón ante temas fundamentales como son la familia, la defensa de la vida desde su concepción hasta su término natural, el relativismo y el nihilismo que conducen a la pérdida total de los valores (san Pablo VI, Papa). Nuestro peregrinar cristiano por esta tierra, más que el paseo del curioso transeúnte tiene rasgos del hombre que conquista terreno para su ‘bandera’ (cfr.: san José Gabriel Brochero). Nuestro peregrinar es un amor que no puede estar sin obrar por amor de Jesucristo, el Jefe supremo (san Ignacio de Loyola). Es anticipar la llegada del Reino de Dios por la caridad. Es avanzar dejando a las espaldas surcos regados de semilla. No nos cansemos de sembrar el bien en el puesto que la providencia nos ha asignado… no desertemos de nuestro puesto, que las futuras generaciones tienen necesidad de la semilla que hoy esparcimos por los campos de la Iglesia. Santa Teresa de Jesús –que experimentó también la llamada de Dios para tomar parte en el singular combate del bien contra el mal– nos dejó, en una de sus poesías, una valiosa indicación de cómo el amor, cuando es verdadero, no puede estar sin actuar, sin entregarse, sin luchar por el ser querido. María Inmaculada, ruega por nosotros y por el mundo entero.

Sobre tu altar - Canto de ofrenda

HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

  VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024) Primera : Isaías 52,13 – 53,12;  Salmo : Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25;  Segunda :...