lunes, 2 de noviembre de 2020

HOMILIA Domingo trigésimo segundo del TIEMPO ORDINARIO cA (08 de noviembre de 2020)

Domingo trigésimo segundo del TIEMPO ORDINARIO cA (08 de noviembre de 2020) Primera: Sabiduría 6, 12-16; Salmo: Sal 62, 2-8; Segunda: 1 Tesalónica 4, 13-18; Evangelio: Mt 25, 1-13 Nexo entre las LECTURAS Los textos litúrgicos nos invitan a tener una actitud de vigilancia en el mundo para llegar felices a la eternidad de Dios: "Vigilen, porque no saben el día ni la hora" (evangelio). Esta es la actitud propia del sabio, porque "meditar en la sabiduría es prudencia consumada, y el que por ella se desvela pronto estará libre de inquietud" (primera lectura). Así podremos concluir nuestra vida en paz, y estar siempre con el Señor (segunda lectura). Temas... El núcleo de la liturgia de hoy es el grito que se oye a medianoche: «Ya viene el esposo, salgan a su encuentro» (Mt 25, 6). El Esposo es Cristo y viene de improviso a llamar a su banquete eterno a los que escucharon su palabra, la practicaron y enseñaron a otros a hacer lo mismo, simbolizados en las diez “vírgenes” que velan a la espera de ser introducidas en la boda. En esta parábola las relaciones entre Dios y el hombre se presentan, como sucede con frecuencia en el Antiguo Testamento, como relaciones nupciales. El Hijo de Dios, encarnándose, se desposó con la humanidad con esa unión indisoluble porque Él es el Hombre-Dios y consumó luego, este desposorio, en la cruz, por la que redimió a los hombres y los unió a sí agrupándolos en la Iglesia su esposa mística. Pero no le basta esto: Cristo quiere celebrar sus desposorios místicos con todos los hombres (Fratelli Tuti). «Los tengo desposados con un solo esposo -escribe San Pablo a los Corintios-, para presentarlos cual casta virgen a Cristo» (2Co 11, 2). Con esta luz la vida del hombre sobre la tierra debe considerarse como un compromiso de fidelidad nupcial a Cristo, fidelidad delicada, presurosa, ardiente e inspirada en el amor. La vida, vista así, es una espera vigilante del Esposo, y estaremos ocupados en buenas obras, las cuales, según el simbolismo de la parábola, son el aceite que alimenta la lámpara de la fe. Las vírgenes prudentes están bien provistas del aceite (del amor) y por eso pueden soportar lo prolongado de la vigilia nocturna y encontrarse prontas para el recibimiento del esposo. En cambio, las vírgenes necias, que representan a los descuidados en el cumplimiento de sus deberes, ven que sus lámparas se apagan sin remedio, llegan luego tarde y llaman inútilmente: «¡Señor, Señor, ¡ábrenos!» (Mt 25, 11) No basta invocar a Dios para salvarse; se requiere «la fe que actúa por la caridad» (Gál 5, 6). Por eso las vírgenes necias tienen que escuchar: «No las conozco» (Mt 25, 12); es la misma respuesta dada a los que han predicado el Evangelio, pero no lo han practicado: «Jamás los conocí; aléjense de mí» (Mt 7, 23). Cristo los conoce muy bien a éstos, pero no como ovejas de su grey, porque no escucharon su voz, ni como amigos, porque no guardaron sus mandamientos; por eso los excluye de la intimidad de las bodas eternas. La llegada del esposo a medianoche y con retraso indica que nadie puede saber cuándo abrirá el Señor para él las puertas de la eternidad y justifica la exhortación final: «Por tanto, estén atentos, porque no saben el día ni la hora» (Mt 25, 13). La primera y segunda lectura giran en torno al Evangelio: La primera (Sab 6, 12-16) es como un preludio, que alaba la búsqueda de la sabiduría que procede de Dios y se ordena a su servicio. «Pensar en ella es prudencia consumada, y quien vela por ella pronto quedará libre de esclavitudes» (Sab 6, 15). Esta sabiduría hace al hombre prudente, le enseña a no gastar la vida en cosas vanas, sino a emplearla en el servicio y en la espera de Dios. Quien temprano la busca, no se hallará desprevenido a la llegada del Esposo. La segunda lectura (1Ts 4 13-18) concluye el tema con la instrucción de San Pablo a los Tesalonicenses sobre el destino eterno del hombre. Ante la muerte de sus seres queridos, los Tesalonicenses se afligían «como los que no tienen esperanza» (ib 13), porque no sabían aún que los creyentes, habiéndose incorporado a Cristo, están llamados a participar en su gloria. «Pues si creemos que Jesús ha muerto y resucitado, del mismo modo a los que han muerto en Jesús, Dios los llevará con él» (ib 14). La fe y la unión a Cristo valen no sólo para esta vida, sino también para la muerte, la resurrección y la glorificación. Esta es la meta luminosa a la que el creyente debe mirar para estar en vela a la espera del Esposo y para ver con serenidad la muerte que lo introducirá en las bodas eternas donde estará «siempre con el Señor» (ib 17). Sugerencias... Prepararse para despertar. La invitación de Jesús es clara: "Estén, pues, preparados, porque no saben ni el día ni la hora" (Mt 25,13). En esta parábola en particular Cristo admite que hay una especie de sueño que nos envuelve a todos, porque la diferencia entre unas y otras ‘virgenes’ no está en que unas durmieron y otras no. Lo que las diferencia no es en este caso el sueño sino cómo se dispusieron para la hora del banquete, es decir: cómo prepararon su despertar. Algunas simplemente no prepararon su despertar. El cansancio, el hastío o la oscuridad de la noche les ganaron y ellas pasivamente entregaron al sueño sin pensar qué podría suceder después. Otras en cambio, aunque sintieran que la noche les podía vencer, hicieron acopio de aceite, de modo que al despertar pudieran contar con algo para vencer a la noche. Es un asunto de conciencia: unas fueron conscientes de que podían dormirse, y tomaron medidas al respecto; otras sencillamente se dejaron ganar del sueño. Para nosotros, ¿qué es preparar el despertar? Depende de qué sueño estemos hablando. Uno puede pensar en el sueño de la muerte, cosa que suena muy concorde con el tono escatológico de estos capítulos finales del evangelio de Mateo. Quienes se dejan llevar por este sueño son quienes extinguen su mirada sobre este mundo como si nada realmente fuera a suceder después. Quienes, por el contrario, son previsivos, guardan aceite, que es una manera de guardar luz. Aunque su cuerpo sea vencido por el sueño, hay un poco de luz que no duerme con ellos. ¿Qué luz estamos guardando? ¿Qué puede alumbrar en nosotros cuando ya nos hayamos dormido, esto es, cuando ya la muerte nos haya sometido a su poder? Buscar la sabiduría. La primera lectura nos habla también de la luz: "radiante e incorruptible es la sabiduría" (Sab 6,12). La sabiduría es incorruptible; es un género de luz que corresponde bien al aceite de que nos habla el evangelio, porque, aunque el sueño de la muerte nos atrape, la sabiduría no está sujeta al imperio de la muerte y puede estar con nosotros cuando se escuche la voz: "... ¡llega el esposo!" (Mt 25,6). Vale la pena recordar que esta sabiduría es mucho más que conocimiento. No se trata de erudición o de capacidad intelectual, aunque tampoco riñe con ellas. Esta sabiduría sale al encuentro de quienes la buscan " y colabora con ellos en todos sus proyectos" (Sab 6,16). Consiste más, entonces, en una ciencia para la vida, un saber vivir. Por consiguiente, el mensaje sería: saber vivir el camino de esta vida prepara la vida que vendrá después de este camino. Entrar al banquete. Por otro lado, no podemos perder de vista qué rostro tienen la hora y el encuentro finales en esta parábola del Señor. Todas aquellas doncellas estaban invitadas a un banquete de bodas. Todas estaban aguardando al Esposo. Este cuadro proviene de las costumbres judías de aquella época, pero conserva su validez y una fuerza alegórica inmensa en todos los tiempos. Esperar al Esposo es esperar un gozo que no tiene semejante en esta tierra. Las bodas son el día de la alegría, según expresión del Cantar de los Cantares (3,11). Nosotros, pues, no esperemos en el vacío o en la incertidumbre. Somos llamados a compartir el día del gozo del Esposo, el día de la alegría de Cristo. En la intimidad de un banquete, que se anticipa en esta cena eucarística (felices los invitados al banquete de las bodas del Cordero), Cristo nos dará a saborear el gozo de su corazón ante la belleza de su Esposa, la Iglesia. 5. En esta XXVIII Jornada Mundial (Nacional) del Enfermo, pienso en los numerosos hermanos y hermanas que, en todo el mundo, no tienen la posibilidad de acceder a los tratamientos, porque viven en la pobreza. Me dirijo, por lo tanto, a las instituciones sanitarias y a los Gobiernos de todos los países del mundo, a fin de que no desatiendan la justicia social, considerando solamente el aspecto económico. Deseo que, aunando los principios de solidaridad y subsidiariedad, se coopere para que todos tengan acceso a los cuidados adecuados para la salvaguardia y la recuperación de la salud. Agradezco de corazón a los voluntarios que se ponen al servicio de los enfermos, que suplen en muchos casos carencias estructurales y reflejan, con gestos de ternura y de cercanía, la imagen de Cristo Buen Samaritano. Encomiendo a la Virgen María, Salud de los enfermos, a todas las personas que están llevando el peso de la enfermedad, así como a sus familias y a los agentes sanitarios. A todos, con afecto, les aseguro mi cercanía en la oración y les imparto de corazón la Bendición Apostólica. (Vaticano, 3 de enero de 2020. Memoria del Santísimo Nombre de Jesús. Papa Francisco)

HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

  VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024) Primera : Isaías 52,13 – 53,12;  Salmo : Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25;  Segunda :...