miércoles, 27 de diciembre de 2017

HOMILIA SANTA MARÍA, MADRE de DIOS. Solemnidad. (01 de enero 2018)



SANTA MARÍA, MADRE de DIOS. Solemnidad. (01 de enero 2018)
Primera: Números 6, 22-27; Salmo: Sal 66, 2-3. 5-6. 8; Segunda: Gálatas 4,4-7; Evangeli
o: Lc 2, 16-21
Nexo entre las LECTURAS
La "MUJER" es el centro de atención de la Liturgia. Particularmente la mujer como madre. Y esa mujer y esa madre es María. San Pablo en su carta a los gálatas dice de Jesucristo: “nacido de mujer, nacido bajo la ley” (segunda lectura), para indicarnos que como hombre-Dios necesariamente ha tenido que tener una madre. La bendición litúrgica de la primera lectura parece que fue escrita dirigida a María madre: “El Señor te bendiga y te guarde; el Señor haga brillar su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor te muestre su rostro y te dé la paz”. Aunque también podemos decir que esa bendición es el deseo para el año 2018, en la realidad de sus horas, días, semanas y meses: ‘que el Señor te bendiga... año del Señor 2018’.
Tengamos presente el mensaje del Papa con ocasión de la 51 Jornada mundial de la paz. El lema es: Migrantes y refugiados: hombres y mujeres que buscan la paz. Las palabras de san Juan Pablo II nos alientan: «Si son muchos los que comparten el “sueño” de un mundo en paz, y si se valora la aportación de los migrantes y los refugiados, la humanidad puede transformarse cada vez más en familia de todos, y nuestra tierra verdaderamente en “casa común”». A lo largo de la historia, muchos han creído en este «sueño» y los que lo han realizado dan testimonio de que no se trata de una utopía irrealizable.
Temas...
Mujer y Madre de Dios. “Nacido de mujer” es Jesús. Mujer, con toda su feminidad, es María, la nueva Eva, origen y espejo de toda mujer redimida. Jesús es el Verbo de Dios, y María es la Madre de Dios, la Mujer. Dios, en su inmensa sabiduría, ha querido vivir la experiencia de tener una madre, de mirarse en la ternura de sus ojos, de acunarse en sus brazos y de ser estrechado en su regazo. Para ser Madre de Dios, María no tuvo que renunciar o dejar al margen nada de su feminidad, al contrario, la tuvo que realizar en nobleza y plenitud, santificada como fue por la acción del Espíritu Santo. Al nacer de una mujer Dios ha enaltecido y llevado a perfección "el genio femenino" (San Juan Pablo II) y la dignidad de la mujer y de la madre. La Iglesia, al celebrar el uno de enero la maternidad divina de María reconoce gozosa que María es también madre suya, que a lo largo de los días y los meses del año engendra nuevos hijos para Dios.
Además, como dijo el Papa Francisco en la Nochebuena de 2017: En los pasos de José y María se esconden tantos pasos. Vemos las huellas de familias enteras que hoy se ven obligadas a marchar. Vemos las huellas de millones de personas que no eligen irse, sino que son obligados a separarse de los suyos, que son expulsados de su tierra. En muchos de los casos esa marcha está cargada de esperanza, cargada de futuro; en muchos otros, esa marcha tiene solo un nombre: sobrevivencia. Sobrevivir a los Herodes de turno que para imponer su poder y acrecentar sus riquezas no tienen ningún problema en cobrar sangre inocente. María y José, los que no tenían lugar, son los primeros en abrazar a aquel que viene a darnos carta de ciudadanía a todos. Aquel que en su pobreza y pequeñez denuncia y manifiesta que el verdadero poder y la auténtica libertad es la que cubre y socorre la fragilidad del más débil.
Madre, bendición y memoria. En el designio de Dios, como a María, se puede decir a toda mujer-madre: "Bendito el fruto de tu vientre". Una bendición primeramente para la misma mujer y bendición para el matrimonio, en el que el hijo favorece la unidad, la entrega, la felicidad. Bendición para la Iglesia, que ve acrecentar el número de sus hijos y la familia de Dios. Bendición para la sociedad, que se verá enriquecida con la aportación de nuevos ciudadanos al servicio del bien común.
La maternidad es también memoria. "María hacía 'memoria' de todas esas cosas en su corazón" (evangelio). Memoria no tanto de sí misma, cuanto del Hijo, sobre todo de los primeros años de su vida en que dependía humanamente de ella. Memoria que agradece a Dios el don inapreciable del Hijo y toda madre de sus hijos. Memoria que reflexiona y medita las mil y variadas maneras de crecer y vivir que tienen los hijos. Memoria que hace sufrir y llorar, que consuela, alegra y enternece. Memoria serena y luminosa, que recupera retazos significativos del pasado para bendecir a Dios y cantar, como María, un "magníficat".
Sugerencias...
Hace pocos días hemos adorado la presencia del Verbo encarnado en el humilde pesebre de Belén. Ahora la Iglesia nos invita a dirigir la mirada llena de asombro a la otra persona magnífica del pesebre que es la Madre de Jesús, Dios hecho carne.
La Madre nos acompaña siempre hacia su Hijo y nunca nos aleja de Él (a Cristo por María). El Concilio Ecuménico Vaticano II lo ha dicho con estas palabras: “Todo el influjo salvífico de la Bienaventurada Virgen en favor de los hombres no es exigido por ninguna ley, sino que nace del divino beneplácito y de la superabundancia de los méritos de Cristo, se apoya en su mediación, de ella depende totalmente y de la misma saca toda su virtud; y lejos de impedirla, fomenta la unión inmediata de los creyentes con Cristo” (Lumen Gentium, n. 60). La Madre de Dios, con su pureza virginal, representa y defiende también la pureza de la doctrina cristiana. En el Breviario y en la “forma extraordinaria” (o rito antiguo) del Misal se encuentra la hermosa antífona mariana «Alégrate, Virgen María, tú sola has destruido todas las herejías del mundo entero».
Los primeros dogmas, que se refieren a la virginidad perpetua y a la maternidad divina, y también los últimos (Inmaculada Concepción y Asunción corporal al Cielo), son la base segura para la fe cristiana en la encarnación del Hijo de Dios. Pero también la fe en el Dios vivo, que puede intervenir en el mundo y en la materia, así como la fe en las realidades últimas (resurrección de la carne y, en consecuencia, la transfiguración del mismo mundo material) está confesada implícitamente en el reconocimiento de los dogmas marianos.
No es posible ser cristiano si no se es fuertemente mariano. En este día la Iglesia reza especialmente por la paz. Y es justamente a la siempre Virgen Madre de Dios a quienes se dirigen los fieles para obtener del Señor, a través de su intercesión, el don de la paz, para la Iglesia y para el mundo.
Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros.

Misa de La SAGRADA FAMILIA. Fiesta. cB (31 de diciembre 2017)




Primera: Génesis 15, 1-6; 17, 5; 21, 1-3; Salmo: Sal 104, 1b-6. 8-9; Segunda: Hebreos 11, 8. 11-12. 17-19; Evangelio: Lucas 2, 22-40
Nexo entre las LECTURAS
Podemos rezar, como tema central de este Domingo, la fe y la familia. La primera lectura trata de la fe de Abraham, una fe inquebrantable, probada. Esta misma fe es objeto de la segunda lectura en la que el autor de la carta a los Hebreos nos hace una verdadera ponderación de los grandes hombres de fe en la historia de la salvación. Finalmente, el evangelio resalta la fe de la Virgen María, al escuchar las palabras que Simeón dirige a su niño: ‘gloria de Israel y luz de las naciones’, y a ella: “Una espada te atravesará el alma”.
Temas...
Fe en el Dios de la promesa, de la prueba y del cumplimiento. “Por la fe Abraham (…) se fió del que se lo había prometido” (Heb 11, 8.11). Dios promete a Abraham tierra y descendencia, y Abraham, fiado de Dios, no duda un instante en dejar su patria y en esperar lo humanamente imposible (primera lectura). María y José contemplan a Simeón que tiene en sus manos a su hijito, el Niño Dios, y dice de Él cosas maravillosas y sorprendentes. Pero María es mujer de fe, es la madre de los creyentes, y no admite la más mínima duda sobre el destino y la misión grandiosa de su Hijo, en ese momento ‘Niño pequeño y necesitado’: gloria de Israel y luz de las naciones. Comprendemos en el caso de Abraham y de la Virgen María que “no hay imposible para Dios” y que ‘todo es posible para el que tiene fe’. Las promesas de Dios no han terminado con aquellas familias. Las promesas de Dios continúan, son presente: la gran promesa de la salvación, la promesa de unos cielos nuevos y una tierra nueva en donde reine la justicia... Nosotros, creyentes, ¿tenemos fe en las promesas de Dios? Así como Dios cumplió la promesa hecha a Abraham y a María, así cumplirá su promesa a los hombres y familias de todos los tiempos.
Dios no ahorra a ningún creyente las pruebas de la fe: La cruz forma parte de la misma ‘lógica’ divina. Una fe no probada, ¿sería fe? Fue probado Abraham, el padre de los creyentes; fueron probados los patriarcas, y Moisés y David, y los profetas...Y fue probada, al llegar la plenitud de los tiempos, la Virgen María. ‘Será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón’. Nuestra fe es probada por Dios como Educador y Padre que quiere afirmar y perfeccionar nuestro abandono total a Él mismo. Ante las pruebas de la fe, la actitud del hombre debe ser la de Abraham, la de María, la de san Pedro, ‘que una vez convertido tiene que confirmar en la fe a sus hermanos’. Podemos hacer mención de la ceguera y lepra del Cura Brochero y de la afonía de san Juan Pablo II…
La familia de la fe. Así como cada familia de sangre puede mostrar su árbol genealógico, existe también la familia de la fe, con su árbol genealógico y con su historia concreta. Tal vez no podamos determinar documentalmente ese árbol ni esa historia, pero existe, es un dato que no se puede cancelar, por más que nos sea desconocido, y lo muestra el autor de la carta a los Hebreos, que  hace desfilar por el capítulo 11 grandes figuras de ese árbol genealógico en la historia de Israel. Cada Iglesia particular y doméstica tiene también su árbol genealógico. Recordemos por ejemplo las primeras: Jerusalén, Antioquía, Galacia, Corinto, Roma. Cada nación y cada Iglesia particular (diócesis) y doméstica, hoy en día se gloría también de su ‘padre en la fe’. La fiesta de la Sagrada Familia hace referencia en primer lugar a cada familia de sangre, pero incluye además esa otra familia de la fe, pues María, la creyente, es Madre de la Iglesia, y José es su patrono especial (León XIII). Podríamos hablar de los anteriores Párrocos de nuestras parroquias, de los matrimonios de antes que pueden ser puestos como modelos de los nuevos… catequistas… religiosas, religiosos… hablemos-recemos de la genealogía de la fe de la Comunidad y de cada uno de nosotros.
Sugerencias...
Los padres en la fe. Los padres de sangre dan la vida, pero no basta; tienen que dar también la fe para ser verdaderamente padres (san Juan Pablo II). La primera escuela de la fe, desde los inicios del cristianismo, ha sido la familia y deberá continuar siéndolo. La familia por la evangelización y la catequesis debe ser escuela de fe. Los padres y los adultos deben ocuparse de la educación religiosa de sus hijos, al menos hasta la mayoría de edad y rezar siempre, por ellos, hasta el fin de sus días para que conserven la fe. En una familia en la que los padres creen, pero no hay coherencia entre la vida y la fe ofrecen un mal modelo creyente a sus hijos. Para los padres cristianos el transmitir la fe no es algo opcional, ni algo que pueden transferir a los maestros del colegio o a los catequistas de la parroquia, ni algo carente de interés frente al estudio de otras materias llamadas o consideradas más importantes. Para los padres cristianos transmitir la fe es inherente al hecho mismo de transmitir la vida. Si todos los padres cristianos transmitieran a sus hijos, de palabra y con el ejemplo, la fe de la Iglesia, algo cambiaría en este mundo... (Beato Pablo VI y san Juan Pablo II).
La Iglesia es familia. Los hombres podemos formarnos imágenes diversas de la Iglesia, que subrayan aspectos reales de ella o secuelas históricas: la Iglesia-institución, la Iglesia-poder, la Iglesia-carisma, la Iglesia-sociedad perfecta, la Iglesia-pueblo... En este día dedicado a la Sagrada Familia es una valiosa oportunidad para subrayar que la Iglesia es familia: familia de Dios entre los hombres, familia de hermanos que se aman y se ayudan mutuamente en su fe y en su vida cristiana, familia herida en su unidad, pero que la busca sincera y ardientemente, familia que tiene una misma fe, un mismo bautismo, un mismo Dios y Padre, un mismo Señor y un mismo Espíritu. Si, somos Iglesia somos familia, por eso vivamos todos, con nuestros comportamientos, actitudes, pensamientos y palabras, el espíritu de familia.

HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

  VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024) Primera : Isaías 52,13 – 53,12;  Salmo : Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25;  Segunda :...