lunes, 13 de junio de 2022

HOMILIA Solemnidad del SANTÍSIMO CUERPO y SANGRE DEL SEÑOR cC (19 de junio de 2022)


 Solemnidad del SANTÍSIMO CUERPO y SANGRE DEL SEÑOR cC (19 de junio de 2022)

PrimeraGénesis 14, 18-20; Salmo: Sal 109, 1. 2. 3. 4; Segunda: 1 Corintios 11, 23-26; Evangelio: Lucas 9, 11b-17

Nexo entre las LECTURAS

Las lecturas del ciclo C nos presentan a Melquisedec, el misterioso sacerdote de Salem (Jerusalén), que ofrece pan y vino a Abrahán, que vuelve de una batalla. El NT ve en Melquisedec una figura profética de Cristo Jesús, del que en el evangelio leemos que ofrece alimento a la multitud, cansada y hambrienta, multiplicando los panes y los peces. Este hecho Lucas lo cuenta con terminología "eucarística", aunque evidentemente todavía no se tratara del sacramento cristiano: lo hace para que sus lectores sepamos reconocer el alimento —"la fracción del pan"— que Jesús, ahora Resucitado, ofrece a su comunidad. Pablo nos cuenta cómo en la última Cena Cristo dejó como herencia este entrañable sacramento, memorial y participación de su muerte pascual, signo eficaz de su propia donación como alimento.

Estas lecturas nos hacen entender lo que significa la Eucaristía. En ella, Jesús, el Señor, presente continuamente a su comunidad, nos ofrece su propio Cuerpo y Sangre como alimento. Esto, en la celebración, nos lleva a comulgar con él. Y en el sacramento permanente del sagrario, en el que él prolonga su oferta, nos invita a continuar también nosotros la oración, la alabanza y la atención gozosa a esta presencia.

Cristo, nuestro alimento. Como Abrahán vendría cansado de su expedición; como la multitud, al caer de la tarde, estaría cansada y hambrienta; así nosotros, en nuestra vida, necesitamos alimento. Cristo mismo ha querido ser nuestro "viático", nuestro "alimento para el camino".

La fiesta de hoy nos debe llevar: a) a cuidar más la celebración de la Eucaristía; b) y, también, a no descuidar algunos de los signos, clásicos o más actuales, de adoración al Santísimo, personal y colectiva, que nos pueden ayudar: - a prolongar el clima de la celebración pasada; - a preparar la próxima con una actitud más consciente, y a dar a nuestra jornada o a nuestra semana el tono de comunión de vida con Cristo Jesús, que es la finalidad tanto de la celebración como del culto fuera de la celebración.

Temas...

«Jesús alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre los panes y los partió». El misterio de la festividad de hoy, como el de todas las grandes solemnidades que siguen a Pentecostés y a la Santísima Trinidad, es un misterio trinitario. El evangelio lo representa primero en la imagen de la multiplicación de los panes. Esta no es un truco de magia; para realizarla, Jesús levanta primero los ojos al cielo, en una oración de petición y acción de gracias (eucharistia) a un tiempo: «Padre, te doy gracias porque me has escuchado», pues su auto prodigalidad en los panes será un signo de cómo el amor del Padre entrega total e incondicionalmente su Hijo al mundo; después bendice el pan, pues el Padre ha confiado todo al Hijo, incluso el poder de pronunciar la bendición del cielo; y finalmente lo parte, gesto que alude tanto a su quebrantamiento en la pasión como a la infinita multiplicación de sus dones que el Espíritu Santo realiza en todas las celebraciones eucarísticas, y con ello se hace visible simbólicamente que el amor trinitario se hace presente en el don eucarístico de Jesús.

«Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes». En las concisas palabras de la institución de la Eucaristía, que se recogen en la segunda lectura, se encuentra oculta la inagotable plenitud del don del amor divino. Es como si se levantara una piedra y surgiera una fuente que jamás se agota. Pablo refiere aquí únicamente lo que ha oído a los primeros discípulos, pues en este punto no osaría añadir nada de su propia cosecha. El contexto de la acción de Jesús, en «la noche en que iba a ser entregado», es esencial; en último término es el Padre quien lo entrega: en la cruz por los hombres y en la Eucaristía, igualmente por nosotros. Por eso Jesús pronuncia la oración de acción de gracias: porque el Padre hace esto, porque él mismo puede hacerlo con él y porque el Espíritu Santo lo realizará continuamente en el futuro. Jesús no sólo distribuye el pan partido que es él mismo, sino que da a los que lo reciben, como supremo cumplimiento del don, la orden y el poder de repetirlo ellos mismos en el futuro. No al margen de su entrega, de su sacrificio, sino «en memoria suya», para que así su don nunca sea algo puramente pasado, algo que se recuerda sin más, sino que siga siendo un presente siempre nuevo por el que se dan gracias al Padre elevando los ojos hacia él, y en nombre del Hijo y con la fuerza del Espíritu Santo se parte y se come el pan. La partición del pan eucarístico es inseparable del desgarramiento de la vida de Jesús en la cruz: por eso toda celebración eucarística es «proclamación de la muerte del Señor» por nosotros. Pablo no necesita mencionar la resurrección, pues ésta está contenida como algo evidente en el hecho de que la muerte de antaño sólo puede hacerse presente si esa muerte era ya una obra de la vida del amor supremo.

«Melquisedec ofreció pan y vino». El gesto del rey de Salem en la primera lectura es un arquetipo sumamente significativo para judíos y cristianos. Pues antes de que se instituyera en Israel el ritual de los sacrificios, el ofrecimiento de plantas y animales, existió ya esta sencilla ofrenda de pan y vino por parte de un rey de Salem, que no era aún la Jerusalén que llegaría a ser después. Melquisedec es un misterioso rey—sacerdote que (según la carta a los Hebreos) preludia ya, más allá del sacerdocio pasajero de Leví, el sacerdocio de Jesús. Lo primigenio (alfa) remite a menudo más claramente a lo definitivo (omega) que los estadios intermedios, de los que no hace falta ser conscientes.

Sugerencias...

Hoy es el día más grande para el corazón de un cristiano, porque la Iglesia, después de festejar el Jueves Santo la institución de la Eucaristía, busca ahora la exaltación de este augusto Sacramento, tratando de que todos lo adoremos ilimitadamente. «atrévete todo lo que puedas»: ésta es la invitación que nos hace santo Tomás de Aquino en un maravilloso himno de alabanza a la Eucaristía. Y esta invitación resume admirablemente cuáles tienen que ser los sentimientos de nuestro corazón ante la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía. Todo lo que podamos hacer es poco para intentar corresponder a una entrega tan humilde, tan escondida, tan impresionante. El Creador de cielos y tierra se esconde en las especies sacramentales y se nos ofrece como alimento de nuestras almas. Es el pan de los ángeles y el alimento de los que estamos en camino. Y es un pan que se nos da en abundancia, como se distribuyó sin tasa el pan milagrosamente multiplicado por Jesús para evitar el desfallecimiento de los que le seguían: «Comieron todos hasta saciarse. Se recogieron los trozos que habían sobrado: doce canastos».

Ante esa sobreabundancia de amor, debería ser imposible una respuesta floja. Una mirada de fe, atenta y profunda, a este divino Sacramento, deja paso necesariamente a una oración agradecida y a un encendimiento del corazón. San Josemaría solía hacerse eco en su predicación de las palabras que un anciano y piadoso prelado dirigía a sus sacerdotes: «Trátenlo bien».

Un rápido examen de conciencia nos ayudará a advertir qué debemos hacer para tratar con más delicadeza a Jesús Sacramentado: la limpieza de nuestra alma —siempre debe estar en gracia para recibirle—, la corrección en el modo de vestir —como señal exterior de amor y reverencia—, la frecuencia con la que nos acercamos a recibirlo, las veces que vamos a visitarlo en el Sagrario... Deberían ser incontables los detalles con el Señor en la Eucaristía. Luchemos por recibir y por tratar a Jesús Sacramentado con la pureza, humildad y devoción de su Santísima Madre, con el espíritu y fervor de los santos.

HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

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