viernes, 30 de junio de 2017

sanación de la autoestima

"Ayúdame a amarme, a aceptar tu perdón, a perdonarme a y perdonar a todos aquellos que me hayan causado injusticias..."

En presencia de Jesús oramos por la sanación de nuestra autoestima y nuestra propia imagen manteniendo delante una foto de nuestra infancia, solo o en familia:
Padre Santo, en el nombre de Jesús, invoco tu misericordia y me dirijo a Ti para que me toques y me des una buena y justa imagen de mí mismo y una verdadera autoestima en Cristo Jesús.
Señor, ten misericordia de mí.
Señor, me he sentido indigno, inapropiado, inferior; me he sentido feo, tímido, patoso o que no hago nada bien. Me han criticado y llamado apodos que no me gustaron y me han hecho sufrir; me siento inseguro y no amado.
Señor, ten  misericordia de mí.
Señor Jesús, llévate mis sentimientos de fracaso, de vergüenza, decepción, culpabilidad, timidez, ira o enfado. Te pido que me liberes de estos sentimientos y emociones que me han mantenido en la esclavitud y me han apartado de vivir una vida plena como varón/mujer.
Señor, ten misericordia de mí.
Amado Señor, hazme saber cuánto me amas y que soy la niña de tus ojos. Me dirijo a Ti, para que sepan que Tú has muerto en la Cruz, no sólo por mis pecados, sino también por mis profundas heridas emocionales y mis recuerdos dolorosos.
Señor, ten misericordia de mí.
Te Ruego Señor, que sanes todo lo herido y roto que hay en mi persona. Ayúdame a amarme, a aceptar tu perdón, a perdonarme a y perdonar a todos aquellos que me hayan causado injusticias: padre, madre, hermanos, tíos, abuelos, primos y demás parientes, profesores, sacerdotes, compañeros de trabajo, jefes, vecinos y amigos. Cualquiera, Señor, que no me  haya mirado con cariño y me haya rechazado consciente o inconscientemente.
Señor, ten misericordia de mí.
Jesús, llena el vacío de mi vida. Y dame el amor y la seguridad que no he recibido. Dame confianza, alegría y energía nuevas para que pueda hacer todas las cosas a través tuyo.
Señor, ten misericordia de mí.
Señor devuélveme una buena imagen de sí mismo, aquella con la que yo fui concebido/a como varón/mujer y que pueda verme como Tú me ves: especial, único, digno, hermoso, para que yo llegue a ser  la persona que Tú creaste y quieres que sea. Por Jesucristo Nuestro Señor, Amén
(Cfr. Robert DeGrandis)
Hacer un rato de oración en silencio ante el Sagrario con el Santísimo expuesto.
Oración del Padrenuestro
Si hay alguien contigo, le das un abrazo de paz.
Oración final:
Dios, autor de nuestra salvación y de nuestra liberación, escucha nuestras súplicas, y a quienes redimiste por la sangre de tu Hijo concédeles poder vivir para Ti, y en Ti gozar de la felicidad eterna. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

Oración publicada por esposiblelaesperanza.com

jueves, 22 de junio de 2017

" NO TENGAN MIEDO" HOMILÍA PARA EL PRÓXIMO DOMINGO

Domingo decimosegundo del TIEMPO ORDINARIO cA (25 de junio de 2017)
PrimeraJeremías 20, 10-13; Salmo: Sal Sal 68, 8-10.14 y 17.33-35; Segunda: Romanos 5, 12-15; Evangelio: Mateo 10, 26-33
Nexo entre las LECTURAS
La primera lectura, tomada del profeta Jeremías, y el texto del evangelio de san Mateo insisten en dos aspectos característicos de la existencia cristiana: Por un lado, las persecuciones y dificultades, y por otro la confianza en Dios, que aleja todo temor. "He escuchado las calumnias de la gente... Pero el Señor está conmigo como un héroe poderoso", confiesa Jeremías. "No tengan miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden quitar la vida... No teman, ustedes valen más que todos los pájaros", exhorta Jesús a sus discípulos. ¿Por qué no temer? Porque con palabras de la segunda lectura "no hay comparación entre el delito y el don", entre el poder de los perseguidores y el poder de Dios.
También nos ayuda en este camino de confianza en el Señor el salmista: El grito de lamentación que sube de este salmo, para alguno de nosotros, puede ser de candente actualidad: "Sálvame, Dios mío... Me hundo... Me agoto... Mis ojos están cansados... mis detractores son numerosos... Lloro... Los insultos llueven sobre mí"... Es la oración de los enfermos… de los sufrientes… es oración de los migrantes, de los marginados, de los pobres y débiles y la Iglesia nos enseña, este Domingo, la paternidad misericordiosa de Dios y la fraternidad humana (Papa Francisco).
Temas...
No es mayor el discípulo que el Maestro. Si a Jesús han criticado (y antes de Él a los grandes profetas como Jeremías), le han llamado borracho y amigo de la buena mesa, le han atribuido el poder de Beelzebú, a nosotros los cristianos no nos debe extrañar que nos critiquen e incluso nos calumnien... para hacernos más discípulos de Jesucristo y misioneros de su misericordia. Ciertamente no es agradable leer en los periódicos y revistas o escuchar en la televisión críticas sobre nuestra fe en la Encarnación del Verbo o explicaciones ingeniosas, tendientes a no afirmar la resurrección de Jesucristo, hasta quitar grandeza y dignidad a la Virgen Santísima. Puede resultarnos difícil e indigno que se critique la moral católica sobre diversos temas, que contradicen la moral relativista y la mentalidad común. Nos duele y nos parece indigno, pero no debe quitar en lo más mínimo, por un lado, nuestras certezas en el campo de la fe y de la moral y por otro nuestra confianza y total seguridad en la victoria de la gracia sobre el pecado, del don sobre el delito. En un mundo que va perdiendo la solidez de la fe, que se lanza en brazos del "subjetivismo religioso", que se siente libre para opinar sobre lo que sea, incluso aunque no se conozca, los cristianos somos testigos misioneros de valores y actitudes, de verdades y comportamientos que no se comprenden, que se malinterpretan consciente o inconscientemente, que se rechazan por obsoletos y retrógrados, que se consideran fuera del carro de la historia y de la actualidad. Cristo nos dice: "No tengan miedo". La firmeza de nuestra fe nos dará, a corto o largo plazo, la victoria. Incluso hablarán mal del Papa y de cuanto sea necesario para debilitar a quienes queremos vivir en el amor y servicio, como discípulos misioneros del Reino y de la Misericordia. Sigamos… no tengamos miedo… lo mejor está por venir… la comunión definitiva. Testigos de esto son todos los santos, en especial podemos recordar a aquellos de cuales tenemos más devoción.
La gracia de Dios sobreabundó para todos. Aquí está la base de nuestra seguridad y confianza. No es en nuestras fuerzas ni en nuestra moralidad en que nos apoyamos ante las persecuciones, críticas, rechazos, calumnias, incomprensiones, indiferencias. La roca de nuestra seguridad es la gracia de Dios, hecha don gratuito en Jesucristo. Nosotros confiamos en que la gracia divina iluminará las mentes de quienes ahora critican o rechazan la fe de la Iglesia; nosotros confiamos en que la gracia divina moverá los corazones a amar la verdad de Jesucristo que la Iglesia nos transmite, y moverá las voluntades para vivir conforme al decálogo cristiano, sintetizado en el sermón de la montaña y muy bien mostrado en el catecismo (que deberíamos rezarlo con mucha frecuencia). Nosotros confiamos en que el Señor nos dará fuerza para soportar las dificultades que nos sobrevengan de los demás, y para luchar celosamente y con perseverancia por la verdad y el bien. Dios cuida de los pajarillos del cielo, ¿cómo no va a cuidar de nosotros, sus hijos, que valemos más que todos los pajarillos?
Sugerencias...
Tres veces aparece en el evangelio de hoy el «No tengan miedo», y una vez se añade aquello de lo que realmente hay que tener miedo. No hay que tener miedo de todo lo que acontece en el espíritu de la misión de Jesús. En primer lugar, los apóstoles no han de tener miedo a pregonar abiertamente desde los «techos» lo que el Señor les ha «dicho al oído», porque eso está destinado a ser conocido por el mundo entero y nada ni nadie impedirá que se conozca. Naturalmente el predicador se pone con ello en peligro; es como oveja en medio de lobos, tiene que contar con el martirio a causa de su predicación. Pero tampoco en ese caso debe tener miedo, pues sus enemigos no pueden matar su alma. En realidad, sólo habría que temer al que puede destruir con fuego alma y cuerpo; pero esto no sucederá si el discípulo permanece fiel a su misión. Y en tercer lugar el apóstol cristiano no debe tener miedo porque en las manos del Padre está mucho más seguro de lo que él cree: el Padre, que se ocupa hasta de los animales más pequeños y del cabello más insignificante, se preocupa infinitamente más de sus hijos. Jesús habla aquí de «el Padre de ustedes». Pero el contexto indica claramente que el hombre está seguro en tanto en cuanto cumple su misión cristiana, aunque externamente pueda parecer un tanto temerario.
Jeremías expresa en la primera lectura la medida de la amenaza. Se delibera con cuchicheos cómo se le podría denunciar. La peor venganza sería que el profeta se dejará seducir por una palabra imprudente, y entonces se le podría detener. Sus amigos más íntimos están entre sus adversarios, aunque en realidad hay «pavor por todas partes». Esta situación puede llegar a ser también la del cristiano, en cuyo caso éste tendrá que recordar el triple «No tengáis miedo» de Jesús. El profeta sabe que está seguro en medio del terror: el Señor está con él «como fuerte soldado»; «le ha encomendado su causa», y esto le basta para estar seguro de que Él, el «pobre», el indefenso, escapará de las manos de los impíos. Su seguridad se expresa negativamente, con fórmulas típicamente veterotestamentarias: sus enemigos «tropezarán», «no podrán con él», «se avergonzarán de su fracaso con sonrojo eterno». Pero en la Nueva Alianza el terror llega hasta la cruz; el canto de victoria, que Jeremías entona al final, es ahora Pascua y la Ascensión.
De ahí saca Pablo, en la segunda lectura, su confianza inaudita. Por un lado, no sólo hay algunos enemigos personales, sino que está el ‘mundo entero’, sometido todo él al pecado y con ello a la muerte lejos de Dios. Correlativamente, su canto de victoria adquiere dimensiones cósmicas. Por la acción redentora de Jesús, la gracia ha conseguido definitivamente la supremacía sobre el pecado y sus consecuencias, y con ello también la esperanza ha conseguido su victoria sobre el temor. También Pablo experimentará más de una vez el mismo sentimiento de abandono que experimentó Jeremías (2 Co 1,8-9; 2 Tm 4,9-16). Pero, como el profeta, añade: «El Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas... Me librará de toda acción malvada» (2 Tm 4,17-18). Y sabe aún más: que sus sufrimientos son incorporados a los del Redentor y reciben en ellos una significación salvífica para su comunidad.

El poder de la Cruz (película completa en español HD)

lunes, 12 de junio de 2017

FIESTA DEL CUERPO Y SANGRE DE CRISTO

Domingo del "DEL SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO", ciclo A. Solemnidad (18 de junio 2017)
PrimeraDeuteronomio 8,2-3.14b-16a; Salmo: 147,12-15.19-20; Segunda: 1Corintios 10,16-17; Evangelio: Juan 6, 51-58
Nexo entre las LECTURAS.
Maná, pan (carne) y vino (sangre) son los términos que abundan en este Domingo en que se celebra la solemnidad del Cuerpo y de la Sangre de Cristo. Según el Deuteronomio (1a lectura), Moisés dice al pueblo: "(El Señor tu Dios) te ha alimentado con el maná, un alimento que no conocías, ni habían conocido tus antepasados". Jesús en el evangelio afirma: "Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que come de este pan, vivirá para siempre. Y el pan que yo os daré es mi carne. Yo la doy para la vida del mundo". Por su parte, Pablo en su primera carta a los corintios (2a lectura) les pregunta: "El pan que partimos, ¿no nos hace entrar en comunión con el cuerpo de Cristo?"
Temas...
El diálogo entre los judíos y Jesús sobre la Eucaristía se inicia expresamente con el milagro del maná, la providencial comida celeste con que Dios alimentó a sus padres en el desierto. Pero el alimento milagroso (agua de una roca de pedernal, maná del cielo) se ofrece al pueblo en la primera lectura únicamente porque los israelitas están a punto de morir de hambre y de sed, y ya no hay esperanza de poder obtener comida alguna a no ser que ésta venga de Dios. Se dice expresamente: el Señor tu Dios quiso «afligirte (mostrarte tu debilidad), para ponerte a prueba (para ver si has puesto toda tu confianza en Dios)», antes de darte comida y bebida. Por eso la alimentación con el maná se entiende como una prueba de que «no sólo de pan vive el hombre, sino de todo cuanto sale de la boca de Dios». Este alimento corporal proporcionado por Dios en el desierto sólo puede entenderse como palabra de Dios y respuesta a las necesidades del hombre. Y sólo en el desierto, en un «sequedal sin una gota de agua», donde el hombre no puede encontrar nada y depende totalmente de Dios, el pan del cielo y la palabra de Dios se convierten en una misma cosa.
Esta unidad de la palabra de Dios y del pan de Dios se completa en el evangelio con un milagro mucho más grande realizado por Jesús, que se presenta a sí mismo como tal unidad. Esta unidad es totalmente incomprensible para los discípulos, incluso después del milagro de la multiplicación de los panes y los peces que se acaba de producir. Jesús puede transmitir la palabra de Dios, pero ¿cómo puede su carne y su sangre identificarse con esta palabra? ¿Y cómo puede identificarse hasta tal punto que el que no coma su carne y no beba su sangre no tendrá vida eterna? Jesús no se contenta con invitar a esta comida: insiste, “obliga” a participar en ella. Sólo el que se alimenta de Él tiene en sí la palabra de Dios y con ella a Dios mismo; aquí toda comparación con el maná que los padres comieron en el desierto carece de sentido, porque éstos «murieron» y no consiguieron la vida eterna; ésta sólo se obtiene con la comida que aquí se ofrece. Ante esta durísima (maravillosa) revelación de Jesús es como que caben dos posturas perfectamente diferenciadas: el no de muchos discípulos, que a partir de ese momento se echaron atrás y no volvieron más con Él, y el sí ciego y responsable que pronunciará Pedro porque no ve más camino que el de Jesús. Conviene recordar ahora la situación del desierto: Dios lleva a una situación límite, sin salida, en la que parece que no queda más alternativa que la confianza plena en Dios. Jesús no explica cómo es posible el milagro, únicamente afirma lo siguiente: «Mi carne es verdadera comida y sangre es verdadera bebida»; y el que no acepte esto no tendrá «vida en Él». Al recibir la Eucaristía cada uno de nosotros debe recordar que, en medio del desierto de esta vida, se arroja como un hambriento en los brazos de Dios.
En la segunda lectura el apóstol saca la conclusión de lo que se admite ciegamente como verdadero. Por eso, porque el cuerpo de Cristo es un solo pan para muchos, formamos juntos un único cuerpo, y este cuerpo no es un cuerpo cualquiera, sino únicamente el cuerpo de Cristo. Y esto es así no porque en la comida en común se acreciente la simpatía que existe entre nosotros, sino porque, de modo incomprensible y misterioso, este único cuerpo físico, que ahora toma forma eucarística, tiene el poder de incorporarnos a Él. Tampoco aquí se nos explica cómo es posible este hecho. Esto no tiene nada que ver con la magia o la hechicería; tiene que ver más bien con la «locura» del amor divino, que puede hacer cosas que superan totalmente la capacidad de comprender del hombre. Pero precisamente por eso, porque Dios es el amor, lo inverosímil debe ser verdadero. Debemos ‘eucaristizar’ nuestra vida y el mundo camino al Cielo.
Sugerencias...
Conocer la Eucaristía. Se requiere una catequesis permanente y periódica, mediante las homilías, encuentros catequísticos, los contactos personales, para que un conocimiento pleno del Pan de Vida constituya el punto de apoyo-sostén de la piedad cristiana, que tiene en la Eucaristía su cumbre y su fuente. En este conocimiento subrayaría algunos aspectos: 1) la presencia real de Jesucristo en el Sagrario, y por consiguiente el respeto y el sentido de lo sagrado dentro de la Iglesia (Templo). El Templo es y debe ser un lugar de oración, de silencio, de recogimiento, de adoración, de encuentro con Dios. ¡Qué ingente labor hay que hacer para que los fieles conozcan y vivan este aspecto de la Eucaristía! 2) La explicación teológica, pero de modo sencillo, claro, ejemplificado, con ejemplos de vida y convincente, de los frutos de la Eucaristía. Luego de la explicación, se puede hablar del fomento de las visitas eucarísticas, sobre todo al inicio de la mañana y al final de la tarde para ofrecer a Jesucristo las horas de trabajo y para agradecerle su ayuda y su consuelo; del fomento de la exposición del Santísimo Sacramento y de la adoración, de la fuerza transformante de la Eucaristía en quienes la reciben con rectitud y con fervor. 3) La preparación para recibir fructuosamente a Jesucristo Eucaristía. Una preparación que implica la recepción del sacramento de la reconciliación, si se está en pecado; que implica además la lectura y meditación de la Palabra de Dios, como también el perdón, la reconciliación y el servicio a los hermanos. También el rezo del Rosario preferentemente antes de Misa o en adoración. El compromiso de salir con entusiasmo y hasta con prisa para ir a contarles a todos que estuvimos con el Señor y que nos ha dicho esto y esto… para nosotros, para ustedes, para todos, para la vida del mundo.
Quitar aquellos obstáculos que dificultan el conocimiento del Pan Vivo, que da la vida al mundo. El primer obstáculo es tal vez la tentación de reducir el alimento a las puras necesidades corporales y materiales, marginando o incluso prescindiendo de cualquier otro alimento. Quien se alimenta sólo de las realidades terrestres, no puede elevarse a conocer el Pan del Cielo, le parecerá un lenguaje sin sentido y carente de valor. Otra posible dificultad es hacer de la recepción de la Eucaristía "una costumbre social", como puede ser el felicitar a los novios y recién casados en su boda, o el asistir a la fiesta del cumpleaños de un amigo. La Eucaristía es ciertamente un acontecimiento social, es decir, eclesial, pero es sobre todo un encuentro personal con Jesucristo. No pequeña dificultad puede ser, sobre todo para los hombres, el respeto humano, el qué dirán, el temor a la opinión de los demás. ¡Casi como si la Eucaristía fuera cosa de otros, de aburridos, de los que no tienen nada que hacer!
Inmaculada Madre del Divino Corazón Eucarístico, ruega por nosotros.

lunes, 5 de junio de 2017

PREPARANDO EL CORAZON PARA LA FIESTA DE LA SANTISIMA TRINIDAD

Solemnidad de la SANTÍSIMA TRINIDAD cA (11de junio 2017)
PrimeraÉxodo 34, 4b-6. 8-9; Salmo: Daniel 3, 52. 53. 54. 55. 56; Segunda: 2 Corinto 13, 11-13; Evangelio: Juan 3, 16-18
Nexo entre las LECTURAS.
La revelación del misterio trinitario se ‘muestra’ en los textos que la liturgia nos ofrece. El texto tomado del Éxodo nos revela la unidad de Dios y el corazón "clemente y compasivo, lleno de amor y fiel" apropiado al Padre. En la petición de Moisés: "Venga el Señor a nosotros" se vislumbra (apropiación) un primer paso hacia la encarnación y la revelación del Hijo, Dios con nosotros. Este misterio de la encarnación es revelado solemnemente en el Evangelio: "Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único". Al final de la segunda carta a los Corintios Pablo recoge una fórmula trinitaria de la liturgia cristiana primitiva: "La gracia de Jesucristo, el Señor, el amor del Padre y la comunión en los dones del Espíritu Santo, estén con todos ustedes", ahora sí, verdad de fe. "Bendito el Señor en la bóveda del cielo, alabado y glorioso y ensalzado por los siglos" (Salmo responsorial). Al cantar este himno este Domingo, el discípulo misionero no sólo se siente agradecido por el don de la creación, sino también por ser destinatario de la solicitud paterna de Dios, que en Cristo por el Espíritu lo ha elevado a la dignidad de hijo. Gracias Dios Padre y Dios Hijo y Dios Espíritu Santo.
Temas...
Nos hemos habituado a oír (escuchar) y a decir la expresión: "misterio", "misterio trinitario". Pienso que la fiesta litúrgica nos invita a meditar, en el Misterio de Dios, con sencillez y con inmenso respeto.
El ‘misterio de la Trinidad’ es algo oculto, escondido en el corazón mismo de Dios y a la vez revelado misericordiosamentea los hombres, como dicen los evangelistas: ‘a Dios nadie lo ha visto, ha decidido contarlo el Hijo’. No está oculto en la tierra ni en el espacio, de modo que con el tiempo el hombre pudiera encontrarlo. Está anidado en el mismo Dios. ¿Y quién puede conocer los pensamientos de Dios? Dios creó primeramente el mundo, luego al hombre, pero no manifestó plenamente ahí su vida íntima. Eligió, después un pueblo, estableció con él una alianza, sin todavía revelar esta grandeza de Dios. Sin embargo, en el designio divino se dan ya los primeros pasos en la misma vida y experiencia histórica de Israel. El texto de la primera lectura, donde Dios es llamado "clemente y compasivo, lleno de amor", ¿no es una intuición primeriza de paternidad misericordiosa de Dios? Es una semilla por ahora, que habrá de fructificar al llegar con Jesucristo la plenitud de los tiempos mediante su encarnación y su enseñanza sobre Dios y el don del Espíritu Santo en Pentecostés.
El misterio de la Trinidad está por encima (no arriba de lugar) de cualquier mente humana. La Trinidad de Dios no ha sido obra ni de teólogos ni de místicos, menos de una casualidad de adivinos. El misterio de la Trinidad no es una invención del genio humano para dominar a otros con una idea poderosa. No es una idea, es una Realidad, la Realidad más sublime y más apasionante, que, podemos decir según nuestra manera limitada de hablar, “existe desde siempre y para siempre”. Si Dios mismo no nos la hubiese revelado por medio de su Hijo, continuaría siendo una Realidad, pero desconocida por el hombre. El gran Amor de Dios reside en que decidió revelarnos su misterio (Evangelio): ‘Los llamo amigos porque les he contado el misterio de Dios’.
El misterio trinitario se nos revela sobre todo mediante la acción de Dios en la historia (Lumen Gentium y Ad Gentes). Dios se nos revela como Padre enviando, movido de amor, a su Hijo a nuestro mundo pecador para redimirnos y abrirnos los brazos acogedores de Padre. Jesucristo se nos revela como Hijo en su íntima oración filial, en su perfecta obediencia a la Voluntad de su Padre, en su muerte y resurrección redentoras para destruir un pecado cuya mancha sólo el Hijo podía borrar, y para alcanzarnos la gracia de la salvación. El Espíritu Santo se nos revela como enlace de Amor entre el Padre y el Hijo, como don de comunión a los hombres a fin de que vivan a imagen de la Trinidad, en la Caridad y en el Servicio y en el compromiso con la vida, dada y recibida. Esta es la revelación que Jesucristo nos hizo y que la liturgia recoge (especialmente) en la segunda lectura.
Sugerencias...
Él es «compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad». La Antigua Alianza, como muestra la primera lectura, no sabe nada todavía del misterio íntimo de Dios, de su Trinidad. Pero tiene, como muestra Moisés aquí, un profundo e inaudito sentido de la libertad interior de Dios, de su poder y de su plenitud de vida, que se expresa ante el pueblo en todos los atributos que se reconocen a Dios: Él es «compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad». Se le puede pedir que se digne caminar con el hombre, perdonar su culpa y su pecado. En estas expresiones no hay el menor rastro de un querer influir mágicamente sobre el ámbito de lo divino, todo es reconocimiento de lo que Dios es en sí, independientemente del hombre. Dios no tiene necesidad de la alianza con Israel para conservar estos atributos. Más bien Israel confía en estos atributos propios de Dios desde siempre: «Tómanos como heredad tuya».
Jesús ha revelado el misterio íntimo de Dios distinguiéndose a sí mismo del Padre, pero manifestándose al mismo tiempo como procedente de Él, y distinguiendo además muy claramente al Espíritu Santo, de Él y del Padre, aunque el Espíritu es el vínculo de su amor recíproco. Con la encarnación del Hijo, la vida íntima de Dios, independiente del mundo y conocida ya en la Antigua Alianza, no sólo se hace cognoscible para el mundo, sino que éste puede tener parte en ella: no en el sentido de que el mundo quede absorbido en Dios, sino en cuanto que puede entrar en el eterno círculo del amor en Dios. Son muchas las fórmulas neotestamentarias que alaban la vida trinitaria de Dios; en la segunda lectura  aparece una muy clara que parte de «la gracia de nuestro Señor Jesucristo», pues  efectivamente toda la revelación de la Trinidad comienza con su gracia, que consiste en que Él nos ha dado a conocer «el amor de Dios» Padre en toda su existencia, también y sobre todo en su pasión y muerte; pero todo esto sería demasiado elevado e incomprensible para nosotros si no tuviéramos además la «comunión del Espíritu Santo»,  es decir, la participación en este Espíritu, mediante el cual somos introducidos en la  «profundidad de Dios» (1 Cor 2,10) que sólo Él conoce.
Meditar. Contemplar. Sólo el evangelio nos permite entrever las auténticas dimensiones del amor divino. Jamás podríamos haber imaginado que el Padre eterno, que ha prodigado ya y por así decirlo agotado todo su amor en el Hijo engendrado por Él, amara tanto al mundo creado que pudiera incluso entregar por Él a su «Hijo predilecto» (Mt 3,17; 17, s), a las tinieblas del abandono de Dios y a los terribles tormentos de la cruz. Esto, que parece un sinsentido, sólo tiene sentido si este sacrificio del Hijo se ve al mismo tiempo como su glorificación suprema: el Hijo muestra todo el amor del Padre precisamente «amando hasta el extremo» (Jn 13,1); el amor de ambos, Padre e Hijo, se muestra en esta entrega como un único amor: en el Espíritu Santo. Sólo este amor absoluto es al mismo tiempo la verdad, -recordando que «gracia y verdad» son una misma cosa (Jn 1,14)-, por lo que el que no lo reconoce se excluye a sí mismo de la verdad y se entrega al juicio. Si el amor trinitario es lo único absoluto, todo el que lo rechaza se juzga a sí mismo.
María, Hija del Padre y Madre del Hijo y Fecunda por el Espíritu, ruega por nosotros.

HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

  VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024) Primera : Isaías 52,13 – 53,12;  Salmo : Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25;  Segunda :...