lunes, 25 de febrero de 2019

O todo o nada: Hna. Clare Crockett (Película completa)

ORACIÓN POR LAS ALMAS DEL PURGATORIO

HOMILIA Domingo Octavo del TIEMPO ORDINARIO cC (03 de marzo de 2019)

Domingo Octavo del TIEMPO ORDINARIO cC (03 de marzo de 2019) Primera: Eclesiástico 27, 4-7; Salmo: Sal 91, 2-3. 13-16; Segunda: 1 Corintios 15, 51. 54-58; Evangelio: Lucas 6, 39-45 Nexo entre las LECTURAS… Sugerencias... En el Evangelio de San Lucas el discurso sobre la caridad está seguido de algunas aplicaciones prácticas que esbozan la fisonomía de los discípulos de Cristo, los cuales, como dice San Mateo, deben ser “luz del mundo» (Lc 5, 14). Se afirma como que: no es posible alumbrar a los otros si no se tiene luz: ¿Podrá un ciego guiar a otro ciego?» (Lc 6, 39). La luz del discípulo no proviene de su perspicacia, de su solo ingenio… sino de las enseñanzas de Cristo aceptadas y seguidas dócilmente porque «el discípulo no está por encima del maestro» (ib 40). Sólo en la medida, con la ayuda de la gracia, que asimila y traduce en Vida la doctrina y ejemplos del Maestro hasta llegar a ser una imagen viviente del mismo, puede el cristiano ser guía luminosa para los hermanos y atraerlos a Él. Es un trabajo que empeña la vida en un esfuerzo continuo por asemejarse cada vez más a Cristo. Esto requiere una serena reflexión-discernimiento que permita conocer los propios defectos para no caer en el absurdo denunciado por el Señor: «Por qué miras la paja que hay en el ojo de tu hermano y no ves la viga que está en el tuyo» (ib 41). Rezar para que no suceda que el discípulo de Jesús exija de los otros lo que no hace o que pretenda corregir en el prójimo lo que tolera en sí mismo, tal vez, en forma más grave. Combatir el mal en los otros y no combatirlo en el propio corazón es hipocresía, contra la que el Señor descargó con energía intransigente. El criterio para distinguir al discípulo auténtico del hipócrita son las palabras y las obras; «cada árbol se conoce por su fruto» (ib 44). Ya el Antiguo Testamento había dicho: «El árbol bien cultivado se manifiesta en sus frutos; así la palabra, el pensamiento del corazón humano» (Ecli 27, 6). Jesús toma este símil ya conocido de sus oyentes y lo desarrolla poniendo en evidencia que lo más importante es siempre lo interior del hombre del que se deriva su conducta. Como el fruto manifiesta la calidad del árbol, así las obras del hombre muestran la bondad o malicia de su corazón. «El hombre bueno del buen tesoro de su corazón saca lo bueno, y el malo, del malo saca lo malo» (Lc 6, 45). El hipócrita puede enmascararse cuanto quiera; antes o después el bien o el mal que tiene en el corazón desborda y se deja ver; «porque de la abundancia de su corazón habla su boca» (ib). He aquí, pues, el punto importante: guardar cuidadosamente el «tesoro del corazón» extirpando de él toda raíz de mal y cultivando toda clase de bien, en especial la rectitud, la pureza y la intención buena y sincera… ¡cuánta necesidad tenemos de pedir la ayuda y asistencia del Espíritu Santo!. Pero es evidente que al discípulo de Cristo no le basta un corazón naturalmente bueno y recto; le hace falta un corazón renovado y plasmado según las enseñanzas de Cristo, un corazón convertido totalmente al Evangelio. El empeño es arduo, porque la tentación y el pecado también, en el corazón del discípulo, están siempre al acecho. Para animarnos recuerda San Pablo que Cristo ha vencido al pecado y que su victoria es garantía de la del cristiano. «Pero ¡gracias sean dadas a Dios, que nos da la Victoria por nuestro Señor Jesucristo!» (1 Cr 15, 57). Temas... «El hombre bueno saca el bien del tesoro de bondad que tiene en su corazón». Conviene partir de esta sentencia, que es final en el texto, para reflexionar sobre el evangelio de hoy (que contiene además otras sentencias). La relación entre lo que pensamos interiormente y lo que expresamos, entre el corazón y la palabra, es normalmente una relación de correspondencia. En Dios el Verbo, su Palabra encarnada, es la expresión exacta del que habla, el Padre. En los seres creados, su forma externa revela su esencia: si un animal ladra, se sabe que es un perro. En cambio en los hombres, que pueden mentir, hay que andar con más cuidado y examinar detenidamente su conducta: a la larga será no una palabra sino todo su comportamiento lo que revele su actitud interior. Al igual que el árbol se conoce por su fruto, así también el hombre se conoce por todo su comportamiento. Jesús nos da dos indicaciones al respecto: ante todo el hombre que ha de juzgar a otro debe ser alguien que ve espiritualmente ayudado por la Luz de Dios y no un ciego o alguien que duda o no cree, o no pide ayuda a Dios para ver. Después, antes de intentar enmendar el equívoco en otro, debe examinar si entre lo que siente su corazón y lo que dice su boca hay una auténtica correspondencia. Conviene primero ajustarse a la medida de Cristo, que es la verdad total y definitiva de su Padre; y tras haberse apropiado realmente de esta medida, se estará más cerca de la forma correcta de ser veraz. Las indicaciones de Jesús para juzgar a los hombres se mueven entre la prudencia humana práctica y su propia comprensión divino-humana de la verdad (Él es Dios Hombre). «No elogies a nadie antes de oírlo razonar, porque allí es donde se prueban los hombres» El texto del Antiguo Testamento establece la misma proporción entre las convicciones de un hombre y su expresión. (En el texto no se trata de probar a un hombre, sino del criterio válido para probarlo). Del mismo modo que Jesús quiere que se juzgue al corazón según lo que habla la boca (como se conoce al árbol por su fruto), así también el sabio recomienda ya no elogiar a nadie antes de haber escuchado su palabra como prueba de su corazón. Como los hombres pueden mentir y disimular hay que observar en cada persona si realmente se da una correspondencia entre su corazón y su boca. Seremos santos como nos pide el Señor, como Él es Santo. «Queridos hermanos, permanezcan firmes e inconmovibles, progresando constantemente en la obra del Señor». Si se quiere insertar la segunda lectura en este contexto, hay que tener presente la recomendación de Pablo de que el cristiano tiene que trabajar siempre -lo que también puede incluir nuestro juicio sobre los hombres y las relaciones humanas- «sin reservas», según el criterio con el que Jesús juzga las cosas de este mundo. Él las valora a la luz de la verdad eterna, donde lo perecedero ha recibido su forma final definitiva e imperecedera. Si se nos dice que «el día del juicio los hombres darán cuenta de toda palabra falsa que hayan pronunciado» (Mt 12,36), entonces no sólo Jesús sino también su discípulo puede distinguir ya en la tierra entre un discurso fecundo y un discurso estéril. El Señor «no dejará sin recompensa esta fatiga». Ciertamente hay discursos que sólo conciernen a los asuntos temporales, pero también éstos deben ser pronunciados con una responsabilidad definitiva. Nuestra Señora del diálogo y del discernimiento, ruega por nosotros.

jueves, 21 de febrero de 2019

Carta del Santo Padre Francisco al Pueblo de Dios

Este es el texto completo de la Carta que el Papa Francisco dirige a los católicos del mundo tras el informe de Pensilvania que detalla abusos cometidos por sacerdotes en los últimos 70 años. Carta del Santo Padre Francisco al Pueblo de Dios «Si un miembro sufre, todos sufren con él» (1 Co 12,26). Estas palabras de san Pablo resuenan con fuerza en mi corazón al constatar una vez más el sufrimiento vivido por muchos menores a causa de abusos sexuales, de poder y de conciencia cometidos por un notable número de clérigos y personas consagradas. Un crimen que genera hondas heridas de dolor e impotencia; en primer lugar, en las víctimas, pero también en sus familiares y en toda la comunidad, sean creyentes o no creyentes. Mirando hacia el pasado nunca será suficiente lo que se haga para pedir perdón y buscar reparar el daño causado. Mirando hacia el futuro nunca será poco todo lo que se haga para generar una cultura capaz de evitar que estas situaciones no solo no se repitan, sino que no encuentren espacios para ser encubiertas y perpetuarse. El dolor de las víctimas y sus familias es también nuestro dolor, por eso urge reafirmar una vez más nuestro compromiso para garantizar la protección de los menores y de los adultos en situación de vulnerabilidad. 1. Si un miembro sufre En los últimos días se dio a conocer un informe donde se detalla lo vivido por al menos mil sobrevivientes, víctimas del abuso sexual, de poder y de conciencia en manos de sacerdotes durante aproximadamente setenta años. Si bien se pueda decir que la mayoría de los casos corresponden al pasado, sin embargo, con el correr del tiempo hemos conocido el dolor de muchas de las víctimas y constatamos que las heridas nunca desaparecen y nos obligan a condenar con fuerza estas atrocidades, así como a unir esfuerzos para erradicar esta cultura de muerte; las heridas “nunca prescriben”. El dolor de estas víctimas es un gemido que clama al cielo, que llega al alma y que durante mucho tiempo fue ignorado, callado o silenciado. Pero su grito fue más fuerte que todas las medidas que lo intentaron silenciar o, incluso, que pretendieron resolverlo con decisiones que aumentaron la gravedad cayendo en la complicidad. Clamor que el Señor escuchó demostrándonos, una vez más, de qué parte quiere estar. El cántico de María no se equivoca y sigue susurrándose a lo largo de la historia porque el Señor se acuerda de la promesa que hizo a nuestros padres: «Dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos» (Lc 1,51-53), y sentimos vergüenza cuando constatamos que nuestro estilo de vida ha desmentido y desmiente lo que recitamos con nuestra voz. Con vergüenza y arrepentimiento, como comunidad eclesial, asumimos que no supimos estar donde teníamos que estar, que no actuamos a tiempo reconociendo la magnitud y la gravedad del daño que se estaba causando en tantas vidas. Hemos descuidado y abandonado a los pequeños. Hago mías las palabras del entonces cardenal Ratzinger cuando, en el Via Crucis escrito para el Viernes Santo del 2005, se unió al grito de dolor de tantas víctimas y, clamando, decía: «¡Cuánta suciedad en la Iglesia y entre los que, por su sacerdocio, deberían estar completamente entregados a él! ¡Cuánta soberbia, cuánta autosuficiencia! [...] La traición de los discípulos, la recepción indigna de su Cuerpo y de su Sangre, es ciertamente el mayor dolor del Redentor, el que le traspasa el corazón. No nos queda más que gritarle desde lo profundo del alma: Kyrie, eleison – Señor, sálvanos (cf. Mt 8,25)» (Novena Estación). 2. Todos sufren con él La magnitud y gravedad de los acontecimientos exige asumir este hecho de manera global y comunitaria. Si bien es importante y necesario en todo camino de conversión tomar conocimiento de lo sucedido, esto en sí mismo no basta. Hoy nos vemos desafiados como Pueblo de Dios a asumir el dolor de nuestros hermanos vulnerados en su carne y en su espíritu. Si en el pasado la omisión pudo convertirse en una forma de respuesta, hoy queremos que la solidaridad, entendida en su sentido más hondo y desafiante, se convierta en nuestro modo de hacer la historia presente y futura, en un ámbito donde los conflictos, las tensiones y especialmente las víctimas de todo tipo de abuso puedan encontrar una mano tendida que las proteja y rescate de su dolor (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 228). Tal solidaridad nos exige, a su vez, denunciar todo aquello que ponga en peligro la integridad de cualquier persona. Solidaridad que reclama luchar contra todo tipo de corrupción, especialmente la espiritual, «porque se trata de una ceguera cómoda y autosuficiente donde todo termina pareciendo lícito: el engaño, la calumnia, el egoísmo y tantas formas sutiles de autorreferencialidad, ya que “el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz (2 Co 11,14)”» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 165). La llamada de san Pablo a sufrir con el que sufre es el mejor antídoto contra cualquier intento de seguir reproduciendo entre nosotros las palabras de Caín: «¿Soy yo el guardián de mi hermano?» (Gn 4,9). Soy consciente del esfuerzo y del trabajo que se realiza en distintas partes del mundo para garantizar y generar las mediaciones necesarias que den seguridad y protejan la integridad de niños y de adultos en estado de vulnerabilidad, así como de la implementación de la “tolerancia cero” y de los modos de rendir cuentas por parte de todos aquellos que realicen o encubran estos delitos. Nos hemos demorado en aplicar estas acciones y sanciones tan necesarias, pero confío en que ayudarán a garantizar una mayor cultura del cuidado en el presente y en el futuro. Conjuntamente con esos esfuerzos, es necesario que cada uno de los bautizados se sienta involucrado en la transformación eclesial y social que tanto necesitamos. Tal transformación exige la conversión personal y comunitaria, y nos lleva a mirar en la misma dirección que el Señor mira. Así le gustaba decir a san Juan Pablo II: «Si verdaderamente hemos partido de la contemplación de Cristo, tenemos que saberlo descubrir sobre todo en el rostro de aquellos con los que él mismo ha querido identificarse» (Carta ap. Novo millennio ineunte, 49). Aprender a mirar donde el Señor mira, a estar donde el Señor quiere que estemos, a convertir el corazón ante su presencia. Para esto ayudará la oración y la penitencia. Invito a todo el santo Pueblo fiel de Dios al ejercicio penitencial de la oración y el ayuno siguiendo el mandato del Señor,[1] que despierte nuestra conciencia, nuestra solidaridad y compromiso con una cultura del cuidado y el “nunca más” a todo tipo y forma de abuso. Es imposible imaginar una conversión del accionar eclesial sin la participación activa de todos los integrantes del Pueblo de Dios. Es más, cada vez que hemos intentado suplantar, acallar, ignorar, reducir a pequeñas élites al Pueblo de Dios construimos comunidades, planes, acentuaciones teológicas, espiritualidades y estructuras sin raíces, sin memoria, sin rostro, sin cuerpo, en definitiva, sin vida[2]. Esto se manifiesta con claridad en una manera anómala de entender la autoridad en la Iglesia —tan común en muchas comunidades en las que se han dado las conductas de abuso sexual, de poder y de conciencia— como es el clericalismo, esa actitud que «no solo anula la personalidad de los cristianos, sino que tiene una tendencia a disminuir y desvalorizar la gracia bautismal que el Espíritu Santo puso en el corazón de nuestra gente».[3] El clericalismo, favorecido sea por los propios sacerdotes como por los laicos, genera una escisión en el cuerpo eclesial que beneficia y ayuda a perpetuar muchos de los males que hoy denunciamos. Decir no al abuso, es decir enérgicamente no a cualquier forma de clericalismo. Siempre es bueno recordar que el Señor, «en la historia de la salvación, ha salvado a un pueblo. No existe identidad plena sin pertenencia a un pueblo. Nadie se salva solo, como individuo aislado, sino que Dios nos atrae tomando en cuenta la compleja trama de relaciones interpersonales que se establecen en la comunidad humana: Dios quiso entrar en una dinámica popular, en la dinámica de un pueblo» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 6). Por tanto, la única manera que tenemos para responder a este mal que viene cobrando tantas vidas es vivirlo como una tarea que nos involucra y compete a todos como Pueblo de Dios. Esta conciencia de sentirnos parte de un pueblo y de una historia común hará posible que reconozcamos nuestros pecados y errores del pasado con una apertura penitencial capaz de dejarse renovar desde dentro. Todo lo que se realice para erradicar la cultura del abuso de nuestras comunidades, sin una participación activa de todos los miembros de la Iglesia, no logrará generar las dinámicas necesarias para una sana y realista transformación. La dimensión penitencial de ayuno y oración nos ayudará como Pueblo de Dios a ponernos delante del Señor y de nuestros hermanos heridos, como pecadores que imploran el perdón y la gracia de la vergüenza y la conversión, y así elaborar acciones que generen dinamismos en sintonía con el Evangelio. Porque «cada vez que intentamos volver a la fuente y recuperar la frescura del Evangelio, brotan nuevos caminos, métodos creativos, otras formas de expresión, signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo actual» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 11). Es imprescindible que como Iglesia podamos reconocer y condenar con dolor y vergüenza las atrocidades cometidas por personas consagradas, clérigos e incluso por todos aquellos que tenían la misión de velar y cuidar a los más vulnerables. Pidamos perdón por los pecados propios y ajenos. La conciencia de pecado nos ayuda a reconocer los errores, los delitos y las heridas generadas en el pasado y nos permite abrirnos y comprometernos más con el presente en un camino de renovada conversión. Asimismo, la penitencia y la oración nos ayudará a sensibilizar nuestros ojos y nuestro corazón ante el sufrimiento ajeno y a vencer el afán de dominio y posesión que muchas veces se vuelve raíz de estos males. Que el ayuno y la oración despierten nuestros oídos ante el dolor silenciado en niños, jóvenes y minusválidos. Ayuno que nos dé hambre y sed de justicia e impulse a caminar en la verdad apoyando todas las mediaciones judiciales que sean necesarias. Un ayuno que nos sacuda y nos lleve a comprometernos desde la verdad y la caridad con todos los hombres de buena voluntad y con la sociedad en general para luchar contra cualquier tipo de abuso sexual, de poder y de conciencia. De esta forma podremos transparentar la vocación a la que hemos sido llamados de ser «signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano» (Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, 1). «Si un miembro sufre, todos sufren con él», nos decía san Pablo. Por medio de la actitud orante y penitencial podremos entrar en sintonía personal y comunitaria con esta exhortación para que crezca entre nosotros el don de la compasión, de la justicia, de la prevención y reparación. María supo estar al pie de la cruz de su Hijo. No lo hizo de cualquier manera, sino que estuvo firmemente de pie y a su lado. Con esta postura manifiesta su modo de estar en la vida. Cuando experimentamos la desolación que nos produce estas llagas eclesiales, con María nos hará bien «instar más en la oración» (S. Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales, 319), buscando crecer más en amor y fidelidad a la Iglesia. Ella, la primera discípula, nos enseña a todos los discípulos cómo hemos de detenernos ante el sufrimiento del inocente, sin evasiones ni pusilanimidad. Mirar a María es aprender a descubrir dónde y cómo tiene que estar el discípulo de Cristo. Que el Espíritu Santo nos dé la gracia de la conversión y la unción interior para poder expresar, ante estos crímenes de abuso, nuestra compunción y nuestra decisión de luchar con valentía. Vaticano, 20 de agosto de 2018 Francisco [1] «Esta clase de demonios solo se expulsa con la oración y el ayuno» (Mt 17,21). [2] Cf. Carta al Pueblo de Dios que peregrina en Chile (31 mayo 2018). [3] Carta al Cardenal Marc Ouellet, Presidente de la Pontificia Comisión para América Latina (19 marzo 2016).

martes, 19 de febrero de 2019

HOMILIA DEL Domingo Séptimo del TIEMPO ORDINARIO cC (24 de febrero de 2019)

Domingo Séptimo del TIEMPO ORDINARIO cC (24 de febrero de 2019) Primera: 1 Samuel 26, 2. 7-9. 12-14. 22-23; Salmo: Sal 102, 1-2. 3-4. 8 y 10. 12-13; Segunda: 1 Corintios 15, 45-49; Evangelio: Lucas 6, 27-38 Nexo entre las LECTURAS… El discurso de Jesús en la montaña capta hoy nuestra atención. La enseñanza es profunda y novedosa: Jesús invita a sus discípulos a amar a los enemigos (Ev). Tal enseñanza era desconocida por el mundo judío y extraña para el mundo griego. Era una novedad que expresaba el amor con el que Dios ama a los hombres. Esta enseñanza se expresa en dos sentencias de Jesús: traten a los demás como quieren que ellos los traten, es decir no trates a los demás como ellos te traten a ti, sino como tú quisieras ser tratado por ellos; y la segunda sentencia reza así: sean misericordiosos como el Padre de ustedes es misericordioso, que nos revela el grande amor de Dios Padre. La primera lectura nos presenta precisamente a David que perdona a Saúl cuando lo tenía a punto para matarlo (1L). David, figura del Rey mesiánico, muestra entrañas de misericordia ante sus enemigos. Por su parte, Pablo nos habla del primer Adán (el hombre creado) y el último Adán (Cristo). Aquí se revela la gran vocación del hombre a ser un hombre nuevo en Cristo (2L). Invitados a la magnanimidad. Temas... Traten a los demás como quieren que ellos los traten. Esta sentencia se presenta al final de una serie de exhortaciones de Jesús sobre el modo de tratar a los demás. "Hay que amar a los enemigos", es decir, no se puede seguir a Jesús si se aplica, como norma suprema, la ley del talión: ojo por ojo... No se puede seguir a Jesús si se guarda rencor, resentimiento, odio y deseo de venganza. Todo esto denigra la dignidad humana. Y, sin embargo, con qué facilidad nosotros y todos los hombres somos presas de estos sentimientos. ¡Cómo nos cuesta perdonar! No solo cuando alguien haya cometido contra nosotros ultrajes y daños irreparables, sino aun cuando simplemente han sido descuidos, faltas de atención. El egoísmo, en la naturaleza herida de la humanidad, es una pasión grande que brinca por todas partes. Es pues, imprescindible pasar del "hombre viejo", el primer Adán, al hombre nuevo, el último Adán, Cristo mismo. Ejemplo de este paso los tenemos y los hemos experimentado: recordemos a aquel joven que en la vigilia de Tor Vergata en el año 2000, año del gran Jubileo, y por tanto, del gran perdón, perdonaba en público -en presencia del Papa san Juan Pablo- a los asesinos de su hermano. ¿Cómo es posible llegar a un amor de esta naturaleza? Sólo es posible en Cristo, cuando Cristo ha tocado el íntimo del corazón y habla a la persona y le revela el verdadero camino de la felicidad. Aquel muchacho había pasado del rencor al amor, tendía una mano a los asesinos de su hermano y se tendía una mano a sí mismo. El perdón lo condujo al amor. Hoy, purificada la memoria, puede caminar por las rutas de la vida con esperanza. Si él no hubiese perdonado, hoy su memoria infectada sería fuente de amargura, de desesperación, de rabia. El santo Papa Juan Pablo II en su mensaje del 1 de enero de 1997 decía: "es verdad que no se puede permanecer prisioneros del pasado: es necesaria, para cada uno y para los pueblos, una especie de ‘purificación de la memoria’, a fin de que los males del pasado no vuelvan a producirse más. No se trata de olvidar todo lo que ha sucedido, sino de releerlo con sentimientos nuevos, aprendiendo, precisamente de las experiencias sufridas, que sólo el amor construye, mientras el odio produce destrucción y ruina. La novedad liberadora del perdón debe sustituir a la insistencia inquietante de la venganza. Pedir y ofrecer perdón es una vía profundamente digna del hombre y, a veces, la única para salir de situaciones marcadas por odios antiguos y violentos". De aquí, pues, nace la máxima de gran alcance: traten a los demás como quisiera que a mí me trataran. Si deseo que me traten con respeto, debo tratar con respeto; si quiero ser amado, debo amar; si quiero ser comprendido y perdonado, debo aprender a comprender y perdonar. Está máxima es sumamente práctica y de gran actualidad, supone sin embargo, una profunda renuncia de sí mismo… y muy bien lo expresan los santos, especialmente san Francisco de Asís. Supone que el "yo egoísta" no es el centro de la personalidad y de los propios intereses, sino el "tú". No puede haber plena realización de la persona si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás. Por lo demás la experiencia nos dice que quien no perdona, poco a poco se amarga la vida y los resentimientos empiezan a corroer su alma. Sean misericordiosos como el Padre es misericordioso. Importa mucho ver el término de comparación: el Padre es misericordioso. Sabemos que el Padre es misericordioso porque Cristo nos ha revelado el rostro del Padre. Lo sabemos porque Cristo, muriendo en la cruz y resucitando, nos ha dicho cuán valioso es el hombre a los ojos del Padre. Lo sabemos porque la parábola del Hijo pródigo en su sencillez, nos anuncia verdades magníficas al mostrarnos cómo nos recibe el Padre eterno cuando volvemos a su hogar. Así, pues, nadie desespere, nadie se abandone, nadie lance por la borda su vida: el Padre es misericordioso y la prueba es su Hijo Jesucristo en quien tenemos acceso a Él y mucho nos los repitió el Papa Francisco. Quien hace experiencia honda de esta paternidad, es capaz, a la vez, de expresar esta paternidad ante el mundo. Esos son los santos al estilo de Francisco de Asís, San Maximiliano Kolbe, Madre Teresa, Santa Teresa de Lisieux... Ellos han tenido una experiencia profunda de que Dios es Padre y que cuida de todas y cada una de sus creaturas, especialmente del hombre, creado a su imagen y semejanza. Ellos, lo santos, descubren a Cristo en todos los hombres, porque el Verbo al encarnarse se ha unido de algún modo a todo hombre. Ellos se sienten solidariamente hermanos de todos los hombres, porque se sienten hijos del Padre. Sea pues, la consigna: MISERICORDIA. Que nuestras entrañas se revistan de misericordia para ver nuestra propia vida y para ver la vida del prójimo. Todos tenemos necesidad de misericordia. En la canonización de Sor Faustina Kowalska (30 de abril de 2000), san Juan Pablo II decía: "No es fácil, en efecto, amar con un amor profundo, hecho de un auténtico don de sí mismo. Este amor se aprende en la escuela de Dios, al calor de su caridad divina. Fijando la mirada sobre Él, sintonizando con su corazón de Padre, nos hacemos capaces de mirar a los hermanos con ojos nuevos, en una actitud de haber recibido todo gratuitamente y para compartirlo con los hermanos, una actitud de generosidad y de perdón". ¡Todo esto es misericordia!. Sugerencias... Aprender a perdonar desde pequeños. Aquí las familias tienen un gran campo de acción. Son ellas las que van formando el corazón de sus hijos. No cabe duda que en los años tiernos de la infancia el corazón es más moldeable. En este corazón se puede ir formando una gran capacidad de amor y perdón, pero por desgracia, también se pueden ir alimentando rencores y rencillas. Educar en el amor misericordioso, en el perdón a los otros hermanos o niños de la escuela. Educar en el amor a la verdad, a la justicia, en la capacidad de experimentar misericordia por el pobre, por el que sufre, por el enfermo. Los niños, paradójicamente, pueden ser muy crueles con sus compañeros menos dotados física o intelectualmente, cuando no están educados en el verdadero amor. La canonización de los niños de Fátima ha puesto en evidencia que es posible la santidad para los pequeños. La generosidad. Un alma generosa es una alma que da sin medida, un alma que no calcula su entrega, sino que se dona hasta donde le alcanzan sus fuerzas. Estas almas las conocemos son los “santos de la casa de al lado” dice el Papa Francisco: los que ayudan en la parroquia, los voluntarios que anda girando el mundo ayudando en servicio social, los médicos que no le ‘cobran’ a los pobres, los docentes que tienen una paciencia ilimitada con sus alumnos. En fin, personas generosas existen y son las que sostienen el mundo. En cada uno de nosotros existe esa persona generosa que quiere vivir así "donándose sin cesar". Sin embargo, también en cada uno de nosotros existe la contrapartida, el hombre que quiere vivir sólo para sí. Enfrentemos la noble batalla para hacer vencer la generosidad por encima del egoísmo. Nuestra Señora del amor y del servicio, ruega por nosotros.

martes, 12 de febrero de 2019

HOMILIA Domingo Sexto del TIEMPO ORDINARIO cC (17 de febrero de 2019)

Domingo Sexto del TIEMPO ORDINARIO cC (17 de febrero de 2019) Primera: Jeremías 17, 5-8; Salmo: Sal 1, 1-4.6; Segunda: 1 Corintios 15, 12.16-20; Evangelio: Lucas 6, 12-13.17.20-26 Nexo entre las LECTURAS… La Liturgia, hoy, nos invita a poner toda nuestra confianza en Dios (Salmo). Jeremías, con un oráculo de carácter sapiencial anuncia esto mismo: Sólo en Dios hay fuerza y garantía de conseguir el fruto y el resultado adecuado para los hombres. San Pablo llega a afirmar contra toda certeza humana que por la gracia de Dios vamos a resucitar… y a confiar, eh… pues si los muertos no resucitan, tampoco Cristo ha resucitado. En las manos de Dios -confiando en Él-, Jesús nos presenta las bienaventuranzas que son como ‘congratulaciones’ de Jesús que tenemos que interpretarlas dirigiendo la mirada en tres direcciones: al presente: situación en que nos encontramos los oyentes de ahora; al pasado: quién las proclama y quién sale garante de su eficacia y que sucedía mientras lo oían; al futuro: sólo las pueden vivir los que son movidos por una gran esperanza que se recibe como don gratuito de Dios. Temas... «Dichosos los pobres». En el evangelio de hoy aparecen cuatro bienaventuranzas (bendiciones) y cuatro maldiciones. ¿Qué significa «dichoso»? Ciertamente no «feliz» en el sentido que le da a esta palabra la cultura relativista. No se trata de una invitación a que cada cual marche por su camino con tranquilidad y buen humor. No significa realmente nada que pertenezca al hombre, o que el hombre sienta y experimente, sino algo en Dios que concierne al hombre redimido. Jesús hablará en este contexto de «recompensa», aunque esto a su vez no es más que una imagen; se trata del valor que el hombre tiene para Dios y en Dios. Es algo en Dios que se manifestará al hombre a su debido tiempo, mientras tanto el hombre se sigue entregando a Dios. Y análogamente para las maldiciones. Los pobres a los que pertenece el reino de Dios, es decir, los pobres de Yahvé, como los llamaba la Antigua Alianza, muestran que a su pobreza corresponde una posesión en Dios: Dios los posee, y por eso mismo ellos poseen a Dios. Lo mismo puede decirse de los que tienen hambre y de los que lloran, y también de los que son odiados por causa de Cristo: éstos son amados por el Padre en Cristo, que también fue odiado y perseguido por los hombres por causa del Padre. Si los pobres han de ser considerados como pobres en Dios, entonces también los ricos han de ser considerados como ricos sin Dios, ricos para sí mismos, saciados y sonrientes, alabados por los hombres; éstos no tienen porque no quieren un tesoro en el cielo, y por eso todo cuanto poseen no es más que apariencia pasajera. Los Salmos repiten esto continuamente igual que las parábolas de Jesús (del rico ‘epulón’ y del pobre Lázaro, del labrador avariento) también. Los pobres son en último término realmente pobres, aquellos que no poseen nada, y no son ricos a escondidas que acumulan un capital en el cielo. Dios no es un banco; el abandono en manos de Dios no es una compañía de seguros. Es en el propio abandono, en la entrega confiada donde se encuentra la dicha. «El hombre bendito es el que pone su confianza en el Señor». La Antigua Alianza conoce ya todo esto suficientemente, como lo demuestra la primera lectura. El hombre bendito es el que pone su confianza en el Señor, el que extiende sus raíces hacia la «corriente/agua» de Dios o, como dice Agustín, tiene sus raíces en el cielo y desde allí crece hacia la tierra. Este simple abandono confiado en manos del Señor le basta para ser «dichoso» (bienaventurado) en el sentido de Jesús, es decir para cualquier adversidad terrestre que se le pueda presentar, por amarga que sea, no tener que inquietarse por la sequía. A este hombre se contrapone el hombre que «confía en el hombre», en lo humano y lo terreno, y que por eso «aparta su corazón del Señor»: aquí tenemos el comentario de lo que significa la maldición de Jesús a los ricos y ‘epulones’. La sencilla antítesis del profeta, repetida en el salmo responsorial, divide a los hombres, prescindiendo de todas las sutilezas psicológicas, en dos campos: o viven por Dios y para Dios, o bien pretenden vivir para sí mismos y por sí mismos que hasta desean que Dios haga lo que a ellos les parece. También en el juicio de Jesús sólo hay dos clases de hombres: las ovejas y las cabras (Mateo 25). «Los que creen en la resurrección de Cristo y con Él en la nuestra…». La segunda lectura divide también a los hombres en dos categorías: los que creen en la resurrección de Cristo y en la nuestra, y los que la niegan. Si Cristo no ha resucitado, entonces "la fe no tiene sentido", los muertos «se han perdido» y «somos los hombres más desgraciados» del mundo; los que no creen en ella ponen su confianza en bienes terrenos reales a los sentidos… y no en un Dios “del más allá” que, afirman que, no existe. Su vida está, de alguna manera, llena… llena de relaciones humanas gratificantes, de placeres de todo tipo, de autosatisfacción. Mientras que la fe en la resurrección es jugárselo todo a una carta, una apuesta total en la que el apostante finalmente pierde según la lógica del mundo y gana según el anuncio de nuestro Señor. Todos los textos de la celebración de hoy exigen de nosotros una decisión última, definitiva: ¿nos bastamos a nosotros mismos o nos debemos permanentemente a nuestro Creador y Redentor? No existe una tercera vía, no hay solución intermedia. Sugerencias... La humildad de corazón, labrada no sin esfuerzo por parte de cada uno, y con el auxilio imprescindible de la gracia de Dios, forma los cimientos sobre los que se levanta y se construye el Cristo en nosotros. Los autores espirituales clásicos dedicaron muchísimas páginas a combatir la soberbia y a alimentar el deseo de la sencillez y de la humildad en los cristianos. De eso hace mucho, y seguro que los tiempos nos reclaman una nueva insistencia aquí. Renovarse uno mismo en la humildad es el mejor servicio que podemos hacernos, es abrir la puerta principal al Espíritu, ese Espíritu que huye de lo "sabios" y es amigo de los pobres y sencillos de corazón, de los que aman rectitud y aborrecen la tortuosidad y el engaño sistemático e interesado… un pequeño examen para conocernos en esto es preguntarnos, por ejemplo, si seguimos leyendo el Catecismo, si seguimos profundizando, en el conocimiento y en la práctica, las obras de Misericordia. Hasta parece que el Jubileo de la Misericordia “ya fue”… "Excava en ti el cimiento de la humildad, y así llegarás a la altura de caridad", dice san Agustín. Y para que comprendamos más exactamente qué quiere decir, el santo obispo de Hipona afirma al hablar de la humildad: "No se te dice que seas menos de lo que eres; lo que se te dice es que conozcas lo que eres". He aquí nuestra oración de hoy. Que el Señor nos conceda conocer lo que somos, para que, con un corazón sediento de humildad, Dios sea para nosotros la fuente de agua viva donde saciar nuestra sed de caridad. Nuestra Señora de las bienaventuranzas, ruega por nosotros MEDITACIÓN… EI cristiano no funda su esperanza ni en sí mismo, ni en los otros hombres, ni en los bienes terrenos. Su esperanza se arraiga en Cristo muerto y resucitado por él. «Si nuestra esperanza en Cristo acaba con esta vida -dice S. Pablo-, somos los hombres más desgraciados» (1 Cr 15, 19). Pero la esperanza cristiana va mucho más allá de los límites de la vida terrena y alcanza la eterna, y justamente a causa de Cristo que, resucitando, ha dado al hombre el derecho de ser un día partícipe de su resurrección. Con este espíritu se han de entender las bienaventuranzas proclamadas por el Señor, las cuales exceden cualquier perspectiva de seguridad y felicidad terrenas para anclar en lo eterno. Con sus bienaventuranzas Jesús ha trastocado la valoración de las cosas: éstas ya no se ven según el dolor o el placer inmediato y transitorio que encierran, sino según el gozo futuro y eterno. Sólo el que cree en Cristo y confiando en Él vive en la esperanza del reino de Dios, puede comprender esta lógica simplicísima y esencial: «Dichosos los pobres... Dichosos los que ahora tenemos hambre... Dichosos los que ahora lloramos... Dichosos ustedes cuando los odien los hombres» (Lc 6, 20-22). Evidentemente no son la pobreza. el hambre, el dolor o la persecución en cuanto tales los que hacen dichoso al hombre, ni le dan derecho al Reino de Dios: sino la aceptación de estas privaciones y sufrimientos sostenida en la confianza en el Padre celestial (los mártires, los santos de la casa de al lado, dice el Papa). Cuanto el hombre carente de seguridad y felicidad terrenas se abra más a la confianza en Dios, tanto más hallará en Él su sostén y salvación. «Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza» dice Jeremías (17, 7). Al contrario los ricos, los hartos, los que gozan, escuchan la amenaza de duros «¡ayes!» (Lc 6, 24-26), no tanto por el bienestar que poseen, cuanto por estar tan apegados a ello que ponen en tales cosas todo su corazón y su esperanza. El hombre satisfecho de las metas alcanzadas en esta tierra está amenazado del más grave de los peligros: naufragar en su autosuficiencia sin darse cuenta de su precariedad y sin sentir la necesidad urgente de ser salvado de ella. El reino de la tierra le basta hasta el punto de que el Reino de Dios no tiene para él sentido alguno. Por eso dice de él el profeta: «Maldito quien confía en el hombre, y en la carne busca su fuerza, apartando su corazón del Señor» (Jr 17, 5). Las bienaventuranzas del Señor se ofrecen a todos, pero sólo los hombres desprendidos de sí mismos y de los bienes terrenos son capaces de conseguirlas.

lunes, 4 de febrero de 2019

HOMILIA Domingo Quinto del TIEMPO ORDINARIO cC (10 de febrero de 2019)

Domingo Quinto del TIEMPO ORDINARIO cC (10 de febrero de 2019) Primera: Isaías 6, 1-2a. 3-8; Salmo: Sal 137, 1-5. 7c-8; Segunda: 1Corintios 15, 1-11; Evangelio: Lucas 5, 1-11 Nexo entre las LECTURAS El misterio de la libre y gratuita elección de Dios está presente en las tres lecturas litúrgicas. Isaías es elegido durante una acción litúrgica en el templo de Jerusalén: "Oí la voz del Señor que me decía: ¿A quién enviaré? (primera lectura). Pedro, por su parte, percibe la elección divina en el misterio de su oficio de pescador: "No temas, desde ahora serás pescador de hombres" (evangelio). Finalmente, Pablo evoca la aparición de Jesús resucitado, camino de Damasco, a él, "el menor de los apóstoles... pero por la gracia de Dios soy lo que soy", aparición que sigue siendo viva y cierta en cada celebración de la Eucaristía (segunda lectura). Con el salmista la Iglesia nos invita a cantar y alabar a Dios por su “amor y fidelidad” acompañando a los que Él llama. Temas... Dios es libre y misericordioso en la elección. Dios, que es libre, apela a la libertad del hombre cuando lo llama… por eso hablamos de elección y no de coacción. La Biblia da testimonio de la libertad de Dios en todas sus páginas y lo atestiguan los textos de este Domingo. Dios elige a las personas por amor: a Isaías, nacido en Jerusalén de familia acomodada, posiblemente de estirpe sacerdotal; a Pedro, proveniente de Betsaida, pescador en el lago de Tiberíades; a Pablo, oriundo de Tarso de Cilicia, con título académico de Rabino y por un tiempo perseguidor de la Iglesia de Cristo. Dios es libre para elegir en el modo y en el tiempo que desee: a Isaías durante una liturgia en el templo de Jerusalén, mediante una teofanía con características cultuales; a Pedro, sobre una barca, después de una pesca milagrosa; a Pablo, en el camino hacia la ciudad de Damasco, con el corazón ardiendo ‘de odio’ por los seguidores del Camino. Isaías, Pedro, Pablo, Vos, Yo, el Papa llamados a la gran tarea de colaborar con Él en la redención de la humanidad. Elección y experiencia de Dios. En sus misteriosos designios, nos muestra la Liturgia, que Dios ha querido unir la elección a una experiencia fuerte de encuentro con Él. Las formas de llevarse a cabo tal experiencia difiere de unos a otros, pero esta experiencia es común a toda elección. Isaías, por un lado, entra en el misterio de Dios, Rey y Señor todopoderoso, por otro, se siente perdido e impuro para ver y hablar de parte de Dios (primera lectura). A Pedro, ante la grandiosidad de la pesca, sólo posible por el poder de Dios, tiene la reacción de exclamar: "Apártate de mí, Señor, que soy un pecador" (evangelio). La aparición de Jesús resucitado a Pablo le hace caer a tierra, quedar ciego, humillarse ante el poder de Dios, y finalmente recibir el bautismo de manos de Ananías. La Liturgia muestra que Dios, tres veces santo, quiere irrumpir en la historia del llamado sacándolo de sus seguridades humanas, y lo invita a poner toda su confianza en Él para el bien de todos. La respuesta digna. El hombre, que Dios ha elegido, tiene que dar su respuesta en la humilde obediencia. Nos llama a estar con Él y crecer en el amor y servicio para su mayor gloria, para nuestro bien y el bien de toda su santa Iglesia. Tenemos ejemplos en los textos litúrgicos de hoy: Isaías, a la pregunta de Dios: "¿A quién enviaré?", responde: "Aquí estoy yo, envíame". Pedro, al escuchar a Jesús que le llama a ser "pescador de hombres", junto con sus compañeros de trabajo diario, reacciona generosamente: "Dejaron todo y lo siguieron". No menos generosa es la actitud de Pablo, después de la caída en tierra y de haber oído la voz de Jesús resucitado, él pregunta: "¿Qué quieres que haga?". Luego, en la primera carta a los corintios (segunda lectura), al recordar esa visión de Jesús, por un lado se considera el menor de los apóstoles e indigno de llevar ese nombre, pero, por otro, está convencido de que "he trabajado más que todos los demás; bueno, no yo, sino la gracia de Dios conmigo". Sugerencias... En la historia de la salvación aparece claro que Dios ha querido salvar a los hombres por medio (con la ayuda) de otros hombres. El único Salvador es Dios, pero los hombres son sus manos para distribuir la salvación a todos los que la pidan, son sus labios para predicar (la salvación) en las miles de lenguas de nuestro planeta, son sus pies para llevarla a todos los rincones de la tierra, sobre todo allí donde todavía no la conocen, aunque la anhelen vivamente. ¡Es un gesto inmenso de la misericordia de Dios para con la humanidad… un gesto de su infinito amor hasta hacerse mendigo del hombre! Dios mendiga de ti, sacerdote o laico, religioso o voluntario, quiere que le ayudes: ¿vas a ayudar? ¿eh? Mendiga de ti, joven, tu juventud para ofrecer su salvación a los jóvenes del mundo, y quizás no sólo tu juventud, sino toda tu vida para salvar al hombre, para liberarlo de sí mismo, para ennoblecer su vida de hijo de Dios. Mendiga de ti, adulto, tu adultez, en el estado de vida en que te halles, para que colabores con Él en la salvación de ti mismo, en la salvación de quienes viven en tu entorno familiar, profesional, social, cultural. Mendiga de ti, jubilado, anciano, tu tiempo, tu experiencia humana y espiritual, tu sabiduría de la vida, para que la transmitas a los demás, para que contribuyas a construir un mundo más humano y más cristiano. ¿Escucharemos los hombres el grito de Dios que pide nuestra ayuda? Recemos especialmente por el aumento de las vocaciones. Nuestra Señora del SI, ruega por nosotros. Área de archivos adjuntos HOMILI

viernes, 1 de febrero de 2019

*LETANÍA POR LAS ALMAS DEL PURGATORIO:*

*LETANÍA POR LAS ALMAS DEL PURGATORIO:* gentileza de Carlos *Oh Jesús, que Sufriste y moriste para que toda la humanidad pudiera ser Salvada y traída a la Felicidad Eterna. Oye nuestras súplicas, Apiádate de las Benditas Almas del Purgatorio.* *(A cada Invocación se contesta: ¡Jesús mío, Misericordia! .* *Ayuda a mis familiares y amigos,* *Ayuda a cuantos debo Amor y Oración,* *Ayuda a cuantos he perjudicado y dañado,* *Ayuda a los que me han ofendido,* *Ayuda a aquellos a quienes Profesas predilección,* *Ayuda a los que están más próximos a la Unión Contigo,* *Ayuda a los que te desean más Ardientemente,* *Ayuda a los que sufren más,* *Ayuda a los que están más lejos de su liberación,* *Ayuda a los más olvidados,* *Ayuda a los que menos Auxilio reciben,* *Ayuda a los que más méritos tienen por la Iglesia,* *Ayuda a los que fueron ricos aquí, y allí son los más pobres,* *Ayuda a los poderosos, que ahora son como viles siervos,* *Ayuda a los ciegos que ahora reconocen su ceguera,* *Ayuda a los vanidosos que malgastaron su tiempo,* *Ayuda a los pobres que no buscaron las riquezas Divinas,* *Ayuda a los tibios que muy poca oración hicieron,* *Ayuda a los perezosos que no hicieron Obras de Misericordia,* *Ayuda a los de poca Fé que descuidaron los Santos Sacramentos,* *Ayuda a los reincidentes que sólo por un milagro de la Gracia se han Salvado,* *Ayuda a los padres que no vigilaron bien a sus hijos,* *Ayuda a los superiores poco atentos a la salvación de sus súbditos,* *Ayuda a los pobres, que sólo se preocuparon del dinero y del placer,* *Ayuda a los de espíritu mundano que no aprovecharon sus riquezas o talentos para el servicio de Dios,* *Ayuda a los necios, que vieron morir a tantos no acordándose de su propia muerte,* *Ayuda a los que no dispusieron a tiempo de su casa, estando completamente desprevenidos para el viaje más importante,* *Ayuda a los que juzgaste más severamente, debido a las grandes cosas confiadas a ellos,* *Ayuda a los Pontífices, reyes y príncipes,* *Ayuda a los Obispos y Cardenales.* *Ayuda a mis maestros y guías Espirituales,* *Ayuda a los fallecidos Sacerdotes y Religiosas,* *Ayuda a los Sacerdotes y Religiosas de la Iglesia Católica,* *Ayuda a los defensores de la Santa Fe,* *Ayuda a los caídos en los campos de batalla* *Ayuda a los sepultados en los mares y tierra,* *Ayuda a los que murieron en accidentes,* *Ayuda a los que sufrieron y murieron de enfermedad,* *Ayuda a los muertos repentinamente,* *Ayuda a los fallecidos sin recibir los Santos Sacramentos,* *Ayuda a los que van a morir en este día,* *Ayuda a mi pobre Alma cuando vaya a ser juzgada ante Dios Nuestro Señor,* .

HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

  VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024) Primera : Isaías 52,13 – 53,12;  Salmo : Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25;  Segunda :...