martes, 3 de abril de 2018

II DOMINGO DE PASCUA o DOMINGO DE LA DIVINA MISERICORDIA cB (8 de abril 2018)

II DOMINGO DE PASCUA o DOMINGO DE LA DIVINA MISERICORDIA cB (8 de abril 2018)
PrimeraHechos 4, 32-35; Salmo: Sal 117, 2-4. 16-18. 22-24; Segunda: 1Jn 5, 1-6 Evangelio: Jn 20, 19-31
Nexo entre las LECTURAS
En el texto evangélico encontramos juntas la fe y la paz: primeramente, la paz como don de Cristo resucitado a sus discípulos: "La paz esté con ustedes", luego la confesión de fe del incrédulo Tomás: "¡Señor mío y Dios mío!" y la añadidura de Jesús: "¿Crees porque me has visto? Dichosos los que creen sin haber visto". En la primera lectura se indican los efectos de la fe y de la paz: la unión de mentes y corazones, la comunidad de bienes, el testimonio de los apóstoles sobre Cristo resucitado. Finalmente, en la primera carta de san Juan se pone de relieve el gran don de la fe, que es capaz de vencer al mundo (segunda lectura).
Temas...
La divina misericordia. En el centro de este Domingo, con el que se termina la octava de pascua y dedicado a la Divina Misericordia, están las llagas gloriosas de Cristo resucitado. Las llagas de Jesús forman parte del escándalo de la Cruz, pero son también como la comprobación de la fe. Por eso, en el cuerpo de Cristo resucitado las llagas no desaparecen, permanecen, porque aquellas llagas son el signo permanente del amor de Dios por nosotros, y son indispensables para creer en Dios. No para creer que Dios existe, sino para confirmar y creer que Dios es amor, misericordia, fidelidad. San Pedro, citando a Isaías, escribe a los cristianos: «Sus heridas nos han curado» (1 P 2,24; cf. Is 53,5) (cfr.: Francisco, 27 de abr). Sucedió el milagro, ellos creyeron en la resurrección de Cristo, creyeron en la misericordia de Dios y ya no pudieron dejar de comunicar, a quienes encontraron en su camino, esta experiencia inefable y magnífica. Y gracias a ellos, a su testimonio de fe, nosotros, veinte siglos después, seguimos creyendo y anunciando la salvación, el amor de Dios… como rezaba el Cura Brochero: “por los que fueron, los que son y los que vendrán”.
La eficacia de la fe. Una fe que no cambia la vida del hombre, que no transforma sus categorías mentales y vitales, relacionales y operativas, no es verdadera fe en Cristo resucitado. San Lucas, muy consciente de ello, nos habla de la eficacia de la fe entre los primeros cristianos de Jerusalén. El primer fruto es la unión en el mismo pensar y el mismo querer, porque su pensamiento se nutría de la enseñanza de los Apóstoles y su querer era guiado únicamente por el amor sincero de unos para con otros. Cuando la experiencia de Cristo resucitado, misericordioso, ocupa el centro de la vida, entonces no hay diferencias entre pensar y querer hasta el punto de poder fácilmente vivir el amor sincero. Un segundo fruto es la comunidad de bienes materiales que surge de la comunión de bienes espirituales. El tercer fruto es el testimonio que los Apóstoles dan de Cristo resucitado: la frecuencia, el ardor, la audacia con que predican este misterio que les ha transformado para siempre. No pueden dejar de hablar lo que han visto y oído, como dirá Pedro en los Hechos de los Apóstoles (cfr.: Aparecida). Esta eficacia de la fe se manifiesta sobre todo mediante la paz, esa paz integral que impregna la persona entera del creyente en Cristo y que florece en la alegría, y sobre todo en el amor. Esa paz que es un don del Espíritu que Cristo resucitado "insufló", como en una nueva creación, sobre los discípulos haciéndolos misioneros de la misericordia, de la paz, del perdón.
Sugerencias...
Hemos visto al Señor. En medio de un grupo desanimado, aparece el Señor misericordioso. El primer Domingo y el Octavo, en éste último ya Tomás entre ellos. Este encuentro con el Resucitado cambió a la primera comunidad: "se llenaron de alegría al ver al Señor". Fue un momento decisivo: les dio su Espíritu... les envió, como el Padre le había enviado a Él... les dio el encargo de la reconciliación siendo testigos de la misericordia instaurando la civilización del Amor: "a quienes perdonen los pecados"... "perdónanos como nosotros perdonamos" (cf.: Beato Pablo VI). Esto sucede en nuestra reunión Dominical, al celebrar la Eucaristía. También nosotros, en medio de una situación que para algunos les parece de desánimo y para otros de desesperación, experimentamos, desde la fe, la presencia del Señor y de Su misericordia. Presente en la comunidad misma, en la Palabra que Él mismo nos dirige, en su Eucaristía. Cuando el que preside -también él signo de Cristo- nos saluda, invoca su presencia: "el Señor esté con ustedes". Como dice la introducción al Misal (n. 28), con ese saludo "manifiesta a la asamblea reunida la presencia del Señor", y con la respuesta de la asamblea "queda de manifiesto el misterio de la Iglesia congregada". Cada Domingo es para nosotros una nueva experiencia de fe que nos reafirma en que Jesús, el Señor, vive y está con nosotros. El evangelio fue escrito para eso: "para que crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengan vida en su nombre". Estamos aquí (en Misa) precisamente porque creemos eso, porque también a nosotros nos sale desde dentro la invocación: "Señor mío y Dios mío". Aunque no faltan dificultades en nuestra vida cristiana, porque también nuestro caso es el de los que "creemos sin haber visto". Una alabanza a la fe de los presentes. Debemos valorar el Domingo como nuestro día de celebración, porque es el "día del Señor" resucitado y por eso el día de la Comunidad (Asamblea) convocada.
Cada Domingo es Pascua y somos una Comunidad Pascual. La fe en Cristo resucitado, la alegría y el amor que provoca la fe en la resurrección, deben estar presentes y activos todos los días de nuestra vida. Pero de modo especial el Domingo, en que celebramos precisamente el triunfo de Cristo sobre la muerte, sobre el pecado y sobre todo mal. Cada Domingo los cristianos festejamos la Pascua de Cristo resucitado y glorioso por nuestras vidas. Un paso de perdón, de salvación, de gozo, de amor que san Juan Pablo II llama ‘paso de la divina misericordia’. Un paso con que Cristo glorioso nos invita a hacer lo mismo: a perdonar, ayudar a otros a salvarse, a gozar y a amar. Estamos llamados a vivir cada vez con más conciencia el rico significado de la Eucaristía Dominical y del Domingo. Parece que para muchos bautizados hay una idea equivocada e injusta de lo que el Domingo es en los designios de Dios, y hasta les parece ‘pesado’ ir a Misa todos los Domingos. Hoy es una ocasión estupenda para leer en el catecismo de la Iglesia los números dedicados a esta celebración eclesial (nn. 2174-2188; 1166-1167) y/o la carta Dies Domini de san Juan Pablo II.

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