lunes, 23 de julio de 2018

Por Jesús M. Silveyra Escritor* Madagascar es una isla (la cuarta en tamaño del mundo), que se encuentra en el Océano Índico, a unos cuatrocientos kilómetros frente a Mozambique. Esta ex colonia francesa, que alcanzó su independencia en 1960, tiene una población de 25 millones de habitantes. Ubicado entre los diez países más pobres del mundo, con el 71% de la población debajo de la línea de pobreza y tres cuartas partes que vive con menos de 500 dólares al año, tiene el cincuenta por ciento de los niños mal nutridos y el cincuenta y uno por ciento tiene problemas de acceso al agua potable. Cifras del Banco Mundial que hablan por sí solas del nivel de marginalidad y pobreza. El misionero de la Congregación de San Vicente de Paul, Pedro Pablo Opeka, en 1970, con tan sólo veintidós años de edad, llegó por primera vez a la isla. Este sacerdote argentino, hijo de eslovenos (que emigraron a nuestro país luego de la segunda guerra mundial), comenzó así una historia de vida consagrada a los pobres que se extendería por más de cuarenta años de estancia en Madagascar. Luego de dos años de misión en el sur de la isla, viajó a Europa para completar sus estudios teológicos y en 1975 fue ordenado sacerdote en la Basílica de Luján, para retornar definitivamente y hacerse cargo de una parroquia en el sur de la isla. Desde muy chico aprendió el oficio de albañil de su padre y durante los quince años que pasó en aquél perdido lugar no sólo se ocupó de la formación de cientos de grupos de jóvenes (tanto en la espiritualidad como en el deporte, ya que Pedro era un eximio jugador de fútbol), sino que construyó escuelas, dispensarios e iglesias. En 1989, con su salud quebrantada por el paludismo (malaria), fue elegido para hacerse cargo del seminario en Antananarivo, la capital del país. El primer impacto que le produjo la ciudad fue la miseria circundante: gente viviendo en las calles y en los basurales de los suburbios en condiciones infrahumanas, donde los niños peleaban con los cerdos por un trozo de comida. Fue en ese momento que Pedro se dijo: “tengo que hacer algo, esta gente no puede vivir así, Dios no lo quiere, son los hombres los que lo permiten”. Así, según me diría: “cuando más débil me sentía, actuó más fuerte la Providencia”. Una mañana, a mediados de 1989, Pedro fue a las colinas de Ambohimahitsy, donde la gente vivía en casas de cartón próximos al basurero municipal, en un estado que describiría como de un verdadero “infierno”. La violencia, prostitución, el consumo de drogas y el alcoholismo, eran moneda corriente para aquella gente que repartía su vida entre los vicios, la mendicidad y el cirujeo en los basurales. “Un hombre me hizo pasar a su casucha de cartón de un metro veinte de altura”. Allí dentro, frente a un pequeño grupo, Pedro les dijo: “Si están dispuestos a trabajar, yo los voy a ayudar”. Y la gente aceptó la propuesta, dando comienzo “una historia de amor o aventura divina para salir de la pobreza”, como la definiría el padre Opeka. Con la colaboración de un grupo de jóvenes universitarios, nació la Asociación Humanitaria Akamasoa (que en lengua malgache significa: “Los buenos amigos”). Pedro consiguió tierras fiscales y ayuda económica para comprar materiales, alimentos, herramientas y semillas. Un grupo de las familias fue trasladado al campo para iniciar una nueva vida, naciendo así el primer pueblo de la Asociación, al que llamaron: “Don del creador”. Con las restantes familias que permanecían en los suburbios de la capital, iniciaron la construcción del segundo pueblo, llamado Manantenasoa (“Lugar de Esperanza”), comenzando a explotar una cantera y a levantar viviendas dignas para la gente. Hoy, luego de veintisiete años de intenso esfuerzo, los números reflejan los resultados obtenidos. Más de veinte mil personas viven en los cinco pueblos de la Asociación. Miles de chicos asisten a las escuelas y otros miles de personas trabajan en las distintas actividades de Akamasoa que van desde la explotación de canteras, fabricación de muebles y artesanías, hasta la prestación de los servicios comunitarios: educación, salud, y mantenimiento. Cada pueblo cuenta con su dispensario y tienen un hospital. Asimismo, desde su fundación más de quinientas mil personas han pasado por su Centro de Acogida, donde reciben ayuda temporal y son encaminados a reorientar sus vidas. A mediados de 2004, viajé al lugar para escribir un libro sobre la vida del padre Opeka. Su personalidad me impactó desde el primer momento, lo mismo que le ha ocurrido a quienes lo han propuesto varias veces para el “Premio Nobel de la Paz”. Pedro es un líder nato que combina valentía con dulzura, porque como dice él “ambas van de la mano”. A su condición de sacerdote misionero, agrega las de deportista, constructor y filósofo de la promoción social. “El asistencialismo, cuando se vuelve permanente (excepto en los casos de ancianidad, niñez o incapacidad) termina convirtiendo en dependiente al sujeto de la asistencia y Dios vino al mundo para hacernos libres, no esclavos”. Según Pedro, no existe una receta única para salir de la pobreza. “Se sale con el corazón y la voluntad, con el trabajo duro y el esfuerzo”. Para él, la única forma de que los pobres y excluidos recuperen su dignidad es “a través del trabajo y la educación”. De allí que en Akamasoa todo esté centrado en ello. El gran secreto de esta obra humanitaria, ha sido saber canalizar los recursos recibidos en obras concretas y perdurables en el tiempo, generando, a la vez, fuentes de empleo para los habitantes de los pueblos, pero sin cerrar la comunidad. De allí que muchos de los miembros de Akamasoa trabajen fuera de la Asociación y que miles de niños y enfermos venidos de afuera sean atendidos y educados por ellos. “Lo que ocurre en muchos países en vías de desarrollo es que los recursos disponibles para la acción social son mal utilizados por el Estado”, afirma Pedro. En cambio, en Akamasoa, cada donación que ingresa tiene un destino prefijado y controlable por parte de sus benefactores. El objetivo es ser autosustentables y es lo que impulsa a toda la comunidad a vivir en la esperanza basada en los resultados obtenidos, donde cada piedra, puerta, habitación, sala o techo, ha sido cimentada por el propio esfuerzo de los habitantes del proyecto. “Hay que combatir el asistencialismo hasta en la propia familia. Porque si no, no dejamos crecer a los hijos y los acostumbramos a recibir todo de los padres. Asistir a alguien sin ninguna exigencia es matarle su espíritu de iniciativa". Pedro apuesta fundamentalmente a las nuevas generaciones nacidas y educadas en Akamasoa. Ellos son la mejor prueba de que salir de la pobreza es posible si al ser humano se le dan oportunidades y herramientas para lograrlo. “Prefiero que un día me echen de aquí por haberlos hecho trabajar, a que me levanten un monumento diciendo que el padre era muy bueno y nos daba todo sin exigirnos nada a cambio”. (*) El autor es escritor del libro “Un viaje a la Esperanza”, sobre la obra de Pedro Opeka (editado por Lumen).

HOMILIA Domingo Decimoséptimo del TIEMPO ORDINARIO cB (29 de julio de 2018)



Domingo Decimoséptimo del TIEMPO ORDINARIO cB (29 de julio de 2018)
Primera: 2Reyes 4, 42-44; Salmo: Sal 144, 10-11. 15-18; Segunda: Efesios 4, 1-6; Evangelio: Juan 6, 1-15
Nexo entre las LECTURAS
Uno de los principios básicos de la fe cristiana es la "sobreabundancia" del amor de Dios para con el universo y particularmente para con el hombre. Este principio predomina como tema en los textos litúrgicos. En la primera lectura, a Eliseo le son suficientes veinte panes para alimentar a cien hombres. Jesucristo, por su parte, en el evangelio sacia el hambre de 5000 personas con cinco panes y dos peces y, además, "recogieron doce canastos llenos de trozos de pan y de lo que sobró del pescado". Finalmente, en la segunda lectura, la unidad de la comunidad cristiana (Iglesia) es fruto sobreabundante del amor de Dios que llega a todos en cualquier lugar donde nos encontremos.
Temas...
El obrar divino. Si repasamos la obra de Dios, la cosa más sorprendente es precisamente la prodigalidad divina con la creación y particularmente con el hombre. Una prodigalidad que podría parecer excesiva, si la medimos con criterios humanos. Los conocimientos astronómicos actuales (el hombre llegó con una maquina a Plutón) nos permiten maravillarnos mucho por la generosidad de Dios con la creación. No menor admiración provocan los estudios sobre el microcosmos de los cuerpos, en especial del cuerpo humano y los avances de la medicina para ayudar al bienestar verdadero del ser humano (Laudato Si). ¿No es acaso cada célula, cada neurona del hombre un prodigio de generosidad divina? Por otra parte, el principio que ha regido la acción divina en la creación, ha sido igualmente el principio rector de su actuación histórica. Como nos dice san Pablo, "donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia". La historia, con todas y cada una de sus intrincadas vicisitudes, es la historia del pecado humano, pero mucha más es la historia de la sobreabundancia de la misericordia divina (Misericordiae Vultus). Dios fue sobreabundante en su misericordia con el género humano en Noé, con el pueblo de Israel en Abrahán, con la monarquía israelítica en David, con la humanidad entera en Jesucristo redentor. La sobreabundancia del pan, en las lecturas de este Domingo, es una expresión más de esta verdad.
La sobreabundancia divina. Es bueno que quede claro que la sobreabundancia proviene de Dios y que el hombre es instrumento. Porque, como en el caso de Eliseo y de Jesús, Dios parte de lo que le ofrecen, no crea el pan, sino que lo multiplica. Dios puede partir de dos, de cinco o de veinte (la cantidad no importa mucho a Dios), pero ha querido partir de algo. ¡Es hermoso este querer de Dios! Como es igualmente estupendo que Dios quiera la mediación de los hombres a la hora de distribuir su sobreabundancia. No lo hace directamente. Yahvéh se sirvió de la mediación de Eliseo y éste a su vez de la de un hombre de Baal Salisá. Jesucristo medió la sobreabundancia de Dios y a su vez los apóstoles mediaron entre Jesús y la multitud. Todo cristiano, pero sobre todo el Presbítero, es mediador de la generosidad de Dios para con los hombres. ¡Maravilla de la gracia! ¡Reclamo a la generosidad y a la responsabilidad! Recemos por nuestros sacerdotes y por el aumento de las vocaciones sacerdotales.
Los destinatarios de la sobreabundancia divina. La sobreabundancia divina está destinada "a la gente" (primera lectura), "a un gran gentío, venido de todos los pueblos" (evangelio), especialmente a los ‘marginales’ (Papa Francisco). Dios muestra su sobreabundancia también en el destino de la humanidad: no unos cuantos privilegiados, sino todos. Absolutamente nadie está excluido del "pan" divino. Sólo quien no lo acepta, por estar saciado por otros "panes" o por presunción ya que el pan de Jesús es el pan de todos, especialmente de los pobres, de la gente ‘común’. Ese pan divino es su Palabra de vida, que vivifica a quien lo recibe; es el pan de la caridad (el cristiano que mediante su caridad se convierte en pan para los demás) que satisface las necesidades vitales elementales de todo ser humano, es sobre todo el pan de la Eucaristía, prefigurada en la multiplicación de los panes como nos enseña el catecismo (CIC 1335). La sobreabundancia divina es el supremo igualador del hombre; suprime toda diferencia, porque no hay quién no esté necesitado de la generosidad de Dios.
Sugerencias...
El pan que nos une. Sociológicamente hablando, el pan es un factor de igualdad y de unión. Hay una gran variedad de pan, y cada país tiene sus formas propias de hacerlo, pero es pan para todos y lo es por igual. En la mesa del rico o del pobre, en la de un tunecino o en la de un colombiano, en la de un banquero o en la de un albañil ‘hay siempre’ pan; ese pan que es fruto de la tierra y del trabajo del hombre. Pero en nuestro mundo actual, ¿no hay mesas, no hay manos sin pan? No debería haberlas, porque la sobreabundancia de pan es grande. Sin embargo, las hay. ¿Quién de nosotros no tiene en su recuerdo esos ojos grandes, como dos hogazas, de niños hambrientos que imploran clemencia, que suspiran por un pedazo de pan? ¿Será posible que el pan que nos une se convierta en el pan que nos separa? (X Congreso Eucarístico Nacional)
El pan que nos une es sobre todo el pan eucarístico: el Cuerpo de Cristo. Ese pan maravilloso que evidencia en la historia la sobreabundancia del amor de Cristo hacia los que creen en Él. Ese Pan se nos ofrece a todos los creyentes, día a día, semana tras semana, en la misma mesa: el Altar del sacrificio redentor. Y rezamos con asombro: ¿por qué los hombres, tan hambrientos de lo espiritual, no se acercan con más frecuencia a ese "Pan divino y gracioso", que los puede saciar?
Memoria y esperanza. La sobreabundancia del pan es "memoria" de los prodigios realizados por Dios con los israelitas durante los cuarenta años de peregrinación por el desierto en que les dio a comer el maná, "pan de ángeles". Es necesario recordar, para agradecer, para estar seguros que Dios sigue obrando prodigios también entre nosotros, dándonos el pan de su Palabra y de su Eucaristía. Pero además de recordar hay que esperar. Esperar que Dios lleve a cabo maravillas aún mejores. Después del éxodo de Egipto Moisés inaugura la pascua judía, Jesús inaugura la pascua cristiana, prefigurada en la multiplicación de los panes. El monte Sinaí es reemplazado por el monte al que Jesús se retira a orar. A los israelitas el mar les abrió un camino para que lo atravesaran, Jesús camina en la noche sobre la superficie de las aguas del mar de Galilea. Moisés se retiró a la soledad para recibir de Dios el decálogo, Jesús se retiró a la soledad para mantener la fidelidad a su misión y defenderse de todo triunfalismo político. Discípulos-misioneros, hagamos memoria del pasado para agradecer, pedir perdón. Pero sobre todo mirar con confianza hacia el futuro para consagrarlo al Señor y vivirlo con la esperanza que no defrauda.
María, Virgen de la esperanza, ruega por nosotros.

HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

  VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024) Primera : Isaías 52,13 – 53,12;  Salmo : Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25;  Segunda :...