martes, 18 de diciembre de 2018

Homilía del Papa Francisco en Santa Marta Martes 18 de diciembre de 2018

Homilía del Papa Francisco en Santa Marta Martes 18 de diciembre de 2018 Podríamos resumir el Evangelio de hoy (Mt 1,18-24) diciendo que José es el hombre que sabe acompañar en silencio y el hombre de los sueños. En las Sagradas Escrituras conocemos a José como un “hombre justo”, observante de la ley, trabajador, humilde, enamorado de María. En un primer momento, ante lo incomprensible, prefiere quedarse aparte, pero luego Dios le revela su misión. Y así José abraza su tarea, su papel, y acompaña el crecimiento del Hijo de Dios en silencio, sin juzgar, sin criticar, sin murmurar. Ayudar a crecer, a desarrollarse. Y buscó un lugar para que el hijo naciese; lo cuidó; lo ayudó a crecer; le enseñó el oficio; muchas cosas… En silencio. Nunca se apropió del hijo: lo dejó crecer en silencio. “Dejar crecer”: sería la palabra que nos podría ayudar mucho a nosotros que por naturaleza siempre queremos meter la nariz en todo, sobre todo en la vida ajena. “¿Y porqué hace eso? ¿Porqué lo otro…?”. Y empezamos a murmurar, a decir… Pero él deja crecer. Protege. Ayuda, pero en silencio. Una actitud sabia que tienen tantos padres: la capacidad de esperar, sin gritar enseguida, incluso ante un error. Es fundamental saber esperar, antes de decir la palabra capaz de hacer crecer. Esperar en silencio, como hace Dios con sus hijos, con los que tiene tanta paciencia. San José era además un hombre concreto, pero con el corazón abierto, el hombre de los sueños, no un soñador. El sueño es un lugar privilegiado para buscar la verdad, porque ahí no nos defendemos de la verdad. Vienen, y... Dios también habla en sueños. No siempre, porque habitualmente es nuestro inconsciente el que actúa, pero Dios a veces elige hablar en sueños. Lo hizo muchas veces, como se ve en la Biblia. En sueños. José era el hombre de los sueños, pero no era un soñador. No era un fantasioso. Un soñador es otra cosa: es el que cree… va… está en las nubes, y no tiene los pies en la tierra. José tenía los pies en la tierra. Pero estaba abierto. Pidamos hoy no perder la capacidad de soñar, la capacidad de abrirse al mañana con confianza, a pesar de las dificultades que pueden surgir. No perder la capacidad de soñar el futuro: cada uno de nosotros. Cada uno: soñar en nuestra familia, en nuestros hijos, en nuestros padres. Ver cómo me gustaría que fuese su vida. Los sacerdotes también: soñar en nuestros fieles, qué queremos para ellos. Soñar como sueñan los jóvenes, que son “descarados” al soñar, y ahí hallan su camino. No perder la capacidad de soñar, porque soñar es abrir las puertas al futuro. Ser fecundos en el futuro.

lunes, 17 de diciembre de 2018

HOMILIA Cuarto Domingo de ADVIENTO cC (23 de diciembre 2018)

Cuarto Domingo de ADVIENTO cC (23 de diciembre 2018) Primera: Miqueas 5, 1-4; Salmo: 79, 2ac. 3b. 15-16. 18-19; Segunda: Hebreos 10, 5-10; Evangelio: Lucas 1, 39-48 Nexo entre las LECTURAS… Temas… La relación entre el Hijo y el Padre, la relación entre la Madre y el Hijo, la relación de María con santa Isabel, la de Jesús con el Bautista, la de Dios con los hombres y de los hombres con Dios… y la recta relación de los hombres entre sí… el NEXO es mirar, contemplar “la manera virtuosa de relacionarnos” y practicarlo. 1) "El tiempo en que la madre da a luz" (1a lectura). El profeta Miqueas, ocho siglos antes anuncia el nacimiento del Mesías en la pequeña aldea de Belén de Efratá. Será "el jefe de Israel". Cuando "la madre dé a luz" todo cambiará para el pueblo elegido. Esa madre ‘dibujada’ por Miqueas es María de Nazaret, la Virgen. La Madre del que "pastoreará con la fuerza del Señor", aquel cuyo "origen es desde antiguo, del tiempo inmemorial", el Hijo eterno del Padre. Sus dones serán: la "tranquilidad" y la "paz". Este anuncio resuena con dulzura. 2) "Aquí estoy" (2a lectura). ¡Cómo resuenan -sinceras y comprometidas- las palabras de la Carta a los Hebreos! Jesús a punto de entrar en el mundo (Encarnación-Navidad), expresa su ofrenda, en oferta gozosa al Padre. Son palabras garantizadas por el Espíritu Santo y puestas en boca del Hijo eterno, que se desposa con la humanidad para rescatarla y elevarla: "... me has dado un cuerpo... Dios, aquí estoy, yo vengo (…) para hacer tu voluntad”. Palabras casi idénticas que dirá en Getsemaní, poco antes de aceptar la pasión (Lc 22,42). La Navidad ya encierra la Pascua… ¡qué buena, qué gran noticia! 3) El salmo es la oración de Israel ante una gran desgracia. El enemigo ha invadido el territorio nacional y ha destruido la Ciudad y el Templo, y Dios parece mostrarse indiferente y callado ante tamaña desgracia: «Pastor de Israel, ¿hasta cuándo estarás airado?; mira desde el cielo, fíjate y ven a visitar tu viña, suscita, Señor, un nuevo rey que dirija las victorias de tu pueblo, fortalece un hombre haciéndole cabeza de Israel y que tu mano proteja, a éste, tu escogido.» Con este salmo podemos hoy pedir por la Iglesia y sus pastores. También el ‘nuevo Israel’ sucumbe frecuentemente ante el enemigo, y le falta mucho para ser aquella Vid frondosa que atrae las miradas de quienes tienen hambre de Dios y a veces, por esto, deja de evangelizar. ¡Recemos! 4) "María se puso en camino y fue aprisa a la montaña" (evangelio). María es la gran figura del Adviento para la Iglesia. Ella, conocedora de la situación de Isabel, "se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá". Sale de su tranquilidad y presurosa, va a ayudar a su prima. Ejemplo de servicio, pero sobre todo figura de quien se deja conducir por el Espíritu, para llevar a Cristo a los demás. María modelo de evangelización, portadora del gozo de Dios. Dichosa por su fe; modelo privilegiado de las actitudes que pide el Adviento a la Iglesia. Así se está dispuesto y preparado para recibir a Dios en la Navidad. María es la aurora que anuncia la cercanía del nuevo día: Cristo-Jesús. Sugerencias... Saber relacionarse. En la conversación humana es frecuente escuchar: "Hay que saber relacionarse" hablando de tener trato con gente influyente... entonces con ello se quiere decir que es bueno tener muchos ‘contactos’, y sobre todo con gente influyente. La razón es evidente, si uno sabe relacionarse, en términos temporales, tiene la posibilidad de que se le abran puertas en los diversos ámbitos de la vida humana: político, financiero, social, profesional, educativo, religioso... En necesario que en este Adviento nos invitemos, de nuevo, como discípulos-misioneros (clérigos y laicos), a relacionarnos con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, con la santísima Virgen María, nuestra Madre y nuestra Reina, con los santos, que son nuestros hermanos y protectores desde el cielo y con los que nos rodean en la ofrenda-entrega diaria de nuestra vida… esto en es verdad saber relacionarse, no por conseguir cosas temporales SINO para alcanzar la felicidad eterna. Éstas relaciones no te dan, necesariamente, acceso -claro está- a un excelente puesto de trabajo, ni a un negocio redondo… más bien ejercen su acción en el interior, en el corazón, transformándonos, y nos da una nueva visión de las cosas y de la vida, haciendo que nuestra vida sea según Dios y en la relación con los demás y con las cosas… de forma que nuestras decisiones siempre estén inspiradas por el amor y por el servicio (cosas que el Papa pide insistentemente con el ejercicio del discernimiento). Obrar así, también modifica para bien nuestra relación con la propia historia, convirtiéndola, tal vez, de una historia sin sentido en una historia de salvación. ¡Cuántos bienes nos pueden venir –y podemos obtener para los demás–, si sabemos relacionarnos con Dios, con la Virgen, con los santos! Podríamos decir: bienaventurados los que saben relacionarse, porque serán como un árbol que da frutos de bien, de felicidad, de servicio, de salvación. ‘Relacionarse’ por el Reino para gloria de Dios. Los discípulos-misioneros vivimos en el mundo, en el reino de este mundo perteneciendo, en verdad, al Reino de Dios. Y en el reino importa mucho que sean buenas las maneras y modos de relacionarnos… el Papa insiste en aquello de saludarnos, pedir perdón, pedir por favor, dar gracias… No debemos acostumbrarnos al servicio de nuestros intereses egoístas, sino vivir para la edificación del Reino de Dios. Hemos de relacionarnos con todos para que nos ayudemos en favor de los ‘pobres, débiles y sufrientes, los marginales y los de la periferia’ practicando virtuosamente las obras de misericordia, las corporales y las espirituales. Nos encontramos, en Dios y según el evangelio, para crecer en la conciencia de que el Reino de Dios nos pertenece y nos invita a poner todos los medios para hacer más humana la existencia, más digna, más libre, más feliz (Evangelii Gaudium). Hay que llegarse a todos para evangelizarnos y vivir el amor y el servicio en beneficio de los más necesitados. Si todos los cristianos utilizáramos nuestras ‘relaciones’ para ponerlas al servicio del Reino, seguramente que el mundo caminaría más humanamente y por eso más cristianamente (Francisco), y más marcados por nuestra fe en Jesucristo (Aparecida) para que en Él todos nuestros pueblos tengan vida y la tengan en abundancia. Jesucristo entró en contacto con la historia para instaurar el Reino de su Padre. En este Adviento y en la Navidad ¿qué estamos dispuestos a hacer? Nuestra Señora del Adviento, del Amor y del servicio, ¡ruega por nosotros!

Las antífonas de la "O”

Las antífonas de la "O” Las antífonas de la "Oh" son siete, y son un llamamiento al Mesías recordando las ansias con que era esperado por todos los pueblos antes de su venida, como también hoy, le espera la Iglesia en los días que preceden a la gran solemnidad del Nacimiento del Salvador. También se llaman «antífonas mayores» y todas empiezan en latín con la exclamación «O» y en castellano «Oh», seguida de un título mesiánico tomado del A.T., pero entendido con la plenitud del N.T. Cada uno termina con una petición del pueblo de Dios, relevantes para el título por el cual se dirige, y el clamor “Ven…”. En la tradición católica romana, las antífonas de Adviento se cantan o se recitan en las Vísperas desde el 17 de diciembre hasta el 23 de diciembre y en el versículo del Aleluya antes de la proclamación del Evangelio en la Santa Misa de cada uno de esos días. Se desconoce el origen exacto de las antífonas de Adviento. Boecio (480–524/5) hace una breve referencia, sugiriendo que en la Abadía benedictina de san Benito, en Fleury (cerca de Orleans), recitaban estas antífonas el abad y otros superiores de la abadía en rango descendente, y luego se entregaba un obsequio a cada miembro de la comunidad. En el siglo VIII se utilizan en las celebraciones litúrgicas en Roma. Varias de estas antífonas han sido encontradas en algunos breviarios medievales. De este modo, podemos concluir que de alguna manera las antífonas de Adviento han sido parte de la tradición litúrgica desde los primeros tiempos de la Iglesia. Oh Sabiduría, que brotaste de los labios del Altísimo, abarcando del uno al otro confín y ordenándolo todo con firmeza y suavidad, ¡ven y muéstranos el camino de la salvación! * Oh Adonaí, -Pastor- de la casa de Israel, que te apareciste a Moisés en la zarza ardiente y en el Sinaí le diste tu ley, ¡ven a librarnos con el poder de tu brazo! * Oh Raíz del tronco de Jesé, que te alzas como un signo para los pueblos, ante quien los reyes enmudecen y cuyo auxilio imploran las naciones, ¡ven a librarnos, no tardes más! * Oh Llave de David y Cetro de la casa de Israel, que abres y nadie puede cerrar, cierras y nadie puede abrir, ¡ven y libra los cautivos que viven en tinieblas y en sombra de muerte! * Oh Oriente -Sol- que naces de lo alto, Resplandor de la Luz Eterna, Sol de justicia, ¡ven ahora a iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte! * Oh Rey de las naciones y Deseado de los pueblos, Piedra angular de la Iglesia, que haces de dos pueblos uno solo, ¡ven y salva al hombre que formaste del barro de la tierra! * Oh Emmanuel, Rey y Legislador nuestro, esperanza de las naciones y salvador de los pueblos, ¡ven a salvarnos, Señor Dios nuestro! Cada antífona una representa uno de los títulos del Mesías: Si se empieza por el último título y se toma la primera letra de cada una se forman las palabras latinas "ero cras", que significan «Estaré mañana». Es como la respuesta divina a la súplica de la Iglesia en cada una de estas antífonas, y para cuya venida se han preparado los cristianos durante el Adviento, conduciéndoles hacia su alegre fin.

martes, 11 de diciembre de 2018

Homilía del Papa Francisco en Santa Marta Martes 11 de diciembre de 2018

gentileza: Almudi.org Homilía del Papa Francisco en Santa Marta Martes 11 de diciembre de 2018 La Primera Lectura del Libro del profeta Isaías (Is 40,1-11) es una invitación al consuelo: “Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios”, porque “está pagado su crimen”. Se trata, pues, del consuelo de la salvación, de la buena noticia de que hemos sido salvados. Cristo Resucitado, en aquellos cuarenta días, con sus discípulos hace precisamente eso: consolar. Pero nosotros no queremos correr riesgos y ponemos resistencia al consuelo como si estuviésemos más seguros en las aguas turbulentas de los problemas. Apostamos por la desolación, por los problemas, por la derrota, mientras que el Señor trabaja con tanta fuerza pero encuentra resistencia. Hasta se ve con los discípulos la mañana de Pascua: “pues yo quiero tocar y asegurarme bien”. Eso porque se tiene miedo de otra derrota. Estamos apegados a ese pesimismo espiritual. Cuando en las Audiencias los padres me acercan a sus bebés para que los bendiga, algunos niños me ven y gritan, comienzan a llorar, porque, viéndome vestido de blanco, piensan en el médico y en las enfermeras, que le han puesto inyecciones para las vacunas y piensan: “¡No, otra no!”. También nosotros somos un poco así, pero el Señor dice: “Consolad, consolad a mi pueblo”. ¿Y cómo consuela el Señor? Con la ternura. Es un lenguaje que no conocen los profetas de desventuras: la ternura. Es una palabra borrada de todos los vicios que nos alejan del Señor: vicios clericales, vicios de los cristianos que no quieren moverse, tibios… La ternura da miedo. “Mirad, viene con él su salario y su recompensa lo precede”, así acaba el texto de Isaías. “Como un pastor que apacienta el rebaño, reúne con su brazo los corderos y los lleva sobre el pecho; cuida él mismo a las ovejas que crían”. Ese es el modo de consolar del Señor: con la ternura. La ternura consuela. Las madres, cuando el niño llora, lo acaricia y lo tranquilizan con ternura: una palabra que el mundo de hoy, de hecho, borra del diccionario. Ternura. El Señor invita a dejarse consolar por Él y eso ayuda también en la preparación a la Navidad. Y hoy, en la oración colecta hemos pedido la gracia de un sincero gozo, de esa alegría sencilla pero sincera. Es más, yo diría que el estado habitual del cristiano debe ser el consuelo. También en los momentos malos: los mártires entraban en el Coliseo cantando; los mártires de hoy –pienso en los valientes trabajadores coptos en la playa de Libia, degollados– morían diciendo “¡Jesús, Jesús!”: hay un consuelo dentro; una alegría incluso en el momento del martirio. El estado habitual del cristiano debe ser el consuelo, que no es lo mismo que el optimismo, no: el optimismo es otra cosa. Pero el consuelo, esa base positiva… Se habla de personas luminosas, positivas: la positividad, la luminosidad del cristiano es el consuelo. En los momentos en que se sufre, no se siente el consuelo, pero un cristiano no puede perder la paz porque es un don del Señor que la da a todos, hasta en los momentos más malos. Pidamos al Señor en este tiempo de preparación a la Navidad no tener miedo y dejarnos consolar por Él. Que me prepare a la Navidad al menos con la paz: la paz del corazón, la paz de tu presencia, la paz que dan tus caricias. “Pero soy tan pecador…”. –Sí, pero ¿qué nos dice el Evangelio de hoy? (Mt 18,12-14) Que el Señor consuela como el pastor, y si pierde uno de los suyos va a buscarlo, como aquel hombre que tiene cien ovejas y pierde una: va a buscarla. Así hace el Señor con cada uno de nosotros. “No quiero la paz, me resisto a la paz, me resisto al consuelo…”, pero Él está a la puerta. Y llama para que le abramos el corazón y dejarnos consolar y darnos la paz. Y lo hace con suavidad: llama con las caricias.

ALETEIA "Este es el secreto para dormir bien"

GENTILEZA DE ALETEIA Es el consejo que no aparece en las listas y que seguro que te ayuda a reducir el estrés y la preocupación Muchos estudios dicen que entre un 20 y un 40 por ciento de la población adulta no duerme bien. Pongamos que es un tercio. Son millones y millones de personas que no logran conciliar el sueño. Un estudio en Argentina incluso llegó a indicar que el porcentaje era del 80 por ciento. ¡Una calamidad! Hay que poner remedio a la falta de sueño, al estrés, al insomnio. Pero, ¿por dónde comenzar si uno ya lo ha intentado todo? Leo los consejos, trucos y secretos que dan las revistas dedicadas al bienestar. Son 6 ó 10 ideas, todas ellas útiles y sensatas, así que tomo nota: tener un horario de acostarse y levantarse, no al tabaco, que la habitación sea un lugar agradable y ventilado, que el dormitorio sea distinto del lugar de trabajo, que no entre la luz natural ni haya luces artificiales, no a la cafeína, no a los dispositivos móviles, menos alcohol, reducir la siesta, hacer ejercicio… Uno sigue las “instrucciones” pero… algo falla y no consigue conciliar el sueño. Repaso las listas de consejos y veo que olvidan algo muy importante. Tal vez sea el secreto para que nuestro sueño cambie radicalmente y por fin descansemos cada jornada. Les digo el truco: antes de ir a dormir, pidan perdón. Pidan perdón si durante la cena se pelearon con la familia. Si durante el día se han dicho cosas fuertes con un amigo o con el hermano. Si parece que no hay vuelta atrás después de lo que han dicho esta mañana a un compañero de trabajo. Pedir perdón es un sencillo acto y nos descarga de la mochila que llevamos todos. Por ejemplo… Levántate de la cama y llama a la habitación de tus padres para pedir perdón. Dirígete a tu esposa y pídele perdón porque la dejaste con la palabra en la boca cuando discutíais. Llama a tu colega o mándale una grabación de WhatsApp para decirle lo mucho que sientes haber sido prepotente en la reunión de la tarde. Humillarse es hacerse grande. Pedir perdón nos libera. Cuesta pero es sanador. Repara lo que estaba roto. Para una persona de fe, además, pedir perdón es el acto por el que entra de nuevo en la dimensión de Dios. Si te acuerdas de Dios por la noche antes de acostarte, es posible que Él te recuerde con quién deberías hacer las paces. El momento posterior a pedir perdón será la calma.

lunes, 10 de diciembre de 2018

HOMILIA Tercer Domingo de ADVIENTO cC (16 de diciembre 2018)

Tercer Domingo de ADVIENTO cC (16 de diciembre 2018) Primera: Sofonías 3, 14-18a; Salmo: Is 12, 2-3 4abc. 5-6; Segunda: Filipenses 4, 4-7; Evangelio: Lucas 3, 2b-3.10-18 Nexo entre las LECTURAS En la inminencia de la Navidad la liturgia nos invita a la alegría por el grande acontecimiento salvífico que se dispone a celebrar, mientras continúa exhortándonos a la conversión. La alegría es el tema de las dos primeras lecturas. «¡Exulta, hija de Sión! ¡Da voces jubilosas, Israel! ¡Regocíjate con todo el corazón, hija de Jerusalén!» (Sf 3, 14). Y es la alegría que comunica Juan el Bautista al pueblo mediante la predicación de la Buena Nueva del Mesías salvador que instaurará, con su venida, la justicia y la paz entre los hombres (evangelio). La alegría está unida a la conversión… digamos a todos, feliz Domingo… que la alegría del Señor esté en ustedes. Temas... El motivo de tanta alegría no es solamente la restauración de Jerusalén, sino la promesa mesiánica que hace ya gustar al profeta la presencia de Dios entre su pueblo: «Aquel día se dirá… ¡El Señor, tu Dios, está en medio de ti, es un guerrero victorioso!» (ib 16-17). «Aquel día» tan lleno de gozo será el día del nacimiento de Jesús en Belén; pues entonces el Señor se hará presente en el mundo de la manera más concreta, hecho hombre entre los hombres nacido para ser el Salvador poderoso de todos. Si Jerusalén se alboroza con la esperanza de «aquel día», la Iglesia cada año lo conmemora con alegría inmensamente más grande. Allí era sólo promesa y esperanza, aquí es realidad y un hecho ya cumplido. Y sin embargo tampoco esto excluye la esperanza porque el hombre está siempre en camino hacia el Señor, el cual, aunque venido ya en la carne, debe volver glorioso al final de los tiempos. El itinerario de la Iglesia se extiende entre estos dos acontecimientos y del mismo modo que se alegra por el primero, también se alegra por el último y exhorta a sus hijos a que se regocijen con ella: «Alégrense siempre en el Señor. Vuelvo a insistir, alégrense. El Señor está cerca.» (Fp 4, 4-5). Cerca, porque ya ha venido; cerca, porque volverá; cerca, porque a quien le busca con el amor y la entrega de todos los días, cada fiesta de Navidad trae una nueva gracia para descubrir al Señor y unirse a Él de un modo nuevo y más profundo. Como preparación a la venida del Señor, San Pablo nos recomienda, con alegría, la bondad: «Que la bondad de ustedes sea conocida por todos los hombres» (ib 5). Sobre este tema insiste el Evangelio a través de la predicación del Bautista enderezada a preparar las almas a la venida del Mesías. «¿Qué debemos hacer entonces?» (Lc 3, 10), le preguntaban las muchedumbres venidas a oírle. Y él respondía: «El que tiene dos túnicas, dé una al que no la tiene, y el que tiene alimentos, haga lo mismo» (ib 11). La caridad para con el prójimo, unida a la de Dios, es el punto central de la conversión; el hombre egoísta preocupado sólo de sus intereses debe cambiar ruta preocupándose de las necesidades y del bien de los hermanos. También a los publícanos y a los soldados que le preguntaban, Juan propone un programa de justicia y de caridad: no exigir más de lo debido, no cometer atropellos, no explotar al prójimo, contentarse con la propia paga. El Bautista no pedía grandes gestos, sino el amor del prójimo concretizado en la generosidad hacia los menesterosos (los de la periferia) y en la honradez en el cumplimento de la propia profesión. Era como el preludio del mandamiento del amor sobre el cual tanto había de insistir más tarde Jesús. Bastaría orientarse con plenitud en esta dirección para prepararse dignamente a la Navidad. Jesús en su Natividad quiere ser acogido no sólo personalmente, sino también en cada uno de los hombres, sobre todo en los pobres, débiles, sufrientes… en los atribulados, con los cuales gusta identificarse: «Tuve hambre, y me dieron de comer..., estaba desnudo, y me vistieron» (Mt 25, 35-36). En resumen, el evangelio de la alegría se implanta y produce frutos magníficos allí donde se vive el mandamiento del amor, cada uno según su profesión y su condición de vida… para nosotros es dar frutos en la práctica de las obras de misericordia y dar los pasos a la Misericordia: “No juzgar”; “No condenar”; “Perdonar”; “Dar”, Papa Francisco. Sugerencias... Alegrarse ya del futuro. Sofonías anuncia la liberación de Jerusalén y Judá, pero todavía no ha llegado. Con todo, ya el mismo anuncio debe ser causa de alegría. Juan Bautista goza ya por anticipado de la venida del Mesías, aunque todavía no se haya hecho presente. Los cristianos vivimos con alegría este período de Adviento, aun a sabiendas que la ‘Navidad 2018’ no ha llegado todavía. Los cristianos estamos practicando el bien en el presente, pero con la mirada puesta en el futuro, que ha de ser siempre fuente de alegría. El cristiano, hombre de la esperanza, dirá con su vida: "Todo tiempo futuro será mejor" y esto le infunde una grande alegría. Mejor, más alegría por la acción misteriosa y eficaz del Espíritu santo en la historia de los hombres que favorece el verdadero progreso de los pueblos, en la verdad y en la justicia y contribuye de buena manera al reinado de Dios. Y ¿cómo no alegrarnos del futuro?... si estamos convencidos de que está en manos de Dios, incluso en medio de la prueba y de la tribulación. Alegría y paz. Amor, alegría y paz son dones-frutos del Espíritu Santo. En cuanto dones del Espíritu santo sería un error identificar el amor con el sentimiento amoroso o con los amoríos, la alegría con los jolgorios y la paz con la ausencia de guerra, destrucción y muerte. Siendo frutos del Espíritu Santo, la alegría y la paz, únicamente quien las ha recibido por la fe, está en condiciones de experimentarlas, conocerlas, poseerlas, disfrutarlas, transmitirlas... vivamos así el Año 2019 que nos disponemos a vivir de la mano del Señor. La paz que habita en el alma del creyente inspira una alegría interior atrayente, que se manifiesta en la manera de vivir de la persona, y contagia hasta con la sola presencia. Por su parte, la alegría de la que el Espíritu dota, transmite paz y orden en la vida, serenidad y armonía, y sobre todo una especie de imperturbabilidad espiritual, que ayuda a los demás. ¿Por qué no pedir al Espíritu Santo que nos conceda más abundantemente sus dones para prepararnos a la Navidad y para vivir mejor en espera del Cielo? Alegrémonos en el Señor. Vivamos la Paz de Dios. La Navidad está ya a las puertas. Nuestra Señora de la alegría, Reina de la paz, ruega por nosotros.

miércoles, 5 de diciembre de 2018

HOMILIA DEL 04 DE DICIEMBRE DE 2018 DEL PAPA FRANCISCO

Homilía del Papa Francisco en Santa Marta- GENTILEZA DE Almudi.org Martes 4 de diciembre de 2018 Las lecturas de hoy (Is 11,1-10 y Lc 10,21-24) nos animan a preparar la Navidad procurando construir la paz en la propia alma, en la familia y en el mundo. En las palabras de Isaías hay una promesa de cómo serán los tiempos cuando venga el Señor: el Señor hará la paz y todo estará en paz. Isaías lo describe con imágenes un poco bucólicas pero bonitas: “Habitará el lobo con el cordero, el leopardo se tumbará con el cabrito, el ternero y el león pacerán juntos: un muchacho será su pastor”. Esto significa que Jesús trae una paz capaz de transformar la vida y la historia y por eso es llamado Príncipe de la paz, porque viene a ofrecernos esa paz. El tiempo de Adviento es, pues, un tiempo para prepararnos a esa venida del Príncipe de la paz. Un tiempo para pacificarse. Se trata de una pacificación ante todo con nosotros mismos, pacificar el alma. Muchas veces no estamos en paz sino con ansiedad, con angustia, sin esperanza. Y la pregunta que nos dirige el Señor es: “¿Cómo está tu alma hoy? ¿Está en paz?”. Si no lo está, pide al Príncipe de la paz que la pacifique para prepararte al encuentro con Él. Estamos acostumbrados a mirar el alma ajena, pero ¡mira la tuya! Luego, hay que pacificar la casa, la familia. Hay tantas tristezas en las familias, tantas luchas, tantas pequeñas guerras, tanta desunión, y hay que preguntarse si la familia está en paz o en guerra, si uno está contra el otro, si hay puentes o muros que nos separan. El tercer ámbito es pacificar el mundo donde hay más guerra que paz, hay tanta guerra, tanta desunión, tanto odio, tanto abuso. ¡No hay paz! ¿Qué hago yo para ayudar a la paz en el mundo? “Pero el mundo está demasiado alejado, padre”. Ya, pero ¿qué hago yo para ayudar a la paz en el barrio, en el colegio, en el puesto de trabajo? ¿Busco siempre una excusa para entrar en guerra, para odiar, para criticar a los demás? ¡Eso es hacer la guerra! ¿Soy manso? ¿Procuro hacer puentes? ¿No condeno? Preguntemos a los niños: “¿Qué haces en la escuela? Cuando hay un compañero que no te gusta, porque es un poco odioso o un poco débil, ¿tú le acosas o haces las paces? ¿Intentas hacer las paces? ¿Perdonas todo?”. Artesanos de paz. Hace falta este tiempo de Adviento, de preparación a la venida del Señor que es el Príncipe de la paz. La paz siempre avanza, nunca está quieta, es fecunda, comienza por el alma y luego vuelve al alma después de haber hecho todo ese camino de pacificación. Y hacer la paz es como imitar a Dios, cuando quiso hacer las paces con nosotros y nos perdonó, nos envió a su hijo para hacer las paces, para ser el Príncipe de la paz. Alguno puede decir: “Pero, padre, yo no he estudiado cómo se hace la paz, no soy una persona culta, no sé, soy joven, no sé…”. Jesús en el Evangelio nos dice cuál debe ser la actitud: “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeños”. Tú no has estudiado, no eres sabio… ¡Hazte pequeño, hazte humilde, hazte siervo de los demás! Hazte pequeño y el Señor te dará la capacidad de comprender cómo se hace la paz y la fuerza para hacerla. La oración de este tiempo de Adviento debe ser la de pacificar, vivir en paz en nuestra alma, en la familia, en el barrio. Y cada vez que veamos que hay posibilidad de una pequeña guerra en casa o en mi corazón o en la escuela o en el trabajo, pararse, y procurar hacer las paces. Nunca herir al otro. Jamás. “Y padre, ¿cómo puedo comenzar para no herir al otro?” –“No hables mal de los demás, no tires el primer cañonazo”. Si todos hiciésemos solo eso –no criticar a los demás–, la paz iría más adelante. Que el Señor nos prepare el corazón para la Navidad del Príncipe de la paz. Pero que nos prepare haciendo de nuestra parte todo lo que podamos para pacificar: pacificar mi corazón, mi alma, pacificar mi familia, la escuela, el barrio, el puesto de trabajo. Hombres y mujeres de paz.

martes, 4 de diciembre de 2018

HOMILIA Solemnidad de la INMACULADA CONCEPCIÓN (8 de diciembre de 2018)

Primera: Génesis 3, 9-15.20; Salmo: Sal 97, 1. 2-3b. 3c-4; Segunda: Éfeso 1, 3-6. 11-12; Evangelio: Lucas 1, 26-38 Nexo entre las LECTURAS Las palabras del ángel a la Virgen María: «¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo» nos dan el sentido profundo de la solemnidad que hoy celebramos. El ángel se dirige a María como si su nombre fuese precisamente «la llena de gracia» (Evangelio). A lo largo de los siglos la Iglesia ha tomado conciencia de que María –«llena de gracia»– había sido redimida por Dios desde su concepción. Se trata de un singular don concedido a María para que pudiese dar el libre asentimiento de su fe al anuncio de su vocación. Era necesario que ella estuviese totalmente habitada por la gracia de Dios para responder adecuadamente al plan de Dios sobre ella (Prefacio). El Padre eligió a María «antes de la creación del mundo para que fuera santa e inmaculada en su presencia en el amor» (Cfr. Ef 1,4). El así llamado “protoevangelio” del libro del Génesis, por su parte, hace presente la promesa de un redentor: «Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo. Él te aplastará la cabeza y tú le acecharás el talón» (1 Lectura). En la carta a los Efesios (2 Lectura) san Pablo indica cómo el Padre nos ha elegido desde la eternidad en Cristo para ser santos e inmaculados en su presencia en el amor. El primer fruto excelente de este plan salvífico es María, quien, en previsión de los méritos de Cristo, fue preservada de toda mancha de pecado original en el primer instante de su concepción. Temas... 1. La fiesta de la Inmaculada entona perfectamente con el espíritu del Adviento; mientras la Iglesia se prepara a la venida del Redentor, es muy justo acordarse de aquella mujer –«la Purísima»– que fue concebida sin pecado porque debía ser su madre. La misma promesa del Salvador está unida, más aún incluida en la promesa de esta Virgen singular. Después de haber maldecido a la serpiente tentadora, dijo el Señor: «Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo. Él te aplastará la cabeza…» (Gn 3, 15). Con María comienza la lucha entre el linaje de la mujer y el linaje de la serpiente; lucha desde el primer origen de la Virgen, habiendo sido ella concebida sin mancha alguna de pecado y por lo tanto en completa oposición a Satanás. Lucha que se convertirá en hostilidad gigantesca y se resolverá en victoria cuando Jesús el «linaje» de María, vendrá al mundo y con su muerte destruirá el pecado. De esta manera la vocación de María ocupa un primer plano en la historia de la salvación: ella es la madre del Redentor y al mismo tiempo su primera redimida, preservada de toda sombra de culpa en previsión de los merecimientos de Jesús. Sin embargo, el privilegio de la Inmaculada no consiste sólo en la ausencia del pecado original, sino mucho más en la plenitud de su gracia. «La Madre de Jesús, que dio a luz la Vida misma que renueva todas las cosas... fue enriquecida por Dios con dones dignos de tan gran dignidad... enriquecida desde el primer instante de su concepción con esplendores de santidad del todo singular» (LG 56). El saludo de Gabriel: «¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1, 8) constituye el testimonio más válido de la inmaculada concepción de María, ya que no sería en sentido total «llena de gracia» si el pecado la hubiera tocado aunque no fuera más que por un levísimo instante. De esta manera la Virgen comenzó su existencia con una riqueza de gracia mucho más abundante y perfecta que la que los más grandes santos alcanzan al final de su vida. Si consideramos luego su absoluta fidelidad y su total disponibilidad para con Dios, se podrá intuir a cuáles alturas de amar y de comunión con el Altísimo haya llegado, precediendo «con mucho a todas las criaturas celestiales y terrenas» (LG 53). 2. Al texto evangélico que presenta a María como «llena de gracia» corresponde a la carta de San Pablo a los Efesios: «Bendito sea Dios… que nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bienes espirituales en el cielo, y nos ha elegido en él, antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia, por el amor (caridad)» (1, 3-6). La Virgen ocupa el primer puesto en la bendición y en la elección de Dios, ya que es la única criatura santa e inmaculada en sentido pleno y absoluto. En María la bendición divina ha producido el fruto más hermoso y perfecto. Y esto no solo porque fue bendecida y elegida «en Cristo», en previsión de sus méritos, sino también en función de Cristo, para que fuese su madre. Hoy la iglesia invita a sus hijos a alabar a Dios por las maravillas realizadas en esta humilde Virgen: «Canten al Señor un cántico nuevo porque ha obrado maravillas» (Salmo responsorial): la maravilla de haber roto la cadena del pecado de origen que tiene atados a todos los hijos de Adán, aplicando a María, antes que se llevase a efecto históricamente, la obra de salvación que Jesús, naciendo de ella, habría de realizar. La Virgen de Nazaret encabeza así las filas de los redimidos: con ella comienza la historia de la salvación, a la cual ella misma colabora dando al mundo Aquel por quien los hombres serán salvados. Cuantos creen en el Salvador no hacen más que seguir a María, y tras ella y no sin su ‘mediación’ han sido bendecidos y elegidos por Dios «en Cristo para ser santos e inmaculados... en caridad». Este maravilloso plan divino que se cumplió en María con una plenitud singular y privilegiada, debe realizarse también en cada uno de los creyentes según la medida establecida por el Altísimo. Para ello no tiene más que seguir cada uno –en su vida– el modelo de María, imitándola en su fidelidad a la gracia y en su incesante apertura y entrega a Dios. Y así como la plenitud de gracia de María floreció en plenitud de amor a Dios y a los hombres, también en los creyentes la gracia debe madurar en frutos de caridad hacia Dios y hacia los hombres, para gloria del Altísimo y aumento de la Iglesia y salvación de todos, especialmente de los pobres, débiles y sufrientes, los ‘de la periferia’… 3. Es muy justo y conveniente, Dios todopoderoso, que te demos gracias y que con la ayuda de tu poder celebremos la fiesta de la Bienaventurada Virgen María. Pues de su sacrificio floreció la espiga que luego nos alimentó con el Pan de los ángeles. Eva devoró la manzana del pecado, pero María nos restituyó el dulce fruto del Salvador. ¡Cuán diferentes son las empresas de la serpiente y las de la Virgen! De aquélla provino el veneno que nos separó de Dios; en María se iniciaron los misterios de nuestra redención. Por causa de Eva prevaleció la maldad del tentador: en María encontró el Salvador una cooperadora. Eva con el pecado mató a su propia prole; pero ésta resucitó en María por gracia del Creador que sacó a la humana naturaleza de la esclavitud. devolviéndola a la antigua libertad. Cuanto perdimos en nuestro común padre Adán, lo hemos recobrado en Cristo. (Prefacio Ambrosiano. Sugerencias... El cultivo de la vida de gracia. Al contemplar a María Inmaculada apreciamos la belleza sin par de la creatura sin pecado: «Toda hermosa eres María». La Gracia concedida a María inaugura todo el régimen de Gracia que animará a la humanidad hasta el fin de los tiempos. Al contemplar a María experimentamos al mismo tiempo la invitación de Dios para que, aunque heridos por el pecado original, vivamos en gracia, luchemos contra el pecado, contra el demonio y sus acechanzas. Los hombres tenemos necesidad de Dios, tenemos necesidad de vivir en gracia de Dios para ser realmente felices, para poder realizarnos como personas y ser verdaderamente humanos y solo se alcanza si somos cristianos (Papa Francisco). Y la gracia la tenemos en Cristo. En el misterio de la Redención el hombre es «confirmado» y en cierto modo es nuevamente creado. ¡Somos creados de nuevo! ... El hombre que quiere comprenderse hasta el fondo a sí mismo –no solamente según criterios y medidas del propio ser inmediatos, parciales, a veces superficiales e incluso aparentes– debe, con su inquietud, incertidumbre e incluso con su debilidad y pecaminosidad, con su vida y con su muerte, acercarse a Cristo (san Juan Pablo II; Redemptor Hominis 10). Para vivir en gracia es necesario: orar y vigilar. La oración nos da la fuerza que viene de Dios. La vigilancia rechaza los ataques del enemigo. Vigilemos atentamente para rechazar las tentaciones que nos ofrece el mundo: el placer desordenado, el poder y la negación del servicio, la avaricia, el desenfreno sexual, las pasiones, toda clase de ideologías… Por el contrario, formemos una conciencia que busque, en todo, amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo en Dios. Nuestra participación en la obra de la redención. La peregrinación que nos corresponde vivir al inicio de este Año Litúrgico tiene mucho de peregrinación ascendente y de combate apostólico y de conquistas para la casa de Dios que es la Iglesia y el Mundo. Aquella enemistad anunciada en el protoevangelio sigue siendo hoy en día una dramática realidad, se trata de una especie de combate del espíritu, pues las fuerzas del mal se oponen al avance del Reino de Dios. Vemos que, por desgracia, sigue habiendo guerras, muertes, crímenes, olvido de los más pobres, débiles y sufrientes y más todavía puesto que hoy se generar nuevas y más profundas clases de marginalidad y exclusión. Advertimos amenazas, en otro tiempo desconocidas, para el género humano: la manipulación genética, la corrupción del lenguaje, la amenaza de una destrucción total, el eclipse de la razón ante temas fundamentales como son la familia, la defensa de la vida desde su concepción hasta su término natural, el relativismo y el nihilismo que conducen a la pérdida total de los valores (san Pablo VI, Papa). Nuestro peregrinar cristiano por esta tierra, más que el paseo del curioso transeúnte tiene rasgos del hombre que conquista terreno para su ‘bandera’ (cfr.: san José Gabriel Brochero). Nuestro peregrinar es un amor que no puede estar sin obrar por amor de Jesucristo, el Jefe supremo (san Ignacio de Loyola). Es anticipar la llegada del Reino de Dios por la caridad. Es avanzar dejando a las espaldas surcos regados de semilla. No nos cansemos de sembrar el bien en el puesto que la providencia nos ha asignado, no desertemos de nuestro puesto, que las futuras generaciones tienen necesidad de la semilla que hoy esparcimos por los campos de la Iglesia. Santa Teresa de Jesús –que experimentó también la llamada de Dios para tomar parte en el singular combate del bien contra el mal– nos dejó, en una de sus poesías, una valiosa indicación de cómo el amor, cuando es verdadero, no puede estar sin actuar, sin entregarse, sin luchar por el ser querido. María Inmaculada, ruega por nosotros y por el mundo entero.

HOMILIA Segundo Domingo de ADVIENTO cC (09 de diciembre 2018)

Segundo Domingo de ADVIENTO cC (09 de diciembre 2018) Primera: Baruc 5, 1-9; Salmo: Sal 125, 1-2ab. 2cd-3. 4-5. 6; Segunda: Filipenses 1, 4-11; Evangelio: Lucas 3, 1-6 Nexo entre las LECTURAS En este Domingo (segundo de Adviento) el centro -nexo- es en torno a la Palabra que nos convoca a la “conversión”. Misteriosamente la PALABRA vuelve a nacer en Nochebuena y Navidad, y se nos pide que la vayamos interiorizando en nuestra vida. San Lucas nos dice que la Palabra de Dios fue dirigida a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto (evangelio). El profeta Baruc contempla a los hijos de Jerusalén que vivían en el destierro "convocados desde oriente a occidente por la Palabra del Santo y disfrutando del recuerdo de Dios" (primera lectura). San Pablo muestra su alegría a los filipenses por la colaboración que han prestado al Evangelio, desde el primer día hasta hoy, es decir, a la Palabra de Dios convertida en Buena Nueva para los hombres (segunda lectura). Temas... 1. «Quítate tu ropa de duelo y de aflicción, Jerusalén, vístete para siempre con el esplendor de la gloria de Dios, cúbrete con el manto de la justicia de Dios, … . Porque Dios mostrará tu resplandor… porque Dios se acordó de ellos. Ellos salieron de ti a pie, llevados por enemigos, pero Dios te los devuelve… porque Dios conducirá a Israel en la alegría, a la luz de su gloria, acompañándolo con su misericordia y su justicia» (Bar 5, 1-2, 9). Con lenguaje poético el profeta Baruc invita a Jerusalén, desolada y desierta por el destierro de sus hijos, a la alegría porque se acerca el día de la salvación y su pueblo volverá a ella conducido por Dios mismo. Jerusalén es figura de la iglesia. También la iglesia sufre por tantos hijos suyos alejados y dispersos, doloridos y sufrientes y también ella es invitada en el Adviento a renovar la esperanza confiando en el Salvador que en cada Navidad renueva místicamente su venida para conducirla a la salvación con todo su pueblo. El pecado aleja a los hombres de Dios y de la iglesia; el camino del retorno es preparado por Dios mismo con la Encarnación de su Unigénito. Y todo el nuevo pueblo de Dios le sale al encuentro en el Adviento. 2. Los profetas habían hablado de un camino que había que trazar en el desierto para facilitar la vuelta de los desterrados. Pero cuando el Bautista reanuda la predicación de aquéllos y se presenta a las orillas del Jordán como «… voz grita en desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos» (Lc 3, 4), ya no llama a construir sendas materiales, sino a disponer los corazones para recibir al Mesías, que había ya venido y que estaba para empezar su misión. Por eso Juan iba «anunciando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados» (ib 4). Convertirse quiere decir purificarse del pecado, enderezar las torceduras del corazón y de la mente, colmar los derrumbes de la inconstancia y del capricho, derribar las pretensiones del orgullo, vencer las resistencias del egoísmo, destruir las asperezas en las relaciones con el prójimo, en una palabra, hacer de la propia vida un camino “recto” que vaya a Dios sin tortuosidades ni engaños… darse vuelta para Dios y practicar las obras de misericordia. Un programa, éste, que no se agota en solo el Adviento, pero que en cada Adviento debe ser actuado de un modo nuevo y más profundo para disponerse a la venida del Salvador. De esta manera «… todos los hombres verán la Salvación de Dios» (ib 6). 3. La conversión personal lleva consigo también el compromiso de trabajar por el bien de los hermanos y de la comunidad. Esta es la reflexión que brota de la segunda lectura. San Pablo se congratula con los Filipenses por su generosa contribución a la difusión del Evangelio y ruega para que su caridad crezca y se haga más iluminada, haciéndolos «puros e irreprensibles para el día de Cristo y llenos de frutos de justicia» (Fp 1, 10-11). En este pasaje paulino domina una perspectiva escatológica, en sintonía con el espíritu del Adviento, y constituye una nueva llamada a acelerar la conversión propia y de los demás, que deberá llevarse a término para «el día de Cristo Jesús» (ib 6). Pero es necesario recordar que nuestra salvación y la de los demás es obra más de Dios que del hombre. Este debe colaborar con seriedad, pero es Dios quien toma la iniciativa de obra tan grande y quien debe llevarla a cabo (ib). Sólo con la ayuda de la gracia puede el hombre aparecer «lleno de frutos de justicia» en el último día, porque la justicia, o sea, la santidad se consigue «solo por Jesucristo» (ib 11), abriéndose con humildad y confianza a su acción salvadora. Sugerencias... Con san Pablo, la Iglesia nos presenta un buen programa: llevar adelante la obra iniciada, seguir creciendo más y más en sensibilidad cristiana, apreciando los valores verdaderos, para que el día del Señor (¿la Navidad?, ¿el momento de nuestra muerte?, ¿el final de la historia?, ¿cada día porque siempre podemos encontrarnos con Dios?) nos encuentre limpios, irreprochables, cargados de frutos de misericordia, de justicia, de caridad. El Adviento y la Navidad no nos pueden dejar igual. Algo tiene que cambiar en nuestra vida personal y comunitaria. En ‘algo’ se tiene que notar que estamos madurando y creciendo en esos valores cristianos, en la práctica de las virtudes, en la obediencia a los mandamientos. Esto no es exclusivo de este tiempo sino que es el llamado de siempre del Señor en la Eucaristía, que con su doble mesa -de la Palabra y el Cuerpo y Sangre del Señor-, nos quiere ayudar a conseguir, ser santos como el Señor es santo. María, nuestra Señora del Adviento, ruega por nosotros.

Homilía del Papa Francisco en Santa Marta Lunes 3 de diciembre de 2018

Homilía del Papa Francisco en Santa Marta Lunes 3 de diciembre de 2018 El Adviento, que comenzó ayer, es un tiempo tridimensional, por así decir, un tiempo para purificar el espíritu, para hacer crecer la fe con esa purificación. Estamos tan acostumbrados a la fe que a veces olvidamos su vivacidad y, muchas veces, quizá el Señor, al ver alguna de nuestras comunidades, podría decir, como en el Evangelio de hoy (Mt 8,5-11): “yo os digo que en esta parroquia, en este barrio, en esta diócesis, no sé, no he encontrado a nadie con una fe tan grande”. Son palabras que a veces el Señor puede decirnos, no porque seamos malos, sino porque estamos acostumbrados y con la rutina perdemos la fuerza de la fe, la novedad de la fe que siempre se renueva. El Adviento es precisamente para renovar la fe, para purificar la fe y que sea más libre, más auténtica. He dicho que es tridimensional porque el Adviento es un tiempo de memoria, purificar la memoria. Se trata de purificar la memoria del pasado, la memoria de lo que pasó el día de Navidad: ¿qué significa encontrarnos con Jesús recién nacido? Una pregunta para hacerse a uno mismo, porque la vida nos lleva a considerar la Navidad como una fiesta: nos encontramos en familia, vamos a misa, pero, ¿te acuerdas bien de qué pasó aquel día? ¿Tu memoria está clara? El Adviento purifica la memoria del pasado, de lo que pasó aquel día: nació el Señor, nació el Redentor que vino a salvarnos. Sí, hay fiesta, pero siempre tenemos el peligro o la tentación de mundanizar la Navidad. Y eso pasa cuando la fiesta ya no es contemplación, una bonita fiesta de familia con Jesús en el centro, sino que empieza a ser una fiesta mundana: compras, regalos, esto y lo otro, y el Señor se queda allá solo, olvidado. Todo eso pasa también en nuestra vida: sí, nació en Belén, pero nos arriesgamos a perder la memoria. Y el Adviento es el tiempo propicio para purificar la memoria de aquel tiempo pasado, de aquella dimensión. El Adviento tiene también otra dimensión: purificar la espera, purificar la esperanza, porque aquel Señor que vino, volverá. Y volverá a preguntarnos: ¿cómo ha ido tu vida? Será un encuentro personal: ese encuentro personal con el Señor, hoy, lo tendremos en la Eucaristía, pero no podemos tener un encuentro así, personal, con la Navidad de hace dos mil años, aunque sí tenemos la memoria de aquel momento. Pero, cuando Él vuelva tendremos un encuentro personal. Eso es purificar la esperanza: ¿adónde vamos, adónde nos lleva el camino? Pues, no sé, ¿has oído que ha muerto? ¡Pobrecillo! Recemos por él. Ha muerto, sí, pero mañana moriré yo, y encontraré al Señor, en ese encuentro personal, y también volverá el Señor después, para hacer cuentas con el mundo. Así pues purificar la memoria de lo que pasó en Belén, purificar la esperanza, purificar el fin. Porque no somos animales que mueren; cada uno encontrará cara a cara el Señor: cara a cara. Y es oportuno preguntarse: ¿Tú lo piensas? ¿Qué dirás? El Adviento sirve para pensar en ese momento, en el encuentro definitivo con el Señor. Esta es la segunda dimensión. La tercera dimensión es más diaria: purificar la vigilancia. Además, vigilancia y oración son dos palabras para el Adviento, porque el Señor vino en la historia en Belén, y vendrá, al final del mundo y también al final de la vida de cada uno. Pero el Señor viene cada día, cada momento, a nuestro corazón, con la inspiración del Espíritu Santo. Y así es bueno preguntarse: ¿Yo escucho, sé lo que pasa en mi corazón cada día? ¿O soy una persona que busca novedades, con la expectativa de los atenienses que iban a la plaza cuando llegó Pablo: ¿qué novedades hay hoy? Es vivir siempre de las novedades, no de la novedad. Purificar esa espera es transformar las novedades en sorpresa, nuestro Dios es el Dios de las sorpresas: nos sorprende siempre. ¿Has terminado la jornada de hoy? —Sí, estoy cansado, he trabajado mucho y he tenido este problema y ahora veo un poco la tele y luego me acuesto. —Y tú, ¿no sabes qué ha pasado en tu corazón hoy? Que el Señor nos purifique en esta tercera dimensión de cada día: ¿qué sucede en mi corazón? ¿Ha venido el Señor? ¿Me ha dado alguna inspiración? ¿Me ha reprochado algo? En el fondo, se trata de cuidar nuestra casa interior; y el Adviento es también un poco para eso. De aquí la importancia de vivir en plenitud las tres dimensiones del Adviento. Purificar la memoria para recordar que no nació un árbol de Navidad, no: ¡nació Jesucristo! El árbol es una bonita señal, pero nació Jesucristo, es un misterio. Purificar el futuro: un día me encontraré cara a cara con Jesucristo: ¿qué le diré? ¿Le hablaré mal de los demás? Y la tercera dimensión: hoy. ¿Qué pasa hoy en mi corazón cuando el Señor viene y llama a la puerta? Es el encuentro de todos los días con el Señor. Pidamos que el Señor nos dé esta gracia de la purificación del pasado, del futuro y del presente para encontrar siempre la memoria, la esperanza y el encuentro diario con Jesucristo.

lunes, 3 de diciembre de 2018

HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

  VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024) Primera : Isaías 52,13 – 53,12;  Salmo : Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25;  Segunda :...