lunes, 31 de octubre de 2022

HOMILIA TODOS LOS SANTOS, solemnidad. Martes (01 de noviembre de 2022)

GENTILEZA FOTO ACIPRENSA

 TODOS LOS SANTOS, solemnidad. Martes (01 de noviembre de 2022)

Primera: Apocalipsis 7, 2-4.9-14; Salmo: Sal 23, 1-6; Segunda: 1Juan 3, 1-3; Evangelio: Mateo 5, 1-12a

Nexo entre las LECTURAS…

La antífona de entrada es quien nos sugiere el nexo y el tema y las sugerencias: «Alegrémonos todos en el Señor al celebrar este día de fiesta en honor de todos los Santos. Los ángeles se alegran de esta solemnidad y alaban a una al Hijo de Dios» (Entrada).

Temas… Sugerencias…

Con la ayuda de meditaciones del Papa Francisco.

En esta celebración nos recogemos y pensamos en nuestro futuro, pensamos en todos aquellos que se han ido, que nos han precedido en la vida y están en el Señor.

Es muy bella la visión del Cielo que hemos escuchado en la primera lectura: el Señor Dios, la belleza, la bondad, la verdad, la ternura, el amor pleno. Nos espera todo esto. Quienes nos precedieron y están muertos en el Señor están allí. Ellos proclaman que fueron salvados no por sus obras también hicieron obras buenas— sino que fueron salvados por el Señor: «La victoria es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero» (Ap 7, 10). Es Él quien nos salva, es Él quien al final de nuestra vida nos lleva de la mano como un papá, precisamente a ese Cielo donde están nuestros antepasados, los que nos precedieron en el regreso a CASA. Uno de los ancianos hace una pregunta: «Estos que están vestidos con vestiduras blancas, ¿quiénes son y de dónde han venido?» (v. 13). ¿Quiénes son estos justos, estos santos que están en el Cielo? La respuesta: «Estos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero» (v. 14).

En el Cielo (en CASA) podemos entrar sólo gracias a la sangre del Cordero, gracias a la sangre de Cristo. Es precisamente la sangre de Cristo la que nos justificó, nos abrió las puertas del Cielo. Y si hoy recordamos a estos hermanos y hermanas nuestros que nos precedieron en la vida y están en el Cielo, es porque ellos fueron lavados por la sangre de Cristo. Esta es nuestra esperanza: la esperanza de la sangre de Cristo. Una esperanza que no defrauda. Si caminamos en la vida con el Señor, Él no decepciona jamás.

Hemos escuchado en la segunda Lectura lo que el apóstol Juan decía a sus discípulos: «Miren qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce... Somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando Él se manifieste, seremos semejantes a Él, porque lo veremos tal cual es» (1 Jn 3, 1-2). Ver a Dios, ser semejantes a Dios: ésta es nuestra esperanza. Y hoy, precisamente en el día de los santos —y antes del día de los muertos—, es necesario pensar un poco en la esperanza: esta esperanza que nos acompaña en la vida. Los primeros cristianos pintaban la esperanza con un ancla, como si la vida fuese el ancla lanzada a la orilla del Cielo y todos nosotros en camino hacia esa orilla, agarrados a la cuerda del ancla. Es una hermosa imagen de la esperanza: tener el corazón anclado allí donde están nuestros antepasados, donde están los santos, donde está Jesús, donde está Dios. Esta es la esperanza que no decepciona; hoy —y mañana— son días de esperanza.

La esperanza es un poco como la levadura, que ensancha el alma; hay momentos difíciles en la vida, pero con la esperanza el alma sigue adelante y mira a lo que nos espera. Hoy es un día de esperanza. Nuestros hermanos y hermanas están en la presencia de Dios y también nosotros estaremos allí, por pura gracia del Señor, si caminamos por la senda de Jesús. Concluye el apóstol Juan: «Todo el que tiene esta esperanza en Él se purifica a sí mismo» (v.3). También la esperanza nos purifica, nos aligera; esta purificación en la esperanza en Jesucristo nos hace ir de prisa, con prontitud. En este preatarceder de hoy, cada uno de nosotros puede pensar en el ocaso de su vida: «¿Cómo será mi ocaso?». Todos nosotros tendremos un ocaso, todos. ¿Lo miro con esperanza? ¿Lo miro con la alegría de ser acogido por el Señor? Esto es un pensamiento cristiano, que nos da paz.

Hoy es un día de alegría, pero de una alegría serena, tranquila, de la alegría de la paz. Pensemos en el ocaso de tantos hermanos y hermanas que nos precedieron, pensemos en nuestro ocaso, cuando llegará. Y pensemos en nuestro corazón y preguntémonos: «¿Dónde está anclado mi corazón?». Si no estuviese bien anclado, anclémoslo allá, en esa orilla, sabiendo que la esperanza no defrauda porque el Señor Jesús no decepciona.

Todos los santos, rueguen por nosotros.

¡Feliz día!

HOMILIA Domingo Trigésimo segundo del TIEMPO ORDINARIO cC (06 de noviembre de 2022).

 Domingo Trigésimo segundo del TIEMPO ORDINARIO cC (06 de noviembre de 2022).

Primera: 2Macabeos 6,1; 7, 1-2. 9-14; Salmo: Sal 16, 1. 5-6. 8b y 15; Segunda: 2Tesalónica 2, 16 – 3, 5; Evangelio: Lucas 20, 27-38

Nexo entre las LECTURAS…

¿Cuál y cómo es el destino último del hombre? A esta inquietante pregunta trata de ‘responder’ la Liturgia de este Domingo. Jesús nos enseña que el destino es la vida, y que esa vida en el ‘más allá’ no se iguala a la vida terrena (Evangelio). El martirio de la madre y de sus siete hijos en tiempo de los Macabeos ofrece al autor sagrado la ocasión para proclamar vigorosamente la fe en la resurrección para la vida (Primera lectura). Pablo pide oraciones a los tesalonicenses para que "la palabra del Señor siga propagándose y adquiriendo gloria" (Segunda lectura), una palabra que incluye la vocación final de los hombres ante el Juez supremo, que es Dios.

Temas...

Misterio y realidad. Conviene afirmar siempre que el destino final del hombre no es claro como un teorema matemático ni cognoscible como la composición química del agua. Jesús, en su razonamiento con los saduceos (=saduceos, conocidos como zadokitas, eran los descendientes del sumo sacerdote Sadoq, de la época de Salomón.   Caifás era un saduceo. Se consideraban justos y rectos. Era un grupo belicoso, de gente rica y poderosa, se les conocía como groseros en sus interacciones sociales. En la época de Jesús habían perdido su influencia religiosa, que había pasado a manos de los fariseos. Sostenían que Dios premiaba a los buenos en esta vida, por lo que ellos –siendo ricos– eran los buenos. No había otra vida), sostiene que es un misterio y por eso no acude al raciocinio, sino a la revelación. "El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob es un Dios de vivos, no de muertos". La historia de la salvación nos ayuda a comprender que, siendo misterio, no ha sido objeto de un conocimiento natural o de una revelación inmediata. Más bien, ha habido un proceso largo y pedagógico de revelación desde el Antiguo Testamento hasta el Nuevo. Los saduceos exageran tanto el carácter misterioso de la resurrección, que simplemente la niegan. Es tal vez una solución fácil, pero impropia del hombre que es un eterno buscador de la verdad (fiestas del 1 y 2 de noviembre). Procurar entrar en el misterio, sin destruirlo, ahí está la grandeza del ser humano sobre la tierra y a esto nos ayuda la Misa de este Domingo. La resurrección es cierta, es realidad. Una realidad que no es perceptible con los ojos de la carne, sino únicamente con los ojos de la fe. Ya Horacio había llegado a formular, con su sola razón, la creencia en la inmortalidad: ‘no he de morir totalmente’. Los cristianos podemos formular nuestra fe en la resurrección: ‘viviré todo entero’, en cuerpo y alma, en toda mi realidad completa (Job 19, 26-27). Evidentemente no se tiene que resaltar tanto la resurrección corporal que llegue a imaginarse la vida terrena en su grado máximo de perfección. "No pueden ya morir, porque son como ángeles" (Evangelio). El hombre será transformado y, sin dejar de ser hombre, experimentará y vivirá su humanidad de un modo adecuado a un mundo espiritual y eterno. El destino del hombre es la vida bienaventurada.

Martirio y vida. La madre y los siete hijos de los que nos habla la primera lectura han sido para los judíos y para los cristianos un ejemplo permanente de fortaleza espiritual y de fe en la resurrección. "El Rey del mundo, a nosotros que morimos por sus leyes, nos resucitará a una vida eterna", así formula su fe el segundo de los hermanos. El martirio de tantos cientos de miles de cristianos a lo largo de los siglos es signo de credibilidad de la resurrección de los muertos, como decía san José Sánchez del Río, mártir cristero de 14 años: “Mamá, nunca como ahora es tan fácil ganarnos el cielo”. Un martirio que radica en el gran Martirio de Jesucristo en la cruz para redimirnos del pecado y alcanzarnos la vida eterna. La "corta pena" del sufrimiento se trueca en "vida perenne" y sin fin (Primera lectura). Junto al martirio de sangre está el martirio de la vida, el testimonio diario de la fe que da sustancia y peso a la última verdad del Credo: "Creo en la resurrección de los muertos y en la vida futura". Porque en verdad mártir es quien prefiere al Dios de la vida sobre el amor de la vida, quien está dispuesto a cerrar la puerta de la vida por fidelidad a Dios y a abrir la puerta del Paraíso para estar siempre con el Señor. Ésta es la Palabra del Señor que debemos anunciar y que hemos de propagar por todas partes. En un mundo no poco secularizado y bastante miope para las cosas de la fe, es muy necesario que los cristianos sellemos nuestra fidelidad a la vida, en esta tierra en que estamos y en la eternidad, con una vida de fidelidad. Así es el testimonio de san José Gabriel del Rosario: “Pero es un grandísimo favor el que me ha hecho Dios Nuestro Señor en desocuparme por completo de la vida activa y dejarme con la vida pasiva, quiero decir que Dios me da la ocupación de buscar mi último fin y de orar por los hombres pasados, por los presentes y por los que han de venir hasta el fin del mundo.” Busquemos con verdad y caridad nuestro último fin.

Sugerencias...

Continuidad, no igualdad. Nuestra fe nos dice que el ser humano resucitará. Hay, por tanto, una continuidad innegable entre el hombre histórico, que muere y vuelve al polvo, y el hombre resucitado. No resucitará una idea humana, sino el hombre (el varón y la mujer) que ha pisado esta tierra, que ha amado, que ha hecho el bien, que ha procreado y educado a sus hijos, que ha trabajado para poder vivir, que ha muerto besando un crucifijo o rezando el rosario. Si alguien pusiese en duda o negase esta continuidad, ¿en qué consistiría entonces la resurrección de los muertos? ¿No sería tal expresión un simple sonido sin sentido? Al mismo tiempo nuestra fe nos dice que la continuidad no equivale a igualdad. Nuestro polvo revivirá, pero distinto. Seremos íntegramente hombres, pero nuestra vida no estará ya sometida a la condición histórica. En la eternidad ni se trabaja, ni se come, ni se procrea ni se muere. "Serán como los ángeles" (Evangelio). Resucitaremos idénticos, pero diversos en razón de la misma diversidad del mundo en el que se entra y en el que se vivirá para siempre. El hombre entero vivirá en la condición de los ángeles, porque su misma dimensión corpórea quedará creada y transformada por la acción del Espíritu de Dios. Todo esto es importante para la catequesis, la predicación, y el acompañamiento espiritual. No está mal que a los niños se les hable del cielo en lenguaje imaginativo y sensorial. Creo que hay que ir elevándolos gradualmente de una concepción sensorial a una concepción cada vez más espiritual de la vida eterna. Efectivamente, querer plantar la tierra en el cielo ha sido siempre una gran tentación del hombre. No hacer una buena catequesis desde temprana edad es una, entre otras causas, por las cuales está en crisis la fe en la resurrección de los muertos y en la vida futura, la vida bienaventurada.

Un mensaje de esperanza. Si razonamos con fe, no cabe duda de que la resurrección de los muertos es un mensaje de esperanza. Para el creyente, el tesoro más precioso no es la vida que se tiene, sino la que se espera. La vida actual es preciosísima. ¿Cómo no va a serlo, si en ella el hombre se juega toda la eternidad? La esperanza cristiana no nos hace vivir ajenos a la realidad del mundo ni de la historia, sino enteramente entregados a hacer historia: historia de salvación. Construir la historia no es tarea de los no creyentes, es todavía con mayor razón tarea de quien cree en el Señor de la historia y en la marcha de la historia a su desembocadura final. Sí, como cristiano, espero que Dios abrirá las puertas de la eternidad a mi mente, a mi corazón, a mi cuerpo, a mi vida. Porque la esperanza cristiana en la resurrección es mensaje de vida en plenitud, de presencia viva ante el mismo Dios vivo. Es vivir sin reloj ni cronología, estando siempre con el Señor, como sumergidos en el océano mismo de la Vida. El mensaje cristiano es un mensaje de esperanza, porque anuncia el triunfo de la vida sobre el tiempo y sobre el mal, el triunfo de Dios sobre todos sus enemigos, el último del cual es la muerte... esto en un camino de amor, de servicio expresado por el Papa san Pablo VI, como ‘Civilización del Amor’: “¡lo sabemos el camino es el amor!”.  Este mensaje no se lo ha inventado la Iglesia, proviene del Dios "que nos ha dado gratuitamente una consolación eterna y una esperanza dichosa" (Segunda lectura). ¡Vale la pena testimoniar con palabras y obras este mensaje de esperanza!

 

lunes, 24 de octubre de 2022

HOMILIA Domingo Trigésimo primero del TIEMPO ORDINARIO cC (30 de octubre de 2022).

 

FOTO GENTILEZA SILENCIO Y VIDA

Domingo Trigésimo primero del TIEMPO ORDINARIO cC (30 de octubre de 2022).

Primera: Sabiduría 11, 22 – 12,2; Salmo: Sal 144, 1-2. 8-11. 13c-14; Segunda: 2 Tesalónica 1, 11 – 2, 2; Evangelio: Lucas 19, 1-10

Nexo entre las LECTURAS…

La Liturgia presenta el amor de Dios como el motivo más profundo e invencible, de la confianza y de la esperanza cristianas. Primero, el amor de Dios a todas las criaturas, porque todas tienen en el amor de Dios su razón de ser (Primera lectura). Y después, el amor de Dios por todos los hombres, sin distinción alguna, porque todos son sus hijos (Evangelio). Finalmente, se habla del amor de Dios hacia los discípulos-misioneros (Aparecida), "para que el nombre de Jesús sea glorificado en ustedes, y ustedes en Él, según la gracia de nuestro Dios y del Señor Jesucristo" (Segunda lectura).

Temas...

«A todos perdonas, porque son tuyos». La maravillosa afirmación de la primera lectura es que Dios ama todo lo que ha creado, pues si no, no lo habría creado. Muchos hombres, incluso muchos cristianos, no quieren creer esto debido a los males innumerables que existen en el mundo. Pero la prueba que el libro de la Sabiduría aporta, para sostener su afirmación, es tan simple y clara que no se la puede rechazar sin negar a Dios o, al menos, de acusarlo de contradicción interna. «Amas a todos los seres y no odias nada de lo que has hecho; si hubieras odiado alguna cosa, no la habrías creado». Ciertamente existe el pecado, que debe ser necesariamente amonestado… pero, como el pecador también pertenece a Dios, no es ‘castigado’ según la pura justicia, sino que es «perdonado» y amonestado de manera que puede reconocer, en ello, al mismo tiempo una exhortación a la conversión. La admirable sabiduría de este libro del Antiguo Testamento se encuentra en la declaración de que Dios ama a todos los seres y por eso sólo amonesta a los pecadores por amor y para propiciar su conversión al amor.

«No pierdan fácilmente la cabeza». Parece como si la segunda lectura quisiera recordar la enseñanza de la primera. Dios, que «corrige, poco a poco a los pecadores», nos da tiempo para cumplir todos «los buenos deseos y la tarea de la fe». Por eso no hay que «alarmarse» por el anuncio del fin inminente del mundo, aunque esto se asegure mediante «supuestas» revelaciones o profecías, sino que hay que proseguir con tranquilidad y sin pánico alguno la tarea cristiana, el discipulado misionero. El Señor no es solamente el que viene hacia nosotros desde el futuro como una amenaza, sino que es el que vino (el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros) y el que nos acompaña constantemente en nuestro camino hacia el Cielo, nos ilumina con su presencia (como a los discípulos de Emaús) y nos libra de todo miedo que pudiera haber en nosotros.

«Zaqueo, baja en seguida». El Evangelio nos presenta una escena del todo singular: un hombre rico que se sube a un sicomoro para ver a Jesús. Zaqueo es considerado como un gran pecador, pues no en vano es «jefe de publicanos»; pero es precisamente en su casa donde Jesús quiere hospedarse. Y Jesús sabe que allí donde va, lleva consigo su gracia: «Hoy ha sido la salvación de esta casa». Y esto «porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido». Jesús quiere entrar en casa de Zaqueo porque allí hay algo que salvar. Es decir, no porque allí se practiquen las buenas obras y haya que recompensarlas, sino porque «también este hombre es un hijo de Abrahán» que no está excluido de la fidelidad y del amor de Dios. Por eso resulta inútil tratar de esclarecer si, cuando Zaqueo asegura que «da la mitad de sus bienes a los pobres», se está refiriendo a algo anterior o es una consecuencia de la gracia que le ha sido manifestada ahora. El evangelista no está interesado en eso, sino únicamente en la salvación que Jesús trae a esta casa. Es bueno saber que Jesús entra también en las casas de los ‘ricos’ cuando debe llevarles la salvación cristiana. Hay pobres que son ricos en el espíritu (de codicia) y hay ricos que son pobres en el espíritu (y que «ayudan con sus bienes»: Lc 8,3). Que el testimonio de vida pobre y entregada de los santos, por ejemplo de san José Gabriel, de Artémides Zatti, Angelelli, nos estimule a vivir mejor nuestra respuesta de hijos de Dios y hermanos de todos.

Sugerencias...

Rezar el proceso del encuentro entre Zaqueo y Jesús y aplicarlo a nosotros: Jesús pasa (¡Jesús siempre pasa!). Zaqueo tiene interés (no sólo pura curiosidad) en verlo. Jesús toma la iniciativa del encuentro, y una iniciativa tan fuerte como es entrar en casa de un publicano (un pecador público, un colaboracionista, un extorsionador). Y Zaqueo responde generosamente a la iniciativa de Jesús. RezamosPrimero, preguntarnos qué interés tenemos nosotros, cristianos de toda la vida, en ver "pasar" a Jesús, en escucharlo, en sentir que continúa siendo una "novedad" para nosotros, en notar que continúa teniendo muchas cosas que decir a nuestra vida. Segundo, darnos cuenta que la iniciativa de venir a nuestra casa es suya, siempre es suya, y gratuita; ante esta iniciativa, Zaqueo se siente infinitamente sorprendido y agradecido, a veces nosotros lo tenemos como la cosa más normal del mundo (comulgar, ir a Misa, visitar el Templo, leer la Biblia) y, a veces no tan normal encontrarlo en la práctica de las obras de misericordia, y allí también nos visita. ¿Queremos esta constante iniciativa salvadora de Jesús que quiere renovarnos como renovó a Zaqueo? Y tercero, nuestra respuesta ¿es generosa?

¿Es nuestra respuesta generosa? El Domingo pasado, con el publicano expresamos la confesión de nuestros pecados y de nuestra debilidad… hoy nos pide el Señor un paso más… “la conversión”. La conversión de Zaqueo puede ser rezada en dos partes: primero, “caridad”, independientemente de la legalidad de las ganancias, da la mitad a los pobres (toda acumulación de riqueza, mientras haya pobres, es inmoral, por más que sea legal); después, “justicia”, se dispone a restituir con creces todas las estafas cometidas.

La Iglesia, casa y escuela de Comunión. Llamado a la sinoladidad. El evangelio de Zaqueo es un texto típico de las Misas de dedicación de una Iglesia. Y sin que tengamos que explicar necesariamente esa ‘peculiaridad’ litúrgica a la asamblea, sí que se puede plantear el valor que tienen las Iglesias, las "casas de la Iglesia". Son nuestra casa comunitaria, y Jesús entra y permanece en ella. Sería bueno preguntarnos si valoramos el tiempo de oración personal ante el Santísimo, o todo tiempo de plegaria privada… y, sobre todo, si valoras el momento en el que la Iglesia realiza más su misterio: la celebración de la Eucaristía… preguntarnos si la vivimos como una presencia de Jesús en medio de nosotros, a través de la Palabra, del Pan y el Vino consagrados… ¿valoramos la posibilidad de silencio interior vivido en comunidad?, ¿valoramos el momento de los cantos...? ¿Preguntarnos si respondemos a la visita que Jesús nos hace en la Eucaristía como Zaqueo respondió: con ansias de vivir más auténticamente el camino del Evangelio…? ¿es nuestra comunidad, casa y escuela de Comunión y es vivida así frente a todos en el barrio o pueblo? ¿nos damos cuenta que queremos ser una iglesia sinodal (en sínodo)?

 

lunes, 17 de octubre de 2022

HOMILIA Domingo Trigésimo del TIEMPO ORDINARIO cC (23 de octubre de 2022).


 Domingo Trigésimo del TIEMPO ORDINARIO cC (23 de octubre de 2022).

Primera: Eclesiástico 35, 12-14. 16-18; Salmo: Sal 33, 2-3. 17-19. 23; Segunda: 2Timoteo 4, 6-8. 16-18; Evangelio: Lucas 18, 9-14

Nexo entre las LECTURAS…

Para darnos a conocer cuál ha de ser la actitud que debemos de tener para con Dios y los hombres, la Liturgia de este Domingo presenta la "justicia y oración", que se unen muy bien en las lecturas de hoy y unifican la enseñanza del Señor en su palabra de amor (de misericordia) y salvación. Estamos llamados a ser orantes y justos.  En la parábola, del Evangelio, tanto el fariseo como el publicano oran en el templo, y Dios muestra su justicia (amor) y sólo el último es justificado. El autor de la primera lectura, aplica la justicia divina a la oración y enseña que Dios, justo juez, no tiene acepción de personas y por eso escucha la oración del oprimido... así lo rezamos (también) con el salmista: “Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha”. Finalmente, san Pablo confía en Timoteo manifestándole sus sentimientos y deseos más íntimos: "Me aguarda la corona de la justicia que aquel Día me entregará el Señor, el justo juez" (Segunda lectura).

Temas...

Actitudes del ORANTE ante Dios. La oración, que es un “estar y conversar” entre personas que se aman. Hace bien tanto al que ora como a Dios que es quien recibe la plegaria. Fijemos la atención en el ORANTE que está ante Dios. ¿Cuáles son las actitudes orantes que en la liturgia nos muestra Dios (hoy)?

En primer lugar, una observación de traducción. Tanto el fariseo como el publicano oran de pie, aunque la traducción litúrgica no lo diga del publicano. Era ésta la postura que adoptaban los judíos para dirigirse a Dios. No es, pues, la postura lo que hace cuestionable la actitud del fariseo. El adjetivo "erguido" de la traducción litúrgica no parece exacto. Por lo que respecta ya al texto, su sentido es muy claro desde que el propio autor ha explicitado la finalidad de la parábola. Se trata de una parábola crítica, dirigida a los que son buenos y ‘se lo creen’, de manera peyorativa. Se mueve dentro del terreno de la oración, cuya necesidad veíamos el Domingo pasado, de manera particular con el ejemplo de la Viuda que recurre al Juez de manera insistente. De nuevo un fariseo y un publicano, es decir, un bueno y un malo en la apreciación social. De nuevo un cambio de papeles en la apreciación divina. "Hay últimos que son primeros y primeros que son últimos". Otra cosa sorprendente en la historia que Jesús cuenta es que tanto el fariseo como el publicano se sirven de los salmos a la hora de hacer su oración. Este hecho hace más profunda y compleja la enseñanza misericordiosa de la misericordia del Señor.

Seguimos... desde hace varios Domingos nos las tenemos que ver con textos ‘exclusivos de Lucas’, es decir, que no existen en los otros evangelistas. Y un denominador común a muchos de ellos es la actuación positiva de personas social y religiosamente descalificadas (ambos aspectos estaban estrechamente relacionados). Son los marginados, los etiquetados, los excluidos, los de la periferia, diría el Santo Padre. ¡Qué actualidad tiene esta enseñanza! y corremos el riesgo de echar por tierra el alcance de este hecho cuando consideramos a fariseos y publicanos como personas de un pasado judío. Perdemos fácilmente de vista que Lucas no escribía sólo mirando hacia atrás sino también hacia adelante. Fariseo y publicano son también personajes, encarnan tipos de religiosidad continuamente reeditables. El fariseo encarna al personaje consciente de su buen comportamiento, que compara y enjuicia en base precisamente a su cumplimiento. No es tanto un personaje orgulloso cuanto un personaje “que reza y se comporta desde sus derechos”. Exige porque cumple. Los mismos salmos, formas tradicionales de oración, parecen darle la razón: se sirve de ellos para dirigirse a Dios.

Verdad y humildad… Nada de lo que le dice a Dios es mentira. El fariseo, en definitiva, es el personaje de los derechos, de la necesidad, de la rigidez y “cortedad de mente”. El fariseo parece que quiere que Dios sea fariseo no Dios. El publicano encarna al personaje consciente de su situación que incluye su mal comportamiento. Por ello mismo ni compara ni enjuicia, sencillamente se muestra y pide perdón, sirviéndose también de los salmos. El publicano es el personaje de la súplica arrepentida, de la entrega y la espontaneidad, de la fluidez de corazón, como dice el Papa de los santos de la puerta de al lado. El publicano quiere que Dios sea Dios y se alegra vivamente de eso y confía en Él. No es él el problemático, como tampoco lo era el hijo menor o pródigo, ni el mismo Lázaro que estaba a la puerta del rico… el problemático y difícil es el fariseo, el hijo mayor o cumplidor, el rico de espléndidos banquetes.

El texto de hoy nos descubre unas áreas de la personalidad religiosa mucho más hondas que las de la simple soberbia o humildad. Nos asoma el complejo e intrincado mundo de las motivaciones… de lo que hay en el corazón (pues eso es lo que sale de cada uno), aquello que de verdad se esconde tras lo que pensamos o decimos cuando oramos. La oración es ciertamente necesaria, pero ¡atención a la oración! Lo que rezamos es lo que creemos. Por eso, la corona que Pablo espera no es fruto del mérito personal, sino justicia (misericordia) de Dios para con él y para con todos los que son imitadores suyos en el servicio al Evangelio (Segunda lectura).

 

Sugerencias...

- La parábola de los dos hombres que subieron al templo a orar, el fariseo y el publicano, nos muestra cuál es la oración que une con Dios. Ya el lugar que ocupa cada uno de ellos en el templo muestra la diferencia. Uno en la parte delantera, como si el templo le perteneciera, el otro en cambio se queda «atrás» como si hubiese traspasado el umbral de una casa que no es la suya. El primero ora «junto a sí» (aquí traducido y suavizado con la expresión «en su interior»): en el fondo no reza a Dios, sino que se hace a sí mismo una enumeración de sus muchas virtudes, presumiendo que, si él mismo las ve, Dios no podrá dejar de verlas, de tenerlas en cuenta y de admirarlas. Y hace esto distinguiéndose precisamente de «los demás hombres», que no han alcanzado su presunto grado de perfección. Transita por un camino que conduce directamente al encuentro de sí mismo, pero ése es precisamente el camino que lleva a la pérdida de Dios. El publicano, por el contrario, no encuentra en sí más que pecado, un vacío de Dios que en su oración de súplica («ten compasión de este pecador») se convierte en un vacío para que lo llene Dios. El hombre que tiene como meta última su propia perfección, no encontrará a Dios; el que tiene la humildad de dejar que la perfección de Dios actúe en su propio vacío –no pasivamente, sino trabajando con los talentos que se le han concedido– será siempre un «amigo» para Dios.

- El pobre en este caso (textos) no es el que no tiene dinero, sino el que sabe, con la ayuda de la gracia, que es pobre en virtud, que no corresponde a lo que Dios quiere de él. Pero, de nuevo, este vacío no basta, sino que más bien se precisa: el pobre que sirve a Dios «consigue el favor del Señor». Se trata de un servicio en la humildad del «siervo pobre», pero no de la espera ociosa del «negligente y holgazán» que esconde bajo tierra su talento. Es el servicio que se presta sabiendo que se trabaja con el talento regalado por Dios, y que se confía para que realmente produzca frutos para el Señor. A este pobre Dios le hará «justicia» como «juez justo/misericordioso» que es.

- Si tomamos la segunda lectura, que muestra a Pablo en prisión y ante los tribunales, él es el pobre que no tiene ya ninguna perspectiva terrena, porque su muerte es inminente, y que sin embargo «ha combatido bien su combate», no sólo cuando era libre, sino también ahora, en su pobreza actual, pues todos le han abandonado (como el testimonio de vida que conocimos en el santo Cura Brochero y otros muchos, ahora san Artémides Zatti, enfermero de la Patagonia). La autodefensa de Pablo ante el tribunal se convierte precisamente en su último y decisivo «anuncio», el mensaje que oirán «todos los gentiles». Al dar gloria sólo a Dios (como el publicano del templo), el Señor le «salvará y le llevará a su reino del cielo». El publicano que sube al templo a orar queda «justificado», Pablo recibe la «corona de la justicia», y ciertamente, como él mismo repitió incansablemente, no de su propia justicia, sino de la justicia de Dios.

Virgen Purísima, ruega por nosotros.

lunes, 10 de octubre de 2022

HOMILIA Domingo Vigesimonoveno del TIEMPO ORDINARIO cC (16 de octubre de 2022).


 Domingo Vigesimonoveno del TIEMPO ORDINARIO cC (16 de octubre de 2022).

Primera: Éxodo 17, 8-13; Salmo: Sal 120, 1-8; Segunda: 2Timoteo 3, 14 – 4, 2; Evangelio: Lucas 18, 1-8

Nexo entre las LECTURAS…

"Todo es don" en el mundo de la fe. Como don no tenemos derecho a él, sino que hemos de pedirlo humildemente en la oración. Así la viuda de la parábola no se cansa de suplicar justicia al juez, hasta que recibe respuesta (Evangelio). Por su parte, Moisés, acompañado de Aarón y de Jur, no cesa durante todo el día de elevar las manos y el corazón a Yahvéh para que los israelitas salgan vencedores sobre los amalecitas (Primera lectura). Mediante el estudio y la meditación de la Escritura, "el hombre de Dios se encuentra perfecto y preparado para toda obra buena" (Segunda lectura).

Temas...

Orar para recibir. Como en la vida espiritual todo es don, todo se recibe por la oración humilde y constante a Dios. Con ella se abre la puerta del corazón de Dios de un modo invisible, pero real y eficaz. "Sin mí nada pueden hacer". "Todo es posible para el que cree", para el que ora con fe. Dios es tan bueno que, incluso sin orar, recibimos muchas cosas de Él. Lo que ciertamente resulta cierto es pedir a Dios lo que Jesús nos enseña a pedir y en el modo en que nos lo enseña. La viuda de la parábola sufre de la injusticia de los hombres; sólo el juez puede hacerle justicia, y por eso le persigue día tras día hasta conseguirla. Llevando la parábola a ejemplos diarios, Dios juzgará, con toda seguridad, las injusticias humanas. Si elevamos a Dios nuestra súplica, Él nos escuchará y responderá a nuestra plegaria. Si Moisés, Aarón y Jur no hubiesen rogado a Yahvéh por la victoria de Israel sobre los amalecitas, ¿la habrían obtenido? La oración, –más que la espada–, consiguió la victoria. El cristiano orante ha sido "dotado" por Dios, como Timoteo, para realizar bien sus tareas: el conocimiento de las Escrituras, la fidelidad a la tradición recibida, el anuncio del Evangelio. De este modo, los textos litúrgicos de este Domingo dan un valor extraordinario a la oración, como elemento constitutivo de la vida del discípulo-misionero y como fundamento del progreso espiritual y de toda victoria en las luchas diarias de la fe. Confirma esta verdad de fe el testimonio de vida del Cura Brochero y el de José Sánchez del Río (Joselito, mártir cristero).

Hay que orar para ‘recibir’, también para ‘dar’ según el don recibido. El don de Dios estará acompañado por la acción del hombre, basada en el don mismo. La victoria es de Dios, pero no sin que el hombre ponga los medios para la acción divina eficaz, “haz todo como si dependiera de ti, sabiendo que depende de Dios” dice san Agustín. Sin la estrategia de Josué no hubiese habido victoria, pero la sola estrategia, sin la intervención de Dios, hubiese terminado en derrota. Sin el esfuerzo de Timoteo por ser primeramente buen judío y luego buen discípulo de Pablo, Dios no hubiese podido "dotarle" para llevar a cabo la misión de dirigente de la comunidad de Éfeso. Como en la persona de Jesús lo humano y lo divino se unen inseparablemente, pero sin confundirse, de igual manera en la vida espiritual del cristiano lo divino y lo humano convergen, manteniendo su identidad, en un único resultado. Estemos cerca de la Virgen María, quién es llamada feliz porque escucha la palabra de Dios y la practica como ningún otro, como expresa el Cura Brochero que su vida está en manos de la Purísima.

Semblantes del orante. 1) El más sobresaliente en los textos es la constancia en el orar. Sin esa constancia ni la viuda hubiera logrado que se le hiciera justicia, ni el pueblo de Israel que los amalecitas fueran vencidos. Una constancia que, en nuestra mentalidad, hasta nos puede parecer inoportuna, pero que a Dios le agrada y conmueve. Una constancia que puede ser exigente, incluso dura, y requerir no poco esfuerzo, como en el caso de Moisés, pero que Dios bendice. 2) El orador suplica porque tiene conciencia muy clara de su necesidad (mendigo) y de su propia ‘nada’ delante de Dios y de los demás. La distancia entre la poquedad del orador y la necesidad que le apremia, sólo Dios puede colmarla. El pueblo de Israel sentía urgente necesidad de derrotar a los amalecitas, sin lo cual no podrían llegar hasta la tierra prometida, pero a la vez sabían que eran poca cosa para empresa de tal tamaño. Tendrán que acudir a Yahvéh para conseguir de Él y con Él la victoria anhelada. 3) El orador tiene que ser un hombre profundamente creyente. Sin fe ¿para qué sirve la oración? ¿No es acaso hacer de la oración una obra de teatro o un maquillaje delante de los demás y que mereció la crítica del Señor? O se ora con fe o mejor dejar de decir que es oración. La disminución o el aumento de la oración es correlativa del aumento o la disminución de la vida de fe.

Sugerencias...

Oración y acción, reflexión y lucha. Ya san Benito enseñaba a sus monjes: Ora et labora. "Ni ores sin trabajar, ni trabajes sin orar". Desde entonces está claro que no estamos hablando de dos caminos, sino de un único y solo camino en el que se entrecruzan la oración y la acción, la reflexión y la ‘lucha’ diaria. En la Iglesia se ora, contemplativa y activamente, metiendo en la oración los trabajos y las ocupaciones del día y en la Liturgia (sacramentos) y la Lectio Divina. En la oficina, en el campo, en la fábrica, en la casa se trabaja, pero metiendo en el trabajo a Dios, porque "Dios está entre los pucheros" (en el decir del testimonio de vida del Cura Brochero), y como decía acertadamente santa Teresa de Ávila. El hombre, por tanto, no reparte su vida diaria o el Domingo, por un lado, en horas de trabajo y, por otro, en ratos de oración. Digamos mejor que, cuando ora, está trabajando, pero de otra manera, y, cuando trabaja, está orando, pero de diferente modo. Así el cristiano experimenta y mantiene una grande armonía interior, dejando al margen toda división innatural, rechazando decididamente cualquier forma de ruptura y desarmonía. Decía san Ignacio de Loyola: “todo para la mayor gloria de Dios” (A.M.D.G.) Por la cultura relativista hay peligro de caer en la herejía de la acción, porque son muchas las tareas y pocos los hombres y el tiempo para realizarlas. ¿No hay párrocos quizá tentados por esta sutil tentación consentida de una acción febril que no deja espacio ni tiempo para Dios? Hoy con menos frecuencia, pero también pueden los cristianos ser tentados por la tentación, no menos sutil, del quietismo, ese dejar que Dios haga todo sumergiéndose en una piedad ‘misticoide’, pasiva e infecunda. Ni una ni otra son posturas propias de un verdadero cristiano. Hagamos un esfuerzo por mantener el fiel de la balanza entre la reflexión y la lucha, entre la acción y la oración.

Diversos modos de orar. La Iglesia nos enseña que hay diversos modos de orar. 1) La oración vocal. La oración para que sea auténtica nace del corazón, pero se expresa con los labios. Por eso la primordial oración cristiana es una oración vocal, enseñada por el mismo Jesús: el Padrenuestro. Los evangelios en diversas ocasiones narran que Jesús oraba y, en algunas de ellas, nos ofrecen las oraciones vocales de Jesús, por ejemplo, en la agonía de Getsemaní. La oración vocal es una exigencia de nuestra naturaleza humana. Somos cuerpo y espíritu, y experimentamos la necesidad de traducir en palabras nuestros sentimientos más íntimos. La oración vocal es la oración por excelencia de la multitud, por ser exterior y a la vez plenamente humana. Hay en la Iglesia bellísimas oraciones vocales, que aprendemos desde niños en la vida familiar, en la catequesis y que alimentan nuestra vida de fe a lo largo de toda la vida: además del Padrenuestro, el Avemaría, el "gloria al Padre", el Credo, el Salve. Oraciones que alimentan nuestra piedad de discípulos misioneros desde el inicio de la vida hasta su término natural. 2) La oración mental o meditación. El que medita (Lectio) busca comprender el porqué y el cómo de la vida cristiana para adherirse a lo que Dios quiere. Por eso, se medita sobre las Sagradas Escrituras, sobre las imágenes sagradas, sobre los textos litúrgicos, sobre los escritos de los Padres espirituales, etcétera. La oración cristiana se aplica para meditar "los misterios de Cristo" para conocerlos mejor, y sobre todo para unirse a Él. Cuando se logra esta unión con Jesucristo, ya la oración se hace contemplativa y el ser entero del orador se siente transformado por la experiencia espiritual y profunda del Dios vivo. Contemplación, que no está exenta de pruebas ni de la noche oscura de la fe.

P. ANGEL


IMAGEN CARLOS MARTINEZ

lunes, 3 de octubre de 2022

HOMILIA Domingo Vigesimoctavo del TIEMPO ORDINARIO cC (09 de octubre de 2022).


 Domingo Vigesimoctavo del TIEMPO ORDINARIO cC (09 de octubre de 2022).

Primera: 2Reyes 5, 10. 14-17; Salmo: Sal 97, 1-4; Segunda: 2Timoteo 2, 8-13; Evangelio: Lucas 17, 11-19

Nexo entre las LECTURAS…

"La obediencia de la fe" nos ayuda a leer unitariamente los textos de este Domingo. Los diez leprosos se fían de la palabra de Jesús y se ponen en camino para presentarse a los sacerdotes, a fin de ser curados de la lepra (Evangelio)… lo nuevo –de otras veces que han ido a los sacerdotes– es que ahora van en el nombre del Señor Jesús y por eso alcanzan la salud. Naamán el sirio obedece las palabras de Eliseo, a instancias de sus siervos, sumergiéndose siete veces en el Jordán, con lo que quedó curado (Primera lectura). La obediencia de la fe hace que Pablo termine en cadenas y tenga que sufrir no pocos padecimientos (Segunda lectura).

Temas...

El poder de la obediencia. Los dos milagros de que nos hablan los textos destacan el lugar maravilloso de la obediencia en la vida de la fe. No hay gestos curativos ni de Eliseo ni de Jesús. No se mencionan fórmulas terapéuticas, dirigidas al enfermo, como sucede en otros relatos de milagros. Hay solamente un mandato. El de Eliseo a Naamán suena así: "Ve y báñate siete veces en el Jordán". A los leprosos Jesús les dice: "Vayan y preséntense a los sacerdotes". Tanto Naamán como los diez leprosos todavía no han sido curados, ni siquiera saben si lo serán. Pero se fían y obedecen. Y la fuerza de su confianza y de su obediencia fue la disposición necesaria para la actuación extraordinaria de Dios de favor de cada uno y de su pueblo. La obediencia es un grado de fe-confianza en la persona a la que se obedece.

La fe que no está exenta de tropiezos y dificultades:

   Esto es patente en la historia de Naamán. Él tenía otra concepción y otras expectativas sobre el milagro y sobre el modo de realizarse: "¡Saldrá seguramente a mi encuentro, se detendrá, invocará el nombre de su Dios, frotará con su mano mi parte enferma, y sanaré de la lepra!". Nada de esto ocurrió. Ni siquiera vio a Eliseo, pues el mensaje del profeta le llegó por un intermediario… por la expectativa no cumplida Naamán estaba hecho una furia, y regresaba a su casa, habiendo perdida toda esperanza de curación… en el camino, persuadido por sus siervos, obedeció, se bañó en el Jordán y "su carne volvió a ser como la de un niño pequeño, y quedó curado". Naamán, por fin, se dio cuenta de que no son las aguas las que curan la lepra, sino el Espíritu de Dios que se sirve del Jordán, como de otros muchos medios, para hacer el bien y salvar al hombre.

   Los diez leprosos, ante el mandato de Jesús, se pusieron en camino hacia el templo de Jerusalén. Tenían que caminar unos buenos kilómetros. Seguían siendo leprosos y... ¿cómo subir así hasta Jerusalén y presentarse a los sacerdotes? ¿No sería mejor esperar hasta constatar que estaban realmente curados? Vencieron estas dificultades y, en el camino sintieron que su carne se renovaba y quedaba sanada. La obediencia de la fe dispone lo necesario para el milagro. ¿No es acaso también la obediencia de la fe la que hace que Pablo esté encarcelado por el Evangelio? ¿La que permite a Pablo soportar cualquier sufrimiento para que la salvación llegue a todos? Puede ayudarnos a meditar aquello que dicen los testigos de la vida y del ministerio del santo Cura Brochero: “Vivía según la fe” … de ahí su caridad pastoral y su muerte en cruz (cieguito y leproso) y por eso pudo decir antes de morir: “Yo me fío de la misericordia de Dios”.

La "curación" total. Naamán quedó curado de lepra, pero seguía enfermo de ceguera espiritual. Como hombre bien educado retorna a casa de Eliseo y le ofrece, en señal de agradecimiento, ricos regalos. Eliseo los rehúsa. Ahora, ante el hombre de Dios, comienzan a abrírsele los ojos sobre el verdadero Dios, hasta el punto de llegar a decir: "Tu siervo no ofrecerá ya holocausto ni sacrificio a otros dioses más que a Yahvé". Algo semejante le sucede a uno de los leprosos al quedar curado. Nueve de ellos prosiguen su marcha hacia Jerusalén, se presentan al sacerdote y regresan felices a la casa familiar, olvidándose de Jesús e imposibilitando con ello el que Jesús les otorgue la salvación que Él ha venido a traer a los hombres. El último, un samaritano, al verse curado, siente interiormente el impulso de volver a Jesús para agradecérselo. Se postra a sus pies en adoración agradecida. Y Jesús le concede no sólo verse libre de la lepra, sino también del pecado, de todo aquello que le impedía obtener la salvación. "Vete, tu fe te ha salvado". A Pablo el encuentro con Jesús en el camino de Damasco le ha abierto los ojos a la fe en Cristo, liberándole de su mentalidad estrictamente farisaica, de su odio a los cristianos, incluso de las mismas debilidades humanas, hasta el punto de soportar serenamente las cadenas de la prisión y de mantenerse firme en el seguimiento y anuncio del mensaje evangélico. Jesucristo en verdad es el gran médico de cuerpos y almas.

 

 

 

Sugerencias...

Razones para obedecer. Todo hombre, desde el nacimiento hasta el fin de la vida temporal e ingreso a la pascua definitiva, estamos llamados a una vida de obediencia. Como hombres y como cristianos resulta provechoso que tengamos buenas razones para obedecer, como disposición necesaria para alcanzar la plenitud.

- La obediencia agrada a Dios. Dios no es un extraño, es nuestro Padre. ¿Cómo no buscar agradarle?

- Jesús, nuestro modelo, es un testigo supremo de obediencia. Obedeció a Dios en los largos años pasados en Nazaret, sometiéndose a sus padres. Obedeció a Dios durante su vida pública, teniendo como su alimento diario la voluntad de su Padre. Le obedeció hasta la muerte y tuvo una muerte de cruz.

- El Espíritu Santo nos acompaña y fortalece interiormente, de modo que al obedecer no nos sintamos solos.

- El "SI" de María nos impulsa, en nuestra obediencia solícita, sencilla y constante, a la vocación y misión que Dios nos ha confiado. El "hágase en mí según tu palabra" generoso de María, que recordamos tres veces cada día (Ángelus), es un aliento en la conciencia cristiana. Así lo comprendió san Juan Pablo II y en su lema pontificio lo dejó estampado con la expresión “Totus tuus”. Como el "SI" de san José, esposo de María, cada vez que el Ángel le dice que debe hacer.

- El carácter social del hombre y el carácter comunitario de la fe hablan por sí mismos de la necesidad de una ‘organización’, de una autoridad, y, por consiguiente, de la necesidad de la obediencia para vivir la caridad y la justicia (cfr.: Benedicto XVI, 16 de dic, 2012).

- La obediencia, cuando se hace con fe y con amor, infunde una gran paz en el que obedece. El lema episcopal del San Juan XXIII lo pone de manifiesto: “Oboedientia et pax”.

- La obediencia creyente y amorosa contribuye poderosamente a la maduración de la personalidad cristiana, que tiene como programa, por encima de todo, la voluntad de Dios. “Ante todas las cosas, tu Voluntad, Señor”, para la mayor gloria de Dios y salvación del género humano.

- La eficacia que la obediencia proporciona a una institución civil o eclesiástica en la consecución de sus fines propios. De la unión y de la obediencia viene la fuerza… y si por Cristo y con Él hacemos las cosas de cada día, el mundo se irá transformando de fe en fe hasta alcanzar la plenitud y madurez en el tiempo y en la eternidad (cfr. León XIII, consagración del mundo al Sagrado Corazón de Jesús).

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HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

  VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024) Primera : Isaías 52,13 – 53,12;  Salmo : Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25;  Segunda :...