lunes, 30 de noviembre de 2020

HOMILIA Segundo Domingo de ADVIENTO cB (06 de diciembre 2020)

Segundo Domingo de ADVIENTO cB (06 de diciembre 2020) Primera: Isaías 40, 1-5. 9-11; Salmo: Sal 84, 9-14; Segunda: 2 Pedro 3, 8-14; Evangelio: Marcos 1, 1-8 Nexo entre las LECTURAS La imagen del "desierto" aparece en la primera lectura y en el evangelio y en ella se compendia el mensaje litúrgico de este Domingo de Adviento. En el exilio babilónico, a punto ya de que se acabe, una voz grita: "Preparen en el desierto un camino al Señor" (primera lectura). En el evangelio la voz que así grita es la de Juan Bautista, el precursor del Mesías, cuya venida está ya cerca. También en el "desierto" el hombre debe prepararse para la Última Venida del Señor, en la que "esperamos unos cielos nuevos y una tierra nueva, en que habite la justicia" (segunda lectura). Temas... Un "desierto" necesario. En el mundo hay fenómenos nada evangélicos, nada cristianos. Como los judíos exiliados de Babilonia estaban encandilados por la grandeza del imperio y por la fastuosidad de sus ritos religiosos, los hombres de hoy sienten la seducción del progreso técnico, el prurito de otras religiones que no son cristianas, el reclamo de paraísos alucinantes en que reinan la droga, el dinero, el poder, el sexo y el alcohol, la dulce y adormecedora inconciencia del pecado incluso ante las exigencias básicas de los diez mandamientos... (cfr. Francisco). En estas circunstancias surge la necesidad del "desierto": lugar o estado del espíritu donde recrear el ambiente propicio y favorable para encontrarse con Dios y con la propia dignidad de imagen e hijo de Dios, mediante el silencio interior y el recogimiento de los sentidos, mediante la meditación y la plegaria asiduas. Ante la pérdida del sentido de Dios y del sentido del pecado se requieren "espacios", exteriores y/o interiores, de recuperación de sentido, de readquisición de principios, valores y convicciones anclados en el mismo ser del hombre y del cristiano. La intervención divina. Dios desea intervenir en la historia y en la vida del hombre, día a día y lo hace. El espíritu del mundo no acepta la intervención divina, es más, la niega, la rechaza y hasta parece lograrlo y hace propaganda de esto (sobre todo en el relativismo reinante). Por eso se nos llama a una actitud interior de "desierto", abandonarnos en las manos de Dios con confianza y fortalecer el deseo de la conversión. Sólo así nos daremos cuenta —como los judíos de Babilonia— que hay ‘valles que elevar’, ‘colinas que abajar’ y ‘caminos torcidos que enderezar’, y podremos encaminarnos a la tierra prometida (primera lectura) que ya no es en este mundo, sino en el Cielo. Sólo en este abandono en la Divina Providencia podremos escuchar la Palabra que nos llama a convertirnos y recibir el bautismo y, los ya bautizados, renovar las promesas bautismales. Dios continúa interviniendo en nuestros días —nos da su gracia— en la vida de cada uno y de los pueblos. No podemos reconocer y aceptar Su presencia si no vivimos la experiencia purificadora y meditativa del "desierto". El "desierto" florece. En el ambiente sereno y silencioso de "desierto" nos vamos empapando de la verdad de Dios, del sentido del tiempo, de la norma suprema de la existencia. Dios es nuestro rey que viene con poder y brazo dominador para liberarnos del pecado y de sus secuelas; Dios es nuestro Señor que trae consigo su salario de vida y salvación eternas; Dios es nuestro pastor, que reúne al rebaño y lo cuida amorosamente (primera lectura). En el "desierto" conoceremos que el día del Señor llega como un ladrón y que el cómputo del tiempo que Dios hace no coincide con el de los hombres. En el "desierto" sabremos que Dios no quiere que alguien se pierda, sino que todos se conviertan. En el "desierto" veremos con claridad que la espera de la venida del Señor debe llevar al hombre a una conducta santa y religiosa, es decir, al cumplimiento perfecto de la voluntad santísima de Dios (segunda lectura). Sugerencias... Juan Bautista. Juan, el pariente de Jesús, el hijo de Zacarías e Isabel, el mismo que por su oficio ha sido llamado "el Bautista," es una figura central de adviento. Es apenas natural: adviento es "espera, en una presencia comenzada". Tiempo de preparación (continuar y profundizar la preparación de siempre), y toda la vida y la misión de Juan Bautista fueron eso: preparar al pueblo de Dios para recibir al Mesías. Juan, pues, está con nosotros en este tiempo litúrgico signado por la esperanza. ¿Cómo se prepara uno para recibir a Jesucristo? Las recomendaciones de Juan en el evangelio de hoy conservan pleno valor: Juan predicó con su ejemplo, austeridad y oración, y predicó con su palabra insistiendo en el arrepentimiento y que seamos justos. Esas cuatro cosas son las que necesitamos: una vida sobria, sin apego a lujos ni vanidades; una vida orante, que devuelva a Dios el lugar que le corresponde; una vida humilde, que reconozca que hemos fallado muchas veces, y una vida justa, que preste atención especialmente a los derechos de los más pequeños y de los desposeídos. Los Dos Bautismos. Un dato que mucha gente no sabe es que la santidad y la virtud de Juan sobrevivieron mucho tiempo en la memoria de sus contemporáneos. No faltaron incluso los que consideraron que Juan era mayor que Jesús, pues al fin y al cabo fue Jesús el bautizado y Juan el que lo bautizó: un signo que podría interpretarse como que el menor estaba recibiendo del mayor. Además, la vida de penitencia de Juan era notabilísima mientras que Jesús era, para estos efectos, un personaje mucho más "común" y la gente tiende a pensar que ser muy anormal debe parecerse a ser muy santo. Todo esto viene a la frase final del Evangelio de hoy, frase que el evangelista ha conservado porque es uno de los varios testimonios que los cristianos sin duda utilizaron para aclarar el tema de los ‘dos bautismos’, o sea, ¿si era más importante (o poderoso) bautizarse con el bautismo de Juan o con el bautismo cristiano? El Bautista —dice en el texto de este Domingo—: "Ya viene detrás de mí uno que es más poderoso que yo, uno ante quien no merezco ni siquiera inclinarme para desatarle la correa de sus sandalias. Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero Él los bautizará con el Espíritu Santo." Esta frase aclara lo esencial: que Juan reconoce en Jesucristo a uno "más fuerte" pero que esa fuerza proviene de lo que Cristo trae a nuestra vida. Juan representa arrepentirse del mal que uno ha hecho, y eso es clave, pero no es todo. Más importante incluso es recibir un impulso, una vida nueva, que haga posible que de aquí en adelante uno obre de otra manera. Eso es lo que trae la efusión del Espíritu Santo, que es lo que finalmente viene a darnos Jesús. Un "desierto" en tu vida. La vida es movimiento, acción, ir y venir, hacer, proyectar, progresar, cambiar. El hombre contemporáneo, desde la mañana a la noche, está lleno de trabajos y tareas, de citas y reuniones, de contactos y relaciones, de ruido, smog, tensión nerviosa... (cfr. San Juan Pablo II). A veces se puede pensar que, más que vivir, uno es "vivido" por las cosas de cada día. ¿Cómo hay que vivir? ¿Cómo ser plenamente humano (cristiano)? ¿Cómo infundir espíritu cristiano a lo cotidiano -materialista-? Tenemos necesidad de “estar con Quien sabemos que nos ama” (Santa Teresa de Ávila). Pidamos la gracia de la paciencia, para vivir el "desierto" y nos será posible vivir bien y prepararnos para una buena celebración de Navidad. Tal vez conviene también recordar aquello de Santa Teresa de Calcuta… “que para cambiar el mundo hay que empezar por el corazón de cada uno”. ¿Sabes quién viene? La respuesta catequética: "El Verbo de Dios que se hizo hombre y nació de María la Virgen en Belén de Judá". La respuesta espiritual, la debe dar cada uno examinando como incide Jesucristo en su vida (pensamientos, decisiones, ideales, proyectos) y en la relación personal con Dios; y finalmente, la respuesta moral, la debo dar con los comportamientos virtuosos diarios según el estilo de Cristo, aceptando que Cristo modele mi forma de vivir y de actuar, que es practicando los mandamientos y las obras de misericordia: todos los días, hasta el fin de los días.

martes, 24 de noviembre de 2020

HOMILIA Primer Domingo de ADVIENTO cB (29 de noviembre 2020)

Primer Domingo de ADVIENTO cB (29 de noviembre 2020) Primera: Isaías 63, 16b-17. 19b; 64, 2-7; Salmo: Sal 79, 2ac. 3b. 15-16. 18-19; Segunda: 1Corintios 1, 3-9; Evangelio: Marcos 13, 33-37 Nexo entre las LECTURAS Actitud vigilante entre la espera y la esperanza: aquí está el tema de las lecturas. El evangelio repite por tres veces: "estén prevenidos", porque no saben cuándo llegará el momento, cuándo llegará el dueño de la casa. En la primera carta a los corintios, Pablo habla de esperar la manifestación de nuestro Señor Jesucristo, que "los mantendrá firmes hasta el fin". La bellísima invocación a Dios del llamado ‘tercer’ Isaías (primera lectura) expresa el deseo de que el Señor irrumpa con su poder en la historia, como si se tratase de un nuevo Éxodo, recordando que "Tú, Señor, eres nuestro padre… y Tú, nuestro alfarero". Con el salmista pedimos la restauración, mucho mas necesaria, cuanto mucho nos duelen las injusticias, los proyectos de ley injustos que tienden a eliminar al prójimo, la cuarentena y esta pandemia que debilita nuestra voluntad: "Escucha, Pastor de Israel, tú que tienes el trono sobre los querubines, reafirma tu poder y ven a salvarnos". Temas... Una oración escuchada. ¡Qué grato es volver los ojos al pasado, a nuestro pasado en Israel, porque todos hemos nacido a la fe gracias a Israel, y reconocer nuestra voz en ese gemido del profeta: "ojalá rasgaras el cielo y bajaras" (Is 64,1)! Así suplica el corazón oprimido por la tristeza; así ruega el alma agotada en su esfuerzo; así se queja el hombre que ha palpado su límite y sabe que nada le queda, sino el horizonte de Dios. Aparentemente se trata de un mensaje de desesperación, pero es todo lo contrario. Cuando el hombre sólo cuenta con sus recursos y estos se le terminan llega la desesperación; pero si ese hombre cree en Dios, hace de su angustia un camino que le lleva más allá de sí mismo. Pues tal es la condición del ser humano: desesperarse en la cárcel de sí mismo, o trascender arrojándose en las manos de su Creador. El profeta nos enseña a escoger. Y lo más hermoso de esa oración es que sabemos que fue y que será escuchada. Fue escuchada ya, podemos decir si miramos el misterio del Verbo Encarnado, pues Él rasgó los cielos y bajó. Pero además será escuchada una vez más, la última y gloriosa, la definitiva, cuando el Cristo glorioso rompa los cielos, cuando los recoja como una tienda (cf. Is 40,22) y brille su majestad infinita el día último. Esta súplica, pues, abre el adviento de modo único, porque recuerda la primera venida y ya anuncia la última. Somos hechura de tus manos. Todo el adviento, que hoy empieza, va sellado con un tono de ‘bendita esperanza’. La esperanza no es simple ilusión; la esperanza no es simple proyecto. La esperanza nace en el borde mismo en donde nace también la desesperanza, esto es, allí donde sabemos cruda y profundamente qué somos y qué quisiéramos ser. Desde la conciencia viva de lo que somos aprendemos la distancia hasta lo que queremos ser. Las dos cosas se perciben en la meditación de Isaías: "nosotros pecábamos y te éramos siempre rebeldes" (Is 64,5): esto es lo que hemos sido; "sin embargo, Señor, tú eres nuestro Padre" (Is 64,8): este es el principio de lo que podemos ser. De aquí aprendemos varias cosas. Primera: nuestro pecado no destruye nuestro vínculo con Dios. Pecadores como somos, seguimos estando en sus manos, y él sigue siendo nuestro alfarero. El pecado no anula la soberanía de Dios. Segunda: el que nos hizo es quien sabe rehacernos. No haya para el hombre otra alternativa, porque no hay otro Creador. Tercera: si en las consecuencias del pecado aparece la injusticia, en la victoria sobre el pecado brillan la gracia y la misericordia. Por ello no hay modo de escapar de Dios. Como Él mismo dijo a santa Catalina de Siena: "en mis manos están para justicia y misericordia". Permanecer despiertos. Isaías pide la llegada de Dios; Jesucristo nos advierte sobre lo incierto de su visita. Todo sucede como diciendo que mientras unos sufren porque se retrasa otros viven como si nunca fuera a venir el Señor. Así vive el mundo, y las dos cosas las hemos visto una y otra vez. La visita de Dios se parece a la de un ladrón porque arrebata lo que creíamos poseer. Y la razón es que no somos poseedores sino administradores, como Jesús enseñó en más de un lugar. Para quien se cree dueño, Dios sólo puede ser un ladrón y su llegada es como un robo. Para quien se siente administrador, en cambio, la llegada de Dios es el término de sus fatigas; es el momento de cesar en su labor y pasar al banquete. Como sucede en la Eucaristía. Sugerencias... ¡Vigilancia! Llega la Navidad (faltan 26 días). En nuestra sociedad corremos el peligro de "pasar bien" la Navidad, como se pasan bien las vacaciones o un día de fiesta nacional. Es decir, vamos quizá a la Misa, porque "tradición obliga", adornamos nuestra casa con un arbolito de luces y un belén, festejamos en familia con un buen banquete, vemos en televisión algún programa relativo a las fiestas navideñas, hacemos hermosos regalos a nuestros amigos y seres queridos y recibimos regalos de ellos, reavivamos los lazos familiares en torno al hogar... ¡todas ellas, cosas buenas! Pero la sustancia de la Navidad, el misterio más sublime de la historia: Dios entre nosotros, Enmanuel, se nos escapa como agua entre los dedos de las manos o se diluye como el humo en nuestra mente superficial y poco propensa a la meditación profunda de las cosas que realmente valen la pena. Hoy la liturgia nos dice: ¡Atentos! Vigilen para no perder la ocasión de meditar en algo importante, de valorar debidamente el misterio que vamos a celebrar. ¡Vigilancia! Somos pecadores. No sabemos ni el día ni la hora en que vendrá el Señor al término de la historia, pero sí conocemos su venida en Belén. No vivamos no ocupados y ajenos del todo al Niño divino de Belén y al Señor de la gloria. Somos pecadores y por eso llevamos en nosotros la herencia al pecado y la posibilidad de atender al llamado de Dios. No dejemos de vigilar y que la llegada del Señor nos encuentre preparados, engalanados con el vestido adecuado para entrar en la boda. Somos pecadores: y la Navidad nos recuerda que el Hijo de Dios se ha hecho hombre para redimir al hombre de la esclavitud del pecado ¡Recordemos! ¡Vigilemos! Que la venida histórica de Dios entre los hombres reavive nuestra conciencia y nuestra necesidad de salvación. La Navidad no es sólo tiempo para sentimientos de ternura, de intimidad, de fiesta; lo es también para despertar del letargo nuestra conciencia y "hacer nacer" a Dios en nuestro corazón.

lunes, 16 de noviembre de 2020

HOMILIA Último domingo del tiempo «durante el año». JESUCRISTO, REY UNIVERSAL, Solemnidad. cA (22 de noviembre 2020)

Último domingo del tiempo «durante el año». JESUCRISTO, REY UNIVERSAL, Solemnidad. cA (22 de noviembre 2020) Primera: Ezequiel 34, 11-12. 15-17; Salmo: Sal 22, 1-3. 5-6; Segunda: 1 Corintios 15, 20-26. 28; Evangelio: Mt 25, 31-46 Nexo entre las LECTURAS... Jesucristo, Rey-Pastor y Señor-Juez de la historia y del universo: éste es el nexo de las lecturas y el gran final del ciclo litúrgico, de la historia de la salvación que hemos recorrido a lo largo del año del Seño 2019-2020. Rey, Pastor y Señor de todas las naciones y de todos y cada uno de los individuos (evangelio). Rey-Pastor preanunciado por el profeta Ezequiel, en sustitución de los malos reyes, que usufructuaban abusivamente del rebaño (primera lectura). Rey, que, habiendo sometido a sí todo, entregará el reino a su Padre para que Dios sea todo en todos (segunda lectura). Señor que nos invita a vivir confiados y tranquilos, pues Él está como rezamos con el salmista: El Señor es mi pastor, nada me puede faltar. Él me hace descansar en verdes praderas. Me conduce a las aguas tranquilas y repara mis fuerzas; me guía por el recto sendero, por amor de su Nombre. Temas... Cristo Pastor, Cristo Juez. La imagen del pastor nos parece acogedora y amorosa; la imagen del juez nos parece severa y casi amenazante. Uno de los propósitos de la celebración de hoy es que sepamos complementar una imagen con la otra: nuestro benigno pastor es también nuestro juez; nuestro juez insobornable es hoy nuestro pastor. Así nos lo enseña Ezequiel. El Dios que busca a las ovejas es el mismo que juzga a las ovejas. ¿Qué quiere decir esto? Quiere decir que el amor incondicional e inagotable nos conduce a un terreno en el que no vale disculpa alguna. Precisamente porque Dios nos ha amado sin medida nos ha quitado toda posibilidad de engañarnos. No hay excusas para el que se sabe amado, absolutamente amado, gratuitamente amado, infinitamente amado. El amor total elimina al engaño. El amor total hace brotar la verdad total. La consumación de la historia. San Pablo nos ofrece otra perspectiva sobre el misterio magnífico que hoy celebramos. El reinado de Cristo aparecerá en plenitud sólo al final. Nuestra historia, pues, tiene una dirección. No es el monótono repetirse que parecía amenazarnos desde los estribillos del Eclesiastés: "Nada nuevo bajo el sol" (1,9). Cristo le da la dirección, el sentido a la historia. Él es el sentido de la historia y sin Él, la historia humana, individual o colectiva, es sólo una sucesión de deseos que no satisfacen. San Pablo nos presenta al universo sometido a Cristo. La consumación consiste en eso: el sometimiento a Jesucristo. Entonces es posible apresurar la consumación. No es una fecha exterior al mundo, que caiga sobre el mundo porque "estaba escrita" en algún lugar. Es a la vez algo inconcebible y algo concebido; algo que viene de la más absoluta trascendencia, y que sin embargo se despliega desde las entrañas de nuestra historia. Apresuramos la consumación cuando apresuramos el reinado de Jesucristo. Los criterios de juicio. La historia humana, llegada a su consumación, tendrá que comparecer ante Cristo. La palabra del Señor decreta el destino eterno, pero no lo crea. El juicio sucede en la historia, aunque se decreta sólo a su término. Sucede en la historia porque ya sabemos de qué y por qué somos juzgados. El bien negado es un mal futuro. Todos los bienes que negamos son los males que nos acusan. Las palabras de Cristo en ese día serán: "¡Vengan!" o "¡Apártense!". Mas, si lo pensamos bien, esas palabras no son otra cosa que un espejo de las obras de unos y otros. Los que se acercaron a Cristo escucharán que Cristo les dice que se acerquen; los que se apartaron de Cristo escucharán que Cristo les dice que se aparten. El gran juicio es sólo un espejo ampliado de la vida que llevamos. Cristo está presente en los pobres. O, dicho de otro modo: la pobreza es el ámbito en que Cristo se revela. No es nuevo esto para quien haya leído el Evangelio. En la pobreza se revela la gracia porque pobreza encarna el límite de nuestras fuerzas y, por tanto, límite de nuestras pretensiones. La pobreza no es una decoración o un capricho de Cristo; es la condición señera en que podemos descubrir un amor que existe donde nosotros no podemos dominarlo. Un amor que es nuestro dueño. Sugerencias... La Iglesia, después de haber conmemorado en el curso del año litúrgico los misterios de la vida de Cristo a través de los cuales se cumple la obra de la salvación, en el último Domingo del año se recoge en torno a su Señor para celebrar su triunfo final. Cuando vuelva como Rey glorioso a recoger los frutos de su redención. Este es en síntesis el significado de la solemnidad de hoy. La Liturgia de la Palabra presenta hoy tres aspectos particulares de la realeza de Cristo. (a) La segunda lectura pone en evidencia su poder soberano sobre el pecado y sobre la muerte. Cristo muerto y resucitado para la salvación de la humanidad es la «primicia» de los que, habiendo creído en Él, resucitarán un día a la vida eterna. En efecto, «si por Adán murieron todos» a causa del pecado, por Cristo todos volverán a la vida» gracias a su resurrección. La victoria sobre la muerte -último enemigo de Cristo- coronará la obra de salvación: y al fin de los tiempos, cuando los muertos resuciten, Cristo podrá entregar al Padre el reino conquistado por Él, reino de resucitados que cantarán eternamente las alabanzas del Dios de la vida. Así toda la creación que el Padre sometió al Hijo para que la librase del pecado y de la muerte, ya completamente redimida y renovada, será sometida y devuelta por el mismo Hijo al Padre, «y así Dios lo será todo en todos» y será glorificado eternamente por toda criatura. (b) La primera lectura subraya, por su parte, el amor de Dios, Rey que envía a Cristo a la tierra a establecer el Reino del Padre no con la fuerza del conquistador, sino con la bondad y mansedumbre del pastor: «Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas siguiendo su rastro. Como un pastor sigue el rastro de su rebaño cuando se encuentran las ovejas dispersas, así seguiré yo el rastro de mis ovejas». Cristo (fue) es el buen pastor por excelencia, solicito en guardar, apacentar, defender y salvar el rebaño que el Padre le confió. Y como los hombres estaban dispersos y alejados de Dios y de su amor, Él los buscó, como busca el pastor las ovejas descarriadas, y los curó, como venda el pastor las ovejas heridas y cura las enfermas. Además, para devolverlos al amor del Padre, dio su vida. Después de una entrega tal, bien puede Cristo decir, mirando su rebaño: «Yo voy a juzgar entre oveja y oveja, entre cabra y macho cabrío». Cristo Rey-Pastor será (es) un día Rey-Juez. (c) El tercer aspecto de su realeza, el juicio, desarrollado ampliamente en el Evangelio de hoy. «Cuando venga en su gloria el Hijo del Hombre y todos los ángeles con Él, serán reunidas ante Él todas las naciones. Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de los cabritos». El Hijo del hombre, que vino en humildad y sufrimiento a salvar el rebaño que el Padre le confió (pesebre en Belén), volverá Rey glorioso al final de los tiempos a juzgar a los que fueron objeto de su amor. ¿Sobre qué los juzgará? Sobre el amor; porque el amor es la síntesis de su mensaje, el móvil y fin de toda su obra de salvación. El que no ama se excluye voluntariamente del reino de Cristo y el último día verá confirmada para siempre esa exclusión. El juicio sobre el amor será muy concreto (podemos tener en cuenta el mensaje del Papa para la jornada mundial del pobre). El juicio no será sobre palabras sino sobre hechos: «Tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber...». Aunque Rey glorioso, Jesús no olvida que se ha hecho nuestro hermano y premia como hechos a Él los actos de caridad-misericordia realizados con el más pequeño de los hombres: «reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo». El amor, síntesis del cristianismo -y de la humanidad-, es la condición para ser admitidos al reino de Cristo que es reino de amor. El que ama no tendrá nada que temer del juicio de Cristo Rey de Amor. ...

viernes, 13 de noviembre de 2020

HOMILIA Domingo trigésimotercero del TIEMPO ORDINARIO cA (15 de noviembre de 2020) Domingo de la Jornada Mundial de los POBRES. Primera: Proverbios 31, 10-13. 19-20. 30-31; Salmo: Sal 127, 1-5; Segunda: 1 Tesalónica 5, 1-6; Evangelio: Mt 25, 14-30 Nexo entre las LECTURAS Trabajar para dar fruto -en el Reino de Dios-, EMPEZAR A PREPARAR LA COMUNIÓN DEFINITIVA, pues el Domingo próximo (34) es el último del Tiempo Ordinario… en esta ‘preparación’ puede condensarse la Liturgia de este Domingo. Hacer fructificar los talentos recibidos para realizar el encargo del que se nos pedirá luego cuenta (Evangelio). Trabajar para hacer el bien en el temor de Dios, como la mujer buena y hacendosa del libro de los Proverbios (primera lectura). Trabajar, no dormir, puesto que somos hijos del día y de la luz (tiempo en el que se puede trabajar), y no de la noche ni de las tinieblas (segunda lectura). Temas... Los tres hombres, el hombre. Los talentos. En el evangelio se habla de las cuentas que el hombre ha de rendir ante Dios. El Creador ha confiado «sus bienes» a las criaturas -y el Redentor a los redimidos-: «a cada cual según su capacidad», de una forma, por lo tanto, estrictamente personal. Los talentos (en el texto de san Mateo) son importantes cantidades de dinero, pero nosotros hablamos de talentos personales, que se dan también a cada cual individualmente: se nos han entregado en calidad de administradores y por eso mismo debemos trabajar con ellos no para nosotros mismos (en «beneficio propio»), sino para Dios. Pues nosotros mismos, con todo lo que tenemos, nos debemos a Dios. En la parábola el amo se va de viaje al extranjero y nosotros, sus empleados, nos quedamos con toda su hacienda; pero naturalmente esos talentos deben producir algo de ganancia. El empleado negligente y holgazán no quiere ver en esto la bondad, sino la severidad del amo, y se embrolla en las contradicciones: «Siegas donde no siembras y recoges donde no esparces; tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra». Si realmente veía en el talento que se le había confiado una prueba de la severidad del amo, debería haber trabajado con mayor motivo; pero su supuesto miedo (la humanidad y quienes nos gobiernan con la pandemia y la cuarentena) le hizo olvidar que en la misma naturaleza de los dones confiados está el que éstos produzcan su fruto. Dios nos ofrece, a nosotros los vivientes, algo que está vivo y que debe crecer (también en cuarentena). No tiene sentido enterrarlo bajo tierra como si fuera algo muerto, porque entonces ya no podremos devolvérselo a Dios como el don viviente que nos ha sido confiado. A los empleados fieles, por el contrario, a los que le devuelven el don que se les ha confiado junto con sus frutos, Dios les da como recompensa una fecundidad incalculable, eterna. Trabajo durante el día. San Pablo nos advierte, en la segunda lectura, que no debemos demorar nuestras buenas obras, porque no sabemos cuándo llegará el día en que infaliblemente hemos de dar cuentas a Dios de nuestros actos. Nosotros no vivimos en las tinieblas, sino que somos «hijos del día», del tiempo en que se debe trabajar. Los «demás», los que prefieren dormir (encerrarse), pretenden fabricarse un mundo en el que haya «paz y seguridad», en el que se pueda tranquilamente holgar y dormir; pero nuestra vida temporal, privada o pública, no está configurada de ese modo. Precisamente cuando los hombres se han instalado cómodamente en la seguridad, sobreviene de improviso la ruina, «como los dolores de parto a la que está encinta». La paz no viene por sí misma: ésta sólo se puede conseguir, en caso de que pueda lograrse en la tierra, mediante un esfuerzo «sobrio» y claro como la luz del día. Pero el que realiza este esfuerzo con un espíritu auténticamente cristiano está siempre preparado para dar cuentas a Dios y el día del Señor no puede sorprenderle «como un ladrón». El modelo de la mujer. El Antiguo Testamento pone ante nuestros ojos en la primera lectura el modelo de este compromiso genuinamente cristiano en la mujer hacendosa. El cristiano, ante esta trabajadora ejemplar, piensa enseguida en María: «Su marido se fía de ella»; Cristo puede confiarle todos sus bienes, pues «le trae ganancias y no pérdidas». Gracias a su sí, a su perfecta disponibilidad para todo, para la encarnación, para el abandono, para la cruz, para su incorporación a la Iglesia: gracias a todo lo que Ella es y hace, puede Él construir lo mejor de lo que Dios ha proyectado con esta creación y redención. En medio de los múltiples pecadores que dicen no y fracasan, ella es la Inmaculada, la sin mancha ni arruga y que nos ayuda para crecer en la pureza interior y presentarnos como ‘vírgenes consagradas’ en la Jerusalén celestial. «Cántale por el éxito de su trabajo». E incluso desde el cielo se ve que a ella se le encomienda la «gran tarea» de la parábola: «Abre sus manos al necesitado y extiende el brazo al pobre». Sugerencias... Las lecturas bíblicas de hoy graban a fuego en el alma el pensamiento de la “vigilancia cristiana” y, por ende, de la vida presente, vivida como espera y preparación de la futura. Nos puede servir de punto de partida la lectura segunda (1Ts 5, 1-6) en la que San Pablo declara inútil el indagar cuándo vendrá «el día del Señor», o sea cuándo se efectuará el retorno glorioso de Cristo, porque llegará de improviso «como un ladrón en la noche» (ib 2). Es la imagen empleada ya por Jesús (Mt 24, 43), que se puede aplicar tanto a la parusía (el acontecimiento esperado al final de la historia: la Segunda -última- venida de Cristo a la Tierra) como al fin de cada hombre. Sobre esa hora sólo una hay certeza de fe: que vendrá sin duda; pero cuándo y cómo, sólo Dios lo sabe. Síguese de ahí la necesidad de la vigilancia y juntamente de un abandono confiado a sus divinas disposiciones. El que piensa sólo en gozar de la vida como si nunca hubiese de morir, justo cuando se promete «paz y seguridad», verá improvisamente sobrevenirle la «ruina», dice el Señor en otro pasaje: «insensato, esta misma noche morirás…». El que, por el contrario, como verdadero «hijo de la luz», no olvida lo transitorio de la vida terrena y vela en espera del Señor, no tendrá nada que temer. Es lo que enseñan las otras dos lecturas con ejemplos concretos. La primera, de Proverbios, bosqueja la figura de la mujer virtuosa, entregada a su familia, fiel a sus deberes de esposa y de madre, voluntariosa en el trabajo, caritativa con los pobres (podemos insistir en esta imagen por ser HOY la jornada mundial de los pobres). Se hace de ella un elogio lleno de entusiasmo: «Vale mucho más que las perlas. Su marido confía en ella... Ella le produce el bien, no el mal, todos los días de su vida» (ib 10-12). Aun cuando hoy la mujer con frecuencia, a propósito de las nuevas maneras de vivir, está dividida entre la casa y la profesión, nos parece bueno recordar el valor fundamental y no pequeño, al contrario inmenso, del cuidado de la familia, la transmisión de la fe católica y de la cultura cristiana, y si fuera el caso: la entrega con el marido a los hijos… la solicitud para que ellos encuentren en la casa un ambiente agradable y cálido y un ambiente de Dios y de fe como la Sagrada Familia de Nazareth. El texto termina prefiriendo la «mujer que teme al Señor» a la dotada de gracia y hermosura, que son caducas, mientras sólo la virtud es base de la felicidad de la familia y objeto de la alabanza de Dios. Una mujer semejante, al fin de su vida merecerá oír el elogio de Jesús al siervo fiel: «Muy bien... pasa al banquete de tu Señor» (Mt 25, 21). El Evangelio (Mt 25, 14-30), reproduciendo la parábola de los talentos, habla precisamente del siervo fiel que no derrocha la vida en pasatiempos o en la ociosidad, sino “negocia” con amor inteligente los dones recibidos de Dios, los ejemplos de los santos (especialmente los santos niños o adolescentes, son ejemplo de esto). Dios da a cada hombre unos talentos: el común a todos es la Palabra de Dios… y, según Su querer, nos da: el don de la vida, la capacidad de entender y querer, de amar y de obrar, la gracia, la caridad, las virtudes infusas, la vocación personal. A nadie hace daño distribuyendo sus dones en medida diferente, pues da a cada cual lo suficiente para su salvación. Lo importante no es recibir mucho o poco, sino AMAR Y SERVIR con empeño lo recibido y hasta el fin. Es falsa humildad no reconocer los dones de Dios, y es pusilanimidad y pereza dejarlos inactivos. Así obró el siervo haragán que enterró el talento recibido, por lo que el Señor le reprendió duramente. Dios exige, en providencia, de lo que ha dado, y lo que ha dado se ha de usar para su servicio y para el de los hermanos. Por lo demás, a quien más se le ha dado, más se le exigirá. Por eso en la cuenta cada cual será tratado según sus obras, según la medida del amor en el propio corazón delante de Dios que conoce el corazón de cada uno. Castigo tremendo para el empleado holgazán, alabanza y premio para los empleados fieles, los cuales reciben un premio inmensamente superior a sus méritos. En efecto, a las palabras: «cómo has sido fiel en lo poco, te encargaré de mucho más», que indican la recompensa a la fidelidad de cada uno, se añaden estas otras: «pasa al banquete de tu Señor» (ib 21). Es el “premio” (don) de la liberalidad de Dios, que admite a sus siervos fieles a la comunión en su vida y felicidad eternas. Don que, si bien presupone el esfuerzo del hombre, es siempre infinitamente superior a sus méritos, pues es gracia providente y misericordiosa… IV JORNADA MUNDIAL DE LOS POBRES. Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario 10. «En todas tus acciones, ten presente tu final» (Si 7,36). Esta es la expresión con la que el Sirácida concluye su reflexión. El texto se presta a una doble interpretación. La primera hace evidente que siempre debemos tener presente el fin de nuestra existencia. Acordarse de nuestro destino común puede ayudarnos a llevar una vida más atenta a quien es más pobre y no ha tenido las mismas posibilidades que nosotros. Existe también una segunda interpretación, que evidencia más bien el propósito, el objetivo hacia el que cada uno tiende. Es el fin de nuestra vida que requiere un proyecto a realizar y un camino a recorrer sin cansarse. Y bien, la finalidad de cada una de nuestras acciones no puede ser otra que el amor. Este es el objetivo hacia el que nos dirigimos y nada debe distraernos de él. Este amor es compartir, es dedicación y servicio, pero comienza con el descubrimiento de que nosotros somos los primeros amados y movidos al amor. Este fin aparece en el momento en que el niño se encuentra con la sonrisa de la madre y se siente amado por el hecho mismo de existir. Incluso una sonrisa que compartimos con el pobre es una fuente de amor y nos permite vivir en la alegría. La mano tendida, entonces, siempre puede enriquecerse con la sonrisa de quien no hace pesar su presencia y la ayuda que ofrece, sino que sólo se alegra de vivir según el estilo de los discípulos de Cristo. En este camino de encuentro cotidiano con los pobres, nos acompaña la Madre de Dios que, de modo particular, es la Madre de los pobres. La Virgen María conoce de cerca las dificultades y sufrimientos de quienes están marginados, porque ella misma se encontró dando a luz al Hijo de Dios en un establo. Por la amenaza de Herodes, con José su esposo y el pequeño Jesús huyó a otro país, y la condición de refugiados marcó a la sagrada familia durante algunos años. Que la oración a la Madre de los pobres pueda reunir a sus hijos predilectos y a cuantos les sirven en el nombre de Cristo. Y que esta misma oración transforme la mano tendida en un abrazo de comunión y de renovada fraternidad. FRANCISCO. Roma, en San Juan de Letrán, 13 de junio de 2020, memoria litúrgica de san Antonio de Padua.

Domingo trigésimotercero del TIEMPO ORDINARIO cA (15 de noviembre de 2020) Domingo de la Jornada Mundial de los POBRES. Primera: Proverbios 31, 10-13. 19-20. 30-31; Salmo: Sal 127, 1-5; Segunda: 1 Tesalónica 5, 1-6; Evangelio: Mt 25, 14-30 Nexo entre las LECTURAS Trabajar para dar fruto -en el Reino de Dios-, EMPEZAR A PREPARAR LA COMUNIÓN DEFINITIVA, pues el Domingo próximo (34) es el último del Tiempo Ordinario… en esta ‘preparación’ puede condensarse la Liturgia de este Domingo. Hacer fructificar los talentos recibidos para realizar el encargo del que se nos pedirá luego cuenta (Evangelio). Trabajar para hacer el bien en el temor de Dios, como la mujer buena y hacendosa del libro de los Proverbios (primera lectura). Trabajar, no dormir, puesto que somos hijos del día y de la luz (tiempo en el que se puede trabajar), y no de la noche ni de las tinieblas (segunda lectura). Temas... Los tres hombres, el hombre. Los talentos. En el evangelio se habla de las cuentas que el hombre ha de rendir ante Dios. El Creador ha confiado «sus bienes» a las criaturas -y el Redentor a los redimidos-: «a cada cual según su capacidad», de una forma, por lo tanto, estrictamente personal. Los talentos (en el texto de san Mateo) son importantes cantidades de dinero, pero nosotros hablamos de talentos personales, que se dan también a cada cual individualmente: se nos han entregado en calidad de administradores y por eso mismo debemos trabajar con ellos no para nosotros mismos (en «beneficio propio»), sino para Dios. Pues nosotros mismos, con todo lo que tenemos, nos debemos a Dios. En la parábola el amo se va de viaje al extranjero y nosotros, sus empleados, nos quedamos con toda su hacienda; pero naturalmente esos talentos deben producir algo de ganancia. El empleado negligente y holgazán no quiere ver en esto la bondad, sino la severidad del amo, y se embrolla en las contradicciones: «Siegas donde no siembras y recoges donde no esparces; tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra». Si realmente veía en el talento que se le había confiado una prueba de la severidad del amo, debería haber trabajado con mayor motivo; pero su supuesto miedo (la humanidad y quienes nos gobiernan con la pandemia y la cuarentena) le hizo olvidar que en la misma naturaleza de los dones confiados está el que éstos produzcan su fruto. Dios nos ofrece, a nosotros los vivientes, algo que está vivo y que debe crecer (también en cuarentena). No tiene sentido enterrarlo bajo tierra como si fuera algo muerto, porque entonces ya no podremos devolvérselo a Dios como el don viviente que nos ha sido confiado. A los empleados fieles, por el contrario, a los que le devuelven el don que se les ha confiado junto con sus frutos, Dios les da como recompensa una fecundidad incalculable, eterna. Trabajo durante el día. San Pablo nos advierte, en la segunda lectura, que no debemos demorar nuestras buenas obras, porque no sabemos cuándo llegará el día en que infaliblemente hemos de dar cuentas a Dios de nuestros actos. Nosotros no vivimos en las tinieblas, sino que somos «hijos del día», del tiempo en que se debe trabajar. Los «demás», los que prefieren dormir (encerrarse), pretenden fabricarse un mundo en el que haya «paz y seguridad», en el que se pueda tranquilamente holgar y dormir; pero nuestra vida temporal, privada o pública, no está configurada de ese modo. Precisamente cuando los hombres se han instalado cómodamente en la seguridad, sobreviene de improviso la ruina, «como los dolores de parto a la que está encinta». La paz no viene por sí misma: ésta sólo se puede conseguir, en caso de que pueda lograrse en la tierra, mediante un esfuerzo «sobrio» y claro como la luz del día. Pero el que realiza este esfuerzo con un espíritu auténticamente cristiano está siempre preparado para dar cuentas a Dios y el día del Señor no puede sorprenderle «como un ladrón». El modelo de la mujer. El Antiguo Testamento pone ante nuestros ojos en la primera lectura el modelo de este compromiso genuinamente cristiano en la mujer hacendosa. El cristiano, ante esta trabajadora ejemplar, piensa enseguida en María: «Su marido se fía de ella»; Cristo puede confiarle todos sus bienes, pues «le trae ganancias y no pérdidas». Gracias a su sí, a su perfecta disponibilidad para todo, para la encarnación, para el abandono, para la cruz, para su incorporación a la Iglesia: gracias a todo lo que Ella es y hace, puede Él construir lo mejor de lo que Dios ha proyectado con esta creación y redención. En medio de los múltiples pecadores que dicen no y fracasan, ella es la Inmaculada, la sin mancha ni arruga y que nos ayuda para crecer en la pureza interior y presentarnos como ‘vírgenes consagradas’ en la Jerusalén celestial. «Cántale por el éxito de su trabajo». E incluso desde el cielo se ve que a ella se le encomienda la «gran tarea» de la parábola: «Abre sus manos al necesitado y extiende el brazo al pobre». Sugerencias... Las lecturas bíblicas de hoy graban a fuego en el alma el pensamiento de la “vigilancia cristiana” y, por ende, de la vida presente, vivida como espera y preparación de la futura. Nos puede servir de punto de partida la lectura segunda (1Ts 5, 1-6) en la que San Pablo declara inútil el indagar cuándo vendrá «el día del Señor», o sea cuándo se efectuará el retorno glorioso de Cristo, porque llegará de improviso «como un ladrón en la noche» (ib 2). Es la imagen empleada ya por Jesús (Mt 24, 43), que se puede aplicar tanto a la parusía (el acontecimiento esperado al final de la historia: la Segunda -última- venida de Cristo a la Tierra) como al fin de cada hombre. Sobre esa hora sólo una hay certeza de fe: que vendrá sin duda; pero cuándo y cómo, sólo Dios lo sabe. Síguese de ahí la necesidad de la vigilancia y juntamente de un abandono confiado a sus divinas disposiciones. El que piensa sólo en gozar de la vida como si nunca hubiese de morir, justo cuando se promete «paz y seguridad», verá improvisamente sobrevenirle la «ruina», dice el Señor en otro pasaje: «insensato, esta misma noche morirás…». El que, por el contrario, como verdadero «hijo de la luz», no olvida lo transitorio de la vida terrena y vela en espera del Señor, no tendrá nada que temer. Es lo que enseñan las otras dos lecturas con ejemplos concretos. La primera, de Proverbios, bosqueja la figura de la mujer virtuosa, entregada a su familia, fiel a sus deberes de esposa y de madre, voluntariosa en el trabajo, caritativa con los pobres (podemos insistir en esta imagen por ser HOY la jornada mundial de los pobres). Se hace de ella un elogio lleno de entusiasmo: «Vale mucho más que las perlas. Su marido confía en ella... Ella le produce el bien, no el mal, todos los días de su vida» (ib 10-12). Aun cuando hoy la mujer con frecuencia, a propósito de las nuevas maneras de vivir, está dividida entre la casa y la profesión, nos parece bueno recordar el valor fundamental y no pequeño, al contrario inmenso, del cuidado de la familia, la transmisión de la fe católica y de la cultura cristiana, y si fuera el caso: la entrega con el marido a los hijos… la solicitud para que ellos encuentren en la casa un ambiente agradable y cálido y un ambiente de Dios y de fe como la Sagrada Familia de Nazareth. El texto termina prefiriendo la «mujer que teme al Señor» a la dotada de gracia y hermosura, que son caducas, mientras sólo la virtud es base de la felicidad de la familia y objeto de la alabanza de Dios. Una mujer semejante, al fin de su vida merecerá oír el elogio de Jesús al siervo fiel: «Muy bien... pasa al banquete de tu Señor» (Mt 25, 21). El Evangelio (Mt 25, 14-30), reproduciendo la parábola de los talentos, habla precisamente del siervo fiel que no derrocha la vida en pasatiempos o en la ociosidad, sino “negocia” con amor inteligente los dones recibidos de Dios, los ejemplos de los santos (especialmente los santos niños o adolescentes, son ejemplo de esto). Dios da a cada hombre unos talentos: el común a todos es la Palabra de Dios… y, según Su querer, nos da: el don de la vida, la capacidad de entender y querer, de amar y de obrar, la gracia, la caridad, las virtudes infusas, la vocación personal. A nadie hace daño distribuyendo sus dones en medida diferente, pues da a cada cual lo suficiente para su salvación. Lo importante no es recibir mucho o poco, sino AMAR Y SERVIR con empeño lo recibido y hasta el fin. Es falsa humildad no reconocer los dones de Dios, y es pusilanimidad y pereza dejarlos inactivos. Así obró el siervo haragán que enterró el talento recibido, por lo que el Señor le reprendió duramente. Dios exige, en providencia, de lo que ha dado, y lo que ha dado se ha de usar para su servicio y para el de los hermanos. Por lo demás, a quien más se le ha dado, más se le exigirá. Por eso en la cuenta cada cual será tratado según sus obras, según la medida del amor en el propio corazón delante de Dios que conoce el corazón de cada uno. Castigo tremendo para el empleado holgazán, alabanza y premio para los empleados fieles, los cuales reciben un premio inmensamente superior a sus méritos. En efecto, a las palabras: «cómo has sido fiel en lo poco, te encargaré de mucho más», que indican la recompensa a la fidelidad de cada uno, se añaden estas otras: «pasa al banquete de tu Señor» (ib 21). Es el “premio” (don) de la liberalidad de Dios, que admite a sus siervos fieles a la comunión en su vida y felicidad eternas. Don que, si bien presupone el esfuerzo del hombre, es siempre infinitamente superior a sus méritos, pues es gracia providente y misericordiosa… IV JORNADA MUNDIAL DE LOS POBRES. Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario 10. «En todas tus acciones, ten presente tu final» (Si 7,36). Esta es la expresión con la que el Sirácida concluye su reflexión. El texto se presta a una doble interpretación. La primera hace evidente que siempre debemos tener presente el fin de nuestra existencia. Acordarse de nuestro destino común puede ayudarnos a llevar una vida más atenta a quien es más pobre y no ha tenido las mismas posibilidades que nosotros. Existe también una segunda interpretación, que evidencia más bien el propósito, el objetivo hacia el que cada uno tiende. Es el fin de nuestra vida que requiere un proyecto a realizar y un camino a recorrer sin cansarse. Y bien, la finalidad de cada una de nuestras acciones no puede ser otra que el amor. Este es el objetivo hacia el que nos dirigimos y nada debe distraernos de él. Este amor es compartir, es dedicación y servicio, pero comienza con el descubrimiento de que nosotros somos los primeros amados y movidos al amor. Este fin aparece en el momento en que el niño se encuentra con la sonrisa de la madre y se siente amado por el hecho mismo de existir. Incluso una sonrisa que compartimos con el pobre es una fuente de amor y nos permite vivir en la alegría. La mano tendida, entonces, siempre puede enriquecerse con la sonrisa de quien no hace pesar su presencia y la ayuda que ofrece, sino que sólo se alegra de vivir según el estilo de los discípulos de Cristo. En este camino de encuentro cotidiano con los pobres, nos acompaña la Madre de Dios que, de modo particular, es la Madre de los pobres. La Virgen María conoce de cerca las dificultades y sufrimientos de quienes están marginados, porque ella misma se encontró dando a luz al Hijo de Dios en un establo. Por la amenaza de Herodes, con José su esposo y el pequeño Jesús huyó a otro país, y la condición de refugiados marcó a la sagrada familia durante algunos años. Que la oración a la Madre de los pobres pueda reunir a sus hijos predilectos y a cuantos les sirven en el nombre de Cristo. Y que esta misma oración transforme la mano tendida en un abrazo de comunión y de renovada fraternidad. FRANCISCO. Roma, en San Juan de Letrán, 13 de junio de 2020, memoria litúrgica de san Antonio de Padua.

lunes, 2 de noviembre de 2020

HOMILIA Domingo trigésimo segundo del TIEMPO ORDINARIO cA (08 de noviembre de 2020)

Domingo trigésimo segundo del TIEMPO ORDINARIO cA (08 de noviembre de 2020) Primera: Sabiduría 6, 12-16; Salmo: Sal 62, 2-8; Segunda: 1 Tesalónica 4, 13-18; Evangelio: Mt 25, 1-13 Nexo entre las LECTURAS Los textos litúrgicos nos invitan a tener una actitud de vigilancia en el mundo para llegar felices a la eternidad de Dios: "Vigilen, porque no saben el día ni la hora" (evangelio). Esta es la actitud propia del sabio, porque "meditar en la sabiduría es prudencia consumada, y el que por ella se desvela pronto estará libre de inquietud" (primera lectura). Así podremos concluir nuestra vida en paz, y estar siempre con el Señor (segunda lectura). Temas... El núcleo de la liturgia de hoy es el grito que se oye a medianoche: «Ya viene el esposo, salgan a su encuentro» (Mt 25, 6). El Esposo es Cristo y viene de improviso a llamar a su banquete eterno a los que escucharon su palabra, la practicaron y enseñaron a otros a hacer lo mismo, simbolizados en las diez “vírgenes” que velan a la espera de ser introducidas en la boda. En esta parábola las relaciones entre Dios y el hombre se presentan, como sucede con frecuencia en el Antiguo Testamento, como relaciones nupciales. El Hijo de Dios, encarnándose, se desposó con la humanidad con esa unión indisoluble porque Él es el Hombre-Dios y consumó luego, este desposorio, en la cruz, por la que redimió a los hombres y los unió a sí agrupándolos en la Iglesia su esposa mística. Pero no le basta esto: Cristo quiere celebrar sus desposorios místicos con todos los hombres (Fratelli Tuti). «Los tengo desposados con un solo esposo -escribe San Pablo a los Corintios-, para presentarlos cual casta virgen a Cristo» (2Co 11, 2). Con esta luz la vida del hombre sobre la tierra debe considerarse como un compromiso de fidelidad nupcial a Cristo, fidelidad delicada, presurosa, ardiente e inspirada en el amor. La vida, vista así, es una espera vigilante del Esposo, y estaremos ocupados en buenas obras, las cuales, según el simbolismo de la parábola, son el aceite que alimenta la lámpara de la fe. Las vírgenes prudentes están bien provistas del aceite (del amor) y por eso pueden soportar lo prolongado de la vigilia nocturna y encontrarse prontas para el recibimiento del esposo. En cambio, las vírgenes necias, que representan a los descuidados en el cumplimiento de sus deberes, ven que sus lámparas se apagan sin remedio, llegan luego tarde y llaman inútilmente: «¡Señor, Señor, ¡ábrenos!» (Mt 25, 11) No basta invocar a Dios para salvarse; se requiere «la fe que actúa por la caridad» (Gál 5, 6). Por eso las vírgenes necias tienen que escuchar: «No las conozco» (Mt 25, 12); es la misma respuesta dada a los que han predicado el Evangelio, pero no lo han practicado: «Jamás los conocí; aléjense de mí» (Mt 7, 23). Cristo los conoce muy bien a éstos, pero no como ovejas de su grey, porque no escucharon su voz, ni como amigos, porque no guardaron sus mandamientos; por eso los excluye de la intimidad de las bodas eternas. La llegada del esposo a medianoche y con retraso indica que nadie puede saber cuándo abrirá el Señor para él las puertas de la eternidad y justifica la exhortación final: «Por tanto, estén atentos, porque no saben el día ni la hora» (Mt 25, 13). La primera y segunda lectura giran en torno al Evangelio: La primera (Sab 6, 12-16) es como un preludio, que alaba la búsqueda de la sabiduría que procede de Dios y se ordena a su servicio. «Pensar en ella es prudencia consumada, y quien vela por ella pronto quedará libre de esclavitudes» (Sab 6, 15). Esta sabiduría hace al hombre prudente, le enseña a no gastar la vida en cosas vanas, sino a emplearla en el servicio y en la espera de Dios. Quien temprano la busca, no se hallará desprevenido a la llegada del Esposo. La segunda lectura (1Ts 4 13-18) concluye el tema con la instrucción de San Pablo a los Tesalonicenses sobre el destino eterno del hombre. Ante la muerte de sus seres queridos, los Tesalonicenses se afligían «como los que no tienen esperanza» (ib 13), porque no sabían aún que los creyentes, habiéndose incorporado a Cristo, están llamados a participar en su gloria. «Pues si creemos que Jesús ha muerto y resucitado, del mismo modo a los que han muerto en Jesús, Dios los llevará con él» (ib 14). La fe y la unión a Cristo valen no sólo para esta vida, sino también para la muerte, la resurrección y la glorificación. Esta es la meta luminosa a la que el creyente debe mirar para estar en vela a la espera del Esposo y para ver con serenidad la muerte que lo introducirá en las bodas eternas donde estará «siempre con el Señor» (ib 17). Sugerencias... Prepararse para despertar. La invitación de Jesús es clara: "Estén, pues, preparados, porque no saben ni el día ni la hora" (Mt 25,13). En esta parábola en particular Cristo admite que hay una especie de sueño que nos envuelve a todos, porque la diferencia entre unas y otras ‘virgenes’ no está en que unas durmieron y otras no. Lo que las diferencia no es en este caso el sueño sino cómo se dispusieron para la hora del banquete, es decir: cómo prepararon su despertar. Algunas simplemente no prepararon su despertar. El cansancio, el hastío o la oscuridad de la noche les ganaron y ellas pasivamente entregaron al sueño sin pensar qué podría suceder después. Otras en cambio, aunque sintieran que la noche les podía vencer, hicieron acopio de aceite, de modo que al despertar pudieran contar con algo para vencer a la noche. Es un asunto de conciencia: unas fueron conscientes de que podían dormirse, y tomaron medidas al respecto; otras sencillamente se dejaron ganar del sueño. Para nosotros, ¿qué es preparar el despertar? Depende de qué sueño estemos hablando. Uno puede pensar en el sueño de la muerte, cosa que suena muy concorde con el tono escatológico de estos capítulos finales del evangelio de Mateo. Quienes se dejan llevar por este sueño son quienes extinguen su mirada sobre este mundo como si nada realmente fuera a suceder después. Quienes, por el contrario, son previsivos, guardan aceite, que es una manera de guardar luz. Aunque su cuerpo sea vencido por el sueño, hay un poco de luz que no duerme con ellos. ¿Qué luz estamos guardando? ¿Qué puede alumbrar en nosotros cuando ya nos hayamos dormido, esto es, cuando ya la muerte nos haya sometido a su poder? Buscar la sabiduría. La primera lectura nos habla también de la luz: "radiante e incorruptible es la sabiduría" (Sab 6,12). La sabiduría es incorruptible; es un género de luz que corresponde bien al aceite de que nos habla el evangelio, porque, aunque el sueño de la muerte nos atrape, la sabiduría no está sujeta al imperio de la muerte y puede estar con nosotros cuando se escuche la voz: "... ¡llega el esposo!" (Mt 25,6). Vale la pena recordar que esta sabiduría es mucho más que conocimiento. No se trata de erudición o de capacidad intelectual, aunque tampoco riñe con ellas. Esta sabiduría sale al encuentro de quienes la buscan " y colabora con ellos en todos sus proyectos" (Sab 6,16). Consiste más, entonces, en una ciencia para la vida, un saber vivir. Por consiguiente, el mensaje sería: saber vivir el camino de esta vida prepara la vida que vendrá después de este camino. Entrar al banquete. Por otro lado, no podemos perder de vista qué rostro tienen la hora y el encuentro finales en esta parábola del Señor. Todas aquellas doncellas estaban invitadas a un banquete de bodas. Todas estaban aguardando al Esposo. Este cuadro proviene de las costumbres judías de aquella época, pero conserva su validez y una fuerza alegórica inmensa en todos los tiempos. Esperar al Esposo es esperar un gozo que no tiene semejante en esta tierra. Las bodas son el día de la alegría, según expresión del Cantar de los Cantares (3,11). Nosotros, pues, no esperemos en el vacío o en la incertidumbre. Somos llamados a compartir el día del gozo del Esposo, el día de la alegría de Cristo. En la intimidad de un banquete, que se anticipa en esta cena eucarística (felices los invitados al banquete de las bodas del Cordero), Cristo nos dará a saborear el gozo de su corazón ante la belleza de su Esposa, la Iglesia. 5. En esta XXVIII Jornada Mundial (Nacional) del Enfermo, pienso en los numerosos hermanos y hermanas que, en todo el mundo, no tienen la posibilidad de acceder a los tratamientos, porque viven en la pobreza. Me dirijo, por lo tanto, a las instituciones sanitarias y a los Gobiernos de todos los países del mundo, a fin de que no desatiendan la justicia social, considerando solamente el aspecto económico. Deseo que, aunando los principios de solidaridad y subsidiariedad, se coopere para que todos tengan acceso a los cuidados adecuados para la salvaguardia y la recuperación de la salud. Agradezco de corazón a los voluntarios que se ponen al servicio de los enfermos, que suplen en muchos casos carencias estructurales y reflejan, con gestos de ternura y de cercanía, la imagen de Cristo Buen Samaritano. Encomiendo a la Virgen María, Salud de los enfermos, a todas las personas que están llevando el peso de la enfermedad, así como a sus familias y a los agentes sanitarios. A todos, con afecto, les aseguro mi cercanía en la oración y les imparto de corazón la Bendición Apostólica. (Vaticano, 3 de enero de 2020. Memoria del Santísimo Nombre de Jesús. Papa Francisco)

HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

  VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024) Primera : Isaías 52,13 – 53,12;  Salmo : Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25;  Segunda :...