lunes, 26 de abril de 2021

HOMILIA DOMINGO QUINTO DE PASCUA cB (02 de mayo 2021)

DOMINGO QUINTO DE PASCUA cB (02 de mayo 2021) Primera: Hechos 9, 26-31; Salmo: Sal 21, 26b-28. 30-32; Segunda: 1Juan 3,18-24; Evangelio: Juan 15, 1-8 Nexo entre las LECTURAS Este Domingo —5to. de Pascua— desea subrayar nuestra unión con Cristo Jesús, muerto y resucitado por nosotros, y la necesidad de producir frutos en las buenas obras. La primera lectura nos muestra a Pablo que narra su conversión a los apóstoles y sus predicaciones en Damasco. La experiencia de Cristo lo llevaba a hacer una nueva lectura de la Escritura y a descubrir el plan de salvación. Su anhelo es el de predicar sin descanso a Cristo a pesar de las amenazas de muerte de los hebreos de lengua griega (1 Lectura). En la segunda lectura, san Juan continúa su exposición sobre la verdad del cristianismo de frente al gran enemigo de la "gnosis". El amor no se demuestra en bellas palabra o especiales iluminaciones, como pretendían los gnósticos, sino en obras de amor (2 Lectura). No se puede separar la fe de la vida moral. La parábola de la vid y los sarmientos nos confirma que sólo podremos dar frutos de caridad, si permanecemos unidos a la vid verdadera, Cristo el Señor (Evangelio). Temas... Rasgos de la Comunidad pascual. Ojalá vayan siendo también nuestras las características que aparecen en la primera comunidad después de la Pascua. Sigue creciendo la Iglesia, convencida de la presencia activa de su Señor resucitado y guiada por su Espíritu. Crece y madura, ayudada también por las dificultades internas y externas, con una difícil serenidad y paz. Hay un rasgo interesante hoy: la comunidad apostólica acoge a Pablo, el que luego será el gran apóstol de Cristo entre los paganos. Por parte de Pablo es noble la actitud y el testimonio: va a Jerusalén, a confrontar su misión con Pedro y los demás apóstoles, y les cuenta la experiencia de su encuentro con Cristo y su conversión. Pero también es admirable el mérito de la comunidad: a pesar de las más que justificadas suspicacias que podía suscitar la persona de Pablo, le acogen, no se cierran al carisma que brota, saben ver en él la acción del Espíritu. La aceptación de Pablo es una lección de universalismo y de imaginación, porque Pablo va a ser apóstol "de otro modo". Ya hay aquí una primera interpelación a nuestra comunidad eclesial concreta, religiosa o parroquial, para que crezca y madure, se deje guiar por el Espíritu y sepa aceptar la variedad de dones que Cristo regala a su Iglesia. Hacen falta muchos Bernabés que sepan discernir y muestren un corazón capaz de dar un margen de confianza a las personas. Cristo, la Vid; Nosotros, los Sarmientos. Pero hoy y el Domingo que viene, el evangelio, tomado del discurso u oración de la Ultima Cena, nos invita a profundizar en el misterio pascual de Cristo en cuanto a nuestra relación con Él. El Domingo pasado se nos presentaba Cristo como el Buen Pastor. El Domingo que viene nos anunciará su testamento del amor y la alegría. Hoy es la hermosa metáfora de la vid y los sarmientos la que nos ayuda a entender toda la intención de la Pascua. Es una comparación sencilla, pero profunda, que nos ofrece muchas sugerencias para la vida cristiana. Si ya era hermoso que se nos invitara a unirnos a Cristo como a nuestro Pastor, más profunda es la perspectiva del sarmiento que se entronca en la vid y vive de ella. La imagen apunta claramente a una comunión de vida con Cristo. Como la savia vital que fluye a los sarmientos y les permite dar fruto (y al revés, la separación produce esterilidad y muerte), así nosotros con Cristo: "sin mí nada pueden hacer ". Celebrar la Pascua es, no sólo alegrarnos del triunfo de Cristo, sino incorporarnos —dejarnos incorporar por el Espíritu— a la Nueva Vida de Cristo. Una expresión típica de Juan es la de permanecer en Cristo: siete veces aparece en su evangelio: el Resucitado no sólo quiere que vivamos "como" Él, o que sigamos "tras" Él, o que seamos "de" Él, o que caminemos "con" Él, sino que vivíamos "en" Él. Es un programa de comunión de vida. Ciertamente "permanecer en Él" no se interpreta pasivamente, sino que es un programa dinámico y comprometedor como pocos. Aplicaciones concretas. La imagen admite traducciones muy concretas en nuestra vida, según los ambientes de las varias comunidades: -la comunión de la verdad y la fe (cf. 2 Lect.); creer en Él es el primer y radical lazo que nos une; "somos de la verdad", se nos propone "que creamos en el nombre de Jesús"; -pero esa fe debe desembocar en el amor: Juan relaciona estrechamente las dos perspectivas: "creamos... y nos amemos unos a otros"; éste es el mandamiento, estos son los frutos de nuestra unión con el Resucitado; el que ama "permanece en Dios" (será el tema central del Domingo que viene); -la unión con Cristo retrata también nuestra oración: la oración personal y comunitaria nos hacen centrarnos de modo privilegiado con Cristo, con su Palabra, con sus sacramentos; este encuentro —la Eucaristía diaria o dominical, por ejemplo— son como el motor y el alimento de nuestra unión existencial con Cristo; -hay una dirección interesante en la imagen, la poda; a los que se mantienen unidos a Cristo, Dios los "poda", para que den más fruto; ¿qué aspectos de nuestra vida estamos dejando que sean podados en esta Pascua, qué purificación y renovación se nota en nuestra existencia personal, en nuestra comunidad? Este programa, positivo pero empeñativo, de nuestra Pascua con Cristo debe conducir también claramente a la experiencia de nuestra Eucaristía. Cuando Juan, en el cap. 6 de su evangelio, dice cuáles son los frutos de la Eucaristía, habla en los mismos términos: "el que me come permanece en mí y yo en él". Más aún: "como yo vivo por el Padre, que vive, así el que me coma vivirá por mí". La celebración eucarística es como el resumen y el motor de toda una vida cristiana en unión con Cristo. Sugerencias... La Liturgia de la Palabra presenta hoy en síntesis el itinerario de la vida cristiana: conversión, inserción en el misterio de Cristo, perfeccionamiento/crecimiento de (en) la caridad. La primera lectura (Hch 9, 26-31) narra la llegada de Saulo a Jerusalén donde «todos le temían, no creyendo que fuese discípulo» (ib 27) y que, iluminado de modo extraordinario por la gracia, de feroz enemigo se había convertido en ardiente apóstol de Cristo. La conversión no es tan repentina para todos; normalmente requiere un largo trabajo para vencer las pasiones y las malas costumbres, para cambiar mentalidad y conducta. Pero para todos es posible, y no sólo como paso de la incredulidad a la fe, del pecado a la vida de la gracia, sino también como ejercicio de las virtudes, desarrollo de la caridad y ascesis hacia la santidad. Bajo este talante la conversión no es un mero episodio, sino un empeño que compromete toda la vida. La conversión ratificada por el sacramento, injerta al hombre en Cristo para que viva en Él y viva su misma vida. Es el tema del Evangelio del día (Jn 15, 1-8), «Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes —dice el Señor—. Como el sarmiento no puede dar fruto de sí mismo si no permanece en la vid, tampoco ustedes si no permanecen en mí» (ib 4-5). Sólo unido a la cepa puede vivir y fructificar el sarmiento; del mismo modo sólo permaneciendo unido a Cristo puede vivir el cristiano en la gracia y en el amor y producir frutos de santidad, Esto declara la impotencia del hombre en cuanto se refiere a la vida sobrenatural y la necesidad de su total dependencia de Cristo; pero declara igualmente la positiva voluntad de Cristo de hacer al hombre vivir de su misma vida. Por eso el cristiano no debe desconfiar nunca; los recursos que no tiene en sí los encuentra en Cristo, y cuanto más experimenta la verdad de sus palabras: «sin mí, nada pueden» (ib 5), tanto más confía en su Señor que quiere ser todo para Él. El bautismo y la inserción en Cristo que Él produce son dones gratuitos; y es tarea del cristiano vivirlos manteniéndose unido a Cristo por medio de la fidelidad personal, como indica la expresión tantas veces repetida: «permanezcan en mí». El gran medio para permanecer en Cristo, es que sus palabras permanezcan en el creyente (ib 7) mediante la fe que le ayuda a aceptarlas y el amor que se las hace poner en práctica. Entre las palabras del Señor hay una de especial importancia que se recuerda en la segunda lectura (1 Jn 3, 18-24): «su precepto es que... nos amemos mutuamente» (ib 23). El ejercicio de la caridad fraterna es la señal distintiva del cristiano, precisamente porque atestigua su comunión vital con Cristo; pues es imposible vivir en Cristo, cuya vida es esencialmente amor, sin vivir en el amor y producir frutos de amor. Y como Cristo ha amado al Padre y en Él ha amado a todos los hombres, así el amor del cristiano para con Dios tiene que traducirse en amor sincero para con los hermanos. Por eso San Juan encarga con tanto ardor: «Hijitos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de obra y de verdad» (ib 18). Quien de esta manera ama al prójimo —amigos y enemigos— nada tiene que temer delante de Dios, no porque sea impecable, sino porque Dios, «que es mejor que nuestro corazón y todo lo conoce» (ib 20), en vista de su caridad para con los hermanos le perdonará con gran misericordia todos los pecados.

lunes, 19 de abril de 2021

HOMILIA DOMINGO CUARTO DE PASCUA cB (25 de abril 2021)

DOMINGO CUARTO DE PASCUA cB (25 de abril 2021) Primera: Hechos 4, 8-12; Salmo: Sal 117, 1. 8-9. 21-23. 26. 28-29; Segunda: 1Juan 3,1-2; Evangelio: Juan 10, 11-18 Nexo entre las LECTURAS Hoy se celebra en la Iglesia la 58 Jornada Mundial por las Vocaciones. Los textos litúrgicos nos delinean a Jesús como Buen Pastor, llamando primordialmente a Obispos y Sacerdotes a imitarlo en el ejercicio del ministerio de la Caridad Pastoral. En primer lugar, el sacerdote -como Jesús- debe ser buen pastor, dispuesto a entregar su vida por sus ovejas (Evangelio). El sacerdote, al igual que Jesús, debe ser para los hombres como una piedra angular que sostiene todo el edificio de sus convicciones y valores espirituales, morales y humanos (primera lectura). Finalmente, el sacerdote, como Jesús, ha aceptado la llamada a ser elegido para ser hijo de Dios Sacerdote y para vivir la experiencia de un amor tierno y filial a Dios, su Padre (segunda lectura). Temas... Cristo mismo, el que guía, cuida, defiende y alimenta. El cuarto domingo de Pascua es conocido como el Domingo del Buen Pastor. Uno de los temas más bellos, durante la Pascua, es Cristo mismo que cuida de nosotros, nos guía, nos alimenta, nos defiende… todo ello presentado a través de la figura del Pastor. Efectivamente estas son las tareas del Pastor: cuidar; defender; alimentar y guiar al rebaño. La relación estrecha (palabra que se nos hizo familiar en la pandemia/cuarentena) y no solamente funcional es la relación de amor que llega a establecerse entre el Pastor y el rebaño y sirve para que nosotros nos sintamos también amados por aquel que nos guía, nos cuida, nos defiende, y nos alimenta. Atención a esos cuatro verbos “nos guía; cuida; defiende y alimenta” tomados del Evangelio proclamado hoy. Un pequeño detalle que me parece bueno destacar… es porque -muchas veces- hay perlas en esos detalles pequeños… el detalle es hacer/meditar/reflexionar acerca del contraste entre el asalariado y el lobo. Cristo mismo, al presentar la comparación, comparación que es una especie de parábola viva, Él hace la comparación entre el asalariado y el Pastor… pero podemos hacer, guiados por el Espíritu Santo, la comparación entre el asalariado y el lobo. Asalariado, es el que trabaja con las ovejas, pero no las quiere. En el fondo, no le importan. A él le importa su dinero, su ganancia, su provecho, su interés, su salario. Así que hay bastante parecido entre el asalariado y el lobo. Porque, al lobo, también lo que le interesa es su hambre, su alimento, su provecho, su ganancia… ¡Sorpresa! la comparación nos muestra que, aunque el lobo está afuera y el asalariado está adentro del rebaño, en el fondo ambos son enemigos del rebaño; esto significa que no solo hay enemigos afuera, sino también los hay ADENTRO… Por eso, cuando pensamos en el misterio de la Iglesia, esta observación es bien importante: hay enemigos afuera, por ejemplo, los que se muestran como ateos, los que se muestran como miembros de otras confesiones cristianas que se burlan del catolicismo, los que sufren de cristianofobia… esos, podemos decir, que aparecen como enemigos de afuera. También, por supuesto, son de este grupo los muchos pecados que nos tientan. Pero, cuidado… que es que hay también enemigos adentro, son como lobos: porque también les interesa únicamente lo suyo. Hay otro punto que es importante, dice nuestro Señor Jesucristo, que el asalariado se va y las ovejas se pierden y que luego llega y las ovejas se dispersan… pensemos en lo que es el “aprisco”, ese lugar donde están las ovejas y nos damos cuenta de que el asalariado deja sin ovejas el aprisco y el lobo deja sin ovejas el aprisco. El aprisco es la Iglesia y la Iglesia gime y la Iglesia sufre por el peso y por el daño que causan los asalariados, los que solamente miran por su provecho, aunque estén dentro de la Iglesia. Así como la Iglesia sufre por aquellos que la atacan desde fuera, pidamos a Cristo Buen Pastor que nos envíe pastores según su corazón y que nos guíen, nos cuiden, nos defiendan, y nos alimenten… llevándonos al CIELO PROMETIDO. Sugerencias... El misterio pascual se nos presenta hoy bajo la figura de Jesús buen Pastor y piedra angular de la Iglesia. El buen Pastor no abandona el rebaño en la hora del peligro, como hace el mercenario, sino que, para ponerlo a salvo, se entrega a sí mismo a los enemigos y a la muerte: «El buen pastor da su vida por las ovejas» (Jn 10, 11). Es el gesto espontáneo del amor de Cristo por los hombres: «Nadie me quita la vida, soy yo quien la doy de mí mismo» (ib 18). En este misterio de misericordia infinita el amor de Jesús se entrelaza y se confunde con el amor del Padre. El Padre es quien lo ha enviado para que los hombres tengan en Él al Pastor que los guarde y les asegure la verdadera vida: «¡Miren cómo nos amó el Padre! —dice San Juan en la segunda lectura— Quiso que nos llamáramos hijos de Dios, y nosotros lo somos realmente» (1 Jn 3, 1). Este amor el Padre nos lo ha dado en el Hijo, que por medio de su sacrificio ha librado a los hombres del pecado y los ha hecho participantes no sólo de un nombre, sino de un nuevo modo de ser, de una nueva vida: el ser y la vida de hijos de Dios. En virtud de la obra redentora de Cristo todo hombre está llamado a formar parte de una única familia que tiene a Dios por Padre, de un único rebaño que tiene a Cristo por pastor. Esta familia y este rebaño se identifican con la Iglesia, de la cual, como dice Pedro en la primera lectura, Jesús es la piedra fundamental. «Él es la piedra rechazada por vosotros los constructores, que ha venido a ser piedra angular» (Hch 4, 11). La Sinagoga lo ha rechazado, pero por el misterio de su muerte y resurrección Jesús se ha convertido en el puntal de un nuevo edificio: la Iglesia. Cristo buen Pastor, Cristo piedra angular son dos figuras diversas pero que expresan una misma realidad: Él es la única esperanza de salvación para todo el género humano. «… no existe bajo el cielo otro Nombre dado a los hombres, por el cual podamos salvarnos» (ib 12). Rezamos por el Papa y por la Iglesia para que seamos instrumentos eficaces en las manos del Señor que quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad… también somos invitados por Jesús a tener un corazón abierto a todos: «Tengo otras ovejas que no son de este corral y a las que debo también conducir» (Jn 10, 16). De hecho, son innumerables todavía las ovejas lejanas del ‘aprisco’, y sin embargo de ellas ha dicho expresamente Jesús: «oirán mi voz» (ib). Pero ¿cómo pueden escuchar la voz del Pastor si no hay quien se la anuncie (con palabras y con obras que confirman las palabras)? Todo creyente está comprometido en esta misión: con la oración, el sacrificio, la palabra debe trabajar para conducir al redil de Cristo a las ovejas olvidadizas y lejanas, a las extraviadas y errantes, para que de todas se haga «un solo rebaño» y todas tengan «un solo pastor» (ib). El Evangelio del día nos sugiere aún una última reflexión: «Conozco a mis ovejas —dice Jesús— y las mías me conocen a mí, como el Padre me conoce y yo conozco a mi Padre» (ib 14-15). No se trata de un simple conocimiento teórico, sino de un conocimiento vital que lleva consigo relaciones de amor y de amistad entre el buen Pastor y sus ovejas, relaciones que Jesús no duda en parangonar a las que existen entre Él y el Padre, De la humilde comparación campestre del pastor y de las ovejas, Jesús se levanta a proponer la de la vida de comunión que lo une al Padre insertando en tal perspectiva sus relaciones con los hombres. Esta es la verdadera vida de los hijos de Dios, que comienza en la tierra con la fe y el amor y culminará en el cielo, donde «seremos semejantes a Dios, porque le veremos tal cual es». del Mensaje del Santo Padre Francisco, para la 58 jornada mundial, de oración por las vocaciones San José: el sueño de la vocación Dios ve el corazón (cf. 1 Sam 16,7) y en san José reconoció un corazón de padre, capaz de dar y generar vida en lo cotidiano. Las vocaciones tienden a esto: a generar y regenerar la vida cada día. El Señor quiere forjar corazones de padres, corazones de madres; corazones abiertos, capaces de grandes impulsos, generosos en la entrega, compasivos en el consuelo de la angustia y firmes en el fortalecimiento de la esperanza. Esto es lo que el sacerdocio y la vida consagrada necesitan, especialmente hoy, en tiempos marcados por la fragilidad y los sufrimientos causados también por la pandemia, que ha suscitado incertidumbre y miedo sobre el futuro y el mismo sentido de la vida. San José viene a nuestro encuentro con su mansedumbre, como santo de la puerta de al lado; al mismo tiempo, su fuerte testimonio puede orientarnos en el camino.

martes, 13 de abril de 2021

HOMILIA DOMINGO TERCERO DE PASCUA cB (18 de abril 2021)

DOMINGO TERCERO DE PASCUA cB (18 de abril 2021) Primera: Hechos 3, 13-15.17-19; Salmo: Sal 4, 2. 4. 7. 9; Segunda: 1Jn 2,1-5a; Evangelio: Lucas 24, 35-48 Nexo entre las LECTURAS Debe alegrarnos hablar de conversión y misericordia en el período pascual. Ese es el tema en que se centra la atención de la liturgia dominical. Deben convertirse, ante todo, los discípulos de Jesús para aceptar, sin lugar a dudas, el misterio de la resurrección (evangelio). Deben convertirse los judíos, porque no aceptar a Jesús resucitado como Mesías es prácticamente autodestruirse (primera lectura). Deben convertirse, vivir en permanente estado de conversión, los cristianos, para no creer que por el solo conocimiento podrán alcanzar la vida verdadera (segunda lectura). Temas... No es un fantasma. Más allá de la tumba, un misterio suspicaz, casi arrogante, ciega nuestra mirada y desafía nuestra inteligencia. La muerte muestra con orgullo sus triunfos incesantes y reporta victoria sobre todos: niños y ancianos, hombres y mujeres, infelices que la han pretendido como escape desesperado o boyantes transeúntes que jamás hubieran querido encontrarse con ella, en estos tiempos por medio del COVID-19, se anota triunfos desagradables. Sólo una cosa es cierta y general: ante la puerta de la muerte habremos de comparecer todos… es una ‘vocación’ la de llegar a la puerta para entrar en la VIDA. Esta certeza universal explica suficientemente la reacción de los discípulos ante la aparición del Resucitado. Bien anota el evangelista: "creían ver un fantasma...". De la misma raíz que "fantasía", el fantasma incluye por contraste la idea de un terror que sobrecarga los sentidos y paraliza el pensamiento. Es interesante ver que esa impresión sobrehumana, lejos de ayudar, impide creer, pues Cristo les pregunta: "¿por qué surgen dudas en su interior?". La fe entonces es más que asombro colosal, es más que una puerta sobre el abismo de lo incognoscible, es más que la desagradable impresión de palpar el propio límite. Jesús, en realidad, quiere vencer esa distancia infinita que nos aparta de lo que no podemos controlar con nuestra inteligencia y por eso da a palpar su límite, esto es, la frontera que su misericordia ha querido visitar y habitar por nuestra salvación: "Tóquenme y convénzanse de que un fantasma no tiene ni carne ni huesos, como ven que yo tengo". ¡Ay, Dios! Y con semejante testimonio, que más claro no se le encontrará, ha habido todavía llamados teólogos que niegan la resurrección corporal del Señor... Tenga, JESÚS RESUCITADO, piedad de los que niegan la resurrección y de todos nosotros. Que si el primer impulso es castigar a quienes tales cosas enseñan, será mejor amar y compadecer, bien que sosteniendo firme la fe incuestionable de los apóstoles y de la Iglesia entera. El evangelio nos explica, al fin y al cabo, que sólo cuando Dios abre el entendimiento es posible admitir que hubo una que rompió la trampa y escapó del vientre cenagoso de la muerte. Se llama Jesucristo, es el SEÑOR DE LA HISTORIA. Creer en el amor. La segunda lectura de hoy da un paso más. La frase fundamental quizás es: "Sabemos que conocemos a Dios, si cumplimos sus mandamientos". La fe no es una historia que endulza nuestros oídos simplemente. La fe no es un relato épico que se contenta con tonificar el corazón. Es una fuerza de vida, y como tal tiene su lugar propio en la vida. El apóstol Juan nos habla así en esta lectura porque ya en su tiempo hubo quienes pretendían que la fe era una "ciencia de magos" o "gnosis", como si fuese, un "conocimiento" destinado solamente a nuestra alma y sin una repercusión real ni en nuestro cuerpo ni en lo que hiciéramos con él. Aquella "idea", que ha permanecido larvada o descarada durante los siglos, va por eso dando bandazos entre el desprecio que mutila lo corporal y el desafuero que predica y practica el libertinaje… confundiendo con sus nuevos trajes en cada "ideología" que parece nueva en su formulación pero que es antigua en su verdad… siempre quiere que nos apartemos de Dios y de la verdad… Frente a esa demencia, nuestra fe, como la hemos recibido de los apóstoles, tiene un rostro definido: "el AMOR de Dios, que llega verdaderamente a su plenitud en aquel que cumple su palabra; esta es la prueba de que estamos en Él". Somos de Cristo significa: vamos con Cristo, en seguimiento de Cristo, para estar con Cristo para ‘toda’ la eternidad. Sugerencias... En los domingos después de Pascua las lecturas del Antiguo Testamento son sustituidas por los Hechos de los Apóstoles, que a través de la predicación primitiva testimonian la resurrección del Señor y muestran, de una manera razonable, cómo la Iglesia nació en nombre del Resucitado. - En la primera lectura de hoy, Pedro presenta la resurrección de Jesús encuadrada en la historia de su pueblo como cumplimiento de todas las profecías y promesas hechas a los Padres: «El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, glorificó a su servidor Jesús, a quien ustedes entregaron, renegando de él delante de Pilato, cuando este había resuelto ponerlo en libertad. Pero Dios lo resucitó de entre los muertos, de lo cual nosotros somos testigos» (Hch 3, 13. 15). Y, por si su testimonio y el de cuantos vieron al Resucitado no fuera suficiente, nos ofrece una «señal» en la curación milagrosa del tullido que acababa de realizarse a la puerta del templo. Para hacer resaltar la Resurrección, Pedro no duda en recordar los hechos dolorosos que la precedieron: «ustedes negaron al Santo y al Justo y pidieron que como gracia la libertad de un homicida. Dieron muerte al príncipe de la vida» (ib 14-15). Las acusaciones son apremiantes, casi despiadadas; pero Pedro sabe que él está también incluido en ellas por haber renegado al Maestro; lo están igualmente todos los hombres que pecando siguen negando al «Santo» y rechazando «al autor de la vida», posponiéndole a las propias pasiones, que son causa de muerte. Pedro no ha olvidado su culpa que llorará toda la vida, pero ahora siente en el corazón la dulzura del perdón del Señor. Esto le hace capaz de pasar de la acusación a la excusa: «Ahora bien, hermanos, ya sé que por ignorancia han hecho esto, como también los príncipes de ustedes» (ib 17), y luego al llamamiento a la conversión: «hagan penitencia y conviértanse, para que sus pecados sean perdonados» (ib 19). Como él ha sido perdonado, también lo será su pueblo y cualquier otro hombre, con tal de que todos reconozcan sus propias culpas y hagan el propósito de no pecar más, - A esto mismo se refiere la conmovedora exhortación de Juan (segunda lectura): «Hijitos míos, les escribo esto para que no pequen» (1 Jn 2, 1). ¿Cómo volverá al pecado quien ha penetrado en el significado de la pasión del Señor? Sin embargo, consciente de la fragilidad humana, el Apóstol persiste: «Pero si alguno peca, abogado tenemos ante el Padre, a Jesucristo, justo» (ib), Juan, que había oído en el Calvario a Jesús agonizante pedir el perdón del Padre para quien lo había crucificado, sabe hasta qué punto Jesús defiende a los Pecadores. Víctima inocente de los pecados de los hombres, Jesús es también su abogado más valedero, pues «él es la propiciación por nuestros pecados» (ib 2). - El mismo pensamiento se trasluce en el Evangelio del día. Apareciéndose a los Apóstoles después de la Resurrección, Jesús les saluda con estas palabras: «La paz sea con ustedes» (LC 24, 36). El Resucitado da la paz a los Once atónitos y asustados por su aparición, pero no menos llenos de confusión y de arrepentimiento por haberlo abandonado durante la pasión. Muerto para destruir el pecado y reconciliar a los hombres con Dios, Él les ofrece la paz para asegurarles su perdón y su amor inalterado. Y antes de despedirse de ellos los hace mensajeros de conversión y de perdón para todos los hombres: «será predicada en su nombre la penitencia para la remisión de los pecados a todas las naciones, comenzando por Jerusalén» (ib 47). De esta manera la paz de Cristo es llevada a todo el mundo precisamente porque «él es la propiciación por nuestros pecados». ¡Misterio de su amor infinito! ¡Misterio de misericordia!

viernes, 9 de abril de 2021

II DOMINGO DE PASCUA o DOMINGO DE LA DIVINA MISERICORDIA cB (11 de abril 2021)

II DOMINGO DE PASCUA o DOMINGO DE LA DIVINA MISERICORDIA cB (11 de abril 2021) Primera: Hechos 4, 32-35; Salmo: Sal 117, 2-4. 16-18. 22-24; Segunda: 1Jn 5, 1-6 Evangelio: Jn 20, 19-31 Nexo entre las LECTURAS En el texto evangélico encontramos juntas la fe y la paz: primeramente, la paz como don de Cristo resucitado a sus discípulos: "La paz esté con ustedes", luego la confesión de fe del incrédulo Tomás: "¡Señor mío y Dios mío!" y la añadidura de Jesús: "¿Crees porque me has visto? Dichosos los que creen sin haber visto". En la primera lectura se indican los efectos de la fe y de la paz: la unión de mentes y corazones, la comunidad de bienes, el testimonio de los apóstoles sobre Cristo resucitado. Finalmente, en la primera carta de san Juan se pone de relieve el gran don de la fe, que es capaz de vencer al mundo (segunda lectura). Temas... Sugerencias... Este es el domingo de la misericordia. Descubramos su sentido en las palabras de la homilía de San Juan Pablo II en la Canonización de Sor Faustina, 30 de Abril de 2000. Los títulos y la numeración aquí no son de Juan Pablo. Sangre y Agua. "Den gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia" (Sal 118, 1). Así canta la Iglesia en la octava de Pascua, casi recogiendo de labios de Cristo estas palabras del Salmo; de labios de Cristo resucitado, que en el Cenáculo da el gran anuncio de la misericordia divina y confía su ministerio a los Apóstoles: "Paz a ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo. (...) Reciban el Espíritu Santo; a quienes les perdonen los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengan les quedan retenidos" (Jn 20, 21-23). Antes de pronunciar estas palabras, Jesús muestra sus manos y su costado, es decir, señala las heridas de la Pasión, sobre todo la herida de su corazón, fuente de la que brota la gran ola de misericordia que se derrama sobre la humanidad. De ese corazón santa Faustina Kowalska, verá salir dos haces de luz que iluminan el mundo: "Estos dos haces -le explicó un día Jesús mismo- representan la sangre y el agua" (Diario, Librería Editrice Vaticana, p. 132). ¡Sangre y agua! Nuestro pensamiento va al testimonio del evangelista san Juan, quien, cuando un soldado traspasó con su lanza el costado de Cristo en el Calvario, vio salir "sangre y agua" (Jn 19, 34). Y si la sangre evoca el sacrificio de la cruz y el don eucarístico, el agua, en la simbología joánica, no sólo recuerda el bautismo, sino también el don del Espíritu Santo (cf. Jn 3, 5; 4, 14; 7, 37-39). La misericordia divina llega a los hombres a través del corazón de Cristo crucificado: "Hija mía, di que soy el Amor y la Misericordia en persona", pedirá Jesús a santa Faustina (Diario, p. 374). Cristo derrama esta misericordia sobre la humanidad mediante el envío del Espíritu que, en la Trinidad, es la Persona-Amor. Y ¿acaso no es la misericordia un "segundo nombre" del amor (cf. Dives in misericordia, 7), entendido en su aspecto más profundo y tierno, en su actitud de aliviar cualquier necesidad, sobre todo en su inmensa capacidad de perdón? Jesús dijo a santa Faustina: "La humanidad no encontrará paz hasta que no se dirija con confianza a la misericordia divina" (Diario, p. 132). El futuro según Dios. ¿Qué nos depararán los próximos años? ¿Cómo será el futuro del hombre en la tierra? No podemos saberlo. Sin embargo, es cierto que, además de los nuevos progresos, no faltarán, por desgracia, experiencias dolorosas. Pero la luz de la misericordia divina, que el Señor quiso volver a entregar al mundo mediante el carisma de sor Faustina, iluminará el camino de los hombres del tercer milenio. Pero, como sucedió con los Apóstoles, es necesario que también la humanidad de hoy acoja en el cenáculo de la historia a Cristo resucitado, que muestra las heridas de su crucifixión y repite: "Paz a ustedes". Es preciso que la humanidad se deje penetrar e impregnar por el Espíritu que Cristo resucitado le infunde. El Espíritu sana las heridas de nuestro corazón, derriba las barreras que nos separan de Dios y nos desunen entre nosotros (Ft), y nos devuelve la alegría del amor del Padre y la de la unidad fraterna. Así pues, es importante que acojamos íntegramente el mensaje que nos transmite la palabra de Dios en este segundo domingo de Pascua, que a partir de ahora en toda la Iglesia se designará con el nombre de "domingo de la Misericordia divina". A través de las diversas lecturas, la liturgia parece trazar el camino de la misericordia que, a la vez que reconstruye la relación de cada uno con Dios, suscita también entre los hombres nuevas relaciones de solidaridad fraterna. Cristo nos enseñó que "el hombre no sólo recibe y experimenta la misericordia de Dios, sino que está llamado a "usar misericordia" con los demás: "Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia" (Mt 5, 7)" (Dives in misericordia, 14). Y nos señaló, además, los múltiples caminos de la misericordia, que no sólo perdona los pecados, sino que también sale al encuentro de todas las necesidades de los hombres. Jesús se inclinó sobre todas las miserias humanas, tanto materiales como espirituales. Su mensaje de misericordia sigue llegándonos a través del gesto de sus manos tendidas hacia el hombre que sufre. Hagamos de nuestra existencia un canto a la misericordia Dos amores inseparables. El amor a Dios y el amor a los hermanos son efectivamente inseparables, como nos lo ha recordado la primera carta del apóstol san Juan: "En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos" (1 Jn 5, 2). El Apóstol nos recuerda aquí la verdad del amor, indicándonos que su medida y su criterio radican en la observancia de los mandamientos. En efecto, no es fácil amar con un amor profundo, constituido por una entrega auténtica de sí. Este amor se aprende sólo en la escuela de Dios, al calor de su caridad. Fijando nuestra mirada en él, sintonizándonos con su corazón de Padre, llegamos a ser capaces de mirar a nuestros hermanos con ojos nuevos, con una actitud de gratuidad y comunión, de generosidad y perdón. ¡Todo esto es misericordia! En la medida en que la humanidad aprenda el secreto de esta mirada misericordiosa, será posible realizar el cuadro ideal propuesto por la primera lectura: "En el grupo de los creyentes, todos pensaban y sentían lo mismo: lo poseían todo en común y nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía" (Hch 4, 32). Aquí la misericordia del corazón se convirtió también en estilo de relaciones, en proyecto de comunidad y en comunión de bienes. Aquí florecieron las "obras de misericordia", espirituales y corporales. Aquí la misericordia se transformó en hacerse concretamente "prójimo" de los hermanos más indigentes (cfr. Ft). Santa Faustina Kowalska dejó escrito en su Diario: "Experimento un dolor tremendo cuando observo los sufrimientos del prójimo. Todos los dolores del prójimo repercuten en mi corazón; llevo en mi corazón sus angustias, de modo que me destruyen también físicamente. Desearía que todos los dolores recayeran sobre mí, para aliviar al prójimo" (p. 365). ¡Hasta ese punto de comunión lleva el amor cuando se mide según el amor a Dios! En este amor debe inspirarse la humanidad hoy para afrontar la crisis de sentido, los desafíos de las necesidades más diversas y, sobre todo, la exigencia de salvaguardar la dignidad de toda persona humana. Así, el mensaje de la misericordia divina es, implícitamente, también un mensaje sobre el valor de todo hombre. Toda persona es valiosa a los ojos de Dios, Cristo dio su vida por cada uno, y a todos el Padre concede su Espíritu y ofrece el acceso a su intimidad. Este mensaje consolador se dirige sobre todo a quienes, afligidos por una prueba particularmente dura o abrumados por el peso de los pecados cometidos, han perdido la confianza en la vida y han sentido la tentación de caer en la desesperación. A ellos se presenta el rostro dulce de Cristo y hasta ellos llegan los haces de luz que parten de su corazón e iluminan, calientan, señalan el camino e infunden esperanza. ¡A cuántas almas ha consolado ya la invocación "Jesús, en ti confío", que la Providencia sugirió a través de sor Faustina! Este sencillo acto de abandono a Jesús disipa las nubes más densas e introduce un rayo de luz en la vida de cada uno. A la voz de María santísima, la "Madre de la misericordia", a la voz de santa Faustina y la de todos los santos, que en la Jerusalén celestial canta la misericordia junto con todos los amigos de Dios, unamos también nosotros, Iglesia peregrina, nuestra voz. Cada Domingo es Pascua y somos una Comunidad Pascual. La fe en Cristo resucitado, la alegría y el amor que provoca la fe en la resurrección, deben estar presentes y activos todos los días de nuestra vida. Pero de modo especial el Domingo, en que celebramos precisamente el triunfo de Cristo sobre la muerte, sobre el pecado y sobre todo mal. Cada Domingo los cristianos festejamos la Pascua de Cristo resucitado y glorioso por nuestras vidas. Un paso de perdón, de salvación, de gozo, de amor que san Juan Pablo II llama ‘paso de la divina misericordia’. Un paso con que Cristo glorioso nos invita a hacer lo mismo: a perdonar, ayudar a otros a salvarse, a gozar y a amar. Estamos llamados a vivir cada vez con más conciencia el rico significado de la Eucaristía Dominical y del Domingo. Parece que para muchos bautizados hay una idea equivocada e injusta de lo que el Domingo es en los designios de Dios, y hasta les parece ‘pesado’ ir a Misa todos los Domingos. Hoy es una ocasión estupenda para leer en el catecismo de la Iglesia los números dedicados a esta celebración eclesial (nn. 2174-2188; 1166-1167) y/o la carta Dies Domini de san Juan Pablo II.

HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

  VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024) Primera : Isaías 52,13 – 53,12;  Salmo : Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25;  Segunda :...