lunes, 4 de abril de 2022

HOMILIA DOMINGO DE RAMOS EN LA PASION DEL SEÑOR cC (10 de abril 2022) GENTILEZA P. ANGEL

 DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR cC (10 de abril 2022)

PrimeraIsaías 50, 4-7; Salmo: Sal 21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24; Segunda: Filipenses 2, 6-11; Evangelio: Lucas 22, 14 – 23, 52

Nexo entre las LECTURAS


¡El dolor! Realidad histórica y designio de Dios, hoy manifestado muy claramente en la post-cuarentena, en la guerra Rusia-Ucrania y en tantos marginados del acceso a los bienes primarios. También, y mayor dolor aún, son las leyes a favor del aborto y la consecuente practica indiscriminada. Aquí está el centro del mensaje del Domingo de Ramos, el Siervo de Yahvéh (primera lectura) sufre golpes, insultos y salivazos, pero el Señor le ayuda y le enseña el sentido del dolor. San Pablo, en el himno cristológico de la carta a los filipenses (segunda lectura), canta a Cristo que "se despojó de su grandeza, tomó la condición de esclavo". En la narración de la pasión según san Lucas, Jesús afronta sufrimientos indecibles e incontables, a la manera de un esclavo, pero sabe que todo está dispuesto por el Padre y por ello confía al Padre su espíritu. Por eso decimos con fe que EL DOLOR ES REDENTOR.

Temas...

El testamento. La institución de la Eucaristía, que también en los otros sinópticos constituye el preludio de la pasión, aparece aquí acompañada de una amplia declaración de Jesús que parece un testamento. Así a los discípulos se les confía la tarea de asumir la responsabilidad de velar por la venida del reino de Dios: «Yo les transmito el Reino»; pero esta tarea sólo puede ser asumida con el espíritu genuino de la autoridad de Jesús, que se distingue de todo ejercicio de poder mundano: el primero entre ustedes «pórtese como el menor», y el propio Jesús (que, aunque no lo diga, es el primero) está «en medio de nosotros como el que sirve». Pedro será el primero según el ministerio, pero sólo podrá ser el que sirve, el que «da firmeza a sus hermanos», cuando Jesús haya pedido por él, (que le negará tres veces). Lo que será en verdad el servicio de Jesús, se expresa con palabras del profeta Isaías: «Fue contado con los malhechores», y ahora sus enemigos tienen sobre él «el poder de las tinieblas». En la fuerza y la confianza su pasión no habría sido un sufrimiento completo, por eso Lucas describe de una manera tan realista la angustia del monte de los olivos.

Participación. Jesús sufre solo; los discípulos, representados por Pedro, no le acompañan. Los judíos, Pilato y Herodes se comportan como en los otros relatos. Pero únicamente en el relato de Lucas aparece un ángel en el monte de los olivos para animar a Jesús. Sólo puede tratarse de una confortación para mantenerse firme en la extrema debilidad, para soportar lo insoportable: tener que beber el cáliz de la ira de Dios contra el pecado. En el viacrucis lo siguen mujeres que lloran por él, pero Jesús las rechaza aludiendo a la suerte próxima e ineluctable de Jerusalén, que «no ha querido» (Lc 13,34) y por eso queda «abandonada» a su destino. Otra cosa es la acción de Simón de Cirene: aquí se trata de llevar la cruz al menos externamente, pero con las fuerzas de un hombre normal, que ciertamente son muy distintas de las del que ha sido flagelado casi hasta la muerte. Y finalmente otro hombre, uno de los malhechores crucificados con él, se vuelve hacia Jesús para dirigirle una auténtica súplica. Este sabe algo de la participación, está «en el mismo suplicio», pero distingue muy bien entre su sufrimiento, totalmente merecido, y el sufrimiento totalmente distinto «del que no ha faltado en nada». Aquí algo de la gracia divina del sufrimiento de la cruz puede fluir ya hacia un recipiente preparado. Y sigue fluyendo tras la muerte de Jesús: el centurión es tocado por la gracia, e incluso se dice que «toda la muchedumbre que había acudido a este espectáculo, habiendo visto lo que ocurría, se volvían dándose golpes de pecho».

Palabras de salvación. Mientras que Mateo y Marcos sólo refieren el grito del abandono («Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»), las palabras que Lucas pone en boca de Jesús en la cruz son de otro tenor. Son como la traducción en palabras pronunciadas de lo que el Verbo de Dios opera y siente esencialmente en su pasión. Primero la súplica al Padre: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». Los judíos están ciegos, no reconocen a su Mesías; los paganos hacen lo que repiten miles de veces por imperativos profesionales: crucificar a un presunto malhechor por orden de la autoridad militar. Nadie sabe quién es Jesús en realidad. La súplica de Jesús quiere ‘disculpar’ a los culpables y encuentra razones para ello. Las palabras dirigidas al buen ladrón son una parte de la gracia del perdón merecido mediante la cruz. Las palabras pronunciadas inmediatamente antes de morir: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu», sustituyen al grito del abandono (en Mt y Mc): aunque el Hijo ya no siente al Padre y no percibe el “calor de sus manos”, Jesús no tiene ningún otro sitio donde reclinar su cabeza, donde recostarse en el momento de la entrega total. En las palabras de Jesús en la cruz, Lucas hace irradiar visiblemente algo de la gracia que Jesús adquiere para nosotros con su pasión.

Sugerencias...

El Día en que Cristo aceptó que es Rey. Nuestro Señor y Divino Salvador no aceptó la aclamación de las multitudes que pretendían hacerlo rey después de ver sus asombrosos milagros (cf. Jn 6,15). No quiso una corona cuando todos exclamaban: "¡todo lo hace bien!" (Mc 7,37). Huyó a la montaña muchas veces y a menudo se refugió en la oración y la intimidad con Dios, su Padre (Mt 14,23). En todas esas ocasiones, cuando hubiera sido sencillísimo y casi natural proclamarse Hijo de David y sucesor del trono para liberar a Israel, guardó silencio, se ocultó discreto, oró en lo escondido, se apartó de las aclamaciones y los vítores. Pero hubo un día en que aceptó el aplauso y no huyó de la ovación de su pueblo. Un día Cristo aceptó ‘ser rey’, y selló su destino, cambió la historia y abrió un futuro para el universo entero con el gesto humilde y noble que hoy contemplamos: miremos todos, asómbrese el mundo, cante Judá y no calle Israel: Jesús, el Nazareno, es el Rey, y manso entra en la ciudad de David rodeado de humilde corte.

¿Por qué esta vez el Señor aceptó lo que antes rechazaba? ¿Por qué nos parece que se deja envolver en el entusiasmo de aquella multitud que, por fin, puede dar rienda suelta a su afecto y emoción? Es que bien sabía Jesús qué cosa le esperaba después de esos aplausos y cuánto cambiarían esas voces en cuestión de horas. Percibía su corazón el odio exacerbado de aquellos que veían en Él un peligro para sus intereses. Sabía que los poderosos, tantas veces fustigados por el verbo del Verbo, terminarían por unirse, aunque sólo fuera para estar de acuerdo en quitarlo de en medio. Y en cuanto a sus discípulos, entendía cuán frágil era su amor, así le juraran lo contrario. Comprendía entonces que las cotas más altas de la maldad brotarían con inusitado ímpetu de uno a otro momento, y sabía que ser rey, en medio de semejante torbellino de pasiones y venganzas, más que un honor era un acto de compasión, una obra de misericordia, una manifestación, la última y más perfecta, de su amor inextinguible.

Rostro de la Semana Santa. Este día, Domingo que introduce la celebración de los misterios más hondos y bellos de nuestra fe, es como el frontispicio (el anticipo, el rostro verdadero) desde el que ya vemos la grandeza que nos espera en la semana que comienza. Y por eso la Iglesia, después de invitarnos a cantar aclamaciones al Mesías Pacífico y verdadero Rey, nos invita a mirar en un solo y maravilloso conjunto qué fue lo que entonces sucedió, para que nuestros oídos se acostumbren a la música de drama y de amor que es la Pasión del Señor. Es bueno oír así de una sola vez la Pasión para entender que fue Uno solo el que todo sufrió y Uno solo el que todo venció. Fue Uno solo el que cargó con nuestras culpas y Uno solo el que las arrojó a lo hondo del mar. Uno solo venció a nuestro enemigo, Uno solo triunfó sobre la muerte, Uno solo nos amó hasta el extremo, Uno solo nos dio el perdón, la paz, la gracia y la vida que no acaba. Uno solo: Jesucristo, el Hijo del Dios vivo.

Miremos, pues, con ojos de gratitud y escuchemos con oídos de discípulo el sublime testimonio de este relato. Nada hay semejante en las páginas o escritos de esta tierra. Nada se compara a la altura de ese perdón que, como en cascada, cae desde la Cruz para hacer un nuevo diluvio, no de venganza y castigo, sino de misericordia y de gracia. Nada tan útil y saludable como esta historia de redención, la única que será de nuestro interés cuando nuestros ojos se cierren a las vanidades de esta tierra y tengan que abrirse, para gloria o condena, en la eternidad.

María, Madre de Cristo y de la Iglesia, ruega por nosotros.

HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

  VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024) Primera : Isaías 52,13 – 53,12;  Salmo : Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25;  Segunda :...