lunes, 23 de diciembre de 2019

homilia NATIVIDAD DEL SEÑOR. Solemnidad. Misa de la Noche (24 de diciembre 2019)

NATIVIDAD DEL SEÑOR. Solemnidad. Misa de la Noche (24 de diciembre 2019) Primera: Isaías 9, 1-6; Salmo: Sal 95, 1-3. 11-13; Segunda: Tito 2, 11-14; Evangelio: Lucas 2, 1-14 Nexo entre las LECTURAS… Entre los muchos puntos de contacto de las lecturas, propongo el del ‘Nacimiento’. El anuncio del ángel a los pastores es: “les traigo una buena noticia… Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador.” (Evangelio). El texto de san Lucas, eco del texto de Isaías proclama proféticamente el nacimiento del Mesías: “Un niño nos ha nacido”. En la segunda lectura Pablo, dentro de un contexto de exhortación, fundamenta y motiva a los discípulos misioneros a vivir en una vida virtuosa apoyados en la gracia de Dios, que se ha hecho visible en el nacimiento y en la vida de Jesucristo, mientras esperamos gozosamente su Última Venida. Temas… Sugerencias... Navidad. Tanto en el evangelio de Lucas, que se lee en la Misa de medianoche, como en el de Juan, que se lee en la del Día, se insiste en un dato sorprendente: Lucas afirma que cuando José y María llegaron a Belén no encontraron posada, teniendo que cobijarse fuera del pueblo, en una gruta para resguardar los ganados… y san Juan, da testimonio de que “vino a los suyos y los suyos no lo recibieron”. Celebramos la Natividad, recordamos aquella que llamamos ‘primera Navidad’, cuando Dios -hecho hombre- nació y el mundo no quiso recibirlo… y ahora en el mundo, de nuevo, parece no haber sitio para Dios. Tampoco hay sitio o acogida para los elegidos de Dios: No hay vivienda para los sin techo, no hay trabajo para los parados, no hay alimentos para los que se mueren de hambre, no hay sitio para los inmigrantes, no hay respeto hacia los diferentes... y al contrario hay atropellos indignos por todos lados. En este mundo al que falta caridad, falta solidaridad, falta hospitalidad y sobra egoísmo, indiferencia, insolidaridad… el Papa nos invita a ponernos en manos del Padre de las Misericordias y reemprender el camino de la conversión, del amor, de servicio y de la paz. Encarnación. Navidad es la ‘conmemoración’ del nacimiento de Jesús, el hijo de Dios que se hace carne. Es un misterio de encarnación. Dios se hace hombre, toma nuestra condición con todas sus consecuencias hasta la muerte, para que nosotros podamos asumir la condición de hijos de Dios, con todas sus consecuencias, también de inmortalidad y resurrección. Es un misterio, pues, de solidaridad, que funda una nueva relación de Dios con los hombres, y debe fundar también una nueva relación de solidaridad entre los hombres. En Jesús, Dios se hace solidario de nuestra causa, para que todos seamos en Jesús solidarios en la causa de los hombres, sobre todo, la de los pobres y excluidos. Dios está con nosotros, por nosotros, para nosotros, a fin de que también nosotros estemos los unos con los otros, por los otros, para los otros, para todos. Con la gracia de esta fiesta pedimos “Que la locura homicida no encuentre más espacios en nuestro mundo” (Papa Francisco) Presencia. Que Dios esté con nosotros no significa que Dios esté contra los otros. Y mucho menos que los creyentes nos arroguemos una predilección divina contra otros pueblos o religiones. Al contrario, Dios-con-nosotros significa que Dios está en todos los seres humanos, está en nosotros para que seamos útiles a los otros, y también está en los otros para que le respetemos y escuchemos y amemos, como decía santa Teresa de Calcuta “nos pertenecemos”. De modo que nuestras relaciones interpersonales, las relaciones sociales, debemos ir conformándolas según esta nueva perspectiva de Navidad, como: relaciones de caridad-solidaridad, de disponibilidad, de colaboración y de ayuda hacia todos, pero de modo especial hacia aquellos que más necesitan de nosotros. Pidamos y pedimos la gracia de «“La Paz como camino de Esperanza: Diálogo, Reconciliación y Conversión ecológica”» (Mensaje del Papa para la Paz, 1 de enero de 2020) para que Su presencia nos haga bien a todos… ¡A TODOS! La paz, como objeto de nuestra esperanza, es un bien precioso, al que aspira toda la humanidad. Esperar en la paz es una actitud humana que contiene una tensión existencial, y de este modo cualquier situación difícil «se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino».[1] En este sentido, la esperanza es la virtud que nos pone en camino, nos da alas para avanzar, incluso cuando los obstáculos parecen insuperables». (Papa Francisco). Pesebre. A los primeros testigos de la Navidad, a los pastores, los ángeles les dieron esta señal: «encontrarán un niño en pañales y acostado en un pesebre». Dios se deja ver, sobre todo, en la debilidad, en la pobreza y en la realidad de un niño y acostado en el piso. Al hacerse niño -y estar en el suelo- se ha puesto al alcance de nuestro cariño y de nuestra ternura, ¿hay algo más amable que un niño de pocos días? Pero los niños pueden ser también fáciles víctimas de nuestra violencia y desconsideración (especialmente por los sufrimientos de los menores abusados hagamos una oración especial). De ahí la posibilidad de descubrirlo y amarlo y servirlo en los pobres, con los que ha querido identificarse; pero de ahí también el riesgo de que pasemos de largo, de que no lo veamos o no queramos verlo, e incluso de que lo rechacemos (Papa Francisco). Jesús, que es la Palabra de Dios, se ha hecho apenas balbuceo en el niño de Belén, y se hará silencio al morir en la cruz. Así se ha puesto en su sitio, para indicarnos el nuestro, el último lugar, a la cola, al servicio de todos. Que para eso estamos, para servir, para ser útiles, para amar. Caridad-Solidaridad (San Juan Pablo II). La encarnación, la Navidad, al descubrirnos la misericordia de Dios con el hombre, funda la solidaridad entre los hombres. Frente a la cultura de la competitividad, que amenaza con convertir la convivencia en una lucha sin criterios de todos contra todos, debemos sentar las bases de una nueva cultura, la de solidaridad, la de la Civilización del Amor (san Pablo VI) que nos predisponga a todos en favor de todos. Más allá de la competitividad, entendida y practicada como selectiva y eliminatoria de los débiles, hay que apostar por la competencia, entendida y practicada como capacitación para un servicio cada vez mejor y más operativo y con todos. Trabajemos por la globalización de la Caridad (Benedicto XVI). Se trata, con la ayuda de la gracia, de ir eliminando de nuestra cultura -del mundo y eclesial- todos los rasgos de inhumanidad que hemos ido adquiriendo con la violencia, la explotación, la exclusión, la hostilidad y hostigamiento... y de ir arraigando nuevos rasgos de humanidad, de ayuda mutua, de comprensión y respeto, de tolerancia y cooperación, de solidaridad, de caridad, de no violencia, de paz. Podemos preguntarnos: ¿Cómo celebramos la Navidad? ¿Qué celebramos, la Navidad o las navidades? ¿Un acontecimiento de salvación… unos días de vacaciones? ¿Creemos, con nuestra vida, que el Señor está con nosotros? Y en ese caso: ¿con quién estamos nosotros? ¿con Dios o con el dinero, con las superficialidades? ¿con los ricos o con los pobres? ¿con los poderosos o con los débiles? ¿Vivimos la encarnación? ¿Estamos encarnados para el bien y la virtud y la misericordia con nuestro mundo? Si Navidad es misericordia-solidaridad, ¿somos solidarios? ¿Sólo en las grandes (extremas) ocasiones? ¿Lo somos cada día, en los detalles, siempre y con todos? Virgen de la Navidad, ruega por nosotros, por la Iglesia y por todos… Área de archivos adjuntos

HOMILIA LA SAGRADA FAMILIA DE JESÚS, MARÍA y JOSÉ. Fiesta. cA (29 de diciembre 2019).

LA SAGRADA FAMILIA DE JESÚS, MARÍA y JOSÉ. Fiesta. cA (29 de diciembre 2019). Primera: Eclesiástico 3, 3-7. 14-17; Salmo: Sal 127, 1-5; Segunda: Colosenses 3, 12-21; Evangelio: Mateo 2, 13-15. 19-23 Nexo entre las LECTURAS Dios nos llama a formar parte de Su Familia, es el nexo fundamental en este Domingo de “la Sagrada Familia”, y la característica fundamental de la familia es la fidelidad en el bien, en el amor, en el servicio y en obediencia de unos a otros por amor, pues Dios es el centro de nuestra vida y de la familia. El evangelio insiste en la obediencia amorosa y justa de los padres a los hijos: por dos veces escucha José la voz de Dios, por medio de un ángel, que le dice: "Levántate, toma al niño y a su madre...", y José obedeció sin tardanza y con alegría. La primera lectura, más bien, exhorta a la obediencia amorosa y justa de los hijos a los padres, resaltando los frutos que de ello se derivan: "El que honra a su padre alcanza el perdón de sus pecados, el que respeta a su madre amontona tesoros...". San Pablo recoge las enseñanzas del Eclesiástico y del evangelio y exhorta a la obediencia amorosa y justa recíproca: las esposas a sus maridos y éstos a sus esposas; los hijos a los padres y éstos a los hijos. La honra, el respeto, la obediencia, la respuesta noble... son manifestaciones de una realidad superior, la más propia de la familia humana y cristiana: EL AMOR. Temas... Los vínculos del amor, que deberían mantener unida a la familia natural, son vividos en el evangelio por la única familia sobrenatural, en la que el Niño es el Hijo de Dios. En este sentido, esta singular unión de Hombre, Mujer y Niño es la norma para el comportamiento cristiano de cualquier familia terrenal. Se describe ante todo la abnegación y los desvelos del Padre (e indirectamente también de la Madre) por el destino del Niño. Las instrucciones que José recibe del ángel del Señor tienen como único objetivo el bien del Niño. No se alude a las dificultades que estas instrucciones entrañan para José. Las órdenes son categóricas: «Levántate, toma al Niño y a su Madre (el Niño aparece en primer lugar) y huye a Egipto». El propio José ha de decidir cómo hay que cumplir tales órdenes: no importa que pierda su puesto de trabajo; tampoco se dice cómo pudo arreglárselas para ganar el pan de su familia en Egipto. Únicamente se alude, de nuevo por el bien del Niño, a la orden de regresar a Israel, con la indicación expresa de evitar el territorio de Arquelao, el cruel hijo de Herodes, y establecerse en Nazaret. El Padre está al servicio del Niño y de dos palabras proféticas de las que entonces no podía presentir nada: «No son los hijos quienes tienen que ganar para los padres, sino los padres para los hijos» (2 Co 12,14). La abnegación y los desvelos de los hijos por sus padres son hasta tal punto un deber de gratitud que aparecen como uno de los diez mandamientos principales de la ley. Jesús Sirac (primera lectura) describe este deber muy concretamente y a la vez con suma delicadeza. Los padres ancianos, cuya «mente flaquea», deben ser cuidados y tratados con respeto, y no abochornados por el hijo «mientras es fuerte». El que no honra a sus padres, no experimentará ninguna alegría de sus propios hijos. Pero el mandamiento es elevado al plano religioso: la piedad para con los padres será tenida en cuenta para obtener el perdón de los propios pecados. Más aún: «El que honra a su madre, honra a Dios». Detrás del progenitor humano se encuentra Dios, sin la acción del cual no puede nacer ningún hombre nuevo. Engendrar y traer hijos al mundo es un acontecimiento que sólo es posible con Dios. Por eso en el cuarto mandamiento el amor agradecido a los padres es inseparable de la gratitud debida a Dios. Si en el evangelio se hablaba mayormente del deber y de la obediencia del padre, aquí se coloca el cuidado de la madre por el hijo al mismo nivel. Reciprocidad. Pablo muestra, en la segunda lectura, la unidad del amor en la familia: «Sobrellevaos mutuamente y perdonaos». El amor es el único vínculo que mantiene unida a la familia más allá de todas las tensiones. Y esto una vez más no en plano de la simpatía puramente natural, sino que «todo lo que de palabra y de obra realicéis, sea todo en nombre de Jesús y en acción de gracias a Dios Padre». El amor recíproco de los padres aparece diferenciado: a los maridos se les recomienda auténtico amor (como el que Cristo tiene a su Iglesia, precisa la carta a los Efesios), sin despotismo ni complejo de superioridad; y a las mujeres, la docilidad correspondiente. El amor mutuo entre padres e hijos se fundamenta con una psicología insólitamente profunda: la obediencia de los hijos a los padres «le gusta al Señor», que ha dado ejemplo de esta obediencia (Lc 2,51). El comportamiento de los padres, por el contrario, se fundamenta con precisión: «No exasperen a su hijos, no sea que pierdan los ánimos». La autoridad paterna incontestada ha de fomentar en el hijo su propio ‘coraje’ de vivir, cosa que pertenece ciertamente a la esencia de la autoridad, «fomento» el crecimiento de los hijos. El delicado tejido del amor mutuo diferenciado no puede romperse: la Sagrada Familia es el ejemplo a seguir. Sugerencias... Oración del Papa Francisco por las familias… "Jesús, María y José: A ustedes, la Sagrada Familia de Nazaret, hoy miramos con admiración y confianza; en ustedes contemplamos la belleza de la comunión en el amor verdadero; a ustedes encomendamos a todas nuestras familias, y a que se renueven en las maravillas de la gracia. Sagrada Familia de Nazaret, atractiva escuela del Santo Evangelio: enséñanos a imitar sus virtudes con una sabia disciplina espiritual, danos una mirada limpia que reconozca la acción de la Providencia en las realidades cotidianas de la vida. Sagrada Familia de Nazaret, fiel custodia del ministerio de la salvación: haz nacer en nosotros la estima por el silencio, haz de nuestras familias círculos de oración y conviértelas en pequeñas iglesias domésticas, renueva el deseo de santidad, de sostener la noble fatiga del trabajo, la educación, la escucha, la comprensión y el perdón mutuo. Sagrada Familia de Nazaret, despierta en nuestra sociedad la conciencia del carácter sagrado e inviolable de la familia, inestimable e insustituible. Que cada familia sea acogedora morada de Dios y de la paz ara los niños y para los ancianos, para aquellos que están enfermos y solos, para aquellos que son pobres y necesitados. Jesús, María y José, a ustedes con confianza oramos, a ustedes con alegría nos confiamos".

HOMILIA NATIVIDAD DEL SEÑOR. Solemnidad. Misa del Día (25 de diciembre 2019)

NATIVIDAD DEL SEÑOR. Solemnidad. Misa del Día (25 de diciembre 2019) Primera: Isaías 52, 7-10; Salmo: Sal 97, 1-6; Segunda: Hebreos 1, 1-6; Evangelio: Juan 1, 1-18 Nexo entre las LECTURAS… La Palabra es quien reúne en esta liturgia (y en todas) las diversas lecturas. La Palabra de Dios se ha servido de muchos intermediarios a lo largo de la historia de la salvación. Así nos lo anuncia la segunda lectura (“…en muchas ocasiones y de diversas maneras...”), y así lo hemos oído proclamado en la primera lectura (¡qué hermosos son los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la buena nueva y proclama la salvación!). Esa Palabra -de Dios- no era una idea, o un símbolo sino una Persona Divina que ha ido hablando a los hombres por medio de la creación, de la historia, y que ahora, se hace "carne" y siendo Palabra de Dios comienza a ser también 'Palabra humana (encarnada)' (Evangelio). Una Palabra superior a Moisés y a la Ley (Evangelio), superior a los mismos ángeles y a toda la creación (segunda lectura). Palabra viva que vivifica. Temas… 1. NOCHEBUENA. «Hoy nos ha nacido el Salvador, que es Cristo Señor» (Leccionario). Los profetas entrevieron este día a distancia de siglos y lo describieron con profusión de imágenes: «El pueblo que andaba en tinieblas, vio una luz grande» (Is 9, 2). La luz que disipa las tinieblas del pecado, de la esclavitud y de la opresión es el preludio de la venida del Mesías portador de libertad, de alegría y de paz: «Nos ha nacido un niño, nos ha sido dado un hijo» (ib 6). La profecía sobrepasa inmensamente la perspectiva de un nuevo David enviado por Dios para liberar a su pueblo y se proyecta sobre Belén iluminando el nacimiento no de un rey poderoso, sino del «Dios fuerte» hecho hombre; Él es el «Niño» nacido para nosotros, el «Hijo» que nos ha sido dado. Sólo a Él competen los títulos de « Consejero Maravilloso, Dios fuerte, Padre sempiterno, Príncipe de la paz» (ib). Pero cuando la profecía se hace historia, brilla una luz infinitamente más grande y el anuncio no viene ya de un mensajero terrestre sino del cielo. Mientras los pastores velaban de noche sobre sus rebaños, «se les presentó un ángel del Señor, y la gloria del Señor los envolvía con su luz... «Les traigo una buena nueva, una gran alegría, que es para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor» (Lc 2, 9-11). El Salvador prometido y esperado desde hacía siglos, está ya vivo y palpitante entre los hombres: «encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (ib 12). El nuevo pueblo de Dios posee ya -en ese niño- al Mesías suspirado desde tiempos antiguos: la inmensa esperanza se ha convertido en inmensa realidad. San Pablo lo contempla conmovido y exclama: «La gracia de Dios, que es fuente de salvación para todos los hombres, se ha manifestado» (Tito 2, 11-14). Ha aparecido en el tierno Niño que descansa en el regazo de la Virgen Madre: es nuestro Dios, Dios con nosotros, hecho uno de nosotros, «enseñándonos a negar la impiedad y los deseos del mundo, para que vivamos… con la bienaventurada esperanza en la manifestación gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro» (ib 2, 12-13). El arco de la esperanza cristiana está tendido entre dos polos: el nacimiento de Jesús, principio de toda salvación, y su venida al fin de los siglos, meta orientadora de toda la vida cristiana. Contemplando y adorando el nacimiento de Jesús, el creyente debe vivir no cerrado en estas realidades temporales y en las esperanzas terrenas, sino abierto a esperanzas eternas, anhelando encontrarse un día con su Señor y Salvador. 2. NAVIDAD: La liturgia de las dos primeras Misas de Navidad celebran sobre todo el nacimiento del Hijo de Dios en el tiempo, mientras que la tercera (la llamada del Día) se eleva a su generación eterna en el seno del Padre. «AI principio era el Verbo y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios» (Jn 1, 1) Siendo Dios como el Padre, el Verbo que había existido siempre y que en el principio del tiempo presidió la obra de la creación, al llegar la plenitud de los tiempos «se hizo carne y habitó entre nosotros» (ib 14). Misterio inaudito, inefable; y sin embargo, no se trata de un mito ni de una figura, sino de una realidad histórica y documentada: «y hemos visto su gloria, gloria como de Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad» (ib). EI Evangelista San Juan conoció a Jesús, vivió con Él, lo escuchó y tocó, y en Él reconoció al Verbo eterno encarnado en nuestra humanidad. Las cosas grandiosas vaticinadas por los profetas en relación con el Mesías, son nada en comparación de esta sublime realidad de un Dios hecho carne. Juan levanta un poco el velo del misterio: el Hijo de Dios al encarnarse se ha puesto al ‘nivel’ del hombre para levantar el hombre a su dignidad: «a cuantos le recibieron les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios» (ib 12). Y no sólo esto, sino que se hizo carne para hacer a Dios accesible al hombre y que éste le conociera: «A Dios nadie le vio jamás; Dios Unigénito, que está en el seno del Padre, éste le ha dado a conocer» (ib 18). San Pablo desarrolla este pensamiento: «Después de haber hablado Dios muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a nuestros padres por ministerio de los profetas, últimamente, en estos días, nos habló por su Hijo (Hb 1, 1-2). Los profetas nos habían transmitido la palabra de Dios, pero Jesús es esa misma Palabra, el Verbo de Dios: Palabra encarnada que traduce a Dios en nuestro lenguaje humano revelándonos sobre todo su infinito amor por los hombres. Los profetas habían dicho cosas maravillosas sobre el amor de Dios; pero el Hijo de Dios encarna este amor y lo muestra vivo y palpable en su persona. Ese «niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre» (Lc 2, 12), dice a los hombres que Dios los ama hasta dar a su HIJO Unigénito para su salvación. Este mensaje anunciado un día por los ángeles a los pastores debe ser llevado hoy a todos los hombres -especialmente a los pobres, a los humildes, a los despreciados, a los afligidos no ya por los ángeles sino por los creyentes, nosotros, los discípulos-misioneros. ¿De qué serviría, en efecto, festejar el nacimiento de Jesús si los cristianos no supiésemos anunciarlo a los hermanos con nuestra propia vida? Celebra-festeja la Navidad -de veras- quien recibe en sí al Salvador con fe y con amor cada día más intensos, quien lo deja nacer y vivir en su corazón para que pueda manifestarse al mundo a través de la bondad, de la benignidad y de la entrega caritativa de cuantos creemos en Él. Sugerencias... Los discípulos misioneros -hoy-, como los hombres todos en general, estamos arrinconados por miles y millones de palabras cada día, por gracia y mérito de los medios de comunicación social (radio, prensa, teléfono, telefonía móvil, televisión, internet, redes sociales) y en virtud de nuestra condición social (casa, oficina, lugar de trabajo, parroquia, club, café, grupos...). En muchos casos hay palabras... pero no se llega a la comunicación: un saludo, un comentario sobre el tiempo, una pregunta por el marido, la mujer, los hijos, un adiós...y basta. En otros muchos casos, hay palabras o letras, pero sin llegar tampoco a una verdadera comunicación, hasta solo símbolos en la mensajería: leo por información, prescindiendo de quién escribe; escucho la radio o veo la TV sin mucha atención, para sentir una compañía, para 'pasar el rato' o para 'buena onda-energía' por mi equipo favorito, o grupo cercano. En estos casos, la respuesta al interlocutor es pobre. Existen también ‘otras ocasiones’ en que se da un verdadero diálogo, es decir, encuentro de dos intimidades (pensamiento, corazón, voluntad, sensibilidad), que se abren y se dan mutuamente en formas y grados diversos, según sea la relación entre ellos: esposos, amigos, hermanos, compañeros de trabajo o profesión, encuentros con enfermos, ancianos, marginados, refugiados... Ante la enorme multiplicidad de palabras que diariamente se escuchan y se emiten, se corre el peligro de tomar una actitud poco seria y superficial cuando el que se dirige a nosotros es la Palabra de Dios. Leemos, escuchamos la Palabra de Dios en la Biblia, en la liturgia eucarística o sacramental, y puede ser que 'nos resbale' como cuando escuchamos y vemos la televisión o pasamos las pantallas del celular o computadora. Quizá ha disminuido en nosotros, cristianos, la conciencia de que la Palabra de Dios es diferente de cualquier palabra humana: Busca y quiere lograr el diálogo, el encuentro, la interpelación a la conciencia, el don de la salvación...Todo esto tiene gran validez en Navidad, cuando la Palabra de Dios, hecha carne, nace Niño y habla con el silencio y con la vida. Esa Palabra de Dios-Niño está gritándonos (anunciándonos) que el amor de Dios es maravilloso, sorprendente, extraordinariamente fiel. ¿Qué responderás a este Niño que interpela tu libertad, tu amor y tu conciencia? Felices fiestas… feliz NAVIDAD y empezar a preparar la PASCUA del 2020, el 12 de abril.

HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

  VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024) Primera : Isaías 52,13 – 53,12;  Salmo : Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25;  Segunda :...