lunes, 22 de abril de 2019

HOMILIA II DOMINGO DE PASCUA o DOMINGO DE LA DIVINA MISERICORDIA cC (28 de abril 2019)

II DOMINGO DE PASCUA o DOMINGO DE LA DIVINA MISERICORDIA cC (28 de abril 2019) Primera: Hechos 5, 12-16; Salmo: Sal 117, 2-4. 22-27a; Segunda: Apocalipsis 1, 9-11.12-13.17-19; Evangelio: Juan 20, 19-31 Nexo entre las LECTURAS Cristo, "el Viviente" "el Misericordioso". Así lo "ve" san Juan en el Apocalipsis y en el Evangelio. También a nosotros, hoy, en este Domingo el Señor nos muestra, en la Iglesia, sus llagas. Son llagas de misericordia. Es verdad: las llagas de Jesús son llagas de misericordia. «Por sus llagas fuimos sanados» (Is 53,5). Jesús nos invita a mirar sus llagas, nos invita a tocarlas, como a santo Tomás, para sanar nuestra incredulidad. Nos invita, sobre todo, a entrar en el misterio de sus llagas, que es el misterio de su amor misericordioso. Así lo experimentan los primeros cristianos de Jerusalén. "Yo soy el que vive; estuve muerto, pero ahora vivo para siempre" dice el Hijo de hombre a san Juan en la visión (segunda lectura). El Viviente se aparece a los discípulos atemorizados para infundirles paz, encomendarles la misión y otorgarles el Espíritu (Evangelio). El Viviente, el Misericordioso continúa operando signos y prodigios en medio del pueblo por medio de los apóstoles (primera lectura) y nos invita a ser testigos delante de todos… como dice el salmista: Que lo digan los que temen al Señor: ¡es eterno su amor! Temas... Sugerencias… El Día del Señor. Como los discípulos aquel auténtico primer día de la semana, también nosotros hacemos la ‘experiencia’ del encuentro con Cristo resucitado cada Domingo… y a la vez experimentamos la fuerza de la resurrección que, gracias al Espíritu que habita en nosotros, nos empuja hacia el Cielo… pues Domingo a Domingo, como peldaños de una escalera, vamos al Cielo, al banquete de la boda del Cordero, de quien decimos antes de comulgar: “no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme”. La celebración de la Misa Dominical es el momento -y a la vez el lugar- donde la experiencia de la resurrección se hace posible. Reunidos alrededor del Altar, celebrando el memorial del Señor, significamos y somos como nunca Iglesia, asamblea de hombres y mujeres que viven el misterio pascual y que salen con el compromiso de seguir viviéndolo y dando testimonio de Su presencia viva en el mundo mediante la práctica de la caridad, las obras de misericordia. - Las lecturas que proclamamos nos descubren la importancia que se da a esta experiencia dominical. La primera experiencia que hacen los discípulos del Señor resucitado tiene lugar el mismo Domingo de la resurrección: Aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: Paz a ustedes. El grupo de ‘los que tienen miedo’ se convierte en comunión de alegría, gracias a la presencia del Señor que había sido crucificado: Les enseñó las manos y el costado. Y es en la intimidad-comunión donde se experimenta a Jesús. El que no está no hace la experiencia, como Tomás, por más que pertenezca a los Doce. - Por eso, a los ocho días -el Domingo siguiente (hoy)-, Jesús se les vuelve a presentar… y esta vez sí está santo Tomás con el grupo, y Jesús resucitado, le pide a Tomás que toque y vea, EN ESE GESTO nos pide que maduremos la fe en la aceptación de la palabra apostólica, don de Dios. Palabra de Dios que nos conducirá por el camino del testimonio -el martirio- como nos ha dicho Juan en la lectura del Apocalipsis y que nos dijo la Iglesia en la Misa (ayer) en que fueron beatificados los “mártires riojanos”. También nos descubre -con el testimonio de vida del beato Enrique Angelelli y compañeros mártires- y nos hace compartir, en Jesús, las penas, la paciencia y los dolores (la vida misma) con los hermanos… El Domingo, el día del Señor, es cuando el Espíritu se apodera de nosotros y nos da la gracia para ser mártires/testigos todos los días hasta el fin de los días, como lo fueron, también, los apóstoles. Regalos del resucitado. El Espíritu es el primer fruto de la Pascua del Señor y el que da la plenitud. Juan sitúa en la tarde de Pascua, en el primer encuentro de los discípulos con el Resucitado, la donación del Espíritu Santo. Anticipamos que para Pentecostés también leemos la primera parte del evangelio de hoy. Lo que hay que recordar es que el gran don del Resucitado es el Espíritu. El Espíritu Santo nos impulsa a las obras de la caridad, las obras de misericordia. Esta memoria del Espíritu, aliento de la nueva creación, ha de ser más intensa en el tiempo que transcurre entre la Pascua y Pentecostés, especialmente cuando celebramos y recordamos los sacramentos de la iniciación cristiana que, por obra del Espíritu, nos hace criaturas nuevas. Esto concuerda con la oración colecta de la Misa de hoy en la que pedimos comprender mejor "la inestimable riqueza del bautismo que nos ha purificado, del espíritu que nos ha hecho renacer (Confirmación) y de la sangre que nos ha redimido (Eucaristía)". La donación del Espíritu por parte del Resucitado incluye la misión, como sucede también al final del evangelio: "Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo". Los discípulos son enviados a continuar la misión del Hijo de Dios, muerto y resucitado, misión que éste recibió del Padre. El Espíritu hará efectiva esta misión para destruir el reino del pecado y de la muerte, desvaneciendo el pecado, haciendo una creación nueva, en la que resida la "paz" eternamente, la "paz" que es un don mesiánico por excelencia y que el Resucitado comunica también hoy, de entrada, a sus discípulos. Felices los que creen sin haber visto. “San Bernardo, en su comentario al Cantar de los Cantares (Disc. 61,3-5; Opera omnia 2,150-151), se detiene justamente en el misterio de las llagas del Señor, usando expresiones fuertes, atrevidas, que nos hace bien recordar hoy. Dice él que «las heridas que su cuerpo recibió nos dejan ver los secretos de su corazón; nos dejan ver el gran misterio de piedad, nos dejan ver la entrañable misericordia de nuestro Dios». Es este, hermanos y hermanas, el camino que Dios nos ha abierto para que podamos salir, finalmente, de la esclavitud del mal y de la muerte, y entrar en la tierra de la vida y de la paz. Este Camino es Él, Jesús, Crucificado y Resucitado, y especialmente lo son sus llagas llenas de misericordia. Los Santos nos enseñan que el mundo se cambia a partir de la conversión de nuestros corazones, y esto es posible gracias a la misericordia de Dios. Por eso, ante mis pecados o ante las grandes tragedias del mundo, «me remorderá mi conciencia, pero no perderé la paz, porque me acordaré de las llagas del Señor. Él, en efecto, “fue traspasado por nuestras rebeliones” (Is 53,5). ¿Qué hay tan mortífero que no haya sido destruido por la muerte de Cristo?» (ibíd.). Con los ojos fijos en las llagas de Jesús Resucitado, cantemos con la Iglesia: «Eterna es su misericordia» (Sal 117,2). Y con estas palabras impresas en el corazón, recorramos los caminos de la historia, de la mano de nuestro Señor y Salvador, nuestra vida y nuestra esperanza”. (Papa Francisco).

HOMILIA VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024)

  VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (29 de marzo 2024) Primera : Isaías 52,13 – 53,12;  Salmo : Sal 30, 2.6.12-13.15-16.17.25;  Segunda :...