lunes, 31 de octubre de 2022

HOMILIA Domingo Trigésimo segundo del TIEMPO ORDINARIO cC (06 de noviembre de 2022).

 Domingo Trigésimo segundo del TIEMPO ORDINARIO cC (06 de noviembre de 2022).

Primera: 2Macabeos 6,1; 7, 1-2. 9-14; Salmo: Sal 16, 1. 5-6. 8b y 15; Segunda: 2Tesalónica 2, 16 – 3, 5; Evangelio: Lucas 20, 27-38

Nexo entre las LECTURAS…

¿Cuál y cómo es el destino último del hombre? A esta inquietante pregunta trata de ‘responder’ la Liturgia de este Domingo. Jesús nos enseña que el destino es la vida, y que esa vida en el ‘más allá’ no se iguala a la vida terrena (Evangelio). El martirio de la madre y de sus siete hijos en tiempo de los Macabeos ofrece al autor sagrado la ocasión para proclamar vigorosamente la fe en la resurrección para la vida (Primera lectura). Pablo pide oraciones a los tesalonicenses para que "la palabra del Señor siga propagándose y adquiriendo gloria" (Segunda lectura), una palabra que incluye la vocación final de los hombres ante el Juez supremo, que es Dios.

Temas...

Misterio y realidad. Conviene afirmar siempre que el destino final del hombre no es claro como un teorema matemático ni cognoscible como la composición química del agua. Jesús, en su razonamiento con los saduceos (=saduceos, conocidos como zadokitas, eran los descendientes del sumo sacerdote Sadoq, de la época de Salomón.   Caifás era un saduceo. Se consideraban justos y rectos. Era un grupo belicoso, de gente rica y poderosa, se les conocía como groseros en sus interacciones sociales. En la época de Jesús habían perdido su influencia religiosa, que había pasado a manos de los fariseos. Sostenían que Dios premiaba a los buenos en esta vida, por lo que ellos –siendo ricos– eran los buenos. No había otra vida), sostiene que es un misterio y por eso no acude al raciocinio, sino a la revelación. "El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob es un Dios de vivos, no de muertos". La historia de la salvación nos ayuda a comprender que, siendo misterio, no ha sido objeto de un conocimiento natural o de una revelación inmediata. Más bien, ha habido un proceso largo y pedagógico de revelación desde el Antiguo Testamento hasta el Nuevo. Los saduceos exageran tanto el carácter misterioso de la resurrección, que simplemente la niegan. Es tal vez una solución fácil, pero impropia del hombre que es un eterno buscador de la verdad (fiestas del 1 y 2 de noviembre). Procurar entrar en el misterio, sin destruirlo, ahí está la grandeza del ser humano sobre la tierra y a esto nos ayuda la Misa de este Domingo. La resurrección es cierta, es realidad. Una realidad que no es perceptible con los ojos de la carne, sino únicamente con los ojos de la fe. Ya Horacio había llegado a formular, con su sola razón, la creencia en la inmortalidad: ‘no he de morir totalmente’. Los cristianos podemos formular nuestra fe en la resurrección: ‘viviré todo entero’, en cuerpo y alma, en toda mi realidad completa (Job 19, 26-27). Evidentemente no se tiene que resaltar tanto la resurrección corporal que llegue a imaginarse la vida terrena en su grado máximo de perfección. "No pueden ya morir, porque son como ángeles" (Evangelio). El hombre será transformado y, sin dejar de ser hombre, experimentará y vivirá su humanidad de un modo adecuado a un mundo espiritual y eterno. El destino del hombre es la vida bienaventurada.

Martirio y vida. La madre y los siete hijos de los que nos habla la primera lectura han sido para los judíos y para los cristianos un ejemplo permanente de fortaleza espiritual y de fe en la resurrección. "El Rey del mundo, a nosotros que morimos por sus leyes, nos resucitará a una vida eterna", así formula su fe el segundo de los hermanos. El martirio de tantos cientos de miles de cristianos a lo largo de los siglos es signo de credibilidad de la resurrección de los muertos, como decía san José Sánchez del Río, mártir cristero de 14 años: “Mamá, nunca como ahora es tan fácil ganarnos el cielo”. Un martirio que radica en el gran Martirio de Jesucristo en la cruz para redimirnos del pecado y alcanzarnos la vida eterna. La "corta pena" del sufrimiento se trueca en "vida perenne" y sin fin (Primera lectura). Junto al martirio de sangre está el martirio de la vida, el testimonio diario de la fe que da sustancia y peso a la última verdad del Credo: "Creo en la resurrección de los muertos y en la vida futura". Porque en verdad mártir es quien prefiere al Dios de la vida sobre el amor de la vida, quien está dispuesto a cerrar la puerta de la vida por fidelidad a Dios y a abrir la puerta del Paraíso para estar siempre con el Señor. Ésta es la Palabra del Señor que debemos anunciar y que hemos de propagar por todas partes. En un mundo no poco secularizado y bastante miope para las cosas de la fe, es muy necesario que los cristianos sellemos nuestra fidelidad a la vida, en esta tierra en que estamos y en la eternidad, con una vida de fidelidad. Así es el testimonio de san José Gabriel del Rosario: “Pero es un grandísimo favor el que me ha hecho Dios Nuestro Señor en desocuparme por completo de la vida activa y dejarme con la vida pasiva, quiero decir que Dios me da la ocupación de buscar mi último fin y de orar por los hombres pasados, por los presentes y por los que han de venir hasta el fin del mundo.” Busquemos con verdad y caridad nuestro último fin.

Sugerencias...

Continuidad, no igualdad. Nuestra fe nos dice que el ser humano resucitará. Hay, por tanto, una continuidad innegable entre el hombre histórico, que muere y vuelve al polvo, y el hombre resucitado. No resucitará una idea humana, sino el hombre (el varón y la mujer) que ha pisado esta tierra, que ha amado, que ha hecho el bien, que ha procreado y educado a sus hijos, que ha trabajado para poder vivir, que ha muerto besando un crucifijo o rezando el rosario. Si alguien pusiese en duda o negase esta continuidad, ¿en qué consistiría entonces la resurrección de los muertos? ¿No sería tal expresión un simple sonido sin sentido? Al mismo tiempo nuestra fe nos dice que la continuidad no equivale a igualdad. Nuestro polvo revivirá, pero distinto. Seremos íntegramente hombres, pero nuestra vida no estará ya sometida a la condición histórica. En la eternidad ni se trabaja, ni se come, ni se procrea ni se muere. "Serán como los ángeles" (Evangelio). Resucitaremos idénticos, pero diversos en razón de la misma diversidad del mundo en el que se entra y en el que se vivirá para siempre. El hombre entero vivirá en la condición de los ángeles, porque su misma dimensión corpórea quedará creada y transformada por la acción del Espíritu de Dios. Todo esto es importante para la catequesis, la predicación, y el acompañamiento espiritual. No está mal que a los niños se les hable del cielo en lenguaje imaginativo y sensorial. Creo que hay que ir elevándolos gradualmente de una concepción sensorial a una concepción cada vez más espiritual de la vida eterna. Efectivamente, querer plantar la tierra en el cielo ha sido siempre una gran tentación del hombre. No hacer una buena catequesis desde temprana edad es una, entre otras causas, por las cuales está en crisis la fe en la resurrección de los muertos y en la vida futura, la vida bienaventurada.

Un mensaje de esperanza. Si razonamos con fe, no cabe duda de que la resurrección de los muertos es un mensaje de esperanza. Para el creyente, el tesoro más precioso no es la vida que se tiene, sino la que se espera. La vida actual es preciosísima. ¿Cómo no va a serlo, si en ella el hombre se juega toda la eternidad? La esperanza cristiana no nos hace vivir ajenos a la realidad del mundo ni de la historia, sino enteramente entregados a hacer historia: historia de salvación. Construir la historia no es tarea de los no creyentes, es todavía con mayor razón tarea de quien cree en el Señor de la historia y en la marcha de la historia a su desembocadura final. Sí, como cristiano, espero que Dios abrirá las puertas de la eternidad a mi mente, a mi corazón, a mi cuerpo, a mi vida. Porque la esperanza cristiana en la resurrección es mensaje de vida en plenitud, de presencia viva ante el mismo Dios vivo. Es vivir sin reloj ni cronología, estando siempre con el Señor, como sumergidos en el océano mismo de la Vida. El mensaje cristiano es un mensaje de esperanza, porque anuncia el triunfo de la vida sobre el tiempo y sobre el mal, el triunfo de Dios sobre todos sus enemigos, el último del cual es la muerte... esto en un camino de amor, de servicio expresado por el Papa san Pablo VI, como ‘Civilización del Amor’: “¡lo sabemos el camino es el amor!”.  Este mensaje no se lo ha inventado la Iglesia, proviene del Dios "que nos ha dado gratuitamente una consolación eterna y una esperanza dichosa" (Segunda lectura). ¡Vale la pena testimoniar con palabras y obras este mensaje de esperanza!

 

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